domingo, 21 de febrero de 2016

Historia argentina: La Revolución del Parque (1890)

Revolución del Parque

Fuente: Wikipedia



La Revolución del Parque, también conocida como Revolución del 90, fue una insurrección cívico-militar producida en la Argentina el 26 de julio de 1890 dirigida por la recién formada Unión Cívica, liderada por Leandro Alem, Bartolomé Mitre, Aristóbulo del Valle, Bernardo de Irigoyen y Francisco Barroetaveña, Lionel Laufi entre otros. La revolución fue derrotada por el gobierno, pero de todos modos llevó a la renuncia del presidente Miguel Juárez Celman, y su reemplazo por el vicepresidente Carlos Pellegrini.

En 1889 Argentina estaba convulsionada: una grave crisis económica se había prolongado por dos años, causando una brusca caída de los salarios, desocupación y un reguero de huelgas nunca antes visto. La presidencia del General Julio Argentino Roca (1880-1886) había sido sucedida por la de su cuñado, Miguel Juárez Celman, cuyo gobierno se caracterizó por las denuncias de corrupción y autoritarismo. Sus opositores llamaban a esa gestión el Unicato.

El 20 de agosto de 1889 apareció en el diario La Nación un artículo titulado "¡Tu quoque juventud! En tropel al éxito", firmado por Francisco Barroetaveña, que sacudió a la opinión pública y a la juventud en particular, donde condenaba la ausencia de principios morales y el apoyo de ciertos jóvenes al entonces presidente Miguel Juárez Celman diciendo:


Barricada revolucionaria protegiendo el Parque de Artillería.

En medio de este general desgobierno, o del imperio de este régimen funesto, que suprime la vida jurídica de la nación reemplazándola por el abuso y la arbitrariedad, se sienten los primeros trabajos electorales para la futura presidencia, asegurándose que el Presidente actual impondrá al sucesor que se le antoje, pues dispone del oro, de las concesiones y de la fuerza necesaria para enervar los caracteres maleables y sofocar cualquier insurrección.

El artículo en La Nación llevó a la formación de un grupo juvenil alrededor de Barroetaveña que, a su vez, convocó a un gran mitin el 1 de septiembre de 1889 en el Jardín Florida de la ciudad de Buenos Aires donde se constituyó como Unión Cívica de la Juventud, con el fin de aglutinar al amplio espectro de opositores al régimen de Miguel Juárez Celman, sostenido por el oficialista Partido Autonomista Nacional.


El presidente Juárez Celman estaba muy desprestigiado en 1890

El 15 de diciembre de 1889, Lucas Perrón el presidente de la Unión Cívica de la Juventud inauguró un club cívico en la parroquia de San Juan Evangelista de la Ciudad de Buenos Aires, con un mitin realizado en el Teatro Iris. Al finalizar el acto, los cívicos fueron atacados con armas de fuego por parte de un grupo parapolicial enviado por el gobierno. La policía presente en el lugar, lejos de detener a los atacantes, reprimió violentamente a los asistentes al acto. El hecho causó una gran indignación pública y es mencionado como el desencadenante más inmediato de la revolución.[1]

Aristóbulo del Valle cuenta que, pocos días después, Leandro Alem, Mariano Demaría y él, tomaron la decisión de levantarse en armas. La razón inmediata era "impedir la sumisión sin esperanza al régimen de Juárez".[2] Al grupo inicial se sumaron Juan José Romero, Miguel Navarro Viola y Manuel Ocampo.


Francisco Barroetaveña, convocó a la juventud a formar la Unión Cívica

En esos días llegó también de Europa el general Manuel J. Campos, un militar de plena confianza de Bartolomé Mitre. Del Valle, entonces, decidió contactarlo para sumarlo a la revolución e incorporar así al mitrismo. La respuesta de Campos fue contundente:

Cuenten conmigo y avísenme en el momento oportuno.[2]

En forma paralela a los contactos secretos que preparaban la conspiración, la Unión Cívica de la Juventud conducida por Barroetaveña, buscaba ampliar sus bases de apoyo popular en la Ciudad de Buenos Aires, organizando un partido político más amplio: la Unión Cívica. El propósito declarado era:

“formar un gran partido de coalición política que vencería en las luchas eleccionarias, o en el campo de la acción, si los gubernistas burlaban los derechos del pueblo, con fraudes o violencia”.[3]
En enero de 1890, la crisis económica se siguió agravando. Las obligaciones a término no pudieron ser pagadas y se produjo una corrida bancaria. El pánico llevó a los comerciantes a subir los precios de los artículos de primera necesidad y la población se empobreció súbitamente. El 2 de febrero hubo elecciones locales, pero prácticamente nadie se presentó a votar. El diario El Nacional tituló al día siguiente:


Leandro Alem, cabeza de la revolución, nombrado presidente provisional.

Las elecciones de ayer tendrán un epitafio: aquí yace el derecho electoral.[4]

El descontento de la población se generalizó y encontró rápidamente al presidente Juárez Celman como chivo emisario.

El 13 de abril de 1890 se realizó un gigantesco mitin para fundar la Unión Cívica. La convocatoria fue firmada prácticamente por todos los sectores opuestos al gobierno a través de sus máximos representantes. Allí estaban desde el ex presidente Bartolomé Mitre y sus seguidores, de tendencia conservadora oligárquica, hasta los líderes católicos José Manuel Estrada y Pedro Goyena, que se oponían activamente al laicismo del gobernante Partido Autonomista Nacional. Entre los convocantes hay jóvenes como Juan B. Justo, que pocos años después fundaría el Partido Socialista de Argentina, y el abogado Francisco Barroetaveña que había movilizado a los jóvenes progresistas de clase media de Buenos Aires. Pero también estaba Bernardo de Irigoyen, que se había alejado del oficialismo, el historiador y ex rector de la Universidad de Buenos Aires Vicente Fidel López, el histórico general Juan Andrés Gelly y Obes, el empresario Mariano Billinghurst, y por supuesto la que fuera el ala popular del alsinismo, Leandro Alem y Aristóbulo del Valle. Leandro Alem resultó elegido presidente de la Unión Cívica.


Aristóbulo del Valle: como senador agitó la revolución desde su banca.

La creación de la Unión Cívica finalizó con una enorme marcha hacia la Plaza de Mayo. En la primera fila iban tomados del brazo Mitre, Alem, del Valle, Vicente López y Estrada. A poco de iniciada, millares de pobladores se sumaron a la marcha, que llenaron las calles del centro de la ciudad y la convirtieron en el primer acto político de masas de la historia argentina contemporánea.[5] La manifestación produjo una seria crisis política en el gobierno y la renuncia inmediata de todo los ministros.

Los preparativos
Una vez creada la Unión Cívica, se formó una Junta Revolucionaria y se iniciaron los contactos entre los dirigentes políticos opositores y sectores de las fuerzas armadas descontentos con el roquismo. En particular se formó una logia militar para apoyar a la Unión Cívica, que contaba con la simpatía de los jóvenes oficiales y fue conocida como la Logia de los 33 oficiales. Sus líderes eran el capitán José M. Castro Sumblad, capitán Diego Lamas, el teniente Tomás Vallée y el subteniente José Félix Uriburu. Este último 40 años más tarde encabezaría el golpe de estado que derrocó a Hipólito Yrigoyen.[6]


José Félix Uriburu, con 22 años en 1890, fue uno de los organizadores de la Logia de los 33 Oficiales que apoyó la Revolución.

