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sábado, 15 de junio de 2024

Patagonia: El primitivo servicio de carretas entre Río Gallegos y Lago Argentino

"El tiempo de las carretas entre Gallegos y Lago Argentino."

Por:  Ibarra Philemon
Archivo Historico Municipal El Calafate




Tiempo de las carretas Entre Gallegos y Lago Argentino. Hubo un tiempo memorable de carretas, carros o chatas, tiradas por bueyes, mulas y caballos, que recorrieron las zigzagueantes huellas del territorio entre 1880 y 1930 aproximadamente. Esas tropas de chatas unieron los pueblos costeros con las estancias que iban formándose para “bajar” los fardos de lana y “subir” víveres y materiales. Este tiempo fue de epopeya por el clima muchas veces adverso y los oficios de artesanos que generó alrededor de los fletes, que luego la tracción a motor, el progreso, lentamente iría dejando atrás y en el olvido. Entre el lago Argentino y Gall Ríquez, Clark y Carrera Muchas estancias grandes o medianas tuvieron sus propias chatas, pero otros establecimientos, sobre todo los pequeños, elegían contratar el servicio de una tropa de chatas. Juan Pablo Ríquez nació en Uruguay, viajó en 1868 a Punta Arenas, Magallanes, donde fue capataz de la estancia “San Gregorio”. En esos primeros años la lana de Santa Cruz se llevaba al puerto de Punta Arenas. Eugenio Fernández -poblador de “Alquinta”- siempre contaba que una vez se le empantanaron los carros en la vega de “San Gregorio” y Ríquez se acercó a conversar con él: “Ponemos todas las yuntas de bueyes y no podemos sacarlas”, dijo Eugenio, y Juan Pablo respondió, “Pero es lo más sencillo, sáquenles las ruedas y cinchen los carros para que salgan como trineos” y así pudieron sacarlas. Era 1890, aproximadamente, cuando Eugenio Fernández entusiasmó a Ríquez para que viajara a Santa Cruz, porque había campos fiscales que estaban disponibles y éste pobló “Las Horquetas”. (Rodolfo Suárez había poblado otra estancia con el mismo nombre). Uno de sus hijos, Juan Emilio Ríquez, tuvo un carro tirado por caballos y en ese tiempo competía con Francisco Díaz, que también bajaba lana. En los campamentos corrían carreras de caballos, porque cada flota tenía un animal preferido. En sociedad con su primo Juan Marcos Clark y Luciano Carrera le bajaban la lana a Roy Watson de “Rincón Grande” hasta Puerto Santa Cruz y después, ya con unas catorce carretas y bueyes, fleteaban la lana de estancia “Anita”, entre otras. En esa época llevaron los materiales para las primeras estancias que se estaban formando. El invierno de 1905, que fue muy malo, los sorprendió por la estancia “El Tranquilo”, quedándose sin bueyes. No les molestó porque allí había siete mil vacunos salvajes y se dedicaron a amansar nuevas yuntas para sus carretas. Más adelante disolvieron la sociedad y cuando Ríquez fue como capataz a la estancia “El Tero”, de los Clark, sus carretas quedaron a cargo de Cárcamo, que trabajaba en “Fuentes del Coyle”. En 1923 Ríquez vendió cinco de las diez carretas que tenía trabajando y le compró el campo a Muñiz en 10.000 pesos y allí nacería “Verdadera Argentina”. Muchos de los fleteros fueron españoles. La vida cotidiana en España consistía en levantarse temprano para ordeñar las vacas, llevarlas al prado a pastar y buscarlas en la noche. Para aprovisionarse, las familias, hacían trueque entre las distintas aldeas e intercambiaban leche por polvo de trigo, uvas, etcétera. Cocinaban con grasa de chancho y cocían los alimentos en cacerolas que colgaban en los fogones de piedra. Las casas tenían el establo para los animales en la planta baja y en el primer piso se distribuían las habitaciones del hogar. Muchos jóvenes emigraron porque allí la vida era difícil, ya que no había posibilidades para prosperar. Luis Núñez Luis Núñez, nació en 1888 en Orense, Galicia y emigró en 1903, a los 15 años, para radicarse en Rosario, Santa Fe, con su hermano mayor Deotino. En 1906 se trasladaron a Río Gallegos donde ya se encontraba el otro hermano, Gerardo. Luis trabajó en el negocio de la firma “Varela y Fernández” donde ahorró el dinero suficiente para comenzar la actividad de fletero junto a su hermano. Transportaban fardos de lana, con carros tirados por caballos, desde las estancias al pueblo para embarcarlos. También llevaban víveres y materiales como chapas, maderas y alambrados, ya que eran los años en que se estaban construyendo muchos de los establecimientos ganaderos del territorio de Santa Cruz y, en 1912, transportaron algunos materiales para la construcción del puente de Güer Aike. En sus viajes abarcaban la zona de Gallegos y alrededores y la del lago Argentino para llegar al puerto de Gallegos y al de Puerto Coyle en su primera época. Luis Núñez llegó a tener 18 carros tirados por unos 20 animales cada uno. Trabajaban aproximadamente 25 hombres. Los carros eran llamados “chatas” y el paradero en Gallegos era el hotel “Los Hornos”, alejado de lo que era el centro del pueblo. Debían cuidar unos 400 caballos, alimentándolos y reponiéndolos después de cada viaje en “Las Nieves”, el campo que Núñez adquirió en 1918, ubicado en la zona de La Esperanza. Luego en la casa que adquirió en calle Zapiola y San Luis (hoy Jofré de Loaiza), en Gallegos tuvo caballeriza y herrería para enllantar los carros. La competencia en el transporte era con Domingo Campos y Willy Carper, entre otros, quienes tenían también su flota