Mostrando entradas con la etiqueta canibalismo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta canibalismo. Mostrar todas las entradas

lunes, 24 de enero de 2022

Imperio Centroafricano: Canibalismo y el más bárbaro colonialismo francés

Bokassa, el emperador caníbal que se comía a los ministros que no funcionaban y decía ser un apóstol de Cristo

Dirigió con ferocidad a la República Centroafricana. Tuvo 17 esposas (a una la comió) y 58 hijos. Su mandato fue espeluznante. Llegó a canibalizar a opositores, aliados y cientos de niños. Fue derrocado después de 13 años, en los que sostuvo el poder a base de pagar por protección a Francia con uranio y diamantes

El 4 de diciembre de 1976, en una fastuosa ceremonia, Jean-Bedel Bokassa se autoproclamó Emperador

Se comía a sus ministros. Literal. Primero los hacía asar, luego los servía en un banquete a sus invitados especiales y, a los postres, revelaba la materia prima del menú. Así lo contó el entonces ministro de Cooperación francés, Robert Galley: al final de un banquete de estado en su honor, el emperador le dijo, y también a sus invitados: “No se han dado cuenta, pero acaban de comer carne humana”. Parece que era carne de un miembro de su gabinete que no funcionaba como debía. O como el emperador quería. Igual, como solución a una minicrisis de gabinete, suena un poco drástico.

El tipo era caníbal. Y un caníbal del poder también. Jean Bedel Bokassa, según su nombre francés, se había adueñado de la presidencia de la República Centroafricana el primer día de 1966 y había permanecido como tal hasta el 4 de diciembre de 1976. Ese día, se proclamó emperador y lo fue hasta el 20 de septiembre de 1979, en la que fue derrocado por sus mandantes: Francia.

Fue entonces que se hicieron públicos sus horrores. En privado, se sabía todo, incluso que el emperador comía la carne de muchos chicos asfixiados o torturados en las mazmorras de palacio: sus cuerpos colmaban las cámaras frigoríficas del palacio imperial. También se comió a una de sus ex esposas: tuvo diecisiete, muchas al mismo tiempo, y cincuenta y ocho hijos. Ya con el emperador derrotado, su cocinero personal confesó que le obligaron a elaborar comida con carne humana bajo amenaza de muerte. Y que, en los viajes presidenciales privados al exterior, el dictador se alimentaba con jamón, chorizos y otros embutidos “elaborados con la misma materia prima”. Textual. Fue ese particular chef quien reveló que Bokassa ordenó ejecutar a uno de sus ministros para servirlo, adobado es de suponer, al resto de su gabinete. El mensaje fue claro y entendido de inmediato. Cuando ya no pudo comerse a sus adversarios políticos, por desabastecimiento acaso, empezó a matar a gente de otras profesiones. El diario soviético “Izvestia” reveló que Bokassa “se comió al único matemático del país”. Y si no se los comía, los servía como alimento de los cocodrilos que nadaban orondos en los pozos del palacio.

Bokassa en su visita al presidente Charles de Gaulle en París (Photo by James Andanson/Sygma via Getty Images)

Entre el 17 y el 19 de abril de 1979, ya con su estrella en declive a los ojos de Francia, hizo asesinar en una violenta represión a un centenar de chicos estudiantes que manifestaron en la capital, Bangui, contra la decisión del gobierno imperial de imponerles el uso de un uniforme escolar carísimo, que sus padres no podían pagar, según denunció Amnesty International. La tortura a los opositores era un elemento cultural del imperio y Bokassa participaba en muchas de ellas, en forma activa, se entiende. Apaleaba o ejecutaba, o apaleaba y ejecutaba a los ladrones en ceremonias públicas todas televisadas, o dictaba normas extravagantes de riguroso cumplimiento, como una que prohibió que sonaran los tambores en horarios hábiles, por lo que los tambores sonaban cuando todos dormían, que la música cura todos los males.

¿Cómo puede un demente tan peligroso ocupar durante trece años el más alto cargo de un país? La pregunta tiene dos respuestas: uranio y diamantes. Bokassa no fue el primer tipo que llega a la cima y no sabe qué hacer, o no tiene lo que hay que tener para hacerlo. No todos se almuerzan a un caballero, pero en general derivan por manual hacia lo rocambolesco: se proclaman emperador, faraón, rey del mundo o lo que fuere. El tratamiento que se le debía dar a Bokassa era el de “Su Majestad Bokassa I, emperador de Centroáfrica, Mariscal de Centroáfrica, Apóstol de la paz y Servidor de Cristo Dios”. Su secreto era ceder a Francia el uranio que pedía y aportar diamantes a los bolsillos de los más altos funcionarios, por empezar los del presidente Valery Giscard D’Estaing, por ejemplo, que perdió su reelección a manos de Francois Mitterrand a raíz del escándalo desatado por los diamantes de Bokassa.

Había nacido el 22 de febrero de 1921 en Bangui, capital de la entonces África Ecuatorial. Huérfano a los seis años, lo educó su abuelo con la ayuda de misioneros franceses. A los dieciocho años se convirtió en militar y se enroló en las Fuerzas Francesas Libres. Como miembro del ejército francés, en 1944 peleó, y fue condecorado, durante el desembarco aliado en la Provenza. Francia lo honró con la Legión de Honor y la Cruz de Guerra. Dejó el ejército de Francia para integrar el de República Centroafricana cuando la nación se independizó de Francia, al menos en lo formal, durante la gran ola independentista africana de inicios de los años 60.

Antes de convertirse en tirano y emperador de la República Centroafricana, Bokassa luchó para Francia en la Segunda Guerra Mundial y fue condecorado. En la imagen, en una visita a Rumania en 1970 (Wikipedia)

Ascendió veloz al grado de coronel y al cargo de jefe del Estado Mayor de las fuerzas armadas porque el entonces presidente, David Dacko, era su primo, a quien derrocó en 1966 con un golpe de Estado, mientras el país se hundía en una enorme crisis económica. Ocupó entonces los dos cargos, presidente de la república y del gobierno, liquidó la constitución, gobernó por decreto y con el tiempo se hizo nombrar cabeza del Movimiento para la Evolución Social de África del Norte (MESAN), el único partido político del país.

La República Centroafricana es un país paupérrimo, rodeado de países tanto o más obres: Chad, Camerún, Congo, República Democrático del Congo, Sudán y Sudán del Sur. En 1969, Bokassa viajó a Francia y fue recibido por Charles de Gaulle, a quien llamó, embelesado y astuto, “Papá”. De Gaulle lo calificó de imbécil, pero tuvo hacia él cierta consideración por consejo de Jacques Foccart, secretario para Asuntos Africanos. Asistió al funeral de Estado en honor a De Gaulle en 1970, donde se hizo conocido por llorar desconsolado en Notre Dame. Fue con Giscard con quien tejió sus mejores vínculos: lo hizo un cazador de fieras en las sabanas de la República Centroafricana, y le llenó las manos con diamantes, uno de ellos, según reveló el propio Bokassa, valuado en un millón de francos de 1973. A cambio de esas naderías y del uranio con el que Francia elaboraba sus armas nucleares, Bokassa pedía poco: que sostuvieran su régimen de terror.