La logia militar le ofreció a Alem el apoyo del 1º de Infantería, el 1º de Artillería, el 5º de Infantería, el batallón de ingenieros, una compañía del 4º y un grupo de cadetes del Colegio Militar.

Simultáneamente Alem se puso en contacto con los oficiales de la marina de guerra, encabezados por los tenientes de navío Ramón Lira y Eduardo O'Connor, y poco después contaba con el apoyo de toda la flota.

El 29 de mayo de 1890 Aristóbulo del Valle, quien se desempeñaba como senador nacional, denunció en el Congreso que el gobierno estaba realizando emisiones de moneda clandestinas, señalando que las eran la causa principal de la gravedad que había alcanzado la crisis. La denuncia de del Valle tuvo un gran impacto en la opinión pública y se mantendría durante los meses siguientes profundizando el desprestigio del gobierno.

En esos días Alem obtuvo para la revolución el apoyo del general de brigada Domingo Viejobueno, jefe del Parque de Artillería ubicado en la Plaza Lavalle, a poco menos de mil metros de la Casa Rosada.

En junio de 1890 el gobierno entró en cesación de pagos de la deuda externa que mantenía con la casa Baring Brothers, hecho que causó un gran descontento entre los inversores extranjeros.[7]

Ese mismo mes la Junta Revolucionaria quedó integrada por Leandro Alem, Aristóbulo del Valle, Mariano Demaría, Juan José Romero, Manuel A. Ocampo, Miguel Goyena, Lucio V. López, José María Cantilo, Hipólito Yrigoyen, los generales Manuel J. Campos y Domingo Viejobueno, los coroneles Julio Figueroa y Martín Irigoyen, y el comandante Joaquín Montaña.

El 17 de julio de 1890 el general Campos se reunió con unos 60 oficiales y marinos para comunicarles el plan. La revolución estallaría el 21 de julio a las 4:00. Las fuerzas rebeldes se concentrarían en el Parque de Artillería donde se instalaría la Junta Revolucionaria y recibirían órdenes. Simultáneamente, la flota debía bombardear la Casa Rosada y el cuartel de Retiro con el fin de evitar que las tropas del gobierno pudieran reunirse, y obligarlas a rendirse mediante un ataque combinado por tierra y agua. Al mismo tiempo, grupos de milicianos debían tomar prisioneros al presidente Juárez Celman, el vicepresidente Pellegrini, al ministro de Guerra general Levalle, y al presidente del senado Julio A. Roca, y cortar las vías de ferrocarril y telegráficas. El papel marginal asignado a los milicianos fue resistido por Alem, quien pretendía imprimirle a la revolución un fuerte carácter civil, pero finalmente se impuso la opinión de los jefes militares.

En esa misma reunión Campos informó que el Regimiento 11º de Caballería, conducido por el general Palma, se sumaba a la revolución. La comunicación tuvo un enorme efecto entre los revolucionarios, pues se trataba del cuerpo más leal al gobierno. Sin embargo, se trataba de una trampa.


Entrada al Parque de Artillería ubicado frente a la Plaza Lavalle, en el lugar que luego ocupó la Corte Suprema de Justicia de la Nación.

Al día siguiente el viernes 18 de julio, el jefe militar de la revolución, Manuel J. Campos, y otros jefes militares como Figueroa, Casariego y Garaita, fueron detenidos por el gobierno acusados de conspiración. De ese modo la revolución inicialmente fue abortada.

En los días posteriores a la detención del General Campos, sucedieron dos hechos históricos que han sido muy discutidos, y que desde un comienzo han estado relacionados con lo que ha dado en llamarse "el secreto de la Revolución del 90".[8] En primer lugar el sumario para investigar la conspiración fue asignado a un militar simpatizante de la Unión Cívica, razón por la cual los detalles esenciales nunca fueron bien conocidos por el gobierno. En segundo lugar, el general Julio A. Roca mantuvo una reunión secreta con el general Campos en su lugar de detención, sobre cuyo contenido no hay testimonios directos. Adicionalmente, durante su detención, el general Campos convenció a los jefes del 10º Batallón de Infantería, donde estaba detenido, de pasarse a la revolución.

Todos los historiadores han destacado estos aspectos misteriosos de la Revolución del 90, y han mencionado la posibilidad de un acuerdo entre los generales Campos y Roca, así como un plan secreto de este último para utilizar la revolución en su propio provecho.

El miércoles 23 de julio el general Campos manda a decirle a Alem que había que continuar con la insurrección, que él se encontraba en condiciones de salir el día que se eligiera para el levantamiento. El viernes 25 de julio la Junta Revolucionaria decidió iniciar el levantamiento armada el día siguiente, a las 4:00. En esa reunión se decidió también que Leandro Alem asumiría como presidente provisional y se estableció quienes serían los ministros y el jefe de policía. Finalmente se aprobó el Manifiesto Revolucionario redactado por Lucio V. López y Aristóbulo del Valle.

La lucha armada

Sábado 26 de julio


Posición de las fuerzas. En azul el gobierno, en rojo los rebeldes

El sábado 26 de julio, entre las 4 de la madrugada (aún de noche) y las 8:00, las tropas de ambos bandos tomaron posiciones. El centro de los enfrentamientos estuvo ubicado en las plazas Lavalle y Libertad y en las calles adyacentes, pertenecientes al barrio de San Nicolás. A ello hay que sumarle la acción militar de la flota naval, también sublevada.

Las tropas revolucionarias
El levantamiento armado comenzó en la madrugada del sábado 26 de julio de 1890.

A las 4:00, Alem al mando de un regimiento cívico armado tomó el estratégico Parque de Artillería de la Ciudad de Buenos Aires, actual Plaza Lavalle (donde hoy se levanta el edificio de la Corte Suprema de Justicia), ubicado 900 metros de la casa de gobierno, frente a las obras recién iniciadas del Teatro Colón.

Simultáneamente, desde Palermo, en la zona norte de la ciudad:
 [*] El coronel Figueroa con la ayuda del coronel Mariano Espina sublevaron el Regimiento 9º de Infantería, ayudados por una extraña orden impartida al Regimiento 11º de Caballería, que lo vigilaba, de salir a practicar tiro a la madrugada. La orden ha sido atribuida a Roca.[9]
 [*] Aristóbulo del Valle e Hipólito Yrigoyen lograron sublevar a los cadetes del Colegio Militar;
 [*] El general Manuel J. Campos sublevó el Batallón 10º de Infantería donde estaba detenido;
 [*] Los capitanes Manuel Roldán y Luis Fernández sublevaron el estratégico Regimiento 1º de Artillería, con sus nuevos cañones Krupp 75 al mando del mayor Ricardo Day.

Todas estas tropas se reunieron y marcharon juntas como Columna Norte hacia el Parque de Artillería donde llegaron aproximadamente a las 6:00. Allí también concurrieron otros cuerpos militares rebeldes y cientos de milicianos "cívicos", sumando unos 1.300 soldados,[10] alrededor de 2.500 milicianos,[11] y toda la artillería existente en la capital.

Por su parte, desde el Sur, se sublevó el 5º Batallón de Infantería, ubicado cerca de la estación Constitución, en la calle Garay y Sarandí, marchando también hacia el Parque, al mando del comandante Ruiz y el mayor Bravo.

