martes, 3 de octubre de 2023
martes, 17 de noviembre de 2020
Guerras contra el peronismo: 1094 ciudadanos decentes asesinados vs 7300 asesinos terroristas
“Fueron 7300 las víctimas de la dictadura y 1094 los muertos de los guerrilleros”
“Los 70”, el nuevo libro del periodista Ceferino Reato, brinda cifras y puntos de vista sobre los muertos del terrorismo -de Estado y subversivo- de la época más violenta de la Argentina en el siglo XX
Por Ceferino Reato || Infobae
Los 70 fueron una orgía de pasiones e ideales, pero también de sangre y muerte; tanto que se pueden expresar en números, ciertamente dolorosos: fueron 7300 las víctimas de la última dictadura y 1094 los muertos de los grupos guerrilleros, según los últimos registros.
Una gran matanza, una cifra enorme y, en ese sentido, un genocidio perpetrado desde el Estado, y una cantidad de víctimas mayor a las del grupo terrorista vasco ETA: nuestros grupos guerrilleros, los argentinos, mataron a 230 personas más y en mucho menos tiempo: 11 años contra 50 de los separatistas.
En el caso de las víctimas de la dictadura, esos registros son públicos: fueron elaborados y revisados por el Estado en 1984, 2006 y 2015, que, lógicamente, los recuerda en monumentos; sus herederos fueron indemnizados y sus victimarios han sido juzgados y, en general, condenados.
Dado el tiempo transcurrido, es improbable que se llegue a la cifra de 30.000 a la que todavía se aferran los organismos de derechos humanos y la mayoría de los dirigentes políticos, encabezados por la izquierda y el kirchnerismo. También buena parte del periodismo.
Muchos de esos dirigentes políticos no solo defienden ese número: también amenazan con una ley que meta en prisión a quienes no lo repitan en público por el presunto delito de “negacionismo”.
Una iniciativa semejante fue presentada en 2019 por los organismos de derechos humanos con un castigo de dos meses a dos años de prisión; en febrero de este año el presidente Alberto Fernández admitió en París que podría impulsarla en cualquier momento.
Los muertos de las guerrillas, en cambio, no fueron contados por ningún gobierno de la democracia; no hay monumento que los recuerde; sus parientes no fueron indemnizados y sus victimarios no han sido juzgados porque no se considera que hayan cometido crímenes de lesa humanidad; es decir, que ya prescribieron.
Mirados los hechos por encima de los intereses de bando y considerando que todas las personas tienen o deberían tener derechos humanos, los muertos de la guerrilla parecen víctimas menores, de segundo nivel.
Claro que esto no significa igualar la violencia ejercida desde el poder del Estado —el garante teórico de las leyes y de la vida de todos los ciudadanos— con la violación de los derechos humanos más fundamentales por parte de los grupos guerrilleros.
La teoría de los dos demonios es un artificio hueco. La represión ilegal del Estado tiene una gravedad única. Que impacta aún más cuando se repasa el circuito infernal de la “Disposición Final” descripto por el ex dictador Jorge Rafael Videla: secuestro, cautiverio, tortura, asesinato y desaparición del cuerpo de la mayoría de las víctimas.
Aun las últimas cifras no pueden ser consideradas definitivas. Los listados de los desparecidos y muertos del Terrorismo de Estado dependen de las denuncias de parientes, amigos, compañeros y abogados, que pueden ser presentadas en cualquier momento.
De acuerdo con el último informe del Estado, hubo en la dictadura 6348 desaparecidos más 952 muertos, 7300 personas en total.
La fuente es inmejorable: el Registro Unificado de Víctimas del Terrorismo de Estado (RUVTE), elaborado en septiembre de 2015 y publicado por la secretaría de Derechos Humanos tres meses después, unos días antes del final del segundo mandato de la presidenta Cristina Kirchner.
El número es similar a la que ya había registrado el Estado en 2006, durante el gobierno de Néstor Kirchner, que revisó el Nunca Más, el informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep).
En realidad, el kirchnerismo no solo volvió a contar las víctimas de la dictadura, en 2006 y 2015, sino que también fue estirando el concepto original; de esta manera, abarcó otros 1500 nuevos casos, muchos de ellos muy polémicos, cuyos parientes pudieron cobrar la indemnización prevista por la ley.
No son víctimas de la dictadura, como era el propósito de la Conadep, sino de gobiernos anteriores.
En silencio, sutilmente, el concepto de víctimas del terrorismo de Estado fue estirado para incluir a todos los caídos en la lucha por la liberación o la Revolución —a los “combatientes”—; no importa cuándo, ni cómo ni dónde murieron.
La modificación les permitió trascender los límites del gobierno militar, y extender los listados hacia atrás, primero a 1969; luego, a 1966, y por último, a 1955.
Por el contrario, los muertos de los grupos guerrilleros se mantienen invisibles para los gobiernos, el Congreso y el Poder Judicial. Invisibles también para la mayoría de los medios de comunicación y de los periodistas.
Hasta que llegue, algún día, una lista del Estado, se cuenta con algunos pocos registros privados. El más completo fue realizado por el Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas (CELTYV) —su presidenta es la abogada y escritora Victoria Villarruel— que durante más de tres años analizó información publicada por cuatro diarios nacionales y diversos libros, así como revistas de los grupos guerrilleros.
El periodo analizado fue acotado a once años —del 1° de enero de 1969 al 31 de diciembre de 1979— por una cuestión metodológica.
De esa manera, la investigación dejó afuera a las víctimas anteriores, que comenzaron el 12 de marzo de 1960 con una bomba que explotó en La Lucila en la casa del mayor David René Cabrera. El primer muerto de la guerrilla fue una nena de 3 años, María Guillermina Cabrera Rojo, que estaba durmiendo junto a sus padres y tres de sus hermanitos. El atentado fue reivindicado por los Uturuncos, una mezcla precoz de peronistas radicalizados y marxistas guevaristas.
El informe se refiere solo a la “población civil”, a las personas que, según los Convenios de Ginebra, “no participan directamente en las hostilidades, incluidos los miembros de las fuerzas armadas que hayan depuesto las armas y las personas puestas fuera de combate por enfermedad, herida, detención, o por cualquier otra causa”.
No están incluidos los militares y policías que cayeron en tiroteos en la calle o en el ataque a cuarteles y comisarías. Por ejemplo, no cuentan los muertos en la defensa del cuartel de Formosa, en 1975.
Aún con este recorte, el número de víctimas de la “población civil” es de 1094 muertos, 2368 heridos y 758 secuestrados.
Para tener una dimensión de estas cifras, se puede recordar que la organización terrorista vasca ETA mató a 864 personas, pero en cincuenta años, entre 1961 y 2011. En la quinta parte de ese tiempo, Montoneros, el ERP y otros grupos menores liquidaron a 230 personas más.
Los números tienen algo esencial, que permite revelar la verdad y eludir la manipulación política: no mienten.Uno de los atentados de Montoneros en la década del 70: la Operación Gardel, que derribó un avión que llevaba 114 gendarmes a bordo
lunes, 16 de noviembre de 2020
miércoles, 9 de septiembre de 2020
Guerra Antisubversiva: El combate de Potrero Negro y la censura kirchnerista
Quiénes eran el subteniente Rodolfo Berdina y el soldado Ismael Maldonado, los caídos del tuit que borró el Ejército
Uno bonaerense, el otro salteño, ambos murieron en el monte tucumano el 5 de septiembre de 1975 en el marco del Operativo Independencia. Cómo fue el combate de Potrero Negro, donde fueron acribillados en una emboscada del ERP. La placa y los pueblos del norte argentino que los recuerdan. Y la sentida carta que escribió la madre de BerdinaInfobae
Hace apenas un año, en la localidad de Teniente Berdina, en Tucumán, el Ejército Argentino llevó adelante un homenaje y reconocimiento a los caídos en el combate conocido como Potrero Negro, ocurrido el 5 de septiembre de 1975, que enfrentó a tropas del Regimiento de Infantería del Monte N° 28 Juana Azurduy con asiento en Tartagal, Salta, y la guerrilla del ERP. Allí, los homenajeados fueron precisamente el Teniente Rodolfo Hernán Berdina -el pueblo fundado en 1977 lleva su nombre- y el cabo Ismael Maldonado, que también fue honrado llamando como él a una localidad del sur tucumano y una escuela de El Sauzal, en Salta. Ambos fueron ascendidos post mortem, después de la lucha donde cayeron acribillados.
La placa colocada en la plaza del pueblo reza: “1975 – 05 de septiembre de 2019. En un nuevo aniversario del Combate de Potrero Negro, el Ejército Argentino rinde homenaje a sus soldados y reafirma su compromiso con sus conciudadanos”.
Sólo un año más tarde de aquella jornada, el Ejército decidió publicar un tuit reseñando la fecha y honrando a los caídos. Poco después, fue borrado por disposición del ministerio de Defensa.
El teniente Berdina era un joven oficial al que sus superiores habían enviado a su primera misión en el marco del Operativo Independencia, ordenado durante el gobierno de María Estela Martínez de Perón. Lo hizo el 5 de febrero de 1975 a través del decreto Nº 261, que decía, entre otras cosas: “El comando General del Ejército procederá a ejecutar las acciones militares que sean necesarias a efectos de neutralizar y/o aniquilar el accionar de los elementos subversivos que actúan en la provincia de Tucumán”.
El destino de Berdina fue el norte del país, donde en la espesura del monte tucumano operaba la guerrilla del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), que ya había llevado adelante distintas acciones militares. Formaría parte de los “Rodillas Negras”, tal el apelativo que recibían los integrantes del Regimiento de Infantería del Monte por las rodilleras de cuero que llevaban en su uniforme.