de chatas. Al poco tiempo Luis y su hermano Gerardo tuvieron cada uno su propia flota de chatas, aunque a veces trabajaban juntos. La oficina de contratación fue por muchos años el escritorio de Elbourne y Slater y el herrero que arreglaba los carros era Spartero Cerangiolli. El trayecto de Río Gallegos a El Calafate llevaba 20 días y se hacía en etapas de cinco leguas por jornada, acampando y pastoreando en el camino, muchas veces entrando en conflicto con los estancieros que no querían que los animales de las chatas pastorearan en sus campos, significaba un problema trasladar tantos animales. Durante el invierno no había actividad, entonces se arreglaban los aperos de los carros, se realizaban las refacciones para que en la primavera siguiente toda la tropa de chatas estuviera a punto. (Más tarde, en 1918, Luis Núñez fue incorporando camiones ingleses o tractores, como también se los llamaba, de marca Four Wheel Drive y Nash Quad, comprados en Punta Arenas, ambos de ruedas macizas y sin cabina, salvo que se les fabricara alguna). Contaba Luis que la bajada del Lago Argentino (Bajada de Rodiño, luego de Miguez) era muy complicada para descender con las chatas, colocaban seis caballos adelante del carro y unos 18 caballos tirando para atrás, así descendían lentamente la cuesta. Más de una vez se desbarrancó la chata atropellando a los animales, eran carros que cargaban 7.000 kilos. En las subidas, a veces algunos caballos quedaban colgados de las varas del carro debido a la ondulación natural del terreno. En los años que siguieron el transporte ya no tenía tanto auge como al principio, Luis quiso adaptarse a los cambios y optó por poblar un campo. Solicitó tierras para fundar la estancia “Los Luises” en la zona de Lemarchand, convirtiéndose en ganadero y dedicándose a la explotación ovina. Narciso “Gaucho” García Si bien Narciso “Gaucho” García nació en Buenos Aires, sus padres eran españoles. Ellos, Ramón García y Dolores Mastache, lo trajeron a Gallegos de meses. “Gaucho” no amansaba pero era muy de a caballo. Siguió con la tropa de chatas y carros que comenzó su padre. Contaban que un viaje al lago (Argentino) tardaba un mes, haciendo tres leguas por día. Sus cuñados Enrique “Cuti” y “Pacacho” Trevisán trabajaron con él. Una temporada fueron a Punta del Monte (campos de estancia “Sofía”) y cuando estaban saliendo del monte se les dio vuelta un carro y a “Gaucho”, que quedó apretado debajo, se le quebró una muñeca. Así anduvo manejando su carro hasta que después de cinco días llegó a Gallegos donde lo vio el doctor Zumalacárregui. Se convirtió en el primer paciente porque “Zuma” recién había llegado al pueblo. Más adelante “Gaucho” cambió los carros por camiones International y siguió haciendo fletes a las estancias. En 1937 consiguió un campo por la zona de El Cifre que llamó “La Filomena”. Nicolás Ajís Nicolás Ajís llegó a Río Gallegos en el año 1903, contando con tan sólo once años de edad, lo hizo siguiendo el consejo de su tío Emilio Rodiño, propietario del hotel “Español”. Una vez en el pueblo, vivió con sus tíos, a quienes ayudaba en el hotel como mozo y estudió en el Colegio Salesiano, luego de finalizada la escuela, trabajó en el negocio “Varela y Fernández”, donde estuvo junto a José González, quien luego sería el propietario del almacén “La Favorita”. Años más tarde Emilio Rodiño se ausentó por un tiempo y pobló un campo en la zona de Deseado al que bautizó “La Rosa” y regresó a Gallegos para vender el hotel. Nicolás también adquirió una chata tirada por caballos y se dedicó a los fletes, llevando mercadería a las estancias y bajando la lana al pueblo; él tenía su tropilla pastando en los campos que luego pediría al Gobierno Nacional. Más adelante junto a su esposa se harían cargo del hotel “Cerro Fortaleza” hasta convertirse en estancieros poblando “La Leonor”. Domingo Campos En 1900 llegaron al país los hermanos Bonifacio y Domingo Campos, provenientes de Castasueiro, La Coruña. El primero se radicó en Buenos Aires y abrió una librería. Domingo trabajó en la farmacia de un familiar, pero como no le gustaba la ciudad, con dieciséis años se trasladó al sur. En 1904 llegó a Río Gallegos y trabajó en carpintería y en el arreglo de chatas. Domingo empezó fabricando chatas y carros para también dedicarse al transporte. Adquirió un campo que llamó “Puesto Travesía” donde alcanzó a tener dos mil yeguarizos, ya que su tropa tenía entre diez y doce chatas. En esta actividad la reposición de animales era fundamental, por eso la importancia de su cría. En esos años llegaban a transportar cincuenta mil kilos de mercaderías. Cada chata contaba con dieciocho caballos, pero cuando tenían que cruzar el río Turbio o subir una cuesta, ponían los cadeneros y llegaban a emplear veinticuatro caballos por carro, entonces debían llevar una tropilla y al tropillero que también iba amansando y cada vez que llegaban a un lugar para acampar, eran unos doscientos caballos que se movían de un lado al otro. Cruzar el río Turbio era dificultoso, contaban que muchas veces con la correntada se daban vuelta las chatas. En ese tiempo no había seguros para el caso que se perdiera la mercadería y el trato era de palabra. Estos viajes cubrían la zona de Río Turbio, Calafate y Cancha Carrera. En un mismo viaje fleteaban víveres para varias estancias, que se llevaban una sola vez y para todo el año. El viaje al lago