También durante la madrugada, el teniente de navío Eduardo O'Connor sublevó la mayor parte de la escuadra naval ubicada en el puerto de la Boca del Riachuelo, al sur de la Casa Rosada. Los buques revolucionarios fueron el crucero Patagonia, buque insignia, el Villarino, el ariete torpedera Maipú, y el monitor Los Andes. El control de la flota llevó un tiempo porque hubo un cruento enfrentamiento armado en la Maipú, y porque el almirante leal Cordero, logró maniobrar con el acorazado los Andes para entorpecer las acciones de los revolucionarios, hasta que la propia tropa del buque se amotinó y lo detuvo.

Finalmente las tropas revolucionarias contaban con el apoyo de civiles armados organizados en "milicias cívicas". La mayor parte de los milicianos civiles se sumaron a los cantones donde se ponían al mando del comandante de cada cantón. Sin embargo el cuerpo principal de las milicias cívicas estaba formado por la Legión Ciudadana, que reunía a unos 400 combatientes y estaba al mando de Fermín Rodríguez, Presidente del Club Independiente de la Concepción y miembro de la Junta Ejecutiva de la Unión Cívica; Emilio Gouchón era el Segundo Jefe. La Legión Cíudadana estaba organizada en cinco batallones, al mando de José S. Arévalo, Enrique S. Pérez, José Camilo Crotto (quien años más tarde sería gobernador de la Provincia de Buenos Aires por la UCR), Francisco Ramos y José L. Caro, respectivamente.

Durante la Revolución se formó también otro cuerpo organizado de milicianos, el Batallón de Cívicos Buenos Aires, formado y comandado por el coronel Dr. Juan José Castro y como segundo jefe el Comandante Pedro Campos. El Batallón Buenos Aires estaba organizado con una plana mayor, seis compañías de granaderos, una compañía de cazadores, y cuatro compañías de cívicos adicionales.[12]

Las tropas del gobierno
Por su parte las tropas leales comenzaron a agruparse desde muy temprano también, debido a que varios funcionarios del gobierno se enteraron a primera hora de la sublevación.

El sitio principal donde se concentraron las fuerzas del gobierno fue el Retiro, en la zona noreste de la ciudad. Allí existía un importante cuartel en el lugar en que hoy se encuentra la Plaza San Martín. Además allí se encontraba la terminal de ferrocarril de Retiro, estratégica para traer las tropas ubicadas en las provincias. En Retiro instalaron desde las 6:00 los hombres clave del gobierno: el presidente Miguel Juárez Celman, el vicepresidente Carlos Pellegrini, el Presidente del Senado Julio A. Roca, el Ministro de Guerra General Nicolás Levalle, quien tomaría el mando directo de las tropas leales, y el Jefe de Policía Coronel Alberto Capdevila.

Debido a que toda la artillería había quedado en manos rebeldes, Levalle hizo llevar al Retiro tres pequeños cañones que se encontraban en la base de la Prefectura del puerto del Riachuelo y se utilizaban para salvas y otro utilizado para prácticas en el Colegio Militar.

Por otra parte, unos 3.000 agentes de policía se concentraron en el Departamento de Policía, en el límite sudoeste del barrio Monserrat, en las actuales calles Moreno y Virrey Cevallos.

La Casa Rosada quedó básicamente indefensa, custodiada por algunos policías.

Una vez que el gobierno se encontró reunido en el cuartel de Retiro, Pellegrini y Roca recomendaron que el presidente Juárez Celman saliera de Buenos Aires en dirección a Campana. Juárez Celman se opuso, imaginando con razón una conspiración interna, pero la unanimidad del gabinete no le dio margen para sostener su posición. De ese modo el mando político quedó en manos de Pellegrini y Roca.


Cartel revolucionario.

El general Campos ordena quedarse dentro del Parque
Una vez concentradas las tropas revolucionarias en el Parque de Artillería, el general Manuel J. Campos cambió el plan establecido la noche anterior, y en lugar de atacar las posiciones del gobierno y tomar la Casa Rosada, dio la orden de permanecer en el interior del Parque.

Esta decisión de Campos ha merecido todo tipo de análisis. La gran mayoría de los historiadores están de acuerdo en que Campos había llegado a un acuerdo secreto con Julio A. Roca días antes, cuando este último lo visitó mientras estaba detenido. Al parecer Roca fomentó el levantamiento, con el fin de provocar la caída del presidente Juárez Celman, y al mismo tiempo evitar, por medio de su acuerdo secreto con el General Campos, que las fuerzas rebeldes tomaran la ofensiva y derrotaran a las tropas del gobierno, lo que hubiera instalado a Leandro Alem como presidente provisional y terminado con el poder del todopoderoso Partido Autonomista Nacional.

Los argumentos dados por el General Campos para tomar semejante decisión fueron variando durante el día y llegaron a ser en algunos casos absurdos. Primero sostuvo que los soldados debían conocerse entre sí y que debían alimentarse. Luego adujo que estaba esperando que las tropas leales se pasaran a la revolución, y más tarde argumentó que su plan era provocar la entrada de las fuerzas del gobierno en la Plaza Lavalle, a través de las calles Viamonte y Tucumán, y derrotarlas en una sola gran batalla.

Al permanecer dentro del Parque, el General Campos permitió, primero, que el gobierno se organizara en Retiro, y luego que tomara la ofensiva sobre las posiciones de los revolucionarios, mientras nuevas tropas provenientes de las provincias iban sumándose a las fuerzas del gobierno. Por otra parte, muchas tropas que estaban esperando la ofensiva rebelde para pasarse de bando, como los policías que custodiaban el cuartel central y algunos regimientos de la Provincia de Buenos Aires, finalmente desistieron de hacerlo ante la inacción de los revolucionarios.

Leandro Alem cuestionó inicialmente esa decisión del General Campos porque se apartaba del plan revolucionario, pero finalmente terminó aceptándola sin plena conciencia de que con ella se afectaba gran parte de las posibilidades de éxito de la revolución. El propio Alem reconoce luego este grave error, en su informe de fin de año a la Unión Cívica sobre los acontecimientos de julio:


Yo asentí a Ias modificaciones del plan militar revolucionario, que en aquel momento supremo, me hizo el general de nuestro ejército, invocando la serie de argumentos referidos y otros por el estilo; y en consecuencia envié las intimaciones a los jefes de cuerpos de gobierno y el jefe de policía. Reconozco que fue un error de graves consecuencias, el haber aceptado yo estas modificaciones al plan militar combinado con todo acierto de antemano; pero como se trataba de operaciones de guerra, a las que el general del Ejército ponía tantas objeciones terminé por ceder. Para mí, el fracaso de la revolución consistió en no haberse ejecutado él plan militar hecho por la Junta Revolucionaria. Comprendiendo ahora la inmensa trascendencia que tuvo esa modificación del plan referido, veo que debí someter a una junta de guerra esa modificación tan radical del movimiento revolucionario, y no aceptar yo solo semejante responsabilidad.[13]

 El General Campos ordenó entonces defender el Parque y para ello hizo instalar los cañones Krupp en las seis bocacalles que guardaban los accesos. Así lo hizo el mayor Ricardo Day, con la ayuda de los capitanes Roldán y Fernández y el teniente Layera. Especialmente crítica sería las baterías ubicadas en la esquina de Talcahuano y Viamonte, en la puerta de la Escuela Avellaneda, a una cuadra del Parque sobre la misma vereda.


