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sábado, 9 de noviembre de 2024

Espionaje: Las redes de espionaje romanas

La Red de Espionaje de Cicerón en la Antigua Roma

  • La red de espionaje de Cicerón: En la antigua Roma, Cicerón (106-43 a.C.) utilizó una red de informantes y espías para proteger la República de conspiraciones y amenazas externas.
     

 Marco Tulio Cicerón, una de las figuras más emblemáticas de la historia romana, es conocido por su elocuencia, su filosofía y su papel crucial en la política de la República Romana. Sin embargo, un aspecto menos conocido de su vida es su habilidad para manejar una red de informantes y espías, una faceta que fue vital para proteger la República de conspiraciones y amenazas tanto internas como externas.




Contexto Político y Social

Cicerón vivió en una época de grandes turbulencias políticas y sociales. La República Romana estaba constantemente amenazada por conflictos internos, guerras civiles y la ambición de individuos poderosos que buscaban consolidar su poder personal. Durante su carrera, Cicerón se enfrentó a figuras como Lucio Sergio Catilina, Cayo Julio César y Marco Antonio, todos los cuales representaban, en distintos momentos, serias amenazas para la estabilidad de la República.

La Red de Informantes

La red de espionaje de Cicerón no era una organización formal con jerarquías claras como podríamos imaginar en la actualidad, sino una colección de contactos e informantes distribuidos estratégicamente en diferentes niveles de la sociedad romana. Esta red incluía esclavos, libertos, senadores, comerciantes y soldados, todos los cuales proporcionaban a Cicerón información crucial sobre las actividades y conspiraciones de sus enemigos.

Uno de los métodos más efectivos de Cicerón para obtener información fue a través de su red de clientes y patrones. En la sociedad romana, las relaciones de clientela eran fundamentales; un patrón ofrecía protección y beneficios a sus clientes a cambio de lealtad y apoyo. Cicerón, con su habilidad oratoria y su posición social, mantenía una amplia red de clientes que a menudo le proporcionaban información valiosa.

La Conspiración de Catilina

Uno de los ejemplos más notables del uso de esta red de espionaje fue durante la Conspiración de Catilina en el 63 a.C. Catilina, un senador romano con ambiciones desmedidas, planeaba derrocar el gobierno republicano mediante una serie de levantamientos y asesinatos. Cicerón, que en ese momento era cónsul, utilizó su red de informantes para descubrir y frustrar estos planes.

La información crucial llegó a través de Fulvia, una amante de uno de los conspiradores, quien reveló los detalles del complot a Cicerón. Con esta información, Cicerón pudo interceptar cartas incriminatorias y presentar pruebas ante el Senado, lo que llevó a la detención y ejecución de varios conspiradores y a la huida de Catilina. Este episodio no solo destacó la habilidad de Cicerón para manejar información secreta, sino también su destreza en la política y la oratoria, al convencer al Senado de la gravedad de la amenaza.

Espionaje en Tiempos de Guerra

Durante las guerras civiles que siguieron a la muerte de César, la capacidad de Cicerón para reunir información fue nuevamente puesta a prueba. Tras el asesinato de César en el 44 a.C., Roma se sumió en un caos político, y diferentes facciones luchaban por el control. Cicerón se alineó con el Senado y los republicanos contra Marco Antonio, a quien veía como una amenaza para la libertad de Roma.

A través de su red de espías, Cicerón monitoreó los movimientos de Marco Antonio y sus seguidores. Informantes dentro del ejército y la administración de Antonio le proporcionaron detalles sobre sus planes y estrategias, permitiendo a Cicerón coordinar la resistencia y mantener informados a sus aliados en el Senado.

Métodos y Técnicas

Cicerón utilizaba varios métodos para comunicarse con sus informantes y asegurar la confidencialidad de la información. Las cartas cifradas y los mensajes codificados eran comunes, y Cicerón a menudo empleaba mensajeros de confianza para transportar información sensible. Además, las reuniones clandestinas en lugares seguros eran una práctica habitual para discutir asuntos delicados sin temor a ser espiados.

La astucia de Cicerón también se manifestaba en su habilidad para manipular la información pública. Utilizaba discursos en el Senado y ante el pueblo para lanzar acusaciones y sembrar dudas sobre sus enemigos, a menudo basándose en información obtenida a través de su red de espionaje. Este uso estratégico de la información le permitió influir en la opinión pública y en las decisiones políticas de manera significativa.

Legado y Consecuencias

El legado de Cicerón como maestro de la información y la inteligencia se refleja en la manera en que manejó las amenazas a la República. Su habilidad para recopilar y utilizar información secreta no solo salvó su vida en múltiples ocasiones, sino que también jugó un papel crucial en la preservación temporal de la República frente a sus numerosos enemigos.

Sin embargo, la dependencia de Cicerón en su red de espionaje y su inclinación a confrontar a figuras poderosas también contribuyeron a su caída. En el 43 a.C., como parte del Segundo Triunvirato, Marco Antonio, Octavio y Lépido lo incluyeron en las proscripciones, listas de enemigos del estado que debían ser eliminados. Cicerón fue ejecutado, y su muerte marcó el fin de una era en la política romana.

Conclusión

La red de espionaje de Cicerón es un testimonio de su astucia y habilidad como político y orador. En una época de constantes amenazas y conspiraciones, su capacidad para manejar información y utilizarla estratégicamente fue crucial para su éxito y para la protección de la República Romana. Aunque finalmente pagó con su vida, el legado de Cicerón en la historia de Roma y en el arte de la inteligencia política perdura hasta hoy, recordándonos la importancia de la información y la vigilancia en la preservación de la libertad y la justicia.

viernes, 10 de noviembre de 2023

SGM: La inteligencia británica de Alan Turing

El método inglés para descifrar el código nazi de Enigma que adelantó el fin de la Segunda Guerra Mundial

El Reino Unido reunió a los mejores matemáticos y criptólogos en un lugar secreto. Al mando del equipo estaba Alan Turing, un genio que adelantó el uso actual de la inteligencia artificial. Londres nunca le perdonó su homosexualidad y se suicidó al comer una manzana empapada con cianuro. Fue indultado por la reina Isabel II. Y recibió un reconocimiento tardío por su aporte

Por Alberto Amato || Infobae





El centro militar de contrainteligencia instalado en Bletchley Park contaba también con una inteligencia superior: la de Alan Turing

Y por fin, el secreto dejó de serlo y nació otro aún más secreto. El 9 de julio de 1941, los británicos dieron por terminada una tarea titánica: habían completado la decodificación del sofisticado sistema de envíos de mensajes encriptados de la Alemania nazi, sistema al que los alemanes consideraban indestructible. Estaba cifrado en un aparato simplote, tipo armatoste, parecido, pero no igual, a una máquina de escribir, generalmente cubierto de ojos curiosos y manos aviesas por una caja de madera. A ese aparato los alemanes lo llamaron “Enigma”. Y los británicos lo desmontaron hasta la última tuerca.