llevaba dieciséis días. En Gallegos paraban en el hotel “Los Hornos”, generalmente los fardos de lana quedaban en el predio de alguna barraca o bien en la misma playa, luego buscaban la mercadería en los negocios y a los pocos días volvían a salir al campo. En Gallegos y en “Puesto Travesía” se hacían las reparaciones de los carros y muchas veces también en el camino. Las chatas de Suárez eran tiradas por caballos y burros; las de Núñez por caballos y mulas y las de Campos solamente por caballos, al igual que las de Berberena de Lago Argentino El personal que manejaba las chatas no siempre era de lo mejor, los había peligrosos, aunque también muy fieles, por eso que en esos años la gente acostumbraba a movilizarse armada. Un viejo criminal apodado “Sombrero verde” trabajó con Domingo después de haber salido de la cárcel. Más adelante Domingo también se convertiría en estanciero. Francisco “Quico” García Francisco “Quico” García nació en 1892 en Vega del Ciego, Asturias, su familia se dedicaba a la labranza y cría de animales. Estudió con el cura del pueblo y a los catorce años ya trabajaba en las minas de carbón Duro Felgueras. Para evitar el servicio militar, a los veintidós años, respondió en 1912 al llamado de su hermano Constantino García que ya estaba radicado en Santa Cruz donde era alambrador y arriero. Francisco acompañó a su hermano en las tareas rurales junto a otros tantos asturianos. Con los años Constantino pobló la estancia “La Asturiana”, cerca de Esperanza. Francisco continuó alambrando y arreando, durante sus primeros años de hombre americano hasta que lo sorprendió la huelga rural de 1921 en la estancia “La Nevada” en la zona de Puerto Santa Cruz. A salvo, después de esos sucesos, adquirió una chata para bajar la lana de las estancias a los puertos, actividad que se hacía durante los meses de diciembre, enero, febrero y marzo de cada año, principalmente a Puerto Santa Cruz. Utilizaba tropas de caballos, tenía muchos estancieros como clientes y es interesante saber que los hoteles a lo largo de los caminos, estaban ubicados según las paradas de las chatas, que podían avanzar dos leguas por día y es por eso que surgieron El Calafate, Río Bote, El Cerrito, Esperanza, Fortaleza, Laguna Benito, Horquetas, Güer Aike y el manantial de Killik Aike Sur, hasta llegar finalmente a Gallegos. En ese entonces las chatas constituyeron una actividad muy importante, y cuando las tenían que reparar iban a las herrerías de Gaydoch, de Spartero Cerangiolli y a la de Núñez, los carreteros paraban en los hoteles de campo de la calle Zapiola y Francisco se hospedaba en “El Tropezón”, de los Sierpe, y dejaba la caballada descansando en los grandes patios. Francisco usaba pantalones breeches y antes de calzarse las botas, para resguardarse del frío, sobre las medias se fajaba las piernas con unas largas tiras de arpillera o lana. En el camino siempre llevaba su rifle para cazar, especialmente avestruces. Aprendió a preparar la picana, un nuevo plato que incorporó a su dieta. En 1929 Francisco García se modernizó y compró en La Anónima un camión Dodge. En el lago Argentino En la zona del lago Argentino todo el flete de la lana pasaba por el Mitre. El uruguayo Alejandrino Núñez tenía seis carros (de dos ruedas) tirados por caballos, y dos chatas (dos ruedas chicas adelante y dos grandes atrás). Manuel Díaz tenía su flota de carros tirados por bueyes, llevaba la lana en carro hasta Río Gallegos y regresaba con los víveres, demorando en cada viaje cerca de treinta días. También hacía viajes para otras estancias, como “Alta Vista” y “Cerro Buenos Aires” de Stipicic. El vivía en “Chorrillo Malo” que era de su hermano. Horacio Posadas fleteaba por los alrededores, aunque no bajaba a Gallegos; Sixto Boillos tuvo carretas con bueyes y también fleteaban los chilenos Juan Gómez y Gregorio Mansilla. Quien tenía tropa de carros o chatas se la pasaba bajando lana y acarreando leña y víveres para la zona del lago y el Cerrito. Cecilio Freile tenía el hotel Mitre y, además, dos carretas que manejaban Clorindo Ulloa y Francisco Baeza. El les encargaba que en Gallegos retiraran de “La Anónima” o “La Mercantil” veinte bolsas de azúcar de setenta kilos; cajones de fideos surtidos y bordalesas de vino (200 litros) para todo el año, además de yerba, harina y legumbres. El flete demoraba alrededor de quince días de ida y otros tantos de vuelta, si no rompían nada en el camino. En invierno la zona quedaba aislada, pero nadie se hacía mayor problema porque estaban provistos con todo lo que fuera víveres hasta la primavera. Entre Santa Cruz y San Julián A los diecisiete años Nicolás Cozzetti fue campañista y ovejero en la estancia “Monte León”, adonde amansaba y aprendió las tareas de campo. En 1916 volvió de la milicia, estuvo viviendo poco tiempo en Puerto Deseado hasta que se inició con los fletes. Consiguió una carreta y dos carros tirados por caballos, con los que viajaba a las estancias de la zona norte del río Santa Cruz, como “Laurita” y “La Blanca”, en la Pampa Alta. En la temporada de verano trabajaba con los carros, bajando lana y subiendo víveres y materiales. Cuando llegaba la época en que se terminaban los viajes, dejaba su caballada en campos de “La Luchita”, “Cien bis” y “Bi Aike”. Quedaba durante el invierno como ovejero en “La Luchita” hasta la temporada siguiente. Más adelante Nicolás adquirió “Mank Aike”.