El Palacio Miró, usado como principal cantón revolucionario. Demolido en 1937

Los cantones
Los civiles que fueron al Parque para sumarse a la revolución, recibieron allí armas y la orden de instalar cantones y barricadas en las bocacalles que rodeaban al Parque. Los cantones eran puestos militares instalados en casas ubicadas estratégicamente en las esquinas. Tanto los revolucionarios como las tropas leales tomaban esas casas y se instalaban en las azoteas, balcones y ventanas, desde donde atacaban a cualquier fuerza enemiga que se acercara. Los cantones revolucionarios solían combinarse con barricadas hechas con los adoquines de las calles.

Se estima que existieron unos 50 cantones revolucionarios, concentrados en unas 100 manzanas, donde se instalaron unos 2.500 milicianos cívicos, que utilizaban boinas blancas para distinguirse. Al norte llegaban hasta la calle Paraguay (a tres cuadras del Parque); por el sur llegaban hasta la calle Moreno, frente al Cuartel de Policía, a 8 cuadras del Parque; por el oeste llegaban a la calle Junín, a 7 cuadras del Parque, y por el este hasta Suipacha, a 4 cuadras.

El cantón más importante fue instalado en el Palacio Miró, una enorme mansión con jardines ubicada frente a la Plaza Lavalle, con sus construcciones cercanas a la esquina de Libertad y Viamonte, que estuvo al mando del mayor Carmelo Cabrera, primero y del capitán Cortina, después. El cantón del Palacio Miró llegó a tener 100 combatientes y una ametralladora en la azotea. Las batallas le produjeron grandes daños.

Otro importante cantón se instaló en la Escuela Avellaneda, en la esquina de Viamonte y Talcahuano, donde también se instaló una batería de cañones. Por la cantidad de muertos que allí se produjeron fue conocido como la Esquina de la muerte. Entre otros combatientes que allí fallecieron, se encontraba el hermano del general Campos, el coronel Julio Campos, así como el capitán Manuel Roldán, uno de los fundadores de la Logia de los 33 Oficiales.

También fue de importancia el Cantón General Mitre, uno de las más avanzados y que más ataques recibió. Estaba ubicado en Córdoba y Talcahuano y a las órdenes del coronel Juan José Castro. Entre los combatientes que hallaron la muerte en este cantón se encuentra el niño N. Díaz, encargado del tambor de órdenes.[12]

El Cantón Frontón Buenos Aires estaba ubicado en Viamonte entre Libertad y Cerrito. Estuvo en permanente combate y llegó a estar completamente rodeado por las fuerzas del gobierno sin rendirse.

Otros cantones importantes fueron:

[*] Cantón "Julio Campos", en honor al coronel muerto en combate, ubicado en Rivadavia y Santiago del Estero (ángulo S.E.), bajo el mando de Francisco Fernández;
 [*] Lavalle y Cerrito (ángulo S.E.) bajo el mando del teniente Leandro Anaya, quien años después, durante el gobierno de Hipólito Yrigoyen, sería Comandante en Jefe del Ejército;
 [*] Talcahuano y Piedad (hoy Bartolomé Mitre). Fue muy importante porque ocupaba tres esquinas. Estuvo al mando del miliciano Mariano H. De la Riestra (ver foto);
 [*] Lavalle 1439, entre Uruguay y Paraná, bajo el mando del miliciano Luis N. Basil;
 [*] Cantón Nº 1, ubicado en Libertad entre Lavalle y Tucumán, al mando del capitán Augusto C. Fortunato;
 [*] Lavalle y Paraná, al mando del capitán D. Gualberto V. Ruiz;
 [*] Talcahuano y Lavalle (Angulo S.E.), probablemente ubicado en el Café del Parque, al mando del miliciano Domingo A. Bravo, donde solían ubucarse los jefes civiles de la revolución;
 [*] Paraná y Tucumán (ángulo N:O), al mando del cadete del Colegio Militar Ramón Tristán;
 [*] Rivadavia y Junín (ángulo N.O.) al mando del miliciano Antonio Martínez;
 [*] Lavalle, entre Libertad y Cerrito (casi esquina Libertad, sobre la derecha) se mantuvo en permanente combate los tres días; y estuvo al mando del tirador español José López;
 [*] Cantón "General Campos", en Rivadavia y Rodríguez Peña (ángulo N.O.) bajo el mando del miliciano y abogado Carlos D. Benítez;
Cantón "Libertad" en Lavalle y Callao, bajo el mando del miliciano Eduardo Farías;
 [*] Uruguay entre Tucumán y Viamonte, bajo el mando del miliciano Alejandro Suárez;
 [*] Artes (hoy Pellegrini) 526, al mando del miliciano José Fernández.[12]

También la conocida confitería El Molino fue cantón revolucionario al igual que la iglesia y convento jesuita del Salvador ubicado en la manzana rodeada por Lavalle, Callao, Tucumán y Riobamba.

Los rebeldes organizaron también un "hospitales de sangre" en el frente, con médicos y estudiantes voluntarios. Entre ellos se destacaron el Dr. Julio Fernández Villanueva que murió en Libertad y Viamonte rescatando heridos, la estudiante de medicina Elvira Rawson que luego se convertiría en la segunda mujer médica del país y destacada feminista, y el Dr. Juan B. Justo quien seis años después fundaría el Partido Socialista.

Errores iniciales
El plan revolucionario incluía la detención de los líderes del gobierno: Miguel Juárez Celman, Carlos Pellegrini, Julio A. Roca, y el general Nicolás Levalle. La acción era importante no sólo para desorganizar al gobierno, sino también para evitar una guerra civil, en caso de un éxito inicial de la revolución, frente al cual era previsible esperar que el gobierno se hiciera fuerte en las provincias y desde allí se reorganizara.

La tarea debió haber sido realizada por los milicianos civiles, pero por causas que nunca fueron del todo aclaradas, las detenciones no se realizaron. Al parecer la razón de fondo se debió a una muy deficiente organización de la misión por parte de la Junta Revolucionaria de la Unión Cívica.

La falta de detención de las cabezas del gobierno permitió una rápida organización de las fuerzas leales y contribuyó considerablemente a la derrota de la revolución.

Otro importante error inicial estuvo relacionado con la cantidad de municiones a disposición de los revolucionarios. Al iniciarse el movimiento los líderes civiles y militares calculaban que en el Parque de Artillería existían 510.000 tiros de Remington. Sin embargo, recién al promediar la lucha, los revolucionarios notaron que las municiones no alcanzaban ni a la mitad de lo calculado. Algunas fuentes han atribuido el error a la corrupción reinante en el gobierno y la adulteración de los libros; otras fuentes han sostenido que la confusión sobre la cantidad real de municiones fue deliberadamente causada por el General Campos para llevar la revolución a la derrota, o que los líderes de la revolución cometieron el error garrafal de no verificar personalmente las existencias.

También hubo dificultades para comunicarse con la flota de guerra sublevada. El plan establecía que se realizaran señales mediante globos. Pero los globos no se consiguieron y la comunicación con la flota se vio afectada, evitándose así la coordinación de las acciones.