Oriundo de Puerto Belgrano, en la provincia de Buenos Aires, nació el 7 de noviembre de 1952. El 2 de marzo de 1970 entró en el Colegio Militar de la Nación, de donde egresó en la promoción n° 105 del Colegio Militar de la Nación el 6 de diciembre de 1974. Tenía 22 años cuando su destino de soldado lo ubicó en medio de la selva tucumana, y se encontraba a cargo de de la Segunda Sección de la Compañía B. Era, cuentan, un jefe enérgico y decidido. En un día caluroso, pesado, regresaban caminando hacia el lugar donde se debían encontrar para subir a los vehículos y regresar a la Base después de 40 horas de transitar por la zona y haber entablado algunas escaramuzas con la guerrilla. A pocos pasos de distancia lo seguía un joven salteño de 18 años: era el conscripto Ismael Maldonado.
Como medida de seguridad propia de la acción, Berdina había enviado una avanzada, con la que se comunicaba a través de una radio. De pronto se escucharon disparos. El joven subteniente comenzó a correr hacia el lugar desde donde provenían, pensando que la punta de su sección estaría siendo atacada por el ERP. Detrás suyo salió corriendo Maldonado, al tiempo que comenzaba a disparar con su FAL en dirección al monte.
Sorprendidos por la emboscada, ambos fueron alcanzados por los proyectiles. Maldonado murió en el acto. Berdina permaneció tirado, malherido.
El Cabo 1° Reynaldo Beltrán -a cargo de la avanzada- encaró a la zona de combate e hizo fuego con una ametralladora. Desde la oscuridad del monte recibió una andanada de balas que atravesaron su mochila. Mientras tanto, el subteniente Gastón Ventura Fermepin, jefe de la Primera Sección, que se había enterado del combate por la radio, arribó a bordo de un jeep y se colocó entre los atacantes y las víctimas. Después de un breve intercambio de disparos, la batalla concluyó con la huida de los guerrilleros.
Berdina fue evacuado de inmediato y llevado al Hospital Militar de Tucumán. Lo operaron de urgencia, pero murió en horas de la medianoche. Sus restos arribaron a Buenos Aires junto a los cuerpos de los seis gendarmes muertos por una bomba colocada por Montoneros días antes -el 28 de agosto- en un avión Hércules C-130 en la pista del aeropuerto Benjamín Matienzo de Tucumán.
La madre del Teniente escribió una sentida carta:
"Me dirijo a aquellos que troncharon la vida de mi hijo, a los que sin mostrarse a la luz pretenden destrozar los pilares indestructibles de nuestra Patria. Soy la madre del Subteniente Berdina, de ese subteniente con mayúsculas porque supo defender sus ideales de argentino y de militar, dando la cara, peleando de frente y de pie. Ni él, ni sus soldados necesitaron drogarse para ello. Porque el valor es así, consciente, claro, sin elixires que empañen su acción y sus ideas.
No los maldigo, les doy las gracias en nombre de él y de todos los héroes que dejaron su vida por amor a Dios, a la Patria y a la familia, porque todavía esa es la fe del soldado, esa es su meta.
Mi pérdida es irreparable, pero me siento henchida de orgullo porque sé que mi Rodolfo está en la gloria de Dios y en el corazón de todos los compañeros que lucharon o no a su lado. Gracias"Berdina y Maldonado, caídos en Potrero NegroEl tuit que borró el EjércitoEl homenaje a los caídos en el Operativo Independencia que el Ejército Argentino llevó adelante en septiembre de 2019Copia del Decreto que ordena el “Operativo Independencia” en TucumánMiembros de la Compañía de Monte del ERP
sábado, 18 de julio de 2020
SGM: Las bajas soviéticas
Pérdidas soviéticas en la Segunda Guerra Mundial
W&W
La experiencia soviética de la guerra fue muy diferente de la de sus aliados, Gran Bretaña y Estados Unidos. Grande en territorio y población, la Unión Soviética era más pobre que las otras dos por un amplio margen en productividad e ingresos. Era territorio soviético lo que Hitler quería para su imperio, y la Unión Soviética fue la única de las tres en ser invadida. A pesar de esto, la Unión Soviética movilizó sus recursos y contribuyó con fuerzas y equipos de combate al poder de combate aliado más allá de su relativa fuerza económica.
Estos mismos factores significaron que la Unión Soviética sufrió costos y pérdidas mucho mayores que sus Aliados. Después de la victoria, Hitler planeó reasentar a Ucrania y la Rusia europea con alemanes y desviar sus suministros de alimentos para alimentar al ejército alemán. Planeaba privar a la población urbana de alimentos y expulsar a gran parte de la población rural de la tierra. Judios y funcionarios comunistas serían asesinados y el resto moriría de hambre en la migración forzada hacia el este.
La Unión Soviética sufrió aproximadamente 25 millones de muertes de guerra en comparación con 350,000 muertes de guerra en Gran Bretaña y 300,000 en los Estados Unidos; muchas muertes de guerra no se registraron en ese momento y deben estimarse estadísticamente después del evento. Las pérdidas de combate representan todas las bajas de EE. UU. Y la mayoría de los británicos; El bombardeo alemán de las ciudades británicas constituía el resto. Las fuentes de mortalidad soviética fueron más variadas. Los registros del Ejército Rojo sugieren 6,4 millones de muertes militares conocidas por causas del campo de batalla y medio millón más por enfermedades y accidentes. Además, 4,6 millones de soldados fueron capturados, desaparecidos o asesinados o presuntamente desaparecidos en unidades que no informaron. De estos, aproximadamente 2.8 millones fueron repatriados o reinscritos más tarde, lo que sugiere 1.8 millones de muertes en cautiverio y un total neto de 8.7 millones de muertes del Ejército Rojo. Pero el número de prisioneros soviéticos y muertes en cautiverio puede ser subestimado por más de un millón. Los registros alemanes muestran un total de 5,8 millones de prisioneros, de los cuales 3,3 millones habían muerto en mayo de 1944; la mayoría de estos fueron muertos de hambre, trabajados o muertos a tiros. Considerando solo la segunda mitad de 1941, los registros soviéticos muestran 2,3 millones de soldados desaparecidos o capturados, mientras que en el mismo período los alemanes contaron 3,3 millones de prisioneros, de los cuales 2 millones habían muerto en febrero de 1942.
Restar hasta 10 millones de muertes de guerra del Ejército Rojo de un total de 25 millones sugiere al menos 15 millones de muertes de civiles. Así murieron muchos más civiles soviéticos que soldados, y este es otro contraste con la experiencia británica y estadounidense. Fuentes soviéticas han estimado 11,5 millones de muertes de guerra civil bajo el dominio alemán, 7,4 millones en los territorios ocupados por asesinatos, hambre y enfermedades, y otros 2,2 millones en Alemania, donde fueron deportados como trabajadores forzados. Esto deja espacio para millones de muertes de guerra civil en el territorio bajo control soviético, principalmente por desnutrición y trabajo excesivo; De ellos, un millón pudo haber muerto solo en Leningrado.
En tiempos de guerra, específicamente los mecanismos soviéticos de muerte prematura continuaron funcionando. Por ejemplo, los ciudadanos soviéticos continuaron muriendo por las condiciones en los campos de trabajo; estos se volvieron particularmente letales en 1942 y 1943 cuando una tasa de mortalidad anual del 20 por ciento mató a medio millón de presos en dos años. En 1943 y 1944 surgió una nueva causa de muerte: la deportación y el exilio interno bajo duras condiciones de grupos étnicos como los chechenos que, según Stalin, habían colaborado como comunidad con los antiguos ocupantes alemanes.
La guerra también impuso graves pérdidas materiales en la economía soviética. La destrucción incluyó 6 millones de edificios que anteriormente albergaban a 25 millones de personas, 31,850 establecimientos industriales y 167,000 escuelas, colegios, hospitales y bibliotecas públicas. Oficialmente, estas pérdidas se estimaron en un tercio de la riqueza anterior a la guerra de la Unión Soviética; Siendo que solo una de cada ocho personas murió, se deduce que la riqueza se destruyó a un ritmo mayor que las personas. Por lo tanto, los que sobrevivieron también fueron empobrecidos.
miércoles, 27 de mayo de 2020
viernes, 3 de abril de 2020
Guerra Antisubversiva: Cuando casi exterminan a la cúpula criminal del ERP
Habían pasado 5 días del golpe de Estado de 1976. La máxima dirigencia guerrillera, incluido Mario Santucho y jefes de organizaciones latinoamericanas, fueron sorprendidos en una quinta de Moreno. Era una reunión cumbre que simulaba ser un asado de amigos. Pero sus inquilinos cometieron un grave error. Alertados, los uniformados fueron sin imaginar un combate. De los 49 participantes, 37 lograron escapar mientras que 12 fueron muertos o detenidos desaparecidos
Por el asesino terrorista Eduardo Anguita
Por Daniel Cecchini
Mario Roberto Santucho, antes de ese encuentro en la quinta La Pastoril había escrito una temeraria proclama titulada “Argentinos, a las armas”. Su tesis fundamental era que el golpe de Estado de Videla-Massera y Agosti debía ser frenado con la violencia popular
Carlos Gabetta y María Elena Amadio militaban en el área de Inteligencia del PRT-ERP. A mediados de marzo de 1976, cuando se oía el ruido de tambores y disparos de FAL en toda la Argentina, tuvieron como misión instalarse en la quinta La Pastoril, ubicada en la avenida Monsegur, a pocas cuadras de la estación La Reja del Ferrocarril Sarmiento, en el oeste boanerense. Debían hacerlo junto a otra pareja que simularan ser gente de buen pasar.
El predio tenía una casa muy grande de dos plantas, pileta, quincho y, a unos 200 metros de la residencia principal, vivían el casero con esposa y su hijo. El dueño de La Pastoril había alquilado la quinta a una persona que, por supuesto, ocultó los verdaderos motivos. No era, como decía, para descansar junto a otros amigos, sino para una actividad del PRT-ERP que requería un altísimo grado de secreto.
