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domingo, 21 de mayo de 2023

SGM: La batalla del pantano de Graveney

La batalla del pantano de Graveney

Weapons and Warfare


Entrenamiento del Regimiento Irlandés de Londres en Graveney Marsh en 1940.

En la noche del 27 de septiembre de 1940, el piloto de la Luftwaffe Fritz Ruhlandt y su tripulación lanzaron su cargamento de bombas de 4000 libras sobre Londres y se dirigieron a casa. Volando sobre Kent, su bombardero Junkers 88 fue alcanzado por fuego antiaéreo desde un emplazamiento de armas junto al Medway en Upnor Castle. Un motor fue destruido.

Spitfires y Hurricanes de los escuadrones 66 y 92 lo persiguieron, con instrucciones de destruirlo si era necesario o, mejor aún, forzarlo a aterrizar. El Junkers 88 había entrado en servicio el septiembre anterior tan pronto como estalló la guerra y había entrado en acción en Polonia, Francia y el sur de Inglaterra. En esos cielos había demostrado ser capaz de recibir fuego antiaéreo pesado y continuar volando. Su velocidad máxima era de 292 mph, su techo era de 17,290 pies y tenía un alcance de 1,696 millas. Era un activo valioso y los científicos y diseñadores de la RAF querían conocer sus secretos. Se había emitido una orden general a todas las unidades para capturar uno más o menos intacto. Los pilotos de la RAF tuvieron éxito en su objetivo, acosando el motor del avión dañado hasta que Ruhlandt no tuvo más opción que intentar un aterrizaje forzoso en los pantanos de Graveney de Kent. Unteroffizier Ruhlandt, a pesar de estar herido,

El descenso y el aterrizaje forzoso fueron escuchados por una unidad de la Compañía A, 1er Batallón, los London Irish Rifles en su alojamiento en el Sportsman Inn en las cercanías de Seasalter. A medida que disminuía la amenaza de invasión por parte de los alemanes, su tarea cambió a capturar cualquier tripulación aérea enemiga derribada en el campo de Kent. Durante la Batalla de Gran Bretaña ya lo largo del verano de 1940, las llanuras pantanosas adquirieron un nuevo papel como pista de aterrizaje de emergencia para aviones averiados, tanto británicos como alemanes. Un Dornier Do 17 cayó sobre las marismas de Seasalter el 13 de agosto de 1940. Otro bombardero se estrelló justo al lado del pub The Neptune en Whitstable el 16 de agosto. Los fusileros irlandeses de Londres reconocieron lo que habían oído y alrededor de una docena de hombres acudieron al lugar. Esperaban que la tripulación de cuatro miembros de la Luftwaffe se entregara sin luchar,

Los militares británicos bajaron a cubierta. Los soldados devolvieron el fuego, pero se vieron obligados a ponerse a cubierto bajo una lluvia de balas. Los rifles irlandeses se reagruparon y un pequeño grupo se deslizó a lo largo de un dique hacia los alemanes. Cuando estaban a unos 50 metros de distancia, uno de los aviadores agitó una bandera blanca, pero cuando los soldados se acercaron, la lucha estalló nuevamente antes de que los alemanes fueran vencidos. Uno de ellos recibió un disparo en el pie durante la breve batalla. Nadie fue asesinado.

Durante el intercambio, el oficial al mando de los Rifles, el Capitán John Cantopher, llegó al pub para una inspección. Según los registros oficiales del regimiento, el sargento Allworth explicó que había enviado a los hombres al avión derribado.

"Tomaron las armas, espero", dijo Cantopher. 'No señor...' El sargento se interrumpió. Se escuchaban disparos de ametralladoras. "Parece que deberían haberlo hecho", comentó Cantopher. 'Olvídate de la inspección, voy para allá. Trae a algunos de tus hombres con rifles y munición.

El testigo Nigel Wilkinson dijo:

Al acercarse a la aeronave, la tripulación alemana disparó contra los hombres con las dos ametralladoras de la aeronave. Los irlandeses de Londres se pusieron en formación de ataque y, después de haber lanzado un intenso fuego de rifle contra el avión, montaron un asalto de los Junkers a través del pantano. A estas alturas, la tripulación aérea enemiga había sido herida por el fuego de los rifles y decidió rendirse. Fue en esta etapa cuando el Capitán Cantopher apareció en escena.

Los soldados sabían que los bombarderos enemigos estaban equipados con bombas de relojería que la tripulación enemiga prepararía en caso de aterrizaje forzoso. Los soldados descubrieron tal dispositivo y lo quitaron. Sin que los prisioneros lo supieran, uno de los soldados podía hablar alemán y escuchó los volantes hablando de una segunda bomba de relojería que estallaría en cualquier momento. Cantopher corrió hacia el avión, lo ubicó debajo de una de las alas y lo arrojó a la zanja, guardando el preciado avión para que lo examinaran los ingenieros británicos.

Los soldados llevaron a los alemanes capturados al pub. El cabo George Willis, el flautista del regimiento, estaba en el Sportsman cuando los hombres regresaron con los alemanes. Recordó: 'Los hombres estaban de buen humor y entraron al pub con los alemanes. Les dimos pintas de cerveza a los alemanes a cambio de algunos recuerdos. Tengo un par de alas esmaltadas de la Luftwaffe.

La tripulación aérea de la Luftwaffe fue a campos de prisioneros de guerra. Los fusileros fueron mencionados en los despachos por su habilidad táctica, lo que había obligado a la tripulación de la Luftwaffe fuertemente armada a rendirse. Sin embargo, extraoficialmente, se dice que a los fusileros les golpearon los nudillos por abrir fuego sin que se les ordenara hacerlo.

El Junkers 88 fue transportado al aeródromo de Farnborough, donde los técnicos de la RAF descubrieron que tenía solo dos semanas y que había sido equipado con una nueva mira secreta y extremadamente precisa. El avión se caracterizó por alas extendidas, manejo mejorado y ayudas de navegación mejoradas, y representó un ejemplo de vanguardia del establo de bombarderos de la Luftwaffe. Lo que explica por qué la tripulación, cumpliendo con su propio deber patriótico, estaba tan dispuesta a luchar hasta que su avión fuera destruido.

Cantopher recibió la Medalla George por su valentía. Pero por lo demás, el incidente se mantuvo en silencio durante la guerra, ya que los británicos no querían que los alemanes supieran que habían capturado casi intacto uno de sus bombarderos más modernos. Los periódicos no lo mencionaron y los recuerdos se desvanecieron durante 70 años.

En septiembre de 2010, la Asociación del Regimiento de Rifles Irlandeses de Londres celebró su septuagésimo aniversario al descubrir una placa conmemorativa en el pub Sportsman.

La 'batalla' de Graveney Marsh fue el último intercambio de disparos que involucró a una fuerza invasora extranjera que tuvo lugar en Gran Bretaña continental.

martes, 14 de junio de 2022

Campañas contra el indio: Combate de Loreto

Combate de Loreto

Revisionistas




General Hilario Lagos (1806-1860)

A principios del siglo XIX la provincia de Santa Fe era lugar de tránsito de los escuadrones indígenas que se dirigían a engrosar su codicia, sobre los poblados de la campaña bonaerense. Sin un plan estudiado ni recursos para frenar con éxito a los depredadores, la defensa era casi nula, sólo la Campaña sería el único remedio para acabar con los malones que asolaban medio territorio, postergando su desarrollo civilizador.

La campaña de 1833 dirigida por Juan Manuel de Rosas que siempre gozó de menos prensa que la de Julio Argentino Roca, fue tal vez más sangrienta, pero no exterminadora. Después de la expedición 1833 y 1834, en Buenos Aires se logró una relación armónica con algunos grupos indígenas pampeanos, instalados en la zona fronteriza. Esta relación se sustentaba en la contraprestación de bienes y servicios: las tribus auxiliaban en la defensa de la frontera y el gobierno les entregaba raciones de ganado (yeguarizo, vacuno y ovino), yerba, tabaco y azúcar. Esta armonía se quebró con la caída de Rosas, y los enfrentamientos se convirtieron en el rasgo más frecuente.

Mientras los alcaldes mayores se ocupaban especialmente del orden y la tranquilidad pública de la Villa del Rosario, más el comandante militar a cuyas órdenes actuaban los pocos milicianos que tenía la guarnición local, los gobernantes descuidaban las fronteras de la provincia por donde pululaban desertores y bandidos que en alianza con los bárbaros eran tan feroces y salvajes como ellos. Así se sucedían correrías que obligaban a los pobladores a emigrar siempre dentro de la geografía santafesina, mientras el gobernador hacía colocar piquetes en las cuatro postas de la zona amenazada.

No obstante las hordas salvajes penetraban con siniestros planes de destrucción saciando sus feroces instintos, saqueando y reduciendo a cenizas los fuertes entre ellos el de Melincué, situado en el sudeste provincial donde se apropiaron de cañones que habían sido colocados en una estancia del arroyo Pavón.

A tal punto cundió el pánico que el mismo gobernador optó por salir a la campaña para sorprender a los aborígenes que se desplazaban libremente por su territorio.

En 1838 más de mil indios ranqueles al mano del cacique Quiñamay y Chipitruz, aplicando principios estratégicos hasta entonces desconocidos, atacaron en tres divisiones, una por la costa del río Carcarañá, otra por las chacras del Gamonal y la tercera por la Horqueta, amenazando devastar el S. y O. del departamento Rosario.

El gobernador Juan Pablo López en combinación con el coronel Hilario Lagos y milicianos de Buenos Aires se reunieron en el Pedernal , al sur de Melincué, totalizando unos 500 hombres, que avanzaron hasta Loreto (1) para enfrentar las 2.000 lanzas ranqueles. Cuando lejos de hallarlos en actitud de ferocidad, se encontraban en medio de libaciones y danzas celebrando el éxito de sus arremetidas. López conformó las tropas en tres columnas comandadas por los coroneles Lagos, Moreyra y Soayre.

Medallas otorgadas al Gral. Hilario Lagos

Sorprendidos los naturales algunos se lanzaron a la lucha profiriendo gritos feroces, mientras otros huían desordenadamente dejando más de un centenar de muertos.

Tomado prisionero el cacique Quiñimay, las fuerzas nacionales rescataron cautivos y hacienda robada, mientras el cacique Chipitruz conseguía evadirse.”

El gobernador de Buenos Aires, don Juan Manuel de Rosas otorgó a los vencedores una medalla de oro con la leyenda: “El gobierno reconocido a la virtud y al valor”. Buenos Aires, 22 de diciembre de 1838. Medalla que, como un preciado tesoro, aún conserva el biznieto del general Hilario Lagos, el coronel mayor Luis Hilario Lagos, la cual hemos tenido el privilegio y el honor de apreciar en una de las “Tertulias Federales” organizadas por los Patricios de Vuelta de Obligado.

De esta manera el general Hilario Lagos finalizó sus contiendas con los indios al defender el sur de la Provincia de Santa Fe, en donde los indios ranqueles estaban haciendo los malones y masacrando gente, quemando estancias y robando ganado. Adolfo Saldías, el padre del revisionismo histórico vernáculo, lo consideró a Lagos “la primera lanza de la caballería federal“.

Referencia

(1) Paraje del antiguo Pago de los Arroyos, a 165 Kilómetros de la actual ciudad de Venado Tuerto, departamento General López.

Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Mikielievich Wladimir C. – “Batalla de Loreto” – Diccionario de Rosario. Tomo XXXI. Rosario, 1960.
Portal www.revisionistas.com.ar
Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1938).

jueves, 3 de septiembre de 2020

La guerra de Crimea: Resumen del conflicto

La guerra de Crimea

W&W



Soldados de la guerra de Crimea

La ola de revoluciones que barrió Europa en 1848 convenció aún más a Nicholas del peligro de la inestabilidad, lo que lo llevó a tomar medidas enérgicas en el país. Esto tuvo éxito: Rusia y Gran Bretaña fueron las dos únicas potencias que escaparon de la agitación en 1848. Tuvo oportunidades limitadas para usar el poder militar ruso contra las revoluciones de 1848, pero ayudó a los turcos a reprimir la revolución en los principados del Danubio. La intervención rusa más importante fue ayudar a Austria a aplastar un levantamiento húngaro que tomó la mitad del imperio fuera del control de Viena. Profundamente humillado por su fracaso en derrotar al propio Hungría, el emperador Franz Joseph finalmente accedió a la asistencia rusa en la primavera de 1849; 350,000 tropas rusas ingresaron a Hungría, restaurando el Imperio austríaco y retirándose sin incidentes. Nicholas claramente creía que había acumulado algo de capital moral. Por el contrario, como predijo correctamente el canciller austríaco Felix Schwarzenberg, Austria conmocionaría al mundo con el grado de su ingratitud.

La guerra de Crimea exhibe un contraste extraordinario entre las fuerzas profundas que presionan para la guerra y las causas superficiales cómicas. El problema a largo plazo siguió siendo el largo y constante declive del Imperio Otomano, un declive que Rusia promovió mientras disfrutaba de sus beneficios territoriales. Por un breve tiempo en la década de 1830, Rusia trató al Imperio Otomano como un protectorado en lugar de un objetivo, pero en la década de 1840 Nicholas volvió a ver al Imperio Otomano como una arena para la expansión. La desconfianza británica sobre el expansionismo ruso en el Cercano Oriente y en Asia central, amenazando el imperio colonial de Gran Bretaña, creció y floreció, especialmente después de que Nicolás abordó el tema de una partición del Imperio Otomano. Las guerras anteriores de Turquía dejaron en claro que los turcos no podían resistir a Rusia solo. Gran Bretaña, sin embargo, temía la marcha de Rusia hacia el sur hacia su Imperio indio y las rutas marítimas del Mediterráneo. En Francia, la revolución de 1848 había concluido con el sobrino de Napoleón, Louis Napoleón, elegido presidente francés. Ansioso por emular el prestigio de su tío mientras generaba apoyo entre los católicos franceses, Louis Napoleón presionó a los turcos para que permitieran a Francia un puesto especial como protector de los católicos en Tierra Santa, a expensas de los cristianos ortodoxos.

Tierra Santa dio amplias oportunidades para el conflicto católico-ortodoxo. Las comunidades de monjes católicos y ortodoxos habían disputado el control de los sitios cristianos durante décadas, las disputas a menudo degeneraron en peleas a puñetazos. Los monjes de lucha tenían poco que ver con la política de poder, pero simbolizaban una cuestión más amplia de predominio francés o ruso en el Cercano Oriente. El gobierno otomano quedó atrapado en el medio. Dada la determinación rusa de expandirse, la determinación turca de resistir y la determinación británica y francesa de hacer retroceder el poder ruso, cualquier pretexto podría comenzar una guerra.



Ese pretexto llegó en la primavera de 1853 cuando Aleksandr Sergeevich Menshikov, enviado ruso a los turcos, exigió concesiones de los otomanos, incluidos los derechos ortodoxos expandidos en Tierra Santa y el reconocimiento de Rusia como protector para todos los ortodoxos bajo el dominio otomano. Estas demandas eran a primera vista religiosas, pero tenían un significado político más profundo: ¿era el Imperio Otomano un estado independiente o un títere ruso? Nicholas calculó mal, esperando la oposición francesa pero neutralidad británica y austriaca. Con el respaldo británico y francés, los turcos rechazaron estas demandas. Rusia respondió el 21 de junio / 3 de julio de 1853 enviando sus tropas a Moldavia y Valaquia, nominalmente bajo la soberanía otomana.

Los turcos no declararon inmediatamente la guerra en respuesta, sino que se dieron por vencidos mientras esperaban el apoyo británico y francés. En el otoño de 1853, las flotas británica y francesa navegaron en aguas turcas en preparación para un movimiento hacia el Mar Negro, y los turcos tranquilizados declararon la guerra a Rusia el 4/16 de octubre de 1853. Con la esperanza de evitar la intervención europea y ya en posesión del Danubio Principados, Nicholas aseguró a las otras potencias que Rusia evitaría acciones ofensivas. Los turcos no tenían tales escrúpulos y cruzaron el Danubio para atacar a los rusos que ocupaban Moldavia y Valaquia. Los turcos se lanzaron a la ofensiva en Transcaucasia, también sin éxito. En el Mar Negro, la lucha inicial produjo la primera batalla de barcos de vapor en la historia el 5/17 de noviembre de 1853 cuando el barco ruso Vladimir capturó un barco turco.

Mientras continuaba el combate indeciso en tierra, se produjeron desarrollos más importantes en el mar. Un escuadrón ruso bajo Pavel Stepanovich Nakhimov atrapó una flota turca refugiada bajo los cañones de Sinope, una ciudad otomana en el Mar Negro. El 18/30 de noviembre de 1853, Nakhimov atacó la flota fondeada. Los obuses explosivos rusos causaron estragos en los barcos turcos de madera, hundiéndose o hundiéndose en una docena. Esta victoria, al aumentar la posibilidad de la dominación rusa completa del Mar Negro, provocó que las flotas británica y francesa se mudaran al Mar Negro. Después de que Rusia rechazó un ultimátum para evacuar de Moldavia y Valaquia, Gran Bretaña y Francia declararon la guerra en marzo de 1854. Como en las guerras ruso-turcas anteriores, el mayor peligro para Rusia no fue el fracaso sino el éxito excesivo.

En mayo, las tropas rusas bajo Ivan Fyodorovich Paskevich estaban asediando la fortaleza turca de Silistria en el Danubio. Paskevich, sin embargo, estaba perdiendo el valor. Sus líneas de suministro y retirada a través de Moldavia fueron largas y vulnerables, especialmente cuando Austria reunió tropas a lo largo de su frontera. Bajo la presión de Austria, Rusia evacuó los Principados y, por acuerdo con los turcos, Austria los ocupó. La evacuación rusa debería haber proporcionado una oportunidad para resolver el conflicto, ya que la ocupación rusa de los Principados había provocado la declaración de guerra turca en primer lugar. En cambio, Gran Bretaña y Francia por igual no querían desperdiciar la oportunidad de limitar el poder ruso, mientras que Rusia no vio la necesidad de establecerse cuando no había sido derrotado en el campo de batalla.



Gran Bretaña y Francia enfrentaron un problema estratégico básico: desde el extremo opuesto de Europa, ¿cómo podrían infligir suficiente dolor a Rusia para obligar a Nicholas a hacer concesiones significativas? Una opción era el mar Báltico. Las flotas británicas y francesas atacaron la navegación rusa y bombardearon puertos y fortalezas, y la flota rusa era demasiado débil para abandonar el puerto y resistir. Si bien estas acciones no indujeron a Suecia a unirse a la guerra como Gran Bretaña y Francia habían esperado, demostraron ser humillantes y obligaron a Nicholas a mantener fuerzas sustanciales en el norte para evitar un desembarco anfibio. La otra opción era el Mar Negro, donde la abrumadora superioridad naval británica y francesa significaba que la invasión era una posibilidad en cualquier lugar. Gran Bretaña y Francia decidieron invadir la península de Crimea, dando nombre a la guerra. El comando en el sur fue a Menshikov, un soberbio arrogante y demasiado confiado cuya diplomacia desagradable ayudó a provocar la guerra en primer lugar. Reaccionando pasivamente a la creciente presencia naval británica y francesa en el Mar Negro, Menshikov no logró mejorar las fortificaciones de Crimea, particularmente en la principal base rusa de Sebastopol. Aunque Nicholas intentó trasladar refuerzos a Crimea, la falta de ferrocarriles significaba que todas las tropas y suministros avanzaban hacia el sur a gran velocidad. Fue más fácil y rápido para Gran Bretaña y Francia mover tropas de Londres y París a Crimea que para Nicholas mover tropas dentro de su propio país. Para septiembre de 1854, Rusia tenía 70,000 soldados y marineros en Crimea.

Esos 70,000 revelan el alcance de la crisis rusa. Con potenciales fuerzas armadas de casi un millón de hombres, Rusia podría ahorrar solo 30,000 tropas para el Cáucaso y 80,000 para los Balcanes. La defensa de la frontera occidental de Rusia contra la posible intervención prusiana o austriaca mientras se protege la costa rusa del ataque naval británico significaba que Rusia simplemente carecía de hombres. Ese fue solo el comienzo de los problemas rusos. El trabajo del personal se había descuidado durante décadas, y no había planes de guerra coherentes. Los reclutas aún cumplieron períodos de 25 años, reducidos a 15 en buenas condiciones. Pocos soldados que sobrevivieron incluso 15 años estaban en condiciones de ser devueltos en tiempos de guerra, lo que significa que había pocas reservas. La infantería rusa estaba armada con bozales de mosquetes de ánima lisa, no los rifles mucho más precisos que los británicos y los franceses tenían disponibles. Las tácticas rusas seguían siendo napoleónicas, confiando en columnas densas que no tomaban en cuenta los rápidos avances en la letalidad del fuego. La armada rusa no se había reconstruido para obtener energía a vapor y, por lo tanto, no podía disputar la posesión del Mar Negro. La guerra en la tierra estaba preparada para el desastre ruso.

El 1/13 de septiembre de 1854, 60,000 tropas británicas y francesas y algunos contingentes turcos desembarcaron en Evpatoria, al norte de Sebastopol. Menshikov no disputó estos desembarcos vulnerables, contentando con concentrar sus tropas detrás del río Alma, a medio camino entre Sebastopol y Evpatoria. Esta era una posición defensiva fuerte, con terreno elevado en su margen sur. Esa defensa aún requería un comando competente. En cambio, Menshikov dejó un espacio de una milla de largo entre la costa y el inicio de sus líneas, confiando en los acantilados en la orilla del río para evitar un ataque enemigo. Colocó a sus 35,000 tropas rusas en formaciones densas cerca del río, no en el terreno más alto, muy cerca. No se hizo ningún esfuerzo para cavar trincheras o construir movimientos de tierra, y Menshikov dejó su cadena de mando vaga y desordenada. Con complacencia esperaba derrotar a los británicos y franceses al contraatacar, ya que fueron atacados por fuego defensivo y arrojados al desorden al cruzar el Alma.