Primeros combates
A primera mañana llegó al Parque el comandante de la Policía Ramón Falcón a tomar el mando de las tropas policiales que lo resguardaban, quedando detenido por los revolucionarios.[14] Varios años después Falcón sería designado Jefe de Policía y ordenaría una sangrienta represión contra una marcha sindical, para luego morir asesinado en un atentado anarquista.

Entre las 8:30 y las 9:00, se produjo un fuerte tiroteo en Paraná y Corrientes. Al mismo tiempo, dos numerosas columnas de policías de 100 hombres cada una dirigidos por el mayor Toscano, atacaron las posiciones rebeldes sobre la calle Cerrito, por Viamonte y por Lavalle. En este último caso los policías conducidos por el comisario Sosa intentaron llegar a la Plaza Lavalle en tres tranvías.


Revolucionarios en el cantón de Piedad (Mitre) y Talcahuano.

El ataque fue rechazado por varios batallones del 9º de Infantería al mando del coronel Espina, quien discrepaba abiertamente con la actitud pasiva de General Campos, con apoyo de las milicias desde los cantones cívicos y las barricadas, y la artillería ubicada en Plaza Lavalle. Los combates causaron gran cantidad de bajas en ambos bandos. Entre los heridos estaba el propio jefe de Policía, coronel Capdevila.


Crucero "La Patagonia", buque insignia de la flota revolucionaria que bombardeó Buenos Aires.

El bombardeo naval
La flota sublevada, aunque con graves problemas de comunicación con los jefes rebeldes en el Parque, zarpó de su base en la boca del Riachuelo, se ubicó detrás de la Casa Rosada y comenzó a bombardear al azar el cuartel de Retiro, el Cuartel de Policía y la zona aledaña al sur de la ciudad, y la Casa Rosada. En dos días dispararían 154 obuses sobre la ciudad.[15]

La efectividad del ataque de la flota se redujo porque, por un lado careció de posibilidades de verificar los blancos y coordinarlos con las tropas de tierra. Por otra parte, los barcos de guerra extranjeros que se hallaban en el puerto de Buenos Aires, sobre todo el de la nave Tulapoose de Estados Unidos, intimaron a la flota rebelde el cese del bombardeo de la ciudad. Por esta acción los marinos norteamericanos serían luego condecorados por el gobierno argentino.


Operaciones militares durante la R90. En azul las fuerzas del gobierno, en rojo las revolucionarias

De la batalla de Plaza Libertad a la batalla de Plaza Lavalle
Poco después, a media mañana, el general Levalle personalmente, organizó una gran fuerza integrada por caballería, infantería y policía, y partió de Retiro a través de Santa Fe y luego por Cerrito. El entrar en la Plaza Libertad, las tropas del gobierno recibieron un fuerte ataque desde los cantones cívicos ubicados sobre la calle Paraguay y el campanario de la Iglesia de las Victorias (esquina Paraguay y Libertad). La caballería del gobierno atacó los cantones, pero sufrieron grandes bajas y las fuerzas se desbandaron. Se ha estimado en más de 300 muertos y heridos solamente en las filas oficiales. El propio Levalle fue tirado de su caballo.

Por otra parte los cañones en poder de los rebeldes bombardearon sistemáticamente las posiciones del gobierno.

Al comenzar la tarde los revolucionarios al mando del subteniente Balaguer se disponían a ocupar la Plaza Libertad. En ese momento el general Campos tomó otra discutida decisión ordenándole al subteniente José Félix Uriburu que llevara la orden de suspender inmediatamente la ofensiva y volver al Parque.[16]

Una vez más, la decisión de Campos permitió a las fuerzas del gobierno reorganizarse y tomar la Plaza Libertad durante la tarde, donde instalaron el cuartel general y el propio Carlos Pellegrini su despacho.

Poco después, las fuerzas del gobierno, impedidas de avanzar por la calle Libertad o Talcahuano hacia Plaza Lavalle debido al enorme Cantón del Palacio Miró y los cañones dirigidos por Day, tomaron una audaz decisión de atravesar las manzanas que se encontraban frente a la Plaza Libertad por el medio. De ese modo pudieron llegar hasta la esquina de Viamonte y Libertad y establecerse frente al Cantón del Palacio Miró y en la esquina noreste de la Plaza Lavalle, instalando allí también uno de los cañones. De este modo el centro de los enfrentamientos se trasladó a la plaza Lavalle que se convirtió en un gran campo de batalla.

Tomada esa posición, Levalle ordenó otro avance por la calle Talcahuano contra las posiciones revolucionarias en la Plaza Lavalle. Descubiertos por los cantones ubicados sobre la calle Talcahuano (el cantón general Mitre, el del Palacio Miró y el de la Escuela Avellaneda), las tropas del gobierno sufrieron un enérgico ataque por parte del batallón encabezado por el coronel Espina y apoyado por los cañones del mayor Day. Las fuerzas leales fueron completamente diezmadas. Fue en este combate en el que murieron gran parte de los soldados y milicianos que defendían el Cantón de la Escuela Avellaneda, entre ellos el coronel Julio Campos, hermano del jefe revolucionario, quien además era el encargado de llevar las armas para las tropas sublevadas en la ciudad de La Plata. El lugar fue conocido con el nombre de "Esquina de la Muerte". Asimismo, entre los combatientes muertos del Cantón General Mitre, en Talcahuano y Córdoba, estuvo el niño N. Díaz, tambor de órdenes de las tropas revolucionarias.

En esas condiciones cayó la noche y los combates prácticamente cesaron. Los revolucionarios aprovecharon la noche para consolidar sus posiciones y extender los cantones.

Domingo 27 de julio

Batalla en Córdoba y Talcahuano y cese del fuego
El día 27 de julio amaneció con una densa niebla. A primera hora el general Levalle volvió a ordenar un ataque de las tropas del gobierno contra las posiciones revolucionarias por la calle Talcahuano. Las tropas leales avanzaron entonces cubriéndose con fardos de pasto.


Los cañones Krupp 75 en poder de los revolucionarios desequilibraron los combates.

El "Cantón Bartolomé Mitre", ubicado en Córdoba y Talcahuano fue el punto crucial del combate durante más de dos horas. Finalmente, las baterías del mayor Day, que había colocado un segundo cañón sobre Talcahuano, definieron el combate causando gran cantidad de muertos.

En esas circunstancias el Coronel Mariano Espina, desatendiendo las órdenes de Campos, contraatacó por la misma calle Talcahuano, con la intención de atacar la Plaza Libertad por el flanco izquierdo. La lucha se hizo cuerpo a cuerpo utilizando las bayonetas, y tomando casa por casa las posiciones leales, con el apoyo de la artillería de Day.

A las 10:00, la batalla estaba en su apogeo cuando sonaron los clarines de ambos bandos ordenando el cese del fuego.

La treguaA media mañana el General Campos anunció que las municiones se acababan y que era necesario pedir una tregua, con la excusa de enterrar a los muertos, para obtener más municiones. Se trataba de una situación por demás extraña. Al parecer las existencias de municiones en el Parque eran menos de la mitad de lo que se había informado el día anterior. Poco después Leandro Alem decía:


Al momento vi que era una falta grave en un jefe militar que no hubiera verificado los elementos de guerra cuando llegó al Parque, pero no quise hacerle recriminaciones en ese momento supremo de rudo batallar.[13]

La Junta Revolucionaria sostuvo entonces que debía realizarse el ataque decisivo de inmediato, pero el General Campos volvió a oponerse. Los jefes civiles llegaron a pensar en relevar a Campos[17] pero no se atrevieron y aceptaron pedir la tregua. El historiador Cabral sostiene que esa decisión fue la causa inmediata de la derrota de la revolución.[18] El tiempo fortalecía al gobierno, que esperaba nuevas tropas y artillería provenientes de las provincias. Al parecer, los jefes revolucionarios y en especial Alem, no llegaron a comprender el papel que estaba desempeñando Campos y aceptaron una vez más sus propuestas para no comprometer la alianza con el sector militar.

