Fue el brazo armado del gobierno de Vladimir Uliánov, más conocido como Lenin.
La policía secreta bolchevique, llamada Comisión Extraordinaria para la Lucha contra la Contrarrevolución y Sabotaje de Toda Rusia —o simplemente "Checa"—, persiguió y arrestó a cualquiera que apoyara un acto "contrarrevolucionario" o que no simpatizara con el régimen marxista que se instaló en 1917.
Gracias a sus amplios poderes, esta fuerza de seguridad —la primera de una sucesión de policías secretas de la era soviética—, es recordada hasta el día de hoy como una de las más brutales de la historia reciente rusa.
Pero ¿en qué contexto se creó la Checa? ¿Cuál fue su misión realmente y por qué fue tan temida? Aquí te lo contamos.
Revolución rusa
Para entender la historia de la policía bolchevique, primero hay que remontarse a la convulsa situación política, económica y social que golpeaba a los rusos en 1917.
En aquel entonces, Rusia era un imperio pero al mismo tiempo un país rural y económicamente atrasado respecto al resto de Europa. El zar Nicolás II, último heredero de la dinastía Romanov, era un autócrata que concentraba en sus manos todos los poderes.
El zar Nicolás II fue el último heredero de la dinastía Romanov.
La población se dividía en dos clases sociales: la nobleza feudal y el resto del pueblo. Cuatro de cada cinco rusos eran campesinos obreros y las desigualdades eran enormes.
Pero Nicolás II se negaba a conceder reformas y periódicamente explotaban nuevas revueltas que las tropas del zar reprimían de forma violenta.
Por otra parte, desde 1914 el ejército ruso luchaba en la Primera Guerra Mundial. Tras 3 duros años de conflicto bélico, sus filas no sacaban cuentas alegres: habían más de 6 millones de muertos, heridos y prisioneros.
A esto se le sumaba una inflación desorbitada, el desavastecimiento de alimentos y el descontento político por la falta de reformas.
Es en este contexto que en febrero de 1917, el gobierno imperial fue debilitado por un conjunto de huelgas y por la presión de la oposición liberal y de los mandos militares.
Al cabo de unos días, el zar Nicolás II, desacreditado e incapaz de controlar la situación, fue obligado a abdicar.
Los rebeldes, entonces, asumieron el poder a través de un comité provisional de gobierno dirigido por el social-revolucionario Alexandr Kérenski.
Pero el Soviet, una asamblea popular formada por obreros, campesinos y soldados, también quería gobernar.
León Trotsky, terrible hijo de puta, dirigiendo a sus soldados bolcheviques.
Y dentro de esta fuerza política, estaban los bolcheviques, el grupo más radical guiado por Lenin y por León Trotsky.
La noche entre del 7 de noviembre de 1917, Lenin y Trotsky asaltaron el Palacio de Invierno de Petrogrado (hoy San Petersburgo), la sede del gobierno provisional. Capturaron a todos sus miembros e iniciaron un régimen comunista.
Entre sus primeras medidas figuraron la liquidación de los latifundios y entrega de la tierra a los campesinos, la nacionalización de los bancos, el control obrero sobre la producción industrial y la supresión de los privilegios de la nobleza y la Iglesia.
Como es de esperar, todas estas reformas basadas en las teorías económicas y sociales elaboradas por Carlos Marx y Federico Engels generaron resistencia en distintos sectores.
Se inició así una Guerra Civil entre los bolcheviques y el denominado Ejército Blanco —integrado por un grupo dispar, que iba desde los conservadores y liberales favorables a la monarquía, hasta los socialistas democráticos— que se extendió hasta 1922.
La Guerra Civil rusa ocurrió entre los años 1917 y 1922.
Y es en este momento cuando la policía secreta, llamada Checa, entra en escena, jugando un rol clave para apoyar el ambicioso plan de Lenin y Trotsky.
¿Qué fue exactamente la Checa?
La Checa comenzó como una pequeña agencia para investigar y hacer frente a las amenazas al nuevo régimen.
Pero a medida que creció la oposición a los bolcheviques, también lo hizo el tamaño y el poder de esta fuerza de seguridad, pasando de tener 40 agentes a más de 100.000.
Así, se organizaron en distintos equipos que se traspasaban información entre sí y actuaban coordinamente.
Un grupo era de Inteligencia que investigaba y llevaba el registro de los "contrarrevolucionarios", así como el combate al sabotaje y la especulación. También había un equipo de ataque, otro de reclutas y otro de soldados.
Su fundador y primer líder, el revolucionario comunista Felix Dzerzhinsky, era conocido como "Iron Felix" (o el "Conde de Hierro").
Felix Dzerzhinsky era conocido como "Iron Felix", otro asesino ruso.
"Hay una razón por la cual el hombre que la creó era conocido como Iron Felix. Era muy rígido, muy centrado en lo que quería, lidió con los contrarrevolucionarios y protegió como nadie la revolución", explica a BBC Mundo Stephen Hall, académico experto en Rusia de la Universidad de Bath, Reino Unido.
Pero la brutalidad de Dzerzhinsky sigue causando controversia en Rusia hasta el día de hoy: mientras algunos lo consideran un "héroe nacional" otros lo responsabilizan de haber reprimido cruelmente a miles de personas.
Durante sus cuatro años de vida, la Checa actuaba por su propia voluntad realizando arrestos masivos, encarcelamientos, torturas y ejecuciones incluso sin procesos judiciales.
"Era más eficiente que la policía secreta zarista. Y mucho más ofensiva, en parte porque los bolcheviques no controlaban tanto territorio en ese momento", dice Hall.
"Su brutalidad ciertamente generó mucho miedo", agrega el académico.
También aplicaban medidas represivas como la confiscación de bienes, la privación de alimentos, asaltos a las casas, expulsión de los domicilios y la publicación de listas de "enemigos del pueblo".
El Terror rojo
Al período de atrocidades cometidas por la Checa se le conoce como "El Terror Rojo".
Algunos historiadores lo reducen a las ejecuciones y represión bolchevique ocurridas en 1918 mientras otros lo extienden desde 1918 hasta el nacimiento de la Unión Soviética en 1922.
"El propósito del terror rojo era asustar a la población para que, al menos, no conspirara en contra de los bolcheviques", afirma Stephen Hall.
"Buscaban a los contrarrevolucionarios para dar una señal, para que otras personas supieran que si hacían algo contra el régimen le dispararían", agrega.
Lenin necesitaba controlar a los "contrarrevolucionarios" para el éxito de su régimen.
Según el académico, el intento de asesinato contra Lenin ocurrido en agosto de 1918 terminó por entregarle aún más poderes a la Checa.
De hecho, muchos creen que fue este hecho el punto de partida del Terror rojo: la excusa perfecta para comenzar con la campaña de represión hacia los "enemigos de clase" o cualquier persona alineada con el ejército blanco.
"Y así terminó siendo una unidad para controlar efectivamente a la población, al campesinado", le explica Hall a BBC Mundo.
Uno de los líderes de la Checa, Martyn Latsis, explicó así la "esencia" del Terror rojo:
"No estamos librando una guerra contra personas individuales (...). Estamos exterminando a la burguesía como clase", dijo.
El número de muertos de este período es discutido. Las estimaciones van desde las 50.000 personas hasta más de un millón.
Poster de la Unión Soviética.
Entre quienes fallecieron en manos de la Checa, hay importantes figuras rusas como el destacado poeta Nikolay Gumilyov, acusado de tramar un levantamiento contra los bolcheviques.
¿Cómo se disolvió?
Cuando los bolcheviques salieron victoriosos de la guerra civil en 1922, y conquistaron definitivamente el poder, la Checa se reestructuró y cambió de nombre a GPU (Directorio Político Unificado del Estado).
Sin embargo, para muchos historiadores la primera policía secreta de la era soviética sentó las bases de las siguientes fuerzas de inteligencia que rigieron en Rusia.
Muchas de ellas, dicen los analistas, replicaron las medidas represivas de aquella época.
De ahí viene, de hecho, la temida KGB, la última agencia de inteligencia de la URSS que llegó a tener más de 480.000 agentes además de millones de informantes que controlaban eficientemente a la población rusa.
