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domingo, 27 de octubre de 2024

Patagonia: Las maravillosas aventuras de Mr. Musters

El inglés Musters y los tehuelches


Por Héctor Pérez Morando || Diario Río Negro




Vida muy singular y poco conocida la de George Chaworth Musters. Como para el libro. Inglés de sangre pero nacido en Nápoles, casualmente, «en transcurso de un viaje de sus padres» (13/2/1841). De familia acomodada y huérfano desde pequeño, tal vez los tíos marinos tuvieron que ver en su vida marina -desde los 13 años- y el «Algiers», la escuela. Recibió medallas por su actuación en Crimea. Escritos de Falkner, Darwin, Guinard, Fitz Roy, Viedma, De Angelis y otros fueron los antecedentes documentales para su formidable travesía patagónica que se inició en Punta Arenas, pasando por Gallegos, isla Pavón y finalizó en Carmen de Patagones (abril de 1869-26/5/1870) ¿Cuál fue el motivo principal del viaje? Varias hipótesis se han emitido y hasta la de «una misión especial del almirantazgo británico para el reconocimiento del interior de la Patagonia» (Balmaceda, Rey 1976). ¿Espía? Tenía permiso de la Marina inglesa. Percibía una renta.

Cualquiera fuera el motivo, la realidad es que dejó un incomparable aporte toponímico y etnográfico principalmente, como nunca había ocurrido hasta poco después de la mitad del siglo pasado, y hasta un «vocabulario parcial de la lengua tsoneca» que incluyó en su libro «At home with the Patagonians. A year»s wanderings over untrodden ground from the straits of Magellan to the Río Negro», editado en Londres en 1871 y traducido al castellano en 1911 como «Vida entre los patagones. Un año de excursiones por tierras no frecuentadas desde el estrecho de Magallanes hasta el Río Negro». «El mapa de Musters es la primera información cartográfica directa del interior de la Patagonia». (Rey Balmaceda, ídem). Es llamativa la adaptación, el mimetismo que logró entre los tehuelches y sus formas de vida. Dio un «paseo» de 2.750 kilómetros y un año de duración, con los consiguientes peligros, y tuvo que afrontar y participar de la vida tehuelche: vestir quillango, usar boleadoras, andar a caballo, alimentarse con carne de guanaco, de avestruz (y huevos), de yegua y raíces. Debió habitar en toldos, dormir a la intemperie, hacer trenzados de cuero y -lo más importante- anotar los acontecimientos de la gran aventura, con mucha precisión y útiles detalles sobre flora, fauna, topografía y costumbres de los tehuelches. Es largo de detallar. Llegó a afirmar que «no merecen seguramente los epítetos de salvajes feroces, salteadores del desierto, etc. Son hijos de la naturaleza, bondadosos, de buen carácter». Y en cuanto a las creencias, «la religión de los tehuelches se distingue de la de los pampas y araucanos porque no hay en ella el más mínimo vestigio de adoración al sol, aunque se saluda la luna nueva con un ademán respetuoso… creen en un espíritu bueno y grande… no tienen ídolos ni objetos de adoración…».

Según parece, dominaba bien el castellano y una partida de soldados en busca de prófugos de Punta Arenas facilitó el primer tramo de su viaje desde allí hasta la isla Pavón, desembocadura del río Santa Cruz, donde por entonces tenía sus dominios Luis Piedra Buena, a quien no pudo entrevistar por haber viajado poco antes. Llevaba una carta de presentación de Jorge M. Dean, de Malvinas, donde había estado. Carbón y oro son existencias de las que se fue informando. Se encontró con Sam Slick, hijo del cacique Casimiro. Hablaron en inglés. A partir de Pavón se iniciaría la parte más destacada de la aventura de Musters, acompañado por la parcialidad aóni-ken que hablaba el aóni-aish, «lengua que sería entonces la aprendida por Musters». Y desde allí, estuvo acompañado nada menos que por los célebres caciques Casimiro y Orkeke, de quienes llegó a ser muy amigo. ¿Qué método empleó el viajero inglés para llegar a ser admitido en los toldos andantes tehuelches y merecer gran respeto y confianza?