Ese hallazgo, que fue decisivo en el resultado de la Segunda Guerra Mundial, sentó las bases de un nuevo secreto, más grande, basto y recóndito que el otro: nadie podía conocer lo que los británicos tenían en las manos. Y nadie más lo supo. Descifrar a “Enigma”, que tuvo siempre las características de un ser humano, nombre, nacionalidad, personalidad y talento, fue tarea de un gran equipo de criptólogos y matemáticos reunidos en Bletchley Park, una casona victoriana emplazada en un entorno rural, bucólico y discreto, vecino a la localidad de Milton Keynes, en el condado de Buckinghamshire, en el norte de Londres y a cuarenta y cinco minutos de tren de la capital británica.

La casa que fue central de inteligencia inglesa

Bletchley Park parecía un convento. O una universidad. A su modo, tal vez era las dos cosas. Pero, ¡qué convento y qué universidad! Hacían allí profesión de fe un equipo de centenares de científicos metidos de lleno en penetrar las entrañas secretas de las comunicaciones nazis, comprender el sentido de sus mensajes en clave y descifrar sus operaciones militares por venir, la evaluación nazi del curso de la guerra y hasta los caprichos e histerias de Adolf Hitler, un tipo que no había llegado a sargento y se había echado una guerra mundial al hombro, por sobre las cabezas de los estrategas y mariscales del otrora poderoso ejército imperial.

Fue gracias a haber descifrado “Enigma” que los británicos supieron, ya en 1944, que el alto mando alemán se había tragado el anzuelo lanzado por los aliados y pensaban que de verdad la invasión a Europa iba a producirse por el paso de Calais, el tramo del Canal de la Mancha más estrecho entre Gran Bretaña y el continente, y no por donde en realidad se produjo, en las anchas, hostiles y casi inaccesibles costas de Normandía.

Descifrar a “Enigma”, que tuvo siempre las características de un ser humano, nombre, nacionalidad, personalidad y talento, fue tarea de un gran equipo de criptólogos y matemáticos reunidos en Bletchley Park (Reuters/Alessia Pierdomenico)

Bletchley Park era, en suma, una instalación militar discretísima que no exhibía su arma más poderosa, la inteligencia; trabajaban allí casi nueve mil personas, casi el setenta y cinco por ciento eran mujeres, y personalidades destacadísimas de las ciencias, como la matemática Ann Mitchell. Allí se diseñó la primera computadora destinada al descifrado de mensajes, Colossus, que fue también el primer dispositivo de cálculo electrónico y de alguna manera la madre de las notebook, tablets y lo que venga de hoy.

El centro militar de contrainteligencia instalado en Bletchley Park contaba también con una inteligencia superior: la de Alan Turing, un chico brillante, con una historia mil veces contada que bien vale la pena repasar, que ya había creado en 1939 y con la guerra en curso, una máquina, “Bomber” capaz de desencriptar los mensajes del ejército alemán. “Bomber” era una versión mejorada de un dispositivo primario diseñado por el criptologista polaco Marian Rejewski, que se convirtió, juran los expertos, en la precursora de la computadora programable electrónica digital. Turing era matemático, filósofo, experto en lógica, criptógrafo, biólogo, teólogo, un pensador al que le debemos la ciencia de la computación, los fundamentos conceptuales del algoritmo y el esbozo de las líneas básicas de un pensamiento científico que se preguntaba si las máquinas pueden pensar.

Aquellos chicos, como Albert Einstein, veían cosas que todavía no podían probarse como efectivas porque no habían sido descubiertas, pero allí estaban, o porque la ciencia y la tecnología no habían hallado los mecanismos para demostrar aquellas teorías locas. Así como Einstein vio un universo palpable recién con los telescopios espaciales, cuando Turing, cinco años después de terminada la Segunda Guerra, se preguntó en Bletchley si las máquinas podían pensar, dio el primer paso a la hoy tan en boga inteligencia artificial, definición que acaso encierre un oxímoron.

Los mensajes secretos de los nazis

¿Qué era “Enigma”, el chirimbolo científico y técnico que los alemanes consideraban invencible? Era, en verdad, una genialidad de los técnicos de Hitler. Era una máquina encriptadora de mensajes, disfrazada de máquina de escribir común y silvestre, que presentaba una condición hasta entonces desconocida y no aplicada en el mundo de la criptología: exigía otra máquina igual que recibiera sus mensajes. Eso era lo nuevo. Tampoco era algo del otro mundo, salvo su complejo sistema de funcionamiento. Estaba basado en cinco cilindros rotadores, que variaban cada vez que se apretaba una tecla. De manera que la posibilidad de combinar la letra real del mensaje que la que mostraba “Enigma” era infinita. Sólo podía descifrar un mensaje quien, primero, tuviese otra máquina similar y, segundo, supiera cuál era la posición de los cilindros rotadores para recibir el mensaje real y no el galimatías que entregaba “Enigma”. Los alemanes lo complicaban todo un poquito más, porque cambiaban la posición de los cilindros al menos una vez al mes, previo aviso al receptor para que hiciese lo mismo con su máquina “Enigma”. Todo tenía algo simpático y juguetón. La máquina que enviaba de un lado mensajes encriptados era la única que podía, del otro lado, descifrarlos.

Enigma era una máquina encriptadora de mensajes, disfrazada de máquina de escribir común y silvestre, que presentaba una condición hasta entonces desconocida y no aplicada en el mundo de la criptología: exigía otra máquina igual que recibiera sus mensajes (Reuters/Lukas Barth)

Turing empezó a trabajar para romper “Enigma” junto al servicio de inteligencia polaco que también intentaba descifrar el código alemán. La invasión de Hitler a Polonia, en septiembre de 1939, había dado inicio a la Segunda Guerra Mundial. El británico cambió el enfoque de la investigación polaca, mejoró en parte el sistema de descifrado y, junto a un grupo de criptoanalistas, llegó a desentrañar el enigma de “Enigma” apenas tres meses después de llegar a Bletchley Park. Un record. Usó el análisis matemático para determinar cuáles eran las posiciones más factibles en las que se podían ubicar los rotores. Era una jugada de difícil pronóstico, una botella al mar. Pero empezó a dar resultados sobre todo cuando una máquina “Enigma” alemana cayó en manos aliadas y fue destripada por los británicos.

Lo que faltaba en Bletchley Park era tiempo. El descifrado no siempre era del todo exacto, al menos no era infalible, y los mensajes en código de los alemanes eran miles. Turing pensó que era imprescindible fabricar una máquina que acelerara el proceso de descifrado. Se puso a trabajar junto a Gordon Welchman, su colega de Cambridge, y juntos armaron una computadora, que ni era tal ni se conocía con ese nombre, a la que bautizaron “Bomber”. Resultó. “Bomber” empezó a construirse en serie en la primavera de 1940, cuando la guerra llevaba apenas seis o siete meses de iniciada. En el verano de ese año, las “Bomber” descifraron los mensajes de la fuerza aérea alemana y fueron decisivas para anticipar los bombardeos a Londres durante la Batalla de Inglaterra, que se libró en los cielos británicos y llevaron al triunfo a la Royal Air Force por sobre la Lutwaffe de Herman Göring.