El emperador Jean-Bedel Bokassa y su esposa, la emperatriz Catherine, el 4 de diciembre de 1977, un año después de su proclamación (AP Photo)

Francia lo hizo hasta que le fue imposible. En casa, las cosas para el todavía presidente de la República Centroafricana empezaban a complicarse. Un golpe de Estado fallido en abril de 1969 hizo que Bokassa afianzara su poder y eliminara a su principal rival militar, el coronel Alexandre Banza. Lo hizo a su manera. La revista americana “Time” reveló que Banza fue arrastrado ante Bokassa, en plena reunión de gabinete, para que el presidente lo cortara en pedazos seleccionados con una navaja. Que luego los guardias lo golpearon hasta partirle la espalda. Lo arrastraron luego por las calles de Bangui hasta que finalmente le dispararon. “Le Monde” fue más piadoso con la descripción: “Banza fue asesinado en circunstancias tan repugnantes que todavía dan escalofríos”.

En marzo de 1972 Bokassa se hizo proclamar presidente vitalicio, para qué andar con más rodeos, por un congreso extraordinario del MESAN. Y dos años después, se ascendió a mariscal. Superó otro golpe fallido en diciembre de 1974, con su secuela de centenares de opositores torturados y ejecutados, y sobrevivió por los pelos a un intento de asesinato en febrero de 1976. De modo que huyó hacia adelante, convencido de que debía instaurar una monarquía. Pidió ayuda, y la obtuvo, al entonces líder libio Muhammad Khadafi que fue su fuente de inspiración. Bokassa disolvió el gobierno en septiembre de 1976, renunció a sus cargos ministeriales y creó el Consejo de la Revolución Centroafricana: un nuevo órgano de gestión del Estado, bajo su presidencia, desde luego.

Cuando Khadafi visitó Bangui, Bokassa decidió convertirse al Islam porque buscaba la ayuda económica de Libia. Adoptó el nombre de Salah Eddine Ahmed Bokassa. El 4 de diciembre hizo que la ya desahuciada República Centroafricana pasara a ser una monarquía y creó el Imperio Centroafricano. Todo imperio precisa un emperador, así que Bokassa volvió al catolicismo y se coronó a sí mismo en una ceremonia insensata. Antes de la entronización, el flamante emperador pidió a su “hermano”, el Papa Pablo VI que oficiara la ceremonia, en remedo de la coronación de Napoleón con quien Bokassa se sentía también hermanado. El Vaticano, por la razón que fuere, decidió tomar debida distancia del disparate, y lo mismo hicieron, entre otros, el presidente de Yugoslavia, mariscal Josip Broz Tito, el emperador Hirohito, de Japón, y el sha de Irán, Mohammed Reza Pahlevi, que pegaron el faltazo a la fiesta.

El 25 de mayo de 1979, acuciado por las acusaciones internacionales de canibalismo y muerte de niños, Bokassa posó con su familia, en un intento de mejorar su reputación (Photo by Keystone/Getty Images)

Los trajes del emperador y la emperatriz, su decimoquinta esposa, llevaban engarzadas ochocientas mil perlas en el de él y otras tantas de oro en el de ella. Ocho caballos blancos llegados desde Normandía, se supone que en avión, tiraron de la carroza que llevó a la pareja al falso palacio real: era un estadio de fútbol adaptado para la ocasión, con un trono en forma de águila imperial bañado en oro. Francia aportó los cascos metálicos para la flamante guardia imperial, toneladas de comida, vino y fuegos artificiales para amenizar la jornada, y sesenta vehículos Mercedes Benz para transportar a la familia imperial y a sus invitados. No hay registros de que en las mesas se haya servido otra cosa que los alimentos que enviaron los franceses, que sabían lo que hacían.

Bokassa se hizo rico en trece años de poder. Usó las minas del país y la fuerza de trabajo de sus habitantes para amasar millones, en especial con el negocio de los diamantes, mientras caía la economía y los tres millones y medio de centroafricanos se hundían aún más en la miseria. Para Francia, mientras hubiera uranio había esperanza. Hasta que los delirios de Bokassa y sus violaciones a los derechos humanos, la persecución de los disidentes y los asesinatos de los opositores se hicieron imposibles de admitir. Y de ocultar. Francia lo objetó y Estados Unidos le retiró su apoyo, en especial después de la gigantesca matanza de aquellos colegiales del uniforme inalcanzable, en abril de 1979.

En diciembre de ese año, mientras el emperador estaba de visita oficial en Libia, fue derrocado por un golpe de Estado amparado por tropas francesas, que restauraron en el poder a David Dacko, el primo a quien Bokassa había derrocado en 1966. De inmediato, el emperador pidió ayuda a su amigo Khadafi y Khadafi, de inmediato también, le hizo saber que ya le importaba nada: era un derrocado en el exilio. Bokassa viajó a París y a los brazos de su amigo, el presidente Giscard. Pero el presidente Giscard ya no era su amigo y rehusó cualquier tipo de contacto con el desterrado, aunque se ocupó de encontrarle un país que lo cobijara. Fue Costa de Marfil. El presidente Houphouet-Boignhy aceptó no de muy buen grado darle asilo. Cuando en 1983 Bokassa intentó volver a su país a poner las cosas en orden, su operativo de regreso fue abortado por las autoridades locales, que lo expulsaron del país. Fue a parar de nuevo a Francia, gobernada ahora por Francois Mitterrand que no tuvo más remedio, o lo tuvo y no lo usó, que aceptarlo. Bokassa fue a vivir a un palacete de su propiedad, cercano a París. Ahorros no le faltaban, se ve.

Bokassa, ya destituido, en el Castillo Haudricourt, de su propiedad, ubicado en las afueras de Paris (Photo by Jacques Pavlovsky/Sygma via Getty Images)

En 1986, convencido de que en París podía matarlo una bala perdida, o un automovilista imprudente en una calle aislada y sin luz, el emperador regresó a la República Centroafricana a enfrentar lo que hubiera que enfrentar. Llegó el 24 de octubre de 1986, hace hoy treinta y cinco años. Fue arrestado y juzgado por traición, asesinato, canibalismo y apropiación de bienes y fondos estatales. La acusación de canibalismo fue anulada porque los hechos no pudieron ser demostrados. Se ve que, a digestión pasada, eximición de cargos. El 12 de junio de 1987, el tribunal republicano lo condenó a muerte. Ocho meses después, la sentencia fue conmutada por la de cadena perpetua. Y meses más tarde, rebajada a veinte años de cárcel.

