El 22 de enero de 1826, en El Callao (Perú) se rinde la Fortaleza del Real Felipe, último reducto de la resistencia española en Sudamérica. El Segundo sitio del Callao fue el asedio más prolongado ocurrido en la costa del Océano Pacífico durante las guerras de independencia hispanoamericana. El asedio lo tendieron las fuerzas independentistas combinadas gran colombianas y peruanas contra los soldados realistas que defendían la Fortaleza del Real Felipe del puerto del Callao, quienes se negaron a rendirse, y rechazaron acogerse a la capitulación de la Batalla de Ayacucho, aunque los defensores desconocían que por una cláusula secreta no estaban incluidos en dicha capitulación, por lo que sitiados habían quedado en entera responsabilidad de proceder según alcanzaran su honor y patriotismo. En el sitio, que dio comienzo antes de las campañas de Junín y Ayacucho, desde la recaptura de la fortaleza el 5 de febrero de 1824, se prolongó hasta su capitulación el 23 de enero de 1826, y se llegaron a disparar desde la fortaleza por los defensores 9.533 balas de cañón, 454 bombas, 908 granadas, y 34.713 tiros. Los sitiadores independentistas al mando del general venezolano Bartolomé Salom dispararon 20.327 balas de cañón, 317 bombas e incontables balas. A esto se suma el bloqueo naval de las flotas combinadas de Perú con la fragata Prueba, corbeta Limeña y los bergantines Congreso y Macedonia, Chile con la fragata O'Higgins y bergantín Moctezuma y Gran Colombia con la corbeta Pichincha y bergantín Chimborazo, comandadas en su conjunto, en diferentes momentos, por el contralmirante Martín Guisse (Perú), el almirante Manuel Blanco Encalada (Chile) y el almirante general Juan Illingworth Hunt (Gran Colombia). El asedio marítimo y terrestre del Callao continuó hasta enero de 1826, siendo finalmente derrotadas las fuerzas realistas. Aunque ni Rodil ni la guarnición planearon jamás una rendición, ya no había esperanza de refuerzos de España tras más de un año de inútil espera; la propia guarnición estaba alimentándose de ratas a falta de otra comida disponible, y con las municiones a punto de acabarse, por lo que empiezan las negociaciones con el general Salom el 11 de enero de 1826 y concluyen en la entrega de la fortaleza el 23 de ese mismo mes. La asombrosa resistencia del jefe realista mereció que Simón Bolívar dijera a Bartolomé Salom después del triunfo, cuando este último pedía fusilar a Rodil: “El heroísmo no es digno de castigo”. La capitulación permitió la salida de los últimos sobrevivientes del Ejército Realista (sólo 400 soldados de los 2800 que existían al inicio) con todos los honores. La mayoría de civiles refugiados había ya fallecido y los restantes quedaron como sospechosos a las nuevas autoridades de la República y muchos en efecto también partieron a España. Rodil salvaba las banderas de los regimientos Real Infante y del Regimiento de Arequipa, las demás quedaban como trofeo de guerra del vencedor, poco después se embarcaba para España acompañado de un centenar de oficiales y soldados españoles que habían servido bajo su mando. Se eliminaba así el último baluarte del Imperio Español en América del Sur.
Por: Historia del Federalismo Rioplatense (www.facebook.com/profile.php?id=100063580060848)
¿Cuáles fueron los errores estratégicos que cometió Perú que le hicieron perder la Guerra del Pacífico allá por 1879?
El resultado de la Guerra del Pacífico (1879-1884) entre Chile y Perú (junto con Bolivia) estuvo influenciado por una combinación de factores, incluidos los errores estratégicos cometidos por las fuerzas peruanas y bolivianas. Estos son algunos errores estratégicos clave cometidos por Perú durante el conflicto:
1. Falta de preparación naval: Perú subestimó la importancia del poder naval en la guerra. La Armada de Chile estaba mejor preparada y contaba con una flota más moderna, incluidos buques de guerra acorazados. Perú no fortificó adecuadamente sus puertos ni modernizó sus fuerzas navales, dejándolo vulnerable al dominio naval chileno.
2. Exceso de confianza: Perú y Bolivia pueden haber tenido un exceso de confianza en sus capacidades militares. Bolivia, en particular, creía que su aliado, Perú, brindaría un apoyo sustancial. Sin embargo, este apoyo fue a menudo insuficiente en la práctica.
3. Fracaso en asegurar la cooperación boliviana: Perú y Bolivia fueron aliados en la guerra contra Chile, pero a veces faltaba su cooperación. Los esfuerzos de Bolivia se concentraron principalmente en el teatro norte del conflicto, mientras que Perú enfrentó la peor parte de la ofensiva chilena en el sur. La falta de una estrategia coordinada debilitó sus esfuerzos combinados.
4. Desafíos logísticos: Perú enfrentó desafíos logísticos significativos en el suministro de sus tropas, particularmente en el árido y desolado teatro de guerra del sur. Chile controlaba el mar, lo que dificultaba que Perú transportara tropas y suministros por mar.
5. Falta de apoyo internacional: Perú y Bolivia esperaban más apoyo internacional en su conflicto con Chile, pero este apoyo fue limitado. Chile, por otro lado, tuvo más éxito diplomático y aseguró armas y financiamiento de fuentes extranjeras.
6. Pérdida de batallas clave: Perú sufrió derrotas significativas en batallas clave, como la Batalla de Tacna y la Batalla de Arica, que debilitaron su posición y control sobre territorios clave en el sur de Perú. Estas derrotas permitieron a Chile ejercer control sobre valiosos recursos y territorio.
7. Política Interna y Liderazgo: Perú experimentó inestabilidad política durante la guerra, con cambios en el liderazgo que afectaron su estrategia militar. Los frecuentes cambios de mando y las rivalidades políticas entre los líderes peruanos interrumpieron la cadena de mando y la implementación de la estrategia.
8. Tensión económica: El conflicto prolongado tensó la economía de Perú, lo que dificultó sostener el esfuerzo bélico. Chile, con su acceso más amplio a los mercados internacionales, disponía de mayores recursos económicos.
9. Sitio de Lima: La captura y sitio de Lima, la capital de Perú, por parte de Chile en 1881, fue un punto de inflexión significativo en la guerra. Condujo a la captura de importantes líderes políticos y militares, lo que debilitó aún más la capacidad de resistencia de Perú.
10. Fin de la alianza: Eventualmente, Bolivia y Perú terminaron su alianza, lo que llevó a acuerdos de paz separados con Chile. Esto aisló aún más a Perú y limitó su capacidad para continuar el conflicto.
La Guerra del Pacífico fue un conflicto complejo y multifacético influenciado por varios factores, incluida la estrategia militar, la diplomacia, la logística y el liderazgo. Si bien los errores estratégicos fueron ciertamente un factor en la derrota de Perú, es importante reconocer que la guerra tuvo dimensiones geopolíticas y económicas más amplias que contribuyeron a su resultado.
General Juan Antonio Alvarez de Arenales (1770-1831)
Nació el 13 de junio de 1770 en Villa de Reinoso, situada entre
Santander y Burgos (provincia de Castilla la Vieja). Su padre fue
Francisco Alvarez de Arenales, perteneciente a una distinguida familia
del Distrito, quien se había propuesto para su hijo una esmerada
educación, pero su prematuro fallecimiento cuando Arenales tenía
solamente 9 años, malogró estos propósitos. Su madre fue María González
de antiguo linaje de la provincia de Asturias.
A la muerte de su progenitor, Arenales fue educado por su pariente
Remigio Navamuel, dignatario de la iglesia de Galicia y desde sus
primeros años reveló gran vocación por la carrera de las armas, razón
por la cual a los 13 años era dado de alta como cadete en el famoso
Regimiento de Burgos. Por su voluntad pasó en 1784 al Regimiento “Fijo”
de Buenos Aires, donde se perfeccionó en las ciencias exactas y preparó
su espíritu para acometer las grandes empresas que le tocó en suerte en
su larga y brillante carrera. Su contracción al servicio y su
excelente conducta le granjearon la buena disposición de sus
superiores. El virrey Arredondo el 6 de diciembre de 1794, lo promovía a
teniente coronel de las milicias provinciales de Buenos Aires y, en la
misma fecha, lo transfería con igual grado a las milicias del Partido de
Arque (provincia de Cochabamba), nombrándolo el 26 de enero de 1795
subdelegado del mismo partido. En dos ocasiones en que fue necesario
resistir las invasiones portuguesas en la Banda Oriental, acreditó su
fidelidad, honor y patriotismo. El 10 de mayo de 1798 era designado
subdelegado del Partido de Curli (Pilaya y Paspaya) en la provincia de
Charcas y posteriormente el 18 de diciembre de 1804, pasaba a ocupar el
mismo puesto en el partido de Yamparaes, en la misma Intendencia de
Charcas. En estos puestos administrativos, Arenales desplegó su mayor
celo en la imparcial aplicación de la justicia, “especialmente en la
protección de los indígenas, de cuya suerte se demostró muy
especialmente solícito, por ser los más oprimidos”. Sin embargo
progresaba lentamente la infiltración revolucionaria en las colonias
españolas de América: el 25 de mayo de 1809 se produce en la ciudad de
Chuquisaca una rebelión contra su presidente Ramón García Pizarro, al
grito de “¡Muera Fernando VII! ¡Mueran los chapetones!”, deponiéndolo.
Encontrándose en aquella revuelta el entonces coronel graduado Alvarez
de Arenales, simpatiza abiertamente con los rebeldes, no obstante su
origen español, motivo por el cual le nombran comandante general de
armas; organiza las fuerzas rebeldes poniéndose al frente de ellas, pero
el 21 de diciembre llegan los generales Nieto y Goyeneche con tropas
realistas y ahogan en sangre la rebelión, tomando preso a Arenales que
ingresa en las prisiones del Callao después de permanecer seis meses en
los lóbregos calabozos del Alto Perú, sufriendo la confiscación de sus
bienes. En las Casamatas de la famosa fortaleza, Arenales permaneció
quince meses, durante los cuales hasta corrió el riesgo de ser
fusilado. Finalmente se evadió y embarcándose para regresar a las
Provincias Unidas del Río de la Plata, naufragó en Mollendo, viéndose
reducido a la desnudez y más absoluta miseria; logró llegar a las
proximidades de Chuquisaca, donde supo con profunda pena el fracaso de
los patriotas en la jornada de Huaqui, el 20 de junio de 1811. Regresa a
la provincia de Salta, donde había contraído enlace con María Serafina
Hoyos y Torres, fundando su hogar lo que iba a ser una de las
principales causas de su adhesión a la Patria naciente y del valor y
lealtad con que cooperó a su emancipación. En un admirable documento
que revela su elevación espiritual se dirigió a la asamblea nacional
Constituyente, solicitando la ciudadanía argentina, identificándose así
con la nacionalidad que contribuía a crear. En aquella época (1811)
vivía a 36 leguas al S. de la ciudad de Salta, entre las montañas y
bosques de Guachipas, en su estancia la “Pampa Grande”.
En el año 1812, el general Tristán penetró en la provincia de Tucumán
con una fuerza enviada desde Lima por el virrey Abascal, dejando un
destacamento en Salta. Alvarez de Arenales que había sido electo
regidor y alcalde del primer voto del Cabildo de Salta, se puso a la
cabeza de un movimiento rebelde, el cual fue sofocado por los realistas,
lo que obligó a Arenales a ocultarse en Salta, corriendo los mayores
peligros, para esquivar la persecución de sus enemigos. Llegado a
Tucumán, justamente después de las victorias de Las Piedras (3 de
setiembre de 1812) y de Tucumán (24 del mismo mes y año) allí el general
Belgrano no pudo menos que simpatizar con este hombre austero en sus
costumbres, estoico por temperamento y tenaz en sus propósitos. Entre
ambos se estableció rápidamente una franca amistad. El Ejército
vencedor prosiguió su avance hacia el Norte, acompañando Arenales a
Belgrano en la campaña que terminó con la magnífica victoria de Salta,
el 20 de febrero de 1813, que originó la capitulación del general
Tristán y en la cual le cupo a Arenales actuación descollante. El 19 de
setiembre de 1818 el Director Pueyrredón le extendió el diploma
acordándole el escudo de oro por la acción de Salta.