Una vez que Gabetta y su compañera llegaron a la quinta, el jefe del Logística del ERP, Carlos “el Elefante” Marcet, les narró el plan.
-Se va a llevar a cabo una reunión de la Junta Coordinadora Revolucionaria (integrada por el PRT-ERP, el MIR chileno, el ELN boliviano y el MLN Tupamaros de Uruguay), convocada por el Comité Central del partido y habrá también invitados de Montoneros.
En 1976 el imbécil de Carlos Gabetta tenía 32 años y desde los 20 hacía periodismo. En ese momento, como parte de su tarea de Inteligencia, era jefe de Redacción de un quincenario de orientación conservadora que, precisamente, le permitía estar al tanto de los planes del golpe de Estado
Gabetta, que trabajaba de periodista desde muy joven en su Rosario natal, sabía que el país estaba bajo absoluto control. Como además su labor era de Inteligencia, al igual que María Elena, no le era ajeno que si se filtraba cualquier dato sobre semejante juntada de dirigentes, les caería encima toda la represión.
-Para la seguridad del encuentro habrá una escuadra de contención - agregó el Elefante.
Se refería a una docena de guerrilleros cuya misión sería quedarse a combatir y permitir la evacuación de los asistentes en caso de que la reunión fuese descubierta.
-¿El casero es del Partido? –preguntó Gabetta al Elefante.
La respuesta, insólita, fue breve:
-No.
Entre la noche del viernes 26 y el sábado 27 de marzo llegarían, en vehículos acondicionados, los participantes de la reunión del Comité Central para que durante los dos días subsiguientes se dieran los informes de cada área y tomar las decisiones para los próximos meses.
Un momento difícil
El escenario, para la organización marxista político-militar con 6 años de acciones guerrilleras urbanas y alguna experiencia en la zona montañosa de Tucumán, no podía ser más delicado.Tres meses atrás habían sufrido la derrota más grande de su historia en el intento de copamiento del Batallón de Arsenales 601 ubicado en Monte Chingolo, el sur bonaerense. Allí, la acción de un infiltrado –Jesús “el Oso” Ranier”- concluyó con la muerte en combate y ejecución sumaria de casi un centenar de miembros del PRT-ERP. Algunos cayeron dentro del cuartel, otros en las inmediaciones como parte de los grupos de contención.
El 23 de diciembre de 1975, el ERP había sufrido la derrota más grande de su historia en el intento de copamiento del Batallón de Arsenales 601 ubicado en Monte Chingolo, el sur bonaerense
Pese a ese golpe tremendo, el propio Mario Santucho, antes de ese encuentro en La Pastoril había escrito una temeraria proclama titulada “Argentinos, a las armas”. Su tesis fundamental era que el golpe de Estado de Videla-Massera y Agosti debía ser frenado con la violencia popular. Santucho estimaba que el pueblo iba a sumarse a la acción armada del ERP y Montoneros. Iba a leer el texto en ese encuentro y saldría en el periódico El Combatiente el martes 30 de marzo, al igual que miles de panfletos que se repartirían masivamente.
El Comité Central
Daniel De Santis se había ganado un lugar en el Comité Central por su persistencia en las luchas obreras. Si bien provenía de un hogar de clase media, se había “proletarizado” en Propulsora Siderúrgica y en los conflictos sindicales de mediados de 1975 contra el Rodrigazo había tenido un lugar protagónico.A De Santis, como a otros tantos, lo había pasado a buscar una combi por la avenida Gaona. Cuando estaba dentro de La Pastoril se sumó a un picadito de fútbol. El partido era una manera de ocultar el verdadero propósito de los asistentes. Eran nueve contra nueve: pero casi ninguno tenía pantalón corto ni zapatillas.
Tras el fulbito, se sentaron a comer unos fideos. Ya habían llegado la mayoría de los dirigentes y una docena de combatientes del ERP que formaban la escuadra de contención. Esos debían estar con un uniforme verde oliva, algo extraño en las reglas de mimetizarse con la población por parte de los guerrilleros. La ropa militar era para darle más aspecto marcial a esa reunión.
Mario Santucho y los otros 6 del Buró Político fueron los últimos en llegar. Uno de ellos, Domingo Mena, se acercó a De Santis y le contó con preocupación algunos datos sobre cómo los había golpeado la represión en la cúpula de la organización:
-De los 28 titulares y los 11 suplentes del Comité Central elegidos en agosto de 1975, ha caído el 30 por ciento de los compañeros, entre muertos y presos.
-¿Y eso cómo se va a solucionar? –preguntó De Santis.
-Bueno, los suplentes que quedan pasan a ser titulares y para cubrir las suplencias, el Buró decidió agregar otros compañeros –respondió Mena, quien le presentó a Edgardo Enríquez, que había quedado al frente del MIR chileno tras la caída de su fundador y líder, su hermano Miguel.
Tanto el MIR chileno, como Tupamaros de Uruguay y el ELN boliviano estaban muy golpeados, con dictaduras militares en sus países. Mena sostenía que en la Argentina a los militares les costaría mucho:
-Acá ya estábamos en la resistencia desde antes del golpe.
Mena le dijo que las filas de la organización, aunque golpeadas, contaban con bastantes integrantes.
-Tenemos alrededor de 5.000 compañeros.
Eso debía incluir militantes, aspirantes, combatientes y simpatizantes organizados. Mena le dijo que cuando fundaron el ERP, en julio de 1970, el PRT tenía unos 300 miembros.
También le dijo que Montoneros les habían prestado plata por la escasez de fondos. Pero lo más delicado era la falta de armamento después del fracaso de Monte Chingolo, donde esperaban llevarse mucho material bélico.
La proclama revolucionaria
La noche del domingo 28, en La Pastoril durmieron un poco incómodos, amontonados. Al otro día, las actividades empezaron temprano tras un mate cocido con pan caliente y mermelada. El living era grande y se sentaron como podían. Primero, José Manuel Carrizo, el jefe de estado mayor, izó una bandera del ERP y una argentina; después informó cómo era el plan de fuga y cuáles eran las prioridades en caso de una retirada forzada:-Si llega el enemigo, primero sale el grupo A, que son los compañeros invitados del MIR, el ELN, los Tupamaros y los Montoneros. Luego el grupo B, el Buró Político más algunos del Comité Ejecutivo; después se retira el C, que son el resto de los compañeros del Comité Central; por último, saldría el grupo D, los compañeros de logística. Los compañeros de contención, ataviados de verde oliva, salen en último lugar.
Los únicos con armas eran los miembros del buró y los 12 uniformados destinados a cubrir la eventual retirada.
Entonces fue el turno de Santucho, quien insistió con que la resistencia popular sería aguerrida.
La cúpula del PRT-ERP en junio de 1973 durante un contacto clandestino con la prensa: en primer plano Santucho, Urteaga y Gorriarán Merlo
Eduardo Castello, responsable de la regional Córdoba, se distanció de Santucho:
-Pero quizás el impacto del golpe provoque un reflujo en las masas.
-Sí, es posible que marque un retraimiento momentáneo, pero el auge va a seguir y hay que prever una ofensiva revolucionaria, tanto en la lucha de masas como en la actividad guerrillera –contestó el jefe.
A continuación, ante un silencio estruendoso, todos escucharon de la boca de Benito Urteaga, el segundo del PRT-ERP, el texto donde Santucho llamaba al pueblo a sumarse a la lucha armada.
Ese lunes 29 de marzo debía ser el último de esa reunión destinada a cohesionar a los dirigentes para que estos luego pudieran contagiar ánimo al resto. Al mediodía hicieron una pausa, comieron canelones y, tras un rato de descanso debían pasar a la última parte del encuentro.
Fallas de seguridad
Ya era el lunes 29 de marzo. Carlos Gabetta y María Elena Amadio estaban alarmados no solo por el contexto y los golpes recibidos. Carlos y María Elena no entendían cómo el Elefante no se daba cuenta que el casero podía ver los movimientos de medio centenar de personas como algo sospechoso.Cuando le insistió sobre el riesgo, al ver que por las ventanas podía verse que en el interior había numerosas personas, notó que, al rato, las ventanas eran tapadas con papel de diario desde el interior de la casa. Gabetta se dio cuenta que eso era rudimentario, improvisado.
Carlos y María Elena no participaban de las deliberaciones del Comité Central. Sí estuvieron presentes para contribuir al informe de situación que coordinaba el jefe de Inteligencia, Juan “Pepe” Mangini.
La Pastoril, la quinta en Moreno donde ocurrió el enfrentamiento en 1976
Gabetta ya tenía 32 años y desde los 20 hacía periodismo. En ese momento, como parte de su tarea de Inteligencia, era jefe de Redacción de un quincenario de orientación conservadora que, precisamente, le permitía estar al tanto de los planes del golpe de Estado. Incluso, había advertido que el derrocamiento de María Estela Martínez de Perón estaba cifrado para el 11 de marzo. Sus previsiones solo fallaron por 13 días.
Más allá de su entrega diaria, sentía el peso de lo que para él no eran solo pequeños detalles sino lo que percibía como una pérdida de rumbo.
En un momento, mientras adentro seguían las actividades, Carlos y María Elena estaban en el parque de la quinta y coincidieron en que no podían dejar de sentir el desgaste y que, así, les resultaba difícil sostener el alto grado de compromiso que, desde hacía años, tenían dentro del PRT-ERP. Acordaron en dejar la organización en cuanto concluyese esa reunión.
La sorpresa
Pero mientras ellos planeaban cómo hacer frente a la dictadura, al mediodía, el casero de La Pastoril, con su mujer y a su hijo, se fue hasta la estación de La Reja y desde un teléfono público le dijo a su patrón que los inquilinos eran muchos y hacían cosas extrañas. El dueño de la quinta, sin más, llamó a la Policía Federal que, a su vez, derivó la sospecha a la Bonaerense y ésta dio parte a la comisaría de Moreno, que envió un patrullero y una camioneta con una decena de efectivos al tiempo que desde otras unidades enviaban refuerzos.-¡¡Alarmaaaa!! ¡¡Compañeros, preparen la retirada!! –escuchó De Santis y vio cómo una puerta volaba de lo que debía ser un escopetazo.
