El heroísmo del padre Francisco Bibolini
La Voz de la HistoriaCorre el año 1859. Las poblaciones de campaña de la provincia de Buenos Aires ya han experimentado en carne propia los rigores del malón. En la incipiente población de 25 de Mayo, antiguo Fortín Mulitas, se conoce la noticia del avance de Calfucurá, cacique de las pampas, que ya la había arrasado en 1856, dejando un tendal de muerte y destrucción, imposible de olvidar.
Todo es angustia e incertidumbre. Los pobladores se aprestan a la defensa, conduciendo a las mujeres y los niños a lugares seguros, uno de ellos, la pequeña iglesia local.
Una horda de bárbaros
Calfucurá es un bárbaro que no conoce al Señor; que ignora la Misericordia del verdadero Dios y Salvador, que cree ser el único rey de reyes y que, por consiguiente, desprecia al indefenso, al hombre de paz y al desvalido. Solo cree en su fuerza y en el poder de su lanza, la misma con la que ha profanado altares, templos y sagrarios.Las hordas avanzan desde Salinas Grandes como los hunos sobre la indefensa Italia del siglo V. A su frente va un nuevo Atila, tan cruel y sanguinario como aquél. 25 de Mayo se desespera y, aterrorizada, eleva sus plegarias al Todopoderoso implorando la salvación. Sabe que de nada servirá resistir porque, como en 1856, los vándalos, superiores en número e incentivados por el olor de la sangre y el alcohol, arrasarán la población, como lo hicieron con Cruz de Guerra (Junín), Juárez, Salto, Chivilcoy, Mercedes, Rojas y Tapalqué.
Nadie cree en un milagro, nadie espera la intervención divina y, sin embargo, llega en la figura de un hombre humilde y piadoso que, confiado en el poder del Señor, decide interceder.
Por las polvorientas calles de tierra de 25 de Mayo cabalga en su corcel el padre Francisco Bibolini, cura párroco de la población, decidido a enfrentar solo a la salvaje mesnada. La gente lo mira y se persigna, asombrada e incrédula, convencida de que ese será el último día que verá con vida a su amado sacerdote.
Un suceso increíble
El padre Francisco, un valeroso italiano nacido en La Spezia en 1827, avanza impartiendo bendiciones y llega a las afueras del poblado, donde se detiene. Repentinamente es rodeado por el malón, bárbaros salvajes que no han dudado en degollar, ultrajar y robar. Y al frente de ellos está Calfucurá, que al ver al religioso, alza su mano y manda hacer alto. Tiene lugar entonces, un suceso increíble. El religioso le habla al cacique y este parece dudar. La fiereza de su rostro desaparece y sus instintos comienzan a aplacarse.El padre Francisco, inspirado en las bondades y enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo, explica al salvaje que su actitud no es la correcta y que está en contra de lo que el Creador ha predicado en Tierra Santa, dos mil años atrás. El indio recapacita y parece meditar. La escena es increíble y los cristianos, desde la población, dudan que sea cierta. Allí está su párroco, en medio de un mar de salvajes, con decenas de famélicos perros cimarrones rodeando amenazadoramente su cabalgadura, esperando la decisión del emperador de las pampas.
El Señor salva a 25 de Mayo
Y sucede el milagro. Calfucurá ordena a sus huestes acampar fuera del pueblo y se dispone a parlamentar. Y junto al padre Francisco, entra al pueblo pacíficamente, cabalgando por las polvorientas calles, hasta llegar a la iglesia, donde escucha con atención al clérigo, manifestándole, por fin, que se retira sin atacar.A la mañana siguiente, a la cabeza de sus huestes, el azote del desierto se aleja hacia el horizonte, de regreso a Salinas Grandes, sin cumplir su cometido. Por intermedio de uno de sus más humildes servidores, el Señor salvó a 25 de Mayo de ser martirizada.
Calfucurá regresó en 1861 y una vez más, el padre Francisco salió a enfrentarlo, logrando que se retirara, previo pago de un fuerte tributo.
El heroico religioso falleció en 1907 y hoy yace enterrado en la iglesia principal de la ciudad por él salvada en 1859 y 1861.
Revista “Cruzada”, Año II, Nº 9, Junio de 2004