Por su participación en aquella batalla y por su decisión por la
causa libertadora, el gobierno argentino le otorgó los despachos de
coronel graduado, el 25 de mayo de 1813 y el 6 de julio del mismo año se
le otorgaba la carta de ciudadanía que había solicitado en nota, que
como queda dicho, reflejaba su espíritu selecto. El general Belgrano lo
designaba el 6 de setiembre de 1813, para el puesto de gobernador
político y militar de la provincia de Cochabamba y de todas sus
dependencias. Cuando se produjeron los desastres de Vilcapugio y
Ayohuma, pocos días después, el coronel Arenales quedó cortado en
Cochabamba y en completo aislamiento a causa de la retirada del ejército
patriota. “Este bizarro jefe -dice el general Paz en sus Memorias
póstumas-, tuvo que abandonar la capital, pero sacando las fuerzas que
él mismo había formado y los recursos que pudo, se sostuvo en la
campaña, retirándose a veces a los lugares desiertos y escabrosos, y
aproximándose otras a inquietar los enemigos a quienes dio serios
cuidados. La campaña que emprende desde este momento el coronel
Arenales coronada de triunfos, es su gloria inmortal”. Aquella campaña
tan larga como heroica, fue de consecuencias profundas para la causa de
la emancipación americana.
Mitre en su Historia de San Martín, ha trazado la vigorosa silueta de
Arenales, con las siguientes palabras: “Solo hombres del temple de
Arenales y de Warnes podrían encargarse de la desesperada empresa de
mantener vivo el fuego de la insurrección de las montañas del Alto Perú,
después de tan grandes desastres, quedando completamente abandonados en
medio de un ejército fuerte y victorioso y sin contar con más recursos
que la decisión de las poblaciones inermes y campos devastados por la
guerra”. La fuerza que organizó no pasaba de 200 hombres, con los que
emprendió una marcha hacia Santa Cruz de la Sierra, a través de millares
de realistas, a los cuales arrolló en todos los encuentros que tuvo con
ellos; motivo que inflamó el ardor marcial y retempló las fibras
patrióticas de sus subordinados. Arenales llevó su valor singular hasta
el extremo de atacar en La Florida, con 300 hombres, una fuerza
realista al mando del coronel Blanco, justamente triple en efectivos: La
acción tuvo lugar el 25 de Mayo de 1814 y es uno de los más justos
timbres de la gloria de este gran soldado. “Aún no habían cesado los
cantos del triunfo -dice Pedro De Angelis- cuando el coronel Arenales,
que se había separado momentáneamente de sus tropas avanzándose en
persecución de los prófugos, se vio en la precisión de defender su vida
contra 11 soldados enemigos, que lo acechaban para lavar en su sangre la
afrenta de sus compañeros. La lucha fue larga y obstinada, pero al fin
sucumbieron los agresores, tres de los cuales quedaron muertos y los
demás heridos. Arenales extenuado por la pérdida considerable de la
sangre que manaba de su cuerpo por 14 heridas de sable, hubiera perecido
también sin la oportuna intervención de algunos de sus soldados
atraídos por las descargas que se oían en las inmediaciones del campo”.
El gobierno de las Provincias Unidas premia tan valeroso comportamiento
con el empleo de coronel efectivo discernido con fecha 19 de octubre de
1814 por el Director Supremo Gervasio Antonio Posadas y por decreto del
mismo día. Arenales era nombrado Gobernador Intendente de la Provincia
de Cochabamba. El 9 de noviembre la oficialidad y tropa de la fuerza a
sus órdenes recibe un escudo que decía: “La Patria a los vencedores de
La Florida”.
San Pedro, Postrer Valle, Suipacha, Quillacollo, Vinto, Sipe-Sipe,
Totora, Santiago de Cotagaita, y otros muchos puntos donde sostuvo
desiguales combates contra los realistas, constituyen los brillantes de
la magnífica corona que ciñó la frente del héroe de la Sierra. El
triunfo de La Florida tuvo influencia preponderante en la guerra de la
Independencia, al asegurar la libertad de Santa Cruz, imponiendo la
evacuación de las provincias argentinas del Norte, por parte de las
fuerzas del general Pezuela. El 27 de abril de 1815 tomó la ciudad de
Chuquisaca y 20 días después Cochabamba, provincia que ocupó totalmente.
Por fin, después de 18 meses de épica lucha y de incesantes fatigas y
sorteando peligros a cada instante, Arenales, con su cuerpo de 1.200
hombres levantado casi en su totalidad a expensas de sus pujantes
esfuerzos, con armas y elementos que fue sucesivamente capturando a sus
enemigos, se incorporó al ejército patriota que iniciaba una nueva
campaña en el Alto Perú bajo el mando superior del general José
Rondeau. La Patria había premiado sus esfuerzos, nombrándolo el 30 de
octubre de 1814, comandante general de las tropas del interior, cargo
que le fue discernido por el propio Rondeau, desde su cuartel general en
Jujuy. Poco después, el gobierno de las provincias Unidas lo promovía a
coronel mayor, con fecha 16 de setiembre de 1815 y el 25 de noviembre
del mismo se le otorgaba el título honorífico de coronel del Regimiento
de Infantería Nº 12. Después de la desastrosa batalla de Sipe-Sipe, el
29 de noviembre de 1815, Arenales con los restos del ejército se
repliega sobre la ciudad de Tucumán. Algunos juicios o apreciaciones
contradictorias que lastimaron su alma de soldado, indujeron a Arenales a
solicitar la instrucción de un sumario que pusieron en claro los
servicios que había rendido a la causa independiente. El Director
Supremo, general Pueyrredón, con tal motivo, expidió el siguiente
decreto:
“Hallándose este gobierno con pruebas irrefragables de la virtuosa
comportación, decidido patriotismo y fidelidad del ciudadano de las
Provincias Unidas, Coronel Mayor de los Ejércitos de la Patria, don Juan
A. A. de Arenales y en el concepto de que cualquiera que fuesen los
esfuerzos con que la maledicencia pretenda oscurecer sus distinguido
servicios a la causa de la libertad, jamás contrastarán la ventajosa
opinión que este benemérito jefe ha adquirido en el concepto público de
la gran familia americana, sobreséase en la prosecución de este
expediente, que se devolverá al interesado por conducto del General en
Jefe del ejército auxiliar del Perú, para su satisfacción, etc. etc.”.
Fue Presidente del Tribunal Militar del Ejército del Norte, ejerciendo
el comando en jefe, el general Belgrano.
Batalla de Cerro de Pasco
Permaneció en Tucumán prestando siempre el concurso de una incansable
actividad y de sus luces en el desempeño de comisiones importantes
siendo posteriormente nombrado gobernador de Córdoba en 1819. Pero la
anarquía se enseñorea del territorio argentino: Alvarez de Arenales no
quiere participar en la lucha que destruirá la Patria adoptiva y por
tercera vez prefirió hacer el sacrificio de su vida en defensa de la
libertad americana, dirigiéndose a Chile a ponerse a las órdenes del
general San Martín, que a la sazón preparaba intensamente su expedición
al Perú. “Desde que el general Arenales se presentó al general San
Martín en 1820, este le honró siempre con el tratamiento de “compañero”,
así en la correspondencia como en el trato familiar, siendo Arenales el
único general de los de su tiempo que obtuvo tan señalada y constante
distinción hasta en los actos de etiqueta”. Desembarcado en Pisco el
ejército patriota, el 8 de setiembre de 1820, Arenales recibe de San
Martín el mando de una División de 1.138 hombres, que debía penetrar en
la Sierra, para insurreccionar las poblaciones peruanas al mismo tiempo
que abatiera el esfuerzo realista. Arenales llega rápidamente a las
ciudades de Ica (6 de octubre), Humanga (donde entra después de la
victoria de Nazca, el 15 de octubre), Jauja y Jauma, produciendo en
todas partes un levantamiento general contra la dominación española,
capturando numerosos armamentos de las muchas partidas enemigas que
encuentra y dispersa. Alarmadas las autoridades realistas ante tales
progresos, despachan al Brigadier O’Reilly para batir a Arenales y sus
huestes, teniendo lugar el contacto en el Cerro de Pasco, el cual se
produce después que Arenales ha tomado todas las medidas de seguridad,
para conocer en lo posible, la fuerza que se aproxima, a fin de lanzar
sus tropas al combate en plena seguridad de no caer en una emboscada.
La fuerza realista suma 1.200 hombres; los efectivos contrapuestos son
un poco diferentes en lo que a número se refiere, pues Arenales no
puede concentrar sobre el campo de batalla más de 600 hombres. No
obstante esta disparidad, no vacila y ataca con violencia al adversario,
que es derrotado completamente y que deja 58 muertos y 18 heridos sobre
el campo de batalla y 343 prisioneros incluidos 23 oficiales. Cayeron
además en poder de Arenales dos cañones, 350 fusiles, todas las
banderas, estandartes, pertrechos de guerra y demás elementos bélicos
escapando el enemigo en la más completa dispersión, pues no lograron
hacer partidas de más de 5 hombres, cayendo prisionero en la persecución
el propio brigadier O’Reilly. En conocimiento del espléndido triunfo
alcanzado por Arenales, San Martín, el día 13 de diciembre, expidió la
siguiente orden del día:
“La División libertadora de la Sierra ha llenado el voto de los
pueblos que la esperaban: los peligros y las dificultades han conspirado
contra ella a porfía, pero no han hecho más que exaltar el mérito del
que las ha dirigido, y la constancia de los que han obedecido sus
órdenes para unos y otros se grabará una medalla que represente las
armas del Perú por el anverso y por el reverso tendrá la inscripción “A
los Vencedores de Pasco”. El General y los jefes la traerán de oro, y
los oficiales de plata pendiente de una cinta blanca y encarnada; los
sargentos y tropa usarán al lado izquierdo del pecho un escudo bordado
sobre fondo encarnado con la leyenda, “Yo soy de los vencedores de
Pasco”. San Martín extendió el diploma correspondiente al general
Arenales el 31 de marzo de 1822.
Así termino la primera campaña de la Sierra, incorporándose Arenales
con su División al ejército patriota el 3 de enero de 1821, evocando su
presencia los riesgos y duras penalidades sufridas, no obstante lo cual
la gloria había cubierto a sus componentes, siendo recibida
triunfalmente por sus compañeros de armas. San Martín recibió de manos
del glorioso vencedor del Cerro de Pasco “13 banderas y 5 estandartes,
entre las que se habían tomado en las provincias de su tránsito o en el
campo de batalla”. Designado el 19 de abril del mismo año por San
Martín comandante general de la División, Arenales inicia su segunda
campaña de la Sierra organizando su fuerza con los cuerpos siguientes:
Granaderos a Caballo, coronel Rudecindo Alvarado; Batallón de “Numancia”
(1º de Infantería del ejército), coronel Tomás Heres; Batallón Nº 7 de
los Andes, coronel Pedro Conde; Batallón de Cazadores del ejército,
teniente coronel José M. Aguirre y 4 piezas de artillería; a estas
tropas debía incorporarse la pequeña fuerza del coronel Gamarra,
compuesta de patriotas peruanos. La División Arenales partió del
cuartel general de Huaura, el 21 de abril. San Martín le ha precedido
en su camino triunfal con su famosa proclama a los habitantes de Tarma,
en la cual les dice: “Vuestro destino es escarmentar por segunda vez a
los ofensores de la Sierra; el General que os dirige conoce tiempo ha el
camino por donde se marcha a la victoria; él es digno de mandar, por su
honradez acrisolada, por su habitual prudencia, y por la serenidad de
su coraje: seguidle y triunfaréis”. Arenales llega a Oyón el 26 de
abril; allí encuentra la División Gamarra, que se le incorpora, la cual
está casi deshecha, tal es su estado. En Oyón, Arenales recibe detalles
de las fuerzas realistas que se hacen ascender 2.500 hombres de línea.
Reorganizadas sus tropas, Arenales prosigue su avance el 8 de mayo en
dirección a la Sierra. El 12 llega a Pasco. En persecución de
Carratalá llegaba el 17 de mayo a Carguamayo; el 20 estaba con su
división en Palcamayo, el 21 en Tarma, y el 24 de mayo llega a Jauja.