Las máquinas británicas diseñadas bajo el talento y la inventiva de Turing, fueron decisivas también para interceptar los mensajes de los temibles submarinos nazis que operaban en el Atlántico Norte y que torpedeaban los buques mercantes ingleses, cargados en Estados Unidos con material bélico durante los dos años de conflicto en los que ese país se mantuvo alejado, pero expectante y decidido, de la guerra en Europa.

Cuando los alemanes pusieron en funcionamiento una “Enigma” de ocho rotores, lo que aumentaba de manera exponencial las combinaciones de letras y palabras, en Bletchley Park reconstruyeron el sistema lanzado por los alemanes en base a una técnica estadística, desarrollada por Turing. Esa particular “ley de las probabilidades” permitía conocer la “identidad” de cada rotor de la Enigma encriptadora, lo que facilitaba el descifrado por parte de los británicos.

"Código enigma" narra la historia de Alan Turing, el matemático que lideró un equipo de criptógrafos para descifrar un código nazi en la Segunda Guerra Mundial

En 1943 Turing era ya director del “Equipo del Barracón 8″ y consultor general para el área de criptoanálisis de Bletchley Park. Viajó a Estados Unidos, ya en la guerra desde diciembre de 1941, para compartir información con los analistas americanos. Turing se concentró entonces en otra máquina alemana, “Lorenz SZ40/42″ a la que los ingleses, para abreviar, llamaron “Tunny” y que conectaba a Adolf Hitler con el alto mando del ejército en Berlín y con los jefes de las fuerzas nazis en el frente europeo.

El origen de las computadoras

Los analistas británicos que también destriparon a “Tunny”, se inspiraron en la teoría estadística de Turing que había desentrañado a la “Enigma” de cinco y de ocho rotores: toda la información acumulada se usó para fabricar una de las primeras computadoras de la historia, “Colossus”, que descifró los códigos de Tunny de modo industrial. Turing y uno de sus especialistas, William “Bill” Tutte guardaban en secreto otro proyecto sutil y extraordinario: si “Tunny” había sido desentrañada, y la máquina conectaba a Hitler con el alto mando en Berlín y con los jefes militares del frente europeo, ¿sería posible descifrar el pensamiento de Hitler, adelantarse a sus decisiones, prever incluso sus reacciones? Tutte trabajó duro en eso.

De todos modos, la información interceptada por los británicos y compartida con sus aliados, permitió conocer por adelantado las decisiones estratégicas alemanas. En la posguerra, los jefes militares alemanes que sobrevivieron a los juicios de Núremberg, mostraron su sorpresa cuando supieron que sus comunicaciones más secretas habían sido interceptadas y descifradas durante todo el conflicto. Los cálculos, si bien todos post facto, aseguran que los logros de Turing acortaron la guerra al menos en dos años y evitaron centenares de miles de muertos.

Turing recibió la Orden del Imperio Británico por su servicio, pero en carácter secreto: su trabajo debía permanecer en el anonimato. Sus maquinarias, las tangibles y las que estaban en proceso de diseño, deberían ser destruidas al final de la guerra. Su contribución al desarrollo científico, también debía permanecer oculto y oscuro. De hecho, la verdadera “identidad” de Bletchley Park como instalación militar de investigación, contrainteligencia y espionaje recién fue revelada como tal en 1970, veinticinco años después de finalizada la Segunda Guerra.

De todos modos, la información interceptada por los británicos y compartida con sus aliados, permitió conocer por adelantado las decisiones estratégicas alemanas (Grosby)

El hombre que adelantó el fin de la guerra

Turing siguió adelante con sus investigaciones envuelto en cierto ostracismo. La rígida, e hipócrita, moral inglesa lo había desterrado en casa propia: era homosexual y si bien no hacía gala de su condición, no se sentía inclinado hacia la abstención. Había nacido en Londres hace ciento once años, el 23 de junio de 1912, en Maida Vale, un distrito residencial del oeste de la ciudad. Hoy recuerda ese nacimiento una placa azul enclavada en el exterior de la casa, que recién fue descubierta en 2012, en el centenario del nacimiento de Turing y como parte de los tardíos homenajes a su vida infortunada.

Los padres, de viaje constante entre Gran Bretaña y la India, lo entregaron, a él y a su hermano mayor, a manos de un militar retirado del ejército y de su mujer, ambos amigos íntimos de los Turing, que querían que sus chicos se criaran en Inglaterra. Alan mostró enseguida quién era y que quería ser: aprendió a leer solo en tres semanas y desarrolló un interés sólido por los números y los rompecabezas. Estudió en la preparatoria Hazelhurst, fue un alumno brillante, y a los trece años ingresó en el internado de Sherborne, en Dorset. Su primer día de clases estuvo signado por una gran huelga general en toda Inglaterra. Así que Alan subió a su bicicleta y recorrió los noventa y seis kilómetros que separaban Southampton del internado: hizo noche en una posada y su pequeña hazaña fue reflejada por la prensa local. Ganó en Sherborne todos los premios matemáticos que tuvo a mano, realizó por su cuenta experimentos químicos y se ganó también el recelo de sus maestros por su irrefrenable independencia y su joven ambición: llegó a resolver problemas matemáticos muy avanzados, sin haber estudiado cálculo elemental.

A los diecisiete años se enamoró de un chico de su edad, Christopher Morcon, compañero de estudios en el internado y compinche en los estudios científicos. Fue su primer amor y la primera persona en creer a fondo en sus ideas; Christopher lo invitó a conocer a su madre, una artista, en lo que debió ser para la época la relación amorosa entre dos adolescentes más tolerada de Gran Bretaña, donde la homosexualidad era ilegal. El 13 de febrero de 1930, apenas egresados de Sherborne. Christopher murió víctima de la tuberculosis bovina, contraída probablemente por beber leche de una vaca infectada. Su muerte quebró la fe religiosa de Turing, se convirtió en un ateo obsesionado por comprender la naturaleza de la conciencia, su estructura y sus orígenes. Reforzó su rechazo a la estructura educativa británica, centrada en los clásicos, y se volcó de lleno al estudio de la ciencia y de las matemáticas. Estudió en el King’s College de la Universidad de Cambridge, que era la meca del conocimiento científico y todo un logro para un chico de diecinueve años. Allí Turing desarrolló sus investigaciones matemáticas y diseñó lo que pasó a la historia como “Máquina Turing” capaz de determinar funciones matemáticas y que contenía el embrión lógico de las futuras computadoras.