 

Lo describe a Orkeke: «Había cumplido ya sus 60 años; y, cuando saltaba sobre su caballo en pelo o dirigía la caza, desplegaba una agilidad y una resistencia iguales a la de cualquier otro más joven… abundante cabello negro… ojos brillantes e inteligentes… era particularmente limpio en sus ropas y aseado en sus costumbres… desde el momento que fui huésped de él, su conducta para conmigo fue irreprochable». Y de Casimiro: «Cuando no estaba ebrio, este hombre era vivo e inteligente, astuto y político. Sus extensas vinculaciones con todos los jefes, inclusive Reuque y Callfucurá (sic), le daban mucha influencia. Era también obrero diestro en varias artes indígenas, como la de hacer monturas, pipas, espuelas, lazos y otras prendas. Era muy corpulento, de seis pies cabales de estatura». (Musters, G. Ch., Vida, 1964).



Luego de isla Pavón, los tehuelches -más de doscientos entre hombres, mujeres y niños- y el viajero inglés se dirigieron a la precordillera. Llegaron al paraje Yaiken-Kaimak. Una escena de caza: vio un guanaco y «lo boleé con una boleadora para avestruz» y en ese lugar surgió «una inquietud general»: estar preparados «para el caso de que encontráramos a los tehuelches del norte en guerra con los araucanos o manzaneros». Todos se daban un baño diario en los cursos de agua. Llevaba una brújula -que le regaló a Foyel- y anzuelos para pesca que usó. Los tehuelches no comían pescado. Llegaron los tehuelches del norte -comandados por Hinchel- y se produjo un gran parlamento. «Casimiro había tratado de inducirme a que hiciera de capitanejo… por nuestra parte se desplegó orgullosamente la bandera de Buenos Aires, mientras los del norte hacían flamear una tela blanca». (Musters, ídem).

«Después de varias arengas, dichas por Hinchel y otros, se resolvió elegir a Casimiro jefe principal de los tehuelches», anotaría Musters. Musters dedujo que «las relaciones entre los tehuelches o tsonecas de la Patagonia y los indios araucanos de Las Manzanas no habían tenido antes, de ninguna manera, un carácter pacífico». El padre de Casimiro había sido muerto por los araucanos, pese a lo cual «la diplomacia de Casimiro lograba conciliar a todas las partes». En ese lugar recibieron una partida del Chubut, «unos setenta u ochenta hombres, con mujeres y criaturas, y ocupaban unos veinte toldos», la mayoría «jóvenes de sangre pampa o pampa tehuelche… unos cuantos tehuelches puros» cuyo jefe se llamaba Jackechan o Juan (Chiquichano), «un indio muy inteligente, que hablaba corrientemente el español, el pampa y el tehuelche». El «Marco Polo de la Patagonia», como lo llamaron algunos autores, continuaba adentrándose en la vida tehuelche: «atoldándose», haciendo boleadoras y tientos, ganándose los alimentos cazando con ellos y como ellos y participando de acontecimientos muy celebrados por aquellos pobladores de la Patagonia: nacimientos, entrada a la pubertad, casamientos, muertes, etc. y hasta para evitar el efecto nocivo de los vientos «volví a aplicarme la pintura» (en el rostro), sin olvidar beber aguardiente, fumar en pipa y usar armas largas y cortas. En Teckel, por enero de 1870, recordaría que «estaba muy al tanto del género de vida y de las costumbres de los tehuelches, que me consideraban casi uno de ellos (en verdad, había llegado a adquirir cierta posición e influencia entre esa gente)». (Musters, ídem).

