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miércoles, 8 de diciembre de 2021

Franquismo: El último refugio de los maquis

El último refugio de los maquis

Una exposición en Cantabria rememora el malvivir de los guerrilleros antifranquistas en cuevas y cabañas de vacas

Juan G. Bedoya || El País




El guerrillero y maquis cántabro Juanín (a la derecha) en Peña Ventosa, con dos compañeros.

Existen decenas de libros y varias películas sobre los maquis que combatieron a la dictadura franquista y resistieron en el monte, unos pocos hasta dos décadas después del final de la Guerra Civil. En Francia tienen estatuas y son considerados héroes. En España, los documentos oficiales los llaman bandoleros, forajidos, malhechores o criminales, y cuando eran abatidos por la Guardia Civil se les enterraba en fosas comunes, como si fueran perros, después de exhibir sus cadáveres al público para escarmiento del vecindario que osaba ocultarlos o socorrerles.

Maquis es ahora sinónimo de resistente. En realidad, la palabra italiana macchia, de la que deriva la española a través del francés, define un campo de matorrales. Era el hogar de las guerrillas rurales. Muchos escaparon a Francia cuando dieron por perdida una batalla imposible. Unos pocos se quedaron. Los dos últimos fueron abatidos a lo largo de 1957. Habían sobrevivido en cuevas, en invernales —cabañas de ganado— compartiendo el calor con vacas y caballos, ocultos en zulos de casonas o escondidos en pajares de sus enlaces, caminando por la noche entre las carrascas, por senderos por los que solo transitaban cabras; atravesando barrancos y durmiendo en cuevas naturales, o agazapados entre matorrales.

Fotografías de maquis y cómplices de maquis recogida en un libro sobre la exposición.

Ese terrible malvivir palpita en decenas de fotografías y documentos que se exhiben en la antigua iglesia de San Vicente Mártir, en Potes (Cantabria), hoy sede del Centro de Estudios Lebaniegos. Patrocinada por el Gobierno cántabro, la muestra es obra del fotoperiodista palentino Agustín López Bedoya e incluye los atestados en los que la Guardia Civil relata cómo eran abatidos los guerrilleros, y los castigos que recibían sus cómplices, en su mayoría mujeres. Algunas fueron fusiladas sin miramientos tras choques entre la guerrilla y las fuerzas de seguridad; otras sufrieron torturas y años de cárcel, y más tarde el destierro para evitar que siguieran actuando de enlaces.

La exposición lleva por título Maderas de Oriente. El monte, último refugio. No es poesía. Además de alimentos, tabaco, coñac y ropa, los enlaces se jugaban la vida para abastecer a los guerrilleros de una colonia popular en los años de la posguerra con la que se rociaban el calzado para evitar que los sabuesos de la Guardia Civil les localizaran. Se llamaba Maderas de Oriente.

Las guerras producen relatos legendarios y crean santorales civiles. Así escribe Agustín López sobre el mosaico que acoge un centenar de rostros de guerrilleros de ambos sexos. Los hay de todas las edades y de todas las profesiones. Unos, la mayoría, huían de un fusilamiento seguro; otros se evadieron de campos de concentración y batallones disciplinarios. Esperanzados en que las potencias vencedoras en la Segunda Guerra Mundial liquidarían la dictadura de Franco, mantenían una guerrilla, organizados en batallones o brigadas. La mayoría pasó a Francia a partir de 1947. Los que se quedaron, por motivos muy diversos (enfermedad, hijos, familia, amores o porque sí), fueron liquidados en los siguiente diez años. Eran “los del monte”.

El 25 de abril de 1957, el cadáver de Juan Fernández Ayala, Juanín, estaba tirado en una esquina del cementerio de Potes y un joven sacerdote de la comarca de los Picos de Europa se acercó para rezarle un responso. A punto estuvo de ser agredido por algunas de las autoridades presentes, que lo echaron del lugar a empellones. Se llamaba Ángel Mier y acabó en Suiza como capellán de emigrantes.