En 1935 era ya profesor del King’s College y viajó por dos años a Estados Unidos, para escribir su tesis doctoral en Princeton, donde trabajaba y enseñaba Einstein. Con la Segunda Guerra en las puertas de Europa, Turing regresó a Cambridge para estudiar filosofía de las matemáticas. Y un día después del estallido de la guerra, fueron a buscarlo para meterlo de cabeza en el servicio de espionaje y para que descifrara los mensajes alemanes.

Una estatua de Turing en Manchester, Reino Unido (Christopher Furlong/Getty Images)

Después del conflicto mundial, condenado al anonimato por los secretos de guerra, y al desarraigo y la exclusión por su sexualidad, Turing igual amplió su investigación y construyó varias computadoras electrónicas programables, un paso gigantesco para una época que todavía no había desarrollado a pleno el transistor. Creó incluso lo que se conoce hoy como el “Test de Turing”, basado en un viejo juego que reúne a tres personas: un interrogador, más un hombre y una mujer: el interrogador está separado de sus interlocutores y sólo puede comunicarse con ellos a través de un lenguaje que todos entienden. El objetivo es que el interrogador descubra quién es el hombre y quién la mujer, mientras que el objetivo de los otros dos jugadores es convencerlo de que son la mujer.

En 1950, en un artículo publicado en “Computing machinery and intelligence”, Turing cambió a los interrogados de su “Test de Turing” por una computadora. También cambió los objetivos del juego: ahora había que reconocer a la máquina. Su tesis decía: “Una computadora puede ser llamada inteligente, si logra engañar a una persona haciéndole creer que es un ser humano”. Se trataba entonces de una persona que hablaba con una computadora, ubicada en otra habitación, mediante un sistema de chat. Si la persona no podía determinar si hablaba con un humano o con una máquina, la computadora debía considerarse inteligente.

El “jueguito” de Turing sentó las bases de la inteligencia artificial. Una forma inversa de su tesis se usa mucho en Internet. Es el test “Captcha”, diseñado para determinar si un usuario es un humano o es otra computadora. Cuando una página pide a cualquier usuario que demuestre “No soy un robot”, ése es Turing, que todavía derrama talento.

En 1952, Turing tenía cuarenta años, enfrentó las normas y las normas lo destruyeron. Uno de sus amantes, Arnold Murray, ayudó a un cómplice a entrar en la casa del científico para robarle. Turing hizo la denuncia en la policía y reconoció su homosexualidad. En lugar de perseguir y juzgar a los delincuentes, las autoridades procesaron a Turing por “indecencia grave y perversión sexual”, los mismos cargos que, medio siglo antes, habían llevado a la cárcel y al destierro a Oscar Wilde. Turing hizo un acto de fe de aquel proceso: convencido de que no tenía ni de qué, ni por qué defenderse, no ejerció ninguna medida en su amparo y fue condenado a prisión.


el 24 de diciembre de 2013, la reina Isabel II lo indultó de todo tipo de culpa. Entonces llegaron los homenajes, las estatuas, las calles y los institutos con su nombre, y su imagen en los billetes de cincuenta libras (Reuters/Joe Giddens)

Le dieron entonces la opción de someterse a una castración química, mediante un tratamiento hormonal de reducción de la libido. Turing optó por someterse a inyecciones de estrógenos. El tratamiento duró un año y le provocó cambios físicos terribles como la aparición de pechos femeninos, obesidad y disfunción sexual. Con todo, no perdió su sarcasmo. En una carta a su amigo Norman Routledge, Turing escribió una reflexión, un falso silogismo, sobre el rechazo social que provoca la homosexualidad y el desafío intelectual que supone demostrar la posibilidad de que existan computadoras inteligentes. Estaba preocupado, además, por que los ataques a su persona pudieran entorpecer, u oscurecer sus razonamientos sobre la inteligencia artificial. El silogismo decía: “Turing cree que las máquinas piensan. Turing se acuesta con hombres. Por lo tanto, las máquinas no piensan”.

En 2009, el gobierno británico en manos de Gordon Brown pidió disculpas por el trato dado a Turing durante sus últimos años de vida. Pero todavía en 2012, el primer ministro David Cameron negó el indulto a Turing y adujo que la homosexualidad era un delito en aquellos años en los que fue condenado. Por fin, el 24 de diciembre de 2013, la reina Isabel II lo indultó de todo tipo de culpa. Entonces llegaron los homenajes, las estatuas, las calles y los institutos con su nombre, y su imagen en los billetes de cincuenta libras.

Era tarde. Vencido por la amargura, con su enorme obra científica inconclusa, sin saber todavía lo que su genio podía aportar al desarrollo del conocimiento, el 7 de junio de 1954, veintitrés días antes de cumplir cuarenta y dos años, Turing ya había dicho basta. Lo hizo con un toque de humor corrosivo, la señal acre e incisiva que implicaba también una advertencia al mundo que estaba por dejar.

Primero, eligió una manzana, símbolo bíblico del pecado, de lo prohibido, de lo que no se debe, de paraísos perdidos, de tentación y culpa. Luego, roció la manzana con cianuro y le dio un mordisco.

lunes, 20 de diciembre de 2021

Inteligencia: Las mujeres de Bletchley Park

Las mujeres que descifraron el enigma alemán en Bletchley Park

Clare Fitzgerald, War History Online


Crédito de la foto: 1. Bletchley Park Trust / Getty Images 2. Matt Crypto / Wikimedia Commons

Al trabajo realizado en Bletchley Park de Buckinghamshire se le atribuye haber acortado la Segunda Guerra Mundial entre dos y cuatro años. Las mentes más brillantes del Reino Unido trabajaron incansablemente para descifrar el Código Enigma alemán y los de otras potencias del Eje. Lo que muchos no saben es que la mayoría de los que realizaban este trabajo fundamental eran mujeres.

La misión ultrasecreta de Bletchley Park

La misión de Bletchley Park fue una vez uno de los secretos mejor guardados del mundo. Romper el Código Enigma alemán y los cifrados de Lorenz jugó un papel clave en la lucha del Reino Unido contra Alemania. Ayudó a los aliados a obtener victorias que cambiaron la guerra en Europa, y más tarde en el Pacífico, dándoles una ventaja necesaria contra los nazis.


Exterior de Bletchley Park
Bletchley Park, 1926. (Crédito de la foto: Evening Standard / Getty Images)

Aquellos elegidos para trabajar en Bletchley Park a menudo no tenían idea de a qué se estaban inscribiendo. El proceso de contratación era secreto, y cada nuevo empleado debía firmar la Ley de Secretos Oficiales (1939). Solo cuando llegaron a Buckinghamshire se dieron cuenta de que su tarea era descifrar el código que los nazis creían indescifrable.

El proyecto fue dirigido por el Código de Gobierno y Cypher School. Cada uno tenía sus propios deberes, que se realizaban en cabañas a lo largo de la extensa finca. Usaron nueva tecnología, como la máquina Bombe, para descifrar los códigos, y se estima que 10,000 personas estaban trabajando en Bletchley Park y sus estaciones remotas en enero de 1945.