Poco después, Aristóbulo del Valle, en representación de la Junta Revolucionaria, se dirigió a la Plaza Libertad, donde estaba el cuartel general del gobierno y se entrevistó allí con Carlos Pellegrini. Acordaron una tregua de 24 horas para enterrar a los muertos.

Mientras la Junta Revolucionaria envió algunos delegados, entre los que se encontraba José María Rosa, para que se dirigieran a la flota en busca de municiones, pero solo obtuvieron una escasa cantidad.

Entretanto, los revolucionarios aprovecharon la tregua para difundir entre los rebeldes y la población las ideas que inspiraban a la Unión Cívica. La revolución contó con el apoyo decisivo de la popular revista Don Quijote (1884 - 1905), cuya alma eran los dibujantes Eduardo Sojo (Demócrito) y Manuel Mayol Rubio (Heráclito).[19] Leandro N. Alem diría luego que la revolución del Parque la hicieron el pueblo y "Don Quijote".[20]

Por otra parte la revolución contó con el apoyo de Mauricio G. Alemann, propietario del diario Argentinisches Tageblatt, quien le facilitó su imprenta para imprimir la proclama revolucionaria y los panfletos.[21]

[editar] La mediación de Dardo RochaAprovechando la tregua comenzaron a actuar como mediadores algunas personalidades como Dardo Rocha, el banquero Ernesto Tornquist, Luis Sáenz Peña, el general Benjamín Victorica, y Eduardo Madero.

Los revolucionarios pusieron dos condiciones fundamentales: amnistía a todos los participantes y la renuncia del presidente.

En un primer momento, el vicepresidente Carlos Pellegrini, que ante la renuncia del presidente Juárez Celman pasaba a ser el presidente, aceptó la propuesta. Pero luego se opuso, al enterarse que Roca también estaba negociando la renuncia del vicepresidente.

Lunes 28 de julio
El plan de Day y la decisión de capitularEsa tarde se realizó en el Parque una reunión de la Junta de Guerra, con participación de la Junta Revolucionaria. El general Campos informó que no había municiones para continuar la lucha. Inmediatamente otros militares sostuvieron que había que detener la insurrección. Contra la opinión general, el mayor Day sostuvo que había que continuar y propuso un plan: avanzar las líneas revolucionarias en dos direcciones simultáneas, por Talcahuano y por Lavalle hasta alcanzar por ambas el río de la Plata. De ese modo el gobierno quedaría rodeado por ambos flancos en un triángulo cuya base sería el río donde se encontraba la flota rebelde.[22] El plan de Day fue rechazado y se decidió capitular.

Inmediatamente después, y mientras la Junta aún se hallaba reunida, recomenzó la lucha. Espina, había dado órdenes de atacar, porque la tregua había terminado. Inmediatamente se le ordenó detener el ataque, pero su actitud demostraba el descontento de una gran parte de los revolucionarios con la rendición.

Martes 29 de julio

El martes 29 de julio se firmó la capitulación en el Palacio Miró, estipulando las condiciones de la rendición y el proceso de desarme de la tropa.

Pese a la rendición firmada por los líderes revolucionarios los cantones se negaron a desarmarse y continuaron luchando, algunos de ellos incluso hasta el día siguiente. Esa tarde se produjo la última muerte de la revolución: la del teniente Manuel Urizar, agregado al Parque de Artillería.

Al atarcedecer Leandro Alem fue el último en dejar el Parque. Caminó solo hacia Talcahuano y Lavalle, donde se encontraba un grupo de soldados que se negaban a rendirse. Un subteniente le gritó que corría peligro. Ante la falta de respuesta de Alem el subteniente corrió y se abalanzó sobre él en el momento justo en que era disparada una descarga de fusilería que pasó sobre su cabeza.[23]

Consecuencias de la Revolución del Parque

Las víctimas
 La cantidad de víctimas causadas por la Revolución del 90 nunca ha sido bien establecida. Distintas fuentes hablan desde 150[24] hasta 300 muertos,[25] o en forma indiscriminada de 1.500 bajas sumando muertos y heridos.[26]

En el Cementerio de la Recoleta se levantó un panteón en memoria de los caídos en la Revolución del Parque. Desde entonces, cada año, la Unión Cívica Radical realizaba una marcha de fuerte contenido político desde el centro de la ciudad hasta el panteón.

En el Panteón de los Caídos en la Revolución del Parque se encuentran enterrados también Leandro Alem y los presidentes radicales Hipólito Yrigoyen, Arturo Illia y Raúl Alfonsín.

Actos de venganza y represión por la Revolución del '90Si bien el armisticio firmado el 29 de julio establecía que no tomarían represalias con los revolucionarios, en los meses siguientes se produjeron algunas matanzas que tenían como clara motivación tomar venganza por el levantamiento y advertir sobre las consecuencias de nuevos intentos.

En Saladas (provincia de Corrientes) se produjo una represión de opositores que se conoció como la Masacre de Saladas en la que fueron asesinados Manuel Acuña, Castor Rodríguez y Pedro Galarza.

Algo similar ocurrió en 1891, con un pequeño motín producido en el entonces territorio nacional de Formosa por algunos ex combatientes de la Revolución del 90, que terminó con el fusilamiento de los cabecillas luego de un "juicio verbal de guerra" que no fue registrado.[27]

Consecuencias políticas
Una vez vencida la revolución la Cámara de Senadores se reunió para tratar lo sucedido. En esa ocasión el senador por Córdoba Manuel D. Pizarro, roquista, pronunció una frase que se hizo histórica:

La revolución está vencida, pero el gobierno está muerto.
En ese discurso Pizarro sostiene que por la gravedad de los hechos el Presidente y todos los senadores debían renunciar.

El 6 de agosto de 1890, una semana después de la rendición, el presidente Miguel Juárez Celman presentó su renuncia, que le fue aceptada de inmediato. En su reemplazo asumió el vicepresidente Carlos Pellegrini, quien nombró a Julio A. Roca como su ministro del Interior.

Resulta evidente que Roca actuó secretamente en múltiples maneras para influir en el curso de la Revolución del 90 y en sus consecuencias. Terminada la insurrección, Roca fue quien más se fortaleció. El 23 de septiembre de 1890 le escribió lo siguiente a García Merou:

Ha sido una providencia y una fortuna grande para la República que no haya triunfado la Revolución ni quedado victorioso Juárez. Yo vi claro esta solución desde el primer instante, y me puse a trabajar en este sentido. El éxito más completo coronó mis esfuerzos y todo el país aplaudió el resultado, aunque haya desconocido al autor principal de la obra.[28]
Luego de la revolución la Unión Cívica comenzó a polarizarse detrás de las dos grandes tendencias que convivían en su seno, una más conservadora y conciliadora con el roquismo encabezada por Bartolomé Mitre, y la otra más combativa y enfrentada con el régimen de poder impuesto por Roca, encabezada por Leandro Alem. En 1891 esas diferencias llevaron a la fractura de la Unión Cívica en dos partidos: la Unión Cívica Nacional dirigida por Mitre, y la Unión Cívica Radical dirigida por Alem.