El 8 y 20 de septiembre, la Batalla de Alma comenzó con un avance matutino lento y metódico por 55,000 aliados, los franceses al oeste, los británicos hacia el interior. Mientras los buques de guerra británicos y franceses bombardeaban posiciones rusas, las tropas francesas se abrieron paso rápidamente a lo largo de la costa, cruzaron el Alma y escalaron los acantilados indefensos en la orilla sur. Para cuando Menshikov supo lo que había sucedido, los franceses estaban firmemente en su lugar en un terreno elevado con vistas al flanco izquierdo ruso y empujando piezas de artillería por los barrancos del río para envolver toda la posición rusa. Las tropas rusas se encontraron bajo una inmensa presión a lo largo de todo su frente, ya que sus fusiles se vieron indignados por fusiles aliados más modernos. Las tropas rusas sufrieron bajas por disparos de rifles aliados a distancias de más de media milla, superando incluso a la artillería rusa. Toda la izquierda rusa se derrumbó, alejándose de la costa y las tierras altas francesas. A la derecha rusa, los británicos que avanzaban lentamente sufrieron grandes pérdidas por la artillería rusa hasta que los fusileros británicos que se arrastraban por los viñedos a lo largo del río silenciaron las armas rusas con fuego de largo alcance contra sus tripulaciones. A media tarde, el ala derecha rusa se había derrumbado bajo repetidos asaltos británicos, aunque se retiró en un orden razonablemente bueno. La falta de caballería británica y francesa impidió que la derrota se convirtiera en una derrota. Una búsqueda enérgica podría haber capturado a Sebastopol, porque los rusos carecían de tropas organizadas entre Alma y su base.

El asedio de Sebastopol

Sebastopol yacía en la orilla sur de una entrada del Mar Negro, se agrupaba alrededor de una pequeña bahía y se defendía del ataque marítimo con 500 armas a ambos lados de la entrada. Sus defensas terrestres eran mucho más mal hechas. La ciudad había quedado indefensa durante la batalla de Alma, pero los rusos derrotados volvieron a entrar. En pánico ante la idea de un ataque marítimo, Menshikov hundió barcos para bloquear la entrada de la entrada. Luego, sin embargo, decidió abandonar la base, trasladar el ejército tierra adentro el 12/24 de septiembre y dejar la defensa de la ciudad a fortificaciones a medio terminar, una pequeña guarnición y marineros de la Flota del Mar Negro. Con la huida de Menshikov, el comando pasó al liderazgo inspirado de Vladimir Alekseevich Kornilov, secundado hábilmente por Nakhimov.

Los británicos y los franceses no estaban seguros de cómo atacar a Sebastopol, si debían moverse directamente hacia el sur desde Alma para apoderarse primero de la orilla norte de la entrada, dar la vuelta al este para atacar a Sebastopol desde el sur, o tomar la ciudad del mar. Al decidir acercarse al sur, las fuerzas británicas rodearon Sebastopol hacia el este para tomar la entrada de Balaklava, varias millas al sur de Sebastopol, como base avanzada.

Kornilov solo tuvo días entre la salida de Menshikov y la llegada de británicos y franceses, pero los aliados no presionaron su ventaja con un ataque inmediato a Sebastopol. Junto con la pequeña población civil de la base y los 25,000 soldados y marineros que quedaron atrás, Kornilov improvisó una notable red de fortificaciones que rodeaban la ciudad. El bombardeo desde tierra y mar comenzó el 5/17 de octubre, con 100,000 proyectiles volando en un solo día. La ferocidad de la artillería disminuyó en los próximos días, y fracasaron los esfuerzos aliados para golpear a la ciudad. Kornilov fue asesinado por una bala de cañón, y el comando de la defensa fue a Nakhimov. Los aliados saquearon trincheras más cercanas a los bastiones que defienden el lado sur de Sebastopol para tomar por asalto lo que no destruyeron por bombardeo. Al mismo tiempo, y durante el resto del asedio, los defensores rusos repararon constantemente el daño continuo a sus obras de asedio por el bombardeo de artillería y expandieron su red de trincheras, trincheras y puntos fuertes. Perdiendo a cientos de hombres cada día del bombardeo, la guarnición rusa recibió refuerzos y envió heridos mientras mantenía una defensa activa.

El imprudente Menshikov intentó aliviar a Sebastopol, asediado, mediante un ataque a Balaklava, la base británica al sur de Sebastopol. Sin esperar a concentrar sus fuerzas, el 13/25 de octubre Menshikov lanzó tres columnas de tropas contra los reductos que protegían los accesos a Balaklava. Enrutando a los turcos que sostenían esas obras, los rusos se enfrentaron a la infantería y la caballería británicas con una segunda línea de defensas y no lograron avanzar. A través de la falta de comunicación, la caballería ligera británica se vio envuelta en un ataque desesperado, la legendaria "Carga de la Brigada de la Luz". La artillería rusa y el fuego de infantería los mataron. Este éxito táctico, sin embargo, no permitió a los hombres de Menshikov llegar a la base británica o romper el asedio.



Los aliados dividieron sus 70,000 tropas en dos. La mitad se concentró en Sebastopol, manteniendo un bombardeo periódico mientras cavaba minas bajo la posición rusa. La otra mitad protegió la ciudad de las tropas de ayuda de Menshikov. Los refuerzos rusos que ingresaron a Crimea le dieron a Menshikov una ventaja sustancial en número sobre los aliados, una ventaja que necesitaba usar antes de que los sitiadores británicos y franceses tomaran los bastiones defensores de Sebastopol y capturaran la ciudad. Obligado a entrar en acción por Nicholas a pesar de su propia renuencia, Menshikov decidió atacar una cresta británica al este de Sebastopol, justo al sur del extremo de la entrada en la que se encontraba la fortaleza. El objetivo de Menshikov, aunque dudaba de sus posibilidades, era tomar terreno elevado al este de Sebastopol para sacar a los británicos y franceses de sus posiciones que rodeaban la base.

En la Batalla de Inkerman el 24 de octubre / 5 de noviembre de 1854, 60,000 tropas rusas se apresuraron en las tierras altas al este de Sebastopol en masas descoordinadas desde el noroeste y el noreste. Aunque sorprendidos, los ataques se toparon con el fuego preciso de un rifle británico y causaron numerosas bajas, empeoradas por el caos organizacional. Aunque los británicos estaban bajo una fuerte presión, los refuerzos franceses del sur restauraron la situación. La lucha sangrienta no logró nada excepto desmoralizar a Menshikov y su desventurada fuerza de campo. Después de esto, parecía haber pocas esperanzas de salvar a Sebastopol. En febrero de 1855, consciente de que su torpeza le estaba ganando enemigos políticos con cada día que pasaba, Menshikov intentó salvar la situación con otra ofensiva. El 5/17 de febrero de 1855 atacó Evpatoria, el lugar de aterrizaje aliado inicial. Aunque fue defendido por los turcos, que no habían tenido un buen desempeño en Balaklava, el ataque ruso fracasó miserablemente.
Para empeorar las cosas, la posición diplomática de Rusia estaba disminuyendo rápidamente. A finales de 1854, Austria se unió a la coalición antirrusa, aunque no intervino militarmente. A principios de 1855, el pequeño Piamonte-Cerdeña se unió a la alianza, aunque en busca de la influencia europea, no de la antipatía hacia Rusia. Enfrentado por una derrota tras otra, y desgastado por la tensión de sus responsabilidades como autócrata, Nicholas murió el 18 de febrero / 2 de marzo de 1855. Antes de su muerte, ordenó a su hijo y heredero Alejandro II que destituyera a Menshikov. Mikhail Dmitrievich Gorchakov, un veterano de las Guerras Napoleónicas, asumió el cargo de comandante en jefe en Crimea. Continuó canalizando soldados a Sebastopol, ya que la red anglo-francesa alrededor de la base nunca estaba completa.

Para junio de 1855, las trincheras aliadas estaban lo suficientemente cerca de los bastiones rusos como para concebir un asalto. Los franceses y los británicos planearon un gran ataque al perímetro oriental de Sebastopol para el 6/18 de junio de 1855, el aniversario de Waterloo. El ataque previo al amanecer fue detectado por puestos avanzados rusos y derrotado por la mañana. Solo un bastión fue capturado temporalmente por los franceses, y fue recapturado con la misma rapidez. El impulso a la moral rusa resultó contraproducente y temporal. Suscitó falsas esperanzas de que la guerra aún pudiera ganarse, y solo unos días después Nakhimov fue mortalmente herido por la bala de un francotirador.

Aunque Alexander albergaba pocas esperanzas de victoria, no deseaba comenzar su reinado con una rendición ignominiosa. Con profundos recelos, Gorchakov y sus comandantes acordaron otro ataque contra el anillo aliado al este de Sebastopol. Este asalto fue dirigido a las alturas de Fediukhin, una masa aislada de terreno elevado físicamente separada de la meseta en la que los británicos y franceses protegieron a Sebastopol, por lo que incluso el éxito ruso sería inútil. La ambivalencia de Gorchakov se extendió a su organización del ataque, que fue extraordinariamente indeciso y tímido. En la mañana del 4/16 de agosto de 1855, cuatro divisiones de infantería rusas en sucesión y bajo fuego cruzaron pantanos, un río, un canal y asaltaron a tropas francesas excavadas en las alturas. Como era de esperar, fueron derribados sin resultado perceptible, perdiendo 8,000 muertos o heridos.

Este desesperado ataque ruso convenció de que la victoria de los aliados estaba cerca, y el bombardeo de Sebastopol se intensificó. La escasez de municiones significaba que los defensores rusos no podían responder. Esperando un asalto final épico por la noche, los rusos fueron tomados por sorpresa por la enorme tormenta francesa al mediodía del 27 de agosto / 8 de septiembre de 1855. En el lado sureste, usando la sorpresa, los franceses se abrieron paso hacia un bastión clave en las Alturas de Malakhov. , de los cuales los repetidos y sangrientos ataques rusos no pudieron expulsarlos. Otros ataques franceses contra las defensas del sudoeste lograron poco, al igual que los ataques británicos contra las defensas del sur. Esas fallas fueron irrelevantes, ya que la posesión francesa del bastión de Malakhov hizo insostenible toda la defensa de Sebastopol. Sin embargo, después de un día que dejó 25,000 muertos o heridos en ambos lados, los aliados no estaban en posición de aprovechar su ventaja. Esto permitió a Gorchakov evacuar el resto de la guarnición de Sebastopol en bote y un puente de pontones al lado norte de la entrada. El asedio de Sebastopol durante un año mató e hirió a 170,000 hombres, sin incluir las decenas de miles que los británicos y los franceses perdieron a causa de la enfermedad.

Con Sebastopol caído, ya no había forma de negar la derrota total de Rusia, pero las negociaciones de paz parecían inútiles. Solo las victorias sustanciales contra los turcos en el Cáucaso dieron alguna influencia en la mesa de negociaciones. Las negociaciones intermitentes desde mediados de 1854 no habían avanzado. Un ultimátum austríaco a fines de 1855 advirtió de guerra a menos que Rusia capitulara finalmente obligó a Alejandro a aceptar los términos. El acuerdo no fue excesivamente duro para la propia Rusia, aunque produjo un revés sustancial en la influencia rusa sobre el Imperio Otomano y en los Balcanes. La desmilitarización del Mar Negro privó a Rusia de su Flota del Mar Negro y evitó cualquier defensa naval contra futuras intervenciones como la invasión de Crimea. Mucho más grave que las sanciones del acuerdo de paz fue la destrucción, tanto para los rusos como para los extranjeros, de la ilusión del poder militar ruso. Algo tuvo que cambiar.

sábado, 9 de marzo de 2019

Guerra de Secesión: Las heridas relucientes de los soldados


El misterio de las relucientes heridas de la guerra civil

Trisha Leigh Zeigenhorn | Did you know?




En 1862, en la batalla de Shiloh en Tennessee, cientos de hombres heridos cayeron y no pudieron levantarse. Debido a la batalla y la falta de recursos médicos, muchos sufrieron durante días en el suelo húmedo, frío y fangoso. Y mientras yacían allí (presumiblemente en agonía), algunos de ellos notaron que sus heridas comenzaron a brillar en un azul verdoso débil.

