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miércoles, 30 de diciembre de 2020

Catalunya: El debut del anarquismo

El día que el anarquismo asomó en Cataluña

A final del siglo XIX Barcelona se convirtió en la meca de esta doctrina y, por ende, en un lugar más que peligroso en el que se vivieron muchas situaciones violentas
 

Atentado contra el general Martínez Campos. Foto: Wikipedia


Por Álvaro Van den Brule || El Confidencial


El individuo ha luchado siempre por no ser absorbido por la tribu. Si lo intentas, a menudo estarás solo y a veces asustado. Pero ningún precio es demasiado alto por el privilegio de ser uno mismo.


Friedrich Nietzsche.


La plaza estaba llena de sangre entre los adoquines, como si de un mosaico atroz se tratara. En un momento en medio del bullicio de la Plaza Real, estalló el horror en toda su criminal magnitud. Algunos civiles y policías pululaban por los alrededores comentando sus cuitas con los chivatos de turno; otros, militares y marinos, intercambiaban tabaco y experiencias. Había mucha sangre. Las paredes impregnadas del viscoso líquido que alienta la vida sangraban, deslizando el fluido de las vísceras que decoraban aquella fantasmagoría, en la que lentamente el suelo, su destino último, se había convertido en una improvisada y deslizante pista de patinaje. Las vestimentas estaban impregnadas de la sustancia de la vida y de la muerte. Nadie esperaba un atentado tan espeluznante.

Barcelona despertaba al fenómeno anarquista como respuesta al matonismo de la patronal y a las durísimas condiciones laborales subyacentes. Dos polaridades opuestas enfrentadas a muerte desangraron aquella hermosa ciudad, en uno de esos momentos de la historia en los que el sol se pone al oeste y una luna roja trae malos augurios.

En aquel entonces, en las postrimerías del siglo XIX, un muchacho pensaba que en un día lejano del futuro su concepto de justicia intrínseca e idealista, como valor personal inalienable, podría operar en beneficio de la comunidad de pobres que asolaba aquel vasto escenario inicial de una España de aparceros y alpargatas de cáñamo raídas. Una España en transición hacia su tardía industrialización, convulsa y senil por el desgaste de la ya larga guerra de Cuba contra los Mambises y la fatiga de una historia brillante que la había dejado exhausta.

Un éxodo muy fuerte de anarquistas huidos de la represión de la Comuna de Paris y el imán ideológico que representaba la gran urbe catalana para muchos libertarios habían convertido a esta hermosa ciudad mediterránea en una olla a presión.

La contestación de la turbamulta (ideologizada básicamente contra la burguesía) con su némesis natural, “los malos” (por decirlo de alguna manera), estaba básicamente localizada en las dos esquinas fronterizas de la zona pirenaica. País Vasco y Cataluña, por meras y privilegiadas conjunciones geopolíticas tiraban del resto del país por su ventajosa localización estratégica y cercanía hacia los mercados del resto de Europa.

Barcelona despertaba al fenómeno anarquista como respuesta de este al matonismo de la patronal y a las durísimas condiciones laborales


Aquel muchacho que había crecido rodeado de formas de explotación normalizadas en aquel momento, hombre imbuido de una mística casi mesiánica, jamás sospecharía como se llegaría a efectuar su infantil aspiración si no fuera por el empeño y tozudez en la que había embarcado sus ideas.
 

El agitador Francesco Momo

Autodidacta ecléctico, era un sujeto culto y elegante; atusado y bien parecido; con los zapatos de betún sobrado y bien abrillantados; parecía un galeno, profesor de universidad o un atildado burgués de fortuna sobrevenida. Este extraño sujeto estaba a la espera de hacerse notorio en medio de una multitud donde había mucha laca, gomina y oro refulgente mezclado, todo ello aderezado con clavo y naftalina para ahuyentar a las malvadas polillas, invitadas entrometidas sin presentación ni pedigrí.

Este parsimonioso elemento, aguardaba periódico en mano su momento estelar para vengarse de lo que él entendía un agravio contra la clase trabajadora, que según su parecer no abarcaba a la totalidad de los que de alguna forma son el constructo de la riqueza. Esto es, los que invierten para crearla y multiplicar sus beneficios y por ende crear consumo para, por extensión, generar a su vez más riqueza a través de esta lícita ambición de ser más por el hecho de tener más, y porque no, también como elementos dinamizadores de la sociedad. No hay peor ciego que el que no quiere ver. En esta creencia, no entraban en la ecuación los que podían poner el dinero e invertirlo en ideas productivas, ya que según estos ideólogos de la perfección política, eran opresores y punto. Por consiguiente, Barcelona se convirtió en un lugar muy pero que muy inseguro en esa cadena sinfín de acción–reacción. La cuadratura del círculo es más fácil conseguirla en la geometría que en la política.

El caso es que un odio potentemente armado de antinomias o argumentos controvertidos entre dos aguas, falsos y verdaderos a su vez, lo tenían detenido en una esquina de una frecuentada calle de la Barcelona de principios de siglo, fabril y bulliciosa; culta a través de su gran masa de intelectuales y con su particular 'seny' (hoy condenado irremisiblemente por la pérdida de las formas), con unos arrabales deprimentes, donde la población de aluvión se vestía de agujetas que más parecían escamas de dolor. Los 'charnegos', como así llamaban a la inmigración interior los de la aristocracia local, fugitivos del hambre y condenados al olvido por el estado, gentes huérfanas de suerte provenientes de lugares remotos del sur seco de la península donde solo había desolación y desesperanza, vivían en condiciones lamentables por no decir inhumanas.

En ese caldo de cultivo, una doctrina de iluminados de fuertes convicciones –y quizás hasta tal vez visionarios– seducían a los marginados con promesas e ideas que parecían seductoras milhojas de ‘delicatesen’. Por lo tanto, para aquella turba de descalzos con aspiraciones, nada había que perder.

Una doctrina de iluminados de fuertes convicciones –y tal vez visionarios– seducían a los marginados con promesas e ideas que parecían atractivas


En aquel momento, se sumaba el hambre con las ganas de comer. Pero a aquella masa de desheredados bien dirigidos por una orquesta de anarquistas doctos e incombustibles, les sonaba bien la música de sus dirigentes (embriones precursores de la posterior CNT) y suspiraban con un cambio revolucionario e inapelable en el que la aniquilación de aquella cómoda y orgullosa oligarquía bien vestida acabara mordiendo el polvo de la desgracia. Obviamente, este propósito se acercaba a una situación de alucinación por la distancia que había entre el propósito y los recursos en lid aunque bien es cierto que la distopía caminaba a pasos agigantados en aquella España finisecular.


Aquellos mendigos de un trabajo casi esclavista con horarios insoportables y seis días semanales de duración, reducían sus jibarizadas mentes a una animalidad obscena y primaria, pero real. Aquella situación solo podía desembocar por su propia naturaleza al rencor y este se retroalimentaba en las tabernas del marginal barrio barcelonés del Raval y en las periferias de forma inflamada e incendiaria.

Hoy comenzamos a saber, que desgraciadamente, apropiarse sin reflexionar de doctrinas que capciosamente te convertían en herramientas de otros al imitar ciegamente formalidades que, repetidas como loros y tragadas hasta la empuñadura, no dejan espacio para mantener la propia capacidad de ser tú mismo. Y por ende, tampoco dejan de ser una falacia que empalmaba los pequeños ‘yoes’ de aquellos desdichados con una grandeza imaginaria e inalcanzable por furtiva y fantasiosa, solo posible en la utopía. Por consiguiente, lo que parecía una suma, no era más que una maquiavélica resta.

Tanteando aquellas desnudas superficies de altos ideales que como Ícaro acababan en frustraciones de un calibre inasumible, aquella mayoría de ignorantes y en muchas ocasiones analfabetos deliberadamente condenados por el sistema a esa noche oscura en la que la sabiduría es la llama de un pequeño candil perdido en la inmensidad –y esta es la clave del asunto–, se dejaban llevar por esos cantos de sirena que parecían una coral de los Niños Cantores de Viena, algo muy sugerente para almas sensibles, pero muy inocente para asumir otras verdades superiores cuyos patrones imperativos se remontan a la noche de los tiempos. Ese desarraigo de sí mismos, de la realidad aplastante y objetiva por muy loable que fuera el propósito que impulsara sus altos ideales de elevar a la humanidad a un rango mejor, a la postre se iban a traducir en regueros de sangre donde patinaban sus aspiraciones en medio de marchas fúnebres propias y ajenas. Un precio muy alto que se podría conseguir de manera evolucionaDA y con medios más sutiles. Pero había prisa por tocar ese cielo tan esquivo.


En un intento de atentado contra el general Martínez Campos, dos artefactos ocasionaron heridas a una docena de personas


Había ocurrido, que al agitador anarquista Francesco Momo, muerto mientras manipulaba una bomba marca Orsini que le había estallado durante su confección en marzo de 1893, se le habían imputado la fabricación de otras dos bombas lanzadas por Pallàs y Salvador en la Gran Vía el 24 de septiembre y posteriormente en el Liceo el 7 de noviembre de dicho año.

General Martínez Campos Foto: Wikipedia

Durante el desfile militar del domingo 24 de septiembre de 1893, con motivo de la fiesta de la Mercè de Barcelona, este anarquista de perfil bajo se armó con dos bombas que tenía escondidas en un pequeño zulo de una masía y, a continuación, se dirigió hacia el cruce de la Gran Vía con la calle Muntaner con intención de atentar contra el odiado general Arsenio Martínez Campos. Allí, lanzaría los dos artefactos que ocasionarían heridas de escasa entidad al uniformado y una docena de personas. Jaume Tous, un guardia civil padre de familia, natural de Palma de Mallorca, fallecería en el acto.

Con el cierre de siglo, Barcelona se convertiría en la meca del anarquismo y por ende en un lugar más que peligroso, pues en sus entrañas se dirimían enfrentamientos alimentados por doctrinas emergentes de nuevo cuño y llenas de promesas como casi siempre, pero a la postre, vacías de resultados.

La política no lo frenó

Pero estas reacciones que bien podrían haber sido prevenidas con un mínimo de profilaxis política, nunca se llevaron a cabo, porque aquí, en este país de grillos, la clase política siempre va a remolque poniendo tiritas.

Los políticos han sido para España y los españoles como las plagas de Egipto. Cuando la mediocridad es el patrón de funcionamiento y cualquier mindundi puede gobernar un país de la entidad, una de dos: o la indiferencia del pueblo ante la necesaria cultura política es nula (o no se incluye en la debida cultura y educación, que también) y raya la estulticia; o es que es verdad que en el reino de los ciegos el tuerto es el rey. O cambiamos de chip y entonamos el 'mea culpa' por nuestra ignorancia política y encerramos nuestros egos en un cofre bajo siete llaves o, por el contrario, tendremos los días contados como nación. Debemos de hincar codos y hacer las tareas para intentar redescubrir nuestra verdadera historia si queremos un futuro sólido y bien estructurado y ello. Conocer la verdadera historia de nuestra nación es algo de obligado cumplimiento, porque si seguimos adheridos a los clichés de buenos y malos, rojos y azules y todo ese rollo, vamos como los cangrejos y sin freno.

En 'El idiota', Dostoievski hacia una alusión inquietante que debería ser de reflexión obligada: “Un hombre común, pero inteligente, aunque se crea dotado de genio u originalidad (a veces lo cree durante toda su vida), no deja de albergar en su corazón el gusano de la duda, que le roe hasta desesperarle. Aunque se resigne, ya estará por siempre intoxicado por el sentimiento de la vanidad reprimida". En España, ese patrón es la locomotora que nos pierde, una locomotora sin rumbo, una línea sin destino, una tragedia permanente, una invisible desgracia colectiva. Somos los reyes de la razón exclusiva y excluyente, los 'otros' nunca tieneN razón.