La Unión Cívica Radical utilizaría reiteradamente la lucha armada para responder a la falta de elecciones libres. En el futuro la UCR realizaría dos grandes insurrecciones armadas conocidas como Revolución de 1893 y Revolución de 1905, y otros varios levantamientos menores o locales. Ante la amenaza de nuevos levantamientos armados, en 1910 el recién elegido presidente Roque Sáenz Peña hizo un pacto secreto con Hipólito Yrigoyen para sancionar una ley estableciendo un sistema capaz de garantizar elecciones libres. La Ley fue sancionada en 1912, estableció el sufragio secreto y universal para varones, conociéndose como Ley Sáenz Peña.

Consecuencias sociales
La Revolución del '90 marcó un punto de quiebre en la historia argentina. La Revolución del '90 marca con claridad el momento en el que comienza a emerger una sociedad civil urbana, diferenciada en grupos sociales con demandas específicas. En particular la Revolución del '90 marca el momento en que la clase media ingresó a la vida pública.

Simultáneamente, la organización de la clase obrera en sindicatos, de partidos políticos modernos (Unión Cívica Radical, Unión Cívica Nacional, Partido Socialista, Liga del Sur), de las primeras cooperativas, organizaciones feministas, de revistas políticas opositoras, etc., conformó una sociedad urbana compleja que hizo cada vez más inviable la toma del poder mediante revoluciones callejeras.

En ese sentido la Revolución del '90 señala en la Argentina la emergencia del pueblo como sujeto político y social, exigiendo que se lo reconozca efectivamente como protagonista de la vida política, social y cultural, y demandando la configuración de una sociedad democrática.

El historiador Julio Godio dice:


La coyuntura económico-política del 90 aceleró la expresión política de nuevas capas sociales surgidas del proceso de desarrollo capitalista dependiente y puso también en movimiento a capas sociales intermedias ligadas a actividades económicas tradicionales. La formación de la Unión Cívica Radical, tres años después de la revolución, fue uno de los índices más claros del inicio del fin de una etapa política en el país; los mecanismos de funcionamiento del estado liberal ya no podían descansar solamente en los acuerdos entre los partidos estructurados por la clase alta a partir de la década del 70.[29]

La Revolución del '90 aparece así como un puente histórico entre los antiguos enfrentamientos armados rurales entre caudillos seguidos por masas indiferenciadas, y una sociedad urbana moderna fundada en el trabajo asalariado y una amplia clase media proveedora de servicios, que exige resolver los conflictos mediante procesos institucionales.

Referencias
1.↑ Cabral:412
2.↑ a b Cabral:413
3.↑ Cabral:414
4.↑ Cabral:415
5.↑ Cabral,1967:421
6.↑ Revolución del 90, por José M. Mendía- Luis O. Naón
7.↑ [H. S. Ferns, Gran Bretaña y Argentina en el Siglo XIX, Solar-Hachette, pag. 452]
8.↑ Jackal (1892), El secreto de la Revolución, Buenos Aires:La Defensa; Mendía, José M (1892), El secreto de la revolución: lo que no se ha dicho - Génesis del acuerdo, Buenos Aires:La Defensa del Pueblo
9.↑ Cabral:449
10.↑ Cabral:451
11.↑ Etchepareborda:58
12.↑ a b c Mendía,1892
13.↑ a b s:Exposición sobre la Revolución de 1890 - Leandro Alem
14.↑ Jitrik,1970:78
15.↑ Etchepareborda, 60
16.↑ Cabral, 454
17.↑ Jitrik,1970:82
18.↑ Cabral:458
19.↑ Don Quijote, por Carlos Boyadjian, publicado en Historia de Revistas Argentinas, Tomo III, AAER
20.↑ Don Quijote, Lea Revistas
21.↑ Etchepareborda,1966:60
22.↑ Etchepareborda, 61/62
23.↑ Cabral:463/464
24.↑ Enciclopedia visual Argentina Clarin
25.↑ Etchepareborda,1966
26.↑ Biografía de Carlos Pellegrini, Fundación Pellegrini
27.↑ Fusilamientos de Radicales en Formosa (Chaco Central) en 1891, por Eduardo R. Saguier, 2005
28.↑ Julio Argentino Roca: Biografía Visual (1843-1914), Marcela F. Garrido, Museo Roca, 2005
29.↑ Godio, Julio (2000). Historia del movimiento obrero argentino, Buenos Aires:Corregidor, Tomo I, pag. 95/96


Bibliografía

ALEM, Leandro N. (1890). Exposición sobre la organización, desarrollo y capitulación de la Revolución de Julio. Buenos Aires: Carta a Francisco Barroetaveña. Documento original en Wikisource.
CABRAL, César Augusto (1967). Alem: informe sobre la frustración argentina. Buenos Aires: A. Peña Lillo. ISBN.
DEL VALLE, Aristóbulo (1890). Exposición sobre la Revolución de Julio. Buenos Aires: Carta a Francisco Barroetaveña. Documento original en Wikisource.
ETCHEPAREBORDA, Roberto (1966). La Revolución Argentina del 90. Buenos Aires: EUDEBA.
JITRIK, Noé (1970). La Revolución del 90. Buenos Aires: CEAL.
LUNA, Félix (1964). Yrigoyen. Buenos Aires: Desarrollo.
MENDIA, José M; NAON, Luis O. (1892). La Revolución del 90. Buenos Aires:La Defensa. Consultado 24 de agosto de 2006.
SOMMI, Luis V. (1957). La revolución del 90. Buenos Aires: Pueblos de América

sábado, 20 de febrero de 2016

Diplomacia argentina: Argentina y Uruguay en los 60s (II)

Las relaciones con los países latinoamericanos
Las relaciones con Uruguay

Parte 2

Al gobierno uruguayo le llevó unos días decidir el reconocimiento del régimen militar que derrocara al gobierno de Illia en junio de 1966. Tras un intenso debate, el 7 de julio el Consejo Nacional de Gobierno resolvió continuar las relaciones diplomáticas con las autoridades de Buenos Aires, y autorizó al ministro de Relaciones Exteriores uruguayo, Luis Vidal Zaglio, a responder afirmativamente a la nota enviada por el gobierno de Onganía, expresando el deseo de que Buenos Aires y Montevideo no interrumpieran sus vínculos. (1)
A principios de agosto de 1966, ambos países dieron un paso importante en el terreno de la cooperación energética, al establecer una comisión interministerial para coordinar las obras de Salto Grande. (2)
En junio de 1968 el ministro de Relaciones Exteriores, Nicanor Costa Méndez, viajó al Uruguay para preparar una reunión de presidentes y acordar algunas otras cuestiones. Como consecuencia de sus gestiones, el 18 de junio de 1968 un comunicado de prensa emitido por los cancilleres Costa Méndez y Venancio Flores anunciaba la creación de un grupo de trabajo sobre temas relativos al río de la Plata. Este inició sus actividades definiendo un catálogo de problemas o actividades: pesca, limpieza de tanques, salvataje, alije, contaminación de aguas, balizamiento, cuestiones sanitarias, fiscales y aduaneras, dragados, etcétera, pero las negociaciones no avanzaron porque cada parte se enfrascó en sus viejas doctrinas de división de las aguas del río de la Plata. Los uruguayos insistieron sobre su tesis tradicional de la línea media del río para fijar la jurisdicción. A su vez, los argentinos, entendiendo que el límite debía pasar por el thalweg o canal profundo y que la aceptación de la tesis uruguaya implicaba la pérdida de la isla de Martín García e incluso del canal de acceso al puerto de Buenos Aires, optaron por ampararse en el statu quo que brindaba el Protocolo Ramírez-Sáenz Peña de enero de 1910 y evitaron cualquier definición que pusiese en juego intereses vitales y exacerbara a los sectores nacionalistas y medios de prensa argentinos. (3)