Llegaron al campamento Carge-kaik (Cuatro Colinas) y recibieron la amistosa visita de un hijo de Quintuhual, con un mensaje del padre. Hubo danza: «Entré con Golwin (Blanco) y dos más en la danza, apareciendo en traje completo de plumas de avestruz y cinturón de campanillas, y debidamente pintado, para gran delicia de los indios. Mi ejecución arrancó grandes aplausos». Tenía razón Musters, parecía uno más de ellos. Bien manejadas las relaciones públicas para entonces… Recibieron mensajes araucanos. Luego visitaron los toldos de Quintuhual y continuando la marcha llegaron a Diplaik (Moreno lo cita como Dipolokainen), donde un mensajero de Foyel les entregó una noticia: el araucano (chileno) Culfucurá -no emplea la denominación mapuche- incitaba a unirse para «hacer la guerra a Buenos Aires». Ni más ni menos que sus depredadores malones a la zona de Bahía Blanca y el gran espacio bonaerense. Se convocó a parlamento y se decidieron por la negativa. Aquellos tehuelches e «indios mansos» defendían y apoyaban a El Carmen (Carmen de Patagones) y allí se dirigirían en busca de «vicios», ración de ganado y demás que les entregaba el gobierno. Orkeke, Casimiro -«el gran cacique del sur»-, los pellejos con aguardiente y la nutrida caravana seguían la rastrillada para el norte (más o menos la actual ruta nacional 40) hasta llegar al campamento de Foyel, con buen recibimiento. Anteriormente -anotó Musters- un incidente le «facilitó la oportunidad de observar la predisposición de los araucanos para esclavizar y maltratar a todo «cristiano» que podían robar o comprar». Luego de otras bien narradas alternativas, emprendieron viaje a «Las Manzanas», los dominios de Cheoeque (sic), es decir el famoso Sayhueque. Se instalaron en Geylun -posiblemente al sur de Paso Flores y cerca de Pilcaniyeu actuales-, donde quedó la mayoría de los nativos y luego de cruzar el Limay y visitar a Inacayal, donde también son bien agasajados, fueron recibidos por el jefe manzanero: «Hombre de aspecto inteligente, como de 35 años de edad, bien vestido con poncho de tela azul, sombrero y botas de cuero»… Este cacique tenía plena conciencia de su alta posición y de su poder; su cara redonda y jovial, cuya tez, más oscura que la de sus súbditos, había heredado de su madre tehuelche». En el toldo estaba «la bandera de Casimiro, esto es, la bandera de la Confederación Argentina». Tenían temor al «gualicho» y a otras circunstancias diarias.



Hubo fiesta, aguardiente en abundancia -con las armas guardadas-, manzanas frescas, piñones, carne e intercambio de objetos, alimentos y aguardiente. Pudo comprobar que el intercambio -pieles, tejidos, trenzados, caballos, alimentos, etc.- era moneda corriente. Tal como el trueque actual, que va ganando posiciones por la crisis. Hacían carreras de caballos. Se celebró un parlamento con tres temas: «Paz firme y duradera entre los indios presentes», «protección de Patagones» y «considerar el mensaje de Callfucurá (sic) acerca de un malón a Bahía Blanca, y en general la frontera bonaerense», sobre lo cual los tehuelches ya se habían expedido negativamente antes de llegar al lugar. Estaba allí Mariano Linares -de la tribu de ese apellido-, que había llegado de Patagones en misión de paz. Los picunches -anotaría el viajero inglés- eran «una rama de los araucanos bajo el dominio de Cheoeque… viven cerca de los pasos de la cordillera y saquean a todos los viajeros». Hubo otro parlamento en el que se resolvió unánimemente que «Cheoeque protegería la orilla norte del río Negro y cuidaría a Patagones por ese lado, mientras que Casimiro garantizaría el sur». Se ratificó el no malón a Calfucurá, «pidiéndole que limitara sus hostilidades a Bahía Blanca». Todo eso lo vivió el marino y aventurero inglés, como principal partícipe en aquellos conflictos internos, pero cuyos protagonistas maloneros más feroces y ladrones procedían del otro lado de la cordillera. Aunque Calfucurá estaba asentado en «Las Salinas» (La Pampa).