El armisticio de Punchauca, celebrado entre San Martín y el Virrey
Laserna, interrumpió las operaciones en la Sierra, pero si bien este
acontecimiento fue solemnemente propicio a Carratalá, no le fue menos a
Arenales, que se entregó tesoneramente a la tarea de reorganizar e
instruir sus valientes tropas. Terminado el plazo de 20 días de
armisticio, que empezó a contarse desde su concertación el 23 de mayo,
el día 29 de junio Arenales prosiguió sus interrumpidas operaciones, día
que ocupó por la fuerza el pueblo de Guando, capturando íntegra la
compañía de cazadores del batallón realista “Imperial Alejandro”, pero
una nueva suspensión de las hostilidades concertada por el General en
Jefe, que le fue comunicada aquel mismo día, obligó a Arenales a detener
la marcha victoriosa que había iniciado sobre Carratalá. El general
patriota regresó a Jauja, donde se encontraba el 9 de julio, fecha en
que le llegó la noticia de que el general Canterac había salido de Lima
con 4.000 hombres, recibiendo Arenales en el mismo día, el parte e la
dirección de marcha que seguía el jefe español.
Inmediatamente se reunió una junta de guerra, la cual por unanimidad,
resolvió marchar al encuentro del ejército español, para atacarlo al
pasar la cordillera; con este fin, el 10 se puso en marcha Arenales con
su vanguardia por la ruta de Guancayo e Iscuchaga; el 12 llegaba la
División al primer punto nombrado, donde hizo alto; allí recibió
Arenales a las 10 de la noche la noticia de que Canterac ya cruzaba la
cordillera en dirección conocida hacia Guancavélica. En la madrugada
del 13, la División prosigue su marcha con objeto de dar alcance a la
vanguardia enemiga y batirla, pero no era aún de día cuando llegó un
chasque conduciendo pliegos de San Martín, en los cuales le anunciaba la
ocupación de Lima por el ejército libertador. Simultáneamente y en
carta aparte, el General en Jefe encarecía a Arenales que de ningún modo
comprometiera su División en un combate, mientras no tuviera la plena
seguridad de vencer, que por lo tanto, si era buscado por el enemigo, se
pusiese en retirada hacia el Norte por Pasco, o hacia Lima por San
Mateo, lo que dejaba a su discreción y prudencia”. Arenales, al recibir
estas instrucciones ordenó detener la marcha a sus cuerpos que estaba
orientada con el fin de buscar a Canterac, para batirlo. Las fuerzas
patriotas bajo su comando, sumaban 1.300. Ante las órdenes recibidas,
Arenales resolvió regresar a Guancayo y finalmente, a Jauja, donde llegó
el 19 de julio. Después de la batalla de Ayacucho, el general Canterac
confesó al general Sucre “que no sabía cómo Arenales no le atacó en
aquella vez: que tuvo por cierta su derrota, si se le hubiese
comprometido a un ataque, cuando tampoco podía eludirlo a causa del mal
estado de sus tropas y animales”. En la noche del mismo 19 de julio,
Arenales recibió del Generalísimo más claras y terminantes instrucciones
en el sentido de que la División se pusiera fuera de todo compromiso lo
más prestamente posible, indicando en las mismas las direcciones en que
convenía ejecutarlo. En la madrugada siguiente Arenales se puso en
marcha en la dirección señalada por San Martín, cumplimentando sus
disposiciones. El 24 de julio estaba en el pueblo de Yauli, llegando a
mediodía a la cima de la cordillera. Desde allí, el camino de San Mateo
conduce a Lima. Arenales descendió la cumbre con ánimo de situarse en
San Mateo y esperar allí nuevas órdenes; este punto dista 26 leguas de
Lima y 9 o 10 de la cumbre, pues el intenso frío reinante lo decidió a
seguir su marcha hasta San Juan de Matucana, distante 19 leguas de Lima a
donde llegó el día 25. Finalmente, el 31 de julio, Arenales recibió
orden del Protector de replegarse sobre Lima con su División, la cual
abandonó la quebrada de San Mateo y entró en la Capital en los primeros
días de agosto con más de 1.000 hombres menos de los que contaba cuando
salió de Jauja, como resultado de la deserción que sufrió por parte de
los milicianos peruanos, al abandonar la región de la Sierra, en
cumplimiento de órdenes superiores. El pueblo de Lima recibió a la
División con particulares demostraciones de aprecio, saliendo fuera de
las murallas considerable gentío que acompañó a la División medio
desnuda hasta sus cuarteles en medio de los vivas más entusiastas.
Arenales anticipó su entrada, vestido de paisano “pues nunca gustó de
este género de cortesía y mucho menos en aquella ocasión en que creía
haber menos motivos para ellas”. El 28 de julio se había proclamado
solemnemente la Independencia del Perú. Arenales, el 22 de agosto de
1821, fue designado por el Protector, Presidente del departamento de
Trujillo y comandante militar del mismo en el cual, siguiendo las
instrucciones de San Martín, formó y disciplinó dos batallones de
infantería y dos escuadrones de cazadores a caballo, enviando a Lima,
además, a 1.800 reclutas de acuerdo con el general Sucre, gobernador de
Guayaquil que había concertado el plan de libertar a Quito, cuando una
grave enfermedad postró a Arenales, que se vio forzado a ceder a otro la
gloria de Pichincha. Restablecida su salud, Arenales fue llamado a
Lima para encargársele la expedición a Puertos Intermedios, comando que
rehusó y fue en cambio otorgado al general Alvarado. Arenales no aceptó
aquel comando no obstante haber declarado Sucre que serviría a las
órdenes de aquél, “pues le reconocía su antigüedad y méritos y ser
Arenales un acreditado general”.
En cambio aceptó el cargo de comandante en jefe del ejército del
centro para expedicionar a la Sierra; pero no pudiendo realizar esta
campaña por falta de recursos Arenales pidió sus pasaportes para el Río
de la Plata, pretextando que sólo continuaría en el mando si el gobierno
le garantizaba recursos y el apoyo de su autoridad. Recibió la promesa
gubernativa de este apoyo y de aquella garantía, pero en realidad no se
cumplimentó nada ante sus justificadas demandas, poniéndose por el
contrario, la situación día a día más crítica. El Congreso quiso
premiarlo y le acordó una medalla de oro con la inscripción: “El
Congreso Constituyente del Perú al mérito distinguido”. Agradeciendo
Arenales este honroso y merecido premio expuso ante el Congreso Peruano
cuál era el estado de su División en la segunda campaña de la Sierra y
su incapacidad para buscar al enemigo. No consiguiendo su objeto, a
pesar de su insistencia, se vio obligado a pedir sus pasaportes,
sintiendo la necesidad de ver a su familia después de una ausencia de
cinco años, la cual por esta causa carecía de lo más necesario. Ante
tan imperiosa demanda, el Congreso decretó socorros para la familia del
general Arenales, a cuenta de sueldos y premios acordados por la
Municipalidad. Entre otros nombramientos y honores que había recibido
del gobierno del Perú, aparte de los señalados en el curso de esta
biografía, conviene destacar: Fundador de la Orden del “Sol del Perú”,
el 10 de diciembre de 1821; Gran Mariscal del Perú, el 22 de diciembre
del mismo año. La medalla acordada por decreto del 15 de agosto de 1821
y discernida el 27 de diciembre del mismo; Consejero de la Orden del
“Sol del Perú”, el 16 de enero de 1822, con la pensión vitalicia de
1.000 pesos anuales; Jefe del Estado Mayor General de los Ejércitos del
Perú el 25 de igual mes y año, el ya citado nombramiento de General en
Jefe del Ejército del Centro, discernido el 14 de diciembre de 1822, por
el general San Martín. En Chile el 28 de marzo de 1822 había sido
condecorado con la “Legión del Mérito” y el 14 de noviembre de 1820 el
Director O’Higgins le otorgaba los despachos de Mariscal de campo de
aquel Estado.
Después de su representación ante el Congreso peruano, el sufrimiento
del Ejército llegó a su colmo y el inflexible Arenales se vio en la
imprescindible necesidad de elevar una queja formal firmada por todos
los jefes del cuerpo, a nombre del Ejército, señalando el abandono en
que éste se hallaba, al cual no se reponían las bajas siempre
crecientes, haciendo resaltar los males palpables resultantes de esa
inacción, terminando su exposición con la súplica de que se emprendiera
la campaña de la Sierra que abriría nuevos recursos a la capital y
destruiría en parte el descontento general que produce la inacción y la
miseria. Alejado del Perú, pasó a Chile, llegando a la provincia de
Salta, donde fue elegido gobernador el 29 de diciembre e 1823. A los
cuidados de la administración interior se reunieron otros que
interesaban a toda la República. Arenales fue comisionado por el
gobierno el 22 de marzo de 1825 para atacar al general español Olañeta,
que después de la jornada de Ayacucho permanecía al frente de una fuerza
realista entre el desaguadero y Tupiza, y para cumplimentar esta orden
marchó con una División para dispersarla. El coronel Carlos Medinaceli
perteneciente a las fuerzas del general Olañeta se sublevó contra su
jefe y se produjo un choque entre ambos bandos, el 1º de abril de 1825,
en Tumusla, donde pereció Olañeta. Medinaceli y casi todo el resto de
la fuerza realista, se entregó a Arenales, terminando así, completamente
la guerra de la Independencia sudamericana. Por ese tiempo tuvo lugar
el pronunciamiento de Tarija en provincia independiente dirigiéndose
Arenales al gobierno nacional, cuyo apoyo le falló a causa de la guerra
que acababa de declararse al Brasil y las reclamaciones de Arenales
quedaron suspendidas por disposición superior en virtud de la misión de
Alvear destinada a entrevistarse con Bolívar. Los esfuerzos posteriores
del general Arenales, tendientes a evitar la desmembración, no fueron
suficientes para eludirla por la influencia decisiva del caudillo
colombiano. En 1826 realizó una exploración de las costas del río
Bermejo, buscando la posibilidad de su navegación, de acuerdo con una
compañía constituida a tal efecto, y proyectó un camino de acceso al
mismo, a la par que trazaba un plano defensivo contra los indígenas.
Poco antes se había concentrado en la tarea de organizar un cuerpo de
500 hombres para engrosar las fuerzas que alistaba la República para
combatir con el imperio del Brasil. Fue en mérito a tantos afanes y
desvelos, que el presidente Rivadavia le otorgó con fecha 7 de agosto de
1826, el empleo de Brigadier de los Ejércitos de la Patria. El 11 de
febrero de este mismo año el ministro de Guerra por orden de Rivadavia
nombró a Arenales “General de todas las tropas existentes en Salta”.
“El general Arenales –dice uno de los biógrafos- estrechamente ligado
al gobierno presidencial, y sobre todo a la persona de Rivadavia, era
la principal columna con que el gabinete presidencial contaba para
organizar un poderoso grupo de fuerzas, que apoyando a Lamadrid en
Tucumán, pudiera servir para desalojar de la provincia de Santiago del
Estero a Ibarra, a Bustos de la provincia de Córdoba, para establecer en
ambas el partido enemigo de éstos caudillos, que por lo mismo empezaba a
llamarse liberal, y sofocar por fin en La Rioja la naciente nombradía
de Quiroga”. No alcanzó a realizar sus propósitos, pues en Salta se
preparaba una asonada con el objeto de deponerlo, pretextando sus
enemigos de que quería perpetuarse en el mando; el movimiento estalló
encabezado por el Gral. Dr. José Ignacio Gorriti, el 28 de enero de
1827, y después de algunas incidencias, el movimiento se resolvió en el
combate de Chicoana, el 7 de febrero, resultando exterminado, pues sólo
se salvó un soldado. Arenales se vio obligado a refugiarse en Bolivia,
cuyo presidente el general Sucre, lo trató con toda deferencia. Se
dedicó a las faenas rurales para subvenir al mantenimiento de su
numerosa familia. Arenales estuvo casado con Serafina de Hoyos, con la
cual tuvieron muchos hijos.
Una inflamación de garganta terminó con su vida en Moraya (Bolivia) el 4 de diciembre de 1831.
Fuera de los cargos y comisiones que se han detallado, el general
Arenales fue designado el 23 de julio de 1823 por el ministro Rivadavia,
para determinar como Representante de las Provincias Unidas del Río de
la Plata, la línea de ocupación por parte del Perú, entre las
autoridades españolas y las de los territorios limítrofes, especialmente
el de estas provincias. Para cumplimentar tal misión, debió
trasladarse a Salta, donde se situó.