Eran las dos y media de la tarde. En instantes el panorama era dramático: tiros por todas partes, vidrios rotos, gritos. La guardia se enfrentaba a la policía. La confusión era grande y el plan de escape quedó mezclado entre metralla y sangre.
De Santis se la jugó y corrió como pudo hasta llegar a una ligustrina que tenía alambre tejido. Era un tipo atlético. Después se encontró con otra valla y también se las arregló, aunque en el salto había perdido un mocasín. De inmediato, se topó con otro compañero y siguieron viaje juntos.
Los disparos se escuchaban en todos lados. Al pasar por un barrio humilde, estos tres evadidos lograron que una señora les diera unas zapatillas chicas para Daniel y ropa común para la mujer. Como pudieron, llegaron hasta el cementerio de Moreno y decidieron separarse. Se escuchaban sirenas por todas partes.
Gabetta y la muerte de María Elena
Cuando les llegó el turno -formaban parte del grupo D, el penúltimo, que debía salir antes de la guardia-, Carlos tomó de la mano a María Elena y encararon la carrera para salir del infernal tiroteo. A poco andar, María Elena cayó al pasto. Carlos se tiró a su lado, sin darse cuenta de que ella tenía un balazo en la espalda. Se quedó allí, sin tomar dimensión de lo que pasaba. María Elena le pedía que se fuera, pero él sin percatarse de que el disparo era mortal, trataba de ayudarla a levantarse y huir.En ese momento se le acercó Juan Domingo Del Gesso, jefe de la guardia del ERP, que estaba de uniforme y con una escopeta Itaka en las manos.
-Allá hay una compañera con un bebé. Andá a ayudarla que no puede cruzar el alambrado -le dijo-. Andá que yo me quedo con la compañera.
Gabetta, ex jugador de rugby, preguntó a Del Giesso: “¿Vos la sacás?”. “Sí, yo me ocupo”, fue la respuesta. Carlos dejó la mano de María Elena y corrió a ayudar a la mujer a pasar una cerca, le alcanzó el bebé y pasó del otro lado.
-De no haber sido que tenía que ayudar a alguien creo que me hubiera quedado ahí, al lado de María Elena. Luego ayudé a la compañera a saltar el alambrado y tiré al bebé de un año y medio para el otro lado, donde lo atajó la mamá. Años después supe que era Diana Cruces, prestigiosa psicoanalista, hoy fallecida –cuenta Gabetta.
Carlos Gabetta tomó de la mano a María Elena y encararon la carrera para salir del infernal tiroteo. A poco andar, ella cayó al pasto. Carlos se tiró a su lado, sin darse cuenta de que ella tenía un balazo en la espalda
Al cabo de un correr un rato, Gabetta fue alcanzado por una compañera de la guardia que también había logrado retirarse. Ella estaba con uniforme verde oliva. De inmediato, llegaron a un barrio muy humilde. Se encontraron con una pareja que salió a recibirlos y les pidieron ayuda.
-La mujer, resuelta, agarró a la compañera, la llevó a su casa y le dio ropa. El hombre me lavó la cabeza en una bomba de agua, porque tenía sangre, quizá de un raspón de una rama de un árbol. Luego me dio una camisa limpia aunque me quedaba muy chica. La mía tenía muchas manchas de sangre. Cuando nos íbamos le dije que se deshiciera de mi ropa y del uniforme de la mujer que estaba conmigo. Él me dijo: “No se haga problemas, compañero”, relata Gabetta.
Años después
La mayoría de los asistentes a aquella reunión en La Pastoril logró escapar. Sin embargo, hubo 12 víctimas fatales, la mayoría fueron capturados vivos y continúan siendo detenidos desaparecidos.Gabetta logró salir del país y en Francia, a la par que trabajaba en France Presse participó activamente en la campaña por el esclarecimiento de lo que sucedía en la Argentina. A su vuelta al país dirigió el semanario El Periodista de Buenos Aires y la edición de Le Monde Diplomatique para el sur de América latina. Sigue trabajando de periodista.
Del Gesso, el hombre que le dijo a Gabetta que ayudara a otra mujer a saltar el cerco, murió en combate ese 29 de marzo de 1976. De Santis se exilió en Italia. Volvió a la Argentina y trabajó como profesor de Física y Química. Publicó varios libros con documentos y análisis de los setentas, entre los que se destacan A vencer o morir – Historia del PRT ERP (en dos volúmenes).
-Años después volví al lugar donde nos habían dado ropa para agradecer a esa pareja-dice Gabetta.
Lo hizo junto a Manuel Gaggero cuya hermana, Susana Gaggero, también murió en La Pastoril. La señora que les brindó auxilio en aquel momento, había tenido un ataque cerebral, pero estaba lúcida. Su marido, en cambio, había fallecido. Gabetta le contó que él era el muchacho al que habían ayudado.
“¿Usted qué hacía ahí tiroteándose con la policía?”, preguntó la señora, ante lo cual Gabetta le dijo que era largo de contar, que eran militantes políticos. Aprovechó para sacarse la duda:
-¿Y usted por qué nos ayudó?
-Por eso, porque los perseguía la policía –contestó ella con una gran sonrisa.
domingo, 3 de febrero de 2019
PGM: Verdun
Verdun (1916)
Weapons and WarfareAl elegir a Verdún como el principal objetivo alemán para 1916, el General Erich von Falkenhayn, Jefe del Estado Mayor y Ministro de Guerra alemanes, anticipó el hecho de que los británicos lucharían contra el último hombre en los ejércitos de sus aliados. Falkenhayn razonó que, para los británicos, los frentes europeos en la Primera Guerra Mundial representaban nada más que un espectáculo secundario, con los ejércitos ruso, italiano y francés como sus niños. Falkenhayn creía que los italianos y los rusos ya se estaban hundiendo en su propia ineptitud. Sólo quedó Francia.
"Francia casi ha llegado al final de su esfuerzo militar". Falkenhayn escribió al alemán Kaiser Wilhelm II en diciembre de 1915.
Si logramos abrir los ojos de su gente al hecho de que, en un sentido militar, no tienen nada más que esperar. . . se alcanzaría el punto de quiebre, y la mejor espada de Inglaterra sería arrancada de su mano. . . Detrás del sector francés en el Frente Occidental, hay objetivos para la retención de los cuales el Estado Mayor francés se vería obligado a incluir a cada hombre que tenga. Si lo hacen, las fuerzas de Francia se desangrarán hasta morir, ya que no se puede hablar de un retiro voluntario.
El objetivo que Falkenhayn eligió para poner a Francia en este dilema moral y militar fue la ciudad masivamente fortificada de Verdún, en el río canalizado Mosa. Verdun ajustó admirablemente la factura de Falken-hayn. Tenía una inmensa importancia histórica y emocional para los franceses y formó el eje norte de la doble línea de defensa de fortificaciones construidas para proteger la frontera oriental de Francia después de la Guerra franco-prusiana de 1870–1. Falkenhayn estimó que el ejército francés sería atacado hasta Verdún y destruido hasta la extinción por los alemanes. El mangle sería proporcionado por una serie de avances limitados, pero atrilistas, apoyados intensamente por la artillería y condimentados con sorpresa.
Las propuestas de Falkenhayn apelaron al Kaiser y a su hijo, el príncipe heredero Wilhelm, cuyo Quinto Ejército había golpeado a Verdun con poco éxito desde 1914. Pero el príncipe y su Jefe de Estado Mayor, el General Schmidt von Knobelsdorf, parecían ver la campaña de Verdun más en términos de destruir a los franceses con un bombardeo que de desangrarlos por desgaste. Wilhelm, que quería atacar a ambos lados de la Mosa, no solo en la orilla derecha, como propuso Falkenhayn, declaró que el objetivo de la campaña era "capturar la fortaleza de Verdún mediante métodos precipitados". En comparación con esta feroz fraseología, la noción de Falkenhayn de "una ofensiva en el área de la Mosa en dirección a Verdún" parecía enigmática. A pesar del mal y malévolo nombre en clave de la Operación Gericht (Juicio) dado a su ofensiva, el enfoque esencialmente poco entusiasta de Falkenhayn plantó las semillas del último fracaso alemán en Verdún. Básicamente, ese fracaso estaba enraizado en la tímida elección de Falkenhayn de un frente demasiado estrecho para el ataque inicial y también en su parsimonia extrema en la distribución de reservas.
Aunque el príncipe heredero Wilhelm y otros parecían sospechar este resultado, los preparativos para la campaña se llevaron a cabo como Falkenhayn había planeado originalmente. Lo hizo a un ritmo notable para aquellos tiempos de ocio. Las semanas, en lugar de los meses habituales, dividieron las consultas preliminares de Falkenhayn con el Kaiser en Potsdam el o alrededor del 20 de diciembre de 1915 desde la emisión de las órdenes finales el 27 de enero de 1916 y la fecha prevista de ataque del 12 de febrero.
Durante este período, los alemanes acumularon en los bosques que rodeaban Verdun una fuerza masiva de 140,000 hombres y más de 1,200 cañones, 850 de ellos en la línea del frente, junto con 2.5 millones de proyectiles traídos por 1,300 trenes de municiones y un brazo aéreo de 168 aviones. así como globos de observación. Se logró un nivel superlativo de secreto mediante el camuflaje hábil de las armas, la construcción de galerías subterráneas para albergar a las tropas en lugar de las trincheras de "salto de salida" más habituales, y las patrullas aéreas del amanecer al atardecer. Evitar que los pilotos franceses echen ojos espías sobre el área.