En 1993, cuando la democracia retornó a la República Centroafricana, el presidente saliente, André Kolingba, dictó como último acto de su generoso gobierno, una amnistía general para todos los presos que incluyó a Bokassa y a varios de los más fieles miembros de su otrora corte de esplendor. El cocinero no figuraba entre los presos. Todos fueron liberados el 1 de agosto.

El 3 de noviembre de 1996 un infarto agudo fulminó al dictador, enfermo cardíaco casi crónico, con cierta insuficiencia renal y un par de ataques cerebrales. Tenía 75 años. Antes de su muerte, había dicho que era el decimotercer apóstol de Cristo.

Faltaría más.

 

sábado, 1 de enero de 2022

Aztecas: El canibalismo criminal

El canibalismo imperial de los Aztecas, una verdad incómoda para los críticos de la Conquista

Hallazgos arqueológicos de los últimos años demuestran que los relatos de los conquistadores sobre la antropofagia de la civilización que dominó el centro de México del siglo XIV al XVI no eran mera propaganda de guerra

Partes de una torre azteca formada por cráneos producto de sacrificos humanos. Sitio arqueológico del Templo Mayor, en Ciudad de México (Instituto Nacional de Antropología e Historia INAH)

La otra cara de la leyenda negra sobre la colonización de América por los españoles es la idealización del mundo precolombino, pintado como un Edén en el que los indígenas vivían en armonía entre sí y con la naturaleza. La grandeza de la cultura azteca, plasmada en sus monumentales construcciones, o el “socialismo” inca eran elementos de un relato que encubría un dominio implacable de esos imperios sobre otras etnias a las que sojuzgaban, explotaban, saqueaban y, en ciertos casos, devoraban. Literalmente.

“Oí decir que le solían guisar (a Moctezuma) carnes de muchachos de poca edad... (...) mas sé que ciertamente desde que nuestro capitán [Hernán Cortés] le reprendió el sacrificio y comer de carne humana, que desde entonces mandó que no le guisasen tal manjar”. Quien esto escribe es Bernal Díaz del Castillo, conquistador español, que en 1519 a las órdenes de Hernán Cortés participó de la expedición que puso fin al Imperio azteca.

Otros testimonios daban cuenta de la existencia de muros construidos con cráneos en Tenochtitlán. “Fuera del templo, y enfrente de la puerta principal, aunque a más de un tiro de piedra, estaba un osario de cabezas de hombres presos en guerra y sacrificados a cuchillo, el cual era a manera de teatro más largo que ancho, de cal y canto con sus gradas, en que estaban ingeridas entre piedra y piedra calaveras con los dientes hacia fuera”. Ese relato del cronista Francisco López de Gómara, en Historia de las conquistas de Hernán Cortés, recogía el testimonio de Andrés de Tapia y Gonzalo de Umbría, dos hombres de Cortés, sobre la existencia de ese osario.

Muros aztecas de cráneos humanos

Relatos como éste fueron relativizados o descalificados por sospecha de subjetividad y falta de pruebas materiales, hasta que la evidencia arqueológica los confirmó: en 2017, y tras dos años de excavaciones, arqueólogos mexicanos dieron con parte de esos muros construidos con cráneos humanos, en el lugar donde estaba ubicado el Templo Mayor de Tenochtitlán, en pleno centro de la actual capital mexicana. La sorpresa adicional fue que, entre estos ladrillos humanos, había varios pertenecientes a mujeres y a niños.

Hasta entonces, se decía que los sacrificios humanos de los aztecas eran esporádicos, que el canibalismo lo era aún más y que aquella pared de restos humanos, si existió, estaba compuesta sólo por cabezas de guerreros capturados en batalla y que el objetivo de su exposición en un muro era el amedrentamiento.

En los últimos años se ha profundizado la idealización y el panegírico de las culturas “originarias” y en ese contexto se ha caído en condenas extemporáneas a la crueldad de los españoles, reduciendo toda la empresa de colonización a un genocidio y obviando la cultura y las instituciones exportadas a América y, más importante aun, el proceso de mestizaje impulsado desde el primer momento por Los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, y continuado por su nieto, Carlos I de España. Un mestizaje que dio origen a las actuales nacionalidades hispanoamericanas. Un rasgo casi privativo de la dominación española: si miramos a las colonias poseídas por otros países europeos, veremos que allí el mestizaje fue casi inexistente, porque el personal de la metrópoli vivía aislado de la población local, cuando no se dedicaba a capturar a los nativos para traficarlos como esclavos.

Un impacto en el presente de estas tergiversaciones del pasado fue la renuncia de España a conmemorar, en 2019, los 500 años de la conquista de México por Hernán Cortes; y en realidad, del nacimiento de México. En cambio, el presidente de ese país, Andrés Manuel López Obrador, eligió evocar este año los 5 siglos de la caída de Tenochtitlán, la capital azteca. Amén de su constante y absurda exigencia de que España y la Iglesia pidan perdón por la conquista y la colonización, cuando en realidad la nación mexicana surgió de ese proceso.

Hernán Cortés: la construcción del México actual comienza con su llegada

En esa faena, López Obrador se involucró en un debate con el historiador argentino Marcelo Gullo que acaba de publicar Madre Patria, un libro que desmonta la leyenda negra y es best seller en España. Una de sus principales hipótesis es que Cortés no conquistó México sino que lo liberó de la opresión azteca; con sólo 700 hombres, pudo reunir sin embargo un ejército de 300 mil indios pertenecientes a las etnias oprimidas por el imperio de Moctezuma que se sumaron a su campaña.

El Presidente mexicano criticó esta hipótesis pero debió admitir que “varios pueblos originarios como los totonacas, los tlaxcaltecas, los otomíes, los de Texcoco” y otros “ayudaron a Cortés”, aunque agregó que “este hecho no debe servir para justificar las matanzas llevadas a cabo por los conquistadores ni le resta importancia a la grandeza cultural de los vencidos”. También admitió que la idea “de que Moctezuma era un tirano puede ser cierta”. “Tampoco debe verse a Cortés como un demonio, era simplemente un hombre con poder”, dijo.

Estas admisiones implican que su insistencia en una visión extemporánea e incompleta, por decir lo mínimo, de la conquista y su panegírico de la cultura azteca están más cerca de la impostura que de la convicción.

Su última ocurrencia ha sido la de rebautizar el período colonial como “resistencia indígena”. “Vamos a recordar con dolor y pesar” la conquista por la “tremenda violencia que significó”, dijo el pasado 12 de agosto en referencia a la caída de Tenochtitlán que en realidad fue celebrada por la mayor parte de las etnias que poblaban la zona.

