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jueves, 17 de agosto de 2023

SGM: Los desgarradores efectos de la bomba nuclear sobre Nagasaki

El día que el aire se prendió fuego y la gente de desintegró: el estremecedor relato de los sobrevivientes de Nagasaki

El 9 de agosto de 1945, tres días después de la bomba atómica sobre Hiroshima, Fat Man cayó sobre la ciudad japonesa de Nagasaki. Tres científicos estadounidenses le enviaron un mensaje a un físico japonés. Lo hicieron con una carta que cayó sobre los restos la ciudad que segundos antes había sido arrasada. Los testimonios de quienes vieron cómo nada quedaba en pie

Por Matías Bauso  ||  Infobae




El 9 de agosto de 1945, tres días después de la bomba atómica sobre Hiroshima, Fat Man cayó sobre la ciudad japonesa de Nagasaki. El factor sorpresa de nuevo buscaba surtir efecto en la resistencia de Japón (U.S. National Archives and Records Administration/Handout via REUTERS)

La bomba se denominó Fat Man. El avión que la transportó se llamó Bockscar. Y el comandante que la activó fue Charles Sweeney. El mundo había entrado en la era nuclear el 6 de agosto de 1945: cuando el Enola Gay arrojó la bomba Little Boy desde un bombardero pilotado por el comandante Paul Tibbets sobre los cielos de Hiroshima. Sobre el hongo nuclear que germinó sobre el suelo japonés, todas las cosas vivas se murieron y el aire se prendió fuego.

El presidente estadounidense Harry S. Truman informó, horas después del ataque, que la ofensiva recién había empezado: “Hace poco tiempo un avión americano ha lanzado una bomba sobre Hiroshima, inutilizándola para el enemigo. Los japoneses comenzaron la guerra por el aire en Pearl Harbor: han sido correspondidos sobradamente. Pero este no es el final, con esta bomba hemos añadido una dimensión nueva y revolucionaria a la destrucción”.

Tres días después, el 9 de agosto, despegó un nuevo vuelo. La operación, planeada con meticulosidad, debió sortear varios imprevistos. Ya todos, aunque nadie lo hubiera confirmado, sabían qué clase de bomba llevaba el avión. En el momento del despegue de uno de los aviones de apoyo, el que llevaba al personal de observación (científicos y encargados de tomar las imágenes), el piloto hizo bajar a uno de los tripulantes: en vez de paracaídas, en un error por los nervios, había tomado un segundo salvavidas.

En esa nave iban también los instrumentos de medición, que lanzados con pequeños paracaídas, buscaban establecer la magnitud de la explosión, el poderío de la bomba. El general Groves y Robert Oppenheimer habían enviado tres científicos directo desde Los Alamos a Tinian. Eran los representantes del Proyecto Manhattan en la base militar. Eran Luis Walter Álvarez, Lawrence Johnston y Harold Agnew. Uno de ellos tuvo una idea. Una improvisación en el detallado plan. Querían enviar un mensaje.

Se sabía del poder de devastación de la bomba atómica pero no mucho más. Los generales norteamericanos negaron las consecuencias. Afirmaban que ya todo había pasado y que no había secuela posible. Mentían (U.S. Air Force/Handout via REUTERS)

Cuando se enteraron que la segunda bomba sería lanzada casi de inmediato, los físicos norteamericanos sostuvieron que eso terminaría de desconcertar a los japoneses. Que si ellos estuvieran del otro lado, y los comandantes les preguntaran qué posibilidades habría de un segundo ataque, ellos dirían que sería casi imposible, que tendrían tiempo dado que esas bombas eran muy difíciles y muy costosas de construir. Por lo tanto el factor sorpresa, de nuevo, sería importante.

Los tres que estaban en la base del Pacífico no estaban preocupados por las vidas que se habían perdido en Hiroshima sino por las que podrían perderse en caso de continuar la contienda. Así decidieron mandar un mensaje a un par. A alguien que pudiera explicarle a los gobernantes japoneses qué era eso que les había caído del cielo.

Luis Walter Álvarez, luego Premio Nobel de Física, dictó una carta. Sus colegas Johnston y Agnew, la transcribieron y agregaron algunos párrafos. La misiva estaba dirigida a Ryokichi Sagane, un respetado físico japonés que ellos habían conocido en Estados Unidos unos años antes.

El piloto Charles Sweeney lanzó la bomba sobre Nagasaki (Wikipedia: Gobierno de EEUU)

En la carta sin firma se presentaban como “tres colegas de Bekerley” y entre otras cosas decían: “Como científicos deploramos el uso que se ha dado a tan bello descubrimiento, pero podemos asegurar que a menos que Japón se rinda una lluvia de bombas atómicos caerá sobre el país”. Le rogaban a Sagane que utilizara sus conocimientos e influencias para convencer a las autoridades japonesas.

Adosaron la carta a uno de los instrumentos de medición y la dejaron caer hacia suelo japonés. La misiva fue encontrada unos pocos días después y estudiada por funcionarios nipones. Recién llegó a su destinatario el Dr. Sagane varios meses más tarde.

La carta no tenía firma pero luego consiguió quien la suscribiera. Varios años después de la guerra, los físicos volvieron a cruzarse. Sagane sacó el papel arrugado de su bolsillo y se lo extendió a Álvarez que lo leyó en silencio. Luego sacó una lapicera del bolsillo interno de su saco y escribió. Tras eso, varios años después de que fuera escrita, la firmó.

Sweeney se encontró con un espeso manto de nubes cuando llegó a su destino. Intentó encontrar un hueco en el que la visibilidad hiciera posible el lanzamiento pero fue infructuoso. En ese instante decidió cambiar de objetivo. La ciudad de Kokura, sin saberlo, gracias a un súbito cambia de clima, evitó ser destruida (Department of Energy/Lawrence Berkeley National Laboratory/REUTERS)

Ni Álvarez ni los otros dos científicos mostraron remordimiento ni pesar por las bombas. Constituyeron casi una excepción (otro caso notable fue el de Edward Teller, creador de la Bomba H) entre los especialistas del Proyecto Manhattan que se convirtieron casi de inmediato en pacifistas y abogaron por el desarme atómico, por desactivar el infierno que crearon con sus conocimientos y trabajo.