Sin embargo, estas preparaciones gigantescas se dirigían contra un mamut militar cuyos dientes habían sido extraídos. A principios de 1916, la tan impenetrable reverencia de Verdun se había debilitado seriamente. Había sido "desclasificado" como una fortaleza el verano anterior y se habían eliminado casi todas sus armas y guarniciones. Este fue principalmente el trabajo del general Joseph JC Joffre, C-in-C del ejército francés, quien, junto con otros, había presumido de la caída relativamente fácil en 1914 de las fortalezas belgas en Lieja y Namur que esta forma de defensa era redundante. en lo que se refiere a la guerra moderna. Entre agosto y octubre de 1915, por lo tanto, Verdun fue despojado de más de 50 baterías completas de armas y 128,000 cartuchos de municiones. Estos fueron parcelados a otros sectores aliados donde la artillería era corta. El proceso de desmontaje continuaba a finales de enero de 1916, momento en el que las más de 60 fortalezas de Verdún poseían menos de 300 cañones con municiones insuficientes.
El resultado fue que, en vísperas de la ofensiva alemana, las defensas francesas en Verdún eran peligrosamente débiles, desde las trincheras, los diques y los puestos de ametralladoras hasta la red de comunicaciones y las cercas de alambre de púas. Los hombres de visión lejana que protestaron por el precipitado desarme de Verdún lo hicieron en vano. Uno de ellos, el general Coutanceau, fue despedido como gobernador de Verdún y reemplazado en el otoño de 1915 por el anciano y aparentemente más manejable general Herr. Otro coronel Emile Driant, comandante de los batallones 56 y 59 de Chasseur de la 72.a división, 30º cuerpo, advirtió ya el 22 de agosto de 1915: "El golpe de martillo se entregará en la línea Verdun-Nancy". En los oídos de Joffre, Driant fue severamente reprendido en diciembre por despertar temores infundados. El general Herr se dio cuenta rápidamente de que la alarma de Coutanceau había sido perfectamente justificada, y de que necesitaba urgentemente refuerzos para preparar la línea de defensa que Joffre había ordenado en Verdún. Pero las súplicas de Herr hicieron poco para penetrar en la nube de suficiencia que se arremolinaba sobre la cuestión de defender a Verdún. Este estado de ánimo se mantuvo impermeable durante algunas semanas, a pesar de la información de los desertores alemanes sobre los movimientos de las tropas y la cancelación de la licencia y otros destellos a la terrible verdad.
El último momento casi había llegado antes de que un destello de sentido comenzara a filtrarse. El 24 de enero, el General Nöel de Castelnau, Jefe de Estado Mayor de Joffre, ordenó que se completara rápidamente la primera y la segunda línea de trinchera en la orilla derecha del Mosa, y una nueva línea en el medio.
El 12 de febrero, dos nuevas divisiones llegaron a Verdún, para gran alivio de Herr, para llevar a los franceses a 34 batallones contra 72 alemanes. Si el ataque alemán hubiera comenzado el 12 de febrero como se había planeado, sin duda habría golpeado las débiles defensas francesas para obtener una impresionante victoria.
Tal como estaba, el 12 de febrero no fue un día de batalla salvaje, sino de nevadas y niebla densa que permitieron una visibilidad de menos de 1,100 yardas. Se dijo que el área de Verdún “disfrutaba” de algunos de los climas más sucios de Francia. Durante una semana estuvo a la altura de su reputación con la nieve, más nieve, lluvias y tormentas.
No fue hasta el 21 de febrero, justo antes de las 0715, una gran concha, casi tan alta como un hombre, que estalló en uno de los dos cañones navales alemanes de 15 pulgadas (380 mm) y rugió en las 20 millas que separaban su posición camuflada de Verdún. . Allí, explotó en el patio del palacio del obispo. A esta señal, un bombardeo de artillería asesino surgió de las líneas alemanas y un tornado de fuego, incluyendo proyectiles de gas venenoso, comenzó a desollar las posiciones francesas a lo largo de un frente de seis millas. La tierra se convulsionó y el aire se llenó de llamas, humos y un holocausto de metralla y acero que, como los alemanes claramente esperaban, destruiría todo ser vivo dentro de su alcance. El bombardeo continuó hasta aproximadamente 1200, cuando se detuvo para que los observadores alemanes pudieran ver dónde, si es que dónde, sobrevivían los bolsillos de los defensores franceses. Entonces la artillería comenzó de nuevo, destrozando trincheras, refugios, alambres de púas, árboles y hombres hasta que toda la zona, desde Malancourt hasta Eparges, se convirtió en un desierto lleno de cadáveres.
Entre 1500 y 1600, el bombardeo se intensificó como un preludio al primer avance de infantería alemana a lo largo de un frente de 4.5 millas desde Bois d’Haumont hasta Herbebois. El avance comenzó en 1645 cuando pequeños grupos de patrullas salieron de las 656 a 1.203 yardas de la Tierra de nadie en olas con 87.5 yardas de distancia. Su propósito era descubrir dónde podría existir la resistencia francesa y señalarla a la artillería, lo que acabaría con los defensores sobrevivientes. Este enfoque tentativo, resultado de la excesiva precaución de Falkenhayn, no fue del gusto del general beligerante von Zwehl, comandante de los 7 cuerpos de reserva de Westfalia. Von Zwehl, cuya posición se encontraba frente a Bois d’Haumont, pagó brevemente las órdenes de Falkenhayn enviando primero patrullas de sondeo, pero solo pasó un corto tiempo antes de que ordenara a sus soldados de asalto combatientes que los siguieran. Los habitantes de Westfalia subieron al Bois d’Haumont, invadieron la primera línea de trincheras francesas y en cinco horas se habían apoderado de toda la madera.
A la derecha del Bois d’Haumont yacía el igualmente devastado Bois des Caures. Aquí, 80,000 proyectiles habían caído dentro de un área de 500,000 pies cuadrados. En este terreno baldío, las patrullas avanzadas de los 18 Cuerpos alemanes esperaban no encontrar nada más que montículos de cuerpos destrozados en el barro. En su lugar, se enfrentaron a un feroz desafío de los Chasseurs del Coronel Driant. De los 1,200 hombres originales bajo el mando de Driant, menos de la mitad había sobrevivido al bombardeo de artillería. Ahora, estos sobrevivientes lanzaron fuego de ametralladoras y ametralladoras a los alemanes que se infiltraban desde los refugios de hormigón y las pequeñas fortalezas que Driant había esparcido astutamente entre los árboles.
De manera similar, una resistencia aislada y feroz estaba ocurriendo en todo el frente, causando a los alemanes más retraso y más bajas, 600 antes de la medianoche, de lo que habían creído posible. Al caer la noche del 21 de febrero, el único agujero perforado decisivamente en la línea francesa estaba en el Bois d’Haumont, donde los habitantes de Westfalia del general Zwehl estaban ahora firmemente atrincherados. En otros lugares, los alemanes habían capturado la mayoría de las trincheras delanteras francesas, pero fueron retenidos cuando la oscuridad puso fin a la lucha del primer día que había rendido solo a 3.000 prisioneros.
En los próximos dos días, los alemanes atacaron con mucha más fuerza y mucha más iniciativa. El 22 de febrero atacaron con fuego de bala el pueblo de Haumont, en el borde del bosque, y expulsaron a los defensores franceses restantes con bombas y lanzallamas. Ese mismo día, el Bois de Ville quedó abrumado y en el Bois des Caures, que los alemanes envolvieron en ambos lados, el Coronel Driant ordenó a sus cazadores que se retiraran a Beaumont, aproximadamente a media milla detrás del bosque. Sólo 118 cazadores lograron escapar. Driant no estaba entre ellos. El 23 de febrero, los alemanes saturaron Samogneux con una lluvia de disparos, capturaron a Wavrille y Herbebois, y rodearon la aldea de Brabante, que los franceses evacuaron. Al día siguiente, 24 de febrero, a pesar de su resistencia centímetro a centímetro, el ritmo del desastre se aceleró para los franceses con 10.000 prisioneros, la caída final de su primera línea de defensa y el colapso de su segunda posición en cuestión de horas.
Los alemanes estaban ahora en posesión de Beaumont, el Bois de Fosses, el Bois des Caurieres y parte del camino a lo largo del barranco de La Vauche que llevaba a Douaumont.
Aunque parezca increíble, al principio la magnitud del desastre no se hundió en la sede de Joffre en Chantilly, donde el personal se había convencido a sí mismo de que el ataque alemán era una mera desviación. "Papá" Joffre, quien durante mucho tiempo creyó que una seria ofensiva alemana era más probable en el valle de Oise, Reims o Champagne, mantuvo su habitual imperturbabilidad hasta tal punto que a las 2300 horas del 24 de febrero, estaba profundamente dormido cuando el general de Castelnau llegó con el martilleo En la puerta de su dormitorio con malas noticias del frente. Armado con "plenos poderes" de Joffre, quien luego regresó tranquilamente a la cama, De Castelnau corrió durante la noche a Verdún.
Aproximadamente a la hora en que llegó allí, a primeras horas del 25 de febrero, una patrulla de 10 hombres del 24º Regimiento de Brandeburgo de 3 Cuerpos entró en Fort Douaumont y tomó posesión de ella y sus tres cañones mientras que la guarnición francesa de 56 artilleros de reserva dormía. Este episodio absurdo, que la propaganda alemana exageró en una victoria muy reñida, sorprendió a los franceses en la desesperación melancólica y la comprensión del verdadero estado de cosas. En Chantilly, muchos oficiales abogaron abiertamente por abandonar Verdún.
Allí, de Castelnau llegó a la conclusión de que el flanco derecho francés debía retroceder y que la línea de fuertes debía mantenerse a toda costa. Sobre todo, los franceses deben retener la orilla derecha del Mosa, donde De Castelnau sintió que una defensa decisiva podía, y debía, estar anclada en las crestas. El desventurado general Herr fue reemplazado de inmediato por el general Henri Philippe Pétain, de 60 años. De Castelnau canibalizó el Segundo Ejército de Pétain con el Tercer Ejército para formar para él un nuevo Segundo Ejército.