Así estaban las cosas en aquella agitada Barcelona de finales de siglo. Y entonces, aquel embajador terrenal del Dios invisible también haría sangre en un futuro a corto plazo atizando a los suyos para la venganza, pero eso es otra historia. El insigne Buda decía que el conflicto no es entre el bien y el mal, sino entre el conocimiento y la ignorancia.

Luego vendrían los procesos de Montjuic, y al igual que los inocentes muertos en el atentado de El Liceo, otros anarquistas que nada tuvieron que ver con los atentados de aquel entonces morirían fusilados sin más preámbulos. Había que demostrar eficacia donde solo había incompetencia.

 

 

domingo, 13 de diciembre de 2020

España: Revolución del Petróleo (1873)

Revolución del Petróleo



La revolución del petróleo (en valenciano, revolució del petroli o revolta del petroli) fue una revuelta obrera de carácter libertario y sindicalista que tuvo lugar en Alcoy, en julio de 1873, durante la Primera República Española. Según el historiador Manuel Cerdá, se denominó revolució del petroli «por haberse producido el incendio del Ayuntamiento y algunas casas colindantes donde se ofrecía resistencia a los amotinados».


 

Antecedentes

En 1873 Alcoy era una de las pocas ciudades españolas que se había industrializado. Un tercio de sus 30.000 habitantes, incluyendo mujeres y niños, trabajaba en la industria —5.500 en 175 empresas textiles y 2.500 en 74 industrias papeleras—. Sus condiciones de vida eran muy duras, como lo demostraba el hecho de que el 42% de los niños morían en Alcoy antes de haber cumplido los cinco años. Esto explica en gran medida el extraordinario crecimiento que tuvo allí la Federación Regional Española de la Asociación Internacional de Trabajadores (FRE-AIT), que a finales de 1872 ya contaba con más de 2.000 afiliados, casi la cuarta parte de los obreros de la ciudad.​

En el Congreso de Córdoba de la FRE-AIT, celebrado entre el 15 de diciembre de 1872 y el 3 de enero de 1873 y en el que se rechazaron las resoluciones «autoritarias» (marxistas) del Congreso de La Haya de 1872 y se aprobaron las «antiautoritarias» (bakuninistas) del Congreso de Saint-Imier, se decidió suprimir el Consejo Federal y sustituirlo por una Comisión de correspondencia y estadística que tendría su sede precisamente en Alcoy y que estaría formada por Severino Albarracín (maestro de primera enseñanza), Francisco Tomás (albañil), Miguel Pino (ajustador, de Ciudad Real) y Vicente Fombuena (fundidor, de Alcoy).​

Tras la proclamación de la Primera República Española el 11 de febrero de 1873, una asamblea local de la FRE-AIT celebrada el 2 de marzo discutió la actitud que se habría de adoptar tras el cambio de régimen, lo que quedó reflejado en las actas de la Comisión federal:​ 

Un compañero [posiblemente Severino Albarracín, según Avilés Farré] demostró de manera clara y terminante que el cambio operado en la política de la clase media sólo era en el nombre de las instituciones, pero que éstas en el fondo continuaban siendo las mismas, rémoras constantes del progreso de la libertad y de la justicia. Por lo tanto era necesario activar la propaganda y la organización proclamada por la Asociación Internacional, organizada independientemente de todos los partidos burgueses y la única que puede prestar la fuerza suficiente para destruir cuando se crea oportuno todas las instituciones y los privilegios de la presente sociedad burguesa, y la organización revolucionaria del proletariado fuera de toda organización autoritaria dirigida por los burgueses; o lo que es lo mismo, el armamento de los trabajadores sin pertenecer a las milicias burguesas, a fin de estar dispuestos a lo que pudiera suceder. Una gran salva de aplausos demostró la conformidad de la Asamblea con las ideas manifestadas...

El 9 de marzo una manifestación en la que participaron cerca de diez mil personas recorrió las calles de Alcoy y culminó en un mitin celebrado en la plaza de toros, en el que se aprobó por unanimidad pedir un aumento del salario y la disminución de las horas de trabajo.​ 

 

Acontecimientos

Según Josep Termes, con la proclamación la República federal, el 8 de junio, la Comisión federal de la FRE-AIT llegó a la conclusión de que era el momento de desencadenar la revolución social. El 15 de junio pedía a los trabajadores que «se organicen y se preparen para la acción revolucionaria del proletariado a fin de destruir todos los privilegios que sostienen y fomentan los poderes autoritarios». El 6 de julio Tomás González Morago, miembro de la Comisión, en una carta dirigida a la Federación belga le anunciaba la inminente revolución social que se iba desencadenar en España.​

El 7 de julio la Comisión convocó una asamblea de los obreros de la ciudad en la plaza de toros. Allí se acordó iniciar una huelga general al día siguiente para conseguir el aumento de los salarios en un 20% y la reducción de la jornada laboral de 12 a 8 horas. ​ Efectivamente la huelga comenzó el día 8 y como comunicó por carta Severino Albarracín, miembro del Comité Federal, a la Federación de Valencia, estaban dispuestos «a vencer de cualquier manera y a recurrir a todos los medios disponibles, incluso a la fuerza si ello era posible». V. Fambuena, también miembro de la Comisión, se expresaba de la misma manera en una carta enviada a la sección de Buñol —«estamos hoy en una huelga general de obreros y obreras, que somos el número de 10.000, dispuestos a hacer frente a todo lo que se presente», escribía—, a cuyos miembros animaba a trabajar «en pro de nuestra causa sin descanso para llegar pronto al día de la Liquidación social».​

Muerte del alcalde de Alcoy, Agustí Albors.

El día 9 los fabricantes, reunidos en el ayuntamiento,​ rechazaron las reivindicaciones obreras por considerarlas exageradas, encontrando el apoyo del alcalde, el republicano federal Agustí Albors. Entonces los obreros exigieron la dimisión del alcalde y su sustitución por una junta revolucionaria —integrada por el Comité federal de la Internacional​. Cuando estaban reunidos en la plaza de la República —o plaza de San Agustín ​ delante del Ayuntamiento —esperando el resultado de la entrevista que estaban manteniendo Albors y los miembros de la Comisión, Albarracín y Fombuena—​ la guardia municipal por orden de Albors​ disparó contra ellos para que se disolvieran —causando un muerto y varios heridos—​. Los trabajadores respondieron tomando las armas y haciéndose dueños de las calles. Detuvieron a varios propietarios —más de cien, según algunas fuentes​ a los que tomaron como rehenes —después los irían soltando previo pago de un rescate para sufragar la huelga ​ e incendiaron algunas fábricas. El alcalde Albors y 32 guardias se hicieron fuertes en el Ayuntamiento esperando la llegada de los refuerzos que habían pedido al Gobierno, pero tras veinte horas de asedio durante las cuales el edificio y otros colindantes fueron incendiados tuvieron que capitular, muriendo violentamente el alcalde Albors en la refriega —según otras versiones Albors había conseguido huir, siendo localizado poco después y asesinado— y quince personas más, entre ellas siete guardias y tres internacionalistas.​ Según las actas del proceso las víctimas fueron quince, trece causadas por los insurrectos —el alcalde Albors; cuatro civiles; un guardia civil y siete guardias municipales, tres de ellos asesinados tras haberse rendido— y dos por los guardias.​

Se formó entonces un Comité de Salud Pública presidido por Severino Albarracín, miembro de la Comisión de la Internacional, que detentó el poder durante tres días hasta que el 13 de julio las tropas enviadas por el gobierno entraron en la ciudad sin encontrar resistencia.​ Al día siguiente el ejército que había tomado la ciudad, recibió la orden de dirigirse a Cartagena donde acababa de proclamarse el Cantón Murciano, que daría inicio a la Rebelión cantonal. Los trabajadores volvieron a hacerse dueños de la ciudad, lo que obligó a los fabricantes a ceder y subir los salarios, pero en cuanto las tropas volvieron se echaron atrás. ​ La burguesía de Alcoy, asustada por lo que había sucedido, descargó toda la responsabilidad en la actuación del alcalde Albors y así se lo hizo saber al gobierno mediante un escrito firmado por ochenta personas en el que se decía: «los mayores contribuyentes de Alcoy protestan enérgicamente contra el ayuntamiento de esta ciudad, por haber mandado hacer armas contra el pueblo trabajador que pedía pacíficamente su destitución».​

Los miembros de la Comisión de la Internacional huyeron de Alcoy el día 12 por la noche ​ y se refugiaron en Madrid. Desde allí Francisco Tomás en una carta posterior, con fecha del 15 de septiembre, diferenciaba la insurrección de Alcoy, «un movimiento puramente obrero, socialista revolucionario», de la rebelión cantonal, un movimiento «puramente político y burgués».​

Enseguida se difundieron diferentes relatos sobre las «atrocidades de los revolucionarios» que obligaron al Comité federal a desmentirlas mediante un manifiesto hecho público el 14 de julio:​

Seres arrojados por el balcón, curas ahorcados en los faroles, hombres bañados en petróleo y asesinados a tiros en la huida, cabezas de civiles cortadas y paseadas por las calles, incendio premeditado de edificios, quema y destrucción del ayuntamiento, violación de niñas inocentes, todas estas patrañas son horribles calumnias.

Tras los sucesos se desató una fuerte represión. Fueron detenidos entre 500 y 700 obreros y de ellos 282 acabaron siendo procesados.​ Según el historiador Manuel Tuñón de Lara, la represión se inició tras la formación del nuevo gobierno de Emilio Castelar en sustitución del de Nicolás Salmerón. A principios de septiembre se presentó en Alcoy un juez instructor acompañado de 200 guardias civiles, que procedieron a detener a cientos de obreros, muchos de los cuales fueron conducidos hasta Alicante.​ En 1876 una amnistía sacó de la cárcel a bastantes de los procesados, y en 1881 hubo una segunda amnistía. En 1887 fueron absueltos los últimos veinte procesados, seis de los cuales todavía estaban en prisión, catorce años después de los hechos. «La justicia pudo esclarecer los hechos, pero no pudo identificar de manera fehaciente a los culpables»

 

«Qué voleu de mí?», clamó el alcalde de Alcoy, y cayó acribillado por las balas

Corrieron rumores de que el alcalde de Alcoy, Agustí Albors, se había enfrentado a los alborotadores y había matado a uno de un tiro. Los ánimos estaban encrespados. Era a principios de julio de 1873 y la ciudad, de las más industrializadas de España, estaba en huelga; paralizadas las fabricas textiles, papeleras y metalúrgicas. Los obreros pedían un aumento salarial del 24% y trabajar menos horas. El ambiente político del país no era precisamente estable. Eran tiempos de la I República y en aquellos momentos crecían las aspiraciones de los partidos federalistas, lo que estaba desembocando en el movimiento cantonalista.

Las crónicas de la época cuentan que llegaron de fuera elementos internacionalistas que dirigieron las reuniones y asambleas obreras. Se llegó a declarar la independencia de la ciudad y del 9 al 13 de julio la gobernó un Comité de Salud Pública presidido por Severino Albarracín. Era la revolución que pasaría a la historia como la 'del petróleo', porque los huelguistas exteriorizaron su descontento untando antorchas con este combustible y las paseaban encendidas por todo Alcoy, que durante días apestó a petróleo quemado.