Acerca De Las Fotos:

  • “Quico” García en una de sus chatas, Puerto Santa Cruz, 1922.
  • Las chatas de Núñez en calle Zapiola, Río Gallegos, 1915.
  • La tropa de chatas de Campos cargadas de postes y leña, sección “Laguna 4 Salada” de “Fuentes del Coyle”, 1915.
  • Otra imagen de “Quico” García y sus chatas en Santa Cruz.
  • Otra imagen de una de las chatas de Castro.
  •  Juan Emilio Ríquez.

Por: Pablo Beecher En La Opinión Austral
Los primeros transportes, específicamente en nuestra zona del Lago, cuya historia he desarrollado varias veces e incluso una Muestra hace años que debió ser permanente, las menciones a algunos de nuestros pioneros, Freile, el papá de el Nuno Mancilla, Díaz, Ulloa, Baeza, etc. Hay varios que no se nombran pero suele pasar, Cuadrado, Gutierrez, asimismo mi bisabuelo Almonacid o mi tío abuelo Zuñiga entre muchos.




martes, 22 de noviembre de 2022

Egipto Antiguo: La expedición de la reina Hatshepsut al sur del reino



El misterioso viaje de la reina Hatshepsut al país de Punt: ¿expedición de guerra o visita comercial?

Ancient Origins

Las murallas del gran templo de Karnak nos cuentan la historia de una expedición de imponentes navíos a la misteriosa tierra conocida como Punt. La flota de la reina Hatshepsut navegó hasta allí por razones que hoy desconocemos. Las interpretaciones habituales se pueden resumir en que Hatshepsut tenía la intención de obtener algún botín de su expedición a Punt, aunque este viaje podría también deberse a algún otro motivo.

Hatshepsut fue una famosa reina de la dinastía XVIII de Egipto. Vivió unas de las épocas más magníficas de la historia de Egipto, por aquel entonces una nación poderosa cuya tesorería en los palacios reales se encontraba repleta de oro. Se desconoce cuándo inició Hatshepsut sus preparativos para viajar a Punt, aunque probablemente se tratara de una travesía bastante costosa.

 

El camino hasta Punt

La reina faraón ordenó la construcción de numerosos barcos en los astilleros que había a orillas del Nilo, navíos que fueron transportados por tierra hasta los puertos del Mar Rojo. Algunos investigadores creen que Hatshepsut quería atacar Punt, aunque esta afirmación plantea otros interrogantes.