Una vez que los soldados se reunieron y fueron trasladados a un hospital del ejército, el misterio creció: los hombres que habían notado la tenue luz (ya que se llamaban Angel's Glow) resultaron ser mucho más propensos a recuperarse que los hombres cuyas heridas no brillaron en la oscuridad. .


Crédito de la foto: HistoryNet

El misterio de Angel's Glow se mantuvo hasta 2001, cuando Bill Martin, aficionado a la Guerra Civil de 17 años, visitó el campo de batalla de Shiloh con su madre. Allí se enteraron de la leyenda del brillo de Ángel, y su madre, microbióloga, comentó que la bacteria del suelo que estudió, Photorhabdus luminescens, es bioluminiscente, lo que significa que emite su propia luz.

Al enterarse de que el brillo de las bacterias es azul, su hijo se preguntó si podría haber sido la fuente del misterioso resplandor del ángel. Su madre alentó a Bill y su amigo Jonathan Curtis a abordar la pregunta para la feria de ciencias de su escuela.
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Mientras investigaban, quedaron perplejos cuando se enteraron de que la temperatura del cuerpo humano es demasiado alta para albergar a las bacterias brillantes, pero, después de enterarse de que los días de pasar los soldados en el suelo frío con poca o ninguna protección habrían reducido la temperatura de sus cuerpos. , siguieron adelante.

Los niños aprendieron que la bacteria P. luminescens vive dentro de pequeños gusanos parásitos llamados nematodos que se introducen en las larvas de insectos en el suelo, donde luego vomitan las bacterias brillantes. El vómito libera sustancias químicas que matan no solo las larvas, sino también cualquier otro microorganismo que vive dentro de ellas.


Crédito de la foto: Kids Discover

Y con eso, los chicos resolvieron el misterio. Se imaginaron que los hombres, tendidos en el suelo frío, tenían tierra contaminada en sus heridas. Los nematodos vomitaron las bacterias brillantes, que mataron a las otras bacterias (más dañinas) que infectaban los wills abiertos. Las bacterias brillantes funcionaban como un antibiótico, la razón por la que estos soldados tenían muchas más probabilidades de sobrevivir.

Proyecto de ciencia bastante genial, si me preguntas. Mucho mejor que el volcán de bicarbonato de soda o, más popular últimamente, el proyecto científico sobre cuánto estrés causa un proyecto científico a la familia promedio.

jueves, 6 de diciembre de 2018

Rosismo: Batalla de Rodeo del Medio (1841)

Batalla de Rodeo del Medio

Revisionistas



 General Angel Pacheco (1795-1869)

Las ruidosas manifestaciones populares que provocó en Buenos Aires el asesinato frustrado contra Juan Manuel de Rosas del 27 de marzo de 1841, llegaron al interior envueltas en el sentimiento enardecido de los partidarios; y fue ese sentimiento, puede decirse, el que precedió las marchas del ejército federal sobre el de la coalición del norte, a cuyo frente iban Lavalle, Lamadrid y Brizuela.

El día 22 de setiembre el ejército federal llegó al Retamo, distante doce leguas de la ciudad de Mendoza. El general Gregorio Araoz de Lamadrid se encontraba con el suyo en los potreros de Hidalgo, entre el Retamo y la ciudad, a 5 leguas de ésta. El 23 Lamadrid avanzó hasta la Vuelta de la Ciénaga, a dos leguas del enemigo. El general Angel Pacheco ordenó entonces al coronel Jorge Velasco que con algunos escuadrones y compañías de volteadores marchase a reconocer el número y posición de los unitarios, sin empeñar ningún combate. Pero ese jefe tuvo que retroceder porque Lamadrid le llevó personalmente una carga, la cual quizá habría comprometido a todas sus fuerzas si no hubiese sobrevenido la noche.

Al amanecer del día 24 de setiembre el ejército federal se puso en marcha por el lado opuesto del puente de la Vuelta de la Ciénaga, en busca del unitario que se hallaba como a quince cuadras de este lado del referido puente, próximo al Rodeo del Medio, y que simultáneamente con aquel movimiento, avanzó como dos cuadras y tendió su línea al frente del puente. La columna de Lamadrid, inclusive los reclutas agregados a última hora en los cuerpos, apenas alcanzaba a 1.600 hombres que él distribuyó así: derecha, dos divisiones de caballería al mando de los coroneles Angel Vicente Peñaloza y Joaquín Baltar; centro, 400 infantes y 9 piezas de artillería al mando del coronel Salvadores; izquierda, una división de caballería al mando del coronel Crisóstomo Alvarez, y la reserva encomendada al coronel Acuña.

Análoga era la formación de las fuerzas federales, con la diferencia de que éstas alcanzaban a 3.000 hombres de los cuales 1.800 eran de infantería en su mayor parte veterana. Pacheco colocó en su derecha una división de caballería compuesta del regimiento escolta, de un escuadrón del número 3 de Línea, de otro del número 6, y del escuadrón Rioja, todo a las órdenes del coronel Nicolás Granada. En el centro, mandado por el coronel Gerónimo Costa, el batallón Independencia, compuesto de 600 hombres, y dividido en dos de maniobra a las órdenes del coronel Jorge Velasco y del mayor Teodoro Martínez; 10 piezas de artillería al mando del comandante Castro; el batallón Defensores de la Independencia con su jefe el coronel Rincón y el de Patricios al mando del comandante Cesáreo Domínguez. En la izquierda dos escuadrones del Nº 2 de Línea con su jefe el coronel Juan Ciriaco Sosa; uno del Nº 6 al mando del comandante Anacleto Burgoa; el escuadrón Quiroga y el de San Luis, todos a las órdenes del coronel José María Flores. Y en la reserva el batallón Libres de Buenos Aires y las compañías de San Juan y Mendoza, confiadas al coronel Pedro Ramos.

La columna de Pacheco hizo alto al llegar al puente sin que entretanto Lamadrid hubiese avanzado lo suficiente para impedirla que desplegase a su frente, ametrallándola en el momento en que tentase el pasaje y sacando ventaja así del mayor número de sus enemigos. Pacheco supuso a Lamadrid mucho más próximo al puente de lo que éste realmente estaba, y tomó las mayores precauciones, adelantando al mayor Martínez con algunas compañías de cazadores, para que hiciera un prolijo reconocimiento del campo y de la posición de su enemigo, y colocando una batería que protegiera su pasaje. Iniciado apenas este movimiento, Lamadrid descubrió sus baterías, que debió reservar para el momento propicio del pasaje del puente, y que no le dieron otro resultado que el de hacerle conocer a Pacheco la verdadera posición que ocupaba y la necesidad de comprometer sus fuerzas en el pasaje. En efecto, Pacheco ordenó inmediatamente al coronel Gerónimo Costa que con dos batallones sostuviese el pasaje y sirviese de base para desplegar su columna. Costa se lanzó al desfiladero bajo un vivo fuego de cañón de parte a parte, y por su retaguardia pasaron los demás cuerpos de infantería y caballería desplegando frente a la línea de Lamadrid.



Contando con que su centro era inconmovible, Pacheco intentó flanquear la derecha de la columna unitaria, y con este objeto hizo correr sobre su izquierda el batallón Rincón y una batería de artillería. Lamadrid comprendió el movimiento y se propuso conseguir una ventaja a su vez sobre el ala derecha de su enemigo, sin inquietarse de la que éste pretendía, pues confiaba en la excelente caballería al mando del “Chacho” Peñaloza y de Baltar. Simultáneamente con aquel movimiento ordenó al coronel Alvarez que cargase a la división Granada, y a aquellos dos jefes que hiciesen otro tanto con la infantería que los amenazaba. Alvarez realizó brillantemente lo que se proponía Lamadrid, pues arrolló a Granada que tenía doble fuerza que la suya, y lo obligó a repasar el puente, sacándolo del campo de batalla. Mas no sucedió lo mismo con Baltar, quien se resistió a cargar, alegando que tenía delante una fuerte columna de infantería, y arrastró en su increíble desobediencia y en dispersión al bravo e ingenuo coronel Peñaloza, de quien aquél era, según el general Paz, alma, sombra, consejero y director. Esta desobediencia inaudita en un jefe como Baltar, que además de las responsabilidades del mando inmediato que se le había confiado, tenía las inherentes a las funciones de jefe de Estado Mayor, fue fatal para Lamadrid. Un esfuerzo de la caballería de la derecha unitaria habría producido un resultado análogo al obtenido por la de Alvarez. Las columnas de caballería federal habrían repasado el puente, envolviendo quizá a una parte de la infantería del centro, y Lamadrid podría haber aprovechado ese momento para aumentar la confusión de su enemigo, enfilando contra éste sus cañones y llevándole una carga decisiva con su infantería. Cuando quiso verificarlo, ya su derecha lo había hecho derrotar.

El coronel Salvadores y el comandante Ezquiñego llevaron una carga brillante sobre el campo federal, pero sus 400 infantes fueron acribillados por más de 1.000 veteranos que se rehicieron completamente sobre la derecha de Lamadrid. Se puede decir que ese puñado de infantes y esos pocos artilleros era lo único que quedaba en pie de la columna unitaria, pues la división Alvarez había sido llevada fuera del campo en el ímpetu de sus cargas, y la división Baltar había huido en dispersión sin combatir. Al retroceder Salvadores y Ezquiñego, vencidos por el número superior, Lamadrid reproduciendo sus romancescas proezas en la guerra de la Independencia, se precipitó sobre ellos, les dirigió varoniles palabras de aliento, y los formó todavía sobre los fuegos enemigos. Así se replegó con ellos en orden, bajo los fuegos del centro federal, y cuando la caballería de Flores comenzaba a envolverlo. Perdida ya toda esperanza, Lamadrid se retiró con los pocos hombres que le quedaban en dirección a Mendoza, dejando en el campo de batalla cerca de 400 hombres fuera de combate, 9 cañones, su parque y bagajes, y como 300 prisioneros, los que alcanzaron a 500 en la persecución que llevaron las partidas que Aldao había situado de antemano en los desfiladeros de la cordillera de los Andes.

En su retirada contuvo todavía una partida de caballería federal, cargándola personalmente con 7 de sus soldados. En seguida corrió a contener a sus dispersos para hacer menos desastrosa la derrota, mientras el coronel Alvarez hacía otro tanto con los restos de su columna. Así reunió unos 500 hombres, y pretendió caer nuevamente sobre los vencedores. Pero la desmoralización había cundido en la tropa, y fue preciso seguir camino de Chile por Uspallata, y a cordillera cerrada. Este pasaje por los Andes era una nueva batalla librada contra elementos que se desencadenas destructores e inauditos, allí donde el esfuerzo y el heroísmo humano son impotentes. A ellos fue a desafiar todavía Lamadrid, seguido de sus compañeros de infortunio, a la cabeza de los cuales iban los coroneles Crisóstomo Alvarez, Angel Vicente Peñaloza, Lorenzo Alvarez, Sardina, Avalos, Fernando Rojas, Salvadores, los comandantes Ezquiñego, Acuña y Alvarez.

Con la derrota del Rodeo del Medio concluyó la coalición del norte en las provincias de Cuyo.

Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Portal www.revisionistas.com.ar
Saldías, Adolfo – Historia de la Confederación Argentina – Ed. El Ateneo, Buenos Aires (1951)

viernes, 30 de noviembre de 2018

Argentina: Convención de 1840 y combate de San Cala

Lavalle y la Convención de 1840


Revisionistas
 




General Juan Lavalle (1797-1841)

Luego de la firma del tratado de Makau-Arana Francia abandonó su actitud hostil contra la Confederación. Levantando el bloqueo, entregando la Isla de Martín García y restituyendo los buques y el armamento pertenecientes a la Confederación Argentina, se colocaba, pues, en el terreno en que Rosas planteó la cuestión desde el año 1838; y Rosas quedaba en perfecta libertad para aceptar o no un tratado por el cual los súbditos franceses domiciliados en Buenos Aires fuesen tratados como los de la nación más favorecida, sin que el hecho de negarse a suscribirlo pudiese dar margen a reclamación alguna.

Esto mismo lo había declarado el ministro Arana a Mr. Roger y Rosas al almirante Leblanc en sus comunicaciones oficiales del año 1838; y en guarda del derecho perfecto de soberanía, y para que la mera suspensión de las leyes y principios vigentes en la Confederación no pudiese ser interpretada como un asentimiento tácito a las pretensiones de Francia relativas a sus súbditos domiciliados en Buenos Aires, el artículo 6º de la convención contenía esta declaración concordante con aquellas; “Sin embargo de lo estipulado en el artículo 5º, si el gobierno de la Confederación Argentina acordase a los ciudadanos o naturales de alguno o de todos los Estados sudamericanos especiales goces civiles o políticos más extensos que los que disfruten actualmente los súbditos de todas y de cada una de las naciones amigas y neutrales, aun las más favorecidas, tales goces no podrán ser extensivos a los ciudadanos franceses residentes en el territorio de la Confederación Argentina, ni reclamarse por ellos” (1).

Aprobada que fue la convención por la legislatura, y ratificada por Rosas, el plenipotenciario de Francia mandó enarbolar a bordo de la Alcémene la bandera argentina y saludarla con veintiún cañonazos. Este saludo fue retribuido por la plaza de Buenos Aires: la bandera francesa fue izada en el campamento de Santos Lugares y al día siguiente, el 2 de noviembre, el barón Mackau y su estado mayor visitaron a Rosas concurriendo en seguida a las fiestas con que se solemnizó el restablecimiento de las relaciones con Francia.


Se comprende, pues, que este modo de zanjar las dificultades con una nación como Francia, fuese considerado como un triunfo para la Confederación Argentina. Por la convención del 29 de octubre de 1840, el gobierno argentino obtenía de Francia lo que no había podido obtener ninguno de los Estados sudamericanos, sobre los cuales esa nación hizo pesar la influencia decisiva de sus armas. Casi todos esos Estados se habían visto forzados a suscribir las exigencias de la Francia engreída con el éxito de sus expediciones sobre México y sobre Argel. Sólo Rosas se resistió a ello con firmeza inquebrantable. Y lo positivo es que después de dos años y medio de inútiles esfuerzos para amedrentar y sojuzgar por la fuerza, Francia obtenía por la convención muchísimo menos de lo que había exigido antes y después del bloqueo.

Y ante tales resultados, Rosas debió comprender, que por enérgicos que fuesen los sentimientos que conducían la lucha política en esa época en que ni se daba ni se pedía cuartel, él no podía seguir estimulando con la impunidad los ataques contra la propiedad y la vida que se perpetraban en Buenos Aires en los meses de setiembre y octubre de 1840. Sea que quisiese alentarlos realmente, dejando hacer al fanatismo; sea que no se creyese con poder bastante para reprimirlos en los días tremendos de la crisis, cuando el mismo se creía perdido ante la doble invasión de Lavalle y de la escuadra de Francia, es lo cierto que alrededor de su influencia y de sus prestigios se haba organizado en toda la Provincia la resistencia a esa invasión. Cuando su partido quedaba triunfante y él más fuerte que nunca, debía, pues, reaccionar por obra de su propia autoridad, siquiera fuere para no aparecer como autor de esos atentados ante propios y extraños, ante las clases principales de la sociedad que se habían asimilado con su gobierno por la tendencia conservadora, tal como lo presentaban sus enemigos interiores y de Montevideo.

Eso fue lo que hizo Rosas dos días después de ratificar la convención con Francia. Partiendo de que no había sido posible reprimir la exaltación popular producida por la invasión de los unitarios, pero que era justo que un pueblo valiente y generoso volviese a gozar de la seguridad cuando acababa de afianzar sus derechos, Rosas expidió un decreto según el cual sería considerado perturbador del orden público y castigado como tal, cualquier individuo, “sea de la condición o calidad que fuere”, que atacase la persona o la propiedad de argentino o de extranjero. La simple comprobación del crimen bastaba para que el delincuente sufriese la pena discrecional que el gobierno le impondría; y el robo y las heridas serían castigados con la pena de muerte.

Y a objeto de cumplir lo pactado en el artículo 3º de la convención del 29 de octubre (2), Rosas nombró al general Lucio Mansilla comisionado ad hoc, para que acompañado del comisionado francés Mr. Halley se dirigiese al campo de Lavalle, le presentase dicha convención, y le manifestase franca y confidencialmente que el gobierno de Buenos Aires quería concluir la guerra sangrienta en que se habían los partidos empeñado, y que se prolongaría mientras Lavalle y sus amigos de Montevideo la alimentasen; que si Lavalle peleaba por la organización de su país, el medio que empleaba era el menos conducente a ello, pues las provincias perseguían un ideal político distinto del que a él le servía de bandera, y contaban con recursos suficientes, sino para triunfar, cuando menos para quitarle toda esperanza en el triunfo, como lo comprobaban los sucesos. Que la organización vendría como consecuencia del convencimiento de los partidos políticos, y de las mutuas concesiones que se hicieran. Que en semejantes circunstancias le ofrecía al general Lavalle las seguridades y garantías que pidiese, con tal que dejase las armas, pudiendo residir donde quisiese, si no prefería venir a Buenos Aires, donde sería reconocido en su grado y antigüedad sin perjuicio de ser investido en primera oportunidad con una misión en el extranjero. Rosas le recomendó al comisionado que persistiese en su cometido, aunque encontrara resistencia en el general Lavalle; y que al ofrecer análogas seguridades y garantías a los jefes que a éste acompañaban, recogiese de dicho general proposiciones, si no admitía las que él llevaba para terminar la guerra.

El día 22 de noviembre los comisionados llegaron en el Tonnerre frente a la ciudad de Santa Fe. Como Lavalle ya se encontraba a unas leguas de la ciudad, le comunicaron en nota oficial su arribo y sus objetos. Tres días después, Lavalle le dirigió una carta particular a Mr. Halley en la que, sin reconocerle carácter oficial, se limitaba a manifestarle que pensaría si debía o no tratar sobre el arreglo que se le proponía. A la nota oficial del comisionado argentino no respondió ni con un simple acuse de recibo. A pesar de esto, Mr. Halley resolvió trasladarse al campo del general unitario. Ajustándose a sus instrucciones, el general Mansilla acompañó al comisionado francés. El día 30 supieron que Lavalle acababa de ser derrotado en el Quebracho y prosiguieron su camino llegando dos días después al cuartel general de Oribe. Este les hizo saber que Lavalle se encontraba reunido con Lamadrid a inmediaciones de la villa de Ranchos, y que no continuaría sus operaciones por el momento. Allí se dirigió el comisionado francés, seguido a cierta distancia del argentino.

Una vez en el campo de Lavalle, Mr. Halley abundó en consideraciones de carácter político y privado para persuadirlo que debía aceptar el artículo 3º de la convención, y le entregó una carta del barón Mackau que se contraía a lo mismo. Pero Lavalle eludió una respuesta definitiva, limitándose a reprochar duramente la conducta desleal de los agentes franceses, quienes le habían prometido su auxilio decidido en la campaña contra Rosas (2).

Halley lo instó reiteradamente a que tuviese una entrevista con el general Mansilla, manifestándole que éste traía instrucciones confidenciales, y el encargo especial de recibir proposiciones, si el general Lavalle no aceptaba las que desde luego podía formalizar para terminar la contienda armada. Lavalle declaró rotundamente que su honor le impedía aceptar los beneficios que le propusiera Rosas; y el comisionado francés fue a reunirse con el argentino quien lo esperaba a tres leguas de distancia, en la casa de Cabrera. “Allí le pregunté –dice el general Mansilla en la nota en que da cuenta del resultado de su comisión (4)- que contestación había recibido y qué disposiciones tenía Lavalle de conferenciar conmigo; y me respondió estas textuales palabras: que Lavalle no le había dicho si admitía o no el artículo 3º; que no quería recibirme; que si yo quería ir a él se separaría, pero que no respondía de mi vida; y que antes de ocho días le remitiría Lavalle la contestación de la carta del barón Mackau, por conducto del general en jefe del ejército de la Confederación”.

Como ésta no se recibiese, y todo inducía a creer que Lavalle rechazaba el arreglo, Oribe les manifestó a los comisionados que proseguía la marcha de su ejército, después de haberla suspendido con perjuicio de sus operaciones y sin otro motivo que el de dar lugar a dicho arreglo. Los comisionados obtuvieron todavía una tregua. Mr. Halley se dirigió nuevamente al campo de Lavalle llevando una carta del coronel Pedro J. Díaz (prisionero en el Quebracho) en la que interponía su amistad con aquél para que aceptase la convención y las proposiciones que se le hacían. Todo fue infructuoso. Lavalle resistió el arreglo y así se lo comunicó al barón Mackau.

Era un arranque de abnegación el de Lavalle rechazar el arreglo y las ventajas personales que Rosas le ofrecía, en circunstancias en que los ejércitos federales lo perseguían victoriosos y en que todo le anunciaba su ruina inevitable. El declaraba con arrogancia que su honor militar y su dignidad le impedían aceptar semejantes proposiciones, porque hacía cuestión de vida o muerte el derrocamiento de Rosas. Pero considerada esta profunda negativa del punto de vista del hecho político y sus consecuencias, se deduce sin violencia que Lavalle lo sacrificaba todo a su absolutismo partidario, exaltado por el odio que estimulaban en él sus consejeros, a quienes no se les ocultaba que si el animoso caudillo unitario renunciaba a encabezar la guerra civil, ellos quedarían reducidos a la impotencia relativa, sin otra bandera, sin otra esperanza que la constitución del año de 1826 a la cual hacían fuego todos los pueblos de la República. Y al proceder así se constituía fatalmente en causa retardataria de la organización nacional por la cual decía haber tomado las armas. Si reputaba inaceptables las proposiciones del adversario vencedor, lo natural era que propusiese por su parte cualquier arreglo en beneficio del país, en vez de rehusarse a recibir al comisionado argentino que lo seguía en el camino de la derrota, y llevar el rencor hasta hacer responder las notas de aquél por una corneta de su ejército y en términos ultrajantes (5). Quiroga, en posición militar mucho más ventajosa, en el año 1826 se limitó a devolver sin abrirlo el pliego del presidente Rivadavia, ignorando que en ese pliego se le reconocía como general del ejército y se ordenaba que fuese a tomar parte en la guerra contra el Brasil.

