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viernes, 10 de noviembre de 2023

SGM: La inteligencia británica de Alan Turing

El método inglés para descifrar el código nazi de Enigma que adelantó el fin de la Segunda Guerra Mundial

El Reino Unido reunió a los mejores matemáticos y criptólogos en un lugar secreto. Al mando del equipo estaba Alan Turing, un genio que adelantó el uso actual de la inteligencia artificial. Londres nunca le perdonó su homosexualidad y se suicidó al comer una manzana empapada con cianuro. Fue indultado por la reina Isabel II. Y recibió un reconocimiento tardío por su aporte

Por Alberto Amato || Infobae





El centro militar de contrainteligencia instalado en Bletchley Park contaba también con una inteligencia superior: la de Alan Turing

Y por fin, el secreto dejó de serlo y nació otro aún más secreto. El 9 de julio de 1941, los británicos dieron por terminada una tarea titánica: habían completado la decodificación del sofisticado sistema de envíos de mensajes encriptados de la Alemania nazi, sistema al que los alemanes consideraban indestructible. Estaba cifrado en un aparato simplote, tipo armatoste, parecido, pero no igual, a una máquina de escribir, generalmente cubierto de ojos curiosos y manos aviesas por una caja de madera. A ese aparato los alemanes lo llamaron “Enigma”. Y los británicos lo desmontaron hasta la última tuerca.

Ese hallazgo, que fue decisivo en el resultado de la Segunda Guerra Mundial, sentó las bases de un nuevo secreto, más grande, basto y recóndito que el otro: nadie podía conocer lo que los británicos tenían en las manos. Y nadie más lo supo. Descifrar a “Enigma”, que tuvo siempre las características de un ser humano, nombre, nacionalidad, personalidad y talento, fue tarea de un gran equipo de criptólogos y matemáticos reunidos en Bletchley Park, una casona victoriana emplazada en un entorno rural, bucólico y discreto, vecino a la localidad de Milton Keynes, en el condado de Buckinghamshire, en el norte de Londres y a cuarenta y cinco minutos de tren de la capital británica.

La casa que fue central de inteligencia inglesa

Bletchley Park parecía un convento. O una universidad. A su modo, tal vez era las dos cosas. Pero, ¡qué convento y qué universidad! Hacían allí profesión de fe un equipo de centenares de científicos metidos de lleno en penetrar las entrañas secretas de las comunicaciones nazis, comprender el sentido de sus mensajes en clave y descifrar sus operaciones militares por venir, la evaluación nazi del curso de la guerra y hasta los caprichos e histerias de Adolf Hitler, un tipo que no había llegado a sargento y se había echado una guerra mundial al hombro, por sobre las cabezas de los estrategas y mariscales del otrora poderoso ejército imperial.

Fue gracias a haber descifrado “Enigma” que los británicos supieron, ya en 1944, que el alto mando alemán se había tragado el anzuelo lanzado por los aliados y pensaban que de verdad la invasión a Europa iba a producirse por el paso de Calais, el tramo del Canal de la Mancha más estrecho entre Gran Bretaña y el continente, y no por donde en realidad se produjo, en las anchas, hostiles y casi inaccesibles costas de Normandía.

Descifrar a “Enigma”, que tuvo siempre las características de un ser humano, nombre, nacionalidad, personalidad y talento, fue tarea de un gran equipo de criptólogos y matemáticos reunidos en Bletchley Park (Reuters/Alessia Pierdomenico)

Bletchley Park era, en suma, una instalación militar discretísima que no exhibía su arma más poderosa, la inteligencia; trabajaban allí casi nueve mil personas, casi el setenta y cinco por ciento eran mujeres, y personalidades destacadísimas de las ciencias, como la matemática Ann Mitchell. Allí se diseñó la primera computadora destinada al descifrado de mensajes, Colossus, que fue también el primer dispositivo de cálculo electrónico y de alguna manera la madre de las notebook, tablets y lo que venga de hoy.