Los amotinados retuvieron a industriales e importantes 'contribuyentes' de la ciudad. El alcalde Albors incitó a los empresarios a resistir. Ardieron casas del centro, para empujar a los munícipes a salir. El alcalde acabó por comparecer ante los revolucionarios, en medio de la calle, clamando: 'Qué voleu de mí?', y acto seguido cayó acribillado a balazos.

La situación obligó a que interviniera el ejército. Al mando del general Velarde entraron 5.000 soldados y voluntarios con órdenes estrictas. Hubo una fuerte represión contra los activistas, si bien parece que los cabecillas e internacionalistas lograron huir. Se produjeron más de seiscientas detenciones y en los posteriores procesos se sentenciaron numerosas penas de muerte, aunque el Gobierno anunció que suavizaría su aplicación.

 

sábado, 9 de mayo de 2020

GCE: Catalunya investiga tumbas comunes de catalanes en el desembarco en Mallorca

La Generalitat busca ADN de familiares de milicianos enterrados en fosas de Mallorca

La Vanguardia


Centenares de soldados catalanes desaparecieron tras los combates con las tropas franquistas en el “desembarco de Mallorca”, en agosto de 1936 


Preparando el asalto de Mallorca. El capitán Bayo, al mando de la fuerza republicana, acompañado de las autoridades de Mahón al desembarcar del buque hospital "Marques de Comillas" (Fons Brangulí)


La Generalitat busca a familiares vivos de los centenares de milicianos catalanes desaparecidos tras los combates con las tropas franquistas en el “desembarco de Mallorca”, en agosto de 1936, para cotejar su ADN con el de los restos que se hallen en las fosas comunes de la Guerra Civil excavadas en la isla.

Según ha informado el Departamento de Justicia en un comunicado, el proyecto es fruto de un convenio que firmaron en septiembre de 2018 la Generalitat y el Govern de las Islas Baleares para colaborar en la búsqueda de personas desaparecidas durante la Guerra Civil y el franquismo.

Recuperar Mallorca
El objetivo es localizar en las fosas comunes a las víctimas del desembarco, en el que participaron 8.000 milicianos

El objetivo del proyecto es localizar en las fosas comunes a las víctimas del desembarco, una expedición republicana que Catalunya impulsó en 1936 para tratar de recuperar la isla de Mallorca, que estaba en manos de las tropas franquistas, y de la que formaban parte 8.000 milicianos catalanes.

La expedición se zanjó con la derrota de las tropas republicanas, que acabaron retirándose dejando tras de sí centenares de muertos, la mayoría de ellos milicianos catalanes que fueron enterrados en una fosa común de Sa Coma, en Sant Llorenç de Cardassar, en otras diseminadas por el levante de la isla o lanzados al mar.

En 1936
La expedición se zanjó con la derrota de las tropas republicanas, que acabaron retirándose dejando

La Dirección General de Memoria Histórica de la Generalitat está tratando de localizar a familiares de esos milicianos para pedirles muestras de ADN, por lo que se ha puesto en contacto con los municipios de donde procedían los desaparecidos que han podido ser documentados.

Por el momento, son 192 las víctimas desaparecidas tras el “desembarco de Mallorca” cuya identidad y datos biográficos se conocen, gracias a la lista confeccionada por los historiadores Jordi Oliva y Gonzalo Berger, que han llevado a cabo trabajos de investigación sobre la contienda.
Datos

Son 192 las víctimas desaparecidas tras el “desembarco de Mallorca” cuya identidad y biografía se conocen

El objetivo del proyecto es incorporar muestras de ADN de los parientes vivos de los milicianos desaparecidos al programa de identificación genética y poder cruzarlas con las de los restos mortales que se hallen en las fosas comunes excavadas.

Si los familiares aceptan someterse a pruebas de ADN, deberán inscribirse en el censo de personas desaparecidas de la Generalitat y, posteriormente, el Hospital Vall d’Hebron los citará para extraerles una muestra.

Si los familiares aceptan someterse a pruebas, deberán inscribirse en el censo de personas desaparecidas

Por su parte, el Gobierno balear está trabajando sobre la viabilidad de excavar las fosas, que podrían encontrarse en precario estado por las actuaciones urbanísticas, los saqueos o los temporales, y será la Generalitat la que se encargue de identificar los restos mortales que se localicen.

En declaraciones a la prensa, la consellera de Justicia ha hecho un llamamiento a los familiares de las víctimas del “desembarco de Mallorca” para que se acojan al programa de identificación genética de la Generalitat.




jueves, 20 de febrero de 2020

Invasión napoleónica a España: La toma de Tarragona (1811)

Tarragona (1811)

W&W

A fines de diciembre de 1810, el mariscal Jacques Macdonald había estabilizado la situación en el norte de España y nuevamente pudo apoyar los intentos de Louis-Gabriel Suchet de capturar Tortosa. Por lo tanto, Suchet se movió para comenzar el asedio el 16 de diciembre, y por una vez los españoles no pudieron defender bien una fortaleza fuerte. De hecho, el 2 de enero de 1811 el lugar estaba completamente en manos francesas.

Este éxito inmediatamente liberó a Macdonald para llevar a cabo el asedio de Lérida, mientras que Napoleón ordenó a Suchet tomar Tarragona, transfiriendo arbitrariamente la mitad del cuerpo de Macdonald al mando de Suchet. Ante esto, Macdonald se retiró rápidamente a Barcelona y dejó a Suchet.

El 9 de abril de 1811, los franceses se sorprendieron al escuchar que la fortaleza de Figueras había vuelto a caer en manos españolas, amenazando una vez más la ruta de suministro desde Francia. Los insurgentes españoles locales habían trabajado con algunos patriotas dentro de la fortaleza para obtener copias de las llaves de las puertas y sorprendieron a la guarnición antes de que se pudiera intentar cualquier resistencia.




Macdonald le envió la noticia a Suchet, pidiéndole que abandonara todos los pensamientos de asediar Tarragona y, en cambio, marchara hacia el norte con todo su ejército. Suchet señaló acertadamente que le tomaría un mes marchar hacia el norte, y sugirió que Macdonald debería buscar ayuda de Francia, dado que la frontera francesa se encontraba a solo 20 millas de Figueras. Luego, Suchet comenzó su marcha a Tarragona el 28 de abril, creyendo que esta operación atraería al sur español en un intento de aliviar el lugar.

Napoleón reunió rápidamente a una fuerza de 14,000 hombres en Perpignan, mientras que el general Baraguay d'Hilliers, al mando en Gerona, logró reunir otros 6,000 hombres. Entre ellos, esta fuerza de 20,000 hombres buscaría recuperar Figueras, una tarea que se hizo mucho más fácil cuando el general español Campoverde reaccionó exactamente como Suchet había predicho y movió su fuerza de 4,000 hombres por mar para ayudar a salvar Tarragona. Abandonó a los 2.000 hombres de la guarnición de Figueras a su suerte y el mariscal Macdonald luego se mudó al norte para tomar el mando personal del asedio de Figueras.

Suchet comenzó el asedio de Tarragona el 7 de mayo y tres días después, el general Campoverde llegó por mar y reforzó a los defensores con sus 4.000 soldados. Los franceses se vieron obligados a trabajar muy cerca de la costa, lo que hizo que sus trabajos fueran vulnerables al fuego de los barcos británicos y españoles. Para remediar esto, las primeras baterías construidas se enfrentaron al mar y sus armas obligaron a los buques de guerra a alejarse. Los franceses ahora concentraron sus esfuerzos en capturar Fort Olivo, un reducto separado que protege la ciudad baja. Esto fue asaltado con éxito el 29.

Otros dos batallones de tropas españolas llegaron por mar desde Valencia, pero el general Campoverde navegó para buscar más apoyo, dejando al general Juan Contreras al mando. Para el 17 de junio, los franceses habían capturado todas las defensas externas de Tarragona y el asedio estaba llegando a un punto crítico; Contreras, a pesar de tener 11,000 hombres, simplemente no interrumpió a los sitiadores franceses. El 21, la ciudad baja fue asaltada con éxito, lo que significa que el mando del puerto también recayó en los franceses. Las cosas ahora parecían sombrías para Contreras, particularmente con Campoverde acusándolo de cobardía desde una distancia segura.

El 26 de junio, sin embargo, las cosas mejoraron para el comandante español. Llegaron varios buques de tropa con unos cientos de tropas españolas a bordo; mejor aún, también llegaron unas 1.200 tropas británicas1 comandadas por el coronel John Skerrett, enviadas por el general Graham a Cádiz para ayudar a la defensa. Skerrett aterrizó esa tarde y examinó las defensas con los españoles; se acordó por unanimidad que Tarragona ya no era sostenible. Como Graham había ordenado específicamente que las tropas británicas no desembarcaran a menos que Skerrett pudiera garantizar que pudieran volver a embarcarse de manera segura, decidió abandonar el intento con razón y navegó con la intención de aterrizar más a lo largo de la costa y unirse posteriormente con la fuerza de Campoverde. Pero esta fue una visión deprimente para los defensores españoles y sin duda dañó su moral ya frágil. De hecho, el mismo día en que la ruptura de las baterías abrió fuego en las paredes, se formó una brecha viable por la tarde y se asaltó rápidamente. En media hora todas las defensas habían cedido y la infantería francesa invadió la ciudad. Siguió una terrible orgía de violaciones y asesinatos, y se estima que más de 4.000 españoles perdieron la vida esa noche, más de la mitad de ellos civiles. Al menos 2.000 de los regulares españoles que defendían la ciudad habían muerto durante el asedio y ahora fueron capturados unos 8.000 más.

La captura de Tarragona le valió a Suchet la batuta de su mariscal; había destruido el ejército español de Cataluña y obstaculizado severamente las operaciones navales británicas a lo largo de la costa. Por el contrario, Campoverde pronto fue reemplazado por el general Lacy, que llevó a los pocos hombres restantes a las colinas para reagruparse.



Suchet marchó hacia el norte a Barcelona, ​​asegurándose de que sus líneas de comunicación fueran seguras. Al descubrir que Macdonald estaba progresando bien con su asedio en Figueras, centró su atención en capturar la fortaleza sagrada de la montaña de Montserrat, que cayó el 25 de julio. El daño a la moral española demostró ser más importante que la retención física de esta fortaleza monástica. El 19 de agosto, Figueras fue finalmente sometido a la sumisión después de un asedio de cuatro meses, reabriendo así las rutas de suministro francesas. Napoleón estaba encantado con la noticia, pero inmediatamente le recordó a Suchet que aún no había capturado Valencia.

Las fuerzas españolas bajo el mando del general Lacy continuaron haciendo incursiones, incluso en Francia, e intentaron interrumpir las comunicaciones francesas con incursiones depredadoras por tierra y mar. Estas operaciones restauraron algo la moral destrozada de la guerrilla española y la llama de la insurrección, tan apagada, continuó parpadeando y ocasionalmente estalló, dando a los españoles algo de esperanza. Macdonald fue llamado a Francia, otro mariscal de Francia que encontró que el este de España estaba demasiado lejos.