Durante la Segunda Guerra Mundial, los ucranianos experimentaron lo peor tanto de Hitler como de Stalin. Como resultado del Pacto Molotov-Von Ribbentrop de 1939, cuando los alemanes invadieron Polonia, la URSS ocupó gran parte del oeste de Ucrania, argumentando que estaba uniendo a los ucranianos con sus compatriotas en la Ucrania soviética. Inicialmente, los soviéticos ucranizaron la administración, así como los sectores cultural y educativo. Mientras tanto, los polacos de estas regiones fueron sometidos a represiones y deportaciones masivas al este soviético. Pronto, los soviéticos introdujeron otras características del sistema soviético como las expropiaciones; ataques a la iglesia uniata, predominante en el oeste de Ucrania; y colectivización. La policía secreta soviética (NKVD) arrestó a muchos activistas ucranianos. Mientras tanto, la OUN se dividió en facciones en guerra: una, más dinámica y de base juvenil, liderada por Stepan Bandera, y la otra por Andrii Melnyk. Cuando los alemanes invadieron la Unión Soviética el 22 de junio de 1941, los soviéticos en retirada ejecutaron a más de diez mil de sus prisioneros en el oeste de Ucrania, lo que contribuyó enormemente al ya fuerte sentimiento antisoviético en la región.
Después de que las fuerzas alemanas capturaron Lviv en el oeste de Ucrania, la OUN de Bandera intentó proclamar allí un estado ucraniano independiente el 30 de junio de 1941. Los alemanes reaccionaron bruscamente y arrestaron a los dirigentes de la OUN, incluido Bandera. Además. frustraron las esperanzas de independencia de los ucranianos al anexar Galicia a las tierras polacas que comprendían el Gobierno General (las áreas de Polonia administradas por Alemania). El aliado de Alemania, Rumania, ocupó Transdnistria, que incluía Odessa, toda Besarabia y partes de Bucovina. Transcarpatia quedó bajo control húngaro.
Ucrania central y oriental, llamada Reichkommissariat Ucrania, estaba gobernada por Erich Koch, quien instituyó el régimen nazi más brutal de toda la Europa ocupada. De acuerdo con los conceptos nazis de superioridad racial y Lebensraum (espacio vital), a los ucranianos se les asignó el papel de población esclava y sus tierras fueron destinadas a la colonización alemana. Las esperanzas de independencia o autogobierno quedaron destrozadas, las expectativas de que la colectivización sería abolida se desvanecieron y las represiones y ejecuciones masivas fueron frecuentes. Con la intención de convertir a Ucrania en una colonia estrictamente agrícola, los gobernantes nazis mataron de hambre a las principales ciudades. Kiev perdió el 60 por ciento de su población y la población de Jarkov disminuyó de 700.000 a 120.000. Especialmente odiada fue la política de enviar un gran número de ucranianos, alrededor de 2,2 millones, a Alemania como trabajadores forzados. Los judíos en Ucrania eran especialmente vulnerables. A los pocos meses de la invasión, los escuadrones de exterminio nazis, a veces ayudados por colaboradores ucranianos, ejecutaron a aproximadamente 850.000 personas. En Baby Yar, en Kiev, 33.000 personas fueron asesinadas en dos días. El gobierno nazi fue relativamente menos duro en el Gobierno General y en 1943 se formó allí la División Ucraniana de las SS “Galicia” para luchar contra los soviéticos.
La resistencia tanto al régimen nazi como al soviético comenzó en 1942, cuando el UPA (Ejército Partidista Ucraniano), finalmente controlado por la OUN de Bandera, inició operaciones en Volinia. Dirigido por Roman Shukhevych, contaba con unos cuarenta mil hombres que contaban con la ayuda de una amplia red civil. La UPA también intentó expulsar a los polacos de Volinia. En el verano de 1943, esto desembocó en un conflicto sangriento durante el cual perdieron la vida unos cincuenta mil civiles polacos y veinte mil ucranianos. Los historiadores de la Polonia comunista y la Unión Soviética a menudo acusaron a la UPA de tendencias fascistas, colaboración con los nazis y atrocidades, mientras que los historiadores ucranianos en la diáspora y en la Ucrania independiente generalmente consideran que la UPA y los nacionalistas ucranianos en general participan en una lucha de liberación nacional. Los partisanos soviéticos, apoyados por Moscú y los comunistas locales, también se concentraron en las regiones del norte densamente boscosas. En 1943, lideradas por Sydir Kovpak, sus unidades lanzaron una importante incursión en zonas controladas por los alemanes en Galicia.
La resistencia organizada por los nacionalistas ucranianos fue la mayor en las zonas fronterizas. En el apogeo de su fuerza en 1944, los nacionalistas desplegaron entre 25.000 y 40.000 guerrilleros. Dado que los insurgentes sufrieron grandes pérdidas en 1944-1945, el número total de personas involucradas en sus actividades entre 1944 y 1950, incluido el suministro, el entrenamiento, la recopilación de inteligencia, la propaganda y el servicio médico, probablemente alcanzó los 400.000 hombres y mujeres. La resistencia ucraniana estuvo absolutamente dominada por OUN-B. OUN-M creía que la lucha armada contra los soviéticos sería infructuosa y prácticamente se abstuvo. A finales del otoño de 1944, OUN-M lanzó el lema: “¡No en los bosques sino entre la gente!” lo que implica que la acción política podría ser más efectiva que la acción militar. Sin embargo, OUN-M tuvo poca influencia política después de la derrota de Alemania. Por el contrario, OUN-B era una red clandestina profundamente arraigada que gozaba de apoyo popular. Explotó el odio de los campesinos hacia la colectivización y hacia los polacos e inspiró la resistencia, aprovechándola y dirigiéndola para proteger sus propios objetivos. La UPA era formalmente una fuerza armada suprapartidaria subordinada al Consejo Supremo de Liberación de Ucrania que se organizó en julio de 1944 como una coalición de varios grupos nacionalistas. OUN-B, aunque sólo era un miembro del consejo, en la práctica controlaba tanto el consejo como la UPA, imponiendo su ideología y manteniendo una infraestructura civil sofisticada para las guerrillas. La UPA se organizó sobre una base territorial. Tenía una estructura administrativa similar a la OUN; sus grandes regiones operativas se subdividieron en redes más pequeñas con nombres en clave. Sus comandantes planeaban tener cuatro cuarteles generales: UPA-Oeste y UPA-Norte en el oeste de Ucrania y UPA-Sur (norte de Bucovina y la parte sur de Ucrania central) y UPA-Este (la parte norte de Ucrania central). Bandera era simplemente el líder nominal de la resistencia. Nunca había estado en la Unión Soviética y prácticamente no desempeñó ningún papel en la lucha armada. Después de que los alemanes liberaron a Bandera y Stets’ko de un campo de concentración en septiembre de 1944, no existió comunicación regular entre ellos y la guerrilla, y los dos se distanciaron cada vez más de las realidades ucranianas. Sin embargo, la mayoría de los comandantes superiores y medios de la UPA eran líderes de la OUN. Dmytro Kliachkivs’kyi, comandante en jefe de la UPA hasta noviembre de 1943, encabezó simultáneamente la región noroeste de la OUN; Roman Shukhevych, que sucedió a Kliachkivs’kyi como comandante en jefe, presidió el provod central OUN-B a partir de mayo de 1943. La UPA mantuvo su infraestructura de mando dispersa en los bosques, evitando efectivamente las redadas policiales. A pesar de sus frenéticos esfuerzos, las fuerzas de seguridad rara vez lograron capturar a altos comandantes de la UPA.
En el verano de 1943, las fuerzas soviéticas lanzaron una ofensiva masiva, en la que participaron el 40 por ciento de su infantería y el 80 por ciento de sus tanques, con el objetivo de retomar Ucrania. En el otoño de 1943 recuperaron la orilla izquierda y el Donbás; el 6 de noviembre entraron en Kiev; y en otoño de 1944 todo el territorio étnico ucraniano estaba en manos soviéticas. Para ganarse las simpatías de los ucranianos, Stalin también lanzó una campaña de propaganda. Incluyó llamar “ucranianos” a algunos sectores del frente, nombrar honores militares en honor a héroes históricos ucranianos y crear la impresión de que Ucrania era una república soberana.