Los sacrificios que imponía el patriotismo ante el cuadro desconsolador de una guerra civil tremenda, conducida por un absolutismo que comprometía hasta el principio republicano y la integridad de la República, debían pesar sobre Lavalle más que la circunstancia de ser Rosas quien le proponía la paz y la concordia. Diez años antes Lavalle, fiado en el honor de si adversario, se había dirigido solo al campamento de Rosas; y después de celebrar con éste un arreglo honorable, lo había llamado públicamente el primero entre los porteños. Tarde era ya para que Lavalle invocase el honor y la dignidad como causa para proseguir una guerra cruenta, cuando desde dos años atrás venía haciéndolo aliado a los franceses y con los dineros y recursos de los mismos que agredían a la República Argentina y se habían apoderado de una parte de este territorio. Si Lavalle había admitido con todas sus consecuencias esa alianza de un poder extraño contra la propia patria, era lógico cuando Francia había zanjado satisfactoriamente la contienda, que entrase él también en el orden de cosas que tal hecho establecía, y que la misma Francia se empeñaba en dejar establecido por lo que hacía a Lavalle y su partido en armas. El general Lavalle prefirió dejarse conducir por el odio desatentado que arrasó su patria durante largos años de infortunio y de prueba; y si algo atenúa su gran yerro es que lo sacrificó todo, sobreponiéndose a los desencantos y a los reveses y dejando caer su espada recién cuando cayó él si vida.

Combate de San Cala



Despedida en la Sorpresa de San Calá en 1841, del pintor Juan Manuel Blanes

Los comisionados argentino y francés regresaron a Buenos Aires a fines de diciembre, y el general Oribe entró con su ejército en la ciudad de Córdoba, restableciendo en su cargo al gobernador de esa provincia Manuel López, y poniéndose en comunicación con los gobernadores de Mendoza y San Luis, quienes estaban al frente de fuerzas respetables. A la aproximación de Oribe sobre Córdoba, Lamadrid se había retirado con alguna fuerza, yendo a reunirse con Lavalle que se encontraba en Jesús María. Pero como este último no tenía elementos con qué resistirle a Oribe, marchó en dirección de Tucumán desprendiendo al coronel Vilela con una división de mil hombres para que apoyase en Mendoza un movimiento que acababan de hacer estallar sus partidarios. Encontrándose en el río de Albigasta, el cual divide la provincia de Santiago de la de Tucumán, supo que la división de Vilela había sido sorprendida y destruida los días 8 y 9 de enero de 1841en San Cala, por otra división que a su vez desprendió Oribe al mando del general Angel Pacheco. Este nuevo contraste, cuando ya no quedaban del ejército libertador mas fuerzas que la división del coronel Acha y los restos que conducía Lavalle, obligó a este último a hacer pie en Catamarca para organizar allí la resistencia.

“… sólo he disminuido en el parte la cantidad de muertos; porque siempre he querido dar a la guerra el carácter menos sangriento. 57 entre jefes y oficiales, y más de 500 individuos de tropa prisioneros acreditan hoy la verdad en nuestro campo. La guerra debió de haber concluido en Córdoba, teniendo los enemigos a su espalda tan largas travesías, que aun sin ser hostilizados, se han visto obligados a abandonar su artillería y a perder algunos centenares de hombres muertos de sed, y dispersos que han empezado a recalar a las poblaciones de Santiago. Puede ser que todavía intenten continuarla con sus miserables restos; pero los recursos de que pueden disponer están ya muy agotados y siempre fueron muy mezquinos; de ahí el interés de ir a proveerse de la provincia de Buenos Aires; pero ya es natural que hayan abandonado esta esperanza….” (Carta del general Angel Pacheco a Hilario Lagos, fechada en Trouco-pou, el 30 de abril de 1841).

Por lo demás, la convención Mackau-Arana, desligando de sus compromisos a las partes que habían celebrado en 1838 la triple alianza contra el gobierno de Rosas, colocaba a éstas en el caso de lanzarse en nuevos rumbos para buscar en otro género de combinaciones los medios de proseguir la guerra. Pero entretanto, una de esas partes –el general Rivera- sentía más directamente los efectos de aquella convención, tanto por lo que hacía a los escasos medios propios que le quedaban, cuanto por que iba a quedar enfrente de su adversario, el general Oribe, cuyos parciales pronto se agitarían. Como fracasase en sus tentativas para propiciarse nuevamente a los agentes franceses, y su situación se hiciese bastante crítica, creyó salvar su responsabilidad diciendo que sus amigos lo habían traicionado. Entonces se apoderó de él una especie de despecho furioso, que habría alcanzado a sus principales partidarios si éstos no se hubiesen apresurado a calmarlo y a mostrarle cómo la situación no estaba completamente perdida. No obstante cayeron en su desgracia los que con mayor abnegación lo habían servido. “El Eco del Pueblo -le escribía a Martiniano Chilavert- tuvo el comedimiento de ingerir al traidor ingrato Núñez y ponerlo al frente, y yo por amor das dividas lo metí en el Pereyra y de allí saldrá muy en breve para fuera de cabos. Y si me andan con vueltas otros más han de seguir la misma suerte”.

Referencias


(1) Véase La Gaceta Mercantil del 2 de noviembre de 1840.
(2) El mencionado artículo establece: “Si en el término de un mes, que ha de contarse desde la dicha ratificación, los argentinos que han sido proscriptos de su país natal en diversas épocas después del 1º de diciembre de 1828, abandonan todos, o una parte de entre ellos, la actividad hostil en que se hallan actualmente contra el Gobierno de Buenos Aires, Encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina, el referido Gobierno, admitiendo desde ahora, para este caso, la amistosa interpretación de la Francia, relativamente a las personas de estos individuos, ofrece conceder permiso de volver a entrar en el territorio de su Patria a todos aquellos cuya presencia sobre este territorio no sea incompatible con el orden y seguridad pública, bajo el concepto de que las personas a quienes este permiso se acordare, no serán molestadas ni perseguidas por su conducta anterior. En cuanto a los que se hallan con las armas en la mano dentro del territorio de la Confederación Argentina, tendrá lugar el presente artículo sólo a favor de aquellos que las hayan depuesto en el término de ocho días, contados desde la oficial comunicación que a sus Jefes se hará de la presente convención, por medio de un Agente Francés y otro Argentino, especialmente encargado de esta misión. No son comprendidos en el presente artículo los Generales y los Jefes Comandantes de cuerpos, excepto aquellos que por sus hechos ulteriores se hagan dignos de la clemencia y consideración del Gobierno de Buenos Aires”.
(3) “El noble marino Mr. Halley -dice el señor Félix Frías- le ofreció al general Lavalle en nombre de su gobierno, para sus soldados, la amnistía de Rosas, y para él el grado y los honores de general francés. El general Lavalle contestó con la altivez de su carácter que no había peleado por miras personales, sino por patriotismo; y que no abandonaría a los pueblos que se habían sublevado contra Rosas confiando en ser guiados por él en la lucha”. (Discurso sobre la tumba del general Lavalle). Lacasa dice algo semejante en la Biografía del general Lavalle, pág. 179.
(4) Esta nota es de fecha 29 de diciembre de 1840 y va dirigida al Excelentísimo señor gobernador delegado don Felipe Arana, por el comisionado del gobierno para comunicar oficialmente a los argentinos armados dentro del territorio argentino lo contenido en el artículo 3º de la convención entre la Francia y la Confederación.
(5) Comunicación oficial del general Mansilla, ya citada.

Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Portal www.revisionistas.com.ar
Saldías, Adolfo – Historia de la Confederación Argentina – Ed. El Ateneo, Buenos Aires (1951)

jueves, 30 de agosto de 2018

Argentina: Combate de Villamayor (1854)

Combate de Villamayor



 

General Gerónimo Costa (1808-1856)

La mayor parte de los federales porteños, en particular los comprometidos con el sitio de Lagos, emigraron a Paraná, Rosario o Montevideo. Desde allí planearon regresar por medio de una invasión. El primer intento lo dirigió Lagos, en enero de 1854, esperando que las fuerzas de campaña se pasaran a su ejército; debió evacuar la provincia a los pocos días.

En noviembre de ese mismo año, el general Gerónimo Costa avanzó desde Rosario al frente de 600 hombres. Pero Manuel Hornos le salió al encuentro y lo derrotó en la batalla de El Tala, obligándolo a retirarse.

En diciembre de 1855 hubo un nuevo intento, más elaborado: el general José María Flores desembarcó en Ensenada, mientras Costa lo hacía cerca de Zárate, con menos de 200 hombres. El gobernador Pastor Obligado dictó la pena de muerte para todos los oficiales implicados en esa invasión —declarándolos bandidos, para no tener que respetarlos como a enemigos— y ordenó su fusilamiento sin juicio.

Flores avanzó hacia el interior de la provincia, pero debió retirarse a Santa Fe. Insólitamente, Costa avanzó hacia Buenos Aires con sus escasas tropas. El 31 de enero de 1856 fue derrotado por Emilio Conesa en el combate de Villamayor, cerca de San Justo.

Rescatamos del olvido este hecho, despiadado y verdadero, que no deja de ser una demostración de heroísmo, coraje y honor con el cual cada facción defendió sus ideales. El general Gerónimo Costa refriega su rostro cansado y melancólico, como tratando de comprender la noticia que su edecán le confirmaba. Se levanta raudamente de su asiento y mira el horizonte. Su vasta experiencia militar le indicaba que aquella columna de polvo, que se asemejaba a un gigante furioso, era el poderoso ejército de Buenos Aires que vendría a aplastar a sus aguerridas tropas rebeldes.

Sabía, mientras sus escasos 160 soldados se preparaban para lo que sería una batalla totalmente desigual, que en estos pagos de Matanza correría sangre de argentinos, su suerte ya estaba echada.

La acción se desarrolla en los campos de Villamayor cruzando el arroyo Morales (1). La caballada del general bebe a sorbos el agua del caluroso 31 de enero de 1856 que presagia lo inminente.

– Mi general -vuelve presuroso su edecán- Los porteños se aproximan y nuestros refuerzos no llegaron.

El jefe del reducido ejército Federal, arruga el papel que tiene en sus manos y lo deja junto a otro que descansan sobre su escritorio de campaña. Aquel escrito era la ley del Gobernador del Estado de Buenos Aires Pastor Obligado que ordenaba pasar por armas a todos los rebeldes que atentasen contra la seguridad de la provincia segregada (2).

Urgente reúne a su estado mayor, los coroneles León Benítez, Ramón Bustos y Juan Francisco Olmos a quienes les da la orden de preparar a los soldados para dar batalla.

La vanguardia de las tropas porteñas del coronel Emilio Conesa comandadas por el coronel Esteban García ya les pisaba los talones, no quedaba más remedio que pelear, si se quería tener una mínima esperanza. Ese era el momento indicado para intentar torcer la suerte de lo inevitable, ya que a pocos kilómetros de ese lugar se acercaba desde el norte a paso firme las tropas del coronel Bartolomé Mitre.

Por un instante el tiempo parece detenerse y el general Gerónimo Costa cree en su interior, que la causa que defiende es noble y justa, atempera su espíritu y deja fluir sus ansias de unir de una vez por todas a la Confederación Argentina con el Estado de Buenos Aires (3), sólo su sentimiento de patriotismo parece indestructible.