Juanín tenía 19 años cuando empezó la guerra y 26 la tarde que se echó al monte, a la anochecida. Estaba en libertad vigilada y trabajaba para Regiones Devastadas en la construcción de la nueva iglesia de Potes, cabecera de la comarca de Liébana. Escapó cuando era conducido al cuartel de la Guardia Civil, donde solía ser apalizado una vez a la semana. La exposición lo muestra ya cadáver, de pie contra una pared para una fotografía ya legendaria. En un hueco de esa pared, en la carretera sobre un viejo molino convertido en camping a las afueras del pueblo de La Vega, a siete kilómetros de Potes, hay siempre flores, a veces frescas, a veces artificiales, que familiares y admiradores reponen cuando se marchitan o se deterioran.

La pared en la carretera a las afueras del pueblo de La Vega, donde familiares y admiradores reponen flores para Juanín. Agustín López Bedoya

En la fotografía, el guerrillero parece un anciano pese a tener 39 años. Ha vivido casi dos décadas con la Guardia Civil pisándole los talones. Se dice que no salió a Francia porque se sentía enfermo de muerte, o porque tenía un amor por la zona de los Picos de Europa. Como a tantos de sus compañeros en la guerrilla, eran los familiares los más castigados, con una represión que incluía torturas para que los delatasen. Visto en perspectiva, los verdaderos héroes de las guerrillas rurales fueron “los del llano”, sobre todo las mujeres (madres, hermanas, novias, amigas), que les ayudaban por solidaridad familiar o vecinal, pero también, muchas, por un compromiso político. Se calcula que un tercio de los integrantes de las redes de apoyo a los del monte fueron mujeres. Además de a la represión, tuvieron que enfrentarse a la maledicencia. En atestados oficiales se las presenta como “concubinas” o se reduce su papel a “las que lavan la ropa a los guerrilleros”.

Exposición ‘Maderas de Oriente. El monte, último refugio’. Centro de Estudios Lebaniegos. Eduardo García de Enterría, 1; Potes (Cantabria). Martes a domingo, de 10.00 a 14.00 y de 16.00 a 18.00. Hasta el 31 de agosto.

 

martes, 13 de agosto de 2019

Argentina: El misterio del bunker nazi de Misiones

El misterio del bunker oculto en la selva misionera para refugio de criminales nazis 

La construcción data de los años 40, y en ella se encontraron objetos asombrosamente reveladores. La investigación de los antropólogos del Conicet que reveló el enigma
Por Alfredo Serra || Infobae

  El refugio para criminales nazis en Teyú Cuaré (Cueva del Lagarto, en guaraní), parque provincial de Misiones, cerca de las ruinas jesuíticas

Créase o no, una oxidada lata de dulce de membrillo con fotos de Hitler y Mussolini fue la confirmación: en Teyú Cuaré (Cueva del Lagarto, en guaraní), parque provincial de Misiones, cerca de las ruinas jesuíticas, hubo un refugio nazi.

Por años, los nativos sospecharon que en ese rincón de la selva se escondía Martin Bormann, lugarteniente de Hitler y uno de sus más obsecuentes servidores, pero es una leyenda…: el criminal nazi murió en 1945, al cruzar un puente mientras huía de una Berlín hecha polvo por los aliados, alcanzado por una granada, según testimonio del criminal Klaus Altmann (nombre de guerra, Barbie), en marzo del 72, a quien esto escribe:

–Muerto y bien muerto, por suerte. Era un sujeto repugnante. Yo lo hubiera matado con mis propias manos.

Ergo: no había razón alguna para que mintiera.

Pero el telón de la verdad se abrió gracias a la minuciosa investigación de Daniel Schávelzon y Ana Igarreta, antropólogos del Conicet, volcada en las 456 páginas del libro Arqueología de un refugio nazi en la Argentina–Teyú Cuaré, Editorial Paidós.
  La lata de dulce de membrillo que contenía fotos de Hitler y Mussolini

Durante meses bajo el sofocante clima misionero, impío cóctel de calor y humedad, y abriéndose paso a machete en esa selva que todo lo devora, llegaron a la planta baja, puerta de entrada del refugio, construida con bloques de piedra casi en forma de pirámide.
  Fotos, papeles, recortes de diarios…

A pesar de su similitud con las ruinas jesuíticas del siglo XVII, otros hallazgos fueron revelando pruebas irrefutables de su data: alrededor de los años 40.

Por ejemplo, en ese refugio de no más de nueve metros cuadrados de base y cinco metros de altura, hallaron una bañadera de azulejos y baño con cañería de hierro y una pared de color azul Prusia.
  Adolf Hitler y Benito Mussolini en una vieja foto encontrada en el refugio

Un camino, también de piedra y de unos veinte metros de largo, llevaba directamente a la puerta de entrada.