La visión de Álvarez y de sus compañeros, posiblemente, se sustentaba en su experiencia en el campo de batalla. Ellos salieron del laboratorio, vivieron en bases militares, participaron de misiones, vieron a los hombres morir en combate. Esas vivencias pueden haberlos convencido que la extensión de la guerra hubiera acarreado mayor número de muertos que los que produjeron las dos bombas atómicas.

Álvarez había estado en el lanzamiento de prueba del nuevo arma en el desierto californiano y en Hiroshima. El 9 de agosto se quedó en la base y fue Johnston en el avión. Así, Johnston se convirtió en la única persona que fue testigo ocular de los tres lanzamientos atómicos de esa guerra. Un récord nada envidiable.

Una postal de la devastación causada por la bomba atómica lanzada sobre Nagasaki, Japón, el 9 de agosto de 1945 (Departamento de Energía/Laboratorio Nacional Lawrence Berkeley/REUTERS)

La misión del Bockscar encontró inconvenientes. Primero no pudo juntarse con los aviones de apoyo. Pese al informe del avión meteorológico, Sweeney se encontró con un espeso manto de nubes cuando llegó a su destino. Intentó encontrar un hueco en el que la visibilidad hiciera posible el lanzamiento pero fue infructuoso. En ese instante decidió cambiar de objetivo. La ciudad de Kokura, sin saberlo, gracias a un súbito cambia de clima, evitó ser destruida.

El avión se dirigió a Nagasaki, la ciudad que indicaba el plan de contingencia. Pero un nuevo problema surgió. El avión mostró desperfectos. Perdía combustible. No se sabía si podría regresar. A Nagasaki también la cubrían las nubes, cuando no quedaba demasiado tiempo, Sweeney descubrió una brecha. De no haber aparecido ese espacio despejado, le quedaban dos opciones: lanzar la bomba por indicación del radar (método del que se desconocía la eficacia en ese momento) o dejarla caer en el mar. Pero finalmente nada de eso pasó.

La bomba atómica sobre Nagasaki mató 40 mil personas en el momento de la detonación. Y otras tantas murieron con el transcurrir del tiempo por efecto de la radiación. La fábrica Mitsubishi que proveía armamento fue destruida, al igual que el 40% de las viviendas de la ciudad.

Una niña con su madre en Nagasaki la mañana siguiente al lanzamiento de la bomba atómica, el 10 de agosto de 1945. Su casa fue destruida, están a 1,5 km al sureste núcleo de la explosión y les han dado una bola de arroz como alimento (Galerie Bilderwelt/Getty Images)

Pero hubo quienes no murieron. Son conocidos comos los hibakusha. Los sobrevivientes a las explosiones atómicas. Los afectados por la radiación. Aquellos a los que la destrucción signó de por vida. Las secuelas físicas, las pérdidas materiales, la muerte de los familiares. Entre ellos hay algunos que revisten un estado aún mayor de excepcionalidad. Son doblemente hibakushas: sobrevivieron a ambas explosiones atómicas.

Tsutomu Yamaguchi era un joven empleado de Mitsubishi. Había sido enviado a Hiroshima a realizar unas tareas. El tren que lo devolvería a Nagasaki partía a las nueve de la mañana del 6 de agosto. Camino a la estación se dio cuenta de que había dejado documentación en el hotel. Regresó a buscarla y se separó de sus dos compañeros de viaje. Al regresar una explosión de una potencia desconocida lo hizo volar por el aire. Luego de unos minutos de atontamiento se levantó. Vio el peor paisaje imaginable. Tenía algunas lastimaduras, le sangraba la cabeza pero nada más. Se escondió en un refugio antiaéreo.

A la mañana siguiente, con la ciudad todavía cubierta por la bruma atómica, inició el camino de regreso a su casa. Una odisea de más 250 kilómetros. Llegó a Nagasaki a la noche del 8 de agosto. Abrazó a su esposa y a su hijo pequeño. A la mañana siguiente se dirigió a la fábrica. A media mañana se reunió con su jefe. Intentaba convencerlo de lo sucedido. El jefe valoró darle licencia. Pensó que Yamaguchi se había vuelto loco. Era inconcebible suponer que una sola bomba podía arrasar una ciudad. Cuando el jefe estaba por echarlo de la oficina, la explosión.

Un joven yace en una colchoneta con quemaduras cubriendo su cuerpo, producto de la la explosión de la bomba atómica sobre Nagasaki, Japón (CORBIS/Corbis vía Getty Images)

Estados Unidos había lanzado la segunda bomba atómica. Una vez más, Tsutomu salió indemne. Entre los escombros se levantó con nuevos magullones y quemaduras para ir a buscar a su familia. Su esposa y el bebé tampoco habían sufrido daños. La familia pasó varios días en un refugio hasta que pudieron regresar a su casa. Yamaguchi sólo perdió parte de la audición de un oído y le quedó cierta debilidad en sus piernas; secuelas menores para haber soportado dos explosiones atómicas. Murió en el 2010. Tenía 94 años. Su hijo vivió bastante menos; murió de cáncer afectado por la radiación a fines del Siglo XX.

Kazuko Sadamaru tenía veinte años y la guerra la había transformado en enfermera. Ella también fue doble hibakusha. Desde Nagasaki acompañó en tren a unos heridos cuya lugar de residencia era Hiroshima. Cuando la formación ingresaba en la ciudad, el destello cegador. El tren cimbreó. Cuando bajaron se encontraron con el paisaje más funesto. Al día siguiente regresó a Nagasaki. El 9 de agosto, la siguiente bomba. Allí vivió los peores días de su vida. Trabajando varios días seguidos, sin dormir, sin materiales para asistir a los heridos, sin saber contra qué luchaban. Ella, con el paso de los meses, tuvo problemas en la sangre y perdió casi todo el pelo. Pero se recuperó. Tuvo una hija y cuatro nietos.