Cuando el Ejército Rojo se acercó a las zonas fronterizas occidentales a principios de 1944, los comandantes de la UPA sobreestimaron sus propias fuerzas. Algunos de ellos fantaseaban con poder capturar Kiev antes que el Ejército Rojo y bloquearlo en el Dniéper. Anticipando grandes enfrentamientos con las fuerzas soviéticas, las guerrillas ucranianas organizaron grandes formaciones. Los batallones de la UPA, de hasta 600 hombres, se enfrentaron fácilmente a unidades de seguridad del Ejército Rojo o del NKVD en combates convencionales. Los soviéticos emplearon tanques y fuerza aérea contra la UPA en varias batallas. La policía registró que los guerrilleros “lucharon de manera bastante activa, sacrificándose a veces imprudentemente”. El 9 de abril de 1944, la UPA atacó tres veces una compañía del NKVD atrincherada con el grito de guerra: "¡Gloria a Ucrania!". y cada vez fue rechazada, perdiendo, según un relato soviético, 300 hombres. Borovets observó que “casi todas esas batallas prolongadas se perdieron” y explicó por qué: “No fueron oficiales profesionales quienes comandaron las unidades [de la UPA] sino líderes del partido inexpertos e ignorantes de las tareas y tácticas de la guerra partidista”. La UPA obtuvo algunos éxitos impresionantes cuando hirió de muerte al general Nikolai Vatutin, comandante del Primer Frente Ucraniano, en febrero de 1944 y luego tendió una emboscada y destruyó un batallón de fusileros soviético regular en agosto. Sin embargo, por lo general, las divisiones del NKVD rápidamente arrinconaron y aniquilaron a grandes unidades guerrilleras porque el oeste de Ucrania tenía pocos bosques extensos que les dieran cobertura. El grupo UPA Zagrava, el más fuerte de Volhynia, perdió la mitad de sus fuerzas durante 1944 y 47 de los 50 comandantes de compañía. En 1945, la UPA había sufrido bajas prohibitivas. Sus comandantes se dieron cuenta tardíamente de que sus tácticas eran deficientes. En febrero de 1945, ordenaron a sus batallones que evitaran el combate convencional y los dividieron en pelotones o secciones. Algunos guerrilleros vivían como simples agricultores y se reunían sólo para misiones, mientras que otros eran combatientes a tiempo completo. La policía necesitaba mejor inteligencia y mayores esfuerzos para erradicar esta red de pequeñas células dedicadas principalmente al terrorismo contra colaboradores locales: comunistas y miembros del Komsomol, administradores, milicias y otros partidarios de las autoridades. Para entonces, sin embargo, la flor de la mano de obra de la UPA se había marchitado; nunca se recuperó de las horrendas pérdidas del primer año después de la reocupación soviética
Las pérdidas ucranianas en la guerra fueron asombrosas: el país perdió 5,3 millones de personas o alrededor del 15 por ciento de su población. Más de setecientas ciudades y pueblos y veintiocho mil aldeas quedaron parcial o totalmente destruidas, dejando a unos diez millones de habitantes sin hogar. Sin embargo, hubo algunos avances. Galicia, Bucovina y Transcarpatia fueron anexadas a la Ucrania soviética, uniendo a todos los ucranianos en un solo estado y, para fortalecer la influencia soviética en las Naciones Unidas, Stalin permitió que Ucrania se convirtiera en uno de sus miembros fundadores en 1948.
Como resultado de la Segunda Guerra Mundial, la composición étnica de Ucrania cambió drásticamente. La persecución nazi diezmó a la población judía; la mayoría de los polacos se trasladaron a Polonia durante los traslados de población de la posguerra; y, en relación con la reconstrucción industrial, llegaron al país un gran número de rusos. Para el régimen soviético, la incorporación de Ucrania occidental fue un problema importante. Allí, la UPA continuó ofreciendo una resistencia amarga, aunque desesperada, hasta principios de los años cincuenta. La iglesia uniata (o greco-católica), bastión de la conciencia nacional, fue disuelta y conducida a la clandestinidad y cientos de miles de ucranianos occidentales recalcitrantes fueron deportados a los gulags.
Rincón Bomba: el silencio de Perón y la masacre étnica en Formosa que fue ocultada durante más de medio siglo
En
1947, durante el primer gobierno de general, la Gendarmería, con el
apoyo de la Fuerza Aérea, mató entre 500 y 750 hombres y mujeres del
pueblo aborigen pilagá, por temor a un “un ataque indígena”. Más de
setenta años después, la justicia calificó la acción como “genocidio”,
aunque jamás llegó a condenar a los responsables
Por Marcelo Larraquy || Infobae
El pueblo indígena pilagá fue masacrado en 1947 y el horror fue silenciado durante más de medio siglo
En marzo de 2020, la Cámara Federal de Resistencia declaró que la masacre contra el pueblo indígena pilagá en la zona de Rincón Bomba, Formosa, debía ser calificado como un “genocidio”.
El crimen contra el pueblo indígena, llevado a cabo por fuerzas de la
Gendarmería y la Fuerza Aérea, era de larga data. Había sido perpetrado el 10 de octubre de 1947, durante el primer gobierno de Juan Perón.
La sentencia ordenó la reparación económica colectiva del pueblo
pilagá, con inversiones públicas de infraestructuras y becas de estudio,
pero no la reparación individual de los familiares de las víctimas de
la etnia.
La
represión de los aborígenes era una triste herencia del peronismo,
gestada desde la División de Informaciones Políticas de la presidencia
de la Nación, que dirigía el comandante de Gendarmería, general Guillermo Solveyra Casares.
Solveyra
había creado y comandado el primer servicio de inteligencia de la
fuerza en la década del ‘30 e internó a los gendarmes, vestidos de
paisanos, en los bosques del Territorio del Chaco para buscar
información que ayudara a capturar a Segundo David Peralta, alias “Mate Cosido” -a quien popularizó León Gieco en
el tema “Bandidos rurales”- y otros bandoleros sociales que
atormentaban, con asaltos y secuestros, a gerentes de compañías
extranjeras y estancieros.
Para
la época de la masacre del pueblo pilagá, Solveyra Casares tenía su
despacho contiguo al del presidente Perón en la Casa Rosada y
participaba en las reuniones de gabinete.
En octubre de 1947, la Gendarmería Nacional, que dependía del Ministerio del Interior, exterminó alrededor de 500 indios de la etnia pilagá en Rincón Bomba,
Territorio Nacional de Formosa. Más de dos centenares de ellos
desaparecieron durante los veinte días que duró el ataque de los
gendarmes, con el apoyo de la Fuerza Aérea.
La operación había sido ordenada por el escuadrón de Gendarmería de la localidad de Las Lomitas en respuesta al temor a una “sublevación indígena”.
Para reducir ese temor, exterminaron a los indígenas.
El conflicto se había iniciado unos meses antes.
En
abril de 1947, miles de hombres, mujeres y niños de diferentes etnias
marcharon hacia Tartagal, Salta, en busca de trabajo. La Compañía San
Martín de El Tabacal, propiedad de Robustiano Patrón Costas, se había interesado en contratar su mano de obra para la explotación azucarera.
Patrón
Costas era el representante político de los terratenientes. Había
fundado la Universidad Católica de Salta, luego fue gobernador de esa
provincia y presidente del Senado de la Nación. Su candidatura a
presidente por el régimen conservador se malogró en 1943 por el golpe
militar del GOU. También se acusaba a Patrón Costas de apropiarse de
tierras indígenas en Orán.
Lo cierto es que una vez que llegaron a Tartagal, los caciques se rehusaron a que los hombres y mujeres de la etnia trabajasen en condiciones de esclavitud. Habían acordado una paga de 6 pesos diarios y cuando iniciaron sus labores les pagaron 2,5.
En
octubre de 1947, la Gendarmería Nacional, que dependía del Ministerio
del Interior, exterminó alrededor de 500 indios de la etnia pilagá en
Rincón Bomba, Territorio Nacional de Formosa. Más de dos centenares
de ellos desaparecieron durante los veinte días que duró el ataque de
los gendarmes, con el apoyo de la Fuerza Aérea
Patrón Costas decidió echarlos y los aborígenes retornaron a sus comunidades. Eran cerca de ocho mil.
El
regreso se hizo en condiciones miserables, con una caravana que
arrastraba enfermos y hambrientos. Durante varios días de marcha,
desandaron a pie más de 100 kilómetros hasta llegar a Las Lomitas.