Más adelante, una escalera de nueve peldaños para subir hasta el piso superior.

Según los investigadores, "tras un pórtico de acceso hay una sala-comedor, dos dormitorios, baño, cocina, y una habitación se servicio o depósito".

Una de las escaleras del bunker en la selva

En el baño, un inodoro, un contenedor del rollo de papel higiénico, una ducha, un tanque de agua con instalación para agua fría y caliente, y los pisos de baldosa, prueban –más que sugieren– que el bunker fue construido como vivienda secreta de habitantes de refinadas costumbres europeas.

La existencia del refugio coincide con una declaración del almirante Karl Dönitz (1891-1980):

–La flota submarina alemana está orgullosa de haber construido un paraíso terrenal, una fortaleza inexpugnable para el Führer en algún lugar del mundo.

¿Ese lugar fue Teyú Cuaré?
  La construcción del bunker exigió el fatigoso trabajo de muchos hombres. De otro modo era imposible arrastrar desde una cantera y elevar pesados bloques de piedra, apilándolos, hasta completar toda la estructura.

En cuanto a los objetos encontrados, no dejan duda de que fue construido para refugiar nazis y hasta que allí haya vivido un nazi o una familia nazi.

De otro modo no es posible explicar la colección de monedas guardadas en una caja de lata: una, argentina, de 1939, otras de países invadidos por Hitler entre 1938 y 1942, y cuatro de Paraguay, Argentina y Alemania acuñadas hacia el fin de la Segunda Gran Guerra.
  Parte de la colección de monedas encontradas

Y no es todo: se encontró un recorte del diario La Prensa, de 1932, con la foto de un adolescente de las Camisas Pardas hitlerianas (SA) con su uniforme paramilitar; una foto restaurada, año 1934, de Hitler y Mussolini juntos; restos de vajilla de porcelana de Silesia marca Ohme, de alto precio; ampollas de la vacuna Anticoli Croveri contra enfermedades intestinales (una caja completa y sin uso); un cubierto bañado en plata con iniciales ilegibles; un fino vaso de vidrio esmerilado; un frasco de Emulsión de Scott, poción universal no farmacéutica; un cinturón militar del ejército español franquista con hebilla de bronce: detalle, antes de enterrarla le sacaron la cruz de esmalte rojo…; cocina a leña sobre un piso de mosaicos de colores y sistema de cañerías, y una ventana de fabricación industrial, sin vidrio pero con su marco intacto.

Los restos de vajilla de porcelana de Silesia marca Ohme, de alto precio

Evidencia sin discusión: la construcción del bunker exigió el fatigoso trabajo de muchos hombres. De otro modo era imposible arrastrar desde una cantera y elevar pesados bloques de piedra, apilándolos, hasta completar toda la estructura.
  El cinturón militar del ejército español franquista con hebilla de bronce: detalle, antes de enterrarla le sacaron la cruz de esmalte rojo…

La zona del refugio, que más que realidad fue por largos años una leyenda casi fantasmal, era impenetrable y hasta ignorada en el catastro. Recién se le abrió un camino en 1999, cuando el gobierno de la provincia lo creyó esencial como parte del parque. Y aún así, oculta entre dos acantilados de más de cien metros cada uno, no es posible ser vista ni por el Google Earth…

En ese refugio de no más de nueve metros cuadrados de base y cinco metros de altura, hallaron una bañadera de azulejos y baño con cañería de hierro y una pared de color azul Prusia

Pero otro misterio permanece: ¿qué nazi o familia nazi vivió allí? Sin duda, a juzgar por los objetos, es casi seguro que sí. Pero no hay prueba alguna de la veracidad de las creencias populares. Una jura que el refugio fue vivienda de paso del monstruo Joseph Mengele, el coleccionista de ojos azules, antes de su fuga al Brasil, donde vivió hasta el 7 de febrero de 1979, cuando se ahogó mientras se bañaba plácidamente en las tibias aguas del mar. La otra, tan tenaz como ciega, sigue aferrada a que allí vivió Martin Bormann. Con tanta convicción, que cada tanto alguien escribe su nombre en las piedras y lo acompaña pintando una cruz gamada.