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martes, 18 de junio de 2024

Conquista del desierto: La invasión araucana de los *curá chilenos

La invasión araucana a las pampas argentinas






En el siglo XIX los araucanos distinguían perfectamente a patriotas y realistas, a chilenos y argentinos.

 Así lo reconoce Calfucurá cuando dice: "... estaba en Chile y soy chileno y ahora hace como treinta años que estoy en estas tierras (Carta de Calfucurá a Mitre de 1867 que se conserva en el museo Mitre)”.

¿De dónde sacaron que Calfucurá fue un cacique argentino?

Allá por 1830, atravesó los Andes el grupo más numeroso con la llegada del cacique Calfucurá, de la parcialidad araucana moluche, hijo del cacique Huentecurá y penetra en la llanura pampeana cuando la Nación Argentina era ya independiente y soberana desde 1816.
 Por lo tanto, fueron invasores. Calfucurá se radicó en la gran llanura pampeana.
El 8 de setiembre de 1834 el cacique chileno Calfucurá (1790-1873) masacró a los caciques de las pampas en Masallé, cerca de la laguna de Epecuén.
 Calfucurá convocó a una gran reunión a todos los caciques y capitanejos de la Patagonia argentina. Los invita a comer, los embriaga y los asesina a todos. Murieron unos mil caciques y capitanejos. El único que logró escapar gracias a su astucia fue el cacique Ignacio Coliqueo (1786-1871), que era también boroano o boroga y había llegado a La Pampa en 1820.
El invasor araucano Calfucurá tomó de un solo golpe el poder de todas las tribus, muertos sus jefes se convirtió en el “Pinochet de las Pampas”.
Calfucurá, instaló sus tolderías en las Salinas Grandes, en el límite actual entre Buenos Aires y La Pampa, a la altura de Puán, sesenta kilómetros al norte de Bahía Blanca, donde se aseguraban la disponibilidad de sal para la carne y los cueros y le permitía controlar el camino de los chilenos, por donde arreaban el ganado robado hacia Chile. A ese poblado, su cuartel general, lo llamó Chilihué (“Pequeño Chile”).
Hasta 1872 las tropas del chileno Calfucurá eran poderosas, lo prueba el hecho de que ganaron las primeras batallas contra el Ejército Nacional Argentino.
En marzo de 1872, Calfucurá devastó con 6.000 lanceros los pueblos de Veinticinco de Mayo, Alvear y Nueve de Julio. Finalmente, fue derrotado en su última gran batalla en San Carlos de Bolívar el 8 de marzo de 1872 en las cercanías de Carhué, por las fuerzas comandadas por el general Ignacio Rivas, que tuvieron la ayuda de Cipriano Catriel con 1.000 indígenas y de Coliqueo con 140 indígenas.
Apenado por la derrota, Calfucurá moriría en su toldería de Chilihué el 4 de marzo de 1873 evidenciando la decadencia del poder araucano sobre las pampas.
Fue sucedido por Manuel Namuncurá (también nacido en Chile, hijo de Calfucurá y padre de Ceferino) vivían de la "empresa" del malón (robo de cautivas y ganado en Argentina para vender en Chile a cambio de fusiles Remington, alcohol, entre otros artículos).
En 1875 se produce la “invasión grande” que comenzó con la sublevación de la tribu de Catriel. En su auxilio vinieron simultáneamente Namuncurá (hijo de Calfucurá), los ranqueles de Baigorrita, los de Pincén y unos 2.000 indios chilenos sumando unos 3.500 combatientes.
Los indígenas entraron sorpresivamente en un amplio frente, arrasando las poblaciones de Tandil, Azul, Tapalqué, Tres Arroyos y Alvear. Según fuente oficial, tan sólo en Azul 400 vecinos fueron asesinados.
El Gral. Julio A. Roca, en 1879, encabezó una campaña para detener todas estas masacres de ciudadanos argentinos. Fue a cumplir la misión que Nicolás Avellaneda, presidente de la Nación Argentina, elegido por el pueblo, le había asignado.
Roca actuó por orden del Presidente Constitucional y del Congreso Nacional, no registrándose críticas, ni en esa época ni en las décadas posteriores por ningún partido oficialista u opositor.
 Todos consideraron siempre a la Conquista del desierto como una gesta que recuperó territorio del Estado Argentino, que de otra manera se hubiera perdido. Y esa campaña estuvo destinada a integrar, a incorporar de hecho a la geografía argentina, prácticamente la mitad de los territorios históricamente nuestros, y que estaban bajo el poder tiránico del malón araucano, cuyos frutos más notables eran el robo de ganado, de mujeres, asesinato de argentinos y la provocación de incendios. Lo acompañaron a Roca, geógrafos, fotógrafos y sacerdotes. Florentino Ameghino entre otros. El Gral.
Roca selló pactos con la mayor parte de las tribus y solo combatió aquellas que comandadas por Manuel Namuncurá y sus esbirros chilenos.
El derrotado cacique araucano Manuel Namuncurá, fue nombrado Coronel del ejército argentino por Roca, cargo y vestimenta que ostentó orgulloso hasta su muerte (¿genocidio...?... ). -Su hijo, "Ceferino", fue bautizado por el Padre Milanesio (el intermediario con Roca), entró en la Congregación Salesiana para ser sacerdote, siendo hoy nuestro "Beato Ceferino Namuncurá".  
¿Habría ocurrido ésto de haber sido los salesianos “cómplices de un genocidio”?
Por esa decisión de terminar con las matanzas provocadas por los araucanos (recordemos, procedentes de la Araucanía, en lo que hoy es Chile..

Nota Que apareció En: (Historia visual de la Argentina de 1830 a 1930)
(www.facebook.com/groups/1852770421548570)

domingo, 31 de marzo de 2024

Conquista del desierto: El heroísmo del padre Francisco Bibolini

El heroísmo del padre Francisco Bibolini

La Voz de la Historia



Corre el año 1859. Las poblaciones de campaña de la provincia de Buenos Aires ya han experimentado en carne propia los rigores del malón. En la incipiente población de 25 de Mayo, antiguo Fortín Mulitas, se conoce la noticia del avance de Calfucurá, cacique de las pampas, que ya la había arrasado en 1856, dejando un tendal de muerte y destrucción, imposible de olvidar.
Todo es angustia e incertidumbre. Los pobladores se aprestan a la defensa, conduciendo a las mujeres y los niños a lugares seguros, uno de ellos, la pequeña iglesia local.