La caravana estaba compuesta por mocovíes, tobas, wichís y pilagás,
la etnia más numerosa. Tenían la costumbre de raparse la parte
delantera del cuero cabelludo, hablaban su propio idioma, además del
castellano, y habitaban en varios puntos de Formosa. Vivían como
braceros de los terratenientes, o de lo que cazaban y recolectaban.
Luego de su paso frustrado por Tartagal, se asentaron en Rincón Bomba, cerca de Las Lomitas. Allí podían conseguir agua. La miseria de la etnia asustaba.
La Comisión de Fomento del pueblo pidió ayuda humanitaria al gobernador del Territorio Nacional, Rolando de Hertelendy, nacido en Buenos Aires y educado en Bélgica, y designado en el cargo por el Poder Ejecutivo el 10 de diciembre de 1946.
La falta de recursos en las arcas de la tesorería del Territorio hizo que Hertelendy trasladara el pedido al gobierno nacional.
Perón reaccionó rápido. Conocía el tema.
En
el año 1918, al frente de una comisión militar, había ido a negociar
con obreros de La Forestal en huelga en el bosque chaqueño y había
logrado apaciguar el conflicto. Les había aconsejado que hicieran los
reclamos de buenas maneras.
De inmediato, Perón ordenó el envío de tres vagones de alimentos, ropas y medicinas.
Luego
de su paso frustrado por Tartagal, se asentaron en Rincón Bomba, cerca
de Las Lomitas. Allí podían conseguir agua. La miseria de la etnia
asustaba
En
la segunda quincena de septiembre de 1947, la Dirección Nacional del
Aborigen ya los tenía en su poder en la estación de Formosa.
Pero la
carga fue recibida con desidia por las autoridades. La ropa y las
medicinas fueron robadas, los alimentos quedaron a la intemperie varios
días y luego fueron trasladados a Las Lomitas para ser entregados a los
aborígenes. Ya estaban en estado de putrefacción.
El consumo provocó una intoxicación masiva: vómitos, diarreas, temblores. Dada la falta de defensas orgánicas, los ancianos y los niños fueron los primeros en morir. Los indios denunciaron que habían sido envenenados. Las madres intentaban curar a sus bebés muertos en sus brazos.
El
asentamiento indígena se convirtió en un mar de dolores y de llantos
que retumbaban en el pueblo. El cementerio de Las Lomitas aceptó los
primeros entierros, pero luego les negó el paso del resto de los
cuerpos. Ya había más de cincuenta cadáveres.
Los indígenas los llevaron al monte y enterraron a los suyos con cantos y danzas rituales.
El
consumo de los alimentos enviados, que por desidia estaban en mal
estado, provocó una intoxicación masiva: vómitos, diarreas,
temblores. Dada la falta de defensas orgánicas, los ancianos y los
niños fueron los primeros en morir
En
Las Lomitas se instaló la creencia de que ese grupo de enfermos y
famélicos estaba preparando una venganza. Se difundió el rumor del
“peligro indígena”, una rebelión en masa contra las autoridades y los
vecinos del pueblo.
Desde
hacía días, las madres aborígenes golpeaban las puertas del cuartel
de la Gendarmería y de las casas de Las Lomitas con sus hijos. Al
principio se las ayudó. Pero de un día para otro se las dejó de
recibir. La fuerza armó un cordón de seguridad en su campamento y no
se les permitió el ingreso al pueblo.
Más de cien gendarmes armados las vigilaban con ametralladoras.
El 10 de octubre de 1947 se reunieron el cacique Nola Lagadick y el segundo jefe del escuadrón 18 de Las Lomitas, comandante de Gendarmería Emilio Fernández Castellano. Era una entrevista a campo abierto.
El
comandante tenía dos ametralladoras pesadas apuntando contra la
multitud de indígenas, dispuestos detrás de su cacique. Eran más de
mil, entre hombres, mujeres y niños. Muchos de ellos portaban retratos de Perón y Evita.
El
cacique exigió ayuda a la Gendarmería. Querían tierras para la
explotación de pequeñas chacras, semillas, escuelas para sus hijos.
Invitó al comandante para que visitara el campamento y tomara
conciencia de sus miserias.
Hay distintas versiones de cómo sucedieron los hechos.
Una
indica que los aborígenes comenzaron a avanzar hacia la reunión.
Otra, que los hechos se desencadenaron como ya habían sido planeados:
provocar una “solución final” al problema indígena en el Territorio de Formosa.
Como fuese, la fuerza estatal abrió fuego contra la etnia desarmada.
Lo hizo con ametralladoras, carabinas y pistolas automáticas.
Fernández Castellano se sorprendió del ataque y ordenó detenerlo. Sus
dos baterías no habían disparado. Pero el segundo comandante Aliaga Pueyrredón,
que no estaba de acuerdo con parlamentar con los indígenas, había
desplegado ametralladoras en puntos estratégicos y acababa de dar la
orden.
El
ataque provocó la huida de la etnia pilagá hacia el monte. Algunos
arrastraban los cadáveres de sus familiares. Los heridos fueron siendo
rematados. La persecución continuó durante la noche; los gendarmes
lanzaron bengalas para iluminar un territorio que desconocían. Desde el
pueblo se escuchaba el tableteo de las ametralladoras.
La Gendarmería continuó la matanza porque no quería testigos.
Muchos civiles de Las Lomitas, miembros de la Sociedad de Fomento,
colaboraron para que el “peligro indígena” cesara en forma definitiva y
brindaron asistencia logística. Recorrieron los montes Campo Alegre,
Campo del Cielo y Pozo del Tigre para marcar los escondrijos en la
espesura.
El
trauma que produjo la represión, y el temor a otras nuevas muertes,
fue enterrando el etnocidio bajo un muro de silencio. Nadie se hizo eco
de la masacre. Perón no pronunció una sola palabra
Muchos cadáveres fueron incinerados. La persecución no dejaba tiempo para enterrarlos.
Otros cuerpos fueron tirados en el descampado, en un camino de vacas, y
la tierra y la maleza los fueron cubriendo con el paso del tiempo.
El
trauma que produjo la represión, y el temor a otras nuevas muertes,
fue enterrando el etnocidio bajo un muro de silencio. El diario Norte del Chaco mencionó que había habido un “enfrentamiento armado” ante la sublevación de los “indios revoltosos”.
Los diarios de Buenos Aires, a mediados de octubre de 1947, informaron sobre la incursión de un “malón indio”, para justificar la masacre.
Perón hizo silencio.
Nadie de la Gendarmería fue castigado.
Lo mismo había sucedido en Napalpí, en el Chaco, en 1924, durante el gobierno de Marcelo T. de Alvear, aunque en ese caso existió un proceso judicial para convalidar el ocultamiento.
En Las Lomitas no. Se
calcula que entre 750 hombres, mujeres y niños de distintas etnias, en
especial los pilagás, murieron a manos de la Gendarmería.
Octubre pilagá, relatos sobre el silencio, de Valeria Mapelman
Desde 2005, un grupo de antropólogos forenses realizaron excavaciones por orden judicial en el cuartel de la fuerza de seguridad. Los huesos que encontraron estaban apenas por debajo del nivel de la superficie.
La matanza, además de la tradición oral que se extendió en los pilagá, fue narrada por uno de los represores , el gendarme Teófilo Cruz, que publicó un artículo en la revista Gendarmería Nacional.
En 2010 la documentalista Valeria Mapelman estrenó dos documentales sobre la masacre, Octubre pilagá, relatos sobre el silencio y La historia en la memoria en el que logró registrar historias personales de algunos sobrevivientes y sus hijos, y testigos de la masacre.
Dado
que la incursión de la Gendarmería había contado con el apoyo de un
avión con ametralladora, la justicia federal en la última década -cuando
se inició el expediente-, llegó a procesar a Carlos Smachetti en 2014, que disparó contra los originarios de la comunidad de pilagá
desde un avión que había despegado el 15 de octubre desde la base de El
Palomar. Murió al año siguiente, a los 97 años. Otro de los imputados
que participó de la masacre como alférez de Gendarmería, Leandro Santos Costa, luego se había graduado de abogado y fue juez de la Cámara Federal de Resistencia. Había utilizado una ametralladora pesada para eliminar a los aborígenes,
y la Gendarmería lo había condecorado por su “valerosa y meritoria”
intervención en el hecho. Murió en 2011, antes de que el proceso
finalizara.