Para empezar, se desconoce en nuestros días la localización exacta de Punt, aunque es posible que se encontrara en el territorio de la actual Etiopía. Algunos indicios sugieren que Punt no estaba lejos de Egipto. Por ejemplo, un funcionario de la Dinastía VI (Imperio Antiguo) afirmaba haber visitado Punt y Biblos en once ocasiones. Esto implicaría que Punt probablemente estuviese ubicado cerca de Biblos. Por otro lado, disponemos de información de la Dinastía V en la que se da testimonio de que el faraón Sahure volvió de Punt con 80.000 medidas de mirra. Existen muchos otros registros históricos del comercio entre egipcios y puntianos a lo largo del período del Imperio Medio.

El Mar Rojo y sus rutas comerciales habituales por tierra y mar desde el antiguo Egipto. (Public Domain)

Parece que las expediciones comerciales a Punt eran algo muy habitual para los faraones egipcios. ¿Por qué querría entonces Hatshepsut atacar y saquear una nación que había sido tradicionalmente el país en el que los egipcios compraban preciosas mercancías?

Durante la Dinastía XVIII, el faraón Tutmosis III conquistó Punt en el primer año de su reinado. Ese mismo año también ocupó los territorios de Palestina, Nubia y la Tercera Catarata (cerca de Napata). Todas estas tierras se encontraban cerca de Egipto, por lo que Punt no debería ser una excepción. En las inscripciones descubiertas en Deir el-Bahari, el nombre de Punt aparece escrito como parte de Egipto, no como un país extranjero.

A una mujer le encanta ir de compras

Punt era famoso por ser un paraíso para todo aquél a quien le encantaran las mercancías de lujo. Los relieves de Karnak nos muestran las mercancías que trajo Hatshepsut a su regreso de Punt. Había animales, alimentos, piedras preciosas y otros tesoros. Los historiadores creen que Punt era la sede de un oráculo por el que la reina faraón sentía especial devoción. Sin embargo, la traducción de las inscripciones del relieve no es clara, y puede interpretarse de dos maneras:

No tiene enemigos entre los del sur
ni antagonistas entre los del norte.
Los cielos y toda tierra extranjera creada por los dioses le rinden pleitesía
Vienen a ella con temor en su corazón, sus jefes inclinan la cabeza,
con tributos a sus espaldas. Los presentan junto a sus hijos,
para que ella les conceda el aliento de la vida,
por la grandeza del poder de su padre Amón,
que puso a todos los países a sus pies, 
al propio rey, el rey del Alto y el Bajo Egipto Maatkare.
La majestad del palacio suplicó a las escalinatas del Señor de los dioses
y se oyeron instrucciones desde el Gran Trono, un oráculo del propio dios:
Explora las rutas de Punt, abre los caminos que conducen a las terrazas de mirra,
y encabeza una expedición por tierra y por mar para traer exóticas mercancías de la Tierra de Dios,
a este dios que creó su belleza.

Algunos historiadores aún creen que Hatshepsut viajó a Punt para conquistarla de nuevo, o para robar sus valiosas mercancías y saquear su capital. Sin embargo, parece más razonable llegar a la conclusión de que su visita fue de naturaleza pacífica. El nombre del faraón, a quien se llama ‘Maatkare’ en las antiguas inscripciones, no suena al de un invasor.

En este relieve podemos observar los árboles de incienso y mirra traídos por Hatshepsut a su regreso de Punt. (CC BY-SA 3.0)

¿Expedición de saqueo o visita amistosa?

Más adelante, en la misma inscripción descubrimos las razones de la visita de Hatshepsut a Punt. El texto sugiere que se ha concedido tradicionalmente demasiada importancia a las hipótesis de una guerra o una invasión. Dice el faraón en el texto:

Te he concedido Punt en toda su extensión, incluidas las tierras de los dioses
la Tierra de Dios en la que nadie ha entrado, y las terrazas de mirra desconocidas para los egipcios.
De las que se oyeron rumores, de los relatos de los ancestros. Se trajeron mercancías exóticas,
se trajeron de allá para tus padres, reyes del Bajo Egipto,
de una tierra a la otra, desde la época de nuestros ancestros hasta que reinaron los reyes del pasado,
a cambio del pago por su precio. Nadie podrá seguir a tus exploradores,
pues haré que tu expedición entre allí tras haberles guiado yo por tierra y por mar,
revelándoles los caminos inexplorados después de que yo haya entrado en las terrazas de mirra.

Más adelante, la inscripción habla de las mercancías que los egipcios embarcaron en sus naves. Se intuye asimismo que los egipcios no conocían demasiado bien el país de Punt. ¿Suena realmente a una invasión? En absoluto. Parece más probable que el viaje de Hatshepsut a Punt estuviese motivado por un interés en la adquisición de determinadas mercancías. Se desconoce, no obstante, si la reina obtuvo los artículos que necesitaba como conquistadora del país de Punt o si, como muchos de sus ancestros, veía en Punt lo que hoy sería una especie de gigantesco centro comercial.