Una horda de bárbaros

Calfucurá es un bárbaro que no conoce al Señor; que ignora la Misericordia del verdadero Dios y Salvador, que cree ser el único rey de reyes y que, por consiguiente, desprecia al indefenso, al hombre de paz y al desvalido. Solo cree en su fuerza y en el poder de su lanza, la misma con la que ha profanado altares, templos y sagrarios.
Las hordas avanzan desde Salinas Grandes como los hunos sobre la indefensa Italia del siglo V. A su frente va un nuevo Atila, tan cruel y sanguinario como aquél. 25 de Mayo se desespera y, aterrorizada, eleva sus plegarias al Todopoderoso implorando la salvación. Sabe que de nada servirá resistir porque, como en 1856, los vándalos, superiores en número e incentivados por el olor de la sangre y el alcohol, arrasarán la población, como lo hicieron con Cruz de Guerra (Junín), Juárez, Salto, Chivilcoy, Mercedes, Rojas y Tapalqué.
Nadie cree en un milagro, nadie espera la intervención divina y, sin embargo, llega en la figura de un hombre humilde y piadoso que, confiado en el poder del Señor, decide interceder.
Por las polvorientas calles de tierra de 25 de Mayo cabalga en su corcel el padre Francisco Bibolini, cura párroco de la población, decidido a enfrentar solo a la salvaje mesnada. La gente lo mira y se persigna, asombrada e incrédula, convencida de que ese será el último día que verá con vida a su amado sacerdote.

Un suceso increíble

El padre Francisco, un valeroso italiano nacido en La Spezia en 1827, avanza impartiendo bendiciones y llega a las afueras del poblado, donde se detiene. Repentinamente es rodeado por el malón, bárbaros salvajes que no han dudado en degollar, ultrajar y robar. Y al frente de ellos está Calfucurá, que al ver al religioso, alza su mano y manda hacer alto. Tiene lugar entonces, un suceso increíble. El religioso le habla al cacique y este parece dudar. La fiereza de su rostro desaparece y sus instintos comienzan a aplacarse.
El padre Francisco, inspirado en las bondades y enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo, explica al salvaje que su actitud no es la correcta y que está en contra de lo que el Creador ha predicado en Tierra Santa, dos mil años atrás. El indio recapacita y parece meditar. La escena es increíble y los cristianos, desde la población, dudan que sea cierta. Allí está su párroco, en medio de un mar de salvajes, con decenas de famélicos perros cimarrones rodeando amenazadoramente su cabalgadura, esperando la decisión del emperador de las pampas.

El Señor salva a 25 de Mayo

Y sucede el milagro. Calfucurá ordena a sus huestes acampar fuera del pueblo y se dispone a parlamentar. Y junto al padre Francisco, entra al pueblo pacíficamente, cabalgando por las polvorientas calles, hasta llegar a la iglesia, donde escucha con atención al clérigo, manifestándole, por fin, que se retira sin atacar.
A la mañana siguiente, a la cabeza de sus huestes, el azote del desierto se aleja hacia el horizonte, de regreso a Salinas Grandes, sin cumplir su cometido. Por intermedio de uno de sus más humildes servidores, el Señor salvó a 25 de Mayo de ser martirizada.
Calfucurá regresó en 1861 y una vez más, el padre Francisco salió a enfrentarlo, logrando que se retirara, previo pago de un fuerte tributo.
El heroico religioso falleció en 1907 y hoy yace enterrado en la iglesia principal de la ciudad por él salvada en 1859 y 1861.


Revista “Cruzada”, Año II, Nº 9, Junio de 2004

sábado, 9 de diciembre de 2023

Biografía: Cnel. Pedro Pablo Rosas y Belgrano, terror de los malones

El terror de los malones




El terror de los malones araucanos, Coronel Pedro Pablo Rosas y Belgrano, hijo del General Don Manuel Belgrano e hijo adoptivo del Brigadier General Don Juan Manuel De Rosas, nace en Santa Fe, el 29 de Julio de 1813



Pedro Pablo Rosas y Belgrano, nació cerca de Santa Fe, el 29 de julio de 1813, y era hijo natural del prócer nacional General Don Manuel Belgrano y María Josefa Ezcurra, luego adoptado por el caudillo federal y gobernador, Brigadier General Don Juan Manuel de Rosas y su esposa María de la Encarnación Ezcurra, y llegó a ser un distingudo oficial de caballería del Ejército Argentino, fogueado en cientos de combates contra los malones indígenas y en las luchas civiles de aquellas èpocas, alcanzando la jerarquía de coronel.

El general Don Manuel Belgrano tuvo algunos romances (a pesar de jamás haberse comprometido ni contraido enlace), entre los cuales dos tuvieron descendencia. La mamá de Pedro era María Josefa Ezcurra, una dama de buena posición social y económica, casada con su primo Juan Esteban de Ezcurra (originario de Pamplona, Navarra, España). Después de nueve años de matrimonio, sin hijos, era aquel un leal subdito de la Corona española, y disconforme con la Revolución de Mayo, decidió exiliarse en su patria, negándose María a acompañarlo; hombre de gran lealtad y firmes convicciones, prueba de ello es que aunque nunca la volvió a ver, Juan Esteban la nombraría su heredera.

María Josefa fue novia de Belgrano cuando tenía 16 años, desde 1802 a 1803. Sin embargo, su padre la casó con un primo proveniente de España. Cuando Belgrano fue nombrado general en jefe del Ejército Auxiliar del Perú (Ejército del Norte), luego de crear la Bandera Nacional en Rosario, María Josefa partió a su encuentro, producido en los primeros días de mayo de 1811 en San Salvador de Jujuy, luego de 45 días de viaje, permaneciendo a su lado durante tres meses allí y posteriormente en el Éxodo Jujeño, combate de Las Piedras y batalla de Tucumán. En octubre concibió un hijo en San Miguel de Tucumán, lugar donde residieron desde septiembre de 1812 a finales de enero de 1813, y que nacería en Santa Fe, en la estancia de unos amigos el 29 de julio de 1813.



Fue bautizado con el nombre de Pedro Pablo y anotado como huérfano en la catedral de Santa Fe; ignorándose si el niño alguna vez conoció a su padre. Al nacer, fue adoptado inmediatamente por su tía materna, Encarnación Ezcurra, a la sazón recién casada con el estanciero Don Juan Manuel de Rosas.

Desde entonces sería conocido como Pedro Pablo Rosas. En 1833, al cumplir los 20 años de edad, Pedro fue informado por Juan Manuel de Rosas de su verdadero origen, cumpliendo éste el expreso pedido de Don Manuel Belgrano. A partir de entonces, incorporó su apellido biológico, pasando a llamarse Pedro Pablo Rosas y Belgrano. Pedro Pablo tuvo una educación limitada en la capital, y muy joven pasó al campo y a la frontera con los indígenas.

En 1829 fue secretario privado de Rosas, durante su primer período como gobernador de Buenos Aires. Más tarde lo acompañó en ese mismo cargo en la Campaña al Desierto de 1833.



Al regresar, Rosas le regaló una estancia en el pueblo de Azul; durante el año 1837 ejerció como juez de paz de Azul y comandante del fuerte de San Serapio Mártir, con el grado de mayor. A fines de ese año pidió ser relevado y se dedicó a administrar su estancia. Era, además, el encargado de entregar los regalos y víveres a los caciques Painé, Pichún, Catriel e Ignacio Coliqueo. También tuvo alguna actuación reprimiendo las ramificaciones locales de la sublevación de los Libres del Sur en 1839.