Desde
2005, un grupo de antropólogos forenses realizaron excavaciones por
orden judicial en el cuartel de la fuerza de seguridad. Los huesos que
encontraron estaban apenas por debajo del nivel de la superficie
En su sentencia de 2020,
la Cámara Federal destacó la responsabilidad del Estado Nacional al
momento de la masacre y lo condenó a reparaciones colectivas,
un monumento en el lugar de la masacre, incluir el 10 de octubre como
fecha recordatoria, becas estudiantiles a jóvenes escolarizados y un
dinero anual para inversiones de infraestructura y otro para sostener a
la Federación de pilagá. Y calificó la masacre como genocidio, que había sido rechazada por primera instancia.
Pasaron
más de siete décadas del crimen masivo, y las comunidades indígenas
perdieron sus tierras y los montes fueron arrasados por las topadoras.
Todavía viven en las vías muertas de los ferrocarriles o en la
periferia de las ciudades, en busca de una vivienda, un trabajo o algo
para comer. Como hace más de setenta años.
Marcelo
Larraquy es periodista e historiador (UBA). Su último libro publicado
es “Fuimos Soldados. Historia secreta de la Contraofensiva Montonera”.
Ed. Sudamericana, noviembre de 2021.
Todos conocemos los horrores de la Segunda Guerra Mundial y lo que Hitler y los nazis hicieron en toda Europa en nombre de la supremacía aria. Pero lo que mucha gente no sabe es lo que realmente ocurrió en Alemania en los últimos días del régimen nazi.
Durante los meses de abril y mayo de 1945, cuando las tropas del Ejército Rojo soviético se acercaron y finalmente invadieron Berlín, casi dos millones de mujeres alemanas fueron violadas con un nivel de violencia nunca antes visto ni después. Las cifras proporcionadas por historiadores como Antony Beevor (2002) sugieren que de los dos millones de víctimas, casi 100.000 acabaron por suicidarse, y en 1946 el 10% de todos los bebés nacidos en Alemania tenían padres soviéticos.
Si bien estas cifras son sorprendentes, lo que tal vez sea aún más notable es el hecho de que durante más de 50 años hubo un esfuerzo concertado para mantener en secreto los hechos de estos acontecimientos. Por temor a revitalizar el nacionalismo alemán a través de un sentimiento de victimismo y simpatía nacional, primero los políticos y autoridades alemanes protegieron este encubrimiento, seguidos por historiadores prosoviéticos y antialemanes en los últimos 20 años.
Un ejemplo de este silencio lo tenemos en una de las únicas fuentes primarias que refleja estos terribles días. “Una mujer en Berlín” fue escrito de forma anónima por un periodista alemán y es un diario de las últimas semanas del régimen nazi. Revive con desgarrador detalle las violaciones masivas y la violencia sufridas por las mujeres de Berlín. Parecía no haber escapatoria: niñas, ancianas y damas de todas las clases eran "cazadas" y escogidas para satisfacer la violencia sexual con carga racial de los soldados soviéticos.
Este libro se publicó originalmente a finales de la década de 1950, pero inmediatamente se retiró del mercado en Alemania y los editores sólo pudieron encontrar Suiza como mercado para el tomo. A pesar de esto, el libro fue retirado; Y no fue hasta 2001 que el libro volvió a verse en Alemania y encontró una nueva audiencia. Esto se debió al temor de que los hechos y el relato de lo ocurrido pudieran conducir a un resurgimiento de los ideales nacionalistas.
Una mujer en Berlín (2001) – ¿Alentando a los nazis del mañana?
Si bien este temor puede parecer ridículo para la mayoría, todavía es evidente en las opiniones de muchos historiadores sobre este episodio. Historiadoras como Annita Grossmann creen que las violaciones fueron más bien el resultado de ser cómplices de la máquina de guerra nazi, y no la simple cuestión de ser víctimas inocentes. Si bien esta opinión puede sorprender a muchos de ustedes, desafortunadamente ella no es la única historiadora que cree que las mujeres alemanas recibieron su "justo postre".
La pregunta de si estas mujeres alemanas fueron de alguna manera cómplices de estos ataques, porque brindaron apoyo a sus maridos, hermanos e hijos, ignora la asombrosa violencia y los horrores que sufrieron. Los relatos de otras mujeres de este período incluyen “¿Por qué tenía que ser una niña?” de Gabi Kopp. que relata cómo, cuando tenía 14 años, la autora era "pasada" regularmente, incluso por sus compañeras víctimas debido a su corta edad. Si bien la maquinaria de propaganda nazi advirtió a las mujeres sobre las hordas asiáticas del Este, todavía no estaban preparadas para los incesantes ataques nocturnos y el flagrante desprecio que estos soldados tenían hacia las mujeres.
Si bien los historiadores intentan comprender el razonamiento estratégico de la violación, la teoría central detrás de su crueldad apunta a los matices raciales que soportó la guerra en el Este. La casi aniquilación de la Unión Soviética y los constantes pronunciamientos sobre la supremacía aria instigaron un toque casi genocida a las violaciones. La propagación de la semilla bolchevique, especialmente entre las doncellas alemanas después de derrotar tan ampliamente a sus hombres, parece ser el índice principal de este horrible acontecimiento.
La propaganda alemana advertía constantemente sobre el animal como los bolcheviques del Este.
Si bien las autoridades y los historiadores soviéticos guardan silencio sobre el tema, se cuentan historias contradictorias sobre la reacción de Stalin ante la noticia de las violaciones. Desde burlarse de ellos como "bagatelas" hasta negar que los soldados soviéticos estuvieran en Alemania para algo más que la guerra. El sellado de archivos ruso-soviéticos, inicialmente por parte de la KGB y más recientemente por el gobierno de Putin, obstaculiza cualquier intento de conocer las opiniones oficiales sobre la tragedia.
A pesar de esto, algunos corresponsales de guerra soviéticos integrados en divisiones del Ejército Rojo informaron de que "les sucedieron cosas terribles a las mujeres alemanas" (Vassily Grossman), y Natalya Gesse informó que se trataba de "un ejército de violadores".
El rapto de Berlín es un episodio de la historia que nunca debe silenciarse ni olvidarse. Es una parte oscura de la historia que debe ser reconocida por su magnitud y la falta de simpatía y reconocimiento hacia las víctimas. Una cosa que se debe reconocer es que es historia, y eso nunca se debe negar.
REFERENCIAS:
Anonymous. 2006. A Woman in Berlin (Eine Frau in Berlin). Translated by P. Boehm. London: Virago.
Beevor, A. 2002. Berlin: The Downfall, 1945. London: Viking, UK.
Grossmann, Attina. 1995. “A Question of Silence: The Rape of German
Women by Occupation Soldiers.” October- Berlin 1945: War and Rape:
Liberators Take Liberties 72: 42-63.
Kopp, Gabriele. 2010. Warum war ich bloss ein Madchen
“¡Señores, esto se acabó!”: la noche que Fulgencio Batista huyó de Cuba y le dejó el camino libre a Fidel Castro
Las
horas finales del dictador cubano tuvieron ribetes insólitos. La fiesta
que dio el 31 de diciembre por la noche y cómo dejó plantados a sus
invitados para escapar. La situación económica de Cuba en el momento de
la revolución. La carta del Che Guevara para romper con su primera
esposa. El rol del embajador de los Estados Unidos. Y la extorsión del
dictador dominicano Trujillo para dejar salir a Batista
Por Juan Bautista Tata Yofre || Infobae
Fulgencio Batista y su esposa, Marta Fernández Miranda
El miércoles 31 de diciembre de 1958 se desarrollaron los instantes previos a la partida del dictador cubano Fulgencio Batista,
sus familiares y sus colaboradores más íntimos. No fueron como se conto
más tarde en las películas de Hollywood. La recepción no se llevó a
cabo en un hotel-casino de lujo y no se escuchaba la estrofa”…te vas yo
no sé por qué, la vida lo quiso así” cantada por “El Guapachoso” Rolando
Laserie en su exitoso “Tenía que ser así”, aunque podía haber sido así
porque era una canción de despedida. Para millones de cubanos se iba una
época y llegaba otra. Presentían que diferente aunque no sospechaban
tan terrible, tan triste... Y ya lleva más de medio siglo.