A pesar de sus fuertes dudas, el mariscal Suchet volvió a marchar al sur hacia Valencia con una fuerza de unos 22,000 hombres. El general Joaquín Blake, al mando de unos 30,000 hombres, tuvo la tarea de oponerse a él, pero simplemente le permitió marchar allí sin resistencia. La fuerza de Suchet llegó a Murviedro el 23 de septiembre y, tras fracasar notablemente en un intento tonto de asaltar la fortaleza de Saguntum mediante una escalada directa, el ejército francés se sentó ante ella y esperó pacientemente la llegada de la artillería de asedio, abriendo fuego el 17 de octubre. . Suchet intentó un segundo asalto costoso sin éxito y miró nerviosamente por encima del hombro las insurrecciones que estallaron en su retaguardia. Sin embargo, en este punto, el general Blake decidió que debía avanzar para proteger a Saguntum; Habiendo reunido no menos de 40,000 hombres, atacó a Suchet el 25 de octubre y fue golpeado por sus problemas, perdiendo más de 5,000 hombres. La guarnición de Saguntum, reconociendo que ahora no había esperanza, se rindió al día siguiente. Blake simplemente había dado esperanza a las tropas de Suchet, cuando en realidad no tenían ninguna.

Suchet ahora continuó su marcha hacia Valencia. Al llegar a la orilla norte del río Guadalquivir, encontró a Blake frente a él nuevamente, acampado en la orilla sur con unos 30,000 hombres. Con solo 15,000 hombres con él, Suchet formó un campamento aquí y esperó refuerzos, con los cuales podría avanzar para perseguir el asedio de Valencia.

Napoleón, que subestimó gravemente al ejército británico bajo Wellington, pero al mismo tiempo reconoció la importancia de capturar Valencia, ordenó al ejército del rey José que complementara más las operaciones de Suchet. El ejército del mariscal Marmont, frente a Wellington, también se debilitó cuando Napoleón le ordenó enviar a Suchet a 12,000 hombres. Estos desarrollos tendrían un efecto muy significativo en las operaciones de Wellington unos meses después, a principios de 1812.

Los refuerzos prometidos llegaron con Suchet a fines de diciembre e inmediatamente avanzó para perseguir el asedio de Valencia el 26, completando con éxito la inversión de la ciudad esa noche. Para el 1 de enero se había comenzado a trabajar en la preparación de baterías de asedio, que estaban armadas y listas para proceder antes del 4.

Blake trasladó sus tropas de su campamento fortificado en las colinas a la ciudad, pero las perspectivas de una defensa exitosa parecían ser muy pobres. Ya había una grave escasez de alimentos y la moral de las tropas españolas era tan baja que desertaron en masa. Suchet aumentó significativamente su incomodidad al bombardear la ciudad con proyectiles hasta que la moral de los defensores finalmente se derrumbó. Blake se vio obligado a aceptar rendirse el 9 de enero, con alrededor de 16,000 soldados españoles bajando las armas.

La fortaleza casi inexpugnable de Penissicola, guarnecida por unos 1.000 veteranos españoles, ahora estaba sitiada, y las armas de asedio comenzaron un fuerte bombardeo el 28 de enero. A pesar de estar bien abastecido con comida y tiendas por la marina británica, y sus tropas proclamando su determinación de luchar, el general García Navarro, el comandante de la fortaleza, parece haber perdido toda esperanza después de la caída de Valencia. Una carta que describía sus temores fue capturada por los franceses y solía ejercer una enorme presión sobre un hombre que obviamente no podía hacer frente; Cuando se envió una citación contundente el 2 de febrero, el comandante se rindió sin demora. Casi toda la costa este de España estaba ahora en manos francesas.

miércoles, 15 de enero de 2020

Tratado de Pirineos: ¿Fracaso o éxito?

Paz de los Pirineos, ¿fracaso o jugada maestra?

El tratado firmado en 1659 con la Francia del cardenal Mazarino evidenciaba la posición débil de España, pero esta exprimió al máximo sus posibilidades. 

Luis de Haro tras Felipe IV, en la entrevista que las cortes española y francesa mantuvieron con motivo del Tratado de los Pirineos. (Dominio público)


Francisco Martínez Hoyos || La Vanguardia

La Paz de los Pirineos se ha presentado tradicionalmente como un hito en la decadencia española. La antigua potencia más poderosa del mundo pasaba el testigo de la hegemonía a Francia, gobernada por un joven y dinámico Luis XIV muy diferente del envejecido Felipe IV. Sin embargo, en las últimas décadas, varios estudios académicos han cuestionado esta visión pesimista.

Tras la etapa gris de Felipe III, Felipe IV y su valido, el conde-duque de Olivares, habían intentado restablecer la fortaleza española en Europa. Durante los primeros años del reinado se sucedieron los éxitos, como la rendición de Breda, pero llegó un momento en que la Francia del cardenal Richelieu se involucró directamente en las guerras europeas. Para los Borbones galos, el predominio de los Habsburgo constituía una grave amenaza.

Llegó un momento en que todo se torció para Olivares. En 1640, una rebelión en Cataluña y otra en Portugal estuvieron a punto de provocar el colapso hispánico. Poco después, en Rocroi (1643), los legendarios tercios sufrían una derrota humillante. Sin embargo, para los franceses las cosas tampoco iban sobre ruedas. Richelieu murió en 1642, y el país quedó en manos de un Luis XIV todavía niño.

Si persistía en el empeño, la existencia de la propia monarquía estaría en juego

El jovencísimo soberano tuvo que enfrentarse a la revuelta nobiliaria de la Fronda, mientras los españoles aprovechaban para sembrar discordias y recuperar Cataluña. En Valenciennes (1656), los tercios aún lograron una gran victoria contra los franceses. Pero el joven hijo de Felipe IV, Juan José de Austria, iba a ser derrotado en las Dunas dos años después. Este fracaso, más que el de Rocroi, señaló el declive militar español.

Competición de pompa

El gobierno de Madrid estaba entonces bajo el control de un pariente de Olivares, Luis de Haro. Su gran objetivo es la reconquista de Portugal, pero en 1659 las tropas castellanas fracasan estrepitosamente en Elvas. La monarquía queda entonces en una posición internacional débil. En París, pocos meses después, se firma un tratado de paz desfavorable que ha de ratificarse en Madrid.

En el Consejo de Estado, el influyente duque de Medina de las Torres propone la aceptación de las condiciones de paz impuestas por el enemigo. Después de tantos años de lucha, era imposible que España hiciera frente sola a contrincantes tan numerosos. Si persistía en el empeño, la existencia de la propia monarquía estaría en juego.

Tras un largo tira y afloja, las delegaciones de los dos países se encontraron en la frontera. Cada una procuraba brillar más que la contraria en cuestiones de protocolo y ostentación, tanto por el número de sus integrantes como por la riqueza de su vestuario. De lo que se trataba era de intimidar al enemigo para obligarle a permanecer a la defensiva.

Luis Méndez de Haro y Guzmán, sexto marqués del Carpio, grabado de Joannes Meyssens. (Dominio público)

¿Quién, finalmente, se impuso en este duelo de apariencias? Cada país pretende que su séquito es más impresionante. Por lo que parece, lo que sí es cierto es que el de los franceses destacaba por su tamaño.

La habilidad de Haro

La Paz de los Pirineos no fue, en su conjunto, favorable a España, pero sí mejoró su situación respecto a lo pactado poco antes. Representó, en ese sentido, un éxito diplomático. De un acuerdo impuesto por Francia se había pasado a una negociación entre iguales. Por ello, los franceses se extrañaron cuando Haro exigió la destrucción de los ejemplares del acuerdo de París. ¿No demostraba su existencia el buen trabajo realizado por el aristócrata?

Como ha mostrado el historiador británico Lynn Williams, no era esa la lógica del español. Este, al igual que su rey, deseaba a toda costa hacer desaparecer algo que había sido deshonroso para su país. Haro había realizado una gran labor. Su biógrafo Alistair Malcolm, en El valimiento y el gobierno de la Monarquía Hispánica (Marcial Pons, 2019), afirma que supo arrancar una victoria diplomática “de las fauces de una derrota militar”.
Logró que Francia dejara de apoyar a Portugal, un reino que se esperaba en vano recuperar para la monarquía

Sus habilidades sociales le ayudaron a cumplir su misión, puesto que sabía cómo y cuándo dar un golpe de efecto que le concediera una ventaja psicológica. Al cardenal Mazarino, primer ministro francés, le entregó veinte magníficos caballos andaluces justo antes de una sesión diplomática. Ello predispuso a su rival a su favor.

Una salida aceptable

España renunció al Rosellón, un territorio que en esos momentos ya no controlaba, pero consiguió desalojar a los franceses del sur de los Pirineos. Por otra parte, logró que Francia dejara de apoyar a Portugal, un reino que se esperaba en vano recuperar para la monarquía.

Además, el príncipe de Condé, un aristócrata galo que había luchado junto a los españoles, se vio rehabilitado por Luis XIV. Esto era importante, porque Madrid esperaba, tal como señala el historiador Rafael Valladares, que Condé actuara como una quinta columna “en el corazón del enemigo”.

Retrato del cardenal Mazarino, por Pierre Mignard. (Dominio público)

A cambio de sus servicios, Felipe IV otorgó a su hombre de confianza el ducado de Montoro, la categoría de grande de primera clase y dos mil vasallos. Haro murió poco después, en 1661. Fue el único valido español que falleció mientras ejercía su cargo.

Naturalmente, por más que las dos partes dijeran que la paz de los Pirineos era “perpetua”, la realidad fue muy diferente. Francia y España se vieron involucradas en numerosos enfrentamientos durante el resto del siglo XVII, en los que la primera acostumbró a llevar ventaja. No obstante, la monarquía hispánica resistió con dignidad y llegó a 1700 con unas pérdidas territoriales mínimas.

lunes, 4 de noviembre de 2019

GCE: Fotos de la vida catalana durante la guerra

La caja de Campañà: imágenes desconocidas de la Barcelona en guerra

‘Cultura/s’ publica en su número 900 una muestra del fondo documental de uno de los grandes fotoperiodistas catalanes del siglo XX, 5.000 imágenes de la guerra, sobre todo en Barcelona, ocultas hasta ahora




. (Niños jugando a las barricadas en el verano de 1936 junto al muro de la Universitat de Barcelona. FOTO A. CAMPAÑÀ)


Plàcid Garcia-Planas, Arnau Gonzàlez Vilalta || La Vanguardia

En el fondo de un garaje de Sant Cugat del Vallès. El último gran tesoro fotográfico de la guerra civil española ha aparecido, ocho décadas después, escondido en el fondo de una casa que se ha tenido que vaciar antes de ser derribada: las más de cinco mil fotografías que Antoni Campañà i Bandranas (Arbúcies, 1906 - Sant Cugat, 1989) hizo durante la guerra –esencialmente en Barcelona– y de las que sólo se conocían un centenar.

Más de cinco mil negativos bien conservados de uno de los grandes fotógrafos pictorialistas catalanes y españoles, con el positivado en papel de unas setecientas imágenes. También se han hallado decenas de positivados de otros destacados fotógrafos de la contienda como Agustí Centelles o Joan Andreu Puig Farran, con quienes colaboró durante y después de la guerra. Todo cerrado y escondido en dos cajas rojas de las que salen las imágenes que publicamos en exclusiva.

Autorretrato de Antoni Campañà en 1936, poco antes del inicio de la guerra. FOTO A. CAMPAÑÀ (.)

Agente oficial de Leica en Barcelona cuando todo estalló, dispararía la mayor parte de sus instantáneas con esta mítica cámara alemana. Galardonado con numerosos premios internacionales, una de sus imágenes fue, en 1934, portada de la revista American Photography, que le publicó un par de instantáneas durante la guerra.