Durante la década de 1840 fue nombrado comandante de Azul, que era el pueblo más importante del sur de la provincia en esa época, y oficialmente fue el encargado de las relaciones con los indígenas en todo el sur de la provincia. Se encargaba de lo que Rosas llamaba el "negocio pacífico", esto es, entregar a los indios "amigos" provisiones, alcohol y yerba mate a cambio de que los indígenas se mantuvieran en paz con las poblaciones de frontera y ayudaran a reprimir a los que las atacaran, o sea los genocidas araucanos procedentes de Chile. También llevaba adelante las relaciones diplomáticas y el correo entre los indios y el gobierno provincial.


A mediados de la década fue ascendido al grado de coronel, y llegó a ser un estanciero muy rico y con buenas relaciones, tanto con los estancieros y gauchos del sur de la provincia como con las distintas tribus.



Poco antes de la batalla de Caseros mantuvo varias reuniones con los caciques, a los que comprometió a unirse a sus fuerzas para defender el gobierno de Rosas, en caso de que el general Urquiza fuera derrotado y la guerra se extendiera al sur de la provincia.

Después de la caída de su padre adoptivo, siguió siendo el juez de paz de Azul, por orden directa de Urquiza. Mantuvo relaciones por carta con Manuelita Rosas, exiliada con su padre en Inglaterra. Por orden de Hilario Lagos, comandante de campaña, fue nombrado comandante del Regimiento de Caballería Número 11, con sede en Azul.

A fines de noviembre de ese año de 1852 estaba en Buenos Aires cuando estalló la rebelión de Lagos, que pronto dominó gran parte del interior de la provincia y puso sitio a la ciudad de Buenos Aires. En la capital se supo que había grupos en el sur de la provincia que aún seguían obedeciendo al gobierno porteño, pero no tenían cohesión ni podían establecer contacto con la capital. Por eso el gobernador Manuel Pinto envió a Rosas con unos pocos acompañantes al puerto del Tuyú.



Apenas desembarcado, convocó a los indígenas para que cumplieran sus compromisos de un año antes, forzando bastante el sentido que debía habérsele dado. La noticia de la expedición de Rosas y Belgrano levantó los ánimos de los porteños, mientras que los federales se dedicaron a tratar de detenerlo antes de que reuniera demasiada gente a sus espaldas.

Rosas reunió los grupos dispersos y marchó hasta la localidad de Dolores, donde logró reunir unos 4.500 hombres, entre ellos algo más de 1.000 aborígenes. Pronto regresó hasta la costa del río Salado, a esperar una prometida expedición naval con armas y municiones, por lo que se instaló cerca de la desembocadura de este río. Pero los refuerzos y armas no llegaron nunca: los barcos en que debían ser transportados encallaron y naufragaron, y nadie avisó a Rosas y los suyos.

Allí estaban cuando aparecieron los federales, al mando del general Gregorio Paz; tan mal se había preparado, que tenía el río Salado a sus espaldas. Los indios formaban en un costado pero, antes de iniciarse la batalla, sus jefes conferenciaron con los caciques de las tropas auxiliares indígenas que formaban en el ejército federal y, de común acuerdo, todos abandonaron el campo de batalla.

Paz puso a sus fuerzas a órdenes del coronel Juan Francisco Olmos, mientras Rosas y Belgrano ponía los suyos a órdenes de Faustino Velazco. La batalla de San Gregorio fue una verdadera catástrofe para los unitarios: murieron casi 1.000 hombres, incluidos los coroneles Velazco y Acosta. Casi todos los oficiales fueron tomados prisioneros.



Tras esta victoria, Lagos reforzó el sitio de Buenos Aires, cerrando todas sus vinculaciones con el exterior, excepto por el Río de la Plata. Un consejo de guerra presidido por el coronel Isidro Quesada condenó a Rosas y Belgrano a muerte, a pesar de la defensa que de él hizo Antonino Reyes. Pero Lagos no quiso cumplir la orden y lo puso en libertad, quizá influido por una carta que Manuela Mónica Belgrano le entregara al general Lagos, pidiéndole por la vida de su hermano Pedro, "teniendo en cuenta su sangre". Además, Lagos conocía a Pedro como hijo adoptivo de Juan Manuel de Rosas, ya que ambos servían a las órdenes del Restaurador de las Leyes y las Instituciones.

Levantado el sitio a mediados de 1853, fue repuesto en su cargo al frente del Regimiento de Caballería número 11 y de comandante de Azul. Se le encargó que organizara un plan general de defensa de la frontera, encargo que se ignora si cumplió.

Pidió la baja por mala salud en febrero de 1855, en una época en que arreciaban los ataques contra los ex colaboradores de Rosas, y el gobierno decidió confiscar todos los bienes de éste y de sus hijos. Dado que, legalmente, Pedro era hijo de Rosas, perdió todos sus bienes, once estancias en total. También fue acusado de participar en las invasiones de los generales Jerónimo Costa y José María Flores. A fines de 1855 se marchó a Santa Fe, donde prestó servicios en la frontera.



En 1859, poco después de la batalla de Cepeda, el general Urquiza volvió a avanzar sobre Buenos Aires. Allí organizó la defensa el general Bartolomé Mitre, mientras los jefes de frontera trataban de defenderse de un posible avance hacia el sur. Urquiza nombró a Rosas y Belgrano comandante de armas del sur de la provincia y lo envió hacia esa zona.

Convenció al cacique general Calfucurá, que atacó al comandante Ignacio Rivas en Cruz de Guerra, pero este ataque fracasó. Enviado por Rosas y Belgrano, el coronel Federico Olivencia tomó la ciudad de Azul. Un comandante de apellido Linares se presentó frente a Tandil, que estaba indefensa por haber salido su comandante Benito Machado a enfrentar a Olivencia. De modo que los habitantes de Tandil le dejaron tomar la ciudad, a cambio de que los indígenas que venían con él quedaran afuera; pero éstos se sublevaron y saquearon la ciudad.
  Olivencia entró en conflictos con Rosas y Belgrano, de modo que lo abandonó y se pasó a las filas del general Flores. Machado regresó a Tandil, obligando a Linares a huir. Y los indígenas que habían llegado a Azul con Rosas y Belgrano también lo abandonaron. El coronel debió huir por "tierra de indios", llegando hasta Rosario.
  Después de la batalla de Pavón fue tomado prisionero en Rosario. A pesar de que algunos oficiales pidieron que fuera ejecutado, su vida fue respetada por orden de Mitre. Viendo que estaba ya muy enfermo, se lo dejó regresar a Buenos Aires, con orden expresa de no dejarlo acercar a Azul.
  Es así que, en medio del ostracismo (hay que resaltar que la lealtad y conducta de Pedro Pablo era la habitual de todos o casi todos los oficiales en aquellas épocas, de formación de identidad nacional), el hijo del General Don Manuel Belgrano, veterano de la Frontera y la Campaña del Desierto, veterano de la Guerra Civil y eficiente oficial del Ejército Argentino, el Coronel de Caballería Pedro Pablo Rosas y Belgrano, injustamente desposeído de todos sus bienes, falleció en la ciudad de Buenos Aires, a los 50 años de edad, el 27 septiembre de 1863.