En septiembre de 1945, un hombre con uniforme de coronel del ejército de Estados Unidos entró a Nagasaki. Japón ya se había rendido. La guerra había terminado. En la ciudad sus escasos habitantes parecían espectros. Era como si nada de lo anterior hubiera quedado en pie. Destrucción total. El horizonte más desolador posible.

Por ese tiempo Estados Unidos disfrutaba del éxito. Las bombas habían derribado las últimas defensas japonesas. Nada se sabía (al menos públicamente) de las consecuencias de las bombas. Todavía ni siquiera era sencillo determinar los daños instantáneos que había ocasionado, mensurarlos con precisión. Se sabía de su poder de devastación pero no mucho más. Los generales norteamericanos negaban consecuencias. Afirmaban que ya todo había pasado. No había secuela posible. Mentían.

Un bebé japonés se retuerce la cara por el intenso dolor de las quemaduras sufridas cuando se lanzó la bomba atómica sobre Nagasaki, mientras otro sobreviviente vendado intenta consolarlo. Decenas de otros, horriblemente quemados en el cegador destello de llamas que envolvió la ciudad cuando explotó la bomba, yacían esparcidos entre los escombros del edificio destrozado (Getty Images)

Entre la vocación por silenciar las decenas de miles de muertes, las secuelas de la radiación y que había sido la segunda bomba, Nagasaki no tenía demasiada atención de los medios.

El hombre con ropa de coronel era periodista. Se llamaba George Weller. En su libreta de apuntes tomó nota de todo lo que vio. Un espectáculo atroz. Le costaba imaginar qué había provocado eso. Encontró un campo de prisioneros de guerra. Sus reclusos eran soldados americanos capturados por los japoneses. Todavía no sabían que la guerra había terminado. Weller les dio la noticia. Ellos le relataron el resplandor, el ruido atronador y la ola expansiva. El periodista escribió un informe estremecedor. Siguió recorriendo la ciudad, lo que quedaba de ella, y reportando. Envió sus notas. Hablaba también de enfermedades extrañas que parecían tener origen en la bomba. La noticia era que la radiación afectaba a las personas.

Semanas después se enteró de que ninguna había llegado al diario. Los oficiales de Estados Unidos las habían retenido y destruido. No eran tiempos de dar malas noticias; eso era hacerle el juego al enemigo (ya derrotado). Las excusas que se suelen esgrimir para ejercer la censura.

Weller regresó a su país y vivió convencido que sus crónicas se habían perdido para siempre. Tras su muerte, una de sus hijas, encontró un copia en carbónico y los publicó. Sesenta años después el mundo seguía conociendo qué había ocurrido en Nagasaki.


jueves, 29 de diciembre de 2022

SGM: El bombardeo de Darwin

Bombardeo de Darwin: 70 años después

Weapons and Warfare

 

La explosión de Neptuna en el muelle de Darwin el 19 de febrero de 1942. (Ref – PH0238/0885) (Biblioteca del Territorio del Norte)


Una campaña aérea montada por las fuerzas japonesas contra la principal ciudad portuaria del norte de Australia, en lo que fue la primera vez que Australia, como estado soberano, fue atacada directamente por un enemigo extranjero. Aunque otros centros del norte también fueron asaltados desde el aire en este período, Darwin fue el objetivo principal de los japoneses. En el período de veinte meses comprendido entre el 19 de febrero de 1942 y el 12 de noviembre de 1943, se produjeron un total de 64 ataques.

La primera y mayor incursión fue la del 19 de febrero que fue llevada a cabo por dos formaciones de aviones navales. La primera ola (de 188) fue lanzada desde cuatro portaaviones de la Primera Flota de Portaaviones bajo el mando del Vicealmirante Chuichi Nagumo, ubicados en el Mar de Arafura frente al extremo oriental de Timor, a unos 350 kilómetros al noroeste de Darwin, mientras que la segunda (que comprende 54 máquinas terrestres de la Primera Fuerza de Ataque Aéreo) volaron desde los aeródromos capturados en Kendari en las Célebes y en Ambon. El objetivo del ataque era eliminar la utilidad de Darwin como base desde la que los Aliados pudieran interferir en la invasión japonesa de Timor, que debía comenzar al día siguiente, y también en la invasión de Java que estaba en preparación. Sin embargo, se había sobreestimado la capacidad de las fuerzas basadas en Darwin para causar problemas en cualquiera de estas operaciones.

No obstante, Darwin representó un objetivo muy atractivo en ese momento, con 47 barcos mercantes y navales abarrotados en el puerto. Las defensas aéreas para una base tan importante eran totalmente inadecuadas, y comprendían solo dos escuadrones de la RAAF, los números 12 y 13, equipados con una mezcla de aviones de reconocimiento y bombarderos medios modernos Lockheed Hudson y Avro Anson obsoletos, y entrenadores avanzados Wirraway de fabricación australiana. Debido a las políticas de dispersión, solo nueve Hudson y cinco Wirraway inservibles estaban en Darwin el 19 de febrero; seis de los Hudson eran aviones del Escuadrón No. 2, RAAF, que acababan de llegar esa mañana en la evacuación de Timor. También estuvieron presentes diez cazas P40 Kittyhawk de la Fuerza Aérea del Ejército de EE. UU., que se dirigían a Java.

La advertencia temprana de los invasores entrantes estaba disponible para los defensores de Darwin de varias fuentes, entre ellas un guardacostas de la marina en la isla Melville y un misionero católico en la isla Bathurst, pero, debido a la confusión, el personal de operaciones de la RAAF no manejó estos informes de manera expedita. La información también se transmitió al oficial naval superior, el Capitán Edward Thomas, quien, según los informes, esperaba precisamente ese ataque del enemigo, pero no pudo anular una decisión en el Cuartel General Combinado del Área de ignorar los informes. En consecuencia, cuando finalmente sonó la alerta a las 9.58 horas, el primer grupo de 27 bombarderos japoneses ya estaba prácticamente sobre la ciudad, acercándose desde el sureste a 14.000 pies.