Mujeres que trabajan con máquinas Typex
Crédito de la foto: Bletchley Park Trust / Getty Images

El trabajo realizado en Bletchley Park se mantuvo clasificado hasta 1974, lo que significa que los trabajadores no podían contarles a sus seres queridos sus hazañas durante la guerra. Para cuando los archivos fueron desclasificados, muchos habían fallecido sin ver nunca reconocidos su arduo trabajo y dedicación.

Las mujeres jugaron un papel clave

Si bien los descifradores de códigos más conocidos en Bletchley Park fueron Alan Turing y Stuart Milner-Barry, la gran mayoría de los que trabajaban allí eran mujeres. Con gran parte de los hombres del país peleando en Europa, la GC&CS necesitaba expandir el reclutamiento.


Mujeres escribiendo en papel en una mesa
Crédito de la foto: Gobierno del Reino Unido / Wikimedia Commons

Aproximadamente el 75 por ciento de los que trabajaban en Bletchley Park al final de la guerra eran mujeres. En su mayoría tenían educación universitaria y provenían de familias de alto nivel social, pero luego crecieron hasta incluir entusiastas de los crucigramas, matemáticos y lingüistas.

Si bien las mujeres fueron inicialmente encargadas de realizar tareas administrativas, su mandato se amplió más tarde para incluir el descifrado de códigos típico realizado por criptoanalistas masculinos. Pronto empezaron a operar las máquinas Bombe y las computadoras Colossus, consideradas el trabajo auxiliar más importante. Si bien muchos de sus colegas masculinos inicialmente los creyeron incapaces, pronto demostraron que estaban preparados para la tarea.


WRENS trabajando en una computadora Colossus. (Crédito de la foto: Bletchley Park Trust / Getty Images)

Ha habido muchos esfuerzos para conmemorar a las mujeres que trabajaron en Bletchley Park. Desafortunadamente, la tarea se ha visto dificultada por el hecho de que nunca se elaboró ​​una lista completa de trabajadores. Esto significa que la lista actual ha sido compilada por amigos, familiares, veteranos y otras fuentes.

Alisa Maxwell

Alisa Maxwell había planeado inicialmente unirse al Servicio de la Marina Real de Mujeres (WRNS) cuando el Ministerio de Relaciones Exteriores se acercó a ella para una entrevista para un trabajo no especificado. Fue enviada a trabajar como asistente temporal en Bletchley Park, y solo dos semanas después fue asignada a Hut 6, donde trabajaba en la sala de máquinas del Bloque D.


Alisa Maxwell sentada en una mesa con un libro
Alisa Maxwell. (Crédito de la foto: Wikimedia Commons)

Maxwell era responsable de recopilar la información obtenida por otras cabañas e ingresarla en la máquina Bombe. Su logro más significativo se produjo el 7 de mayo de 1945. Mientras trabajaba junto a Asa Briggs, miembro del Cuerpo de Inteligencia, su estación recibió un mensaje no codificado del almirante Karl Dönitz, sucesor de Hitler y presidente de Alemania, anunciando la rendición incondicional del país.

Helene Aldwinckle

El director de la Universidad de Aberdeen, William Hamilton Fyte, recomendó a Helene Aldwinckle, en parte debido a su memoria e interés en los idiomas. Fue seleccionada por Stuart Milner-Barry para convertirse en funcionaria permanente del Ministerio de Relaciones Exteriores y enviada a Bletchley Park en el verano de 1942.

Inicialmente fue colocada en la Sala de Registro 1 (RR1) y se le asignó la tarea de capacitar al personal de servicio estadounidense. Cuando se completó ese trabajo, fue transferida a la Sala silenciosa (QR) en Hut 6 para descifrar los códigos Enigma. Su trabajo con los estadounidenses fue útil, ya que le permitió trabajar en problemas de cifrado más largos y complicados, incluida la identificación de redes y señales de radio Enigma.


Mujeres sentadas en escritorios
Crédito de la foto: Bletchley Park Trust /Imágenes falsas

Aldwinckle se quedó en Bletchley Park después de la guerra para ayudar a escribir la historia de Hut 6. Sin embargo, se vio obligada a irse en 1945, debido a una política del Ministerio de Relaciones Exteriores que establecía que las mujeres no podían seguir empleadas después del matrimonio. Solo unos meses antes, se había casado con el teniente de la Royal Air Force John Aldwinckle.

Jane Fawcett

Jane Fawcett se unió a Bletchley Park en 1940, después de ser entrevistada por Stuart Milner-Barry. Era conocida como una de las "Debs of Bletchley Park" debido al estado de su familia. Fue asignada a Hut 6, una sala de decodificación compuesta únicamente por mujeres. Allí, ella y sus colegas recibieron claves Enigma diarias, que escribieron en sus máquinas Typex para determinar si eran reconocibles en alemán.


Monumento a Jane Fawcett y su esposo, Edward. (Crédito de la foto: AndyScott / Wikimedia Commons CC BY-SA 4.0)

A través de su trabajo, pudo ayudar a decodificar un mensaje sobre la posición del acorazado alemán Bismarck. Ella y el equipo se enteraron de que navegaba hacia Francia, lo que permitió que la Royal Navy lo atacara y lo hundiera el 27 de mayo de 1941. Esta es ampliamente considerada la primera victoria significativa para los descifradores de códigos en Bletchley Park.

Margaret Rock

Margaret Rock se unió a Bletchley Park el 15 de abril de 1940, donde trabajó para el almirante Sir Hugh Sinclair, jefe de la GC&CS y el Servicio Secreto de Inteligencia. Su educación, específicamente sus habilidades matemáticas, le permitió decodificar el Enigma alemán junto con algunos de los mejores, incluido Alfred Dillwyn “Dilly” Knox, el criptógrafo jefe de GC&CS.


Margaret Rock. (Crédito de la foto: Kerry Howard / YouTube)

Mientras trabajaba con Knox, Rock se convirtió en el criptógrafo de mayor rango, especializado en descifrado de códigos en alemán y ruso. Su mayor logro se produjo cuando ella y su equipo decodificaron un mensaje que les dio a las fuerzas británicas la ventaja a la hora de planificar los ataques del Día D.


Mavis Batey



Mavis Batey es considerada uno de los descifradores de códigos líderes de Bletchley Park. Estacionada inicialmente en una de sus estaciones en Londres, más tarde fue trasladada a la finca de Buckinghamshire, donde trabajó como asistente de Dilly Knox.

Batey se adaptó rápidamente a su nuevo entorno de trabajo y se familiarizó con los diferentes estilos de operadores enemigos individuales. A finales de marzo de 1941, estaba trabajando en el Enigma naval italiano cuando descifró un mensaje, lo que llevó al descubrimiento de que los italianos planeaban atacar el convoy de suministros de la Royal Navy frente a las costas de Grecia. El combate posterior se conoció como la Batalla del Cabo Matapan.