Por otra parte, como advierte Marcelo Gullo, incurre en el error de asimilar la historia de los aztecas con la historia de México ya que éstos eran sólo a una de las muchas etnias que habitaban ese territorio. Y cita al filósofo mexicano José Vasconcelos que afirma que “la historia de México empieza como episodio de la gran Odisea del descubrimiento y ocupación del Nuevo Mundo”.

López Obrador rechazó la tesis de Marcelo Gullo de que Cortés no conquistó México sino que lo liberó de la opresión azteca

“Antes de la llegada de los españoles -dice Vasconcelos-, México no existía como nación; una multitud de tribus separadas por ríos y montañas y por el más profundo abismo de sus trescientos dialectos, habitaba las regiones que hoy forman el territorio patrio. Los aztecas dominaban apenas una zona de la meseta... (...) Ninguna idea nacional emparentaba las castas; todo lo contrario, la más feroz enemistad alimentaba la guerra perpetua, que sólo la conquista española hizo terminar.”

En cuanto a la antropofagia -sujeto tabú para la corrección política- Gullo cita al antropólogo estadounidense Marvin Harris, que en Caníbales y Reyes (1977) escribió: “Lo más notable es que los aztecas transformaron el sacrificio humano de un derivado ocasional de la suerte en el campo de batalla en una rutina según la cual no pasaba un día sin que alguien no fuera tendido en los altares de los grandes templos como los de Uitz Uopochtli y Tlaloc. Y los sacrificios también se celebraban en docenas de templos menores que se reducían a lo que podríamos denominar capillas vecinales”.

Harris menciona el hallazgo fortuito de una de estas capillas, “una estructura baja, circular” de unos 6 metros de diámetro”, descubierta cuando se estaba construyendo el subteráneo de la capital mexicana. “Ahora se encuentra, conservada detrás de un cristal, en una de las estaciones más concurridas. Para ilustración de los viajeros, aparece una placa en que sólo se dice que los antiguos mexicanos eran muy religiosos”, acota.

Sobre esto Gullo comenta: “Como lo demuestra el ejemplo de esa simple placa, si hay un pueblo al que se le ha falsificado su propia historia, ese es el pueblo de México. Se les hace creer [que] todos descienden [de los aztecas, y olvidar] que muchos de los que leen esa placa descienden de los pueblos que los aztecas capturaban para realizar sus sacrificios humanos”.

Los primeros muros de cráneos fueron hallados durante la construcción del subterráneo de la ciudad de México, pero no se le informa al público de qué se trata exactamente

Si algo desmiente las virtudes de imperios como el Azteca es justamente la aventura de Hernán Cortés, quien no hubiera podido vencer a Moctezuma sin la cooperación de las etnias sometidas por los mexicas, que vieron en la llegada de los españoles una oportunidad de emancipación.

Uno de los rasgos más crueles de ese dominio azteca eran los sacrificios humanos. No es característica exclusiva de ese pueblo pero sí lo es la modalidad, extensión e intensidad de esta práctica y el hecho de que el fruto de las ofrendas humanas a los dioses iba a parar a la mesa del emperador mexica y de su nobleza.

Las descripciones de estos sacrificios son impactantes de leer. Tan chocantes como las escenas de sacrificios humanos de la película Apocalypto, de Mel Gibson, que le valieron duras críticas de los detractores de la conquista. El film trata de la cultura maya, pero la modalidad era muy similar a la azteca: la extracción del corazón a la víctima todavía viva para ser ofrendado al dios, luego el despeñamiento del infeliz por el borde escarpado de la pirámide, y finalmente el faenado de las “piezas” para su distribución...

Apocalypto, el film de Mel Gibson sobre los mayas, fue considerado demasiado crudo en las escenas de sacrificos humanos, pero la evidencia arqueológica tiende a respaldarlo

“Después que las hubieron muerto y sacados los corazones, llevaban las pasito, rodando por las gradas abajo; llegadas abajo, cortaban las cabezas y espetaban las un palo, y los cuerpos llevaban los a las casas que llamaban calpul, donde los repartían para comer.” Esto escribió fray Bernardino de Sahagún, en Historia general de las cosas de la Nueva España. Sahagún fue el primero en estudiar la cultura azteca. Describió con detalle las ceremonias y el calendario religioso de los aztecas. Muchos prisioneros de guerra eran mantenidos cautivos para ser sacrificados en determinadas fechas.

Sigue Sahagún: “Después de desollados (...) llevaban los cuerpos al calpulco, adonde el dueño del cautivo había hecho su voto o prometimiento; allí le dividían y enviaban a Moctezuma un muslo para que comiese, y lo demás lo repartían por los otros principales o parientes (...). Cocían aquella carne con maíz, y daban a cada uno un pedazo [en] una escudilla o cajete, con su caldo y su maíz cocida”.

Los sacrificios no se limitaban a los adultos: “Estos tristes niños antes que los llevasen a matar aderezábanlos con piedras preciosas -dice Sahagún-, con plumas ricas y con mantas y maxtles muy curiosas y labradas (...); y cuando ya llevaban los niños a los lugares a donde los habían de matar, si iban llorando y echaban muchas lágrimas, alegrábanse los que los veían llorar porque decían que era señal que llovería muy presto”.

La historia de estos “banquetes” quedó por mucho tiempo oculta detrás de la exaltación de las civilizaciones indígenas precolombinas, en contraste con el relato sobre los horrores cometidos por los españoles y un supuesto exterminio deliberado de la población autóctona, leyenda ayer creada y difundida por los enemigos y competidores de la Corona española -que codiciaban sus amplios dominios de ultramar- y hoy reavivada por referentes del populismo latinoamericano que encuentran más fácil enfrentar a los imperios de un tiempo pretérito que cortar los nudos gordianos que frenan el desarrollo de sus países en el presente.

En el sitio Ciencia Unam, de la Universidad Nacional Autónoma de México, en un trabajo titulado “Sacrificios Humanos: Sangre para los Dioses”, se explica que el muro de cráneos hallado por los arqueólogos en Tenochtitlán, llamado huey tzompantli, era “un edificio cívico-religioso donde se colocaban los cráneos de los sacrificados”. Las cabezas eran encajadas en el tezontle, una piedra volcánica de la región. “Huey tzompantli” quiere decir justamente “gran hilera de cráneos”.

En esta foto puede apreciarse la forma que tenía el huey tzompantli. Este es el del Templo Mayor de Tenochtitlan, en Ciudad de México

“En los muros se empotraban las cabezas de guerreros y de esclavos sacrificados, escogidos para las celebraciones -dice el artículo-. Se estima que en la parte excavada hay restos que corresponden a alrededor de 1000 personas, pero según los arqueólogos, eso sería solo la tercera parte del edificio completo”. Pero además se han hallado tzompantli en otras áreas del país, aunque el más grande sería el de Tenochtitlan. .

Se trata de la mayor prueba arqueológica existente hasta ahora sobre la práctica de los sacrificios humanos de los aztecas.