El centro militar de contrainteligencia instalado en Bletchley Park contaba también con una inteligencia superior: la de Alan Turing, un chico brillante, con una historia mil veces contada que bien vale la pena repasar, que ya había creado en 1939 y con la guerra en curso, una máquina, “Bomber” capaz de desencriptar los mensajes del ejército alemán. “Bomber” era una versión mejorada de un dispositivo primario diseñado por el criptologista polaco Marian Rejewski, que se convirtió, juran los expertos, en la precursora de la computadora programable electrónica digital. Turing era matemático, filósofo, experto en lógica, criptógrafo, biólogo, teólogo, un pensador al que le debemos la ciencia de la computación, los fundamentos conceptuales del algoritmo y el esbozo de las líneas básicas de un pensamiento científico que se preguntaba si las máquinas pueden pensar.

Aquellos chicos, como Albert Einstein, veían cosas que todavía no podían probarse como efectivas porque no habían sido descubiertas, pero allí estaban, o porque la ciencia y la tecnología no habían hallado los mecanismos para demostrar aquellas teorías locas. Así como Einstein vio un universo palpable recién con los telescopios espaciales, cuando Turing, cinco años después de terminada la Segunda Guerra, se preguntó en Bletchley si las máquinas podían pensar, dio el primer paso a la hoy tan en boga inteligencia artificial, definición que acaso encierre un oxímoron.

Los mensajes secretos de los nazis

¿Qué era “Enigma”, el chirimbolo científico y técnico que los alemanes consideraban invencible? Era, en verdad, una genialidad de los técnicos de Hitler. Era una máquina encriptadora de mensajes, disfrazada de máquina de escribir común y silvestre, que presentaba una condición hasta entonces desconocida y no aplicada en el mundo de la criptología: exigía otra máquina igual que recibiera sus mensajes. Eso era lo nuevo. Tampoco era algo del otro mundo, salvo su complejo sistema de funcionamiento. Estaba basado en cinco cilindros rotadores, que variaban cada vez que se apretaba una tecla. De manera que la posibilidad de combinar la letra real del mensaje que la que mostraba “Enigma” era infinita. Sólo podía descifrar un mensaje quien, primero, tuviese otra máquina similar y, segundo, supiera cuál era la posición de los cilindros rotadores para recibir el mensaje real y no el galimatías que entregaba “Enigma”. Los alemanes lo complicaban todo un poquito más, porque cambiaban la posición de los cilindros al menos una vez al mes, previo aviso al receptor para que hiciese lo mismo con su máquina “Enigma”. Todo tenía algo simpático y juguetón. La máquina que enviaba de un lado mensajes encriptados era la única que podía, del otro lado, descifrarlos.

Enigma era una máquina encriptadora de mensajes, disfrazada de máquina de escribir común y silvestre, que presentaba una condición hasta entonces desconocida y no aplicada en el mundo de la criptología: exigía otra máquina igual que recibiera sus mensajes (Reuters/Lukas Barth)

Turing empezó a trabajar para romper “Enigma” junto al servicio de inteligencia polaco que también intentaba descifrar el código alemán. La invasión de Hitler a Polonia, en septiembre de 1939, había dado inicio a la Segunda Guerra Mundial. El británico cambió el enfoque de la investigación polaca, mejoró en parte el sistema de descifrado y, junto a un grupo de criptoanalistas, llegó a desentrañar el enigma de “Enigma” apenas tres meses después de llegar a Bletchley Park. Un record. Usó el análisis matemático para determinar cuáles eran las posiciones más factibles en las que se podían ubicar los rotores. Era una jugada de difícil pronóstico, una botella al mar. Pero empezó a dar resultados sobre todo cuando una máquina “Enigma” alemana cayó en manos aliadas y fue destripada por los británicos.

Lo que faltaba en Bletchley Park era tiempo. El descifrado no siempre era del todo exacto, al menos no era infalible, y los mensajes en código de los alemanes eran miles. Turing pensó que era imprescindible fabricar una máquina que acelerara el proceso de descifrado. Se puso a trabajar junto a Gordon Welchman, su colega de Cambridge, y juntos armaron una computadora, que ni era tal ni se conocía con ese nombre, a la que bautizaron “Bomber”. Resultó. “Bomber” empezó a construirse en serie en la primavera de 1940, cuando la guerra llevaba apenas seis o siete meses de iniciada. En el verano de ese año, las “Bomber” descifraron los mensajes de la fuerza aérea alemana y fueron decisivas para anticipar los bombardeos a Londres durante la Batalla de Inglaterra, que se libró en los cielos británicos y llevaron al triunfo a la Royal Air Force por sobre la Lutwaffe de Herman Göring.