En diciembre de 1941, rompió un mensaje entre Belgrado y Berlín que permitió al equipo romper el Abwehr Enigma. Más tarde rompió otro, el GGG. Contenía mensajes que confirmaban que los nazis estaban cayendo en la trampa de la inteligencia de Double-Cross transmitida por agentes dobles.

viernes, 4 de diciembre de 2020

GCE: «Elena dio a luz a un hermoso niño»

«Elena dio a luz a un hermoso niño» (Recuerdos de la España Victoriana)

Por Laureano Benítez Grande-Caballero - El Diestro

Es curiosa la tendencia que tienen algunos hechos importantes de la historia a encriptar sus mensajes revolucionarios en códigos cifrados que tienen que ver con neonatos. Criptografía bastante justificada, pues la comparación entre el advenimiento de un cambio histórico con un parto es una metáfora bastante lógica.

En los días previos al Alzamiento Nacional del 18 de julio 1936, el general Mola ―el organizador de la sublevación militar― cursó el siguiente telegrama a los conjurados: «El pasado día 15, a las 4 de la mañana, Elena dio a luz un hermoso niño». El mensaje cifrado indicaba que la rebelión comenzaría el 18 julio a las cinco de la mañana en el Protectorado de Marruecos, mientras que las guarniciones militares de la península tenían que secundarla al día siguiente (15+4=19).

Por poner otro ejemplo, mientras estaba reunido con Stalin y Churchill en la conferencia de Postdam (julio- agosto de 1945), el presidente americano Harry Truman recibió un telegrama en clave que decía «Baby well born» ―«El niño ha nacido bien»―, mediante el cual se le informaba de que el experimento con la bomba atómica que se había realizado en el desierto de Alamogordo (México) había sido un éxito. Siguiendo con este hilo argumental, la bomba que se lanzó sobre Hiroshima el 6 agosto recibió el nombre de «Little boy».

Volviendo al telegrama de Mola, desconocemos el nombre del hermoso niño que tuvo Elena en los días previos al Alzamiento, pero seguro que se le podría bautizar con cualquiera de los nombres que significan «triunfo»: Víctor, Victoriano, o Victorino.

Fue un hermoso niño, pues en aquel tiempo no se llevaba aun la posmodernidad de la identidad de género globalista, según la cual el mensaje debería haber dicho «hermos@ niñ@». Aunque, a decir verdad, en los tiempos actuales a lo mejor no hubiera habido necesidad de recurrir a esa frase con las arrobitas, ya que lo más postmoderno hubiera sido que Elena recurriera al aborto, pues entre los más de 100.000 abortos que se practican al año en España, no hubiese importado uno más.


También en aquel tiempo tan franquista y facha era costumbre que los matrimonios no se divorciaran, pues estaba prohibido, con lo cual ya tenemos aquí el tercer hecho importante del alumbramiento de Elena: Victoriano se crió dentro de una familia estable y tradicional, formada por progenitores heterosexuales. Vete a saber en qué modelo de familia ―porque dicen que hay muchas, oiga― hubiera caído hoy en día el pobre niño. O sea que, además de no abortarle y no bautizarle con la arrobita @, el hermoso niño tuvo una hermosa familia, y no tuvo necesidad de elegir su sexo.

En la escuela no había en aquellos tiempos cuentos sobre princesitos ni principitas como ahora, en esta época tan moderna. Había crucifijos en las aulas, y castigos físicos, pero Victoriano jamás tuvo necesidad en la vida adulta de acudir a ningún psicólogo para superar aquellos traumas, ni supo de ningún compañero que necesitara terapia por aquella educación tan facha.


Para colmo, en la escuela franquista la educación era tan sexista, que había centros para chicos y otros para chicas, hasta el punto de que Victoriano y sus compañeros la primera vez que compartieron aula con una hembra fue ya en la Universidad. Sin embargo, esto nunca les llevó a ningún trauma sexual, ni les provocó dificultades de relación con el sexo opuesto.

El silencio en las aulas se podía cortar con un cuchillo, y la disciplina era espartana, militar, absoluta, al igual que la obediencia y el respeto a los profesores. Por supuesto, en aquellos tiempos franquistas no se llevaba eso de la escuela laika y democrátika, donde los alumnos tutean a sus mentores, y coleccionan partes, expedientes y suspensos, hasta conseguir títulos de «ninis cum laude». Y es que, según la posmodernidad, los castigos pueden traumatizar a los pobres infantes, y el ejercicio de la autoridad sobre ellos para que respeten un mínimo de normas puede ocasionarles frustraciones, como puede ocasionarles estrés el esfuerzo y el trabajo necesario para aprovechar en sus estudios.

Cuando se trataba de entregarse al ocio, Victoriano y sus amigos organizaban decorosos guateques, que la posmodernidad progre en la que vivimos ahora calificaría de aburridos, ya que no había drogas, y el botellón todavía no se había inventado.

Como es bien sabido que a los fachas les gusta vestir bien, hasta con corbata si es preciso ―¡qué horror!―, la posmodernidad inventó los vakeros rotos, y toda una indumentaria «homeless» que, decorada con tatuajes y piercings, hacen de la moda actual algo completamente en las antípodas de la vestimenta franquista, sosa y frailuna a más no poder.

Victoriano no tuvo problemas para encontrar un trabajo, pues poco paro había en aquel tiempo tan tiránico. Muchos de sus amigos eran pluriempleados, incluso. El progrerío actual dice que los obreros estaban superexplotados bajo Franco, pero era casi imposible echar a un trabajador de una empresa, se le pagaban horas extras y no era raro que se le obsequiara con cestas de Navidad como aguinaldo. Igualito que ahora, por supuesto, en estos tiempos tan socialdemócratas donde el paro y la explotación de los trabajadores no tienen parangón.

Por cierto, en aquellos tiempos también se inventó la Seguridad Social, una de las más avanzadas del mundo según afirman los expertos en el tema. Cosas del fascismo.

Con su estabilidad laboral, Victoriano pudo sostener a una familia numerosa, aunque sin grandes lujos, claro. Y eso a pesar de que su mujer nunca trabajó. Todo eso era muy anticuado y machista, pues lo moderno es que se tengan dos hijos, trabaje la mujer, y que la familia apenas llegue a fin de mes.

Lo malo es que Victoriano no tenía libertades, pues en aquel tiempo España era una dictadura fascista que suprimió las libertades de asociación, reunión y expresión. Una pena, desde luego, y más si se compara con nuestra fabulosa democracia de ahora, donde puedes hacer y decir lo que te venga en gana sin que te passe nada, porque para eso están los derechos humanos: para que los energúmenos y botarates se pasen por el arco de triunfo normas y leyes, pues sus agresiones, sus blasfemias y sus amenazas siempre acaban sobreseídas y archivadas por una Justicia ―¡¿― tolerante y comprensiva. Tiempos de progrerío, de NOM, donde respetar las leyes, obedecer a la autoridad, sacrificarse y esforzarse, tener honor, son palabras fascistas.