Frías dice: “Arenales, solo ya, sigue peleando sin pensar en
rendirse. Un feroz hachazo le tiene el cráneo abierto en uno de sus
parietales. Su cara está tinta en sangre. Otro tajo horrible le abre
desde arriba de la ceja hasta casi el extremo de la nariz, dividiéndola
en dos; otro le parte la mejilla derecha, por bajo el pómulo, desde el
arranque de la sien hasta cerca de la boca. En fin: trece heridas tiene
despedazada su cara, su cabeza y su cuerpo –por lo que sus adversarios
le llamarían con el apodo de “El Hachado”- y todas están manando sangre;
pero él defiende la vida haciéndola pagar caro”.
“El bravo general sigue peleando solo, sin pensar en rendirse. Todos
sus demás enemigos están heridos por su espada; más uno de ellos, que
logra colocarse por detrás, le da un recio golpe con la culata del
fusil; le hunde bajo de la nuca el hueso, derribándolo al suelo sin
sentido, y boca abajo; con lo que lo dejaron por muerto, y continuaron
la fuga”.
Repatriación de sus restos
El historiador Fermin V. Arenas Luque aportó datos valiosos en cuanto
al destino que sufrieron los restos mortales de héroe de “La Florida”:
“Cuando un terrible temblor sacudió al pueblo de Moraya, la iglesia
parroquial se derrumbó. Las sepulturas se removieron y por esta macabra
circunstancia algunas fueron objeto de actos profanatorios. Con el
propósito de que pudiese ocurrir lo mismo con los restos de Arenales, el
coronel Pizarro los sacó del lugar en que se hallaban y los depositó en
el osario común, excepto la calavera, que quedó en poder de dicho
militar”. Tiempo después, en 1874, la calavera del prócer fue remitida
desde Moraya a Buenos Aires, para ser entregada a su hija María Josefa
Alvarez de Arenales de Uriburu, permaneciendo en poder de sus
descendientes hasta fines de la década de 1950.
A lo largo del Siglo XX, en la provincia de Salta, se promovieron
múltiples iniciativas tendientes a tributarle los debidos homenajes y el
justo reconocimiento por la sobresaliente actuación del general
Arenales, una de ellas, de gran significación, fue la que impulsó al
Primer Arzobispo de Salta, el insigne monseñor Roberto J. Tavella, quien
interpretó cabalmente el deseo de los salteños para que sus restos
descansen en la tierra en donde consolidó su hogar y en la cual ejercitó
su mandato como gobernador. Monseñor Tavella decidió contactarse con
los descendientes directos del prócer en Salta, sus sucesores Uriburu
Arenales, que a la sazón la integran las familias: Castellanos Uriburu y
Zorrilla Uriburu, al tiempo que remitió una carta a los otros miembros
de la familia Uriburu Arenales, residentes en Buenos Aires, con el
objeto de solicitarles la remisión de sus restos mortales, a fin de que
los mismos descansen en el Panteón de las Glorias del Norte, en virtud
de los nobles servicios prestados a la Patria.
En uno de los párrafos más salientes de la misiva de Monseñor Tavella
al doctor Guillermo Uriburu Roca afirmaba: “… la presencia de esta
reliquia, vendría a completar la constelación sanmartiniana de Arenales,
Alvarado, y Güemes, los puntos básicos de la estrategia del Gran
Capitán, que tendrán en el Panteón de las Glorias del Norte de nuestra
Catedral, el reposo junto con la admiración de Salta, su tierra amada, y
de todos los americanos”. En la Capital Federal, reunidos los
sucesores del prócer en el domicilio de la señora Agustina Roca de
Uriburu, estos procedieron a labrar una escritura pública por la entrega
de tan inestimable tesoro familiar, ante el escribano Luis. M. Aldao
Unzué, encontrándose presentes en esa ocasión los doctores Atilio y
Pedro T. Cornejo, quienes posteriormente trasladaron la urna provisoria a
Salta.
Una vez arribados a Salta, monseñor Tavella convino en atesorar dicha
reliquia en la Capilla Privada del Arzobispado, hasta tanto se
concluyesen con los trabajos de armado de la urna definitiva.
Posteriormente en la sede del Comando de Ejército con asiento en Salta, y
ante la presencia de autoridades civiles, militares eclesiásticas y
miembros de la familia del prócer, uno de sus sucesores, don Federico
Castellanos Uriburu procedió a introducir la calavera de su antepasado
en la urna que actualmente se encuentra en el referido Panteón.
De este modo, aquél joven español, que se sumara con denuedo a la
guerra por la libertad americana y que luego de sobrellevar una
existencia fraguada de triunfos y contrastes, hoy es motivo de tributo y
gratitud del pueblo salteño y de los miles de hombres y mujeres que
visitan Salta. Todo lo entregó en aras de sus ideales independentistas,
legando para la historia, su testimonio de nobleza humana y su gallardo
temple militar.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Frías, Bernardo – Historia del general D. Martín Güemes y de la Provincia de Salta de 1810 a 1832.
Paz, José María – Memorias póstumas.
Portal Informativo de Salta
Portal www.revisionistas.com.ar
Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1938)
¿Qué pasó con la nobleza Inca y sus descendientes tras la conquista española?
¿Los españoles los exterminaron? ¿Los esclavizaron? ¿El linaje se perdió? Contrario a lo que se creen, con la muerte de Atahualpa la nobleza inca no terminó, sino continuó y con mucho prestigio y poder. El Consejo de los 24 Electores Incas del Qosqo (Alférez Real de los Incas) fue una institución de sumo prestigio creada por el rey Felipe II con la intención de honrar, privilegiar y dar poder a la familia real Inca y sus descendientes, tanto de sangre como mestizos. Inicialmente sus miembros eran cuidadosamente admitidos por los funcionarios de la dicha institución en el siglo XVI y XVII. El proceso era muy riguroso, pues para los reyes españoles los "reyes del Tahuantinsuyo" el ser reyes de un vasto imperio, estaban a su mismo nivel y por ello debían ser tratados como reyes. Muchos integrantes de este Consejo incluso viajaron al Viejo Mundo, casándose con damas de la alta realeza europea. Es por ello que incluso todavía se podría encontrar descendientes Incas en Europa. Este consejo estaba integrado por 24 nobles Incas católicos que pertenecían a la Casa Real Hurin Qosqo y Hanan Qosqo y se admitía a 2 miembros de cada Panaca o Ayllu Real. El poder de esta familia Inca era de tal magnitud que muchos de ellos (por no decir casi todos) ocuparon cargos virreinales e incluso tenían la potestad de declarar la guerra. Un ejemplo de ello lo encontramos en 1780, cuando le declaran la guerra a TupacAmaruII, enviando a Pedro Apo Sahuaraura Inca a combatirlo quien murió, junto a muchos de sus soldados indígenas, en defensa de la Corona española en la Batalla de Sangarará. Fue después de la Independencia cuando esta institución comenzó a desaparecer y con ella a los descendientes directos de la gran panaca real, perdiéndose, por lo tanto, los vestigios de los descendientes de los Incas que forjaron el Tahuantinsuyo. FUENTE: David Patrick Cahill, Blanca Tovías (2003) ..Memorias de Lima
Perú y Colombia: el incidente de Leticia, 1932-1933
En un típico incidente fronterizo, las naciones sudamericanas de Perú y Colombia entraron en guerra en 1932 por un tramo remoto de selva vacía. Se suponía que una disputa fronteriza de larga data se resolvió en marzo de 1922, cuando Perú acordó la transferencia de 2,250 millas cuadradas de su territorio en el Amazonas a Colombia. Esta región, conocida como el “Trapecio de Leticia”, comprendía 68 millas de la margen norte del Amazonas; dado que los ríos desempeñaban el papel principal en las comunicaciones y el comercio de América del Sur, el acceso fluvial siempre fue un factor importante en las relaciones entre los estados. El tratado fue impopular entre los peruanos nacionalistas; no fue ratificado hasta 1927, y la oposición continuó retumbando hasta la década de 1930. El 31 de agosto de 1932,
Para sorpresa del gobierno peruano, los colombianos no estaban dispuestos a aceptar esta ocupación y se prepararon para la guerra. Al estallar el conflicto, ambos ejércitos tenían aproximadamente el mismo tamaño, con 8.400 soldados colombianos y 8.955 peruanos. Sin embargo, llevar a cualquiera de estas tropas al aislado teatro de guerra era extremadamente difícil y el ejército con las mejores líneas de suministro ganaría.
El ejército peruano estaba mejor armado con ametralladoras y artillería, que incluía algunos cañones antiaéreos modernos de 20 mm, pero gran parte de su armamento, incluidos los rifles, databa de los primeros años del siglo. La fuerza peruana que participó durante el Incidente de Leticia se estimó en 2.000 hombres, incluido un gran número de voluntarios civiles; varios oficiales regulares del ejército fueron trasladados en avión para entrenar y comandar a estos irregulares. La fuerza comenzó con cuatro cañones de montaña Krupp M1895 de 75 mm, y durante el conflicto se hicieron esfuerzos para traer artillería más moderna de Lima. Inicialmente, Perú tenía la ventaja en el aire, con 60 aviones de la Fuerza Aérea y la Armada, incluidos los cazas Curtiss F11C Hawk y Vought 02U Corsair, y adquirió otros 16 durante el conflicto.
El Ejército de Colombia tenía alrededor de 32 ametralladoras pesadas ex-Austria Schwarzlose, a algunas de las cuales se les habían quitado las camisas de agua. También tenían varios cañones de montaña Skoda de 75 mm y algunos cañones antitanque Skoda modernos de 47 mm. Al comienzo de la guerra, los colombianos tenían 16 aviones, pero al final habían adquirido otros 82, en su mayoría máquinas civiles pilotadas por pilotos mercenarios.
La Aviación Militar de Colombia usó tres Ju 52/1ms mejorados para transportar tropas y suministros a una remota región amazónica conocida como el cuadrilátero o trapecio de Leticia luego de un enfrentamiento fronterizo con el vecino Perú en 1932-33. Las fuerzas peruanas habían ocupado el puerto colombiano clave de Leticia en lo que se conoció como el 'Incidente de Leticia' y la región estaba al borde de un gran conflicto. Tanto los colombianos como los peruanos necesitaban aeronaves confiables, idealmente capaces de operar en el agua. Los tres 1ms convertidos fueron equipados con flotadores y volaron equipos y suministros desde Barranquilla. Esta vez, sin embargo, en julio de 1933, la Sociedad de Naciones logró negociar la devolución de Leticia y sus alrededores al control colombiano, evitando así una mayor escalada del conflicto.
Reconociendo su falta de preparación, los colombianos gastaron grandes sumas en adquirir nuevos equipos. Esto incluyó varias cañoneras, lo que les permitió llevar suministros a sus tropas de primera línea a través de la red fluvial. El esfuerzo de abastecer a las tropas a través de vastas distancias de la selva dominó la conducción de la campaña, y la superior organización de los colombianos les dio la ventaja.
Como no tenían presencia militar en el territorio en disputa, los colombianos tardaron en reaccionar y los regulares e irregulares peruanos avanzaron más allá de Leticia. Tomaron el único otro pueblo en el territorio en disputa, Tarapacá, y luego se atrincheraron para esperar una respuesta colombiana. Colombia tardó hasta diciembre de 1932 en reunir los barcos necesarios en la desembocadura del Amazonas bajo el mando del general Alfredo Vásquez. La guerra propiamente dicha solo comenzó a principios de 1933, cuando su fuerza colombiana de 1.000 efectivos finalmente fue transportada por el río Putomayo en seis embarcaciones. Llegaron a Tarapacá el 14 de febrero, cuando fueron bombardeados sin éxito por aviones peruanos. Al día siguiente, los colombianos recuperaron la ciudad casi sin derramamiento de sangre y luego se dirigieron hacia el bastión peruano de Gueppi, cuya captura el 27 de marzo puso fin a la guerra.
Coincidentemente, el 30 de abril, el presidente Luis Miguel Sánchez de Perú fue asesinado en Lima, y su sucesor entregó la disputa a la Sociedad de Naciones, que negoció la paz el 24 de mayo. Ambas partes habían sufrido bajas mínimas en batalla: los peruanos habían aparentemente perdieron 25 muertos y los colombianos 27. Sin embargo, los peligros de hacer campaña en la selva tropical fueron confirmados por una admisión peruana posterior de que también habían perdido 800 hombres que murieron a causa de enfermedades.