Luego del regreso a Geylun, se preparó el viaje a Patagones. Fueron de la partida Musters, Orkeke, Casimiro, Quintuhual, Crime, Meña y numerosos tehuelches, mujeres y niños. Es la primera vez que la «línea sur» rionegrina -con ligeras variantes en el trazado caminero y ferroviario actual- ve pasar tan numerosa y heterogénea comitiva. La toponimia incorpora y confirma nombres: Margensho (Maquinchao), Trinita (Treneta), Valcheta. Desde Maquinchao, Musters y dos acompañantes decidieron adelantar el viaje a Patagones. Llevaba una carta para el comandante Murga y la misión de preparar el terreno para la visita de los restantes. En cierta parte del trayecto «alegró nuestros ojos la vista del mar». Cruzaron para el río Negro y entonces «Haciendo a un lado la manta india, volví a ponerme el traje de un inglés de la época, saco de cazador, etc.» Había tenido el equipo bien guardado. Cerca de «San Xavier» (Javier) tuvo contacto con los otros hermanos Linares y las estancias de Kincaid, Alexander Fraser y Grenfell. Estos últimos le facilitaron dinero. Durmió en el toldo de Chalupe. En Patagones se entrevistó con Pablo Piedra Buena -hermano de Luis-, el Dr. Humble, la galesa familia de Morris Humphreys y con Murga. Días después llegaron Casimiro, Orkeke y sus tribus. Recorrió la zona y tomó valiosos apuntes. Se embarcó en el vapor «Patagonia» (ex «Montauxk», de Boston) rumbo a Buenos Aires, que encalló en la desembocadura del Negro, y siguió viaje en la goleta «Choelechoel». El «tehuelchizado» -perdón por el neologismo- inglés había recorrido la Patagonia durante poco más de un año -llegó a Patagones el 26/5/1870- y daría a luz el más famoso escrito etnográfico, topográfico y de otros temas para su tiempo. Una hazaña que no fue repetida y de un gran valor documental. Anduvo por otras partes del mundo y concretó varias publicaciones más. La aventura patagónica fue premiada con un reloj de oro por la Royal Geographical Society. Se retiró de la Marina británica con el grado de capitán de fragata (commander). Estuvo casado con una peruana descendiente de ingleses y murió en 1879.

Una estación ferroviaria en Río Negro, un lago en Chubut y varias calles llevan su nombre, recordando la gran hazaña del inglés-tehuelche.

miércoles, 8 de agosto de 2018

Biografía: Nicolás Mihanovic, emprendedor naval

Nicolás Mihanovich



 

Nicolás Mihanovich (1846–1929)

Nació en Doli, cerca del puerto Duvronik sobre el Mar Adriático (actual Croacia, anteriormente Imperio Austrohúngaro), el 21 de enero de 1846. A temprana edad comenzó a navegar por los mares Mediterráneo y Negro. Luego extendió sus viajes al Océano Atlántico, y en 1864, llegó al Río de la Plata con su compatriota y amigo Dionisio Ivancovich. Desembarcó en Montevideo como tripulante de la embarcación británica “City of Sydney”, fue al Paraguay (1), y por fin se radicó en Buenos Aires, en 1875.

Comenzó desempeñándose como capitán del “Jenny”, pequeño buque de cabotaje destinado a los servicios del Plata, y luego del barco “Buenos Aires”, hasta que los tomó en arrendamiento, agregándose a la flotilla el “Kate”, gemelo del primero.

A raíz de un accidente en el que perdió la vida su colega genovés Juan Bautista Lavarello, contrajo matrimonio con la viuda Catalina Balestra, dueña de varios barcos, que unió a los arrendados, aumentando la potencialidad de la flotilla. Además, con ella fundó un hogar patriarcal con numerosísimos hijos. Nueve años después, durante la presidencia de Nicolás Avellaneda, abrió un escritorio para ocuparse de asuntos navieros, que fue la base de la importante casa del ramo que existe actualmente.

Hacia 1887, dejó las pequeñas lanchas y adquirió un modesto vapor. Desde esa época, comenzó a realizar trabajos de remolque a la entrada del puerto de Buenos Aires con el “Vigilante”, “Tejedor”, “Sol Argentino” y “Puerto de la Boca”, tareas que dirigía personalmente.

En 1894, ya era dueño de la flotilla “La Platense”, comprada a una compañía armadora inglesa, y poco después, absorbía a su rival, las “Mensajerías Fluviales”.

La empresa fue en constante aumento, sobre todo, desde comienzos del siglo XX, y en 1903, transformó la casa armadora en sociedad anónima limitada con un capital inicial de seis millones de pesos nacionales, el que pronto aumentó.

En 1909, la empresa se amplió bajo el rubro de “Sociedad Argentina de Navegación Mihanovich”. Fue una compañía anglo-argentina con directorio en Londres y en Buenos Aires, ambos presididos por el fundador.