Igual que amar a la Patria, como hacía Victoriano, sintiendo un profundo vínculo afectivo con una geografía, con una historia, con una civilización, con un patrimonio cultural y espiritual que formaban parte de su vida. Hoy somos más modernos, y se queman banderas igual que se silba el himno, se defeca en la Hispanidad, o se pone en almoneda nuestra integridad territorial.

Sí: Elena dio a luz un hermoso niño. Ahora ya andamos por los niet@s, y éstos no son ya tan hermos@s, porque los tiempos cambian que es una barbaridad.

Confieso que conocí a Victoriano en aquellos tiempos, y que durante bastante tiempo no cultivé su amistad por tener pensamientos distintos. Sin embargo, ahora somos como hermanos, y puedo afirmar y afirmo que recuerdo aquellos tiempos de paz, orden, educación, respeto, imperio de la ley y la civilización cristiana con mucha felicidad, con cariño, con nostalgia…

Sí, recuerdo aquella época victoriana…

jueves, 2 de abril de 2020

Espionaje: Crypto fue un troyano criptográfico de la CIA y el BND

El golpe maestro de la CIA y sus socios alemanes

Una investigación de ‘The Washington Post’ y las cadenas ZDF y SRF destapa el espionaje de EE UU y Alemania a otros Gobiernos durante décadas



Boris Hagelin, con un máquina de cifrado. GETTY


Yolanda Monge || El País



Es uno de los mayores casos de espionaje, material de novela de John Le Carré o de un guion cinematográfico. Durante más de cinco décadas, la CIA y los servicios de espionaje de la entonces Alemania Occidental (BND, en sus siglas germanas) controlaron en secreto una empresa suiza que fabricaba y vendía dispositivos de encriptación y líneas de comunicación seguras a más de 120 países. Pero el caso es que ni las líneas ni los mensajes cifrados eran seguros, ya que la CIA y los alemanes tenían acceso a la información a través de los dispositivos, según desveló este martes una investigación periodística de The Washington Post, junto a las cadenas de televisión ZDF (Alemania) y SRF (Suiza).

Fue El golpe de inteligencia del siglo, titulaba este martes el periódico estadounidense. Fueron clientes de la empresa Crypto AG y sus máquinas trucadas países como Irán, juntas militares de América Latina, naciones rivales como India y Pakistán, Estados miembros de la OTAN como España, la ONU e incluso el Vaticano, según la extensa investigación, que asegura que “estas agencias de espionaje manipularon los dispositivos de la compañía para poder romper fácilmente los códigos que los países usaban para enviar mensajes cifrados”. Hasta ahora, ese peculiar partenariado era uno de los secretos mejor guardados de la Guerra Fría.

Todo empezó en plena Segunda Guerra Mundial, cuando la firma Crypto fue creada por Boris Hagelin, un empresario e inventor nacido en Rusia pero que huyó a Suecia cuando los bolcheviques tomaron el poder. Cuando los nazis ocupaban la vecina Noruega en 1940, Hagelin decidió emigrar de nuevo, en esta ocasión a Estados Unidos.

El inventor llevaba consigo la famosa máquina encriptadora, bautizada como M-209. Según la historia interna de la CIA, citada en la investigación del Post, se hacía necesario controlar a Hagelin para que limitara la venta del codificador solo a países aprobados por Washington. En definitiva, Crypto no debía caer en manos de los soviéticos, los chinos o los norcoreanos. Esos países, sin embargo, nunca fueron clientes de la compañía, por lo que, en teoría, quedaron fuera de los límites directos del espionaje montado por EE UU y Alemania.

No obstante, los agentes de la CIA obtuvieron mucha información valiosa de Pekín y Moscú a través de las interacciones de estos países con servicios secretos o diplomáticos de naciones que sí tenían los aparatos de cifrado. La conocida como Operación Thesaurus se firmó en un elitista club de Washington, el Cosmos, cuando Hagelin selló en 1951 con un apretón de manos durante una cena el primer acuerdo secreto con la inteligencia estadounidense, que trajo consigo a William Friedman, el padre de la criptología americana.

El acuerdo consistía en que Hagelin trasladaba la compañía a Suiza y restringía las ventas de sus modelos más sofisticados a países aprobados por Langley (donde tiene la sede la CIA). Las naciones que no estaban en esa lista obtenían de Crypto AG sistemas anticuados y sin apenas efectividad. A Hagelin se le compensaba económicamente por la pérdida de ventas.

El siglo XX avanzaba y prácticamente nadie en Crypto, excepto Hagelin, sabía de la implicación de la CIA en la compañía. Los beneficios eran abundantes. Cada año, según los registros de la inteligencia alemana, el BND entregaba su parte de las ganancias en efectivo a la CIA en un oscuro garaje de Washington.

En la década de los ochenta, la operación pasó a denominarse Rubicón. Para entonces, ya existían algunas tensiones entre Washington y Bonn a cuenta de los objetivos y del reparto de la información conseguida. Ambas partes, según la investigación, también usaron para su espionaje a otras empresas, a Siemens en Alemania y Motorola en EE UU.

Crypto, además, daba buenos beneficios. Según la CIA, en 1975 la compañía ganó más de 51 millones de francos suizos (unos 47,8 millones de euros). Mientras, Rubicón permitió décadas de acceso sin precedentes a las comunicaciones de otros Gobiernos. Por ejemplo, en 1978, cuando los líderes de Egipto, Israel y EE UU se reunían en Camp David para negociar un acuerdo de paz, la Agencia Nacional de Seguridad estadounidense (NSA, en sus siglas en inglés) escuchaba de forma secreta las comunicaciones del presidente egipcio Anwar el-Sadat con El Cairo.

A través de un sistema de Crypto se supo también que el hermano del presidente de EE UU Jimmy Carter estaba supuestamente en nómina del líder libio Muamar el Gadafi. La tecnología también propició que la Administración de Ronald Reagan pasase información a Londres sobre la breve guerra del Reino Unido con Argentina por las Malvinas. En 1989, el uso del Vaticano de un aparato de Crypto fue determinante en la captura el general panameño Manuel Antonio Noriega cuando el dictador buscó refugio en la Nunciatura de Panamá.

Los alemanes abandonaron el programa hacia finales de los noventa; la CIA continuó. Pero Crypto se fue disolviendo y dejó de existir en 2017. Ahora existen Crypto International y CyOne; la primera asegura que nunca supo nada de la trama de Crypto, y la segunda se acoge al socorrido “sin comentarios”.

domingo, 15 de abril de 2018

PGM: Los magos descifradores de la Habitación 40 de la Royal Navy

Grandes descrifradores de código británicos de la PGM

El increíble trabajo de los rompedores de códigos de la Segunda Guerra Mundial en Bletchley Park es ampliamente celebrado. Pero su precursor - la inteligencia naval de la Habitación 40 - jugó un papel importante en la Primera Guerra Mundial. Fue llevado a cabo por una cantidad de personas extraordinarias.