Las máquinas británicas diseñadas bajo el talento y la inventiva de Turing, fueron decisivas también para interceptar los mensajes de los temibles submarinos nazis que operaban en el Atlántico Norte y que torpedeaban los buques mercantes ingleses, cargados en Estados Unidos con material bélico durante los dos años de conflicto en los que ese país se mantuvo alejado, pero expectante y decidido, de la guerra en Europa.

Cuando los alemanes pusieron en funcionamiento una “Enigma” de ocho rotores, lo que aumentaba de manera exponencial las combinaciones de letras y palabras, en Bletchley Park reconstruyeron el sistema lanzado por los alemanes en base a una técnica estadística, desarrollada por Turing. Esa particular “ley de las probabilidades” permitía conocer la “identidad” de cada rotor de la Enigma encriptadora, lo que facilitaba el descifrado por parte de los británicos.

"Código enigma" narra la historia de Alan Turing, el matemático que lideró un equipo de criptógrafos para descifrar un código nazi en la Segunda Guerra Mundial

En 1943 Turing era ya director del “Equipo del Barracón 8″ y consultor general para el área de criptoanálisis de Bletchley Park. Viajó a Estados Unidos, ya en la guerra desde diciembre de 1941, para compartir información con los analistas americanos. Turing se concentró entonces en otra máquina alemana, “Lorenz SZ40/42″ a la que los ingleses, para abreviar, llamaron “Tunny” y que conectaba a Adolf Hitler con el alto mando del ejército en Berlín y con los jefes de las fuerzas nazis en el frente europeo.

El origen de las computadoras

Los analistas británicos que también destriparon a “Tunny”, se inspiraron en la teoría estadística de Turing que había desentrañado a la “Enigma” de cinco y de ocho rotores: toda la información acumulada se usó para fabricar una de las primeras computadoras de la historia, “Colossus”, que descifró los códigos de Tunny de modo industrial. Turing y uno de sus especialistas, William “Bill” Tutte guardaban en secreto otro proyecto sutil y extraordinario: si “Tunny” había sido desentrañada, y la máquina conectaba a Hitler con el alto mando en Berlín y con los jefes militares del frente europeo, ¿sería posible descifrar el pensamiento de Hitler, adelantarse a sus decisiones, prever incluso sus reacciones? Tutte trabajó duro en eso.

De todos modos, la información interceptada por los británicos y compartida con sus aliados, permitió conocer por adelantado las decisiones estratégicas alemanas. En la posguerra, los jefes militares alemanes que sobrevivieron a los juicios de Núremberg, mostraron su sorpresa cuando supieron que sus comunicaciones más secretas habían sido interceptadas y descifradas durante todo el conflicto. Los cálculos, si bien todos post facto, aseguran que los logros de Turing acortaron la guerra al menos en dos años y evitaron centenares de miles de muertos.

Turing recibió la Orden del Imperio Británico por su servicio, pero en carácter secreto: su trabajo debía permanecer en el anonimato. Sus maquinarias, las tangibles y las que estaban en proceso de diseño, deberían ser destruidas al final de la guerra. Su contribución al desarrollo científico, también debía permanecer oculto y oscuro. De hecho, la verdadera “identidad” de Bletchley Park como instalación militar de investigación, contrainteligencia y espionaje recién fue revelada como tal en 1970, veinticinco años después de finalizada la Segunda Guerra.

De todos modos, la información interceptada por los británicos y compartida con sus aliados, permitió conocer por adelantado las decisiones estratégicas alemanas (Grosby)

El hombre que adelantó el fin de la guerra

Turing siguió adelante con sus investigaciones envuelto en cierto ostracismo. La rígida, e hipócrita, moral inglesa lo había desterrado en casa propia: era homosexual y si bien no hacía gala de su condición, no se sentía inclinado hacia la abstención. Había nacido en Londres hace ciento once años, el 23 de junio de 1912, en Maida Vale, un distrito residencial del oeste de la ciudad. Hoy recuerda ese nacimiento una placa azul enclavada en el exterior de la casa, que recién fue descubierta en 2012, en el centenario del nacimiento de Turing y como parte de los tardíos homenajes a su vida infortunada.