Coronel de Caballería Pedro Pablo Rosas Y Belgrano

  • Fecha de nacimiento: 29 de julio de 1813, cerca de la ciudad de Santa Fe.
  • Muerte: 27 de septiembre de 1863 (a los 50 años), en Buenos Aires.
  • Lealtad: Partido Federal,
  • Estado de Buenos Aires
  • Hitos militares: Campañas al Desierto, Defensa de la Frontera, Batalla de San Gregorio.
  • Familia cercana:
  • Hijo biológico del general Manuel Belgrano y María Josefa de Ezcurra y Arguibel
  • Hijo adoptivo de Juan Manuel de Rosas y María Encarnación Josepha de Ezcurra y Arguibel
  • Marido de Angela Fernandez y Juana Rodriguez
  • Padre de Francisca Angela Rosas y Belgrano y Francisco Rosas y Belgrano Rodriguez
  • Hermano de Juan Bautista Ortiz de Rozas y Ezcurra; María Encarnación Ortiz de Rozas y Manuela Ortiz de Rozas Ezcurra
  • Medio hermano de Manuela Mónica Belgrano; Manuela Mónica del Sagrado Corazón Riva; Mercedes Rosas; Ángela Rosas; Ermilio Rosas y 4 otros.

jueves, 12 de abril de 2018

Conquista del desierto: La Fortaleza Protectora Argentina que daría lugar a Bahía Blanca


Fundación de Bahía Blanca.
Daniel Hammerly Dupuy

Oscar Fernando Larrosa



 Sistemáticamente desalojados de las cercanías de Buenos Aires, los nativos seguían refugiándose en los escondrijos de las serranías del centro y del sur. La Sierra de la Ventana continuaba siendo un estratégico apostadero de las hordas nativas, que no podían resignarse a la suerte de abandonar definitivamente el antiguo teatro de sus correrías.
La nueva República demandaba seguridades para sus ciudadanos, que se iban desbordando de los primitivos centros poblados para adentrarse en las tierras del indio. La travesía a las salinas se hacía cada vez más arriesgada. En Tandil fundóse, en 1822, el fortín terminal de una línea eslabonada de defensas. El sur se presentaba inhóspito. Era imperioso que la seguridad se extendiera hasta el océano, pues, en tal caso, frente a contingencias de serio contratiempo se podría tener contacto con las líneas de defensa mediante la navegación, eludiendo así las penosas travesías terrestres.

Los primeros proyectos

Hacia fines del siglo XVIII los mapas no ostentaban muchos detalles de la costa sud, pero el gobierno español, en 1805, mandó reconocerla oficialmente. En el curso de la década que comienza en 1810 aparecen algunos croquis que esbozan las líneas generales de una bahía que a causa del tono blanquecino de sus barrancas y del color de su costa anegadiza fue conocida como la "Bahía Blanca". Era indudable que dicha región que figuraba en el mapa de Brué, ofrecía un lugar estratégico para fundar un puerto que permitiera extender hasta la costa la línea de fortines.
Hasta donde se sepa, el primer proyecto en ese sentido data de diciembre de 1823, cuando el gobierno destacó a José Valentín García para que fuese a la Bahía Blanca a los efectos de estudiar, con el personal necesario para tales tareas, el lugar más estratégico de la bahía para establecer un puerto. Con fecha del 16 de febrero de 1824 se publicó un valioso informe en el "Registro Estadístico de la Provincia de Buenos Aires". Los datos expuestos ahondaron la convicción de la factibilidad de una empresa definitiva.
El segundo proyecto data del año 1824 cuando el general Martín Rodríguez, siendo gobernador de Buenos Aires, tenía por ministros de Gobierno y de Hacienda a Bernardino Rivadavia y a Manuel José García. Según se desprende de los documentos existentes parece ser que el principal promotor de dicho plan colonizador era un comerciante, Vicente Casares, cuyas ideas fueron aprobadas el 26 de febrero de dicho año. Entre las resoluciones tomadas estaban la de facilitarle todas las armas, herramientas, materiales de construcción, 20.000 pesos y 100 hombres para que la fundación se llevara a efecto. Poco después se rescindía el contrato. El proyecto siguió interesando profundamente a Rivadavia, quien reunió todas las informaciones de interés hasta poder elevar una documentada memoria.
Un episodio inesperado, el ataque de Patagones por la escuadra imperial brasileña, trajo a la realidad palpitante la necesidad inaplazable de poblar y gobernar el dilatado territorio de la Nación. Ese incidente de marzo de 1827, que no tuvo mayores consecuencias históricas dada la enérgica actitud de los pobladores de Patagones, puso nuevamente sobre el tapete el proyecto de avanzar la conquista hacia la Bahía Blanca, no sólo para entregar las tierras a los hombres que quisieran arraigarse en ellas, sino para defender la soberanía nacional sobre la costa del Atlántico.
Tales eran los motivos que apresuraron las disposiciones para llevar el plan proyectado a la vía de los hechos. El coronel Manuel Dorrego, gobernador de Buenos Aires, teniendo como ministro de guerra y marina al general Juan Ramón Balcarce, considerando la extraordinaria importancia de llevar a su realización inmediata el plan cabalmente esbozado por Rivadavia, escribió a Juan Manuel Rosas, quien a la sazón era general de fronteras del Sur, pidiéndole que partiera de inmediato para el fuerte Independencia (Tandil) y que de allí se dirigiera hacia el océano para fundar el nuevo fuerte. Como Rosas solicitara que se le enviara personal técnico que se responsabilizara del levantamiento de planos y de la dirección de las construcciones, hubo una breve postergación.


¿Quiénes fueron los fundadores del fortín?