Hombre vinculado a La Vanguardia, reprodujo sus fotografías en el huecograbado del rotativo antes, durante y después de la guerra, y suya era, en 1961, la primera imagen en color que publicó este diario. Antoni Campañà nunca quiso saber nada de sus instantáneas de guerra, ni siquiera en 1989, el año de su muerte, con la Guerra Civil ya lejana y cuando la Fundació Caixa de Barcelona dedicó una exposición antológica a sus fotografías artísticas al bromuro. ¿Por qué escondió sus imágenes de la Barcelona de 1936 a 1939? Y quizá lo más profundo: ¿por qué, sin querer saber nada de estas fotografías, tampoco nunca las destruyó?

Enterrador con máscara antigás para evitar el olor que desprendían los cadáveres en los primeros y calurosos días de la guerra. FOTO A. CAMPAÑÀ (.)

Un fresco de Barcelona en guerra

Catalanista y republicano de orden, católico practicante, su paisaje reventó en julio de 1936, y de fotografiar por gusto pasó a fotografiar el disgusto, y el disgusto fue profundo y amplio. Un fresco de la guerra en Barcelona: de niños heridos por los bombardeos aéreos a patinadores en bañador por el Turó Park, de mujeres frente a la Pedrera exigiendo comida a colas para entrar en el cine, de orgullosísimas anarquistas en pose a nazis entrando por la Diagonal como si Barcelona fuera Danzig. Y siempre en un espacio Barcelona que daba vueltas como una peonza: de refugiados malagueños tirados en el estadio de Montjuïc a falangistas desfilando ordenadamente por el mismo espacio olímpico, de la iglesia de Betlem de la Rambla llena de fieles justo antes de la guerra a la misma iglesia reventada por los anarquistas.

Un hombre rechaza que una joven le coloque una insignia republicana en los primeros días de la guerra, en la Rambla barcelonesa. FOTO A. CAMPAÑÀ

Durante la guerra publicó alguna de sus imágenes en La Vanguardia o en la revista Catalunya del Casal Català de Buenos Aires. Por supuesto, no las imágenes de gente hurgando en la basura ni las iglesias quemadas que discretamente fotografió. Pero si a alguien entusiasmaron sus fotografías fue a la CNT-FAI, que reprodujeron sus retratos de libertarias y libertarios en las calles de Barcelona y en el cuartel del Bruc –rebautizado Bakunin– en folletos, postales y un libro de promoción.

Chófer de la aviación republicana en el último tramo de la guerra, Campañà huyó en la retirada hacia Francia dejando la familia en Barcelona. Pero en Vic dio la vuelta y se entregó a los franquistas en el cuartel del Bruc, donde tan bien había retratado a los anarquistas. Allí, por casualidad, se cruzó con José Ortiz Echagüe, ingeniero militar, piloto y fotógrafo, al que conocía bien. “Vete a casa”, le dijo Echagüe depurándolo en unos segundos. Todo fue más cinematográfico todavía: habiendo participado inicialmente en la retirada, acabaría fotografiando –además del desfile de los vencedores– los coches abandonados por los republicanos en los barrancos de Portbou.

Llegada al Hospital Clínico de un niño herido por los bombardeos de la aviación italiana sobre Barcelona en 1937. FOTO A. CAMPAÑÀ (.)  Relajación en la avenida Diagonal de Barcelona a la espera de un desfile de la FAI en verano de 1936. FOTO A. CAMPAÑÀ (.)  Manifestación de mujeres exigiendo la entrega de mayores raciones de pan en el edificio de La Pedrera, sede de la Conselleria de Proveïments de la Generalitat. FOTO A. CAMPAÑÀ (.)

Con las tropas franquistas llegó el fotógrafo barcelonés Josep Compte Argimon, encargado de depurar los archivos fotográficos. Ante la derrota, cada uno hizo la maleta que pudo. Capa extravió una en México. Centelles la guardó en Francia. Pérez de Rozas esquivó la censura depositando sus imágenes en el Arxiu Històric de Barcelona. Brangulí entregó algunos negativos y escondió la mayoría. Otros no pudieron hacer ninguna maleta: las fotografías de Casas, Torrents, Puig Farran o Badosa fueron incautadas o destruidas.

Campañà no quiso entregar su mirada. Depositó su gran retrato de la Barcelona en guerra –más de cinco mil negativos y unos 700 positivados– en el Arxiu Mas de Casa Amatller para retirarlas un par de años después: si la CNT-FAI había utilizado sus fotografías para exaltar la revolución ácrata, ahora eran los franquistas los que ilustraban la “barbarie rojo-separatista” con algunas de sus imágenes en dos libros. El fotógrafo cerró su mirada de la guerra en las dos cajas rojas y las olvidó en el fondo del garaje de su casa. Dos cajas que ahora se han descubierto: con su contenido, la editorial Comanegra prepara un libro.


Saqueo de la compañía marítima italiana Cosulich Lloyd Triestina en la Rambla en julio de 1936. FOTO A. CAMPAÑÀ (.) Una mujer conduce un tranvía de la línea entre plaza Catlunya y Vallvidrera. FOTO A. CAMPAÑÀ (.)  El desaparecido Hotel Colón de plaza de Catalunya con imágenes de Lenin y Stalin en 1937. FOTO A. CAMPAÑÀ (.)  Coche abandonado por los republicanos en su drámatica retirada ante el avance final del ejército franquista. FOTO A. CAMPAÑÀ (.)

“Nunca quiso que se supiera que había hecho fotos de la guerra”, dice su hijo Antoni. “Fotografió con amargura y tristeza la guerra y este mismo sentimiento le impide difundir sus imágenes, que se mantienen en su mayoría inéditas en sus archivos”, escribió Marta Gili en 1989. Nunca quiso enseñar a nadie sus fotografías de guerra. Pero, pudiendo hacerlo, tampoco las destruyó. Es eso inexplicable que une al fotógrafo con sus imágenes. ¿O no tiene un punto inexplicable que las más hermosas imágenes de libertarios que quemaron iglesias –al menos, las que más les gustaron a ellos– las hiciera un cámara católico practicante que siempre llevaba una medalla de la Virgen? Por más tristeza y amargura que contengan, destruir esas fotografías habría sido destruir su propia mirada. Habría sido destruirse.

Una de las cajas encontradas en el garaje de la vivienda de Sant Cugat en la que Campañà escondió sus fotografías de la Guerra Civil (.)

martes, 15 de octubre de 2019

Entreguerra: Un avión se estrella en la Rambla barcelonesa

Un avión militar se estrella en las Ramblas barcelonesas

Catástrofe aérea en las Ramblas, un avión militar se estrella en plena Rambla de Santa Mónica. Resultan heridos dos de sus tripulante y un transeúnte 


Un “Breguet 12-97” se ha estrellado en plena Rambla de Santa Mónica (Propias)


Teresa Amiguet || La Vanguardia

El 30 de septiembre de 1934 las páginas de La Vanguardia recogen la noticia de un trágico accidente de aviación. Un “Breguet 12-97” se ha estrellado en plena Rambla de Santa Mónica.

El día anterior, 29 de septiembre de 1934, a las tres de la tarde un avión militar aterriza en plena Rambla de Santa Mónica al parársele el motor. Las circunstancias en las que se produce el accidente son especialmente dramáticas.

A esa misma hora se celebraba el entierro del oficial de Aviación Eduardo Dalias, fallecido días antes durante unas maniobras militares en León.

Con motivo del sepelio se habían desplazado a Barcelona numerosos oficiales de Aviación con aparatos que sobrevolaban la ciudad. Uno de ellos, tripulado por el subteniente Rufino Núñez acompañado del mecánico de la Aviación militar española, Adolfo Madariaga, sufrió una avería cuando sobrevolaba las Ramblas. El motor empezó a perder gasolina y finalmente se paró. El piloto, a fin de evitar estrellarse contra la multitud que abarrotaba la plaza Catalunya, intentó sin suerte, alcanzar el puerto para realizar allí un aterrizaje forzoso que amortiguase el inevitable impacto.

Finalmente el aparato descendió Rambla abajo rozando los árboles hasta chocar con uno de ellos frente al teatro Principal. Con el impacto perdió un ala y volcó inevitablemente. Las alas y la cabina primero y más tarde el motor se incendiaron.

Eran las cuatro menos cuarto de la tarde.

Los transeúntes, alertados gracias a las hábiles maniobras del piloto, acudieron raudos a prestar auxilio a los tripulantes que habían resultado gravemente heridos. Ambos fueron trasladados en taxi rápidamente a centros sanitarios.

Tras la actuación de los bomberos y las fuerzas del orden, el tráfico se restableció a las cuatro y veinte.

Como consecuencia del accidente el subteniente D. Rufino Núñez de 35 años, natural de La Coruña, sufrió heridas de pronóstico grave. Por su parte el mecánico militar, Adolfo Madariaga de 28 años resultó menos favorecido comunicándose a la prensa que su pronóstico era de mayor gravedad. Ambos fueron conducidos al Hospital Militar.

Un transeúnte resultó también herido al rozarle un ala durante la caída, Carlos Tallada, de 35 años pero sus heridas no revestían gravedad.

El accidente provocó una honda emoción en la ciudad. Finalmente los heridos se recuperaron.

Como dato curioso podemos señalar un precedente: el 30 de julio de 1927, el suboficial que protagonizó la catátrofe, Rufino Núñez, había sufrido un accidente de aviación similar, esta vez en Villaviciosa de Odón, en aquella ocasión el aparato militar aterrizó también violentamente n a causa de averías en el motor. El avión quedó asimismo destrozado si bien ambos tripulantes resultaron ilesos.

martes, 20 de agosto de 2019

PGM: Catalunya trató de formar parte del tratado de Versalles

¿Participó Catalunya en la Primera Guerra Mundial?



 Javier Sanz — Historias de la Historia


Obviamente es fácil responder a esta pregunta con un NO rotundo, porque no participó pero… lo pareció. Os lo explico.

En el siglo XVIII el movimiento cultural e intelectual que predomina en Europa es la Ilustración, cuyas señas de identidad son la razón y el conocimiento. En el siglo XIX el movimiento cultural e intelectual que predomina es el Romanticismo, cuya seña de identidad es lo emocional, lo sentimental, ingrediente necesario para las revoluciones que se van a producir frente al absolutismo y los imperios. Nace la idea de estado o nación, cuyas características son un territorio definido, una cultura y una lengua propias, y un pasado común (una historia común). Este nacionalismo tiene dos versiones: el de ruptura (independencia de los países del continente americano de España, Brasil se independiza de Portugal, Grecia o Rumanía del Imperio otomano…) y de integración (unificación de Italia y Alemania). A partir de este momento, los territorios comienza a utilizar sus símbolos como señas de identidad propias, como la Señera en Cataluña o la Señal Real en Aragón.

Antes de continuar, me gustaría matizar que la Señera o Señal Real nunca fue, hasta el siglo XIX, la bandera de un territorio, simplemente fue la bandera que identificaba a los miembros de la Casa Real de Aragón. No era un símbolo territorial, sino el símbolo de una familia o dinastía que, posteriormente, los territorios que conformaron la Corona de Aragón hicieron suyo. Una prueba inequívoca de ello es que en el siglo XIII, en tiempos de Jaime I el Conquistador (rey de Aragón, de Valencia y de Mallorca, conde de Barcelona y de Urgel, señor de Montpellier y de otros feudos en Occitania), su hijo Sancho fue nombrado arzobispo de la sede primada de Toledo (ajeno a los territorios gobernados por su padre), y su escudo fue la Señera o Señal Real con el capelo y las borlas verdes.