El estrepitoso derrumbe de Batista había comenzado días antes. En el atardecer del miércoles 17 de diciembre de 1958, Earl T. Smith, el embajador de los EEUU en Cuba
entró en la residencia “Kuquine”, propiedad de Fulgencio Batista. Según
Smith, durante dos horas y media intentó convencer a Batista para que
abandonara el poder cuanto antes y facilitara la asunción de una junta
militar. Para el gobierno norteamericano Batista no tenía más nada que
proponer porque “había perdido el dominio de la situación”. En lo que se
asimilaba a una respuesta negativa, Batista contestó que el ejército se
“desintegraría” si se marchaba del país. Minutos más tarde, volviendo
sobre sus pasos, preguntó si podía establecerse en Daytona Beach, Estado de la Florida, y Smith le contestó que sería mejor, para su seguridad personal, que se pasara un año en España.
Faltaban
apenas dos semanas para que Fulgencio Batista huyera, no a los Estados
Unidos sino a la República Dominicana presidida por Rafael Trujillo,
luego a Portugal y España donde moriría en 1973. Batista no podía
permanecer más en el poder porque todo su entorno estaba viciado.
Otros, más drásticos, dirán “podrido”. Tenía un ejército casi intacto de
40.000 efectivos pero los altos mandos no querían combatir contra unos pocos cientos de guerrilleros. ¿Falta
de convicción, de voluntad, para pelear? El gobierno de Batista se
desintegraba de a poco sin que se pudiera evidenciar que la situación
económica cubana era desesperante. “A pesar de la intermitente violencia
revolucionaria, 1957 fue el año cumbre de la economía cubana. A
fines del mismo, La Habana rebosaba de actividad, alegría y optimismo”
se atrevió a decir Mario Lazo en su obra “Cuba traicionada. Una daga en
el corazón”. La inflación era baja, fluían inversiones, la balanza
comercial era favorable y La Habana era considerada una de las ciudades
más adelantadas del planeta. Cuba, con una población de 6,5 millones de
habitantes, tenía una tasa de mortalidad infantil más baja que la de Estados Unidos, Canadá y la Argentina. ¿Había pobreza, desigualdades? Claro que las había pero no en la dimensión que vendría más tarde.
Fidel Castro en su entrada a La Habana
En
materia de bienes suntuarios, en 1959, según las estadísticas de
Naciones Unidas, había una radio cada cinco habitantes; un televisor
cada 28; un teléfono cada 38 y un automóvil cada 40 habitantes. La
educación pública tenía 25 mil maestros y 3.500 la privada. Cuando el
escaso exilio cubano llegó a la Argentina se sorprendió por el grado de
ausencia de confort en que se vivía. Más aún cuando se sostenía que ese
país fuerte, que prometía, en el Sur de Sudamérica, era acaso una
potencia emergente. En Centroamérica, a manera de ponderación, se sostenía que “los cubanos son los argentinos del Caribe”.
En Buenos Aires circulaban los Packard 49 mientras La Habana estaba
atestada de los modelos más modernos de la época, hoy fieles testigos de
tiempos mejores. Entonces, el problema en Cuba era político,
institucional, y Batista se negaba a reconocerlo. Una sociedad moderna, o
que aspiraba a serlo, no podía contar con ese Presidente que, además,
era un dictador. Entonces llegó Fidel Castro, algo peor. Cuando
Cuba, en general, se dio cuenta, había cambiado un dictador por un
tirano. Así, se fueron los gringos y llegaron los bolos (rusos).
El
sábado 20 de diciembre cayó la guarnición de Palma de Soriano, sobre la
Carretera Central, casi en el medio de las ciudades de Bayamo y
Santiago. La ciudad de Cienfuegos, en la provincia de Las Villas, estaba
al alcance de las manos del Che y Camilo Cienfuegos. Todo se venía
abajo. Hugh Thomas, en su obra “Cuba, la lucha por la libertad”, agrega
que la llegada de Ernesto Guevara a Las Villas contó con la adhesión del Partido Comunista a “la causa revolucionaria”:
esto significó que los comunistas de Las Villas ya estaban en armas y
estuvieron dispuestos a apoyarlo en todo”. En el frente de Las Villas un
tren blindado cargado con soldados y pertrechos para enfrentar a
Guevara luego de negociaciones fue vendido por el coronel Hernández en
cincuenta mil pesos, pagados por Arnaldo Milián, representante
clandestino en Las Villas del PSP (comunista). Cuando el pago se
concretó, a Hernández se le permitió escapar a Miami en un monomotor
Cesna. Los jefes militares que no se rendían por la fuerza de las armas
lo hacían tras recibir sumas de dinero. El 7 de julio de 1968, hablando
sobre la revolución castrista, Juan Domingo Perón le diría a un
grupo de estudiantes argentinos en Madrid: “En Cuba los revolucionarios
luchaban contra un Ejército que era cualquier cosa menos un Ejército. Mandaban un general y le daban 10.000 dólares y entregaba todo.
Eso era jauja. En nuestros países no. En nuestros países hay una fuerza
militar organizada, que sabe luchar, que va a luchar, disciplinada,
etc. Y hasta que esa disciplina no se rompa es difícil voltear ese muro,
diremos así.”
El
24 de diciembre de 1958 tres altos jefes militares cubanos entraron en
la residencia del embajador Smith para conferenciar. El más importante
era Francisco Tabernilla Dolz, conocido por la tropa como El
Viejo Pancho, comandante en jefe de las fuerzas armadas cubanas. Durante
el diálogo Tabernilla Dolz le dijo a Smith que la situación era
gravísima y que sus soldados no querían pelear. Eso significaba que el
gobierno no podría sobrevivir mucho tiempo”. Entre el 24 y el 31 de
diciembre se realizaron innumerables alternativas para frenar la
victoria de Fidel Castro.
El embajador Smith en La Habana
Mientras se tejían toda clase de alternativas y rumores, el domingo 28 de diciembre Castro se encontró con el general Eulogio Cantillo,
con el consentimiento del general Francisco Tabernilla Dolz en las
cercanías de Palma Soriano. En esa oportunidad, Castro volvió rechazar
la idea de la formación de una Junta Militar y exigió la entrega del
poder a las fuerzas del Ejército Rebelde. Antes de despedirse Cantillo
se comprometió ante testigos a encabezar una sublevación militar el
miércoles 31 de diciembre de 1958, detener a Batista y entregar el
mando. En consecuencia Fidel mandó detener las actividades militares
para darle tiempo a Cantillo para que entrara en La Habana pero el
general rompió su palabra, le informó a Fulgencio Batista y le dio plazo
hasta el 6 de enero de 1959 para abandonar Cuba. Batista presentía su caída por eso el 29 mandó secretamente a sus hijos al exterior (EEUU)
y quemó sus papeles privados y su correspondencia. El 30 de diciembre
la columna de Ernesto “Che” Guevara tomó gran parte de la ciudad de
Santa Clara y se hizo de cuantiosos pertrechos militares. El miércoles,
31 de diciembre de 1958, como todos los años, Batista solía invitar,
mediante tarjeta RSVP, a numerosos invitados a esperar la llegada del
Año Nuevo en los salones del Cuartel de Columbia (hoy Ciudad Escolar Libertad) defendido
por un amplio murallón con torretas para soldados cada 20 metros. Esta
vez la lista de invitados no pasaba de setenta, es lo que contó el
embajador Earl E. T. Smith con precisos detalles. La atmósfera era tensa
y se podía observar que tanto el secretario privado del dueño de casa
(Andrés Domingo) y el Ministro de Estado, Gonzalo Güell, caminaban entre
las mesas aferrados a grandes sobres de papel Manila. Pocos podían
saber que adentro estaban los pasaportes. Batista se paseó entre
los presentes y saludaba a cada uno de los invitados con una palabra
agradable. Gran parte de la recepción se la pasó en el hall de entrada,
con sus íntimos, y en un cuarto adyacente donde recibía informes de la
situación que le entregaban los jefes militares. A eso de la una de la
madrugada la señora Marta Fernández Miranda de Batista abandonó
el salón anunciando que se iba a cambiar de vestido porque sentía frío.