Las bombas japonesas caen tierra adentro y a lo largo de la playa del puerto de Darwin durante el primer ataque aéreo el 19 de febrero de 1943. (ref - 012953)


El ataque comenzó cuando nueve cazas Zero que volaban a baja altura ametrallaron a un dragaminas auxiliar, HMAS Gunbar, cuando pasaba por la barrera del puerto momentos antes de que sonara la primera sirena de ataque aéreo. Otros barcos que navegaban anclados fueron sometidos a devastadores bombardeos en picado, bombardeos en picado y barridos de ametralladoras que hundieron tres buques de guerra y cinco mercantes, y dañaron otros diez barcos de varios tipos. Cayeron más bombas en la ciudad misma, agregando unos quince civiles al número de muertos del día de al menos 243; esta cifra no era necesariamente completa, sino que simplemente representaba la mejor evaluación posible en ese momento. El número de heridos no fue inferior a 250, y según algunas fuentes llegó a 320.

Si bien el mayor número de bajas se produjo entre las tripulaciones de los barcos, la escena en el muelle fue igualmente mala. Aquí, el impacto de una sola bomba pesada en el extremo terrestre del embarcadero mató a 21 trabajadores reunidos para su descanso matutino, arrojó una locomotora al mar y demolió un tramo para que los hombres que quedaban en el muelle quedaran separados de la orilla. Varios barcos anclados al costado, privados de cualquier esperanza de maniobrar fuera del peligro, eran "blancos fáciles". La embarcación a motor de 6.600 toneladas Neptuna se incendió y estalló después de que las llamas alcanzaran las 200 cargas de profundidad almacenadas en su bodega.

La oposición de los combatientes aliados al ataque fue rápidamente apartada y destruida. Cuatro de los cinco Kittyhawks que patrullaban la ciudad cuando llegaron los primeros aviones japoneses fueron derribados, al igual que los cinco de otro vuelo que había estado reabasteciendo de combustible e intentó despegar cuando comenzó el ataque. Darwin estaba completamente a merced de los japoneses cuando sonó el 'todo despejado' a las 10.40 am. Ochenta minutos después, llegó la segunda ola de aviones para renovar el asalto por otros veinte minutos. Esta vez el foco fue la estación de la RAAF, que fue objeto de un patrón de bombardeo de nivel medio. Solo se perdieron seis vidas aquí, pero nueve aviones fueron destruidos en tierra, incluidos seis Hudson, y la mayoría de los edificios de la base quedaron destrozados.


Densas nubes de humo se elevan desde los tanques de petróleo golpeados durante el primer ataque aéreo japonés en Australia continental, el 19 de febrero de 1942. En primer plano está el HMAS Deloraine, que escapó del daño. (Referencia – 128108)

La reacción local a este primer ataque atrajo más tarde severas críticas, por lo que, aunque las noticias sobre el alcance del desastre fueron estrictamente suprimidas, el gobierno consideró necesario nombrar una comisión de investigación bajo la dirección del juez Charles Lowe para examinar los acontecimientos que lo rodearon. Tanto civiles como militares fueron acusados ​​de huir de la ciudad presas del pánico o de participar en saqueos desenfrenados de locales dañados y abandonados. Indudablemente, los incidentes de ambos ocurrieron en medio de la confusión y el lío que inevitablemente siguió a tal evento, pero su extensión y naturaleza han sido muy exageradas. Según muchos relatos confiables, el éxodo que tuvo lugar (con la expectativa de que la incursión fuera el preludio de una invasión marítima) fue apresurado, pero por lo demás bastante ordenado.

Independientemente de la controversia generada, era indiscutible que los japoneses habían obtenido un gran éxito a muy bajo costo. Además del daño infligido en Darwin, la ruta de vuelo de las formaciones atacantes había pasado accidentalmente sobre dos barcos tripulados por filipinos que transportaban suministros para las fuerzas estadounidenses sitiadas en Corregidor y un avión anfibio Catalina de la Marina de los EE. UU. todos fueron destruidos. Las afirmaciones sobre la cantidad de aviones de ataque perdidos durante el 19 de febrero varían ampliamente, desde dos que los japoneses admitieron oficialmente hasta las cinco "certezas" y cinco "probables" mantenidas por los servicios australianos; la estimación mejor y más plausible es siete. El piloto de un Zero que se estrelló en la isla de Melville fue capturado por un aborigen tiwi y entregado en manos del ejército, convirtiéndose en el primer prisionero de guerra tomado en suelo australiano.

Aunque se realizaron más ataques aéreos a intervalos irregulares, no fue hasta el 25 de abril que se volvió a utilizar un número comparativamente grande de aviones (24 bombarderos con doce cazas de escolta). La incursión lanzada dos días después desde Koepang fue aún más grande, esta vez compuesta por dieciséis bombarderos y 27 cazas, pero las pérdidas causadas por los bombardeos durante el mes fueron, con un par de excepciones, no muy grandes. El 2 de abril, se golpeó un tanque de almacenamiento de combustible y se quemaron unos 136.000 litros (30.000 galones), mientras que el 27 de abril los edificios, las líneas de suministro de agua y energía sufrieron daños importantes. Cuatro incursiones en junio fueron de una escala similar (18-27 bombarderos), pero a partir de entonces se utilizaron principalmente pequeñas cantidades de aviones en ataques nocturnos ineficaces. El enemigo regresó con fuerza el 30 de julio cuando aparecieron 27 bombarderos y entre 15 y 20 cazas sobre la ciudad y tres incursiones el 23,

En los primeros meses de 1943, los ataques se estaban volviendo menos frecuentes, pero todavía involucraban ocasionalmente a un gran número de aviones. Que el 15 de marzo, la quincuagésima tercera incursión de Darwin, se enfrentaron 24 bombarderos y quince cazas; que el 20 de junio utilizó 30 bombarderos y 21 cazas, y fue realizado por primera vez por la 7ª División Aérea del ejército japonés en Timor. No solo Darwin, sino también pistas de aterrizaje interiores hasta 100 kilómetros al sur fueron objetivos de la campaña japonesa. Hughes fue atacado en agosto y nuevamente en noviembre de 1942, Livingstone en septiembre de 1942, Batchelor y Pell en octubre de 1942, mientras que Coomalie fue atacado el 2 de marzo de 1943.