Pero ahora que deben rendirse a la evidencia, muchos especialistas adoptan una mirada benevolente hacia estas prácticas. Un ejemplo es un artículo -”El sacrificio humano entre los mexicas”- de los investigadores Alfredo López Austin y Leonardo López Luján que advierten: “...el sacrificio humano nos resultará ininteligible si no tomamos en cuenta su ubicación y su ensamble como pieza de ese gran rompecabezas que llamamos cosmovisión. Una percepción simplista del sacrificio como fenómeno aislado producirá condenas fáciles, incluso un repudio inmediato al pueblo practicante”.

Advertencias éstas que también podrían aplicarse a la cosmovisión de los españoles, pero bien sabemos que no es el caso. A los conquistadores se los juzga con categorías del presente, sin miramientos.

Ilustración del Huey Tzompantli del Templo Mayor en otro códice español de los primeros años de la colonización (Códice Ramírez)

Otro ejemplo de esta benevolencia es el de Fernando Anaya Monroy que en un artículo titulado “La antropofagia entre los antiguos mexicanos” sostiene que “deben puntualizarse los motivos a que obedeció la práctica antropofágica” precolombina. Propone “asomarse” al pasado de su país,”no para juzgarlo sino para comprenderlo”, lo cual está muy bien, de no ser por el doble rasero. Se justifica a los aborígenes tanto como se condena a los españoles.

“Insistimos en que, de acuerdo con los datos de las fuentes, la antropofagia existió entre los antiguos indígenas, pero que su sentido tuvo carácter ritual y no constituyó costumbre diaria y ambiente”, matiza Anaya Monroy. Una verdad a medias, como se verá.

Imagen del Códice Tudela, de los primeros tiempos de la colonización

La antropofagia, sigue diciendo, “sólo simbolizaba la unión del hombre con la divinidad”, y “la carne debía comerse con el sentido de una comunión (con la divinidad)”, agrega.

“Lo religioso fue entonces móvil esencial para practicar la antropofagia entre los antiguos indígenas; en la inteligencia de que los muertos [N. de la R: los de los aztecas, se entiende, los otros eran alimento] no eran objeto de olvido ni desprecio”.

Notable tolerancia hacia la religión azteca por parte de los mismos acusadores de la evangelización española.

“La antropofagia se presenta entonces, entre los antiguos mexicanos, como un hecho que más que juzgarse, debe explicarse y comprenderse, adentrándose en el patrón cultural en que se realizó y sin el prejuicio propio de una visión estrictamente occidental”.

Traducción: los españoles con su mentalidad medieval no entendieron el mundo mágico de los indígenas…

Los sacrificios humanos de los aztecas en el Códice Magliabechiano, México siglo XVI

Pero resulta que esta antropofagia, que según los indigenistas de hoy no existía o era sólo esporádica y ritual, tuvo que ser prohibida por una Ley de Indias (XII del Título 1 del Libro 1), dictada por Carlos V en junio de 1523: “Ordenamos, y mandamos a nuestros Virreyes, Audiencias, y Gobernadores de las Indias, que [...] prohíban expresamente con graves penas a los Indios idólatras y comer carne humana, aunque sea de los prisioneros y muertos en la guerra...”

Ahora bien, el propio Sahagun dice que estos sacrificios humanos se realizaban de modo cotidiano durante los meses de Tlacaxipehuliztili [marzo] y Tepeihuitl, [del 30 de septiembre al 19 de octubre] dedicados respectivamente a los dioses Xipe Tótec y Tláloc, y que las ceremonias incluían la práctica de la antropofagia. Es decir, no eran tan esporádicas.

El antropólogo e historiador francés Christian Duverger, que ha investigado los sacrificios aztecas, escribió: “El canibalismo azteca no fue inventado íntegramente por los españoles para justificar su sangrienta conquista. Tampoco se lo puede disimular tras una coartada mística, pues no es reducible a la antropofagia ritual [...]. ¡No! La antropofagia forma parte de la realidad azteca y su práctica es mucho más corriente y mucho más natural de lo que a veces se suele presentar.”

“Muchos historiadores por delicadeza omiten narrar cómo se producían los sacrificios humanos. Los cultores de la leyenda negra lo omiten adrede y otros no los mencionan simplemente por indoctos”, escribe Gullo. Pero hoy, entre la evidencia científica hallada, dice, hay esqueletos humanos ejecutados por cardiectomía, con marcas de corte en las costillas, y decapitaciones.

Un cautivo español es arrastrado a lo alto de la pirámide por sacerdotes aztecas para ser sacrificado. Ilustración del libro The conquest of México de William Hickling, 1796-1859.

De acuerdo a las estimaciones de algunos historiadores, como el estadounidense William Prescott, el número de las víctimas inmoladas rondaba las veinte mil por año. Y Marvin Harrris precisa que “aunque todos los demás estados arcaicos y no tan arcaicos, practicaban carnicerías y atrocidades masivas ninguno de ellos lo hizo con el pretexto de que los príncipes celestiales tenían el deseo incontrolable de beber sangre humana”.

“La principal fuente de alimento de los dioses aztecas estaba constituida por los prisioneros de guerra -agrega Harris-, que ascendían por los escalones de las pirámides hasta los templos, eran cogidos por cuatro sacerdotes, extendidos boca arriba sobre el altar de piedra y abiertos de un lado a otro del pecho con un cuchillo de obsidiana esgrimido por un quinto sacerdote. Después, el corazón de la víctima -generalmente descripto como todavía palpitante- era arrancado y quemado como ofrenda, El cuerpo bajaba rodando los escalones de la pirámide: que se construían deliberadamente escarpados para cumplir esta función”.

Harris precisa luego cuál era el destino final de los cuerpos: “Como afirma (Michael) Harner (de la New School), en realidad no existe ningún misterio con respecto a lo que ocurría con los cadáveres, ya que todos los relatos de los testigos oculares coinciden en líneas generales: Ias víctimas eran comidas”.

Todavía resta seguramente mucho por investigar y muchos osarios por desenterrar para establecer con mayor precisión la dimensión de esta práctica. Pero llama la atención que aquellos a los que la palabra genocidio les brota con gran facilidad cada vez que se trata de la conquista española no la aplican a los aztecas respecto a los pueblos que sojuzgaban.

Las mismas precauciones metodológicas, conceptuales y, sobre todo, temporales que se sugieren para el estudio de las culturas indígenas deberían valer para el proceso de conquista y colonización española.


jueves, 18 de noviembre de 2021

Patagonia: Los araucanos chilenos caníbales de turcos... otra razón para odiarlos

Una historia canibalesca de crímenes y saqueos en la Región Sur

Se trata de la matanza de turcos que ocurrió entre 1905 y 1910. Desaparecieron más de 100 personas en sucesos repletos de incógnitas.
 