Poco antes del estallido de la primera guerra mundial, incorpora a su flota las turbonaves de pasajeros “Ciudad de Buenos Aires” y “Ciudad de Montevideo”, que representaban, para aquel entonces, un considerable adelanto. Después de la terminación de la guerra, la compañía Mihanovich contaba con más de 300 buques que valían aproximadamente 26 millones de pesos.

Los barcos de Mihanovich se hicieron familiares en los grandes ríos del país y en la carrera a Montevideo, alcanzando hasta las costas brasileñas. Simultáneamente, su hermano Miguel, fundador de la Compañía “Sud Atlántica”, S. A. atendía todos los servicios costeros de Buenos Aires a Patagones, cuyo muelle fue construido por iniciativa propia para facilitar y agilizar el comercio con el sud.

Su contribución para el desarrollo de la marina mercante argentina fue muy grande. Prestó además, otros servicios a nuestro país y a su patria natal. Fue cónsul honorario de Austria-Hungría, y el emperador Francisco José le acordó una condecoración. Los soberanos de Rusia, Inglaterra y España también lo condecoraron. El último de ellos, lo hizo con la Cruz de Segunda Clase de la Orden del Mérito Naval, y la Encomienda de la Orden de Alfonso XIII.

Fue director del Banco de Italia y Río de la Plata, desde 1902 a 1915, y presidió otras grandes empresas industriales, como Campos y Quebrachales de Puerto Sastre; Grandes Molinos Porteños; Introductora de Productos Austro-Húngaros; La Positiva, La Oxhídrica, Frigorífico La Blanca, Lloyd Yugoslavo, otras sociedades de seguros y bancos.

Se distinguió también, una vez consolidada su posición económica, como filántropo. En su patria, modernizó la ciudad natal de Doli dotándola de servicios sanitarios, y de otras mejoras edilicias, creando con Miguel Mihanovich allí una fundación.

En Buenos Aires donó los fondos necesarios para la instalación de la Sociedad de Socorros Mutuos Austrohúngara y el edificio de la legación de su país. Cuando el Obispo de Temnos, monseñor Miguel de Andrea, organizó su gran colecta de beneficencia en terrenos donados por Antonio Leloir, hizo edificar, con fondos de su peculio, las casas del barrio para obreros que lleva su nombre (2). Durante su vida distribuyó entre sus hijos la mayor parte de su fortuna.

Igualmente las manifestaciones de arte no le fueron indiferentes y las estimuló.

Falleció en Buenos Aires, el 24 de junio de 1929. Su vida constituye un ejemplo, por la fe y perseverancia que puso en el trabajo, y en el esfuerzo personal. Su residencia de la calle Juramento entre O’Higgins y Tres de Febrero, fue una de las joyas arquitectónicas más preciadas de la ciudad, a comienzos del siglo XX. Después pasó a ocuparla el presidente Quintana a fines de 1905, y vivió en ella hasta pocos días antes de su muerte. Desapareció este palacio en 1941.

Un puerto del Paraguay lleva su nombre, y en la Argentina ni una calle de la zona portuaria, ni un barco de nuestra flota mercante lo recuerdan, justamente a quien fuera su fundador.

Referencias


(1) Mihanovich comenzó a trabajar como botero para el aprovisionamiento de las tropas en la guerra con el Paraguay.
(2) Las viviendas estaban destinadas a obreros calificados. Es un conjunto de dos tiras de casas. Las fachadas de una de las tiras dan a la calle Escalada al 1100, entre José E. Rodó y Chascomús (Barrio Parque Avellaneda, Buenos Aires), y las fachadas de la otra dan a un pasaje cerrado. Al frente posee la Parroquia Santa María Goretti, sobre Escalada.