Minutos más tarde los invitados comenzaron a abandonar la fiesta y se
despedían del dueño de casa con un “hasta mañana Presidente”, sin
sospechar la mayoría que no lo verían más. Cerca de las dos de la madrugada Fulgencio Batista renunció
y se designó un gobierno provisional presidido por Carlos Piedra, un
veterano juez de la Corte de Justicia. El general Eulogio Cantillo
Porras fue designado titular del Estado Mayor del Ejército.
Castro en su primer discurso en La Habana
Seguidamente,
Batista, su esposa, su hijo Jorge; jefes de las Fuerzas Armadas;
ministros de gobierno y jefes de la policía, sus esposas y sus hijos, se
dirigieron al aeropuerto militar de Columbia, en cuya pista esperaban
tres aviones DC-4 del Ejército de Cuba, conducidos por pilotos de Cubana
de Aviación. Los pilotos no sabían a quiénes esperaban, ni su misión,
hasta que vieron llegar la caravana de unos 30 automóviles con el ex
presidente a la cabeza. Fulgencio Batista no estaba en condiciones de
decidir quiénes serían algunos de los “elegidos” a huir. Esa tarea,
según se cuenta, la cumplió el coronel Orlando Piedra Negueruela. Luego
de gritar “Señores, ¡esto se acabó!” el temible jefe policial de
Batista hizo subir, entre otros, a los jefes más duros de la represión
batistiana…sin contar los que ya estaban ya dentro. Los motores de los
aviones casi no dejaban escuchar. La Operación Fuga terminaba, mientras
que en las inmediaciones de la pista decenas de hombres se enfrentaban a
un incierto destino. Por ejemplo, José Castaño Quevedo, el segundo de
Mariano Faget (jefe de la represión anticomunista), no alcanzó a escapar
y fue fusilado por el Che Guevara en la fortaleza de La Cabaña.
Los pilotos no sabían cuál era el plan de vuelo, recién lo conocieron
cuando estuvieron en el aire. Uno de los aviones transportó a Batista,
su esposa y su hijo, el Ministro de Estado Güell y su esposa, el doctor
Rivero Agüero, el coronel Piedra y otros funcionarios. Batista se tuvo
que contentar con aterrizar en Ciudad Trujillo, República Dominicana.
Los otros dos aviones salieron con el gobernador de La Habana, Francisco
“Panchín” Batista Zaldívar, hermano del presidente, y demás
colaboradores íntimos. Todo fue tan poco planificado que el embajador play boy dominicano Porfirio Rubirosa,
yerno de Trujillo, le contó a Smith que su gobierno desconocía el
destino de Batista. Fue como un “aquí estoy”. A las 8 de la mañana
Ranfis Trujillo, primogénito de El Benefactor dominicano, recibió a los
fugados en la Base Militar San Isidro. La caravana de la derrota estaba
compuesta por el ex presidente, sus familiares, su servicio doméstico,
generales, almirantes, embajadores, agentes policiales. Fueron llevados a
la embajada cubana donde Batista habló telefónicamente con Leónidas R.
Trujillo. Poco después el grupo se dividió. Unos fueron al Palacio
Presidencial, otros al Hotel Jaragua, los más a modestos hoteles. Los
Batista y sus 25 valijas, más sus empleadas domésticas, estuvieron dos
semanas en el Palacio Presidencial. El Presidente Trujillo estaba indignado con Batista.
Le dijo a su ayuda de cámara: “Este tipo le ha regalado el país a los
fidelistas. Ahora tenemos el costado abierto al ataque directo. Por eso
no me contesto la oferta de apoyo por aire, mar y tierra que le llevó
(el general Arturo) Espaillat. Llama a Ranfis y averigua con él si
Johnny Abbes García (jefe del Servicio de Inteligencia de Trujillo)
había sido dejado abandonado por Batista en La Habana.” Después de
confirmarlo, Trujillo no le perdonó el haberlo dejado abandonado en
Cuba. Abbes García portaba papeles muy secretos de la intimidad trujillista y finalmente pudo escapar de las fuerzas castristas.
El
ex Secretario de Prensa del dictador cubano, Enrique Porras, detallo
que Batista le debía dinero a Trujillo por compras previas de
armamentos, que debió abonar antes de salir de República Dominicana: 600.000
dólares de armamentos; 800.000 dólares por pago pendiente al traficante
de armas americano y 2.500.000 de dólares para dejarlo salir de Santo
Domingo. Después de pagar dichas cantidades, Trujillo exigió un millón
más, lo que retrasó en 24 horas su salida de la isla mientras conseguía
la cantidad reclamada.
Carlos Argentino con el clarinete acompañado por Celia Cruz
En
los primeros instantes del 1° de enero de 1959, a unos kilómetros del
Cuartel de Columbia, el clima del Nuevo Año era diferente. Otros aires
se respiraban en la residencia y el jardín del presidente del Tribunal
de Cuentas. Mujeres de largo, algunos hombres con smoking de saco piel
de tiburón, otros de traje blanco… nada de guayaberas. Un muy moderno
equipo de sonido vibraba a todo volumen obligando a varias parejas a
formar un trencito que se mecía. Desde la calle se escuchaba la voz de un argentino que recitaba, acompañado por unos fabulosos instrumentos de viento y un coro:
“Lola con tu indiferencia a mí corazón lo vas a matar
Sabes muy bien que se está muriendo por ti.
Sin tu querer sé que dejará de latir
Lola, ay Lolita Lola, conmigo vas a acabar.”
Era el tema “Ave María Lola” de La Sonora Matancera, con la voz de Israel Vitensztein Vurm, más conocido como Carlos Argentino, el Rey de la Pachanga, un
muchacho nacido en el lejano barrio de La Paternal, Buenos Aires, e
hincha del club del fútbol Argentinos Juniors. Bien entrada la
madrugada, mientras la fiesta alcanzaba su mayor nivel una persona del
servicio doméstico se acercó al dueño de casa para decirle que tenía un
llamado telefónico. El titular del Tribunal de Cuentas escuchó que le
decían: “Batista se fue del país”. Cuando colgó, incrédulo,
comentó a los presentes el mensaje que le habían dado y se sumergió
nuevamente en la pista de baile. Algunos de los invitados que estaban un
poco más sobrios se abalanzaron sobre el teléfono, se comunicaron con
otras fuentes, y confirmaron que la noticia era cierta. A partir de ese
instante se produjo una fenomenal corrida en la que se pisaban unos a otros intentando salir de la residencia,
apurados por dirigirse a sus automóviles. No muy lejos de allí, en la
residencia del embajador de Brasil, Vasco y Virginia Leitao da Cunha
celebraban el Año Nuevo junto con algunos colaboradores y su asilada
Juana de la Caridad “Juanita” Castro Ruz, hermana menor de Fidel y Raúl.
Tal como cuenta en “Mis hermanos” bien pasada la medianoche se
escucharon fuertes golpes en la puerta de la casa al tiempo que un
hombre del otro lado gritaba: “¡Ábranme la puerta, por favor. Ábranla!”.
Los dueños de casa fueron a recibir al desesperado visitante. Al verlo,
la esposa del embajador exclamó: “Otto, por Dios. ¿Qué sucede que has
llegado en estas condiciones”.
--”Oficialmente, les estoy pidiendo asilo, mi vida corre peligro”. Quien hablaba sobresaltado era Otto Meruelos, el Ministro de Información de Fulgencio Batista.
--”¿Asilo político? ¿Tú? ¿Acaso Batista se te ha volteado en contra y quiere matarte?”
--
“Vasco, Virginia: peor que eso ¡El presidente Batista se despidió hace
unos minutos del país y se ha marchado al extranjero! Los rebeldes han
tomado prácticamente todo el territorio y es cuestión de días que entren
en La Habana. Batista se ha marchado al exilio, sin darnos indicio
alguno, y nos ha dejado colgados. Mi vida está en peligro.”
Camilo Cienfuegos y Fidel Castro
Así
fue como la hermana de Fidel Castro Ruz se enteró del colapso del
gobierno de Fulgencio Batista. Esa noche parecía que se acercaba la
felicidad para “Juanita”. No duró demasiado, en menos de un lustro huiría de Cuba.