1942-02-19. Darwin, NT. El barco mercante australiano, Zealandia, en llamas en el puerto de Darwin después de recibir un impacto directo durante la primera incursión japonesa en Darwin por parte de aviones navales de las divisiones de portaaviones japonesas 1 y 2. Esta fotografía fue tomada desde HMAS Swan por un miembro de la tripulación.
(donante P Schneider) (Ref – P01214.003)

Inicialmente incapaces de igualar a los japoneses en número o rendimiento operativo de los aviones, ni tácticas, las unidades aéreas aliadas se acumularon progresivamente en el área y se volvieron más competentes, y cobraron un precio cada vez mayor en las misiones de incursión del enemigo. Particularmente notable por su éxito en el aire fue el 49th Fighter Group de la USAAF. Cuando los tres escuadrones de esta formación abandonaron el área en septiembre de 1942, sus miembros afirmaron que 75 máquinas enemigas fueron derribadas por la pérdida de veinte de sus propios aviones, y prácticamente habían detenido las incursiones diurnas.

La llegada a Darwin en enero de 1943 de tres escuadrones de cazas Spitfire Mark V, enviados especialmente desde Inglaterra en medio de un gran secreto en junio de 1942, inclinó decisivamente la balanza contra los japoneses. Aunque estas unidades, formadas en el Ala de Combate No. 1, RAAF, bajo el mando del Capitán de Grupo Allan Walters y más tarde del Capitán de Grupo Clive Caldwell, tuvieron algunos contratiempos para ganar esta ascendencia, a mediados de año, la tasa de pérdidas japonesas se había vuelto tan severa como para hacer Darwin un objetivo poco rentable. A pesar de que Fighter Wing perdió 44 de sus propios aviones en sus primeros seis meses de combate, solo diecisiete habían sido causados directamente por la acción del enemigo; ya cambio, los Spitfires se habían hecho cargo de 63 máquinas japonesas y probablemente destruyeron trece más. La conciencia pública de lo que sucedió en Darwin en febrero de 1942 no se generalizó hasta 1945. cuando finalmente se publicó el informe de la comisión Lowe. El mito de la 'vergonzosa' evacuación surgió de la publicidad falsa generada por los periódicos en ese momento y perpetuada desde entonces por varios relatos sensacionalistas.



martes, 27 de diciembre de 2022

G30A: La devastación de Prusia

Devastación de Prusia durante la Guerra de los Treinta Años

Weapons and Warfare




Aniquilación de Magdeburgo

Durante la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), las tierras alemanas se convirtieron en el teatro de una catástrofe europea. Una confrontación entre el emperador Habsburgo Fernando II (r. 1619-1637) y las fuerzas protestantes dentro del Sacro Imperio Romano Germánico se expandió para involucrar a Dinamarca, Suecia, España, la República Holandesa y Francia. Los conflictos de alcance continental se desarrollaron en los territorios de los estados alemanes: la lucha entre España y la República holandesa disidente, una competencia entre las potencias del norte por el control del Báltico y la rivalidad tradicional entre las grandes potencias entre la Francia borbónica y los Habsburgo. Aunque hubo batallas, asedios y ocupaciones militares en otros lugares, la mayor parte de los combates tuvo lugar en tierras alemanas. Para Brandeburgo desprotegido y sin salida al mar, la guerra fue un desastre que expuso todas las debilidades del estado electoral. En momentos cruciales del conflicto, Brandeburgo enfrentó decisiones imposibles. Su destino dependía enteramente de la voluntad de los demás. El Elector no pudo proteger sus fronteras, comandar o defender a sus súbditos o incluso asegurar la existencia continua de su título. A medida que los ejércitos avanzaban por las provincias de la Marca, se suspendió el estado de derecho, se trastornaron las economías locales y se rompieron irreversiblemente las continuidades del trabajo, el domicilio y la memoria. Las tierras del Elector, escribió Federico el Grande más de un siglo y medio después, "fueron desoladas durante la Guerra de los Treinta Años, cuya huella mortal fue tan profunda que sus huellas aún pueden discernirse mientras escribo". comandar o defender a sus súbditos o incluso asegurar la existencia continua de su título. A medida que los ejércitos avanzaban por las provincias de la Marca, se suspendió el estado de derecho, se trastornaron las economías locales y se rompieron irreversiblemente las continuidades del trabajo, el domicilio y la memoria. Las tierras del Elector, escribió Federico el Grande más de un siglo y medio después, "fueron desoladas durante la Guerra de los Treinta Años, cuya huella mortal fue tan profunda que sus huellas aún pueden discernirse mientras escribo". comandar o defender a sus súbditos o incluso asegurar la existencia continua de su título. A medida que los ejércitos avanzaban por las provincias de la Marca, se suspendió el estado de derecho, se trastornaron las economías locales y se rompieron irreversiblemente las continuidades del trabajo, el domicilio y la memoria. Las tierras del Elector, escribió Federico el Grande más de un siglo y medio después, "fueron desoladas durante la Guerra de los Treinta Años, cuya huella mortal fue tan profunda que sus huellas aún pueden discernirse mientras escribo".


ENTRE LOS FRENTES (1618-1640)

Brandeburgo entró en esta era peligrosa completamente desprevenida para los desafíos que enfrentaría. Dado que su poder de ataque era insignificante, no tenía forma de negociar recompensas o concesiones de amigos o enemigos. Al sur, colindando directamente con las fronteras del Electorado, estaban Lusacia y Silesia, ambas tierras hereditarias de la Corona de Bohemia de los Habsburgo (aunque Lusacia estaba bajo arrendamiento sajón). Al oeste de estos dos, también compartiendo frontera con Brandeburgo, estaba la Sajonia Electoral, cuya política durante los primeros años de la guerra fue operar en estrecha armonía con el Emperador. En el flanco norte de Brandeburgo, sus fronteras indefensas estaban abiertas a las tropas de las potencias bálticas protestantes, Dinamarca y Suecia. Nada se interponía entre Brandeburgo y el mar salvo el debilitado Ducado de Pomerania, gobernado por el anciano Boguslav XIV. Ni en el oeste ni en la remota Prusia Ducal poseía el Elector de Brandeburgo los medios para defender sus territorios recién adquiridos contra la invasión. Por lo tanto, había muchas razones para la cautela, una preferencia subrayada por el hábito aún arraigado de deferir al Emperador.