Andrew Knighton - War History Online

Sir Alfred Ewing

El primer día de la guerra, el Almirantazgo británico se encontró con una creciente pila de señales alemanas interceptadas y un problema creciente: no podían entenderlos. Para resolver este problema, establecieron una nueva sección, encabezada por el director de Educación Naval, un hombre con un gran interés aficionado en la criptografía: Sir Alfred Ewing.

Un escocés de voz suave que siempre vestía un inmaculado traje gris, Ewing había trabajado como ingeniero de investigación y profesor de Ingeniería Mecánica en Cambridge. Recibió la Medalla de Oro de la Royal Society por su investigación en inducción magnética y fue nombrado caballero por su trabajo como educador. Él trajo la combinación perfecta de liderazgo y análisis agudo al papel.


Alfred Ewing

Reconociendo su propia ignorancia sobre las cifras, Ewing se puso a trabajar para aprender más. Estudió los libros de códigos de la Oficina de Correos y la compañía de seguros Lloyds, así como libros antiguos sobre la creación de códigos.

Luego se dispuso a reclutar a un grupo de hombres para que trabajaran con él.

Alexander Denniston


Alexander Denniston

Debido al secreto de su trabajo, Ewing no pudo anunciar abiertamente que tomaría reclutas. En cambio, se conectó a la red de enlaces de la Marina de los viejos muchachos, pidiendo a los maestros de confianza en las universidades navales que recomendaran hombres.

Uno de los primeros en ser reclutado fue Alexander Denniston. Otro escocés tranquilo, Denniston también fue un deportista consumado, después de haber jugado hockey en los Juegos Olímpicos de 1908.

Más importante aún para la tarea en cuestión, Denniston era un lingüista brillante y hablaba alemán con fluidez. Después de haber estudiado tanto en la Sorbona como en la Universidad de Bonne, se había sumergido completamente en el negocio de la interpretación de un idioma a otro.

Denniston solo pretendía unirse al equipo de Ewing por un corto tiempo. Después de todo, todos esperaban que la guerra terminara rápidamente, y entonces el trabajo del equipo estaría hecho. En cambio, se convirtió en un accesorio entre los rompedores de código de Gran Bretaña, permaneciendo en la profesión hasta 1942.

Charles Rotter


El barco alemán Magdeburg, que fue capturado con la ayuda de la habitación 40 de decifradores. Por Bundesarchiv - CC BY-SA 3.0 de

Durante los primeros meses de la guerra, la armada británica pudo capturar tres principales libros de códigos utilizados por sus oponentes alemanes. En teoría, estos podrían ser utilizados para comprender las órdenes de cada barco en la flota alemana. Pero había un problema. Si bien algunos de los mensajes parecían ser informes meteorológicos, el resto permanecía ilegible incluso después de la decodificación inicial.

La solución fue encontrada por Charles Rotter. Además de ser el administrador de la flota, Rotter era un experto en alemán. Al estudiar los mensajes, se dio cuenta de que había varias capas de código en juego. Una vez codificadas, las letras en los mensajes se cambiaron usando una tecla de sustitución.

Al buscar a través de los mensajes, Rotter buscó las palabras y conjuntos de letras más comunes que se esperarían en las señales alemanas. Una vez que identificó letras comunes, las usó para resolver el resto. Junto con su experiencia en asuntos navales, su conocimiento del alemán y los libros de códigos, esto le permitió decodificar las señales en una semana. La tabla de sustitución que proporcionó permitió a sus colegas llegar a la misma comprensión que él tenía. Pronto toda su atención se centró en las señales navales.


El buque alemán SMS Seydlitz después de la batalla de Jutlandia, en la que los descifradores de la Habitación 40 desempeñaron un papel importante.

George Young

En 1915, se amplió el cometido de los criptógrafos británicos. Además de leer las señales navales, darían un paso tan poco caballeroso que antes era impensable, descifrando los mensajes diplomáticos alemanes.

Para esto, se necesitaba un nuevo grupo de analistas, hombres con un tipo diferente de experiencia. El primero en ser reclutado, y el hombre que ayudó a seleccionar el resto, fue George Young.

A diferencia de los otros criptógrafos, Young tenía el aire de un espía. Suave, misterioso y sofisticado, estaba listo para dar cualquier paso para vencer al enemigo.

Esta actitud ya había sido utilizada en el servicio diplomático. Después de estudiar en Francia, Alemania y Rusia, Young se convirtió en diplomático. Sirvió en esta capacidad en Atenas, Belgrado, Constantinopla, Madrid y Washington. Él entendía los idiomas. Él entendía la cultura diplomática. Sobre todo, él entendía cómo buscar significados ocultos.

Fue este nuevo enfoque en los mensajes diplomáticos que traería uno de los mejores golpes de la guerra.

Nigel de Gray


El famoso telegrama de Zimmerman decodificado por la habitación 40.

"¿Quieres traer a Estados Unidos a la guerra?" Estas fueron las palabras con las que Nigel de Gray se dirigió al Director de Inteligencia, Capitán Reginald "Blinker" Hall, el 17 de enero de 1917. Fue el comienzo de una de las piezas más importantes de trabajo por los interruptores de código.

De Gray, uno de los principales decodificadores de códigos británicos, había estado trabajando con el reverendo William Montgomery en un mensaje. Aunque todavía estaba parcialmente descifrado, era tan importante que fue directamente a Hall con las noticias.

Un mensaje del Ministerio de Asuntos Exteriores alemán al embajador alemán en Washington, la señal había sido encriptada dos veces y enviada a través de una serie de tres canales separados. La última etapa de su viaje implicó que se etiquetara en otro mensaje transmitido a través del Departamento de Estado de EE. UU. Los estadounidenses permitieron a los alemanes usar esta ruta siempre que no la usaran para discutir la guerra.

Este mensaje, más tarde conocido como el telegrama de Zimmerman, tenía que ver con la guerra.

Si la transmisión del telegrama a través del Departamento de Estado estadounidense fue provocativa, sus contenidos lo fueron aún más. Dispuso planes para comenzar una guerra submarina sin restricciones el 1 de febrero y unirse a México para atacar a los EE. UU. si los estadounidenses entraran en la guerra.

Al principio, Hall hizo que de Gray y sus colegas permanecieran callados sobre el telegrama. Pero después del 1 de febrero, cuando se hizo evidente que se necesitaban más para empujar a Estados Unidos a la guerra, Gran Bretaña les presentó a los estadounidenses el telegrama de Zimmerman. Despertó los sentimientos antialemanes entre los estadounidenses y se usó para llevar a los EE. UU. a la Primera Guerra Mundial. Ese mensaje ayudó a lograr exactamente lo que Gray había sugerido.