Francisco Pizarro conquistó la mayor cantidad de territorio jamás tomado en una sola batalla cuando derrotó al Imperio Inca en Cajamarca en 1532. La victoria de Pizarro abrió el camino para que España reclamara la mayor parte de América del Sur y sus tremendas riquezas, así como imprimió al continente con su lengua, cultura y religión.
Los viajes de Cristóbal Colón al Nuevo Mundo ofrecieron un anticipo de la vasta riqueza y los recursos que se encuentran en las Américas, y la victoria de Hernán Cortés sobre los aztecas demostró que había grandes riquezas para tomar. No sorprende que otros exploradores españoles acudieran en masa a la zona, algunos para promover la causa de su país, la mayoría para ganar su propia fortuna personal.
Francisco Pizarro fue uno de estos últimos. Hijo ilegítimo de un soldado profesional, Pizarro se unió al ejército español cuando era adolescente y luego navegó hacia La Española, desde donde participó en la expedición de Vasco de Balboa que cruzó Panamá y “descubrió” el Océano Pacífico en 1513. En el camino, escuchó historias de la gran riqueza que pertenecía a las tribus nativas del sur.
Después de enterarse del éxito de Cortés en México, Pizarro recibió permiso para dirigir expediciones por la costa del Pacífico de lo que ahora es Colombia, primero en 1524-1525 y luego nuevamente en 1526-1528. La segunda expedición experimentó tales penurias que sus hombres querían volver a casa. Según la leyenda, Pizarro dibujó una línea en la arena con su espada e invitó a cualquiera que deseara “riqueza y gloria” a cruzar y continuar con él en su búsqueda.
Trece hombres cruzaron la línea y soportaron un difícil viaje hacia lo que hoy es Perú, donde se pusieron en contacto con los incas. Después de negociaciones pacíficas con los líderes incas, los españoles regresaron a Panamá y navegaron a España con una pequeña cantidad de oro e incluso algunas llamas. El emperador Carlos V quedó tan impresionado que ascendió a Pizarro a capitán general, lo nombró gobernador de todas las tierras seiscientas millas al sur de Panamá y financió una expedición para regresar a la tierra de los Incas.
Pizarro zarpó hacia Sudamérica en enero de 1531 con 265 soldados y 65 caballos. La mayoría de los soldados llevaban lanzas o espadas. Al menos tres tenían mosquetes primitivos llamados arcabuces y veinte más llevaban ballestas. Entre los miembros de la expedición se encontraban cuatro de los hermanos de Pizarro y todos los trece aventureros originales que habían cruzado la línea de la espada de su comandante en busca de “riqueza y gloria”.
Entre la riqueza y la gloria se encontraba un ejército de 30.000 incas que representaban un imperio centenario que se extendía 2.700 millas desde el actual Ecuador hasta Santiago de Chile. Los Incas habían ensamblado su Imperio expandiéndose hacia afuera desde su territorio natal en el Valle del Cuzco. Habían obligado a las tribus derrotadas a asimilar las tradiciones incas, hablar su idioma y proporcionar soldados para su ejército. Cuando llegaron los españoles, los incas habían construido más de 10,000 millas de caminos, con puentes colgantes, para desarrollar el comercio en todo el imperio. También se habían convertido en maestros canteros con templos y hogares finamente elaborados.
Aproximadamente cuando Pizarro desembarcó en la costa del Pacífico, el líder inca, considerado una deidad, murió, dejando a sus hijos peleando por el liderazgo. Uno de estos hijos, Atahualpa, mató a la mayoría de sus hermanos y asumió el trono poco antes de saber que los hombres blancos habían regresado a sus tierras incas.
Pizarro y su “ejército” llegaron al borde sur de los Andes en el actual Perú en junio de 1532. Sin desanimarse por el informe de que el ejército inca contaba con 30.000, Pizarro avanzó hacia el interior y cruzó las montañas, una hazaña en sí misma. Al llegar al pueblo de Cajamarca en una meseta en la vertiente oriental de los Andes, el oficial español invitó al rey inca a una reunión. Atahualpa, creyéndose una deidad y poco impresionado por la pequeña fuerza española, llegó con una fuerza defensiva de solo tres o cuatro mil.
A pesar de las probabilidades, Pizarro decidió actuar en lugar de hablar. Con sus arcabuces y caballería a la cabeza, atacó el 16 de noviembre de 1532. Sorprendido por el asalto y atemorizado por las armas de fuego y los caballos, el ejército inca se desintegró, dejando prisionero a Atahualpa. La única baja española fue Pizarro, quien sufrió una herida leve mientras capturaba personalmente al líder inca.
Pizarro exigió un rescate de oro de los incas por su rey, cuya cantidad dice la leyenda que llenaría una habitación tan alta como un hombre pudiera alcanzar: más de 2500 pies cúbicos. Otras dos habitaciones debían ser llenadas de plata. Pizarro y sus hombres tenían asegurada su riqueza pero no su seguridad, ya que seguían siendo un grupo extremadamente pequeño de hombres rodeados por un gran ejército. Para aumentar sus probabilidades, el líder español enfrentó a Inca contra Inca hasta que la mayoría de los líderes viables se mataron entre sí. Pizarro luego marchó hacia la antigua capital inca en Cuzco y colocó a su rey elegido personalmente en el trono. Atahualpa, que ya no era necesario, fue sentenciado a ser quemado en la hoguera como pagano, pero fue estrangulado después de que profesara aceptar el cristianismo español.
Pizarro regresó a la costa y estableció la ciudad portuaria de Lima, donde llegaron más soldados españoles y líderes civiles para gobernar y explotar las riquezas de la región. Algunos levantamientos incas menores ocurrieron en 1536, pero los guerreros nativos no fueron rival para los españoles. Pizarro vivió en esplendor hasta que fue asesinado en 1541 por un seguidor que creía que no estaba recibiendo su parte justa del botín.
En una sola batalla, con solo él mismo herido, Pizarro conquistó más de la mitad de América del Sur y su población de más de seis millones de personas. La selva recuperó los palacios y caminos incas mientras sus riquezas partían en barcos españoles. La cultura y religión Inca dejó de existir. Durante los siguientes tres siglos, España gobernó la mayor parte de la costa norte y del Pacífico de América del Sur. Su idioma, cultura y religión todavía dominan allí hoy.
El 31 de julio de 1941, en el conflicto armado peruano-ecuatoriano de 1941. Los comandos peruanos pertenecientes al Cuerpo Aeronáutico del Perú CAP realizaron la primera operación aerotransportada del continente americano, y la tercera a nivel mundial. El 31 de julio, los suboficiales CAP Antonio Brandariz Ulloa, Carlos Raffo García y Armando Orozco Falla se ofrecieron voluntariamente a efectuar la operación, que era calificada de suicida. La misión debía cumplirse antes de las 18:00 horas de ese día, que era cuando comenzaba el alto al fuego. Se les proporcionó dos pistolas, un cuchillo, mapas del lugar y una linterna. A las 17:45 horas, los paracaidistas descendieron sobre el muelle, capturando rápidamente las ametralladoras del lugar y disparando a discreción contra los soldados ecuatorianos, los cuales se rindieron y retiraron. Logrando capturar un cuantioso botín de guerra, consistente principalmente en armamento moderno.
Como siempre, la primera reacción de los españoles ante un altercado con los indios fue intentar tomar la iniciativa. Hernando envió a su hermano Juan con setenta jinetes - virtualmente todos los caballos entonces en Cuzco - para dispersar a los indios en el valle de Yucay. Mientras cabalgaban por la meseta de onduladas colinas cubiertas de hierba que separa el valle del Cuzco del de Yucay, se encontraron con los dos españoles que habían estado con Manco. Éstos habían sido engañados por él para que se fueran cuando continuó hacia Lares, y ahora regresaban con toda inocencia al Cuzco, sin darse cuenta de ninguna rebelión nativa. La primera visión de la magnitud de la oposición se produjo cuando los hombres de Pizarro aparecieron en la cima de la meseta y miraron hacia el hermoso valle debajo de ellos. Esta es una de las vistas más hermosas de los Andes; el río de abajo serpentea a través del piso ancho y plano del valle, cuyas laderas rocosas se elevan tan abruptamente como el paisaje fantástico en el fondo de una pintura del siglo XVI. Las laderas están fuertemente contorneadas con líneas ordenadas de terrazas incas, y sobre ellas, en la distancia, los picos nevados de los cerros Calca y Paucartambo brillan brillantemente en el aire. Pero ahora el valle estaba lleno de tropas nativas, las propias levas de Manco del área alrededor de Cuzco. Los españoles tuvieron que abrirse camino a través del río, nadando con sus caballos. Los indios se retiraron a las laderas y dejaron que la caballería ocupara Calca, que encontraron llena de un gran tesoro de oro, plata, nativas y bagajes. Ocuparon la ciudad durante tres o cuatro días, con los nativos hostigando a los centinelas por la noche, pero sin hacer ningún otro intento por expulsarlos. La razón de esto sólo se apreció cuando un jinete de Hernando Pizarro entró al galope para llamar a la caballería con toda la rapidez posible; porque irresistibles hordas de tropas nativas se concentraban en todos los cerros que rodeaban el propio Cuzco. La fuerza de caballería fue hostigada continuamente en el viaje de regreso, pero logró entrar en la ciudad, para alivio de los ciudadanos restantes.
“Al regresar nos encontramos con muchos escuadrones de guerreros llegando y acampando continuamente en los lugares más empinados alrededor de Cuzco para esperar la reunión de todos [sus hombres]. Después de que todos llegaron, acamparon tanto en la llanura como en las colinas. Llegaron tantas tropas que cubrieron los campos. De día parecían una alfombra negra que lo cubría todo durante media legua alrededor de la ciudad de Cuzco, y de noche había tantos incendios que se parecía nada menos que a un cielo muy despejado y lleno de estrellas. ”Este fue uno de los grandes momentos. del imperio Inca. Con su genio para la organización, los comandantes de Manco habían logrado reunir a los combatientes del país y armarlos, alimentarlos y llevarlos a la investidura de la capital. Todo esto se había hecho a pesar de que las comunicaciones y los depósitos de suministros del imperio estaban interrumpidos y sin avisar a los astutos y desconfiados extranjeros que ocupaban la tierra. Todos los españoles fueron tomados por sorpresa por la movilización a sus puertas, y quedaron atónitos por su tamaño. Sus estimaciones de los números que se oponían a ellos oscilaban entre 50.000 y 400.000, pero la cifra aceptada por la mayoría de cronistas y testigos oculares estaba entre 100.000 y 200.000.
La gran aplanadora de vapor de colores de las levas nativas se acercó desde todos los horizontes alrededor de Cuzco. Titu Cusi escribió con orgullo que “Curiatao, Coyllas, Taipi y muchos otros comandantes entraron a la ciudad por el lado de Carmenca… y sellaron la puerta con sus hombres. Huaman-Quilcana y Curi-Hualpa ingresaron por el lado de Condesuyo desde Cachicachi y cerraron una gran brecha de más de media legua. Todos estaban excelentemente equipados y listos para la batalla. Llicllic y muchos otros comandantes entraron por el lado de Collasuyo con un inmenso contingente, el grupo más numeroso que participó en el asedio. Anta-Aclla, Ronpa Yupanqui y muchos otros entraron por el lado Antisuyo para completar el cerco de los españoles ".
La concentración de nativos alrededor de Cuzco continuó durante algunas semanas después del regreso de la caballería de Juan Pizarro. Los guerreros habían aprendido a respetar la caballería española en terreno llano y se mantuvieron en las laderas. El general real Inquill estuvo a cargo de las fuerzas de cerco, asistido por el sumo sacerdote Villac Umu y un joven comandante Paucar Huaman. Manco mantuvo su cuartel general en Calca.
Villac Umu presionó para un ataque inmediato, pero Manco le dijo que esperara hasta que llegara el último contingente y las fuerzas atacantes se volvieran irresistibles. Explicó que a los españoles no les haría ningún daño sufrir un encierro como él lo había hecho: él mismo vendría a acabar con ellos a su debido tiempo. Villac Umu estaba angustiado por la demora, e incluso el hijo de Manco criticó a su padre por ello. Pero Manco estaba aplicando la máxima de Napoleón de que el arte de ser un general es entrar en batalla con una fuerza muy superior a la del enemigo. Pensó que el único salto de sus guerreros contra la caballería española yacía en números abrumadores. Villac Umu tuvo que contentarse con ocupar la ciudadela de Cuzco, Sacsahuaman, y con destruir los canales de riego para inundar los campos alrededor de la ciudad.