Escudo de Sancho de Aragón (arzobispo de Toledo)

En julio de 1918, bajo la presidencia de Vicenç Albert Ballester, se funda el Comité Pro Cataluña, una organización independentista catalana. Además de presidir esta organización, Ballester crea la estelada, una señera «tuneada» -supongo que para diferenciarse del resto de territorios que también la tienen como símbolo- y con un guiño al desastre del 98 (cuando España pierde los últimos territorios de América), ya que añaden el triángulo con la estrella en el centro como las banderas de la banderas de Cuba y Puerto Rico (territorios perdidos durante el desastre del 98).





Esta organización elaboró un documento en inglés, fechado el 11 de septiembre de 1918 -parece que el primer documento oficial en el que aparece la estelada-, con el título: «What says Catalonia«.



En este documento el Comité Pro Cataluña reclamaba a los Aliados, que ya se veía que serían los triunfadores de la Primer Guerra Mundial, una revisión del Tratado de Utrecht (1714), y terminaba con el texto «por los Derechos y las Libertadas de los Pueblos. Viva los Aliados ¡Gloria a Wilson! ¡¡¡Justicia!!!«. La carta se envió tras firmarse el fin de la Primera Guerra Mundial, durante los preparativos del Tratado Versalles. Ya que se iba a reestructurar Europa -de hecho fue el fin de imperios como el ruso, otomano, alemán y el austro-húngaro-, se pretendía que los Aliados tuviesen en cuenta el tema catalán y se revisase el Tratado de Utrecht, donde el reconocimiento de Felipe V como rey de España suponía el abandono internacional a los partidarios del archiduque Carlos y la posterior supresión de los fueros y las instituciones propias de los territorios de la Corona de Aragón. El “Wilson” de la carta no era otro que Woodrow Wilson, el presidente de los EEUU, y se hacía alusión a él en la carta porque en la hoja de ruta de los estadounidenses llevaban la fundación de la Sociedad de Naciones y la creación de las nuevas fronteras conforme a las nacionalidades. La respuesta fue que no se tendría en cuenta porque estas nuevas fronteras sólo afectaban a los territorios implicados en la Gran Guerra.

Así que, efectivamente, no participó, pero sí intentó formar parte del Tratado de Versalles.

lunes, 5 de agosto de 2019

Catalunya: Dos momentos de su independencia

El círculo de la historia


En el juicio al ‘procés’ y en el de Companys por el 6 de octubre se manejó el concepto del golpe de Estado 

Hoy y ayer. Estas imágenes están separadas por 84 años. Arriba, los acusados por el procés, entre ellos miembros del Govern. Abajo, Companys y sus consellers, juzgados por el 6 de octubre. (Luis R. Marín/Archivo - Tribunal Supremo/Efe)


Santiago Tarín, La Vanguardia

José Enrique Ruiz-Domènec termina su libro Informe sobre Catalunya (Taurus, 2018) con la siguiente frase: “La historia de Catalunya no es sino una eterna repetición”. Este debate es para otros foros, pero la verdad es que el juicio al procés y el de Companys por el 6 de octubre presentan notables coincidencias, como el hecho de que en ambas ocasiones la Fiscalía hable de golpe de Estado. Hay características que se repiten, pero también apreciables diferencias entre los episodios.
El banquillo

Por el procés están siendo juzgados en el Tribunal Supremo nueve exmiembros del Consell Executiu (Junqueras, Romeva, Rull, Turull, Bassa, Forn, Vila, Borràs y Mundó), la expresidenta del Parlament (Forcadell) y dos líderes de organizaciones sociales (Sánchez y Cuixart). Por el 6 de octubre se sentaron en 1935 en el banquillo del Tribunal de Garantías Constitucionales siete integrantes del Govern: Companys, Esteve, Lluhí, Barrera, Mestres, Gassol y Comorera. En 1934 se fue al extranjero un conseller, Dencàs. En el 2017, el expresident y cuatro consellers: Puigdemont, Comín, Ponsatí, Puig y Serret.

La DUI y la República

El 6 de octubre de 1934, Lluís Companys, president de la Generalitat, proclamó “el estado catalán dentro de la República federal española”. El 10 de octubre del 2017, Carles Puigdemont, president de la Generalitat, anunció esta resolución del Parlament: “Constituimos la República catalana como Estado independiente y soberano, de derecho, democrático y social”. La realidad de Companys duró diez horas, tras la intervención del ejército. La de Puigdemont, segundos, después de que este mismo la dejara en suspenso. Las palabras de Companys no ignoraban a España, sino que la transformaban en un Estado federal. En su declaración en el juicio, Companys aseguró que “iba a defender la República que estaba en peligro”, si bien admitió que el citado estado federal “no estaba constituido más que en mi mente”. La DUI separaba Catalunya y España. En sus testimonios ante el tribunal ahora, los acusados han sostenido que la DUI no era más que una declaración simbólica para seguir negociando.

Los fiscales de hace 84 años y los de ahora coinciden en que había cauces legales para las reclamaciones

Mandato popular y legitimidad

El Govern de 1934 actuó mientras había una revuelta en España promovida desde los partidos de la izquierda porque llegaron al Gobierno formaciones de derecha, a los que tildaban de enemigos de la República y a los que acusaban de fraguar un golpe fascista. El Govern de 2017 decía actuar por un mandato popular que situaba por encima de la ley. El fiscal de 1935 expuso que el relevo gubernamental se hizo por los cauces legales y reglamentarios. Los fiscales del 2019 insistieron que sin ley, no hay democracia. Ambos representantes de la acusación han coincidido en una cosa. La frase de 1935: “Se trata de uno de los alzamientos denominado golpe de Estado”. La del pasado martes: “El procés fue un golpe de Estado”.

La violencia

El 6 de octubre de 1934 ocurrió en un periodo revolucionario en España, en el cual murieron más de 1.700 personas entre soldados y civiles, principalmente en Asturias. En Catalunya, depende de las fuentes, hubo entre 50 y 78 muertos. Por el 1 de octubre de 2017, según los datos aportados por las defensas, resultaron lesionadas 1.066 personas, cinco graves. Tres por traumatismo craneal, uno por infarto y otro por pérdida de globo ocular (que además está siendo investigado por agredir a un policía). Ningún muerto. La diferencia entre ambos episodios es abismal, pero los tiempos han cambiado. La Fiscalía actual insiste en que existió violencia. Fue la necesaria, aseguraron, y además los miembros del Govern sabían que podía producirse y se sirvieron de ella. Esta semana, el Ministerio Público incidió en que no sólo cuenta el ataque físico, sino también la coacción. La violencia ambiental ya ha sido recogida en sentencias del Supremo, como la del cerco al Parlament, entonces aplaudida por el Govern de la Generalitat de Artur Mas, donde estaba Francesc Homs, ahora abogado de la defensa.

La Constitución

En el juicio de 1935, el Fiscal de la República sostuvo que se buscaba “sustituir un gobierno constitucional por uno anticonstitucional” y que en Catalunya “el estado espiritual de rebeldía estaba latente”. Solicitó una condena por rebelión militar. El Tribunal de Garantías Constitucionales impuso 30 años por este delito. En el juicio al procés, los fiscales del Estado expusieron que no se trató de un asalto al poder porque ya lo tenían, sino de liquidar la Constitución en una parte del territorio, en el cual se declararía la independencia. Esto para ellos es una rebelión, sin apellido. Tanto en 1935 como en 2019, los fiscales han coincidido en algo: los acusados tenían cauces legales para canalizar sus aspiraciones y no lo hicieron.

La historia será un círculo, o tal vez no, pero presenta notorias coincidencias.
La declaración de 1934 convertía España en un estado federal; la DUI separaba Catalunya del resto

martes, 12 de febrero de 2019

La independencia de Catalunya en 1934

Proclamación del Estado Catalán de 1934



La señera, bandera oficial de Cataluña.

El 6 de octubre de 1934 tuvo lugar en Barcelona la proclamación del Estado Catalán dentro de la «República Federal Española» por parte del presidente de la Generalidad de Cataluña, Lluís Companys. Estos hechos se encuadran dentro de la huelga general revolucionaria iniciada el día 5 de octubre y son posteriores a la entrada de la CEDA el 4 de octubre en el gobierno de la República, en virtud de sus resultados en las elecciones generales de noviembre de 1933, y son conocidos en la historiografía nacionalista catalana como fets del sis d'Octubre ('hechos del seis de octubre').




Antecedentes

Tras la Dictadura de Primo de Rivera el rey Alfonso XIII nombró en enero de 1930 al general Dámaso Berenguer presidente del Gobierno para que restableciera la "normalidad constitucional". Pero la "Dictablanda" del general Berenguer fracasó dando paso al breve gobierno del almirante Juan Bautista Aznar que convocó elecciones municipales para el domingo 12 de abril de 1931.1​ Antes, en agosto de 1930, los partidos republicanos se habían reunido y firmado el pacto de San Sebastián, entre los que se encontraban representantes de los partidos nacionalistas catalanes, Manuel Carrasco Formiguera (Acción Catalana), Matías Mallol Bosch (Acción Republicana de Cataluña), y Jaume Aiguader (Estat Català de Francesc Macià, uno de los grupos que formarían poco más tarde Esquerra Republicana de Catalunya). Aunque no se levantó acta por escrito ni de los temas tratados ni de los acuerdos alcanzados en la reunión, en la "Nota oficiosa" que se publicó al día siguiente en el diario El Sol y en la referencia "Otros pormenores" que Indalecio Prieto añadió a la nota oficiosa se mencionaba "el problema referente a Cataluña" que "quedó resuelto en el sentido de que los reunidos aceptaban la presentación a unas Cortes Constituyentes de un estatuto redactado libremente por Cataluña para regular su vida regional y sus relaciones con el Estado español".


La proclamación de la República Española el 14 de abril de 1931



Proclamación de la Segunda República en Barcelona en 1931.

En Cataluña, concurrieron a las elecciones municipales cuatro grupos además de los monárquicos: a la derecha, la Lliga Regionalista; en el centro, el nuevo Partit Catalanista Republicà (Acció Catalana Republicana), fruto de la fusión entre Acción Catalana y Acción Republicana de Cataluña; a la izquierda, la recién creada Esquerra Republicana de Catalunya. Al margen de los partidos catalanistas, radicales y socialistas reproducían la Conjunción Republicano-Socialista del resto de España. ERC en Barcelona obtuvo 25 concejales, frente a 12 de la Lliga Regionalista y otros 12 de la candidatura republicana-socialista).

Alrededor de la una y media de la tarde del 14 de abril, Lluís Companys, uno de los líderes de Esquerra Republicana de Cataluña salió al balcón del Ayuntamiento de Barcelona, en la Plaza de San Jaime para proclamar la República e izar la bandera republicana.3​ y una hora después y desde el mismo balcón, donde ya ondeaba también la bandera de Cataluña, el líder de Esquerra Francesc Macià se dirigió a la multitud concentrada en la plaza y proclamó, en nombre del pueblo de Cataluña, "L'Estat Català, que amb tota la cordialitat procurarem integrar a la Federació de Repúbliques Ibèriques". A media tarde Macià de nuevo se dirigía a la multitud pero esta vez desde el balcón de la Diputación de Barcelona, situado enfrente del Ayuntamiento en la misma plaza de San Jaime, para comunicarles que había tomado posesión del gobierno de Cataluña y a continuación firmaba un manifiesto en el palacio de la Diputación en que proclamaba de nuevo el "Estat Català" bajo la forma de "una República Catalana", que pedía a los otros "pueblos de España" su colaboración para crear una "Confederació de Pobles Ibèrics".4​ Una tercera declaración de Macià, por escrito como la segunda, se produjo a última hora de la tarde, cuando se supo que la República había sido proclamada en Madrid y el rey Alfonso XIII abandonaba el país, en la que, después de hacer referencia a los supuestos acuerdos alcanzados en el "Pacto de San Sebastián", se proclamó "La República Catalana com Estat integrant de la Federació Ibèrica":5​


Catalanes: Interpretando el sentimiento y los anhelos del pueblo que nos acaba de dar su sufragio, proclamo la República Catalana como Estado integrante de la Federación Ibérica. De acuerdo con el Presidente de la República española Señor Niceto Alcalá Zamora, con el que hemos ratificado los acuerdos adoptados en el Pacto de San Sebastián, me hago cargo provisionalmente de las funciones de Presidente del Gobierno de Cataluña, esperando que el pueblo español y el catalán expresen cúal es en estos momentos su voluntad...