Pétain asumió la responsabilidad de la defensa de Verdún en 2400 el 25 de febrero, después de llegar esa tarde para encontrar el cuartel general de Herr en Dugny, al sur de Verdún, en un caos de pánico y recriminación. Sin embargo, Pétain consideró que la situación era mucho menos desesperada de lo que parecía, a pesar de que la pérdida de Fort Douaumont y su punto de observación sin precedentes fue un golpe serio. Decidió que las fortalezas de Verdún supervivientes deberían ser fuertemente guarnecidas para formar los principales baluartes de una nueva defensa. Pétain trazó nuevas líneas de resistencia en ambas orillas del Mosa y dio órdenes de establecer una posición de presa a través de Avocourt, Fort de Marre, las afueras del NE de Verdun y Fort du Rozellier. La línea Bras – Douaumont estaba dividida en cuatro sectores: ella Woevre, Woevre – Douaumont, a horcajadas sobre el Mosa y la orilla izquierda del Mosa. Cada sector fue confiado a las tropas nuevas del 20º ("Hierro") Cuerpo. Su trabajo principal era retrasar el avance alemán con contraataques constantes.
Pétain se encargó de que los cuatro comandos se suministraran con artillería fresca a medida que llegaba por la carretera Bar-le-Duc, que pronto fue rebautizada como "Camino Sagrado". Tres mil Territoriales trabajaron incesantemente para mantener su superficie sin metal en reparación constante, de modo que pudiera resistir el uso punitivo de los convoyes de camiones, 6.000 de ellos en un solo día. A lo largo de La Voie Sacrée, vinieron los refuerzos necesarios para reemplazar a los 25,000 hombres que los franceses habían perdido para el 26 de febrero, cinco de los cuales eran cuerpos nuevos para el 29 de febrero. Ya, Pétain estaba completando su stock de artillería de los 388 cañones de campo y 244 cañones pesados que estaban en Verdun el 21 de febrero hacia el pico que alcanzó unas semanas más tarde, de 1,100 cañones de campo, 225 cañones de 80-105 mm y 590 cañones pesados. . También estableció la 59 División para trabajar en la construcción de nuevas posiciones defensivas.
Su inyección de nueva estrategia, nueva sangre, nuevos suministros y nuevas esperanzas en la defensa de Verdun pronto comenzó a desconcertar a los alemanes. En cualquier caso, su ímpetu fue reduciéndose gradualmente. El 29 de febrero, su avance se detuvo agotado después de que la última de su energía inicial se hubiera gastado en tres días de violentos ataques contra Douaumont, Hardaumont y Bois de la Caillette.
En ese momento, aparte de su propio estado de ánimo de "pesimismo agudo", el factor más perjudicial para los alemanes fue la artillería francesa situada en la orilla izquierda del Mosa. Aquí, más y más alemanes fueron atacados a medida que avanzaban por la orilla derecha. La solución era obvia, como Pétain había temido durante mucho tiempo y el príncipe heredero Wilhelm y el general von Knobelsdorf habían instado mucho. El 6 de marzo, después de una explosión de artillería de dos días con ampollas, el 6 de Reserva Alemán y el 10 Cuerpo de Reserva, empujaron en parte a través de la inundada Mosa y en una tormenta de nieve en remolino, atacaron a lo largo de la orilla izquierda. Se planeó una pata paralela de este nuevo ataque para atacar a lo largo de la orilla derecha hacia Fort Vaux, cuyos artilleros habían estado atacando el flanco izquierdo alemán.
A pesar de la revuelta de la artillería francesa en el Bois Bourrus, los alemanes aceleraron a lo largo de la orilla izquierda y barrieron las aldeas de Forges y Regneville, terminando con la caída de la noche en posesión de la Altura 265 en la Côte de l’Oie. Esta cresta fue de crucial importancia, ya que condujo a través del Bois des Corbeaux adyacente hacia el largo montículo conocido como Mort Homme. Mort Homme poseía dobles picos y ofrecía dos ventajas a los alemanes. Primero, albergó una batería particularmente activa de cañones franceses, y en segundo lugar, desde sus alturas, se extendía una magnífica vista panorámica del campo circundante. Esto le dio a quien lo poseía un punto de observación de premio.
Pero Mort Homme pronto estuvo a la altura de su nombre espeluznante. Después de asaltar el Bois des Corbeaux el 7 de marzo y perderlo en un determinado contraataque francés al día siguiente, los alemanes prepararon otro intento contra Mort Homme el 9 de marzo, esta vez desde la dirección de Béthincourt en el noroeste. Se apoderaron del Bois des Corbeaux por segunda vez, pero a un costo tan grave que no pudieron continuar.
Los resultados fueron deprimentemente similares en la orilla derecha del Mosa, donde el esfuerzo alemán se desvaneció bajo los muros de Fort Vaux. Las dificultades en el suministro de municiones habían provocado que el ataque se aflojara dos días después del asalto del banco izquierdo. Con eso, se arruinó el efecto paralelo de la ofensiva alemana.
Inexorablemente, quizás inevitablemente, la lucha en torno a Verdún estaba adquiriendo esa cualidad de trabajo y matanza, y de vidas desechadas por ganancias mezquinas y de corta duración que era una característica tan familiar de la lucha en la Primera Guerra Mundial.
Tanto Pétain como, a su manera, Von Falkenhayn, eran devotos de desgaste por armas de fuego en lugar de mano de obra, pero entre marzo y mayo, la lucha en Verdún, como la de un monstruo de Frankenstein que renunciaba a su amo, asumió una voluntad propia e invirtió esto. preferencia. Las bajas alemanas aumentaron de 81.607 a fines de marzo a 120.000 a fines de abril, y las francesas de 89.000 a 133.000, cuando las dos partes se golpearon entre sí por la posesión de Mort Homme. A finales de mayo, cuando los alemanes tomaron por fin esta posición vital, sus pérdidas superaron a las de sus enemigos. En la margen derecha del Mosa, en los mismos tres meses, los combates giraron de un lado a otro sobre el "Cuadrilátero mortal", un área al sur de Fort Douaumont, al ritmo de los bombardeos maníacos e interminables de artillería, que nunca se resolvieron de manera decisiva. de un lado o del otro.
El proceso debilitó enormemente a ambos contendientes. El comportamiento rebelde y los chismes derrotistas se hicieron más comunes en las filas francesas y los oficiales franceses aprobaron tácitamente este estado de ánimo. Cada vez más alemanes, muchos de ellos aterrorizados y torpes, los muchachos de 18 años se estaban enfermando de cansancio, el ruido de las armas y la inmundicia en que se vieron obligados a vivir.
La enervación y la consternación afectaron tanto a las cabezas como a los cuerpos de los dos esfuerzos de guerra opuestos. Para el 21 de abril, el príncipe heredero Wilhelm había decidido que toda la campaña de Verdún era un fracaso sangriento y debía terminar. "Un éxito decisivo en Verdún solo podía garantizarse al precio de grandes sacrificios, fuera de toda proporción con las ganancias deseadas", escribió. Estos sentimientos fueron repetidos por el general Pétain, a quien Joffre estaba molestando para montar una agresiva contraofensiva. Pétain se opuso al aumento del sacrificio humano que eso implicaba y se aferraba al principio de defensa paciente y firme. Pétain estaba en una posición difícil. Verdún ya se había convertido en un símbolo nacional de resistencia implacable a los alemanes, y Pétain a sí mismo en un ídolo nacional. Por otro lado, Verdún estaba amenazando con engullir a todo el Ejército francés y, ciertamente, presentaba un grave desgaste de la mano de obra reservada por Joffre para la próxima ofensiva anglo-francesa en el Somme.
Para ambos bandos en Verdún, estas vacilaciones en la parte superior abrieron el camino para que los hombres, más despiadadamente decididos a escalar la lucha a niveles aún más brutales. El 19 de abril, Pétain fue nombrado Comandante del Centro del Grupo de Ejércitos, una posición que lo colocó en el control remoto en lugar del control directo de las operaciones. Su lugar como comandante del Segundo Ejército fue ocupado por el general Robert Georges Nivelle, cuyo estilo de guerra de saqueador atrajo la atención de Joffre durante su serie de ataques audaces, aunque caros, a lo largo de la margen derecha del Mosa. Nivelle se hizo cargo el 1 de mayo y llegó al cuartel general en Souilly con el descarado anuncio: "¡Tenemos la fórmula!". También fue responsable de una cita que a veces se le atribuye a Pétain: "¡No pasé de aquí!"
La fórmula de Nivelle se mostró en todos sus desperdicios sangrientos el 22/23 de mayo, cuando el general Charles Mangin organizó un ataque extravagante en Fort Douaumont. Después de un bombardeo de cinco días, que apenas rompió las defensas del fuerte, las tropas de Mangin salieron de sus trincheras de lanzamiento directo a un huracán de disparos mortales de Alemania. En cuestión de minutos, al 129º Regimiento francés solo le quedaban 45 hombres. Un batallón había desaparecido. Los restos de la 129a cargaron contra el fuerte y establecieron un puesto de ametralladora en una casamata contra la cual los alemanes defensores se lanzaron en un tono de locura suicida. De los 160 Jägers, Leibgrenadiers y hombres del 20º Regimiento alemán que intentaron superar el nido francés, solo 50 regresaron vivos al fuerte. Para la tarde del 22 de mayo, Fort Douaumont estaba en manos francesas, pero los alemanes realizaron violentos contraataques, limitando su ataque con ocho dosis masivas de explosivos lanzados desde un minicentral a 80 metros de distancia. Mil franceses fueron tomados prisioneros, y solo una patética dispersión de sus compañeros logró alejarse del fuerte.