Expedición egipcia a Punt durante el reinado de Hatshepsut. (CC BY-SA 3.0)

La verdad saldrá a la luz

La inscripción narra asimismo la felicidad del pueblo de Punt al ver llegar a los egipcios, y cómo ofrecen a sus visitantes gran cantidad de valiosas mercancías. Asimismo se menciona que los reyes de Punt se sintieron muy complacidos ante la visita de Hatshepsut. Nada parece indicar que la reina faraón agrediera en modo alguno al reino de Punt.

Los barcos, descritos a menudo como barcos de guerra, no presentan señales de haber sido aparejados más que como transportes. Parece que muchos de los antiguos análisis estaban basados en una premisa equivocada. Es prácticamente imposible que Hatshepsut viajara a Punt para conquistarlo, más bien parece, casi con toda seguridad, que buscara satisfacer su vanidad con los tesoros de aquel misterioso reino.

Árbol ante el templo de Hatshepsut. Se cuenta de este árbol que fue traído a Egipto desde Punt por la reina faraón en la expedición de la que hablan las inscripciones de los muros del templo de Karnak. (CC BY-SA 3.0)

Imagen de portada: Estatua de piedra de Hatshepsut (CC BY-SA 2.0) y soldados egipcios integrantes de la expedición de Hatshepsut a la Tierra de Punt, tal y como aparecen representados en el templo de la reina faraón construido en Deir el-Bahari. (CC BY 2.0)

Autor: Natalia Klimczak

Este artículo fue publicado originalmente en www.ancient-origins.net y ha sido traducido con permiso.

 

 

Fuentes:

Joyce Tyldesley, ‘Hatchepsut: The Female Pharaoh’,1996.

Kara Cooney, ‘The Woman Who Would Be King’, 2014.

‘Punt expedition of Queen Hatshepsut’, disponible en:
https://mjn.host.cs.st-andrews.ac.uk/egyptian/texts/corpus/pdf/HatshepsutPunt.pdf

‘Queen Hatasu, and her expedition to the land of Punt’, disponible en:
https://digital.library.upenn.edu/women/edwards/pharaohs/pharaohs-8.html

Hatshepsut's Expedition to Punt: Its Purpose and Commemoration by Emmet Sweeney, disponible en:
https://www.hope-of-israel.org/expeditionpunt.html

lunes, 12 de septiembre de 2022

Los fenicios llegan al Atlántico

Los primeros viajes al Atlántico

Weapons and Warfare
 



Los fenicios fueron los primeros en construir barcos adecuados y en desafiar las turbulentas aguas del Atlántico.

Sin duda, los minoicos antes que ellos comerciaron con gran vigor y defendieron sus rutas comerciales en el Mediterráneo con una fuerza naval rápida y cruel. Sus barcos, construidos con herramientas de bronce de bordes afilados, eran elegantes y fuertes: estaban hechos de cipreses, aserrados por la mitad y traslapados, con lino pintado de blanco y entallado extendido sobre las tablas, y con una vela suspendida de un mástil de roble y remos para complementar su velocidad. Pero trabajaban solo de día, y viajaban solo entre las islas a unos pocos días de navegación de Creta; ni una sola vez ningún minoico se atrevió a aventurarse más allá de las Columnas de Hércules, hacia las rompientes olas del Mar de la Oscuridad Perpetua.

Los minoicos, como la mayoría de sus talasocracias rivales, aceptaron sin reparos las leyendas que envolvían el Atlántico, las historias y las sagas que conspiraban para mantener alejados hasta a los más atrevidos. Las aguas más allá de los Pilares, más allá del mundo conocido, más allá de lo que los griegos llamaban oekumen, la tierra habitada, eran simplemente demasiado fantásticas y espantosas para siquiera pensar en desafiarlas. Podría haber habido algunas maravillas atractivas: cerca de la costa, los Jardines de las Hespérides, y un poco más allá, el mayor de todos los países de las maravillas filosóficas griegas, la Atlántida. Pero por lo demás, el océano era un lugar envuelto en terror: no puedo encontrar ninguna forma de salir de este oleaje gris, bien podría haberse quejado Odiseo, ninguna forma de salir de este mar gris. Los vientos aullaban con demasiada fuerza, las tormentas estallaban sin previo aviso,

Sin embargo, el mar interior relativamente pacífico del mundo clásico se convertiría en un campo de entrenamiento, una escuela infantil, para aquellos marineros que con el tiempo, y como parte inevitable del progreso humano, se mostrarían infinitamente más atrevidos y comercialmente ambiciosos que los minoicos. Justo en el momento en que Santorini estalló y, como muchos creen, dio el golpe final y fatal a las ambiciones minoicas, así despertó el más mercantil de los levantinos. Desde su franja de tierra costera —una franja que, con el tiempo, se convertiría en el Líbano, Palestina e Israel, y que puede describirse como una tierra con una tendencia innata hacia la ambición—, los grandes barcos fenicios se aventuraron y navegaron hacia el oeste, comerciando, luchando , dominando.