De la Cuba gobernada por sus hermanos y el Che Guevara, a quien
detestaba. Consideraba que se habían traicionado los ideales de la
revolución. Juana de la Caridad Castro Ruz se sintió estafada. En
realidad, a contramano de toda la parafernalia histórica del castrismo,
repetida hasta el cansancio una y mil veces, la toma del poder por el
comunismo en Cuba fue una de las experiencias más exitosas del Partido
Socialista Popular (PSP) cubano. Socialista se decía pero en realidad
era comunista. La operación no se imaginó en 1959, venía de antes. No
fue el producto del “vacío” creado por el gobierno norteamericano,
aunque la insensatez estadounidense le tendió una alfombra roja.
El
comandante Fidel Castro pasó la noche del 31 de diciembre de 1958 en un
ingenio azucarero cercano a Palma Soriano, provincia de Oriente,
acompañado por Celia Sánchez Manduley (a) Norma y algunos de sus
comandantes y se enteró de que el dictador había huido, durante la madrugada, escuchando la radio. Coincidentemente,
a pocas cuadras del comando de Castro se encontraba el actor Errol
Flynn rodando una película. En la mañana del 1° de enero de 1959, Fidel
Castro lanzó una proclama por Radio Rebelde desconociendo al gobierno
provisorio del doctor Piedra y llamó a una huelga general para el día
siguiente. Al mismo tiempo ordenó a los comandantes Camilo Cienfuegos y Ernesto Guevara de la Serna avanzar sobre La Habana
y apoderarse del Cuartel Columbia y la Fortaleza de San Carlos de la
Cabaña. Raúl Castro se hizo cargo del mando militar en Santiago. Él se
reservó el cargo de Comandante en Jefe del Ejército. Los comandantes
Cienfuegos y Guevara del MR-26 de Julio arribaron a La Habana la tarde
del viernes 2 de enero de 1959, el mismo día que Fidel Castro y su
columna entraba en Santiago, la segunda ciudad más importante de Cuba,
rodeado por una adhesión popular enorme. Desde allí nombró a Manuel
Urrutia Lleó presidente provisional de Cuba y declaró a Santiago la
capital provisional del país. Lejos de las formalidades, Castro comenzó a
gobernar, inicialmente con un claro objetivo: destruir todo aquello que
ligaba con “el viejo orden” y, como dijo en su primer discurso, “la
revolución empieza ahora”. Urrutia sólo pudo designar en su gabinete al
Ministro de Justicia porque todos los demás se los nombró Castro. Con
las primeras luces del 3 de enero Guevara se hizo cargo de La Cabaña, un
antiguo fuerte que dominaba el puerto de La Habana, que pasaría a
convertirse en el símbolo atroz de la represión castrista. Sus
efectivos, rendidos previamente a los guerrilleros del 26 de Julio, lo
esperaban en formación castrense. Guevara les dirigió unas palabras y los humilló calificándolos de “ejército colonial”
que sólo le podían enseñar a sus milicianos a marchar mientras éstos
podían enseñarles a “combatir”. Jon Lee Anderson en su libro “Che
Guevara, una vida revolucionaria” observa que La Cabaña era un destino
militar modesto para Guevara y explica que Fidel Castro lo quiso así
para no exponerlo porque para los batistianos, sus seguidores y
Washington era un “comunista internacional” y no quería tener problemas
antes de asirse del poder.
A
través de la Carretera Central, Fidel Castro encabezó durante cinco
días una larga marcha desde Santiago hacia la ciudad de La Habana en la
que fue aclamado por las multitudes de todos los pueblos de las
provincias Oriente, Camagüey, Las Villas, Matanzas y La Habana. Todo
seguido atentamente por la televisión nacional. Después de Venezuela, el miércoles 7 de enero de 1959 el gobierno de los EEUU reconoció al gobierno revolucionario de Urrutia Lleó.
Tres días más tarde el gobierno soviético –que no tenía embajada en La
Habana-- también lo reconoció. Ese mismo día, Castro ya se encontraba en
la provincia de Matanzas y el primer periodista televisivo extranjero
que pudo entrevistarlo fue el director del noticiero de Televisa, Jacobo
Zabludovsky, quien seis meses antes había hecho lo mismo con Fulgencio
Batista y éste le dijo que todos los guerrilleros habían muerto.
Fidel Castro sobre un tanque capturado al ejército en La Habana
Fidel
Castro entró en La Habana a bordo de un tanque y luego en un jeep
militar recorrió el Malecón y las principales avenidas de la ciudad. Más
tarde habló a una multitud que deliraba en el cuartel militar de
Columbia. En un momento lo miró al comandante Cienfuegos y le preguntó
en voz alta: “¿Lo hago bien Camilo?” En un momento de su agotadora
jornada del jueves 8 de enero de 1959, el comandante Ernesto “Che”
Guevara tomo una hoja impresa con los títulos de “República de Cuba”,
más abajo “Ministerio de Defensa Nacional. Ejército” y comenzó a
escribir una carta de despedida (cuya copia tengo en mi archivo) que
decía así:
“Querida Hilda:
La
magnitud de cosas que había que resolver me impidió escribirte antes y
lo hago hoy, día de la entrada de Fidel que ha volcado sobre él La
Habana entera.
Podría
escribirte muy largo sobre todo lo que pasa por mi cabeza luego de una
lucha tan ardiente que llega a su primera etapa hoy, empezando ya la
segunda. Te interesará mucho todo esto, ya lo sé, pero el problema
personal que hay entre nosotros hace que me vea obligado a hablar de
ello.
Tú siempre ignoraste mi resolución de acabar nuestras relaciones
pero eso estaba firme en mi espíritu y nunca me consideré ligado a ti
después de la salida del “Granma”; ése era nuestro acuerdo.
Ahora llegamos al punto de conflicto: considerándome libre establecí relaciones con una muchacha cubana y vivo con ella a la espera de poder formalizar nuestra situación.
Tu presencia aquí no traerá más que conflictos y problemas personales para mí.
Quiero
que comprendas que siempre traté de herirte lo menos posible, respeté
todo lo que me permitían las circunstancias nuestro pacto y públicamente
ser mi mujer, quisiera que la retribución tuya y un divorcio sencillo, sin publicidad.
Te
diré que lo que más quiero en este momento es ver a Hildita. Veré si
puedo darme un viaje por Perú cuando cese el” (incomprensible) “de
reconstrucción que hay” (incomprensible).
Hilda. No quiero escribir más las palabras huelgan. Te abraza con todo el cariño de compañero y padre de nuestra hija.”
Ernesto.
Ernesto Guevara recibe a sus padres el 9 de enero de 1959
Al día siguiente de escribir la carta, el viernes 9 de enero de 1959, el argentino comandante Ernesto Guevara será declarado “ciudadano nativo” de Cuba. El
mismo día, en un avión de Cubana de Aviación fletado por Camilo
Cienfuegos arribaron a La Habana, Ernesto y Celia, sus padres,
acompañados por Celia hija y su hermano Juan Martín. También llegaron
varios cubanos exiliados en Buenos Aires y su amigo Jorge Masetti, a quien se le encargaría fundar la agencia noticiosa Prensa Latina y que cuatro años más tarde intentaría invadir Orán, Salta, con soldados cubanos.
Guevara ya convivía con Aleida March cuando marcharon juntos hacia La
Habana el 2 de enero de 1959. El 22 de mayo de 1959 logró su divorcio de
Gadea y el 2 de junio, a punto de cumplir treinta y un años, se casó
con Aleida. La fiesta de casamiento se llevó a cabo en la casa del jefe
de su escolta Juan Alberto Castellanos Villamar (cubano, integrante del
Ejército Guerrillero del Pueblo que lideró Jorge Massetti y que asoló la
Argentina a través de Salta) y asistieron, entre otros, Efigenio
Ameijeiras, jefe de la Policía Nacional Revolucionaria; Raúl Castro y su
esposa Vilma Espín; Harry Villegas Tamayo (a) Pombo (que lo seguiría
más tarde al Congo y a Bolivia) y Celia Sánchez Manduley, amiga íntima
de Fidel Castro. Diez días más tarde iniciaba un largo viaje que lo
llevaría a Italia, Egipto, Yugoslavia, Cercano Oriente, India, Indonesia
y Japón, con el objetivo de abrir y ampliar nuevos mercados para el
azúcar cubano. En El Cairo inició secretamente negociaciones con la URSS, acuerdo que sería anunciado al año siguiente con la visita de Anastas A. Mikoyan.