Este sangriento fiasco abrió una brecha de 500 yardas en las líneas francesas y debilitó enormemente su fuerza en la orilla derecha del Mosa. Junto con el hecho de que la posesión alemana de Mort Homme anuló en gran medida la potencia de fuego francesa en la cordillera de Bois Borrus, la lucha autodestructiva en Fort Douaumont dio un gran estímulo a la llamada ofensiva "Copa de Mayo" que los alemanes planearon para principios de junio.
La inspiración detrás de la "Copa de Mayo" fue el general von Knobelsdorf, quien había eclipsado temporalmente al príncipe heredero Guillermo. Como el nuevo número opuesto de Nivelle, von Knobelsdorf pronto mostró una resolución igualmente implacable de vencer al enemigo por la fuerza bruta. La "Copa de Mayo" comprendió un poderoso empuje en la orilla derecha del Mosa por cinco divisiones en menos de la mitad de la fachada de ataque del 21 de febrero. Su propósito era levantar el último velo de Verdún: Fort Vaux, Thiaumont, la cresta Fleury y Fort Souville.
El 1 de junio, los alemanes cruzaron el barranco de Vaux y, tras una frenética competencia, obligaron al comandante Sylvain Raynal, comandante de Fort Vaux, a rendirse el 7 de junio. Para el 8 de junio, el general Nivelle había montado seis intentos fallidos de alivio, a un costo terrible. Se le impidió hacer un séptimo intento solo cuando Pétain lo prohibió expresamente. En otros lugares, totablemente alrededor del Ouvrage de Thiaumont, los combates causaron terribles pérdidas para ambos bandos. Solo los franceses perdían 4.000 hombres por división en una sola acción. Para el 12 de junio, las reservas frescas de Nivelle ascendían a una sola brigada, no más de 2,000 hombres.
Con los alemanes ahora preparados para tomar Fort Souville, la última gran fortaleza que protege a Verdún, el desastre definitivo parecía inminente para los franceses. La salvación en el último momento llegó en forma de dos ofensivas aliadas en otros teatros de guerra. El 4 de junio, en el frente oriental, el general ruso Alexei A. Brusilov lanzó 40 divisiones en la línea austriaca en Galicia, en un ataque sorpresa que aplastó a sus defensores. Los rusos tomaron 400.000 prisioneros. Para apuntalar su esfuerzo de guerra, ahora amenazado con un colapso total, el mariscal de campo Conrad von Hötzendorf, el C-en-C austriaco, le rogó a Falkenhayn que enviara refuerzos alemanes. A regañadientes, Falkenhayn separó tres divisiones del frente occidental. Mientras tanto, los franceses habían estado haciendo algunas súplicas por su propia cuenta. En mayo y junio, Joffre, de Castelnau, Pétain y el primer ministro francés, Aristide Briant, habían pedido al general Sir Douglas Haig, el británico C-in-C, que avanzara en la ofensiva de Somme desde su fecha de inicio proyectada de mediados de agosto. Haig finalmente cumplió el 24 de junio, y ese día comenzó el bombardeo preliminar de una semana.
En esta coyuntura, un ataque alemán de 30,000 hombres en Fort Souville, que había comenzado con fosgeno, la “Cruz Verde”, los ataques de gas el 22 de junio ya se habían derrumbado. A pesar de sus efectos horripilantes sobre todo lo que vivió y respiró, el nuevo bombardeo de fosgeno no fue ni lo suficientemente intenso ni lo suficientemente prolongado como para paralizar suficientemente el poder de la artillería francesa. Este déficit, junto con el fracaso alemán para atacar en un frente lo suficientemente amplio, su reciente pérdida de superioridad aérea frente a los franceses, su disminución de la reserva de mano de obra y los estragos que la sed provocaba en sus líneas, se combinaron para frenar el empuje alemán contra Fort Souville en 22 de junio. En julio y agosto, los alemanes intentaron cada vez más pequeños intentos de arrebatar el premio que había sido tan tentadoramente cercano, pero todo terminó en un fracaso y agotamiento. La moral alemana estaba en su punto más bajo. El 3 de septiembre, la ofensiva alemana finalmente se desvaneció en un débil paroxismo de esfuerzo. Verdun propiamente dicho llegó a su fin.
Para los alemanes, esta miserable caída de cortina en el drama de Verdún fue asistida por el hecho de que después del 24 de junio, las exigencias de los combates en otros lugares les negaron nuevos suministros de municiones y, después del 1 de julio, a los hombres.
Todo lo que quedaba era que los franceses se rearmaran, reforzaran sus tropas y contraatacaran para recuperar lo que habían perdido. Para el 24 de agosto de 1917, después de una brillante serie de campañas planeadas por Pétain, Nivelle y Mangin, la única marca en el mapa que mostraba que los alemanes habían ocupado algo en el área de Verdun denotaba el pueblo de Beaumont.
Durante esta contraofensiva, los fuertes anteriormente difamados se reincorporaron como poderosas armas de defensa. A medida que los franceses los volvían a capturar, descubrieron lo poco que habían sufrido por los fuertes golpes de artillería que habían recibido. Este descubrimiento volvió a poner de moda las fortalezas entre los estrategas militares franceses. Lo hizo de manera más notable, y más tarde de manera mortal para Francia, en la mente de André Maginot, Ministro de Guerra de noviembre de 1929 a enero de 1931 y en ese tiempo patrocinador de la Línea de fortificaciones Maginot.
Por supuesto, la durabilidad similar a una fortaleza no se otorgó ni a las 66 divisiones francesas ni a las 43.5 alemanas que lucharon en Verdún entre febrero y junio de 1916, ni al terreno que tanto disputaron durante tanto tiempo. Ambos sufrieron cicatrices permanentes. La tierra alrededor de Verdún, barrida una y otra vez por los bombardeos de saturación (más de 12 millones de tiros de la artillería francesa sola) se convirtió en un terreno lunar asolado e infértil. En 1917, el suelo de Verdún se sembró densamente con carne muerta y se irrigó con sangre derramada, habiendo cobrado más de 1,25 millones de víctimas. Entre febrero y diciembre de 1916, los franceses habían perdido a 377,231 hombres y los alemanes a unos 337,000 en un golpe de sus filas. En estas circunstancias, el Frente Occidental dejó de ser un espectáculo secundario para los británicos, y nunca lo había sido. Se vieron obligados a asumir el papel de estrella en el esfuerzo de guerra aliado que los franceses habían desempeñado anteriormente. Una repetición de Verdún era simplemente inconcebible.
viernes, 16 de noviembre de 2018
PGM: La industrialización de las matanzas
La ‘Gran Guerra’: una barbarie industrializada que cambió el siglo XX
France 24© data.culture.gouv.fr | Fábrica de proyectiles de artllería en Saint-Etienne, Francia, en 1916.
Texto por Tristan Ustyanowski
De 1914 a 1918, Europa fue el escenario de una guerra mundial marcada por una escala de violencia nunca vista, hecha posible por los adelantos tecnológicos de la industria militar. Un conflicto que cobró la vida de millones y barrió ciudades enteras.
Se encontraban en pie de guerra mucho antes de entrar en acción. Las potencias europeas preparaban tanto a sus tropas como a la población para entrar en conflicto. En 1914, la configuración de los dos bloques, conformados por Francia, Rusia e Reino Unido por un lado –la Triple Entente- y los imperios germánico y austrohúngaro e Italia –la Gran Alianza- por otro.
Era un mundo todavía repartido entre imperios y en el cual las fronteras impuestas a finales del siglo XIX se veían fragilizadas por las diferentes reivindicaciones que surgían entre los pueblos. La primera guerra de los Balcanes, entre 1912 y 1913, que dejó medio millón de muertos, había dejado vislumbrar el polvorín sobre el cual se encontraba el viejo continente y la peligrosa mezcla de rivalidades regionales e industrialización.
Fue de hecho en esa región que se produjo la chispa. El 28 de junio de 1914 el asesinato del heredero al trono del Imperio austrohúngaro en Sarajevo, destapó tensiones que fueron amplificadas por las alianzas vigentes y los antagonistas.
En vísperas del estallido de las hostilidades, Europa se encontraba en plena segunda revolución industrial. Las sucesivas innovaciones técnicas hacían surgir cada vez más fábricas en las ciudades, cuya productividad se disparó hasta niveles nunca vistos. Una evolución aprovechada en cada nación a favor de la carrera armamentista en curso.
Modernizar la maquinaria industrial para alimentar la guerra
“La única manera de abolir la guerra entre los pueblos, es aboliendo la guerra económica”, decía Jean Jaurès, diputado y socialista francés, quien trató a toda costa de impedir la guerra. Postura por la cual fue asesinado por un nacionalista el 31 de julio de 1914, en pleno recrudecimiento de tensiones a nivel internacional. El día después, Francia decretó la movilización de sus tropas y el 4 de agosto, junto a Reino Unido, declaró la guerra a Alemania que acaba de invadir a Bélgica.Una cadena imparable de reacciones que se explica por las coaliciones geopolíticas, pero también por los viejos rencores entre dirigentes. En 1871, Alemania había arrancado a Francia los departamentos de Alsacia y Lorena tras vencer a las tropas imperiales de Napoleón III.
En los años siguientes, las autoridades francesas se empeñaron a alimentar el espíritu de venganza en contra del vecino germánico. Bajo la promesa de recuperar a la región perdida, una intensa propaganda ganó a todos los estratos de la sociedad, incluso a los científicos e intelectuales. “La lucha iniciada contra Alemania es la propia lucha de la civilización contra la barbarie, todos lo sienten, pero nuestra academia tiene una autoridad particular para decirlo”, dijo el filósofo francés Henri Bergson en agosto de 1914 frente a la Academia de Ciencias Morales y Políticas. “Cumple un simple deber científico al señalar la brutalidad y el cinismo de Alemania, su desprecio de cualquier justicia y verdad, en una regresión al estado salvaje”, añadió.