Fuente

Cutolo, Vicente Osvaldo – Nuevo Diccionario Biográfico Argentino – Buenos Aires (1975).
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
González Climent, Aurelio – Flota Argentina de Navegación de Ultramar - Anuario del IEMMI, Buenos Aires (1958)
Portal www.revisionistas.com.ar

Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar

domingo, 5 de agosto de 2018

Biografía: José María Bulnes Yanquetruz

José María Bulnes Yanquetruz





 Cacique José María Bulnes Yanquetruz (1831-1858)

Nació en la provincia de Buenos Aires, en 1831, hijo del cacique Cheuqueta. A los seis años de edad, fue tomado prisionero por los pehuenches del norte, y seguramente vendido llegó a Chillán para formar parte de la servidumbre de algún potentado local (¿General Manuel Bulnes?) que se preocupó de darle instrucción. Aprendió a leer y escribir de manera rudimentaria y conoció las costumbres del pueblo.

En 1850, repitió la proeza de su padre dándose a la fuga. Logró reclutar una partida de guerreros, quizá mocetones que estuvieron a las órdenes de su progenitor con los que cometió una serie de tropelías por Patagones y Bahía Blanca.

Luego de aumentar las filas de su escuadrón, optó por incorporarse a las huestes de Calfucurá. Su alianza no fue duradera. Adquirió gran ascendiente, y tomó como mujer a una de sus hijas llamada Mashal. Durante la época en que estuvo al lado suyo participó activamente en las campañas depredatorias. Temeroso aquél de su combatividad y talento, urdió trama para eliminarlo, pero Yanquetruz consiguió ponerse a salvo con su gente yendo a ocupar el territorio de sus mayores.

Al sur del río Limay venció a una parcialidad de patagones, que dominó aliándose de inmediato con ellos. Reforzadas sus tropas, atacaron a Calfucurá, quien los derrotó, obligándolos a retirarse a sus lares, y ambos jefes quedaron más enemistados que nunca.

Después de la caída de Juan Manuel de Rosas buscó la amistad del cristiano, pero sin conseguirla mayormente. A fines de 1854 o 1855, atacó a Calfucurá, el que ya actuaba a favor de Urquiza, en Salinas Grandes, consiguiendo arrebatarle crecida cantidad de hacienda que comerció en Patagones con la autorización del comandante Julián Murga.

Desvinculado de Calfucurá, por estar distanciado, realizó por su cuenta varios ataques sucesivos a Patagones en el postrer año.

Combate de San Antonio de Iraola


El 8 de septiembre de 1855, Yanquetruz y sus hombres invadieron campos y poblados en la zona donde hoy se ubican, entre otras, las ciudades de Juárez, Chillar y Tandil; ante tal situación, el general Hornos, acantonado en Azul, ordenó al teniente coronel Nicanor Otamendi que, con 124 soldados, marchara en auxilio de las poblaciones en peligro. El 12 de septiembre, el escuadrón llegó a la estancia San Antonio de Iraola (actual Partido de Benito Juárez)

Al parecer, tanto Yanquetruz mismo como la indiada en general tenían mucho respeto por el teniente coronel Otamendi y, como se dirigían en esa dirección, le mandó a su lenguaraz (traductor), a los efectos de convencerlo de que lo dejara pasar sin entrar en combate, ya que arreaba, como producto de sus correrías, 20.000 animales robados, amén de algunas cautivas, con el propósito de venderlos en Chile. Otamendi aprisionó al lenguaraz, ante lo cual la indiada, enardecida, se lanzó contra sus tropas.

Al amanecer del 13 de septiembre, y después de algunas escaramuzas, advirtiendo que no sería posible enfrentar a 2.500 indios de lanza en campo abierto, el teniente coronel y sus hombres se abroquelaron en un corral de palo a pique de la estancia mencionada, comenzando un combate desesperado. Otamendi resolvió atacar, abriendo el fuego con un pequeño cañón y disparos de carabinas; a la ca­beza de sus soldados fue el primero en cargar contra el enemigo cayendo muerto en la puerta del corral. Los indios echaron pie a tierra y llevaron un ataque formidable con sus lanzas y boleadoras en medio de una gritería infernal, que hizo espantar a la caballada encerrada, lo que motivó que los animales pisotearan a los defensores.