Cuando llegaron a las Columnas de Hércules, alrededor del siglo VII a. C., a diferencia de todos sus predecesores, decidieron no detenerse. Sus capitanes, sin duda hombres audaces y leales, decidieron navegar a través de las olas y las tormentas, y ver antes que todos los demás hombres lo que había más allá.

Los hombres del puerto de Tiro parecen haber sido los primeros en hacerlo. Sus botes, "barcos redondos" o galloi, de manga ancha y en forma de hoz, llamados así por las sinuosas y gruesas curvas de los cascos, y a menudo con dos velas suspendidas de fuertes mástiles, uno en el centro del barco y otro cerca del pique de proa, eran hecho de tablas de cedro taladas localmente y sorprendentemente hábilmente maquinadas, fijadas con juntas de mortaja y espiga y selladas con alquitrán. La mayoría de los barcos de larga distancia de Tiro, Biblos y Sidón también tenían remeros: siete a cada lado para los barcos mercantes más pequeños, bancos dobles de trece a cada lado de los barcos más grandes, lo que les daba una formidable ventaja de aceleración. Sus decoraciones eran grandiosas y, a menudo, deliberadamente intimidatorias: enormes ojos pintados en la proa, dragones con muchos dientes y tigres rugientes con cuchillas metálicas en las puntas,

Los barcos fenicios se construyeron para los negocios. El famoso naufragio de la Edad del Bronce descubierto en Uluburun, en el sur de Turquía, por un buceador de esponjas en 1982 (y que, si bien no es definitivamente fenicio, ciertamente era típico de la época) mostró tanto la magnífica variedad de bienes comerciales disponibles en el Mediterráneo como la amplia gama de viajes a realizar. Evidentemente, la tripulación de este viaje en particular la había llevado a Egipto, a Chipre, a Creta, al continente de Grecia y posiblemente incluso a España. Cuando se hundieron, presumiblemente cuando la carga se movió en una tormenta repentina, las bodegas de los galloi de cuarenta y cinco pies de largo contenían una masa desconcertante y fatalmente pesada de delicias, mucho más de lo que John Masefield podría haber imaginado. Había lingotes de cobre y estaño, vidrio azul y ébano, ámbar, huevos de avestruz, una espada italiana, un hacha búlgara, higos,

La posibilidad de que el barco Uluburun llegara hasta España sugiere las ambiciones de navegación de los comerciantes. Los cuarenta lingotes de estaño incluidos en el cargamento insinúan su motivo comercial. El estaño era un componente esencial del bronce y, desde la introducción de las monedas de metal en el siglo VII a. C., su demanda había aumentado considerablemente. Los levantinos sabían anecdóticamente que el estaño aluvial se encontraba en varios de los ríos que caían en cascada desde las colinas del centro sur de España, sobre todo el Guadalquivir y el Guadalete, pero también el Tinto, el Odiel y el Guadiana. y así, los fenicios, por esta época, decidieron moverse y hacer caso omiso de las advertencias legendarias. Para ellos, con el conocimiento limitado que tenían y las jeremiadas que diariamente ofrecían los videntes y sacerdotes,



Y así, viajando en convoy por seguridad y comodidad, los primeros valientes marineros pasaron bajo las airadas frentes de los pilares de roca —Gibraltar al norte y Jebel Musa al sur— y se abrieron paso vacilante, sin incidente aparente, a lo largo de la costa ibérica, y encontrando cosas más agradables de lo que imaginaban, porque estaban a la vista de la tierra todo el tiempo y no se aventuraron a profundidades más profundas, establecieron las estaciones comerciales oceánicas que ocuparían durante los siguientes cuatro siglos. La primera fue en Gades, el Cádiz actual; el segundo fue Tartessus, hoy perdido hace mucho tiempo, posiblemente mencionado en la Biblia como Tharshish, y por Aristófanes por la calidad de las lampreas locales, pero se cree que está un poco más al norte de Gades, a lo largo de la costa atlántica española en Huelva.

Fue desde estas dos estaciones desde donde los marineros de la marina mercante fenicia comenzaron a perfeccionar sus técnicas de navegación en los grandes océanos. Desde aquí se embarcaron por primera vez en los largos y peligrosos viajes que serían precedentes para los dos mil años siguientes de la exploración oceánica de estas tierras.

Vinieron primero por la lata. Pero mientras este comercio florecía, lo que llevó a los mercaderes a navegar a Bretaña y Cornualles e incluso quizás más allá, fue su descubrimiento de los hermosos caracoles murex lo que los llevó mucho más allá de las costas de su imaginación.