Piensan algunos que fue Rosas el ejecutor del proyecto de erigir el fuerte de la bahía Blanca, como jefe militar y que Alcide D'Orbigny fue el técnico de la expedición. Pero la circunstancia de que el coronel Ramón Estomba fuera designado como jefe de la fuerza expedicionaria en noviembre de 1827 hizo que la futura ciudad no fuera fundada por Rosas. La actuación de Rosas en este asunto puede ser medida por las siguientes líneas que firmó el 16 de enero de 1828: "El que suscribe tiene el honor de dirigirse al Señor Inspector General para poner en su conocimiento que ha terminado los aprestos para la formación del Establecimiento de Bahía Blanca, y que su parte queda expedito el Señor Comisionado para fundarlo, Cor. Estomba para marchar". Rosas no visitó al fortín sureño sino cuatro años después, mientras se hallaba de paso hacia el río Colorado.
Por otra parte, según lo ha demostrado el historiador Paul Groussac, D'Orbigny no pudo estar en Bahía Blanca en la fecha de la fundación de su fuerte porque consta que sólo once días después se embarcaba en Corrientes. La confusión ha debido ser posterior. La repiten diversos autores sin notar que D'Orbigny, inicia los capítulos XIV, XV y XVI de su obra "Viaje a la América Meridional", con una nota aclaratoria en donde manifiesta que no habiendo visitado las regiones meridionales de la región de la Bahía Blanca, tiene que valerse de los escritos de Narciso Parchappe. Además Darwin. quien visitó el fuerte de Bahía Blanca dentro del primer lustro de su fundación menciona las investigaciones de Parchappe sobre el terreno del emplazamiento de la fundación.
El ingeniero militar Parchappe, había sido designado, como director técnico con un sueldo de 300 pesos mensuales, para trazar la frontera Sur de Buenos Aires. Era sobrino de un militar francés del mismo apellido. Nacido en Epernay (Marne) había egresado de los estudios militares con el grado de subteniente de artillería. Las convulsiones políticas de su patria lo trajeron a Buenos Aires en 1818. Cuando estaba a punto de embarcarse para el Brasil se vio envuelto entre los acusados de haber participado en el "complot de los franceses". Después de demostrar su inocencia pasó a Corrientes donde ejerció la profesión de agrimensor. Es allí donde se conoció con su compatriota D'Orbigny, naturalista que realizó posteriormente un viaje de exploración del Alto Paraná, no sin antes haber recomendado a su joven amigo que, en vista de su designación para ir al sur, le remitiera todas las informaciones posibles sobre la geología, paleontología, la fauna y la flora de los lugares que visitara. Tales son las circunstancias que han generalizado el equívoco que atribuye a D'Orbigny la elección del sitio donde se fundó el fortín.
El coronel Estomba, encargado de la jefatura de la fuerza expedicionaria y fundadora había nacido en Montevideo, siendo su madre uruguaya y su padre español. Habiendo ingresado en el ejército patriota en 1810 como cadete, al año siguiente era abanderado. Participó en la campaña del Alto Perú. Luego acompañó a Belgrano en diversas batallas y en 1820 se incorporó al Ejército Libertador pasando por diversas alternativas. Sufrió heridas, cárcel y destierro allende los Andes pero fue reincorporado al ejército argentino. Su regreso a Buenos Aires se efectuó en enero de 1827. Como fuera nombrado jefe del séptimo regimiento de caballería, tuvo a su cargo la expedición que debía marchar hacia la bahía Blanca para cumplir con una misión bien definida, como "coronel comisionado", según las expresiones de Balcarce.
La primera entrevista de los dos hombres que habrían de fundar el histórico fortín se efectuó en Buenos Aires. Acerca de ella Parchappe se expresa en tales términos que permiten conocer la cordialidad que caracterizaba a Estomba; como un caballero "cuya afabilidad y modales tan nobles como francos, me hicieron formar de él la más ventajosa opinión decidiendome a correr los azares de esta nueva empresa".

 La búsqueda de un lugar estratégico

Mientras el ingeniero Parchappe ultimaba los preparativos para la importante misión que se le había confiado, el coronel Estomba se adelantaba en su marcha llegando hasta el fuerte Independencia (Tandil) donde se encontraron el 8 de marzo de 1828. El ingeniero permaneció en Tandil sólo dos días y sin que resulte claro cuáles fueron los motivos de tal determinación se anticipó hacia la bahía Blanca con una escolta de 25 coraceros, comandados por el teniente coronel Andrés Morel, seguidos de 30 indígenas amigos con su correspondiente cacique.
Las descripciones que el francés hace de su viaje permiten reconocer su talento de observador. A pesar del siglo transcurrido rebosan de un colorido tal que las imágenes se agolpan con los caracteres vividos de lo visto. Los sauces y chañares que bordean los arroyos lo llenan de satisfacción después de la penosa travesía por la pampa desnuda.
 Veamos cuáles fueron sus primeras impresiones al llegar, el 21 de marzo, al sitio que habría de ser el centro de sus actividades:
"Llegaba al término de mi viaje. Al placer de haberlo logrado sin accidentes, se reunía el de contemplar el océano, que yo no veía desde hacía varios años y cuya superficie azulada hacía contraste con el aspecto amarillento y triste de las planicies que recorría desde hacía tanto tiempo. El baqueano que había tomado la delantera, vino a advertirme que había percibido un buque de dos mástiles anclado en la bahía; no podía ser otro que la embarcación enviada de Buenos Aires, con los materiales propios para la construcción con que se debía levantar el nuevo fuerte; todo concurría a asegurar el éxito de la empresa, y fui aliviado de un gran peso viendo disiparse las inquietudes que yo había alimentado hasta entonces sobre el resultado de mi misión. Caminamos aún una legua al O.N.O. a través de terrenos minados y cubiertos por chañares; después, habiendo descubierto las pendientes que bordean la fuente de la bahía Blanca, en una planicie extendida entre sus pies y la playa de la bahía, llegamos al borde de un pequeño arroyo, que supimos después era el Napostá de los indios. . . Acampamos en medio de un buen campo de pastoreo, resueltos a quedarnos provisoriamente en ese sitio, hasta que un más amplio reconocimiento de la bahía nos permitiera elegir el sitio para el fuerte proyectado".
La nave avistada era la ballenera "Luisa", propiedad de Enrique Jones. A bordo de la misma iban el piloto Laborde y seis marineros franceses. La baja marea había dejado la embarcación en seco en el lugar conocido como arroyo Pareja. El reconocimiento de la región requirió varios días en el curso de los cuales la embarcación se extravió al remontar equivocadamente un arroyo que no era el indicado por Parchappe. Después de muchos padecimientos, entre los cuales estaba el del hambre, los marinos franceses fueron encontrados por los indios amigos y traídos al campamento. Las provisiones que les brindaban los indios consistían en carne de guanaco y otros animales de la región.
Cuando el viajero llega por primera vez a Bahía Blanca, lo primero que le sorprende es que la fundación no se hiciera en las lomas que están a más de 70 metros de altura desde donde se domina toda la bahía, en lugar de su ubicación a sólo 4 metros sobre el nivel del mar. Pero es preciso recordar que para la estrategia que tenía en cuenta al aborigen y a sus armas de corto alcance era necesario estar cerca del agua dulce. Parchappe eligió un lugar caracterizado por hallarse resguardado por dos arroyos, que venían a ofrecer un limite natural ademas de un puerto proximo en la desembocadura de uno de ellos.
Refiriéndose al valor estratégico del lugar elegido, Estanislao S. Zeballos, en su obra "Viaje al país de los Araucanos", expresa:
"En el centro de la pampa, que es la tercera gradería formada por las grandes convulsiones geológicas entre las cumbres y el mar, álzase la Villa Bahía Blanca, arrinconada en la Orqueta de los arroyos: el Napostá y el Maldonado, hijo el segundo del primero, que cae bullicioso de las alturas vecinas. . . Fundado el fuerte La Argentina, hoy Villa Bahía Blanca, en 1828 con miras estratégicas, su posición contra los indios es de primer orden. Hoy mismo, cuando el peligro ha desaparecido, los arroyos que ayer le sirvieron de baluarte, son arterias de fecundación y vida. . .".
Los aborígenes, al sospechar que serían desplazados de otro de sus países de correría, hicieron cundir la voz de los propósitos de los hombres blancos. Pronto se oyeron los rumores del estallido de las hostilidades. El ingeniero francés escribe lo siguiente, en sus notas del 27 de marzo:
"A nuestro arribo el cacique Venancio había enviado un mensaje a su lugarteniente Montero, acampando con el resto de su gente en las cercanías del río Colorado; llegó, al anochecer, acompañado de un enviado del mismo Montero. Estos indios nos informaron haber visto nueve hombres a caballo en dirección a la Cabeza de Buey; los suponían espías o vanguardia de indios enemigos, que aseguraban venían en gran número con intención de atacarnos y de oponerse, con todo su poder, a nuestra instalación, mirada por ellos como una usurpación a sus posesiones; lo anunciaban, además como conocedores de nuestra poca fuerza y no ignorando que el resto de la expedición no llegaría hasta pasado un tiempo. . . Lo que parecía justificar las precauciones e indicar un peligro real era que el cacique Venancio parecía atemorizado; reunió en asamblea a todos los suyos y mantuvo consejo durante toda la noche. Nuestra posición parecía tornarse más crítica y despachamos al día siguiente, un expreso al coronel Estomba instándolo a apresurar la marcha y de a enviarnos refuerzos de tropa".
Pocos dias después, el 9 de abril, llegó un mensaje de Estomba. Parchappe se apresuró a salir a su encuentro. El coronel venía al frente de una columna. La marcha, según consta por el informe de ese viaje, se efectuó con lentitud siendo que el 7° regimiento de caballería de línea venía seguido de dos piezas de artillería y un gran convoy de carretas que conducían numerosos elementos para la construcción del fuerte, además de los víveres.