Batalla de San Antonio de Iraola


Los soldados, entorpecidos por su propia caballada, resistían el ataque de oleadas de indios, los cuales desmontaban y echaban por delante sus caballerías, para protegerse de las balas de los defensores. Tras más de dos horas de lucha, los pocos soldados de Otamendi que aún se encontraban vivos, incluyendo los heridos, se reunieron en círculo alrededor de su jefe y del glorioso estandarte celeste y blanco, peleando cuerpo a cuerpo y cayendo uno a uno, sin dar ni pedir piedad. Cuando el humo de la pólvora y el polvo de la caballada se disipó, sólo se sintió el grito victorioso de la indiada degollando a los enemigos heridos.

En el lugar, yacían los cuerpos de 124 soldados, así como los de más de 300 indios, amontonados en inmediaciones del corral. Sólo quedaron vivos un corneta de alrededor de 15 años, herido levemente, a quien Yanquetruz llevó a Chile con él, pues le gustaba oír tocar ese instrumento, así como un soldado de apellido Roldán (gravemente herido, con 7 lanzazos en el cuerpo), quien fue encontrado por una patrulla de la división Azul y llevado a esa localidad, donde médicos militares le salvaron la vida.

Aún calientes los cuerpos del teniente coronel Otamendi y sus 124 soldados muertos en combate, el capitanejo Yanquetruz, ebrio de poder y ginebra, se pavoneaba de la victoria en las tolderías del cacique Calfucurá, arengando a la indiada manifestándole que las cautivas cristianas iban a ser entregadas a ese jefe indio, previo sometimiento de las mismas, y que él se iría a Valdivia por el Camino de los Chilenos, a fin de negociar la hacienda robada con comerciantes de ese país, que eran sus únicos amigos.

Firma del tratado de paz


Durante los siguientes meses de 1855, Yanquetruz continuó maloneando por la zona de Tandil, Lobería y La Tinta, robando hacienda, asaltando estancias, secuestrando cautivas y matando a cualquier colono y/o soldado que tratara de impedir su obra maléfica.

Relevado Julián Murga, lo reemplazó el comandante Benito Villar, en octubre de ese año, quien no tardó en trabar amistad con Yanquetruz, logrando pocos meses después su alianza, sin reticencias, alentado sobre todo, por su resolución de aniquilar el poderío de Calfucurá con la ayuda de milicianos bien armados.

El gobernador Pastor S. Obligado, interesado en evitar los malones, y asegurar un refuerzo serio para la lucha contra Calfucurá, le remitió en 1856, dos cartas en las que le hizo ofertas tentadoras. Por su parte, el coronel Villar comisionó al capitán Pablo Morón, de Guardias Nacionales y al teniente Morando para que sirvieran de enlace entre los caudillos indios y las autoridades.

Con el ánimo dispuesto para celebrar la paz y alianza ofensiva y defensiva contra las tribus enemigas del Estado, Yanquetruz llegó a Patagones el 13 de abril de 1857, para entrevistarse con el coronel Villar. Terminadas las ceremonias protocolares en la Comandancia, se embarcó en el vapor “Belisario” para dirigirse a Buenos Aires a fin de ratificar y firmar el tratado de paz y alianza, recomendado a Mitre por el Juez de Paz, Manuel B. Alvarez.

El 14 de mayo de 1857, el gobierno de la provincia de Buenos Aires firma un tratado de paz con el capitanejo Yanquetruz, donde se le reconoce el grado militar (teniente coronel), sueldo y cargo, así como uso del uniforme.

Invitado de honor a Buenos Aires, es recibido personalmente por el gobernador Obligado. Entre muchos agasajos y banquetes que tuvo, fue convidado, con su comitiva, a una función de gala en el teatro Colón, donde se les brindó la ópera “Il Trovatore”; Yanquetruz no sólo se durmió en la butaca de tan respetable Coliseo, sino que, embebido en alcohol, dejaba escapar todo tipo de gases de naturaleza humana ante lo más encumbrado de la sociedad porteña. También fue invitado a una fiesta en una residencia particular

El 19 de mayo de 1857, en el acto de asunción del nuevo gobernador, Valentín Alsina, Yanquetruz estuvo a su lado, presidiendo la festividad y la parada militar correspondiente. Con el gobernador saliente, recorrió la ciudad de Buenos Aires a caballo, acompañado por su séquito.