Los españoles dentro de Cuzco estaban sufriendo tanta ansiedad como Manco había esperado. Solo había 190 españoles en la ciudad, y de estos solo ochenta iban montados. Todo el peso de la lucha recayó sobre la caballería, ya que "la mayor parte de la infantería eran hombres delgados y debilitados". Ambos bandos coincidieron en que un soldado de infantería español era inferior a su homólogo nativo, que era mucho más ágil a esta altura. Hernando Pizarro dividió a los jinetes en tres contingentes comandados por Gabriel de Rojas, Hernán Ponce de León y su hermano Gonzalo. Él mismo era teniente gobernador, su hermano Juan era corregidor y Alonso Riquelme, el tesorero real, representaba a la Corona.
Al principio, mientras las fuerzas nativas aún se concentraban, los españoles probaron su táctica de atacar al enemigo. Esto tuvo mucho menos éxito de lo habitual. Muchos indios murieron, pero la aglomeración de los guerreros detuvo la embestida de los caballos, y una vez que los indios vieron que la caballería estaba completamente enredada, se volvieron contra ella con salvaje determinación. Un grupo de ocho jinetes que peleaban alrededor de Hernando Pizarro vio que estaba siendo rodeado y decidió retirarse a la ciudad. Un hombre, Francisco Mejía, que entonces era alcalde o alcalde de la ciudad, fue demasiado lento. Los indios "bloquearon su caballo y lo agarraron a él y al caballo. Los arrastraron a tiro de piedra de los otros españoles y le cortaron la cabeza a [Mejía] y a su caballo, que era un caballo blanco muy hermoso. Los indios emergieron así de este primer compromiso con una clara ganancia ".
Este éxito contra la caballería en terreno llano envalentonó enormemente a los atacantes. Se acercaron a la ciudad hasta que acamparon junto a las casas. En la tradición de la guerra intertribal, intentaron desmoralizar al enemigo burlándose y gritando insultos y "levantando las piernas desnudas para mostrarles cómo los despreciaban". Esas escaramuzas tuvieron lugar todos los días, con gran valentía demostrada por ambos lados, pero sin ganancias apreciables.
Finalmente, el sábado 6 de mayo, fiesta de St John-ante-Portam-Latinam, los hombres de Manco lanzaron su ataque principal. Bajaron la pendiente de la fortaleza y avanzaron por las estrechas y empinadas callejuelas entre Colcampata y la plaza principal. Muchos de estos callejones aún terminan en largos tramos de escalones entre casas encaladas y forman uno de los rincones más pintorescos del Cuzco moderno. “Los indios se apoyaban entre sí de la manera más eficaz, pensando que todo había terminado. Cargaron por las calles con la mayor determinación y lucharon cuerpo a cuerpo con los españoles ”. Incluso lograron capturar el antiguo recinto de Cora Cora que dominaba la esquina norte de la plaza. Hernando Pizarro apreciaba su importancia y la había fortificado con una empalizada el día antes de la embestida de los indios. Pero su guarnición de infantería fue expulsada por un ataque al amanecer.
Si el caballo era el arma más eficaz de los españoles, la honda era sin duda la de los indios. Su misil normal era una piedra lisa del tamaño de un huevo de gallina, pero Enríquez de Guzmán afirmó que "pueden lanzar una piedra enorme con la fuerza suficiente para matar a un caballo. Su efecto es casi tan grande como [un disparo de] un arcabuz. He visto un disparo de piedra de una honda romper una espada en dos cuando la sostenía en la mano de un hombre a treinta metros de distancia ''. En el ataque al Cuzco, los nativos idearon un nuevo uso mortal para sus tirachinas. Hicieron las piedras al rojo vivo en sus fogatas, las envolvieron en algodón y luego las dispararon contra los techos de paja de la ciudad. La paja se incendió y ardía ferozmente antes de que los españoles pudieran siquiera entender cómo se estaba haciendo. Aquel día soplaba un viento fuerte y, como los techos de las casas eran de paja, en un momento pareció como si la ciudad fuera una gran hoja de llamas. Los indios gritaban fuerte y había una nube de humo tan densa que los hombres no podían ni verse ni oírse…. Los indios los apretaban con tanta fuerza que apenas podían defenderse o enfrentarse al enemigo ''. `` Le prendieron fuego a todo el Cuzco simultáneamente y todo se quemó en un día, porque los techos eran de paja. El humo era tan denso que los españoles casi se asfixian: les causa un gran sufrimiento. Nunca hubieran sobrevivido si un lado de la plaza no hubiera tenido casas ni techos. Si el humo y el calor les hubieran llegado de todos lados, habrían estado en extrema dificultad, porque ambos eran muy intensos ''. Así terminó la capital inca: despojada por el rescate de Atahualpa, saqueada por saqueadores españoles y ahora incendiada por su propia gente.
Desde el bastión capturado de Cora Cora, los honderos indios mantuvieron un fuego fulminante a través de la plaza. Ningún español se atrevió a aventurarse en él. Los sitiados eran ahora acorralados en dos edificios uno frente al otro en el extremo este de la plaza. Uno era el gran galpón o salón de Suntur Huasi, en el sitio de la actual catedral, y el otro era Hatun Cancha, "el gran recinto", donde muchos de los conquistadores tenían sus parcelas. Hernando Pizarro estuvo a cargo de una de estas estructuras y Hernán Ponce de León de la otra. Nadie se atrevió a salir de ellos. `` El aluvión de piedras de honda que entraban por las puertas era tan grande que parecía un granizo denso, en un momento en que los cielos gritan furiosamente ''. La ciudad continuó ardiendo en eso y al día siguiente. Los guerreros indios se sintieron confiados al pensar que los españoles ya no estaban en condiciones de defenderse ".
Por casualidad extraordinaria, el techo de paja de Suntur Huasi no se incendió. Un proyectil incendiario aterrizó en el techo. Pedro Pizarro dijo que él y muchos otros vieron esto pasar: el techo comenzó a arder y luego se apagó. Titu Cusi afirmó que los españoles tenían negros apostados en el techo para apagar las llamas. Pero a otros españoles les pareció un milagro, y a finales de siglo se consagró como tal. El escritor del siglo XVII Fernando Montesinos dijo que la Virgen María se apareció con un manto azul para apagar las llamas con mantas blancas, mientras San Miguel estaba a su lado luchando contra los demonios. Esta escena milagrosa se convirtió en un tema favorito de pinturas religiosas y grupos de alabastro, y se construyó una iglesia llamada El Triunfo para conmemorar este extraordinario escape.
Los españoles se estaban desesperando. Incluso el hijo de Manco, Titu Cusi, sintió un poco de lástima por estos conquistadores: "En secreto temían que esos fueran los últimos días de sus vidas. No veían ninguna esperanza de alivio en ninguna dirección, y no sabían qué hacer. '' Los españoles estaban extremadamente asustados, porque había tantos indios y tan pocos de ellos. '' Después de seis días de este arduo trabajo y peligro el enemigo había capturado casi toda la ciudad. Los españoles ahora ocupaban solo la plaza principal y algunas casas a su alrededor. Mucha gente corriente mostraba signos de agotamiento. Aconsejaron a Hernando Pizarro que abandonara la ciudad y buscara alguna forma de salvarles la vida ”. Hubo frecuentes consultas entre los cansados defensores. Se habló desesperadamente de intentar romper el cerco y llegar a la costa por Arequipa, al sur. Otros pensaron que deberían intentar sobrevivir dentro de Hatun Cancha, que tenía una sola entrada. Pero los líderes decidieron que lo único que podían hacer era luchar y, si era necesario, morir luchando.
En la confusa lucha callejera, los nativos eran ingeniosos y llenos de recursos. Desarrollaron una serie de tácticas para contener y acosar a sus terribles adversarios; pero no pudieron producir un arma que pudiera matar a un jinete español montado y con armadura. Equipos de indios cavaron canales para desviar los ríos de Cuzco hacia los campos alrededor de la ciudad, de modo que los caballos resbalaran y se hundieran en el fango resultante. Otros nativos cavaban hoyos y pequeños hoyos para hacer tropezar a los caballos cuando se aventuraban a las terrazas agrícolas. Los sitiadores consolidaron su avance hacia la ciudad levantando barricadas en las calles: mamparas de mimbre con pequeñas aberturas por donde los ágiles guerreros podían avanzar para atacar. Hernando Pizarro decidió que estos debían ser destruidos. Pedro del Barco, Diego Méndez y Francisco de Villacastín encabezaron un destacamento de infantería española y cincuenta auxiliares cañari en un ataque nocturno a las barricadas. Los jinetes cubrían sus flancos mientras trabajaban, pero los nativos mantenían un bombardeo constante desde los tejados contiguos.
Las paredes planas de las casas de Cuzco quedaron expuestas cuando se quemó la paja en el primer gran incendio. Los nativos descubrieron que podían correr a lo largo de la parte superior de las murallas, fuera del alcance de los jinetes que cargaban debajo. Pedro Pizarro recordó un episodio en el que Alonso de Toro conducía a un grupo de jinetes por una de las calles hacia la fortaleza. Los indígenas abrieron fuego con un bombardeo de piedras y ladrillos de adobe. Algunos españoles fueron arrojados de sus caballos y medio enterrados entre los escombros de un muro derribado por los nativos. Los españoles sólo fueron sacados a rastras por algunos auxiliares indios.
Con inventiva nacida de la desesperación, los nativos desarrollaron otra arma contra los caballos de los cristianos. Este era el ayllu o bolas: tres piedras atadas a los extremos de tramos conectados de tendones de llama. El misil giratorio se enredó alrededor de las piernas de los caballos con un efecto mortal. Los nativos derribaron "la mayoría de los caballos con este dispositivo, sin dejar casi nadie con quien luchar". También enredaron a los jinetes con estas cuerdas. La infantería española tuvo que correr para desenganchar a los indefensos soldados de caballería, cortando las duras cuerdas con gran dificultad.
Los españoles sitiados sobrevivieron a los techos en llamas, honda, bolas y proyectiles de los ejércitos incas. Intentaron contrarrestar cada nuevo dispositivo nativo. Además de destruir las barricadas de la calle, las partidas de españoles reales destrozaban los canales por los que los nativos desviaban los arroyos. Otros intentaron desmantelar las terrazas agrícolas para que los caballos pudieran montarlas, y llenaron los hoyos y trampas cavados por los atacantes. Incluso comenzaron a recuperar partes de la ciudad. Una fuerza de infantería española reconquista el reducto de Cora Cora tras una dura batalla. En otro enfrentamiento, una caballería se abrió camino bajo una lluvia de proyectiles hasta una plaza en las afueras de la ciudad, donde tuvo lugar otra dura pelea.
La peor parte de los ataques de los indios descendió por la empinada ladera debajo de Sacsahuaman y llegó hasta el espolón que forma la parte central del Cuzco. Villac Umu y los otros generales sitiadores habían establecido su cuartel general dentro de la poderosa fortaleza. Los indios que atacaban desde él podían penetrar el corazón del Cuzco sin tener que cruzar el peligroso terreno llano en otros lados de la ciudad. Hernando Pizarro y los españoles sitiados lamentaron profundamente su fracaso en la guarnición de esta fortaleza. Se dieron cuenta de que mientras permaneciera en manos enemigas, su posición en los edificios sin techo de la ciudad era insostenible. Decidieron que había que recuperar Sacsahuaman a cualquier precio.