¿Cuál fue la verdadera fecha de la fundación?

Debido al hecho de que las dos fuentes que suministran las informaciones referentes a la fundación del fortín bahiense no detallan los mismos incidentes, no han faltado personas que se hayan planteado el problema de cuál fue la verdadera fecha de la fundación de Bahía Blanca.
El historiador Groussac, en su artículo de la revista "Humanidades" afirma que "dos días después (el 11 de abril) llegó el convoy con el resto de la fuerza. El campamento fue establecido en la colina ya designada, ese mismo día, 11 de abril; en una tienda levantada al efecto, se redactó el acta de fundación que firmaron los jefes y oficiales presentes y además los tres primeros pobladores". El historiador añade: "no insertamos aquí este documento por ser muy conocido, así como las notas elevadas por el coronel Estomba dando cuenta de lo efectuado". Dicho documento, cuya reproducción facsimilar damos, dice textualmente lo siguiente:
"En la Fortaleza Protectora Argentina A nuebe de Abril de mil ochocientos veinte y ocho reunidos en la tienda del Crel. Ramón Estomba Jefe de la Expedición de Bahía Blanca el Teniente Coronel Andrés Morel, los Sarg. Mayores del Valle y Juan de Elias, el Cap. Martiniano Rodrigez, el Ingeniero agrimensor Narciso Parchappe y los vecinos pobladores Nicolás Peres, Pablo Acosta y Polidoro Couhn para tomarles su parecer sobre el lugar en que deve situarse la Fortaleza y Población, combinieron de opinión unánime que la posición elegida por el Sr. Parchapp, y aprobada por el referido Coronel es la mejor que puede presentar la Campaña en esta parte de la Costa por la inmediación de su buen Puerto, y la reunión de un Río, de excelente agua; y la mejor tierra bejetal, pastos abundantes; combustible para muchos siglos; por cuya reunión de circunstancias está llamado a ser algún día uno de los establecimientos de más interés para la Provincia de Buenos Aires" Firmado R. Estomba - Andrés Morel — Narciso del Valle - J. de Elias — Nicolás Peres - Pol. Coulin — Narc. Parchappe -Mart. Rodríguez - Pablo Acosta".
El precitado documento fue fechado el 9 de abril de 1828, vale decir que el mismo día de la llegada de Estomba a la vera de la bahía Blanca. De ese mismo documento se desprende que el propósito de la reunión era consultar el parecer de todos los presentes referente al lugar conveniente para fundar el fuerte. En el informe del ingeniero Parchappe tocante a lo sucedido en el día 9 de abril y los dos días subsiguientes, leemos:
"9 de Abril: Habiéndome enterado por una nota del coronel Estomba, escrita en los Manantiales del Napostá y recibida la víspera, que llegaría hoy con la primera división de carretas y la caballería de la expedición, monté a caballo para ir a su encuentro; y habiéndolo encontrado a corta distancia llegamos al campamento a eso de las 10 de la mañana. Después de algunos momentos de descanso, el coronel quiso reconocer los alrededores. Le informé sobre las ventajas de la posición que había elegido para el fuerte, tanto a causa de la hermosa colina sobre la que debía construirse éste como por la proximidad de un buen puerto. Quedó encantado de todo lo que yo había hecho y aprobó mis planes. Dos días después arribó el resto del convoy con la infantería y el campamento general fue establecido cerca de la altura por mí elegida. Comencé el trazado del puerto e hice sucesivamente el de la población, de los cuarteles, etc. Se comenzaron a cavar los fosos y todo mi tiempo fue consagrado a los trabajos".
Es evidente que la decisión referente al lugar donde debía ubicarse el fuerte fue tomada el 9 de abril, pero resulta igualmente cierto que los trabajos de fundación no se iniciaron hasta el 11 del mismo mes, porque se esperó el resto de la caravana. Esta aclaración explica por qué el diario del coronel Estomba, donde informa del cumplimiento de su misión a partir del fuerte Independencia no fue concluido hasta el día 12, puesto que el verdadero propósito de su viaje era la fundación del fuerte en las proximidades de la bahía Blanca, obra que fue iniciada el día 11 de abril del año 1828.


Delineamiento de Bahía Blanca. Cuadro A. Pellegrini. Museo de Bellas Artes.