Los padres, de viaje constante entre Gran Bretaña y la India, lo entregaron, a él y a su hermano mayor, a manos de un militar retirado del ejército y de su mujer, ambos amigos íntimos de los Turing, que querían que sus chicos se criaran en Inglaterra. Alan mostró enseguida quién era y que quería ser: aprendió a leer solo en tres semanas y desarrolló un interés sólido por los números y los rompecabezas. Estudió en la preparatoria Hazelhurst, fue un alumno brillante, y a los trece años ingresó en el internado de Sherborne, en Dorset. Su primer día de clases estuvo signado por una gran huelga general en toda Inglaterra. Así que Alan subió a su bicicleta y recorrió los noventa y seis kilómetros que separaban Southampton del internado: hizo noche en una posada y su pequeña hazaña fue reflejada por la prensa local. Ganó en Sherborne todos los premios matemáticos que tuvo a mano, realizó por su cuenta experimentos químicos y se ganó también el recelo de sus maestros por su irrefrenable independencia y su joven ambición: llegó a resolver problemas matemáticos muy avanzados, sin haber estudiado cálculo elemental.

A los diecisiete años se enamoró de un chico de su edad, Christopher Morcon, compañero de estudios en el internado y compinche en los estudios científicos. Fue su primer amor y la primera persona en creer a fondo en sus ideas; Christopher lo invitó a conocer a su madre, una artista, en lo que debió ser para la época la relación amorosa entre dos adolescentes más tolerada de Gran Bretaña, donde la homosexualidad era ilegal. El 13 de febrero de 1930, apenas egresados de Sherborne. Christopher murió víctima de la tuberculosis bovina, contraída probablemente por beber leche de una vaca infectada. Su muerte quebró la fe religiosa de Turing, se convirtió en un ateo obsesionado por comprender la naturaleza de la conciencia, su estructura y sus orígenes. Reforzó su rechazo a la estructura educativa británica, centrada en los clásicos, y se volcó de lleno al estudio de la ciencia y de las matemáticas. Estudió en el King’s College de la Universidad de Cambridge, que era la meca del conocimiento científico y todo un logro para un chico de diecinueve años. Allí Turing desarrolló sus investigaciones matemáticas y diseñó lo que pasó a la historia como “Máquina Turing” capaz de determinar funciones matemáticas y que contenía el embrión lógico de las futuras computadoras.

En 1935 era ya profesor del King’s College y viajó por dos años a Estados Unidos, para escribir su tesis doctoral en Princeton, donde trabajaba y enseñaba Einstein. Con la Segunda Guerra en las puertas de Europa, Turing regresó a Cambridge para estudiar filosofía de las matemáticas. Y un día después del estallido de la guerra, fueron a buscarlo para meterlo de cabeza en el servicio de espionaje y para que descifrara los mensajes alemanes.

Una estatua de Turing en Manchester, Reino Unido (Christopher Furlong/Getty Images)

Después del conflicto mundial, condenado al anonimato por los secretos de guerra, y al desarraigo y la exclusión por su sexualidad, Turing igual amplió su investigación y construyó varias computadoras electrónicas programables, un paso gigantesco para una época que todavía no había desarrollado a pleno el transistor. Creó incluso lo que se conoce hoy como el “Test de Turing”, basado en un viejo juego que reúne a tres personas: un interrogador, más un hombre y una mujer: el interrogador está separado de sus interlocutores y sólo puede comunicarse con ellos a través de un lenguaje que todos entienden. El objetivo es que el interrogador descubra quién es el hombre y quién la mujer, mientras que el objetivo de los otros dos jugadores es convencerlo de que son la mujer.

En 1950, en un artículo publicado en “Computing machinery and intelligence”, Turing cambió a los interrogados de su “Test de Turing” por una computadora. También cambió los objetivos del juego: ahora había que reconocer a la máquina. Su tesis decía: “Una computadora puede ser llamada inteligente, si logra engañar a una persona haciéndole creer que es un ser humano”. Se trataba entonces de una persona que hablaba con una computadora, ubicada en otra habitación, mediante un sistema de chat. Si la persona no podía determinar si hablaba con un humano o con una máquina, la computadora debía considerarse inteligente.