Sacsahuaman - los guías locales han aprendido que pueden ganar una propina más grande llamándola "mujer saxy" - se encuentra justo encima de Cuzco. Pero el acantilado sobre Carmenca es tan empinado que la fortaleza solo necesitaba un muro cortina en el lado de la ciudad. Sus principales defensas miran en dirección opuesta al Cuzco, más allá de la cima del acantilado, donde el terreno se inclina hacia una pequeña meseta cubierta de hierba. En ese lado, la cima del acantilado está defendida por tres enormes muros de terraza. Se elevan unos sobre otros en imponentes escalones grises, cubriendo la ladera como los flancos de un acorazado blindado. Las tres terrazas están construidas en zigzag como los dientes de grandes sierras, de cuatrocientas yardas de largo, con no menos de veintidós ángulos salientes y reentrantes en cada nivel. Cualquiera que intente escalarlos tendría que exponer un flanco a los defensores. Las sombras diagonales regulares arrojadas por estas hendiduras se suman a la belleza de las terrazas. Pero la característica que los hace tan asombrosos es la calidad de la mampostería y el tamaño de algunos de los bloques de piedra. Como ocurre con la mayoría de los muros de terrazas incas, se trata de mampostería poligonal: las grandes piedras se entrelazan en un patrón complejo e intrigante. Los tres muros ahora se elevan por casi quince metros, y las excavaciones del arqueólogo Luis Valcárcel mostraron que una vez estuvieron expuestos diez pies más. Los cantos rodados más grandes se encuentran en la terraza más baja. Una gran piedra tiene una altura de veintiocho pies y se calcula que pesa 361 toneladas métricas, lo que la convierte en uno de los bloques más grandes jamás incorporados a cualquier estructura. Todo esto deja una impresión de fuerza magistral y serena invencibilidad. En su asombro, los cronistas del siglo XVI pronto agotaron los poderosos edificios de España con los que comparar a Sacsahuaman.
El noveno Inca, Pachacuti, comenzó la fortaleza y sus sucesores continuaron el trabajo, reclutando a los muchos miles de hombres necesarios para colocar las grandes piedras en su lugar. Sacsahuaman estaba destinado a ser más que una simple fortaleza militar. Prácticamente toda la población de la ciudad sin murallas de Cuzco podría haberse retirado a su interior durante una crisis. En el momento del asedio de Manco, la cima de la colina detrás de los muros de la terraza estaba cubierta de edificios. Las excavaciones de Valcárcel, realizadas para conmemorar el cuatrocientos aniversario de la Conquista, revelaron los cimientos de las estructuras principales dentro de Sacsahuaman. Estos estaban dominados por tres grandes torres. La primera torre, llamada Muyu Marca, fue descrita por Garcilaso como redonda y conteniendo una cisterna de agua alimentada por canales subterráneos. Las excavaciones confirmaron esta descripción: sus cimientos consistían en tres círculos concéntricos de muro cuyo exterior tenía veinticinco metros de diámetro. La torre principal, Salla Marca, tenía una base rectangular de sesenta y cinco pies de largo. Pedro Sancho inspeccionó esta torre en 1534 y la describió como compuesta por cinco pisos escalonados hacia adentro. Tal altura la habría convertido en la estructura hueca más alta de los incas, comparable a los llamados rascacielos de la cultura preinca Yarivilca a lo largo del alto Marañón. Estaba construido con sillares rectangulares curvados y contenía un laberinto de pequeñas cámaras, las dependencias de la guarnición. Incluso el concienzudo Sancho admitió que "la fortaleza tiene demasiadas habitaciones y torres para que una persona las visite todas". Calculó que podría albergar cómodamente una guarnición de cinco mil españoles. Garcilaso de la Vega recordaba haber jugado en el laberinto de sus galerías subterráneas en voladizo durante su niñez en Cuzco. Sintió que la fortaleza de Sacsahuaman podría figurar entre las maravillas del mundo, y sospechaba que el diablo debía haber tenido algo que ver en su extraordinaria construcción.
Manco Inca y otros 3 soldados con armas españolas durante la rebelión.
Los asediados españoles decidieron ahora que su supervivencia inmediata dependía de la recuperación de la fortaleza en el acantilado sobre ellos. Según Murua, el pariente y rival de Manco, Pascac, que se había puesto del lado de los españoles, dio consejos sobre el plan de ataque. Se decidió que Juan Pizarro conduciría a cincuenta jinetes, la mayor parte de la caballería española, en un intento desesperado por atravesar a los sitiadores y atacar su fortaleza. Los observadores del lado indio recordaron la escena de la siguiente manera: 'Pasaron toda esa noche de rodillas y con las manos entrelazadas [en oración] a la boca, porque muchos indios los vieron. Incluso los que estaban de guardia en la plaza hicieron lo mismo, al igual que muchos indígenas que estaban de su lado y los habían acompañado desde Cajamarca. A la mañana siguiente, muy temprano, todos salieron de la iglesia [Suntur Huasi] y montaron en sus caballos como si fueran a pelear. Empezaron a mirar de un lado a otro. Mientras miraban de esta manera, de repente pusieron espuelas a sus caballos y, a todo galope, a pesar del enemigo, atravesaron la abertura que había sido sellada como un muro y cargaron colina arriba a una velocidad vertiginosa. a través del contingente norteño de Chinchaysuyo bajo los generales Curiatao y Pusca. Los jinetes de Juan Pizarro luego galoparon por la carretera de Jauja, subiendo el cerro por Carmenca. De alguna manera rompieron y se abrieron camino a través de las barricadas nativas. Pedro Pizarro estaba en ese contingente y recordó el peligroso viaje, zigzagueando por la ladera. Los indios habían minado el camino con pozos, y los auxiliares nativos de los españoles debían rellenarlos con adobes mientras los jinetes aguardaban bajo el fuego de la ladera. Pero los españoles finalmente lucharon por llegar a la meseta y cabalgaron hacia el noroeste. Los nativos pensaron que se dirigían a la libertad y enviaron corredores a través del país para ordenar la destrucción del puente colgante de Apurímac. Pero en el pueblo de Jicatica los jinetes dejaron el camino y giraron a la derecha, pelearon por los barrancos detrás de los cerros de Queancalla y Zenca, y llegaron al llano bajo las terrazas de Sacsahuaman. Sólo mediante este amplio movimiento de flanqueo pudieron los españoles evitar la masa de obstáculos que los indios habían levantado en las rutas directas entre la ciudad y su fortaleza.
Los indios también habían utilizado las pocas semanas desde el inicio del asedio para defender el "patio de armas" más allá de Sacsahuaman con una barrera de tierra que los españoles describieron como una barbacana. Gonzalo Pizarro y Hernán Ponce de León encabezaron una tropa en repetidos ataques a estos recintos exteriores. Algunos de los caballos resultaron heridos y dos españoles fueron arrojados de sus monturas y casi capturados en el laberinto de afloramientos rocosos. “Era un momento en el que había mucho en juego”. Por eso Juan Pizarro atacó con todos sus hombres en apoyo de su hermano. Juntos lograron forzar las barricadas y entrar en el espacio frente a los enormes muros de la terraza. Siempre que los españoles se acercaban a ellos, eran recibidos por un fuego fulminante de tirachinas y jabalinas. Uno de los pajes de Juan Pizarro fue asesinado por una pesada piedra. Era el final de la tarde y los atacantes estaban exhaustos por la feroz lucha del día. Pero Juan Pizarro intentó una última carga, un ataque frontal a la puerta principal de la fortaleza. Esta puerta estaba defendida por muros laterales que se proyectaban a ambos lados, y los nativos habían cavado un hoyo defensivo entre ellos. El pasaje que conducía a la puerta estaba lleno de indios que defendían la entrada o intentaban retirarse de la barbacana a la fortaleza principal.
Juan Pizarro había recibido un golpe en la mandíbula durante los combates del día anterior en Cuzco y no pudo usar su casco de acero. Mientras cargaba hacia la puerta bajo el sol poniente, fue golpeado en la cabeza por una piedra lanzada desde las paredes salientes. Fue un golpe mortal. El hermano menor del gobernador, corregidor del Cuzco y verdugo del Inca Manco, fue llevado esa noche al Cuzco en gran secreto, para evitar que los indígenas se enteraran de su éxito. Vivió lo suficiente como para dictar un testamento, el 16 de mayo de 1536, "estando enfermo de cuerpo pero sano de mente". Hizo a su hermano menor Gonzalo heredero de su vasta fortuna, con la esperanza de encontrar un vínculo, y dejó legados a las fundaciones religiosas y a los pobres de Panamá y Trujillo, su lugar de nacimiento. No hizo mención del asedio indígena, y no dejó nada a la india de quien 'he recibido servicios' y 'que ha dado a luz a una niña a la que no reconozco como mi hija'. Francisco de Pancorvo recordó que 'ellos Lo enterraron de noche para que los indios no supieran que estaba muerto, porque era un hombre muy valiente y los indios le tenían mucho miedo. Pero aunque la muerte de Juan Pizarro era [supuestamente] un secreto, los indios decían “Ahora que ha muerto Juan Pizarro” como se diría “Ahora que los valientes están muertos”. Y efectivamente estaba muerto ". Alonso Enríquez de Guzmán dio un epitafio más materialista:" Mataron a nuestro Capitán Juan Pizarro, hermano del Gobernador y joven de veinticinco años que poseía una fortuna de 200.000 ducados ".
Al día siguiente, los indígenas contraatacaron repetidamente. Numerosos guerreros intentaron desalojar a Gonzalo Pizarro del montículo frente a las terrazas de Sacsahuaman. `` Hubo una terrible confusión. Todos gritaban y estaban todos enredados, luchando por la cima de la colina que habían ganado los españoles. Parecía como si el mundo entero estuviera luchando en combate cuerpo a cuerpo ". Hernando Pizarro envió a doce de los jinetes que le quedaban para unirse a la batalla crítica, para consternación de los pocos españoles que quedaban en Cuzco. Manco Inca envió cinco mil refuerzos, y 'los españoles estaban en una situación muy apretada con su llegada, porque los indios estaban frescos y atacados con determinación.' Abajo 'en la ciudad, los indios montaron un ataque tan feroz que los españoles se creyeron perdido mil veces '.
Pero los españoles estaban a punto de aplicar los métodos europeos de guerra de asedio: a lo largo del día habían estado haciendo escaleras de escalada. Al caer la noche, el propio Hernando Pizarro condujo una fuerza de infantería hasta la cima del cerro. Usando las escaleras de escalada en un asalto nocturno, los españoles lograron tomar los poderosos muros de la terraza de la fortaleza. Los nativos se retiraron al complejo de edificios y las tres grandes torres.
Hubo dos actos individuales de gran valentía durante esta etapa final del asalto. Por el lado español, Hernán’Sánchez de Badajoz, uno de los doce traídos por Hernando Pizarro como refuerzos adicionales, realizó hazañas de prodigiosa elegancia dignas de un héroe del cine mudo. Trepó por una de las escalas bajo una lluvia de piedras que paró con su escudo y se estrelló contra una ventana de uno de los edificios. Se arrojó sobre los indios que estaban adentro y los envió en retirada por unas escaleras hacia el techo. Ahora se encontraba al pie de la torre más alta. Luchando alrededor de su base, se encontró con una cuerda gruesa que había quedado colgando de la parte superior. Encomendándose a Dios, enfundó su espada y comenzó a trepar, levantando la cuerda con las manos y saliendo de los lisos sillares incas con los pies. A mitad de camino, los indios le arrojaron una piedra "tan grande como una jarra de vino", pero simplemente rebotó en el escudo que llevaba en la espalda. Se arrojó a uno de los niveles más altos de la torre, apareciendo de repente en medio de sus sobresaltados defensores, se mostró a los otros españoles y los animó a asaltar la otra torre.
La batalla por las terrazas y edificios de Sacsahuaman fue muy reñida. Cuando amaneció, pasamos todo ese día y el siguiente luchando contra los indios que se habían retirado a las dos altas torres. Estos solo podían tomarse por sed, cuando se agotaba el suministro de agua ''. `` Lucharon duro ese día y durante toda la noche. Cuando amaneció el día siguiente, los indios del interior empezaron a debilitarse, pues habían agotado todo su arsenal de piedras y flechas. '' Los comandantes nativos, Paucar Huaman y el sumo sacerdote Villac Umu, sintieron que había demasiados defensores dentro del ciudadela, cuyas provisiones de comida y agua se estaban agotando rápidamente. Una noche, después de cenar, casi a la hora de las vísperas, salieron de la fortaleza con gran ímpetu, atacaron a sus enemigos y los atravesaron. Corrieron con sus hombres por la ladera hacia Zapi y subieron a Carmenca ''. Escapando por el barranco del Tullumayo, se apresuraron al campamento de Manco en Calca para pedir refuerzos. Si los dos mil defensores restantes podían mantener a Sacsahuaman, un contraataque nativo podría atrapar a los españoles contra sus poderosos muros.