Por Río Negro 




“Usted, nunca sintió hablar algo de la matanza de los turcos, allá en Lagunitas, entre 1905 y 1910 ?”. Esta pregunta, realizada un día de 1969 por don Juan Amado Chuquer a Elías Chucair sirvió a la postre, para sacar a la luz una sangrienta y canibalesca historia protagonizada a principios del siglo pasado en la Región Sur por indígenas chilenos.

Una historia de robos y crímenes cometidos en la más absoluta impunidad, en la que desaparecieron más de cien personas. Aunque muy poco se conoce de ella. Quizá no se le quiso dar transcendencia que hubiera requerido.

Es que en aquellos años en las ciudades más importantes del país los actos del centenario de la Revolución de Mayo centralizaban toda la atención. Además y sin lugar a dudas, que la trascendencia de estos hechos de matanzas mechados con actos canibalescos más allá de las fronteras opacaban el prestigio ganado por Argentina en el ámbito mundial.

Los sucesos ocurrieron y tuvieron como escenario un inhóspito lugar perdido en la Región Sur rionegrina llamado Lagunitas (ver infografía).

A principios del siglo pasado, muchos árabes, algunos recién llegados al país, partían desde General Roca y Neuquén hacia el sur del Territorio del Río Negro con el propósito de vender mercaderías en los centros alejados de comercios. Vendían y canjeaban mercadería por cerda, plumas y tejidos artesanales que realizaban las mujeres aborígenes, entre otras cosas.

Aquellos “mercachifles” se dirigían hacia el sur del territorio rionegrino internándose en el corazón de la llamada meseta patagónica.

Portaban la mercadería en caballos cargueros, carros, vagonetas o sulkys y siempre los acompañaba algún peón nativo que hacía las veces de baqueano.

Sin embargo comenzó a llamar la atención que muchos de ellos no regresaban al punto de partida, ni sus proveedores tenían noticias de ellos.

Un cruel testimonio

“Mire, -prosiguió Chuquer ante la atenta mirada de Chucair- aquello que hicieron unos cuantos cabecillas de indígenas chilenos fue muy alevoso. Después que robaban a los pobres mercachifles, los asesinaban de la manera más cruel y les llegaban a sacar el corazón y los testículos y se los guardaban porque creían que teniendo eso en su poder no iban a ser descubiertos. Después descuartizaban los cuerpos y hasta se comían algunas partes. Finalmente quemaban los restos de los cadáveres y los ocultaban para no dejar rastros”.



Eldahuk Hnos., Mehdi y David y Miguel Yunes, entre otras, eran las firmas comerciales más importantes de la época radicadas en General Roca.

Estas, con el fin de darle una mano a sus “paisanos”, le facilitaban mercaderías para pagar a la vuelta del viaje, hecho que nunca se producía. En un período de tres años, Eldahuk Hnos. tenía registrado entre sus deudores a unos cincuenta y cinco vendedores ambulantes de origen árabe que no habían regresado a regularizar su deuda.

Pasaban los años y nadie tenía noticias sobre aquellos mercachifles que habían partido hacía el sur del río Negro.

En la misma medida que pasaba el tiempo, la incertidumbre y consternación invadía cada vez más a sus familiares.

Hasta que el 15 de abril de 1909 se presenta en la comisaría ubicada en El Cuy el comerciante Salomón Daud.

El hombre concurría a denunciar la desaparición de su hermano José Elías y del peón que lo acompañaba -también de origen árabe-, que tenía apellido Ezan.

Ambos habían partido desde General Roca en agosto de 1907 con mercaderías para vender en los parajes y campos del Departamento 9 de Julio.

En su declaración, Daud, admitió tener sospechas de que tanto su hermano como el peón que lo acompañaba habrían sido asesinados.

Sus dichos se basaban en averiguaciones realizadas por cuenta propia, de las que se pudo comprobar que ambos habían sido vistos por última vez en el paraje Lanza Niyeo, en octubre del año anterior.

Tiempo después sólo habían sido encontradas las dos mulas y el caballo en el que viajaban.



Cuando los apresaron

A partir de esta denuncia se inició un largo operativo de averiguaciones a cargo del comisario José M. Torino, quien se internó en la zona de Lagunitas para realizar una severa batida en aquel refugio de bandoleros y cuatreros.

Allí recibió la colaboración y el apoyo de muchos vecinos que no escatimaron en brindarle información.

En este contexto, la declaración de un menor, llamado Juan Aburto, proporcionó a la policía varios datos muy significativos que se transformaron en la punta del hilo de un gran ovillo para comenzar a esclarecer numerosos crímenes cometidos por estos caciques y capitanejos, en su gran mayoría de origen chileno.

Con sólo 16 años de edad, Aburto había sido testigo presencial de más de cuarenta asesinatos cometidos contra vendedores ambulantes de origen árabe. Su testimonio fue crucial.

A tal punto que ayudó al comisario Torino y su comitiva a comprobar la desaparición de unas ciento treinta víctimas.



El trabajo del uniformado terminó con la detención de alrededor de ochenta personas, entre los que se encontraban varias mujeres, capitanejos, caciques y cómplices de los crímenes más horrendos y numerosos que deben haberse cometido en nuestro país.

Sin embargo sólo 45 bandoleros y 8 mujeres fueron trasladados al Fuerte de General Roca donde llegaron el 24 de enero de 1910, luego de cabalgar sin pausa 22 días.

En aquel tiempo, don Juan Amado Chuquer trabajaba como empleado del Juzgado de Quetrequile, un paraje ubicado a unos 30 kilómetros al sudeste de Jacobacci.

“Al descubrirse todo, por el año 1910, la gente no hablaba de otra cosa. Mire, en los boliches de Quetrequile y de otros lugares, hasta mucho tiempo después, se cantaba una milonga que tenía que ver con la muerte de los turcos”. Con esta frase Chuquer finalizaba su relato.

En 1991 y luego de una gran investigación, Elías Chucair transcribe aquella historia el su libro titulado “Partidas Sin Regreso de Arabes en la Patagonia”.

José A. Mellado



Nota: Un agradecimiento especial a don Elías Chucair por su colaboración. Su testimonio y su libro “Partidas Sin Regreso de Arabes en la Patagonia” fueron un aporte fundamental para narrar esta historia.

Qué es el paraje Lagunitas

El paraje Lagunitas está ubicado en el vértice sudoeste de la Provincia de Río Negro, en el Departamento 9 de Julio. La pequeña aldea se levanta al norte de las localidades de Maquinchao y Los Menucos, en las proximidades de Lanza Niyeo a unos 175 kilómetros al sudoeste de El Cuy y casi el doble de General Roca.