El “jueguito” de Turing sentó las bases de la inteligencia artificial. Una forma inversa de su tesis se usa mucho en Internet. Es el test “Captcha”, diseñado para determinar si un usuario es un humano o es otra computadora. Cuando una página pide a cualquier usuario que demuestre “No soy un robot”, ése es Turing, que todavía derrama talento.

En 1952, Turing tenía cuarenta años, enfrentó las normas y las normas lo destruyeron. Uno de sus amantes, Arnold Murray, ayudó a un cómplice a entrar en la casa del científico para robarle. Turing hizo la denuncia en la policía y reconoció su homosexualidad. En lugar de perseguir y juzgar a los delincuentes, las autoridades procesaron a Turing por “indecencia grave y perversión sexual”, los mismos cargos que, medio siglo antes, habían llevado a la cárcel y al destierro a Oscar Wilde. Turing hizo un acto de fe de aquel proceso: convencido de que no tenía ni de qué, ni por qué defenderse, no ejerció ninguna medida en su amparo y fue condenado a prisión.


el 24 de diciembre de 2013, la reina Isabel II lo indultó de todo tipo de culpa. Entonces llegaron los homenajes, las estatuas, las calles y los institutos con su nombre, y su imagen en los billetes de cincuenta libras (Reuters/Joe Giddens)

Le dieron entonces la opción de someterse a una castración química, mediante un tratamiento hormonal de reducción de la libido. Turing optó por someterse a inyecciones de estrógenos. El tratamiento duró un año y le provocó cambios físicos terribles como la aparición de pechos femeninos, obesidad y disfunción sexual. Con todo, no perdió su sarcasmo. En una carta a su amigo Norman Routledge, Turing escribió una reflexión, un falso silogismo, sobre el rechazo social que provoca la homosexualidad y el desafío intelectual que supone demostrar la posibilidad de que existan computadoras inteligentes. Estaba preocupado, además, por que los ataques a su persona pudieran entorpecer, u oscurecer sus razonamientos sobre la inteligencia artificial. El silogismo decía: “Turing cree que las máquinas piensan. Turing se acuesta con hombres. Por lo tanto, las máquinas no piensan”.

En 2009, el gobierno británico en manos de Gordon Brown pidió disculpas por el trato dado a Turing durante sus últimos años de vida. Pero todavía en 2012, el primer ministro David Cameron negó el indulto a Turing y adujo que la homosexualidad era un delito en aquellos años en los que fue condenado. Por fin, el 24 de diciembre de 2013, la reina Isabel II lo indultó de todo tipo de culpa. Entonces llegaron los homenajes, las estatuas, las calles y los institutos con su nombre, y su imagen en los billetes de cincuenta libras.

Era tarde. Vencido por la amargura, con su enorme obra científica inconclusa, sin saber todavía lo que su genio podía aportar al desarrollo del conocimiento, el 7 de junio de 1954, veintitrés días antes de cumplir cuarenta y dos años, Turing ya había dicho basta. Lo hizo con un toque de humor corrosivo, la señal acre e incisiva que implicaba también una advertencia al mundo que estaba por dejar.

Primero, eligió una manzana, símbolo bíblico del pecado, de lo prohibido, de lo que no se debe, de paraísos perdidos, de tentación y culpa. Luego, roció la manzana con cianuro y le dio un mordisco.

martes, 30 de diciembre de 2014

Una matemática que ayudó a aterrizar al Apolo 11

Margaret Hamilton, la pionera de la programación que llevó el Apolo a la Luna
Entrevistamos a esta ingeniera después de que su foto con el código de la misión Apolo 11 conquistara Twitter
Verne - El País


El tuitero JD (@nevesytrof) publicó esta foto de Margaret Hamilton hace un par de semanas, y no tardó en hacerse viral. En 1969, el código de esta matemática y pionera informática que entonces tenía 33 años fue fundamental para que Neil Armstrong y Buzz Aldrin se dieran un paseo por la Luna. En la foto la vemos sonriendo junto a una montaña de código que ella misma había tecleado y que sirvió para que el Apolo 11 pudiera cumplir con su objetivo.