La "Fortaleza Protectora Argentina"

Soplaban los primeros fríos cuando se iniciaron los trabajos de erección del fuerte. Aguijoneados por el frío los trabajos fueron iniciados con entusiasmo. Apremiaba asegurar no solamente un refugio seguro para las tropas sino un baluarte en condiciones de resistir la avalancha de rencores que se venía acumulando en la indiada de muchísimas leguas a la redonda. En las dilatadas soledades del sur se iba a enclavar otro testimonio de la soberanía de la pujante nacionalidad.
Grande fue la decepción de los fundadores cuando realizaron un recuento de los materiales, mientras se cavaban los fosos. El cargamento que había venido por vía marítima consistía solamente en los siguientes elementos: 366 troncos de palmera; 295 tijeras; 253 tacuaras; 220 balas de cañón; 105 tablones; 60 atados de cañas; 25 puertas con sus correspondientes llaves; 21 tirantes; 21 cajones; 14 espeques; 10 atacadores y cucharas; 8 ventanas; 4 postes para portones; 3 cañones; 3 encerados; 3 martillos; 3 arrobas de estopa; 2 hojas de portón; 2 tenazas; 1 ballenera; 1 fuelle, una bigornia; 1 barril de alquitrán, una tina deshecha y algunos útiles de herrería.
Aunque en el convoy de carretas trajeron otros materiales y objetos indispensables, distaban mucho de suplir las necesidades reclamadas por la obra que debía realizarse con tanta premura. Por otra parte, no se habían recibido todos los elementos que habían sido convenidos. En vista de esto el coronel Estomba elevó una nota de protesta a la superioridad, en la que se expresaba del siguiente modo: "Las maderas que ha conducido el barco y cuya relación incluyo, no son en totalidad las que me dieron como cargadas en el Salado: han venido como 200 palmas menos y de 400 atados de cañas sólo han venido 70 y la mayor parte rotas; esto nos pone en un apuro de primera necesidad, pues V. E. conoce que faltando lo principal de las maderas es imposible hacer otra cosa que malas barracas y la estación no da espera. . . En la última comunicación que dirigí a V. E. manifestaba la necesidad que tendremos, también, dentro de muy poco tiempo de algún ganado y particularmente de caballos que han llegado aquí en muy mal estado y se ensillan todos los días de sesenta a setenta. .. estos recuerdos continuos pueden ser molestos y yo me abstendría de repetirlos si ellos no tuvieran el interés que tienen y los resultados que pueda esperar de su parte".
Los expedicionarios no permanecieron inactivos. Consta que enviaron rápidamente la embarcación a Patagones para que trajera todo lo conveniente para la construcción del fuerte y de los edificios accesorios. Desde Ensenada fue fletada una goleta cuyo arribo a la bahía solucionó muchos problemas. Tan avanzados estaban los trabajos al cabo de un mes que el ingeniero Parchappe pudo abandonar la obra por algunos días para ir a realizar un reconocimiento del Napostá.
El 19 de mayo llegó un refuerzo de animales y un correo de Buenos Aires por medio del cual se comunicaba que según el proyecto de ley que había sido presentado a la Cámara de Representantes acordando 100 leguas cuadradas a cada uno de los nuevos campamentos de frontera, debía ser medida esa extensión, colocándose los correspondientes mojones. Al día siguiente llegaron otros despachos conteniendo los decretos del gobierno sobre la forma del pueblo y la distribución de los terrenos para la agricultura y para la ganadería.
La llegada del 25 de mayo fue un motivo de verdadero júbilo para los patriotas pobladores de aquellas soledades que habían pasado largos días de constante trabajo y vigilancia ante el rumor de que los indios vendrían en gran número para desarraigar a los blancos. "La fiesta fue celebrada — escribe Parchappe — con todo el ruido de que era capaz nuestra bosquejada colonia: la bandera nacional fue izada en el fuerte y saludada con cuatro cañonazos, por la mañana y por la tarde; y por primera vez, sin duda, el eco silencioso de los alrededores repitió la entonación de la artillería
La obra tesonera de los fundadores llegó a su término unos cuatro meses después. El fuerte, de forma cuadrangular, contaba con cuatro bastiones orientados hacia los cuatro puntos cardinales. Los muros medían cuatro metros de altura y otros cuatro de espesor. Cada baluarte tenía sesenta y cinco metros de longitud, formando un ángulo de unos sesenta grados. Por su parte externa estaban rodeados de un foso de cinco metros de ancho y tenían aproximadamente la misma profundidad. Sólo había una entrada, al Noroeste, que consistía en un portón de madera que daba frente a un puente levadizo que permitía salvar el foso. Los cañones estaban emplazados sobre el terraplén del fuerte. Los edificios se hallaban dispuestos de tal manera que dejaban un patio central. El cuerpo de guardia estaba a la izquierda de la entrada y la Comandancia a la derecha. El bastión Sur había sido destinado al polvorín. Para la caballada se había formado un corral con empalizada hacia el lado Sureste.
Tales eran algunas de las características más notables de esa última avanzada de la civilización que daba su cara al océano y sus espaldas a la Sierra de la Ventana tras de la cual se extendía la pampa monótona y hostil donde los vientos peinaban la cabelleras hirsutas de los aborígenes y las crines de sus veloces corceles, sin que nada hiciera pensar que se avecinaba el día cuando la pampa se transformaría en el mar de oro con espigas de trigo que saludarán reverentemente al caminante .. .


Vista del Fuerte en 1880

El anónimo redactor del diario de la Expedición fundadora de la fortaleza fechó el interesante documento del siguiente modo: "Bahía Blanca, abril 12 1828". La primera denominación aparece tachada por un puño enérgico que escribió con caracteres muy marcados: "Fortaleza Protectora Argentina". Indudablemente, esa intervención pertenece al coronel Estomba puesto que en su diario y en una nota que lo acompaña, aparece la siguiente cláusula: "Toda la División se halla establecida en la parte occidental del Sauce Chico — (debió haber dicho con propiedad: el Napostá) a una legua del puerto que desde hoy tiene el nombre de Puerto de la Esperanza", "Al puerto que para el establecimiento se ha preferido en esta inmensa bahía se le ha dado el nombre de Puerto de la Esperanza — con alusión a su destino y a la Fortaleza y Población el de Protectora Argentina haciendo alusión, también, en otro sentido al General San Martín, servidor esclarecido de nuestra Patria y que obtuvo ese título combatiendo en honor de ella".
Entre los documentos alusivos a los primeros proyectos referentes a Bahía Blanca, se ha hallado hace poco uno que permaneció inédito hasta que lo diera a conocer su descubridor, el erudito historiador Ernesto H. Celesia. Trátase de una carta firmada por B. Rivadavia, dirigida al Comandante de Patagones, en la que se expresa de la siguiente manera:

"Buenos Aires 5 de Marzo de 1824
"Habiéndose acordado por el Gob"° el establecimto de una fortificación en la Bahía Blanca, que por contrata celebrada con el Gobno pasa a fortificarla el Comerciante Dn Vicente Casares bajo la inspección Oficial Comisionado en Jefe para dha expedición Dn Jaime Montoro y bajo la dirección de los ingenieros Dn Martiniano Chilavert y Dn Fortunato Lemoine; como asimismo el conocimto que por los expresados ingenieros debe practicarse de los puertos y calas de la costa del Sud desde el cabo Corrientes hasta la mencionada Bahía, el Gobno ha resuelto que el Comandte de Patagones preste a la preindicada expedición los auxilios que al efecto se requieren; poniéndose con su virtud en comunicacion con el Gefe de otra fortificación, y dando aviso de todo cuanto condusca al mejor servicio y buen éxito de la expedición".


jueves, 10 de agosto de 2017

Araucanos: 10 razones por las que no tienen razón en sus reclamos

Diez verdades sobre los mapuches y sus reclamos


Por Rolando Hanglin - Infobae


Malditos araucanos en la Patagonia argentina


1. Los araucanos -hoy llamados mapuches- no son "originarios" del territorio de la Argentina.

2. Los "patagones", los aborígenes presentes en nuestro territorio, eran los antiguos tehuelches. El último hablante de esta lengua fue el antropólogo Rodolfo Casamiquela, que la aprendió de la familia Cual.