Un discurso dominante impulsado desde las altas esferas del Estado con el fin de preparar el terreno para un enfrentamiento inevitable con el « enemigo », cuya derrota era considerada evidente frente a la potencia nacional, presumida en todos los aparatos de propaganda. Una potencia impulsada por la fuerza industrial que debía que llevar el país a una pronta victoria.
Submarino alemán, al momento de rendirse, en 1918. © Bibliotheque nationale de France
Soldados franceses, en 1914. © Bibliotheque nationale de France
Soldados franceses con máscaras para protegerse de los gases tóxicos en las trincheras, en 1917. © Bibliotheque nationale de France
Tanques franceses de la marca Renault, en 1918. © Bibliotheque nationale de France
Ametralladora en acción, en 1915. © Bibliotheque nationale de France
Submarino alemán, al momento de rendirse, en 1918. © Bibliotheque nationale de France
Soldados franceses, en 1914. © Bibliotheque nationale de France
En el momento de la movilización de las tropas, muchos soldados pensaban regresar a sus hogares antes de la Navidad de 1914. Una ilusión compartida por los dirigentes de ambos bandos, convencidos de tener una superioridad aplastante sobre el otro.
En agosto, al estallar la guerra, el ejército francés demandaba una producción diaria de 10.000 proyectiles de artillería. A finales de septiembre, exigía diez veces más. Después de unos enfrentamientos que se inscribían en una clásica guerra de movimientos, el frente se estancó. Al tiempo que los combates se intensificaban cada vez más y requerían más recursos, los protagonistas se disparaban entre sí desde distancias muy cortas, a veces metros, desde unas trincheras que se convirtieron en las tumbas de millones de combatientes.
Con el fin de alimentar la maquinaria, aceleraron la producción. En Francia, más de 15.000 empresas se pusieron al servicio de la defensa nacional mientras que las autoridades planteaban una reorganización casi total de la economía debido a la ocupación alemana. Al volver inaccesibles las fábricas y yacimientos del norte y este del país, las tropas imperiales alemanas privaron a Francia del 75 % de su carbón y del 63 % de su acero.
Lluvia de bombas responsables de una asombrosa cantidad de muertes y desapariciones
A marchas forzadas, la nación gala reorganizaba su industria, pero también la modernizaba. Una innovación técnica pensada en función de la guerra, nutrida por la competencia entre contrincantes, que representó un salto sin precedentes, en desmedro de los soldados, arrasados por cientos de miles precisamente gracias a este progreso armamentístico.
En primera línea, los soldados enfrentaban aguaceros de bombas. Se estima que murieron entre 8,5 y 10 millones de militares durante la Primera Guerra Mundial. Dentro de este balance trágico, millones de desaparecidos o cuerpos que nunca pudieron ser identificados debido a la intensidad de estos combates marcados por estas nuevas armas. En el Osario de Douaumont, en el noreste de Francia, se encuentran los restos de 130.000 personas sin identidad, tanto franceses como alemanes, caídos en la batalla de Verdún.
Verdún fue el infierno en la tierra. Símbolo de la barbaridad de este conflicto, los diez meses de combates dejaron más de 300.000 muertos, causados en su gran mayoría por la artillería. En los momentos más caóticos, un proyectil caía cada tres segundos. En total, más de 53 millones fueron disparados en este campo de batalla convertido en cementerio. La ofensiva alemana fue detenida, pero nadie ganó realmente esta batalla trágica.
El avance tecnológico no se limitó al campo de las municiones. Al iniciar las hostilidades, el mariscal Ferdinand Foch, un emblemático comandante de las fuerzas armadas francesas, consideraba los aviones como un deporte. Cuatro años más tarde, los aparatos bombardeaban a París, junto a cañones de alcance cada vez mayor y los zepelines.
Aunque los combates más violentos ocurrieron en Francia, cabe recordar que el conflicto fue planetario. En los mares y océanos, los submarinos sembraban el terror. La armada alemana no dudaba en atacar barcos civiles. Una guerra marítima muy avanzada para esta época, que los Aliados se tardaron en contrarrestar.
Ametralladoras, lanzallamas, granadas e incluso gases tóxicos, como el “gas mostaza”, fueron nuevos elementos que hicieron más cruentos los combates y aún más insoportables las condiciones de los soldados en las trincheras. Un verdadero giro industrial, que masificó la tecnología de la muerte a una escala sin precedentes y preparó el terreno para las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial.
En 1917, agotados, aniquilados, los motines florecieron entre los batallones de soldados. La revolución en curso en Rusia estaba en las mentes, pero la ‘carnicería’ a la cual les mandaban los generales también. Unos 600 combatientes franceses fueron fusilados por “desobediencia militar”. Refiriéndose a los dirigentes los amotinados cantaban en sus trincheras: “Si para ellos la vida es rosa, para nosotros no es lo mismo. En lugar de esconderse de todas estas emboscadas, que vengan a las trincheras, para defender sus bienes, pues nosotros no tenemos nada.”
La ‘Gran Guerra’ no solo fue una gran carnicería. Pese a que los franceses estaban convencidos de que sería la “última de las últimas” solo fue el preludio de otra gran confrontación, mucho más extensa y costosa en vidas militares y civiles: al firmarse el armisticio, con las humillantes condiciones impuestas a Alemania, se puso la semilla de la próxima gran conflagración mundial. Veintiún años después, cuando Hitler desató la Segunda Guerra, la industrialización de la muerte había llegado a su apogeo.
miércoles, 7 de marzo de 2018
ARA: El accidente del Rastreador Fournier en los canales fueguinos
Rastreador Fournier: la tragedia que enlutó a Villa Mitre
Ramón Chávez era suboficial y se encontraba en la cubierta del Fournier cuando fue sacudido por la tormenta que provocó el hundimiento de la nave.
Guillermo Albornoz y Petrona Chávez, con la foto de Ramón y decenas de recortes y recuerdos referidos al Rastreador Fournier
"Mi papá era un ángel". De esta manera, sentida y clara, recuerda hoy Petrona Chávez a su papá Ramón, suboficial 2º de la Armada, vecino de Villa Mitre y una de las 77 víctimas del hundimiento del Rastreador Fournier, ocurrida en septiembre de 1949, la mayor tragedia marítima registrada en nuestro país en tiempos de paz.
Petrona vive hoy en el barrio Cooperación y al momento de aquella pérdida tenía 12 años. Su papá tenía 37 y aquel viaje de 1949 estaba planteado como el último de su vida. "Ya estaba retirado de la Armada, embarcó porque quería hacer unos estudios", señaló Petrona. Estos días no han sido fáciles para ella. La desaparición del submarino ARA San Juan le hizo revivir lo ocurrido con el Fournier, hace 68 años.
"He llorado todos estos días. Usted no sabe lo que significa pasar por una situación de ese tipo, la gente no entiende", indica.No menos dramática ha sido la historia en la vida de Guillermo Albornoz, hijo de Petrona, nieto de Ramón. "He seguido a lo largo de mi vida la historia del Fournier, porque además soy militar", indica.
Es él quien refiere que su abuelo está en una tumba del cementerio local de arrendamiento gratuito como tripulante del Fournier y lamenta un pérdida material. "La balsa en la que fue encontrado el cuerpo de mi abuelo junto con otros tripulantes --todos fallecidos-- estaba en el museo histórico, con las fotos de cada víctima. Un día la sacaron y ahora nadie sabe donde está", asegura. Ramón Chávez fue uno de los nueve tripulantes del Fournier cuyos cuerpos pudo ser recuperado. Murió de frío, en la balsa que lo mantuvo varios días a la deriva.
La desaparición del Fournier ocurrió en septiembre de 1949, con 77 tripulantes a bordo. A pocas horas de perderse contacto con la nave comenzó su desesperada búsqueda en el estrecho de Magallanes, donde realizaba tareas de patrullaje y reconocimiento..Botado en 1939, estaba asignado a la Escuadrilla de Rastreo y Minado. Era del tipo "aviso", un buque ligero, de poco tonelaje y casco fino. El 22 de septiembre de 1949, un día después de haber zarpado desde Ushuaia, se perdió todo contacto. Las condiciones meteorológicas convirtieron su rescate en una odisea. El hallazgo de algunas partes de la embarcación hizo presagiar lo peor. El 4 de octubre se reconoció el naufragio, ocurrido en cercanías de Punta Cono, al sur de Punta Arenas. A los 12 días del hecho, un aviador avistó una balsa con seis tripulantes: estaban todos fallecidos, sentados, abrazados y acurrucados. Los cadáveres correspondían al Comandante, Carlos Negri; el 2º Comandante, Teniente de Fragata Luis Lestani; los suboficiales de Mar Ramón Chávez, Electricista Ernesto Rodríguez; Cabo Principal Señalero Juan Luca y los marineros Manuel González, Eliberto Bulo, Valerio Gaicano y Miguel Lucena. Estaban con capote y ropa de abrigo, con la piel ennegrecida por el frío.
El análisis oficial
El informe elaborado por la Armada sobre lo ocurrido concluyó que el Fournier se dio vuelta de campana por babor, golpeado por una sucesión de olas de gran tamaño, generadas por una fuerte tormenta.Al volcarse, sólo pudieron saltar o cayeron al mar los hombres que iban de guardia en el puente.De los otros tripulantes no se encontró nada, a pesar de una meticulosa búsqueda efectuada por naves chilenas y argentinas durante unos 10 días. Solo se encontraron restos de la carga que iba en cubierta.
Las referencias
En Bahía Blanca se tiene la calle Rastreador Fournier (Estomba al 2100), y dos que evocan a tripulantes: el capitán Carlos Negri y al suboficial Chávez, ambas en Grünbein.
La compañía de ómnibus Lemos & Rodríguez --con sede en Villa Mitre-- adoptó el nombre de Rastreador Fournier para sus líneas, atendiendo el pedido de familiares del vecino fallecido.