Como explica en Medium Three-Fingered Fox, desde la época del Proyecto Manhattan, que desarrolló la primera bomba atómica, la “mera programación” estaba a cargo de mujeres, ya que al ser una tarea en apariencia mecánica y a base de tarjetas perforadas, prácticamente se equiparaba a la mecanografía. Sin embargo, en la época de Hamilton y en el caso del proyecto Apolo, el trabajo incluía también el desarrollo y el diseño del software.

“Esta fue una de las primeras ocasiones en las que se confió al software una tarea tan fundamental y en tiempo real”, apunta Wired en un artículo publicado el pasado mes de agosto, que añade que Hamilton había aprendido a programar por su cuenta hasta convertirse en la directora de la división de ingeniería de software de MIT. Por cierto, el término “ingeniería de software" también es suyo.

De hecho, el artículo de Medium añade que “muchas de las pioneras de la programación fueron mujeres”. Por ejemplo y además de Hamilton, Wired también menciona a Grace Hopper, inventora del lenguaje de programación Cobol y contraalmirante de la marina de Estados Unidos. Hopper es también recordada por haber acuñado el término “debug”, después de que unos compañeros suyos descubrieran que uno de los ordenadores del laboratorio no funcionaba por culpa de una polilla ("bug" significa bicho).

En 1986, Margaret Hamilton fundó Hamilton Technologies, empresa de la que es consejera delegada. Decidimos llamar. Y nos pusieron con ella, que se mostró muy sorprendida por el hecho de que un medio español la telefoneara porque una foto suya de hace 35 años estaba triunfando en Twitter. "¿Twitter?" Sí, la red social... Como Facebook... "Ah, es que los de mi generación no usamos eso" (tiene 78 años). A pesar de esta lógica sorpresa, Hamilton accedió a contestar unas preguntas por correo electrónico.



Debe ser extraño convertirse en alguien “famoso en internet” ahora, por esta foto y en redes sociales. ¿Le gusta esta sensación?

¡Siempre que la gente tenga cosas agradables que decir!

No usa redes sociales, ¿pero le gusta este interés por su trabajo?

Siempre es bueno que la gente se interese por lo que uno hace.

¿Quién tomó esta foto?

Aquí tengo una descripción de la foto extraída de un documento del Laboratorio Draper del MIT: "Tomada por el fotógrafo del Laboratorio Draper en 1969 (durante la misión del Apolo 11). Aquí vemos a Margaret de pie frente a los listados del software desarrollado por el equipo del que estaba al frente, el equipo del software de vuelo del módulo lunar y del módulo de mando".

¿Cómo fue trabajar en un proyecto como el primer aterrizaje en la Luna?

Trabajé en todas las misiones tripuladas y algunas sin tripulación de Apolo. Apolo 8 es la segunda en lo que se refiere a momentos excitantes y memorables, si no empatada con Apolo 11.


Hamilton trabajando en el Proyecto Apolo / NASA.
(Apolo 8 fue el primer viaje espacial tripulado que alcanzó una velocidad suficiente para salir de la órbita terrestre).

¿De qué se encargaba este software?

¿Te refieres, por ejemplo, a las alarmas 1201/1202 del aterrizaje del Apolo 11? Escribí una carta al director de Datamation, titulada “La computadora se llenó” y publicada el 1 de marzo de 1971, en la que describí el problema y la solución:

“Debido a un error en el manual de tareas, el interruptor del radar se encontraba en la posición errónea. Esto provocó que se enviaran señales erróneas a la computadora, con el resultado de que se le pedía que realizara sus funciones normales para el aterrizaje mientras recibía una carga extra de datos falsos que ocupaban el 15% de su tiempo. El ordenador (o mejor, su software) fue lo suficientemente inteligente para reconocer que se le estaba pidiendo que realizara más tareas de las que debía. Entonces lanzó una alarma, que quería significar para el astronauta: ‘Estoy saturado con más tareas de las que debería estar haciendo en este momento y me voy a ocupar sólo de las más más importantes, es decir, las necesarias para aterrizar’. (...) De hecho, el ordenador estaba programado para hacer más que reconocer condiciones erróneas. El software incorporaba un grupo completo de programas de recuperación. La acción del software, en este caso, fue la de eliminar tareas de prioridad baja y reestablecer las más importantes. (...) Si el ordenador no hubiera reconocido este problema y llevado a cabo la acción de recuperación, dudo que el Apolo 11 hubiera logrado su aterrizaje exitoso en la Luna”.