Estuvo en los festejos del aniversario de la Revolución de Mayo, y el 26 se embarcó en una lujosa goleta en el puerto de Buenos Aires, con rumbo a Carmen de Patagones (donde se encontraban sus toldos y casi siempre realizaba sus correrías), siendo despedido por el gobernador en ejercicio, funcionarios de turno, políticos y la banda del Ejército tocando marchas acordes con el “emocionante momento”.

Llanquetruz, indudablemente, era el más talentoso entre sus pares, porque “sin haber estudiado en la Escuela Superior de Guerra, ni derecho internacional y sin ser un estadista –como dice el doctor Vignati- supo comportarse a la altura de cualquiera de ellos con rasgos bien perfilados”.

Apenas llegado a Patagones se entregó a los excesos y desarreglos del alcohol. Reconvenido seriamente por el coronel Villar, prometió abstenerse de beber para cumplir sus compromisos. Finalmente cambió su comportamiento y se situó en Valcheta interesado en formar un establecimiento.

En 1858, arribaron a Patagones, Yanquetruz y su primo Sayhueque, con otros capitanejos, animados de las mejores disposiciones de obediencia al gobierno, lo que exasperaba a Calfucurá. A pesar de ello, mantenían relaciones diplomáticas, ya sea por correspondencia o por emisarios.

Guardó mucha afición por el alcohol, y una vez ebrio, le daba por pelear. En uno de esos entreveros, el 28 de octubre de 1858, fue muerto de una puñalada por la espalda, en la pulpería de Luis Silva, frente a la plaza de Bahía Blanca, por el capitán de Guardias Nacionales Jacinto Méndez.

Al conocer su trágico fin, Calfucurá y sus huestes olvidaron todos los resquemores y no pensaron más que en vengar en él la muerte de uno de los suyos. Con ese fin organizaron prontamente una expedición formidable que saqueó el pueblo de Bahía Blanca, el 19 de mayo de 1859, último malón, donde Calfucurá salió mal parado.

El viajero y cronista Augusto Guinnard no ocultó su admiración por el cacique, y según él, la destreza y valentía de Yanquetruz eran tan relevantes que lo convirtieron “en una especie de personaje que los españoles (seguramente debería decir argentinos) procuraron atraerse a toda costa”.

El explorador Guillermo Cox, informa que Yanquetruz no era alto, pero tenía su imponencia; su rostro, aunque feo, expresaba audacia y franqueza; magnífico en su indumentaria, casi siempre vestía casaca fina, sombrero claro, chiripá azul y calzoncillos bordados. Y jamás se desprendía del sable, cuya empuñadura y vaina era de plata maciza, como los estribos, el freno, las cabezadas y otras prendas de su apero. Y les complacía que los mocetones de su escolta fueran así, igualmente ostentosos”.

A su vez, George G. Musters, que anduvo por Patagones en 1870, lo cita en su obra, titulándolo poderoso cacique, y dice que logró concluir los antiguos feudos, y unir bajo su mando a los indios de ellos. Era alto ( a diferencia de lo que expone Cox), musculoso, de serio y grave continente, de agilidad felina, tenía músculo de acero, ha escrito un contemporáneo, Sánchez Ceschi. Presumía de elegante.

Por último el doctor Vignati, ha expresado: “Llanquetruz no era un indio vulgar; era capaz de elevarse a especulaciones intelectuales de orden étnico –la influencia telúrica es tan violenta en él como en otros de mayor prosapia- que, por disparatadas y pueriles que sean, muestran un cerebro que pensaba en algo más que en satisfacciones materiales como lo hacían sus connacionales. Llegó a exponer tesis propia relativa al parentesco que vinculaba a los alemanes con los habitantes norpatagónicos”. Posteriormente agrega: “no era un hombre vulgar”.


Fuente


Cutolo, Vicente Osvaldo – Nuevo diccionario biográfico argentino – Buenos Aires (1985).

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.

Pérez, Daniel Eduardo – Nicanor Otamendi, el héroe de San Antonio de Iraola.

Portal www.revisionistas.com.ar

Torti, Enrique – El escuadrón inmolado – La Nueva Provincia (Bahía Blanca).

Vignati, Milcíades A. – Un capítulo de etno-historia norpatagónica – Buenos Aires (1972).