El elector George William (r. 1619-1640), un hombre tímido e indeciso mal equipado para dominar las situaciones extremas de su época, pasó los primeros años de la guerra evitando compromisos de alianza que consumirían sus escasos recursos o expondrían su territorio a represalias. Brindó apoyo moral a la insurgencia de los estados bohemios protestantes contra el emperador de los Habsburgo, pero cuando su cuñado, el elector palatino, marchó a Bohemia para luchar por la causa, Jorge Guillermo se mantuvo al margen. A mediados de la década de 1620, mientras se tramaban planes de coalición contra los Habsburgo entre las cortes de Dinamarca, Suecia, Francia e Inglaterra, Brandeburgo maniobró ansiosamente al margen de la diplomacia de las grandes potencias. Hubo esfuerzos para persuadir a Suecia, cuyo rey se había casado con la hermana de George William en 1620, para montar una campaña contra el Emperador. En 1626, otra de las hermanas de George William fue casada con el príncipe de Transilvania, un noble calvinista cuyas repetidas guerras contra los Habsburgo, con la ayuda de Turquía, lo habían convertido en uno de los enemigos más formidables del emperador. Sin embargo, al mismo tiempo hubo cálidas garantías de lealtad al emperador católico, y Brandeburgo se mantuvo alejado de la Alianza antiimperial de La Haya de 1624-1626 entre Inglaterra y Dinamarca.

Nada de esto pudo proteger al Electorado contra presiones e incursiones militares de ambos bandos. Después de que los ejércitos de la Liga Católica bajo el mando del general Tilly derrotaron a las fuerzas protestantes en Stadlohn en 1623, los territorios de Westfalia de Mark y Ravensberg se convirtieron en áreas de acantonamiento para las tropas de Leaguist. George William entendió que solo podría mantenerse alejado de los problemas si su territorio estaba en condiciones de defenderse contra todos los intrusos. Pero faltaba el dinero para una política efectiva de neutralidad armada. Los Estados mayoritariamente luteranos sospechaban de sus lealtades calvinistas y no estaban dispuestos a financiarlas. En 1618-1620, sus simpatías estaban en gran medida con el emperador católico y temían que su elector calvinista arrastrara a Brandeburgo a peligrosos compromisos internacionales. La mejor política, como ellos la vieron,

En 1626, mientras George William luchaba por extraer dinero de sus estados, el general palatino, el conde Mansfeld, invadió Altmark y Prignitz, seguido de cerca por sus aliados daneses. Se desató el caos. Las iglesias fueron destrozadas y saqueadas, la ciudad de Nauen fue arrasada, las aldeas fueron quemadas mientras las tropas intentaban extorsionar a los habitantes con dinero y bienes escondidos. Cuando un alto ministro de Brandeburgo lo reprendió por esto, el enviado danés Mitzlaff respondió con una arrogancia impresionante: 'Le guste o no al Elector, el Rey [danés] seguirá adelante de todos modos. Quien no está con él está contra él. Sin embargo, apenas los daneses se habían hecho sentir como en casa en la Marca, sus enemigos los hicieron retroceder. A fines del verano de 1626, después de la victoria imperial y leagista cerca de Lutter-am-Barenberg en el ducado de Brunswick (27 de agosto), las tropas imperiales ocuparon Altmark, mientras que los daneses se retiraron a Prignitz y Uckermark al norte y noroeste de Berlín. Aproximadamente al mismo tiempo, el rey Gustavo Adolfo de Suecia desembarcó en la Prusia Ducal, donde estableció una base de operaciones contra Polonia, ignorando por completo las pretensiones del Elector. El Neumark también fue invadido y saqueado por mercenarios cosacos al servicio del Emperador. La magnitud de la amenaza a la que se enfrenta Brandeburgo quedó clara con el destino de los duques de la vecina Mecklemburgo. Como castigo por apoyar a los daneses, el Emperador depuso a la familia ducal y otorgó Mecklenburg como botín a su poderoso comandante, el empresario militar Conde Wallenstein. las tropas imperiales ocuparon Altmark, mientras que los daneses se retiraron a Prignitz y Uckermark al norte y noroeste de Berlín. Aproximadamente al mismo tiempo, el rey Gustavo Adolfo de Suecia desembarcó en la Prusia Ducal, donde estableció una base de operaciones contra Polonia, ignorando por completo las pretensiones del Elector. El Neumark también fue invadido y saqueado por mercenarios cosacos al servicio del Emperador. La magnitud de la amenaza a la que se enfrenta Brandeburgo quedó clara con el destino de los duques de la vecina Mecklemburgo. Como castigo por apoyar a los daneses, el Emperador depuso a la familia ducal y otorgó Mecklenburg como botín a su poderoso comandante, el empresario militar Conde Wallenstein. las tropas imperiales ocuparon Altmark, mientras que los daneses se retiraron a Prignitz y Uckermark al norte y noroeste de Berlín. Aproximadamente al mismo tiempo, el rey Gustavo Adolfo de Suecia desembarcó en la Prusia Ducal, donde estableció una base de operaciones contra Polonia, ignorando por completo las pretensiones del Elector. El Neumark también fue invadido y saqueado por mercenarios cosacos al servicio del Emperador. La magnitud de la amenaza a la que se enfrenta Brandeburgo quedó clara con el destino de los duques de la vecina Mecklemburgo. Como castigo por apoyar a los daneses, el Emperador depuso a la familia ducal y otorgó Mecklenburg como botín a su poderoso comandante, el empresario militar Conde Wallenstein. Aproximadamente al mismo tiempo, el rey Gustavo Adolfo de Suecia desembarcó en la Prusia Ducal, donde estableció una base de operaciones contra Polonia, ignorando por completo las pretensiones del Elector. El Neumark también fue invadido y saqueado por mercenarios cosacos al servicio del Emperador. La magnitud de la amenaza a la que se enfrenta Brandeburgo quedó clara con el destino de los duques de la vecina Mecklemburgo. Como castigo por apoyar a los daneses, el Emperador depuso a la familia ducal y otorgó Mecklenburg como botín a su poderoso comandante, el empresario militar Conde Wallenstein. Aproximadamente al mismo tiempo, el rey Gustavo Adolfo de Suecia desembarcó en la Prusia Ducal, donde estableció una base de operaciones contra Polonia, ignorando por completo las pretensiones del Elector. El Neumark también fue invadido y saqueado por mercenarios cosacos al servicio del Emperador.