La magia del murex había sido descubierta setecientos años antes, por los minoicos, quienes advirtieron que, con tiempo y trabajo, los moluscos podían secretar grandes cantidades de un rico e indeleble tinte púrpura-carmesí, de un color tan memorable que La aristocracia minoica rápidamente decidió vestirse con ropa coloreada con él. El color era costoso y había leyes que prohibían su uso por parte de las clases bajas. El tinte murex se convirtió rápidamente, para los minoicos, los fenicios y, sobre todo, para los romanos, en el color más preciado de la autoridad imperial. Uno nació para la púrpura: solo uno así vestido podría ser parte del vasto trabajo de motor del gobierno romano, o como dice el Oxford English Dictionary, de los "emperadores, magistrados superiores, senadores y miembros de la clase ecuestre de la antigua Roma". .”

Hacia el siglo VII a. C., los fenicios marítimos se aventuraban a salir de sus dos almacenes españoles en busca de los moluscos que excretaban este colorante. Encontraron poca evidencia de ello en sus búsquedas al norte, a lo largo de la costa española; pero una vez que se dirigieron hacia el sur, abrazando los bajos acantilados arenosos de la esquina norte de África, y cuando las aguas se calentaron, encontraron colonias de murex en abundancia. A medida que exploraban, protegieron sus barcos en puertos que parecían probables a lo largo del camino, primero en una ciudad que construyeron y llamaron Lixus, cerca de Tánger y en las estribaciones del Rif: allí queda un mosaico mal mantenido del dios del mar. Oceanus, aparentemente puesto por los griegos.

Luego se trasladaron al sur y encontraron bienes para comerciar en un estuario cercano a la actual Rabat. Dejaron soldados y campamentos en ciudades costeras aún florecientes como Azemmour, y luego, en botes con proas y popas altas y exageradas, decoradas con cabezas de caballos y conocidas como hipopótamos, se alejaron cada vez más de casa, llegando finalmente a las islas. que se llamaría Mogador. Aquí los gasterópodos se encontraban en grandes cantidades. Y así, este par de islas, que albergan el estuario del río llamado Oued Ksob, está probablemente tan al sur como llegaron, y aquí es donde comenzó su comercio de murex con una venganza dominante.

Lo que ahora se conoce como Les Îles Purpuraires, atado dentro de un vórtice espumoso de rasgaduras de marea, se encuentra en medio del puerto de lo que ahora es la ordenada joya marroquí de Essaouira. Esta ciudad es ahora mejor conocida por sus gigantescas murallas junto al mar del siglo XVIII, debidamente fortificadas con parapetos y troneras, bastiones puntiagudos y filas de cañones negros, y que encierran una hermosa medina enclaustrada. Las pasarelas en la parte superior de los muros cortina son el lugar perfecto para observar el oleaje constante de las olas del Atlántico, especialmente cuando el sol se pone sobre el mar. Los fenicios necesitaban que los caracoles se reunieran por millas allí, en las grietas de las rocas, y los recogían en cestas con lastres y cebos.Extraer el tinte, conocido químicamente como 6,6′-dibromoíndigo y liberado por los animales como mecanismo de defensa, fue bastante menos fácil, el proceso siempre se mantuvo en secreto. La vena de tintura del animal tuvo que ser removida y hervida en cuencos de plomo, y se necesitarían muchas millas de caracoles para producir suficiente púrpura para teñir una sola prenda. Se comerciaba, y el comercio estaba estrictamente controlado, desde el puerto de origen de los marineros que lo recolectaban: Tiro. Durante mil años, la auténtica púrpura de Tiro valía, onza por onza, veinte veces el precio del oro.

La aptitud ahora demostrada de los fenicios para navegar por la costa del norte de África iba a ser la llave que abre el Atlántico para siempre. El miedo a las grandes aguas desconocidas más allá de las Columnas de Hércules se disipó rápidamente. En poco tiempo, un espectador situado en lo alto de los peñascos de piedra caliza de Gibraltar o Jebel Musa sería capaz de divisar otras embarcaciones, de otras naciones, europeas, norteafricanas o levantinas, pasando de las tranquilas aguas azules del Mediterráneo a las grises olas del Atlántico. tímidamente al principio tal vez, pero pronto audaz e impávido, tal como lo habían sido los fenicios.

“Multi pertransibunt, et augebitur scientia” era una frase del Libro de Daniel que se inscribiría debajo de una ilustración fantasiosa, grabada en la portada de un libro de Sir Francis Bacon, de un galeón que se alejaba, entre los Pilares, destrozando las comodidades y seguridades de antaño. “Muchos pasarán, y su conocimiento será cada vez mayor”, probablemente se traduzca mejor, y fue gracias a los gasterópodos de venas moradas ya los fenicios que fueron lo suficientemente valientes como para buscarlos que tal sentimiento, con su implicación. que el aprendizaje proviene sólo de la toma de oportunidades y riesgos, se volvería cada vez más cierto. Fue un sentimiento nacido a la entrada del Océano Atlántico.