3. La gran invasión araucana comenzó en 1833 y fue encabezada por el lonco chileno Juan Calfucurá que fue el "Napoleón de las Pampas" hasta su muerte en 1873. Lonco es el nombre que los mapuches dan al cacique.

4. Los malones indios incendiaban casas y campos, degollando a todos los varones, robando mujeres por las que pedían rescate y llevando arreos de hasta 50.000 vacunos que luego vendían en Chile. Con gran fuerza militar, los araucanos batieron y absorbieron a nuestros tehuelches, en general pacíficos, cuya lengua ha desaparecido.

5. El cruce de la cordillera estaba custodiado por Santiago Reuquecura, hermano de Juan Calfucurá: cada uno disponía de miles de lanceros a caballo.

6. En los textos de Bartolomé Mitre y de Estanislao Zeballos o en las cartas y documentos de Juan Manuel de Rosas, que son de la época, no existe la palabra mapuche, se habla sólo de pampas, puelches, ranqueles, etc. La palabra mapuche se adoptó en 1950 y el sitio Mapuche Link tiene domicilio en Bristol, Inglaterra.

7. Facundo Jones Huala es blanco o tiene la leve cuota de sangre india que tiene la mayoría de los criollos que habitan estas tierras. Sus dos apellidos, uno galés y otro araucano, son muy frecuentes en nuestro sur.

8. Si mañana tres vikingos noruegos reclamaran el castillo de Windsor en su condición de pobladores originarios, los correrían a azotes.

9. Los llamados "mapuches" son descendientes de chilenos y tienen los mismos derechos que los argentinos de origen piamontés, napolitano o sirio.

10. Creo en la enseñanza de la lengua y las fechas sagradas de los araucanos –así como de las otras etnias aborígenes argentinas-, porque son parte de nuestra historia, incluyendo a las respetables familias Namuncurá, Coliqueo, Huala y el lonco tehuelche Catriel, que colaboró con el Gran Julio Argentino Roca en la pacificación de la Patagonia.

jueves, 3 de julio de 2014

Conquista del desierto: El último malón a Bahía Blanca


19 de Mayo 
El último malón a Bahía Blanca
La madrugada del 19 de mayo de 1859 Bahía Blanca fue invadida por tres mil lanzas del cacique Calfucurá, en lo que significó el último gran malón.

Oscar Fernando Larrosa (h)

Se supone que este malón [táctica de incursión mapuche a poblaciones colonizadoras] fue llevado a cabo por Calfucurá debido a la muerte de su yerno Yanquetruz poco tiempo antes en una pulpería de Bahía Blanca.


Fortaleza Protectora Argentina

El viejo cacique Yanquetruz era famoso por sus tropelías, asesinatos, robo de cautivas y de ganado que luego vendía en Chile. Para tener una leve idea del negocio de estos verdaderos piratas de la Pampa cabe consignar que cuatro años antes en un malón sobre la zona de Tandil arreó 20.000 vacas y decenas de cautivas dejando un tendal de paisanos muertos.

Hacia 1857 firmó un tratado de paz con el Ejército prometiendo no volver a malonear pero era famoso por sus borracheras salvajes en las siempre terminaba asesinando a alguien.
En una de estas borracheras, en la pulpería de Silva frente a la Fortaleza Protectora Argentina en Bahía Blanca armó una trifulca y fue muerto a cuchilladas por el oficial de Guardias Nacionales Jacinto Méndez.


La vuelta del malón. Angel Della Valle.

Calfucurá detestaba a Yanquetruz y varias veces se habían enfrentado y traicionado mutuamente pero su muerte le daba la excusa para atacar y conquistar la Fortaleza de Bahía Blanca.

 La madrugada del 19 de mayo de 1859 Calfucurá con sus capitanejos Guayquil, Antelef y 3.000 indios de batalla entraron por el bañado de Giménez (actual Parque de Mayo) y rodearon el Fuerte.
Un vecino, el “Gallego” Mora dio el aviso del ataque pero el jefe del Fuerte se limitó a encerrarse con parte de la población en la fortificación. Gran parte de la indiada atacó e incendió la pulpería de Francisco Iturra robando todo el alcohol que encontraron y dedicándose a celebrar el seguro triunfo, emborrachándose.


Bahía Blanca hacia 1860

Una rápida defensa por parte del comandante Juan Charlone de la Legión Italiana y de los Guardias Nacionales frente a la pulpería de Iturra sorprendió a la indiada y terminó desbaratando el ataque luego de varias horas de combate.

 El resultado final fue de unos 200 indios muertos que fueron quemados en una pira en la plaza por el coronel José Orquera, jefe de la Fortaleza. El resto de la indiada se retiró varios kilómetros y se dedicaron a comer asado con algunas vacas que lograron escamotear.

Yanquetruz
Fue el último malón a Bahía Blanca realizado por los “pueblos originarios” que eran en realidad bandas de saqueadores que comerciaban en Chile todo lo que le robaban aquí a quienes trabajaban para civilizar esta tierra.

 Estos son algunos testimonios de la gente que vivió esa noche terrible:

E relato de Bernardo Mordeglia, Vecino.

"Era una noche serena y sin viento, pero muy fría, cuando llegó la noticia, traída al pueblo por unos soldados y un señor Mora, de que se produciría una invasión de indios malones. Pero se le hizo poco caso (...) Eran las 5 de la mañana cuando el grito asesino de Calfucurá alentó a casi tres mil indios a que tomen el pueblo".

Tras mencionar que los indios saquearon el local de Iturra y se emborracharon, hecho que a su entender salvó a la ciudad, dijo Mordeglia que tras una heroica resistencia los atacantes decidieron retirarse.

"A las 9 de la noche, las indiadas estaban asando carne con cuero en el Saladillo, carne bárbaramente robada en Bahía Blanca. En el pueblo todo era luto, llanto, desolación y terror".

El testimonio de Andrea Laborda de Mora , Esposa de quien diera aviso del malón.

"(...)Donde la lucha tomó proporciones de un verdadero encarnizamiento, fue en la esquina de las calles Zelarrayán y 19 de Mayo.
"Esa misma mañana y una vez tranquilizada la población, el comandante Orquera que se concretó a cuidar el fortín donde estábamos refugiados, ordenó se recogieranl os cadáveres de los indios y los hizo amontonar en la hoy plaza Rivadavia. A medio día los toques del clarín anunciaban novedad y el vecindario acudió al cuartel.
¿Qué ocurría? Una gran fogata ardía en la plaza y sobre ella, los cadáveres indígenas ultimados por la furia de un jefe bárbaro".