Parecía llegado el momento de un cambio hacia una colaboración más estrecha con el campo de los Habsburgo. 'Si este asunto continúa', le dijo George William a un confidente en un momento de desesperación, 'me volveré loco, porque estoy muy afligido. [… ] Tendré que unirme al Emperador, no tengo otra alternativa; tengo un solo hijo; si el Emperador se queda, supongo que mi hijo y yo podremos seguir siendo Electores. El 22 de mayo de 1626, a pesar de las protestas de sus consejeros y de los Estados, que hubieran preferido una política rigurosa de neutralidad, el Elector firmó un tratado con el Emperador. Según los términos de este acuerdo, todo el Electorado estaba abierto a las tropas imperiales. Siguieron tiempos difíciles, porque el comandante supremo imperial, el conde Wallenstein, tenía la costumbre de extraer provisiones, alojamiento y pago para sus tropas de la población del área ocupada.

Brandeburgo, por lo tanto, no obtuvo alivio de su alianza con el Emperador. De hecho, cuando las fuerzas imperiales hicieron retroceder a sus oponentes y se acercaron al cenit de su poder a fines de la década de 1620, el emperador Fernando II pareció ignorar por completo a George William. En el Edicto de Restitución de 1629, el Emperador anunció que tenía la intención de 'recuperar', por la fuerza si fuera necesario, 'todos los arzobispados, obispados, prelados, monasterios, hospitales y dotaciones' que los católicos habían poseído en el año 1552 - un programa con implicaciones profundamente dañinas para Brandeburgo, donde numerosos establecimientos eclesiásticos habían sido colocados bajo administración protestante. El Edicto confirmó el acuerdo de 1555, en el sentido de que también excluyó a los calvinistas de la paz religiosa en el Imperio;

La dramática entrada de Suecia en la guerra alemana en 1630 supuso un alivio para los estados protestantes, pero también aumentó la presión política sobre Brandeburgo. En 1620, la hermana de George William, Maria Eleonora, se había casado con el rey Gustavus Adolphus de Suecia, una figura grandiosa cuyo apetito por la guerra y la conquista se combinaba con un celo misionero por la causa protestante en Europa. A medida que se profundizaba su participación en el conflicto alemán, el rey sueco, que no tenía otros aliados alemanes, resolvió asegurar una alianza con su cuñado George William. El Elector se mostró reacio, y es fácil ver por qué. Gustavus Adolphus había pasado la última década y media librando una guerra de conquista en el Báltico oriental. Una serie de campañas contra Rusia habían dejado a Suecia en posesión de una franja continua de territorio que se extendía desde Finlandia hasta Estonia. En 1621, Gustavus Adolphus había reanudado su guerra contra Polonia, ocupando la Prusia Ducal y conquistando Livonia (actuales Letonia y Estonia). El rey sueco incluso había presionado al anciano duque de Mecklenburg a un acuerdo de que el ducado pasaría a Suecia cuando el duque muriera, un trato que socavaba directamente el antiguo tratado de herencia de Brandeburgo con su vecino del norte.

Todo esto sugería que los suecos no serían menos peligrosos como amigos que como enemigos. George William volvió a la idea de la neutralidad. Planeaba trabajar con Sajonia para formar un bloque protestante que se opusiera a la implementación del Edicto de Restitución y al mismo tiempo sirviera de amortiguador entre el Emperador y sus enemigos en el norte, una política que dio sus frutos en la Convención de Leipzig de febrero de 1631. Pero esta maniobra hizo poco para repeler la amenaza que enfrentaba Brandeburgo desde el norte y el sur. Furiosas advertencias y amenazas emitidas desde Viena. Mientras tanto, hubo enfrentamientos entre tropas suecas e imperiales en Neumark, en el transcurso de los cuales los suecos expulsaron a los imperiales de la provincia y ocuparon las ciudades fortificadas de Frankfurt/Oder, Landsberg y Küstrin.

Envalentonado por el éxito de sus tropas en el campo, el rey de Suecia exigió una alianza absoluta con Brandeburgo. Las protestas de George William de que deseaba permanecer neutral cayeron en saco roto. Como Gustavus Adolphus explicó a un enviado de Brandeburgo:

No quiero saber ni oír nada sobre la neutralidad. [El Elector] tiene que ser amigo o enemigo. Cuando llego a sus fronteras, debe declararse frío o caliente. Esta es una pelea entre Dios y el diablo. Si Mi Primo quiere ponerse del lado de Dios, entonces tiene que unirse a mí; si prefiere ponerse del lado del diablo, entonces ciertamente debe pelear conmigo; no hay tercer camino.

Mientras George William prevaricaba, el rey sueco se acercó a Berlín con sus tropas detrás de él. Presa del pánico, el Elector envió a las mujeres de su familia a parlamentar con el invasor en Köpenick, unos kilómetros al sureste de la capital. Finalmente se acordó que el rey debería entrar en la ciudad con 1.000 hombres para continuar las negociaciones como invitado del Elector. Durante los siguientes días de cenas y cenas, los suecos hablaron seductoramente de ceder partes de Pomerania a Brandeburgo, insinuaron un matrimonio entre la hija del rey y el hijo del elector y presionaron para lograr una alianza. George William decidió unirse a los suecos.