¿Cree que la importancia de su trabajo en este proyecto se ha reconocido lo suficiente?

El tiempo lo dirá. Confío en que las soluciones que resultaron de las lecciones aprendidas durante este proyecto se adoptarán a gran escala.

¿Fue entonces cuando acuñó el término “ingeniería de software”?

Durante los primeros días de este proyecto se trataba el software como un hijo adoptivo y no se tomaba en serio como otras disciplinas de ingeniería, como la ingeniería de hardware, y se pensaba en él como arte y magia, no ciencia. Siempre he creído que arte y ciencia estaban involucradas en su creación, pero en ese momento la mayoría pensaba de otra forma. Sabiendo esto, luché para legitimar el software, de modo que tanto esta ingeniería como los que la construían recibieran el respeto que merecían, por lo que empecé a usar el término “ingeniería de software” para diferenciarlo del hardware y de otras formas de ingeniería. Cuando empecé a usar estas palabras, se consideraban graciosas. Fue una broma recurrente durante mucho tiempo. Les gustaba bromear con mis ideas radicales. El software acabó ganándose el mismo respeto que cualquier otra disciplina.

¿Era difícil para una mujer dedicarse a la ingeniería y a la ciencia en los años 60? ¿La situación ha cambiado hoy en día?

Depende de quién fuera la mujer, para quién trabajara y cuál fuera la cultura en la organización concreta. En general, algunas cosas eran más difíciles entonces y otras lo son más ahora. En retrospectiva, algunas de las cosas que se aceptaban entonces porque nosotros (hombres y mujeres) no conocíamos una alternativa mejor, no se aceptan hoy en día, y a menudo parecen peculiares e incluso sorprendentes cuando las consideramos. Aún hacemos otras cosas por pura ignorancia hoy en día, como seguir pagando a las mujeres salarios más bajos que a los hombres.

¿Había más mujeres en informática que en otras ingenierías? ¿Cómo eran tratadas por sus colegas? ¿La situación es diferente a la actual?

Las mujeres que trabajaban en informática en esa época eran muy a menudo relegadas a posiciones inferiores. En el caso del proyecto Apolo mis colegas (en su mayor parte, hombres) y yo éramos amigos y trabajamos codo con codo para resolver problemas exigentes con fechas límite críticas. Nos concentramos en nuestro trabajo más que en sí alguien era hombre o mujer. Era más frecuente que nos refiriéramos a alguien como “una persona de la segunda planta”, “un tipo de hardware”, “alguien de DAP”, “un gurú de sistemas operativos” o un “rope mother” (pudiendo ser hombre o mujer). (Alguien encargado del cableado).

¿En qué otros proyectos de la NASA ha trabajado?

Además de en las misiones tripuladas de Apolo y un par de las no tripuladas, trabajé en el software de vuelo del Skylab y en los requisitos de software preliminares para la programación de vuelo del Transbordador Espacial, por nombrar algunos.

¿Qué es lo que más le gusta de su trabajo?

Los retos continuos y la gente creativa con la que trabajamos.

En 1986 fundó su propia compañía. ¿Por qué tomó esta decisión?

Para acelerar la evolución de nuestra tecnología y para introducirla a más usuarios.

¿En qué está trabajando ahora mismo?

En la continua evaluación de los Universal System Languages y su ciclo de vida automatizado (las herramientas 001), además de una infraestructura de despliegue más automatizada.

El artículo de Medium sobre Hamilton fue enlazado en Reddit, donde lleva más de 200 comentarios. El usuario Laioren resume bastante bien la labor de esta pionera de la informática: “Uh… So she invented or helped 'pioneer' like… everything? That’s pretty cool”. ("Así que inventó o ayudó a inventar como... ¿todo? Eso está guay"). A lo que Dneronique responde: “... And she did it all with punch cards”. "Y lo hizo todo con tarjetas perforadas".