En aquella época, en su gran mayoría sus habitantes eran indígenas procedentes de Chile que subsistían mediante la crianza de ganado lanar y yeguarizos, además de la cacería de avestruces, guanacos y liebres. Sin embargo, la ausencia de personal policial en esa zona del territorio provincial favorecía el desarrollo de la actividad delictiva. En este sentido sus habitantes mataban y saqueaban a su antojo y contrabandeaban a Chile lo que robaban. Esta actividad se había convertido en algo normal y corriente. Según se calcula, en 1909 desaparecieron alrededor de 50.000 ovejas de esa zona y se estima que la mayoría fue arreada hacia Chile. En las proximidades del paraje existían los comercios de Domingo Proid, sucursal de Saxemberg y Cía., Olgán y Córdoba en Pitral Co, José Echeverría y Benito Sacco en Tremeniyeu y de José Inda Contín en Lanza Niyeo. Sin embargo hoy, casi 100 años después, nadie podría pensar que aquel lugar fue el escenario de los crímenes más horrorosos que registra la historia del país. (J. A. M.)



Los embriagaban, los mataban y se los comían

En el paraje Lagunitas se levantaban los toldos de los bandoleros Pedro Vila, Ramón Zañico, Bernardino Aburto, Julian y Temisto Muñoz, Juan Cuya, Hilario Castro y Antonia Gueche, más conocida como Macagua.

Allí estos caciques y capitanejos de origen chileno consumaban los crímenes de la manera más alevosa que podría imaginarse, haciendo en todos los casos, desaparecer los cadáveres recurriendo al descuartizamiento y al fuego. Antes, les extraían los corazones, el pene o los testículos para dotarse de un poder especial que los protegiera para no ser descubiertos y también para dotarse, a su entender, de una virilidad poco común.

Según consta en la declaración del menor Juan Aburto al comisario Torino, en el mes de noviembre de 1907 en el toldo de Ramón Zañico, ubicado en el “Sierra Negra”, fueron asesinados los turcos José Elías y Kessen Ezen, entre otras personas, por varios cabecillas.

Ambos habían sido agasajados con un opíparo almuerzo, acompañado con abundante vino y caña. En la sobremesa y mientras mateaban, Zañico le indica a su mujer, María Alonzo, que le cebe un mate a José Elías, sirviéndoselo con la mano izquierda. Al mismo tiempo, con la derecha, sacó de entre el chaleco y el sacó el revolver y le asestó tres tiros. En el mismo instante Bernardino Aburto, Julián Muñoz, entre otros cabecillas, acribillaron a balazos a José Elías y a su acompañante. Los ultimaron a puñaladas y disparos en la cabeza.



Luego de despojarlos del dinero y las joyas -grandes anillos y relojes de oro- y repartirse la mercadería y la ropa, descuartizaron los cadáveres y les extrajeron el corazón y los genitales. Ambas partes fueron charqueadas y asadas y luego comidas por todos los participantes de aquellos asesinatos.

Antes de comer un pedazo del corazón del turco José Elías, Julián Muñoz les dijo a los presentes: “Antes, cuando era yo capitanejo y sabíamos pelear con los huincas, sabíamos comer corazones de cristianos; pero de turco no he probado nunca y ahora voy a saber qué gusto tiene”.

El resto de los cadáveres fueron quemados en dos hogueras antes la presencia de todos los cómplices. Una vez incinerado, el polvo de los huesos era guardado ya que según creían servía como gualicho para no ser descubiertos.

Más de cien personas -en su mayoría de origen árabe- que se internaron en la meseta patagónica a principios del siglo pasado con el propósito de vender corrieron la misma suerte. (J. A. M.)

Macagua, una mujer despiadada y sanguinaria

Como toda tribu, estos indígenas también tenían su hechicera. Antonia Gueche, más conocida como Macagua, era la curandera y a su vez la figura más importante del elenco femenino.

Era una mujer sin escrúpulos que se encargaba de decapitar o descuartizar los cadáveres de las víctimas y extraerles las vísceras. No usaba polleras, sino bombacha de campo y chiripá y había servido como hombre en el Ejército nacional. Esta hechicera y curandera de la tribu tuvo un papel protagónico en los numerosos crímenes de los vendedores ambulantes, ejerciendo gran influencia sobre los habitantes del paraje Lagunitas.

En algunas declaraciones de los indígenas que fueron arrestados, se la califica como “muy mala”. Era temida y respetada y se le asignaban algunos crímenes cometidos en Chile, su tierra de origen, de donde era prófuga. “Antonia es brava por demás; cuando se enoja acostumbra a hacerse un tajo en el brazo y chuparse la sangre haciendo exorcismos tendientes a invocar o espantar el gualicho”, señaló Juan Cuya a la policía.

Cuando en su toldo mataron a dos árabes de Trai o Fraíl, al encontrarse uno de ellos en agonía, la Macagua le asestó un golpe en el cráneo con una barra de hierro y le abrió el pecho extrayéndole el corazón. Mientras realizaba esta operación manifestaba: “Voy a apurarme a sacarle el corazón a este turco antes de que muera, pues he visto que es bueno sacarles a los cristianos aún vivos el corazón. El de los turcos debe ser bueno sacarlo y tenerlo dentro del toldo para gualicho”.

Luego de los asesinatos, reclamaba que le entregaran de las víctimas el corazón, hígado y los riñones. Con ellos hacía remedios para curar distintos males. Cuando el comisario Torino arrestó a los integrantes de la banda de forajidos, no pudo trasladar a Antonia Gueche, alias Macagua, hasta el Fuerte de General Roca. Tampoco obtuvo ninguna declaración indagatoria. Con casi ochenta años permanecía postrada, enferma de tuberculosis terminal. Sólo pudo secuestrar de su toldo numerosos corazones disecados y otros órganos de humanos. (J. A. M.)


martes, 30 de enero de 2018

SGM: George W. Bush zafó de canibales

George H.W. Bush evitó por poco ser comido por los caníbales durante la Segunda Guerra Mundial


Blake Stilwell, We Are The Mighty
Business Insider



George H.W. Bush durante su época como piloto de la Marina, sentado en un avión Grumman TBM Avenger en 1944. US Navy

Un piloto de la Marina de los EE. UU. Fue derribado después de realizar bombardeos sobre la pequeña isla de Chichijima durante la Segunda Guerra Mundial.

Él y otros nueve aviadores navales tuvieron que evadir a su enemigo japonés. Solo uno logró evitar con éxito la captura, e incluso entonces, todo fue por suerte.

Era el teniente George H.W. de 20 años. Arbusto.

Para su libro "Flyboys", James Bradley rastreó e investigó los archivos oficiales y los registros de los tribunales de crímenes de guerra después de la guerra. El destino de los otros ocho pilotos, como descubrió, fue absolutamente horrible.

Bush y sus hombres de ala encontraron fuego antiaéreo intenso sobre sus objetivos. El avión de Bush fue alcanzado por fuego antiaéreo antes de incendiarse.

Dejó caer su carga de bomba sobre el objetivo, pero se vio obligado a abandonar su Avenger Torpedo Bomber.