La razón de este cambio de política radica en parte en el comportamiento intimidatorio de las tropas suecas, que en un momento se detuvieron ante los muros de Berlín con sus armas apuntadas hacia el palacio real para concentrar la mente del asediado Elector. Pero un factor predisponente importante fue la caída, el 20 de mayo de 1631, de la ciudad protestante de Magdeburgo ante las tropas imperiales de Tilly. La toma de Magdeburgo fue seguida no solo por el saqueo y el saqueo que solía acompañar a tales eventos, sino también por una masacre de los habitantes de la ciudad que se convertiría en un elemento fijo en la memoria literaria alemana. En un pasaje de retórica clásicamente mesurada, Federico II describió más tarde la escena:

Todo lo que la licencia sin trabas del soldado puede idear cuando nada frena su furia; todo lo que la más feroz crueldad inspira en los hombres cuando una rabia ciega se apodera de sus sentidos, lo cometieron los imperiales en esta infeliz ciudad: las tropas corrieron en manadas, armas en mano, por las calles, y masacraron indiscriminadamente a los ancianos, a los las mujeres y los niños, los que se defendían y los que no hacían ningún movimiento para resistirlos [… ] no se veían más que cadáveres todavía flexionados, amontonados o tendidos desnudos; los gritos de los degollados se mezclaban con los gritos furiosos de sus asesinos…

También para los contemporáneos, la aniquilación de Magdeburgo, una comunidad de unos 20.000 ciudadanos y una de las capitales del protestantismo alemán, fue un golpe existencial. Panfletos, periódicos y periódicos circularon por toda Europa, con versiones verbales de las diversas atrocidades cometidas. Nada podría haber dañado más el prestigio del emperador Habsburgo en los territorios protestantes alemanes que la noticia de este exterminio desenfrenado de sus súbditos protestantes. El impacto fue especialmente pronunciado para el elector de Brandeburgo, cuyo tío, el margrave Christian William, era el administrador episcopal de Magdeburgo. En junio de 1631, George William firmó a regañadientes un pacto con Suecia, en virtud del cual acordó abrir las fortalezas de Spandau (justo al norte de Berlín) y Küstrin (en Neumark) a las tropas suecas.

El pacto con Suecia resultó tan efímero como la alianza anterior con el emperador. En 1631-1632, el equilibrio de poder se estaba inclinando hacia atrás a favor de las fuerzas protestantes, cuando los suecos y sus aliados sajones se adentraron en el sur y el oeste de Alemania, infligiendo fuertes derrotas en el lado imperial. Pero el ímpetu de su embestida se desaceleró después de la muerte de Gustavus Adolphus en una refriega de caballería en la batalla de Luätzen el 6 de noviembre de 1632. A fines de 1634, después de una seria derrota en Nördlingen, el dominio de Suecia se rompió. Agotado por la guerra y desesperado por abrir una brecha entre Suecia y los príncipes protestantes alemanes, el emperador Fernando II aprovechó el momento para ofrecer términos de paz moderados. Este movimiento funcionó: el elector luterano de Sajonia, que había unido fuerzas con Suecia en septiembre de 1631, ahora regresaba corriendo al emperador. El Elector de Brandeburgo se enfrentó a una elección más difícil. Los artículos preliminares de la Paz de Praga ofrecían una amnistía y retiraban las demandas más extremas del anterior Edicto de Restitución, pero aún no hacían referencia a la tolerancia del calvinismo. Los suecos, por su parte, seguían acosando a Brandeburgo para que firmara un tratado; esta vez prometieron que Pomerania sería trasladada en su totalidad a Brandeburgo tras el cese de hostilidades en el Imperio.

Después de algunas prevaricaciones agonizantes, George William eligió buscar fortuna al lado del Emperador. En mayo de 1635, Brandeburgo, junto con Sajonia, Baviera y muchos otros territorios alemanes, firmaron la Paz de Praga. A cambio, el Emperador prometió velar por que se cumpliera el derecho de Brandeburgo al Ducado de Pomerania. Se envió un destacamento de regimientos imperiales para ayudar a proteger la Marca y George William fue honrado, algo incongruente, dada su absoluta falta de aptitud militar, con el título de Generalísimo en el ejército imperial. El Elector, por su parte, se comprometió a reclutar 25.000 soldados en apoyo del esfuerzo bélico imperial. Desafortunadamente para Brandeburgo, esta reconciliación con el emperador Habsburgo coincidió con otro cambio en el equilibrio de poder en el norte de Alemania.

George William pasó los últimos cuatro años de su reinado tratando de expulsar a los suecos de Brandeburgo y tomar el control de Pomerania, cuyo duque murió en marzo de 1637. Sus intentos de levantar un ejército de Brandeburgo contra Suecia produjeron una fuerza pequeña y mal equipada y el El electorado fue devastado tanto por los suecos como por los imperiales, así como por las unidades menos disciplinadas de sus propias fuerzas. Después de una invasión sueca de la Marca, el Elector se vio obligado a huir, no por última vez en la historia de los Hohenzollern de Brandeburgo, a la relativa seguridad de la Prusia Ducal, donde murió en 1640.

jueves, 17 de junio de 2021

Revolución Libertadora: Aviones rebeldes en Uruguay

Pilotos rebeldes en Uruguay





Estos pilotos fueron fotografiados luego de bombardear la Plaza de Mayo el 16 de junio de 1955; una operación realizada con el objetivo de matar al presidente Gral. Juan Perón, considerado un dictador fascista por una oposición políticamente perseguida dentro de un sistema política asfixiante enfocado en el culto a la personalidad. Estos pilotos operaron Gloster Meteor de la Fuerza Aérea y North American AT-6 Texans y Beechcraft AT-11 de la Aviación Naval Argentina para bombardear la Casa Rosada (casa de gobierno) frente a la Plaza de Mayo en pleno centro de la ciudad de Buenos Aires. Habiendo sido alertado del ataque Perón se había movido a otro edificio pero no dando aviso a la población general. De todos modos, las bombas no fueron precisas y sólo produjeron un masacre en la población civil de aproximadamente 350 muertos.

Los pilotos luego siguieron camino hacia Uruguay y aterrizaron en Carrasco, pidiendo y siéndoles otorgado asilo político. Allí los encontró un fotógrafo de la revista Life. Este intento de golpe de Estado fue el último antes de la Revolución Libertadora, casi el mismo día en Septiembre de ese mismo año.

Con errores y todo, estos hombres enfrentaron a un régimen populista y fascista del único que habían sido instruidos, no a través de la acción diplomática ni política, sino a través de las armas.