La proclamación de la “República Catalana” hecha por Macià en Barcelona fue el problema más inmediato que tuvo que afrontar el Gobierno Provisional de la Segunda República Española. Así el 17 de abril, sólo tres día después de haberse proclamado la República, tres ministros del Gobierno Provisional (los catalanes Marcelino Domingo y Lluis Nicolau d’Olwer, más Fernando de los Ríos) se entrevistaban en Barcelona con Francesc Macià alcanzando un acuerdo por el que Esquerra Republicana de Cataluña renunciaba a la “República Catalana” a cambio del compromiso del Gobierno Provisional de que presentaría en las futuras Cortes Constituyentes el Estatuto de Autonomía que decidiera Cataluña, previamente “aprobado por la Asamblea de Ayuntamientos catalanes”, y del reconocimiento del gobierno catalán que dejaría de llamarse Consejo de Gobierno de la República Catalana para tomar el nombre Gobierno de la Generalidad de Cataluña recuperando así el nombre de la institución del Principado que fue abolida por Felipe V en los decretos de Nueva Planta de 1716.6​

El Estatuto de Autonomía de Cataluña de 1932

El proyecto de estatuto para Cataluña, llamado Estatuto de Nuria fue refrendado el 3 de agosto de 1931 por el pueblo de Cataluña por una abrumadora mayoría y fue presentado a las Cortes Constituyentes por el presidente de la Generalitat Francesc Macià. Pero el Estatuto respondía a un modelo federal de Estado y rebasaba en cuanto a denominación y en cuanto a competencias a lo que se había aprobado en la Constitución de 1931 (ya que el "Estado integral" definido en la Constitución respondía a una concepción unitaria, no federal), aunque condicionó los debates parlamentarios sobre la organización territorial del Estado.7​

Entre enero y abril de 1932 una comisión de las Cortes adecuaron el proyecto de Estatuto de Cataluña a la Constitución y aun así encontró una enorme oposición en la cámara para su aprobación, especialmente entre la Minoría Agraria (donde estaba integrada Acción Nacional, núcleo aglutinante de la futura CEDA) y los diputados de la Comunión Tradicionalista que ya se habían separado de los diputados del PNV en la Minoría vasco-navarra, y que incluyó una amplia movilización callejera “antiseparatista”. Tras cuatro meses de debates interminables, sólo el fallido golpe de Estado del general Sanjurjo de agosto de 1932 motivó que se acelerara la discusión del Estatuto, que finalmente fue aprobado el 9 de septiembre por 314 votos a favor (todos los partidos que apoyaban al gobierno, más la mayoría de los diputados del Partido Republicano Radical) y 24 en contra. El Estatuto era menos de lo que los nacionalistas catalanes habían esperado (la versión final eliminaba todas las frases que implicaban soberanía para Cataluña; se rechazaba la fórmula federal; los idiomas castellano y catalán eran declarados igualmente oficiales, etc), "pero cuando el presidente del Consejo de ministros Manuel Azaña fue a Barcelona para la ceremonia de presentación, lo recibieron con una tremenda ovación”.

A las pocas semanas de la aprobación de Estatuto, se celebraban elecciones al Parlamento de Cataluña, con nuevo triunfo arrollador de ERC, que conseguía 56 de los 85 escaños en juego. El Parlamento se constituía el 6 de diciembre, con Lluís Companys como primer Presidente de la cámara legislativa, y ERC formaba un gobierno monocolor. En enero de 1934 la autonomía catalana asumía facultades judiciales con la creación del Tribunal de Casación de Cataluña, así como nuevos poderes ejecutivos, incluyendo los de Orden Público al desaparecer de la estructura política la figura de los gobernadores civiles, que representaban al Estado español en Cataluña. Antes, el día de Navidad de 1933 moría el presidente Macià. El 1 de enero de 1934 era elegido Lluís Companys para sucederlo.

El conflicto con el gobierno del Partido Radical: la Ley de Contratos de Cultivos de 1934

Mientras, en noviembre de 1933 se celebraron las segundas elecciones generales del periodo republicano, que fueron ganadas por la CEDA de José María Gil-Robles, con casi 120 escaños. En segundo lugar quedó el Partido Republicano Radical de Alejandro Lerroux, con poco más de cien escaños. Los socialistas perdieron la mitad de sus escaños y los republicanos de izquierda quedaron virtualmente barridos de la cámara. Las diferencias políticas entre el gobierno de izquierda de la Generalidad y los gobiernos de la derecha de España, inicialmente sin ministros extremistas de la CEDA, dificultaban las relaciones entre ambos poderes y el normal ejercicio de la autonomía.

En Cataluña, uno de los principales propósitos del presidente Companys, uno de los fundadores de la Unió de Rabassaires, era la de realizar una reforma agraria adaptada a las especificidades del campo catalán, en el que miles de pequeños agricultores dedicados al cultivo de la uva, no disponían de la propiedad de la tierra, sino que la cultivaban bajo contratos a largo plazo que dependían de la vida de las viñas (rabassa morta). El programa de la Unió de Rabassaires propugnaba el acceso a la propiedad de la tierra por parte de los pequeños agricultores, los rabassaires.9​ Así, el Parlamento de Cataluña aprobó, el 11 de abril de 1934, la Ley de Contratos de Cultivo (equivalente de la ley de arrendamientos estatal que no pudo ser aprobada en las Cortes Españolas en el verano de 1933), la cual garantizaba a los rabassaires la explotación de tierras durante un mínimo de seis años y la posibilidad de comprar las parcelas que hubieran estado cultivando durante al menos quince años.10​ Ello llevó a la derecha catalana de la Lliga, representante de los terratenientes catalanes, y que colaboraba en las Cortes Españolas con la CEDA, a reclamar la declaración de inconstitucionalidad de la ley, pidiéndole al gobierno Samper que recurriese la ley ante el Tribunal de Garantías Constitucionales, cosa que hizo. El recurso se basaba en una presunta invasión de competencias estatales, las referentes a las obligaciones contractuales (que el artículo 15 de la Constitución de 1931 reservaba al Estado), en tanto que la Generalidad aducía que en virtud del artículo 12 del Estatuto, le correspondía la legislación en materia de política social agraria. El 8 de junio de 1934, el tribunal declaró, por 13 votos a 10 y sin que muchos de sus integrantes hubiesen oído el caso, incompetente al Parlamento de Cataluña sobre el tema y anuló por tanto la ley. La respuesta de la Generalidad fue la aprobación por el Parlamento de Cataluña de una ley virtualmente idéntica, aunque Samper y Companys iniciaron una negociación a lo largo del verano para buscar una fórmula que hiciera compatible la ley con la Constitución.

La anulación de la Ley de Contratos de Cultivos creó una grave crisis política entre Madrid y Barcelona (incluyendo la retirada de los diputados de ERC de las Cortes Españolas) y una considerable exacerbación nacionalista, que favorecía las actividades paramilitares y la propaganda separatista de las Joventuts d'Estat Català, dirigidas por Josep Dencàs. Dencàs logró la consejería de Gobernación el 18 de septiembre represaliando además al movimiento anarcosindicalista de la ciudad, en tanto que a Miquel Badia, de ERC, se le encargan los servicios de Orden Público de Cataluña.

Del 1 al 6 de octubre

Las Cortes Españolas se reunieron el 1 de octubre y la CEDA manifestó que retiraba su confianza al gobierno del Partido Republicano Radical presidido por Ricardo Samper, exigiendo la participación en el que se formara a continuación. Al día siguiente caía el gobierno Samper, que había tratado de llegar a un acuerdo sobre la ley de contratos con Companys, y el día 4 de octubre Alejandro Lerroux formaba un nuevo gobierno en el que entraban por primera vez ministros de la CEDA. Inmediatamente los socialistas declaraban una huelga general revolucionaria en toda España para el día siguiente.12​

El 5 de octubre, la Alianza Obrera de Cataluña declaró la huelga general, sin el apoyo de la Confederación Regional del Trabajo de Cataluña de la CNT, que dos días antes había publicado en Solidaridad Obrera un "Manifiesto" en el que decía:13​

Nuestra posición no ha sufrido variante... [ya que] para el pueblo escarnecido, para los explotados, no puede haber diferencia entres los gobernantes [...] todos son iguales en la persecución del proletariado, todos son fascistas cuando de defender los privilegios se trata. [...] Todo para la CNT. Nada para los políticos

A pesar de que la CNT no apoyó la huelga, Barcelona quedó paralizada. El conseller de Gobernación Dencàs, por su cuenta, ordenó detener algunos dirigentes anarquistas, lo que indignó a grandes sectores de la población. El problema era que las fuerzas de orden público con que podía contar la Generalidad se limitaban a unos centenares de mozos de escuadra y algunos guardias de asalto.11​

El 6 de octubre la Alianza Obrera organizó una manifestación que se dirigió hacia la Plaza de San Jaime con pancartas reclamando la "República Catalana" pero se disolvió pacíficamente. En realidad aquel día no hubo actos de violencia en Barcelona y fueron muy escasos en el resto de Cataluña.14​ Al parecer el presidente de la Generalidad Companys trató de hablar por teléfono con el presidente de la República Niceto Alcalá-Zamora para advertirle que le sería imposible contener las reacciones izquierdistas y nacionalistas contra el nuevo gobierno al que se había incorporado la CEDA, aunque no logró hablar personalmente con él. Esa mañana Companys había conocido el anuncio del gobierno de Lerroux de declarar el estado de guerra en toda España.15​

La proclamación

A las ocho y diez minutos de la tarde del 6 de octubre, Lluís Companys apareció en el balcón de la Generalidad acompañado de sus consejeros y proclamó la República Catalana.

¡Catalanes! Las fuerzas monárquicas y fascistas que de un tiempo a esta parte pretenden traicionar a la República, han logrado su objetivo y han asaltado el Poder. Los partidos y los hombres que han hecho públicas manifestaciones contra las menguadas libertades de nuestra tierra, y los núcleos políticos que predican constantemente el odio y la guerra a Cataluña constituyen hoy el soporte de las actuales instituciones. (...)
Cataluña enarbola su bandera, llama a todos al cumplimiento del deber y a la obediencia absoluta al Gobierno de la Generalidad, que desde este momento rompe toda relación con las instituciones falseadas. En esta hora solemne, en nombre del pueblo y del Parlamento, el Gobierno que presido asume todas las facultades del Poder en Cataluña, proclama el Estado Catalán de la República Federal Española, y al establecer y fortificar la relación con los dirigentes de la protesta general contra el fascismo, les invita a establecer en Cataluña el gobierno provisional de la República, que hallará en nuestro pueblo catalán el más generoso impulso de fraternidad en el común anhelo de edificar una República Federal libre y magnífica.