Su valor fue puesto a prueba mil veces, durante la guerra contra Brasil, volvió con el grado de capitán. Pasó a servir a Juan Manuel de Rosas e hizo campaña contra el general José María Paz, jefe de la Liga Unitaria en el interior y en 1833 realizó la Campaña al Desierto. En 1835 el Restaurador lo nombro comandante de la isla Martín García, tres años después la escuadra francesa atacó la isla y a pesar de tener órdenes de entregarla, el por ese entonces aguerrido coronel Costa la defendió heroicamente, batiéndose contra fuerzas muy superiores que finalmente se apoderaron de la isla. En reconocimiento al valor y la capacidad de combate el Capitán de Corbeta de la marina francesa Hipólito Daguenet le devolvió los prisioneros y la espada con una nota enviada a Rosas donde expresaba “los talentos militares del bravo Coronel Costa” posteriormente peleó contra el general Juan Galo Lavalle en Cagancha, Don Cristóbal, Sauce Grande y Quebracho Herrado. En Rodeo del Medio puso fin a la Coalición del Norte. Arroyo Grande y Caseros también vieron desplegar su coraje.

- Mi general, estamos listos.

Con estas palabras se envalentonó sabiendo que sería una parada brava

- Proceda – respondió Costa.

La fuerza del coronel García rompió fuego y aprovechando la ventaja numérica se llevó por delante a la tropa del general Costa, perdiendo en este acto 10 o 12 hombres entre ellos Ramón Bustos quien fue ultimado a lanzazos, Benítez quien demostró toda su audacia en la Batalla de Ituzaingó fue sacrificado de la misma manera después de entregar su espada.

El general Costa peleó como un león, sabía mientras veía caer a sus soldados (4), que todo estaba perdido, incluso su propia causa, incluso su propia vida.

Su cuerpo, ultimado a balazos, tocó el suelo asentando sus rodillas primero y luego sus manos que lentamente se hundían en el verde pasto del campo de batalla (5).

La mayor parte de los soldados fueron muertos cuando se rendían, y los oficiales fueron fusilados dos días más tarde.

Pese al reclamo de los federales por venganza, la matanza de Villamayor obligó a Urquiza a ser más prudente en el control de sus aliados porteños. Buenos Aires y la Confederación conservaron la paz por unos años.

La paz tan sangrientamente alcanzada a raíz de la masacre de Villamayor, a principios de 1856, no duró mucho.

La matanza de Villamayor fue una muestra elocuente de la ferocidad de las guerras civiles que dejaron un recuerdo indeleble en los pagos matanceros.

  1. Cuando ocurrió este suceso los campos del señor Villamayor estaban situados en el partido de La Matanza. Años después pasó a ser parte del partido de Marcos Paz.
  2. Textual del documento: “Todos los individuos titulados jefes que hagan parte de los grupos anarquistas capitaneados por el cabecilla Costa y fuesen capturados en armas, serán pasados por las armas inmediatamente al frente de la División o Divisiones en campaña, previo los auxilios espirituales”
  3. Recordemos que Buenos Aires había conformado un estado Independiente desde el 11 de septiembre de 1852 hasta la Batalla de Pavón cuando se reincorporó definitivamente al resto de las provincias.
  4. Conforme el acuerdo gubernativo, muchos de los oficiales que acompañaban fueron ejecutados y según una versión contemporánea indica que sólo 15 de los federales salvaron sus vidas. Entre estos está el Coronel Olmos quien gracias a una oportuna intervención de la señora Dolores Correa de Lavalle, viuda del general Lavalle, rogó clemencia para el antiguo camarada de su difunto esposo. Por el lado del ejército porteño no se sufrieron bajas.
  5. El cadáver del general Costa fue recuperado días después de la batalla por la señora Mercedes Ortiz de Rosas de Rivera, hermana de Juan Manuel de Rosas, según relata Doña Mercedes, debió de solicitar un permiso especial al gobernador Obligado para recoger los despojos que yacían en el campo de Villamayor a la merced de las alimañas y venganzas. Dichos campos eran linderos con la estancia El Pino (en Virrey del Pino) que fuera confiscada al caer su hermano y posteriormente vendida la familia Ezcurra.

Autor: Racedo, Dr. Leonardo A.


Fuente

Cambiasso, Martha – La Matanza de Villamayor.
Crónica histórica Argentina. Tomo IV, Editorial Codex S.A. (1972).
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Periódico La Voz, 15 de noviembre de 2008.
Portal www.revisionistas.com.ar
Rebeliones y crisis internacional (1854-1865), Tomo III, Ed. Claridad 2008.
Rosa, José María – Historia Argentina, Tomo VI, Ed. Oriente (1970)
Ruiz Moreno, Isidoro J. – Campañas Militares Argentinas. La política y la guerra.

sábado, 11 de agosto de 2018

Argentina: Combate de la Quebrada de Miranda

Combate de la Quebrada de Miranda







Cuesta de Miranda - Pcia. de La Rioja


Denominada como Quebrada o Cuesta de Miranda, este accidente geográfico se encuentra a 35 kilómetros de la ciudad de Chilecito, dentro de la provincia de La Rioja. Allí tuvo lugar, en junio de 1867, la batalla de la Quebrada de Miranda, episodio en el que triunfaron las montoneras federales por sobre las fuerzas militares mitristas.

No se trató de una batalla más, dado que este acontecimiento significó, antes que nada, el resurgimiento inesperado de los federales del noroeste luego de la estrepitosa derrota que sufrieron en abril de ese mismo año en la batalla de Pozo de Vargas. Las pérdidas ocasionadas por la más sangrienta lucha civil argentina habían sido totales: de 4.000 federales armados, “cuando amaneció el día siguiente me hallaba rodeado de 180 hombres, unos sin armas, otros con armas inutilizadas, y ya toda tentativa de ataque por mi parte se hizo imposible, absolutamente imposible”, dirá en un documento el caudillo y coronel Felipe Varela.

Las montoneras dispersas se reagruparon como pudieron y enseguida asediaron nuevamente a las fuerzas militares, es decir, los portavoces más obstinados del liberalismo inglés proveniente del puerto de Buenos Aires. Desde luego, los montoneros jamás volverán a presentar combate en el número extraordinario de 4 mil hombres. Ahora, las luchas serían intermitentes y con menor cantidad de tropas. Estas últimas características rodearon, de alguna manera, la batalla que describimos.


Desarrollo de la contienda

Chilecito estaba controlado por las fuerzas “nacionales” del coronel José María Linares, a quien se le pidió que controle y siguiera de cerca a las montoneras que aparecían por doquier. En la zona, Linares tenía una guarnición de 300 soldados; más tarde, y provenientes del departamento de Arauco, se le sumarán doscientas tropas más que se hallaban bajo el mando del coronel Nicolás Barros.

Ambos jefes mitristas habían hecho un mal cálculo de la situación. Pensaban que el teniente coronel Martiniano Charras había exterminado a las fuerzas de Felipe Varela en la localidad de Las Bateas, cuyos restos pensaban encontrar cerca de Chilecito, pero grande fue la sorpresa cuando tanto Linares como Barros tuvieron en frente al ejército federal completo y dispuesto al enfrentamiento inminente.

Las acciones se desencadenaron el día 16 de junio de 1867, en la Quebrada de Miranda. Al frente de la montonera, que era superior en número al enemigo, estaba Felipe Varela, y lo secundaban, entre otros, el coronel Severo Chumbita y el capitán Ambrosio Chumbita. La infantería del comandante Barros, no pudiendo frenar la rabiosa embestida de los gauchos montoneros, emprendió rápidamente la huida, actitud que imitaron las fuerzas de caballería del coronel Linares.

Felipe Varela decide no darles tregua ordenando la inmediata persecución de las tropas unitarias. Jefes y tropas escapan con desesperación mientras que los soldados atrapados son rápidamente ejecutados. En dicha persecución logran dar con un ayudante de Linares, don Santiago Sierra, al cual degollarán días más tarde. Entre tanto, los montoneros federales, viéndose amos y señores de la situación, persisten en la búsqueda de los soldados mitristas. El coronel José María Linares había permanecido varios días escondido entre la vegetación de la Quebrada de Miranda, hasta que una partida federal lo captura y lo lleva prisionero.

Muy mala fama se había hecho este Linares por aquellas zonas, donde los lugareños lo tenían como uno de los más perversos matadores de montoneros. Las fuerzas del Quijote de los Andes organizaron un consejo de guerra contra el coronel Linares que lo condenó a ser pasado por las armas. En el proceso, el reo confesó con frialdad sus horripilantes crímenes. Su ejecución se llevó a cabo en la plaza principal de Famatina, el 24 de junio de 1867.

Un ex integrante de las tropas de Linares y, como él, enemigo acérrimo de las montoneras federales, don Vicente Almandoz Almonacid, expresó en su momento que “de este modo terminó el hombre que sirviendo a la causa de los principios, era odiado por las chusmas, porque siempre había sido el azote de los montoneros en estos departamentos”.

Tras este importante triunfo, los gauchos federales volvían a afianzar su poder en el noroeste argentino, al tiempo que cuidaban que los paisanos no vayan como carne de cañón a los frentes paraguayos y que el nuevo orden liberal no se imponga en las comarcas y provincias del interior. Luego de las acciones, Felipe Varela se dirigió a Chilecito en donde el montonero de nacionalidad chilena, Estanislao Medina, lo esperaba con los brazos abiertos. Ante estas novedades, un impaciente y desconcertado Bartolomé Mitre, como presidente de la nación, decide organizar una embestida más planificada y con mayor grado de dureza y represión sobre las montoneras criollas. Otra etapa comenzaría desde entonces.


Fuente


De Paoli, Pedro y Mercado, Manuel G. “Proceso a los Montoneros y Guerra del Paraguay”, Eudeba, 1973.

Luna, Félix. “Felipe Varela. Grandes Protagonistas de la Historia Argentina”, Editorial Planeta, Octubre de 2000.

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Turone, Gabriel O. – El triunfo federal de la Quebrada de Miranda – Buenos Aires (2009).

martes, 1 de mayo de 2018

Guerra de la Independencia: Combate de la Quebrada de Salta

Combate de la Quebrada de Salta




Combate de la Quebrada de Salta - 21 de Enero de 1814


Luego de la derrota de Ayohuma, acaecida el 14 de noviembre de 1813, el general Manuel Belgrano, después de una peregrinación con mil penurias por entre sierras y montañas, encerrado en un largo mutismo, llegó a Potosí con 700 hombres; pidió enseguida se le trajeran a marchas forzadas los cañones que había en Jujuy, tal vez con mira de fortificarse; pero noticiado a los dos días que el enemigo, esta vez perseguidor implacable, estaba próximo, continuó la retirada, llevando la infantería a sus inmediatas órdenes y la caballería a las de su mayor general, que marchó a retaguardia.

Alvear renunció a su candidatura de jefe del Ejército del Norte cuando supo que de éste no quedaban sino reliquias, por cuyo motivo se pensó en el coronel José de San Martín, que se había distinguido en la Capital como organizador del regimiento de Granaderos a Caballo con que diera la bizarra sableada de San Lorenzo, hoy famosa como las grandes batallas, a causa de la nombradía conquistada en el Pacífico por el jefe vencedor.  San Martín se trasladó al norte con refuerzos para Belgrano, pero suspendiendo su aceptación del nombramiento de general en jefe, lo cual creía necesario para trazar un plan de campaña, aunque él fuese sólo defensivo.  Suceder a Belgrano era dejarse ceñir una verdadera corona de espinas.