Villac Umu dejó la defensa de Sacsahuaman a un noble inca, un orejón que había jurado luchar a muerte contra los españoles. Este oficial reunió a los defensores casi sin ayuda, realizando proezas de valentía "dignas de cualquier romano". “El orejón caminaba como un león de lado a lado de la torre en su nivel más alto. Rechazó a los españoles que intentaron subir con escaleras. Y mató a todos los indios que intentaron rendirse. Les aplastó la cabeza con el hacha de guerra que llevaba y los arrojó desde lo alto de la torre ''. Solo de los defensores, poseía armas de acero europeas que lo convertían en el rival de los atacantes en la lucha cuerpo a cuerpo. `` Llevaba un escudo en el brazo, una espada en una mano y un hacha de guerra en la mano del escudo, y llevaba un casco de morrión español en la cabeza ''. Siempre que sus hombres le decían que un español estaba subiendo por alguna parte, él se precipitó sobre él como un león con la espada en la mano y el escudo en el brazo. '' Recibió dos heridas de flecha pero las ignoró como si no lo hubieran tocado. 'Hernando Pizarro dispuso que las torres fueran atacadas simultáneamente por tres o cuatro escaleras para escalar. Pero ordenó que se capturara vivo al bravo orejón. Los españoles prosiguieron su ataque, asistidos por grandes contingentes de auxiliares nativos. Como escribió el hijo de Manco, “la batalla fue un asunto sangriento para ambos bandos, debido a la gran cantidad de nativos que apoyaban a los españoles. Entre ellos estaban dos de los hermanos de mi padre llamados Inquill y Huaspar con muchos de sus seguidores, y muchos indios Chachapoyas y Cañari ''. Mientras la resistencia nativa se desmoronaba, el orejón arrojó sus armas sobre los atacantes en un frenesí de desesperación. Agarró puñados de tierra, se los metió en la boca y se frotó el rostro con angustia, luego se cubrió la cabeza con su manto y saltó a la muerte desde lo alto de la fortaleza, en cumplimiento de su promesa al Inca.
“Con su muerte cedió el resto de los indios, de modo que pudieron entrar Hernando Pizarro y todos sus hombres. Pusieron a espada a todos los que estaban dentro de la fortaleza; eran 1.500. Muchos otros se arrojaron desde las murallas. "Dado que estos eran altos, los hombres que cayeron primero murieron. Pero algunos de los que cayeron más tarde sobrevivieron porque aterrizaron sobre un gran montón de muertos ''. La masa de cadáveres yacía insepultos, presa de buitres y cóndores gigantes. El escudo de armas de la ciudad de Cuzco, otorgado en 1540, tenía 'una orla de ocho cóndores, que son grandes aves parecidas a los buitres que existen en la provincia del Perú, en recuerdo de que cuando se tomó el castillo estas aves descendieron para comerse a los nativos que habían muerto en él '.
Hernando Pizarro guardó inmediatamente Sacsahuaman con una fuerza de cincuenta soldados de infantería apoyados por auxiliares cañari. Se llevaron a toda prisa ollas de agua y comida de la ciudad. El sumo sacerdote Villac Umu regresó con refuerzos, demasiado tarde para salvar la ciudadela. Contraatacó vigorosamente y la batalla por Sacsahuaman continuó ferozmente durante tres días más, pero los españoles no fueron desalojados y la batalla se ganó a fines de mayo.
Ambas partes apreciaron que la reconquista de Sacsahuaman podría ser un punto de inflexión en el asedio. Los nativos ahora no tenían una base segura desde la cual invertir la ciudad, y abandonaron algunos de los distritos periféricos que habían ocupado. Cuando fracasó el contraataque a Sacsahuaman, los españoles avanzaron fuera de la ciudadela y persiguieron a los desmoralizados indígenas hasta Calca. Manco y sus comandantes militares no podían entender por qué sus vastas levas no habían logrado capturar Cuzco. Su hijo Titu Cusi imaginó un diálogo entre el Inca y sus comandantes. Manco: 'Me has decepcionado. Había tantos de ustedes y tan pocos de ellos, y sin embargo se han escapado de su alcance ". A lo que los generales respondieron:" Estamos tan avergonzados que no nos atrevemos a mirarlos a la cara ... ". No sabemos el motivo, excepto que fue nuestro error no haber atacado a tiempo y el tuyo por no darnos permiso para hacerlo ".
Es posible que los generales tuvieran razón. La insistencia de Manco en esperar a que se reuniera todo el ejército significó que los indios perdieran el elemento sorpresa que habían conservado tan brillantemente durante la primera movilización. También significaba que los comandantes profesionales no podían atacar mientras los españoles habían enviado gran parte de su mejor caballería para investigar el valle de Yucay. Las hordas de milicias nativas no necesariamente contribuyeron mucho a la eficacia del ejército nativo. Pero Manco había sentido claramente que mientras sus hombres sufrieran una terrible desventaja en armas, armaduras y movilidad, su única esperanza de derrotar a los españoles era por el peso del número. Los intensos y decididos combates del primer mes del asedio demostraron que los españoles no tenían el monopolio de la valentía personal. Una vez más, fue su aplastante superioridad en la lucha cuerpo a cuerpo y la movilidad de sus caballos lo que ganó el día. Las únicas armas en las que los nativos tenían paridad eran los proyectiles - honda, flechas, jabalinas y bolas - y defensas preparadas como parapetos, terrazas, inundaciones y fosas. Pero los proyectiles y las defensas rara vez lograron matar a un español con armadura, y el sitio de Cuzco fue una lucha a muerte.
Manco también podría ser criticado por no dirigir el ataque a Cuzco en persona. Al parecer, permaneció en su cuartel general en Calca durante el crítico primer mes del sitio. Estaba usando su autoridad y energías para realizar la casi imposible hazaña de un levantamiento simultáneo en todo el Perú, junto con la alimentación y el suministro de un enorme ejército. Pero la presencia del Inca era necesaria en Cuzco. Aunque abundaban los guerreros imponentes en los distintos contingentes, el ejército carecía de la inspiración de un líder de la talla de Chalcuchima, Quisquis o Rumiñavi.
La caída de Sacsahuaman a fines de mayo no fue de ninguna manera el fin del asedio. El gran ejército de Manco permaneció en estrecha investidura de la ciudad durante tres meses más. Los españoles pronto se enteraron de que los ataques nativos cesaron por las celebraciones religiosas en cada luna nueva. Aprovecharon al máximo cada tregua para destruir casas sin techo, llenar en los pozos enemigos y reparar sus propias defensas. Hubo combates durante todo este período, con gran valentía mostrada por ambos lados.
Un episodio ilustrará las típicas escaramuzas diarias. Pedro Pizarro estaba de guardia con otros dos jinetes en una de las grandes terrazas agrícolas en las afueras de Cuzco. Al mediodía, su comandante, Hernán Ponce de León, salió con comida y le pidió a Pedro Pizarro que realizara otro período de servicio, ya que no tenía a nadie más a quien enviar. Pizarro tomó debidamente algunos bocados de comida y se dirigió a otra terraza para unirse a Diego Maldonado, Juan Clemente y Francisco de la Puente en guardia.
Mientras charlaban, se acercaron unos guerreros indios. Maldonado los siguió. Pero no pudo ver algunos pozos que los nativos habían preparado, y su caballo cayó en uno. Pedro Pizarro se lanzó contra los indios, evitando los boxes, y dio a Maldonado y su caballo, ambos gravemente heridos, la oportunidad de regresar al Cuzco. Los indios reaparecieron para burlarse de los tres jinetes restantes. Pizarro sugirió: "Vamos, ahuyentemos a estos indios y tratemos de atrapar a algunos de ellos". Sus fosos están ahora detrás de nosotros. Los tres salieron disparados. Sus dos compañeros dieron media vuelta en la terraza y volvieron a su puesto, pero Pizarro galopó sobre "indios lanzando impetuosamente". Al final de la terraza los nativos habían preparado pequeños agujeros para atrapar los cascos de los caballos. Cuando intentó girar, el caballo de Pizarro le agarró la pata y lo tiró. Un indio se acercó corriendo y empezó a sacar al caballo, pero Pizarro se puso de pie, fue tras el hombre y lo mató de un empujón en el pecho. El caballo echó a correr para unirse a los otros españoles. Pizarro se defendió ahora con su escudo y espada, ahuyentando a los indios que se acercaban. Sus compañeros vieron su caballo sin jinete y se apresuraron a ayudarlo. Cargaron a través de los indios, "me agarraron entre sus caballos, me dijeron que me agarrara de los estribos y despegaron a toda velocidad por una cierta distancia". Pero había tantos indios apiñados que era inútil. Cansado de toda mi armadura y de luchar, no pude seguir corriendo. Grité a mis compañeros que se detuvieran mientras me estrangulaban. Preferí morir peleando que morir asfixiado. Así que me detuve y me volví para luchar contra los indios, y los dos en sus caballos hicieron lo mismo. No pudimos ahuyentar a los indios, que se habían atrevido mucho al pensar que me habían hecho prisionera. Todos dieron un gran grito por todos lados, que era su práctica habitual cuando capturaban a un español o un caballo. Gabriel de Rojas, que regresaba a su cuartel con diez jinetes, escuchó este grito y miró en dirección a los disturbios y los combates. Se apresuró allí con sus hombres, y su llegada me salvó, aunque gravemente herido por los golpes de piedra y lanza de los indios. Mi caballo y yo fuimos salvados de esta manera, con la ayuda de nuestro Señor Dios, quien me dio fuerzas para luchar y soportar la tensión ".
Gabriel de Rojas recibió una herida de flecha en una de estas escaramuzas: le atravesó la nariz hasta el paladar. A García Martín le arrancaron el ojo con una piedra. Un Cisneros desmontó y los indios lo agarraron y le cortaron las manos y los pies. “Puedo dar testimonio”, escribió Alonso Enríquez de Guzmán, “que esta fue la guerra más terrible y cruel del mundo. Porque entre cristianos y moros hay cierto compañerismo, y a ambas partes les conviene perdonar a los que capturan vivos a causa de sus rescates. Pero en esta guerra de la India no hay tal sentimiento en ninguno de los lados. Se dan unas a otras las muertes más crueles que puedan imaginar ''. Cieza de León se hizo eco de esto. La guerra fue "feroz y horrible. Algunos españoles cuentan que muchos indios fueron quemados y empalados…. ¡Pero Dios nos salve de la furia de los indios, que es algo de temer cuando pueden dar rienda suelta a ella! ”Los nativos no tenían el monopolio de la crueldad. Hernando Pizarro ordenó a sus hombres que mataran a las mujeres que capturaran durante la lucha. La idea era privar a los combatientes de las mujeres que tanto hacían para servirles y ayudarles. “Esto se hizo a partir de entonces, y la estratagema funcionó admirablemente y causó mucho terror. Los indios temían perder a sus esposas y estas últimas temían morir. »Se pensaba que esta guerra contra las mujeres había sido una de las principales razones del debilitamiento del sitio en agosto de 1536. En una salida, Gonzalo Pizarro se encontró con un contingente de el Chinchaysuyo y capturó a doscientos de ellos. "Las manos derechas fueron cortadas a todos estos hombres en el medio de la plaza. Luego fueron liberados para que se fueran. Esto actuó como una terrible advertencia para el resto ".
Tales tácticas contribuyeron a la desmoralización del ejército de Manco. La gran mayoría de la horda que se concentraba en las colinas alrededor de Cuzco eran campesinos indios comunes con sus esposas y seguidores de los campamentos, con pocas excepciones un ejército de milicias, la mayoría de cuyos hombres habían recibido solo el rudimentario entrenamiento de armas que fue parte de la educación de cada sujeto Inca. Solo una parte de esta chusma fue militarmente efectiva, aunque hubo que alimentar a toda la masa. En agosto, los agricultores comenzaron a alejarse para sembrar sus cosechas. Su partida se sumó al desgaste de grandes pérdidas en cada batalla contra los españoles. El peso de los números era la única estrategia eficaz de Manco, por lo que la reducción de su gran ejército significaba que las operaciones adicionales contra Cuzco tal vez tuvieran que esperar hasta el año siguiente. Pero Cuzco fue solo un teatro del levantamiento nacional. En otras áreas, los nativos tuvieron mucho más éxito.