De acuerdo a la visión de los historiadores José Luis De la Granja, Justo Beramendi y Pere Anguera la proclamación de Companys, quien horas antes se había negado a dar armas a los sindicatos, no fue un acto secesionista, puesto que estuvo acompañada de la invitación a constituir en Barcelona un Gobierno republicano provisional. «Su actitud sólo puede explicarse por la voluntad de frenar una auténtica revolución social, poniéndose al frente de un pronunciamiento político que asumía su dirección y la desactivaba, y por la necesidad de evitar la pérdida de control por la ERC de los sindicatos, en especial el agrario, que constituía una de sus principales fuentes de votantes. La actuación se justifica también por la presión de los distintos grupos de la izquierda marxista e independentista a favor de una defensa radical de los acuerdos del Parlament».16​

Según el historiador Jordi Canal, «la acción de Lluís Companys resultó, en esencia, populista, viril y martirial». Populista, porque pretendía «provocar una amplia movilización ciudadana para presionar y amenazar al Estado»; viril, porque Companys «necesitaba reafirmar su frecuentemente cuestionado nacionalismo frente a Estat Català, Dencàs y los hermanos Badia»; y martirial, porque a lo largo de 1934 había asumido «una posición victimista y, en cierto modo, abocada fatal pero fecundamente al martirio», como lo probaría el siguiente comentario que Companys hizo en privado en junio de ese año: «Ha llegado la hora de dar la batalla y de hacer la revolución. Es posible que Cataluña pierda y que algunos de nosotros dejemos la vida en ello; pero perdiendo, Cataluña gana, puesto que necesita sus propios mártires, que le asegurarán mañana la victoria definitiva».17​

Poco antes de retirarse del balcón en el que acababa de proclamar el Estado Catalán parece que Companys dijo: «Ara ja no direu que no sóc prou catalanista» ('Ahora ya no diréis que no soy suficientemente catalanista').18​ El director del diario conservador La Vanguardia Agustí Calvet, Gaziel, tras escuchar el discurso de Companys por la radio, se mostró muy crítico con la decisión de Companys:
Es algo formidable. Mientras escucho me parece que estuviera soñando. Eso es, ni más ni menos, una declaración de guerra. ¡Y una declaración de guerra —que equivale a jugárselo todo, audazmente, temerariamente— en el preciso instante en que Cataluña, tras siglos de sumisión, había logrado sin riesgo alguno, gracias a la República y a la Autonomía, una posición incomparable dentro de España, hasta erigirse en su verdadero árbitro, hasta el punto de poder jugar con sus gobiernos como le daba la gana! En estas circunstancias, la Generalidad declara la guerra, esto es, fuerza a la violencia al Gobierno de Madrid, cuando jamás el Gobierno de Madrid se habría atrevido a hacer lo mismo con ella.

Tras pronunciar el discurso Companys comunicó sus propósitos al capitán general de entonces y general en jefe de la IV División Orgánica, con sede en Barcelona, el general Domingo Batet de ideas moderadas, pidiéndole que se pusiera a sus órdenes "para servir a la República Federal que acabo de proclamar". El general parlamentó entonces con Enrique Pérez Farrás, el jefe de los Mozos de Escuadra, para que se presentara en la Capitanía y se pusiera a sus órdenes. Éste le respondió que sólo obedecía al presidente de la Generalidad. Batet habló a continuación con el presidente del Consejo de Ministros, Lerroux y, siguiendo sus órdenes, proclamó el estado de guerra aplicando la Ley de Orden Público de 1933.20​

Al anochecer aparecieron las primeras barricadas, se distribuyeron grupos armados por las calles y se preparó a los edificios oficiales para la resistencia. La Generalidad se defendió con un centenar de Mozos de Escuadra dirigidos por Pérez Farrás; la Alianza Obrera ocupó el local de Fomento del Trabajo Nacional en la Vía Layetana con unos 400 hombres; un número similar de partidarios del PSOE se concentraron en la Casa del Pueblo de la calle Nueva de San Fracisco; y en general los grupos con fusiles estaban preparados en los locales de La Falç, Nosaltres Sols! y el CADCI (Centre Autonomista de Dependents del Comerç i de la Indústria) en la Rambla de Santa Mónica.21​

Cerca de las once de la noche, una compañía de infantería y una batería del regimiento de artillería llegó a la Rambla de Santa Mónica y cuando el capitán se dispuso a leer el bando de proclamación del estado de guerra, desde el local del CADCI empezaron a disparar resultando muertos un sargento y heridos otros siete militares. La repuesta fue el bombardeo de artillería sobre el centro resultando muertos Jaume Compte, Manuel González Alba y Amadeu Bardina, dirigentes del Partit Català Proletari. El resto se rindieron a la una y media de la madrugada del día 7 de octubre.22​

Unas horas antes, hacia las diez de la noche del día 6, una compañía de artillería había ocupado la Plaza de la República (actual Plaza de San Jaime) informando a Pérez Farrás sus jefes de que tenían órdenes de tomar los dos edificios oficiales. Tras un tiroteo, los mozos de escuadra se replegaron al Ayuntamiento. Allí se acababa de votar una moción presentada por el alcalde Carles Pi i Sunyer de adhesión al Gobierno de la Generalidad. El asedio se amplió con la llegada de una compañía de ametralladoras.21​

Mientras, Dencàs, Badia y otros miembros de ERC, junto con unos ochenta guardias y un centenar de hombres pésimamente armados, se hicieron fuertes en la Comisaría de Orden Público de la Vía Layetana frente el asedio al que le sometieron las tropas que habían salido de Capitanía.22​

El general Batet, a pesar de tener órdenes estrictas de atacar por parte del ministro de la Guerra, y a sabiendas de que tenía la situación completamente controlada, dejó pasar el tiempo esperando reducir a los rebeldes.23​ A las seis de la mañana del día 7, diez horas más tarde de la proclamación, Companys comunicaba al general Batet su rendición.24​ Esa noche, el consejero de Gobernación Dencàs huyó del Palacio de la Generalidad por las alcantarillas y logró escapar a Francia.25​

La rendición

Sobre las siete de la mañana del 7 de octubre las tropas entraron en el Palacio de la Generalidad y detuvieron a Companys y a su gobierno y a los diputados Josep Tarradellas, Antoni Xirau, Joan Casanellas, Estanislau Ruiz, y al presidente del parlamento Joan Casanovas. Acto seguido detuvieron también en el Ayuntamiento al alcalde Carles Pi i Sunyer y a los concejales de ERC que le seguían. Los apresados fueron trasladados al buque Uruguay anclado en el puerto de Barcelona y reconvertido en prisión. Aquella mañana, las calles fueron quedando vacías de gente y todo fue volviendo a la normalidad. Incluso un representante de la CNT aconsejaba por la radio volver al trabajo, apostando por la organización obrera y la no colaboración con los partidos burgueses nacionalistas.26​

Pese a la gravedad de los hechos, se considera que el general Batet consiguió dominar la situación con el mínimo de destrucción y violencia, actitud que le valió ataques de la derecha y de algunos sectores militares por un lado (Batet sería fusilado durante la Guerra Civil por los franquistas) y de los insurrectos, por no ponerse a sus órdenes. Por su participación en el sofocamiento de la insurrección obtuvo de la República la Cruz Laureada de San Fernando, en 1934.

En Asturias, en la que se denominó la Revolución de Asturias, los hechos serían mucho más sangrientos con centenares de muertes por el enfrentamiento entre la Guardia Civil y el Ejército contra la Alianza Obrera.

Consecuencias

En la fracasada rebelión murieron cuarenta y seis personas: treinta y ocho civiles y ocho militares.27​ Más de tres mil personas fueron encarceladas, la mayoría de ellas en el vapor "Uruguay", y puestas bajo la jurisdicción de los consejos de guerra. También fue detenido Azaña, que se encontraba casualmente en Barcelona para asistir a los funerales del que fuera ministro de su gabinete Jaume Carner. Los militares que habían formado parte de la insurrección, el comandante Enrique Pérez Farrás y los capitanes Escofet y Ricart, fueron condenados a muerte, siendo su pena conmutada por la de prisión perpetua por el presidente de la República, Alcalá Zamora, a pesar de las protestas tanto de la CEDA como del Partido Republicano Liberal Demócrata de Melquíades Álvarez, que pedían mano dura.28​ El presidente y el gobierno de la Generalidad fueron juzgados por el Tribunal de Garantías Constitucionales y fueron condenados en junio de 1935 por rebelión militar a treinta años de prisión, que cumplirán, unos en el penal de Cartagena y otros en el del Puerto de Santa María. «Las fotografías de Companys tras los barrotes de su celda, amplia y eficazmente explotadas, contribuyeron de manera poderosa a forjar la imagen del president como mito».29​ El 23 de febrero de 1935 son dejados en libertad provisional el alcalde de Barcelona y los concejales detenidos.30​

El gobierno de Lerroux desató «una dura oleada represiva con la clausura de centros políticos y sindicales, la supresión de periódicos, la destitución de ayuntamientos y miles de detenidos, sin que hubieran tenido una actuación directa en los hechos», lo que evidenció «una voluntad punitiva a menudo arbitraria y con componentes de venganza de clase o ideológica».16​

La autonomía catalana fue suspendida indefinidamente por una ley aprobada el 14 de diciembre a propuesta del Gobierno (la CEDA exigía la derogación del Estatuto) y la Generalidad de Cataluña fue sustituida por un Consejo de la Generalidad designado por el Gobierno y con un presidente denominado gobernador general de Cataluña. El primero fue el coronel Francisco Jiménez Arenas, que ejercía como "presidente accidental" de la Generalidad desde el 7 de octubre. Se clausuró el Parlamento de Cataluña y alrededor de cien ayuntamientos fueron disueltos siendo sustituidos por comisiones gestoras integradas por políticos de derechas.31​

En enero de 1935 el coronel Jiménez Arenas fue sustituido por Manuel Portela Valladares. En abril de 1935, cuando se levantó el estado de guerra, Portela fue sustituido a su vez por el radical Juan Pich y Pon —quien compaginó el cargo de gobernador de Cataluña con el de alcalde de Barcelona—32​, y algunas de las competencias de la Generalidad le fueron devueltas, pero no las de Orden Público.30​ La Lliga participó en ese gobierno, «lo que confirmó su imagen de cómplice de los enemigos de la autonomía y alejó de ella a sectores de clases medias, pese a que paralelamente, desde finales del mismo octubre, denunciara al Gobierno central por aprovechar la situación creada para suprimir o recortar las facultades autonómicas, sosteniendo que "no se debe castigar a un pueblo por los errores de sus gobernantes". En nombre de la Lliga, el vicepresidente del Parlamento catalán, A. Martínez Domingo, impugnó ante el Tribunal de Garantías la ley de 2 de enero de 1935, que vaciaba de contenidos a la Generalidad».16​ Pich y Pon se vio envuelto en el escándalo del estraperlo por lo que acabó siendo sustituido como gobernador general de Cataluña y presidente de la Generalitat por Ignacio Villalonga de la Derecha Regional Valenciana, un hombre próximo al líder de la Lliga Francesc Cambó.32​

La Ley de Contratos de Cultivo fue anulada y se tramitaron casi tres mil juicios de desahucio de "rabassaires" y de aparceros —muchos rabasaires fueron encarcelados en el barco prisión Manuel Arnús, anclado en el puerto de Tarragona—32​ . Los periódicos nacionalistas y de izquierdas fueron suspendidos.



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