Al igual que muchos prisioneros de los japoneses, los hombres capturados fueron torturados y asesinados con bambú afilado o bayonetas. Muchos fueron decapitados.

Sin embargo, a diferencia de muchos prisioneros de los japoneses, cuatro de los pilotos de la Armada fueron asesinados por sus captores, que luego hicieron que los cirujanos les cortaran el hígado y los músculos del muslo, y luego prepararon la carne para los oficiales japoneses.

Los cirujanos retiraron un trozo de muslo de cuatro por 12 pulgadas y pesaron seis libras. De acuerdo con los sobrevivientes japoneses que estaban en la isla, se preparó con salsa de soja y verduras, y luego se regodeó con sake caliente.

El futuro presidente Bush estaba más lejos de la isla cuando salió de su avión. Flotando en el agua durante cuatro horas, los aviones estadounidenses lo protegieron de los barcos japoneses antes de ser rescatado por el USS Finback, un submarino que apareció frente a él.


George H.W. Bush fue rescatado por el submarino USS Finback, luego de ser derribado mientras se encontraba en un bombardeo en la isla de Chi Chi Jima, el 2 de septiembre de 1944. Archivos Nacionales de EE. UU.

Bush no sabía nada de esto hasta alrededor de 2003.

"Hubo muchas sacudidas de cabeza, mucho silencio", dijo el autor James Bradley a The Telegraph. "No hubo disgusto, conmoción ni horror. Es un veterano de una generación diferente ".

Mientras estaba a bordo del Finback, ayudó a rescatar a otros pilotos derribados. Estuvo a bordo durante un mes antes de regresar a su atraque en el USS San Jacinto. Obtuvo Distinguished Flying Cross, tres medallas aéreas y la unidad presidencial Citation durante su servicio de la Segunda Guerra Mundial.

Bush, que ahora tiene 93 años, es el ex presidente de Estados Unidos que más tiempo lleva viviendo.

martes, 2 de agosto de 2016

Prehistoria: La lucha por la carne... humana

Neandertales europeos eran caníbales
Por Lizzie Wade



Los Neandertales se comían entre sí, al menos de vez en cuando, de acuerdo con un nuevo análisis de los huesos hallados en una cueva belga. Los restos fueron excavados cerca de Goyet a partir del siglo 19 y ahora se asientan en los museos de Bruselas. Las técnicas de excavación anticuadas hacen imposible reconstruir cómo vivían estos neandertales, pero cuando los investigadores examinaron los huesos, era inequívocamente claro qué pasó con ellos después de su muerte. Muchos de los huesos estaban cubiertos de marcas de corte y abolladuras provocadas por golpes, lo que indica que la carne y la médula se habían eliminado. Los investigadores también detectaron lo que parecen ser marcas de mordeduras y corrían por huesos de los dedos. Las marcas eran idénticos a los encontrados en los huesos de renos y caballos también descubiertos en el sitio, lo que sugiere que las tres especies se prepararon y se comen, los investigadores informan esta semana en Scientific Reports. Algunos de los huesos de Neandertal también mostraron desgaste adicional, lo que sugiere que más tarde fueron utilizados para dar forma a las herramientas de piedra. Los huesos son entre 40.500 y 45.500 años de edad, que está enfrente de Homo sapiens llegaron a la región, por lo que los únicos culpables son posibles los neandertales sí mismos. Aunque los científicos sabían que los neandertales se había practicado el canibalismo en Croacia, esta es la primera evidencia de que en el norte de Europa. No se sabe aún si el canibalismo Neandertal era una práctica ritual, reservado para ocasiones especiales e impregnada con un significado especial, o si eran muy, muy hambriento.

Science Magazine

sábado, 9 de abril de 2016

SGM: Canibalismo en un campo de concentración

Canibalismo en un campo nazi: el espeluznante testimonio de un sobreviviente



Un barracón femenino del campo de concentración de Bergen-BelsenUn barracón femenino del campo de concentración de Bergen-Belsen

Infobae

Británicos encerrados en campos de concentración nazis soportaron torturas por parte de la policía secreta del régimen de Hitler (Gestapo) e hicieron frente a un "extendido canibalismo" entre los prisioneros, según unos documentos escondidos cinco décadas.

Los Archivos Nacionales del Reino Unido publicaron este jueves 900 solicitudes para recibir ayuda económica que las víctimas británicas de la persecución nazi hicieron llegar al gobierno del país durante la década de los 60.

Uno de los documentos más llamativos es el de Harold Le Druillenec, único superviviente británico del campo de concentración de Bergen-Belsen, en Baja Sajonia (Alemania), que narró en su petición los horrores que vivió durante los diez meses que pasó bajo el régimen nazi.

"La ley de la jungla reinaba entre los prisioneros: por la noche o matabas o te mataban y durante el día el canibalismo se extendía", explicó.

Según sus notas, en Belsen "no había comida, ni agua y dormir era imposible", mientras que en el campo de Banter Weg (Hamburgo), donde también pasó un tiempo, "la tortura y el castigo" por medio de "golpes, ahogamientos y crucifixiones" era lo normal a toda hora.

En su solicitud, remarcó que sus experiencias lo dejaron "débil" y afectaron sus pulmones y su corazón, a lo que el gobierno británico reaccionó con una compensación de 1.853 libras, cerca de 30.000 hoy en día (38.000 euros).

En 1964, la República Federal de Alemania se comprometió a destinar al Reino Unido un millón de libras, lo que actualmente serían 17 millones (21 millones de euros), que el país debía compensar a todos los británicos que sufrieron la persecución del nazismo.

De las 4.000 personas que pidieron la ayuda, tan solo 1.015 fueron beneficiadas por el Ministerio de Relaciones Exteriores, que la repartía según el tiempo pasado en un campo de concentración (un mínimo de tres meses) y el grado de discapacidad.

Una de las afectadas que no consiguieron una compensación económica fue la austríaca de origen Johanna Hill, quien perdió toda posibilidad de ser madre debido a las palizas de la Gestapo, por haber estado en prisión solo un mes y medio.

Uno de los supervivientes que escaparon del campo de Stalag Lutf III en 1944, Bertram "Jimmy" James, vio como su petición por haber estado encerrado en el campo de Sachsenhausen (Brandeburgo) era denegada por no haber llegado a padecer "los tratamientos inhumanos y degradantes" propios de un campo de concentración.

Para el gobierno británico que estudió el caso, las condiciones de Sachsenhausen "no eran de ninguna manera comparables" a las de otras campos.

Finalmente, después de que en 1968 se decidiera que las víctimas británicas de este campo de concentración también debían ser compensadas económicamente, James percibió 1.192 libras, unas 18.500 libras de hoy (23.000 euros).

Está previsto que para la primavera de 2017 vean la luz alrededor de otras 3.000 peticiones.