El nombre de Manuel Dorrego no estaba olvidado en la Capital, por más que no es imaginable se supiera allí toda la importancia del papel que había desempeñado en Tucumán y Salta, quien lo llevaba.  El doctor Alvarez Jonte, conocedor de las glorias que aquél había conquistado en Chile, y amigo consecuente, pertenecía al partido dominante, había formado parte del gobierno anterior y conservaba prestigios en las esferas oficiales; el mismo Gervasio Antonio Posadas, el más caracterizado de los personajes que formaban el Triunvirato de entonces, tenía relación con el jefe titular de los “Cazadores”, según resulta de sus cartas a San Martín: ello explica que mientras salían los auxilios de Buenos Aires, Dorrego fuese encargado por el Gobierno General de reunir en la provincia de Salta los dispersos que llegaron del Alto Perú, reclutar nuevos soldados y acumular todos los artículos de guerra que pudiese, enviándosele pliegos reservados cuyo contenido no se han podido conocer. (1)  Tratábase, como se ve, de una misión de alta confianza que pudo darse al coronel Chiclana, y que revela no se le consideraba moralmente deprimido a Dorrego por el sumario que le instruían y del que Belgrano había dado cuenta en su oportunidad. (2)

Dorrego se desenvolvió con buen éxito.  En quince días solamente reunió 250 dispersos, alistó 500 soldados nuevos con los cuales organizó un nuevo regimiento que llamó de “Partidarios”, plantel de las heroicas huestes que había de realizar una de las resistencias más célebres y fructíferas de América, requisó 1.000 caballos y algún ganado vacuno; hizo fabricar lanzas, fornituras y municiones. (3)  ¡Jefe extraordinariamente laborioso y pueblo extremadamente patriota!  Chiclana facilitó en los primeros momentos la acción de Dorrego, y luego (el 8 de diciembre) se trasladó a Humahuaca para apreciar mejor la situación desde allí, transfiriendo el mando político de la provincia de Salta al Cabildo de su Capital, y el militar a Dorrego. (4)

Chiclana debió conferenciar con Belgrano en cada ocasión, preparando la vuelta de Dorrego al ejército con el relato de lo que hacía éste por orden del Gobierno General, reforzado por un consejo amistoso; pues coincidió con el viaje del gobernador de Salta el envío hecho por el general en jefe a su coronel suspendido, de una justiciera y reparadora carta, en la cual le pedía se le incorporase, diciéndole que atribuía a su ausencia los dos grandes descalabros sufridos. (5)  Cualesquiera sean los antecedentes del llamamiento a Dorrego, aún cuando entre ellos deba contarse alguna indicación directa hecha desde la Capital, que estaría en la lógica de las cosas, nada desmerece la nobleza del acto de Belgrano, realizado en tal forma que era un sacrificio de vanidades de que ningún hombre está exento, y una hermosa expansión del alma.

Dorrego se unió con las fuerzas que tenía, a sus antiguos compañeros en Jujuy, y Belgrano lo recibió afectuosamente “colmándolo de distinciones”, según un testigo presencial (6); no tuvo reparo alguno para repetir a presencia de jefes y oficiales el juicio que había consignado en su carta y dando públicas satisfacciones a su talentoso amigo, recordó que las discrepancias en materia religiosa lo arrastraron a escandalizarse demasiado por un duelo, y dijo repetidas veces: “Más me valiera tener al lado mío a Dorrego que al Papa”. (7)

El general oyó con la mayor deferencia a Dorrego, que le expresó sus puntos de vista para contener al enemigo ensoberbecido, y accedió a la reorganización del batallón de “Cazadores” realizada con los mejores soldados que quedaban.  Al saber la proximidad de San Martín, Belgrano entabló correspondencia con él, acogiéndolo como a un maestro, con olvido de su papel de rival desairado. (8)  En una de sus cartas al jefe que, ya debía colegir, venía a sucederle, fechada el 25 de diciembre en Jujuy, el infortunado general se expresaba de esta manera: “Estoy meditando montar los “Cazadores” y sacar cuantos sean buenos de los cuerpos para aumentarlos y ponerlos al mando del coronel Dorrego, único jefe con quien puedo contar por su espíritu, resolución, advertencia, talentos y conocimientos militares, para que en caso de una retirada me cubra la retaguardia y acaso pueda sostenerse en esta parte del Pasaje o río Juramento, a fin de que el paso, en caso de creciente, nos sea más fácil conseguirlo sin pérdida o la menor posible”. (9)

Con los salvados de Ayohuma y el contingente aportado por Dorrego, Belgrano veíase al frente de 1.800 hombres, pero ellos en gran parte estaban vencidos ya por la fatiga, y sin espíritu.

Deseaba el Triunvirato que San Martín aceptara el nombramiento de mayor general para ascenderlo a general en jefe después que Belgrano, obedeciendo a un llamado, se pusiera en viaje a la Capital, donde debía explicar sus derrotas; pero San Martín se resistía, pretextando ser aquello desagradable a las tropas que volvían del Alto Perú, por cuyo motivo Posadas le escribió confidencialmente el 27 de diciembre: “Tenemos el mayor disgusto por el empeño de usted en no tomar el mando en jefe, y crea que nos compromete mucho la conservación de Belgrano.  El ha perdido hasta la cabeza, y en las últimas comunicaciones ataca de un modo atroz a todos sus subalternos, incluso a Díaz Vélez, de quien dice que para cuidar de la recomposición de armas será bastante activo, y a eso lo ha destinado”. (10)  Le adjuntaba una carta de Tomás Guido, diciéndole contener la explicación más circunstanciada, sobre el desastre de Ayohuma, que se había podido lograr, previniéndole que este patriota lo vería pronto y estaba encargado de convencerlo de que no debía insistir en sus renuncias.

Del campo de Ayohuma los realistas salieron muy poco dañados, y por eso la persecución que hicieron fue tan activa que Belgrano tuvo que designarse a evacuar el Alto Perú, dando por terminada la campaña, aun cuando allí quedaban muchos amigos dispuestos a resistirse.

Pezuela lanzó tras los argentinos que se replegaban –con instrucciones  de invadir la provincia de Salta, dominarla y establecerse en la ciudad de Tucumán, donde combinaría operaciones con la plaza de Montevideo- una división de 1.500 hombres mandada por el general Juan Ramírez, que traía de jefe de vanguardia al coronel Saturnino Castro.

Al acercarse esta fuerza a Jujuy, Belgrano desalojó la población confiriendo el mando de su retaguardia a Dorrego, que con 300 hombres mal armados, compuestos por una compañía de infantería y un cuerpo de caballería, disputó el terreno “palmo a palmo”, según la expresión del honorable cronista. (11)

El mismo día del desalojo de Jujuy, la retaguardia patriota sostuvo un fuerte tiroteo y después hubo otros choques; el más importante y que ha merecido grato recuerdo, fue el de Quebrada de Salta.  Desgraciadamente, aquí tenemos que dejar una laguna que no hemos podido llenar, por el resultado negativo de muchas diligencias en procura de la documentación necesaria; ésta debe haberse destruido o estar en poder de algunos de esos coleccionistas que creen consiste el mérito de sus papeles en que no los conozca nadie más que ellos y la polilla, que poco a poco se los va engullendo. (12)

El combate


Dorrego contuvo el paso de la fuerza que avanzaba, pero cediéndolo; y en enero de 1814, Belgrano no había hecho el pasaje del río Juramento, y Castro se aproximaba a la ciudad donde hallaría la novia adorable que se mantenía fiel al traidor y perjuro, porque nada hay más indulgente que un corazón de mujer ilusionado.

Cerca de la ciudad existen cuatro lomas que se extienden en líneas paralelas “en forma de anfiteatro” y que a Dorrego parecieron trincheras que le brindaba la naturaleza para realizar hazaña digna de Leónidas; el paraje se llama “Quebrada de Salta”, y allí el 21 de enero de 1814, se situó la retaguardia patriota reforzada con un escuadrón de Granaderos a Caballo, para impedir el avance de castro, mientras Belgrano atravesaba el río Juramento.

Dorrego, que tenía como segundo al mayor Máximo Zamudio, que se distinguió muy señaladamente en la retirada de Ayohuma, y como oficiales a Manuel Rojas y Rudecindo Alvarado, dividió sus tropas en piquetes de cincuenta hombres que escalonó tras las lomas, ingeniosamente diseminados, y al aproximarse al enemigo hizo sonar incesantemente los clarines para engañarlo y atraer destacamentos a distintos sitios, a fin de hacerlos pedazos.  Pero Castro, que se presentó con toda su división a las 11 de la mañana, atemorizado, creyendo que todas las fuerzas patriotas se le oponían, no separó ni un hombre de su línea, y a vivo fuego atacó en masa las posiciones de su hábil adversario, quien, haciendo aparecer en una altura cincuenta tiradores que inmediatamente se ocultaban, apareciendo otros tantos en otra, según los movimientos de los realistas, sostuvo el combate durante todo el día, fusilando por todos los flancos a la vanguardia enemiga, hasta que al morir el crepúsculo, agotadas sus municiones y conseguido lo que se había propuesto –pues Belgrano ya estaba en la otra margen del Juramento- después de replegarse de loma en loma muy lentamente, desalojó la última de éstas y muy luego se ocultó a los ojos de sus contrarios en una serranía.  Los “Granaderos a Caballo” no dispararon un tiro en este combate, -después del cual, según la frase de Paz, “el enemigo se hizo más circunspecto”-, por haber servido de reserva.  No existe cálculo, ni aún aproximado, de las bajas sufridas por los realistas en la acción; pero Dorrego afirma haberles causado “un gran daño”, no teniendo él, en cambio, más que 3 muertos y 2 heridos.

Esa misma noche la retaguardia patriota vadeó el río Arias para establecerse en Guachipas, desde donde, según estaba convenido anticipadamente con el general, comenzó a hacer la guerra de recursos por medio de partidas sueltas, sólidamente apoyadas por el vecindario.  El audaz guerrillero había sido nombrado gobernador de Salta, y tenía instrucciones escritas de Belgrano, en que éste le transfería sus facultades, al norte del Juramento.

Castro entró, después de la acción de la Quebrada, a su ciudad nativa; pero la encontró casi desierta, porque una gran cantidad de vecinos había emigrado, llevándose casi todo aquello que podía serle útil.

Referencias


(1) Se ignora qué se hayan hecho los papeles de Dorrego.  En documentos originales del Archivo General de la Nación, consta que los pliegos fueron recibidos, pero nada más.

(2) Manuel Dorrego – Cartas apologéticas.

(3) Manuel Dorrego – Cartas apologéticas.

(4) Así lo dice Chiclana en nota al Gobierno General que se encuentra en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires.

(5) Manuel Dorrego – Cartas apologéticas.

(6) José María Paz – Memorias.

(7) Cornet – Memoria

(8) “Empéñese usted en valorar si es posible –escribía Belgrano a San Martín- y en venir no sólo como amigo sino como maestro mío, mi compañero y mi jefe si quiere, persuadido de que le hablo con mi corazón, como lo comprobará la experiencia”.

(9) Original en el Museo Mitre.

(10) Original en el Museo Mitre.

(11) José maría Paz – Memorias.

(12) Las operaciones de la retaguardia mandada por Dorrego, constan de las vagas referencias del general Paz, de las poco más explícitas en esa parte, contenidas en las “Cartas apologéticas” y de algunas cartas de Belgrano a San Martín, cuyos originales están en el Museo Mitre.  Hasta el parte del combate de la Quebrada de Salta no aparece; en el Museo Mitre se halló la carta con que Belgrano lo envió a San martín, pero nada más.

Fuente


  • Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
  • Paz, José María – Memorias póstumas.


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Uteda, Saturnino – Vida Militar de Dorrego – La Plata (1917).

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