Gral. Juan Carlos Onganía (Argentina)

El encuentro de los presidentes Juan Carlos Onganía y Jorge Pacheco Areco se realizó en julio de 1968. El día 8, ambos mandatarios acordaron institucionalizar un sistema de entrevistas a nivel presidencial, con el objetivo de incrementar los vínculos bilaterales. Además, convinieron en firmar una declaración conjunta, cuyos puntos más relevantes fueron la reafirmación de la necesidad de la integración física y económica bilateral, la ratificación del Acta de Buenos Aires firmada el 18 de diciembre de 1967, para que la obra de Salto Grande comenzara la producción de energía eléctrica antes del invierno de 1979, y el mutuo compromiso para mejorar la navegación en aguas del Plata y afluentes. (4) Por su parte, los cancilleres Costa Méndez y Flores firmaron cuatro convenios relativos al Puente Paysandú-Colón; a obras vinculadas a Salto Grande; al fomento del turismo, y a la cooperación en los usos pacíficos de la energía nuclear. (5)

De acuerdo con el sistema de entrevistas presidenciales establecido en julio de 1968, en septiembre de ese año tuvo lugar un segundo encuentro, cuyo resultado más trascendente fue la puesta en marcha formal de un sistema de interconexión eléctrica. (6)
A principios de diciembre de 1968, se produjo la varadura de la chata de bandera argentina Arenorte Nº 6 en aguas del río de la Plata, en las inmediaciones de Punta Negra. A fin de proteger la seguridad de navegación, las autoridades argentinas decidieron colocar en el lugar del accidente una boya a destello, mientras que a su vez las autoridades uruguayas colocaron un boyarín ciego. Este hecho dio lugar a comentarios en la prensa uruguaya sobre supuesta violación de las aguas jurisdiccionales orientales. El 6 de diciembre, la Cancillería argentina decidió hacer frente a las declaraciones periodísticas y oficiales uruguayas a través de un comunicado, que decía:

(...) Los comentarios aludidos inducen a error en cuanto el régimen legal vigente en el Río de la Plata y perturban la armonía con que los dos países han encarado siempre cualquier dificultad que pudiera suscitarse. Sin perjuicio de los títulos históricos argentinos, el régimen de uso y navegación de las aguas en el Río de la Plata se rige por el protocolo de 1910, la declaración de 1961 (que fijó su límite exterior) y el protocolo de 1964 (sobre levantamiento integral del río), acuerdos internacionales que tienen plena fuerza jurídica y valor obligatorio para las partes. Ninguno de estos instrumentos autoriza una interpretación que pretenda innovar sobre el “statu quo” que ellos consagran. No corresponde, por lo tanto, sostener la existencia de una supuesta división de las aguas del Plata por alguna línea delimitadora de las jurisdicciones respectivas(...). (7)

Por su parte, la Cámara de Representantes uruguaya emitió una declaración el 13 de diciembre, donde expresaba “su profunda preocupación ante las reiteradas transgresiones de las autoridades argentinas a los derechos de soberanía de la República Oriental del Uruguay sobre el Río de la Plata” y declaraba “su apoyo a toda medida -adoptada o a adoptarse- de firme defensa de esos inalienables derechos nacionales.” (8) A su vez, los integrantes de la Cámara de Senadores en su reunión del 11 de diciembre coincidieron en que el condominio del río de la Plata debía ser claramente delimitado, habida cuenta de la posible existencia de hidrocarburos en el lecho del río, así como en la necesidad de tener una política más firme frente a las autoridades de Buenos Aires frente a una cuestión que no era un problema de blancos y colorados, sino de soberanía. (9)
Obrando en consecuencia con la posición de los legisladores y reivindicando la tesis de que el límite del Río de la Plata debía pasar por la línea media del río, en ese mismo mes de diciembre, las autoridades orientales llamaron unilateralmente a concurso para la adjudicación de contratos de exploración y explotación de hidrocarburos. La Cancillería argentina reaccionó con la emisión de un nuevo comunicado el 17 de enero de 1969, en el cual sostenía que previamente a toda exploración o explotación del fondo fluvial afectado por esa licitación, era necesario determinar con precisión el alcance de las jurisdicciones argentina y uruguaya sobre el río de la Plata y la plataforma continental adyacente, confiando para ello en que el grupo de trabajo constituido por representantes de ambos países pudiera llegar antes a una solución satisfactoria. (10)
Un artículo aparecido en el diario uruguayo Acción, el 11 de febrero de 1969, revela el motivo de la adjudicación de los contratos de exploración de hidrocarburos por parte del gobierno de su país:


(...) El Uruguay llamó a licitación para la prospección y explotación de hidrocarburos en el Río de la Plata y en su plataforma continental en un área de 61 mil hectáreas que parceló en cinco zonas (...) La zona uno se encuentra totalmente en el Río de la Plata, mientras que las zonas dos y tres sólo en parte se hallan dentro del río. La zona uno comprende el Río de la Plata medio y un sector del Río de la Plata inferior; las zonas dos y tres se ubican a partir del Río de la Plata inferior. Por su parte la República Argentina durante el año 1968 convocó a una licitación similar limitando áreas dentro del Río de la Plata medio e inferior y en su plataforma continental desde el cabo San Antonio hasta Bahía Blanca. (...) La licitación argentina se llevó a cabo por parte de la Secretaría de Energía y Combustibles y se fijó en la misma, para delimitar las áreas situadas dentro del Río de la Plata, un límite que coincide con la línea media. Por su parte el Uruguay aplicó el mismo criterio, o sea el de la línea media. Tanto la Argentina como el Uruguay han actuado sin que exista previamente sobre el lecho del río delimitación alguna de jurisdicción, o sea que ambos países se han movido reconociendo de hecho la existencia de una jurisdicción propia que no iba más allá del lecho de la línea media. El asunto es muy claro cualquiera sea el criterio que en definitiva se utilice para establecer en el lecho del río las respectivas jurisdicciones: a) si se utiliza la línea media cada uno está dentro de su soberanía, porque cada uno se autolimitó en el llamado, a esa línea; b) si se recurre al “thalweg” habría que modificar en beneficio del Uruguay el área Número Uno, porque en el Plata medio la línea del “thalweg” corre al occidente de la línea media y por tanto al Uruguay le correspondería en el lecho un área mayor que la licitada (...). (11)

En enero de 1969 tuvo lugar la reunión del grupo de trabajo argentino-uruguayo en la ciudad de Montevideo, pero una disputa sobre los derechos territoriales en el islote llamado por la Argentina Punta Bauzá, y por Uruguay Timoteo Domínguez agravó la crisis provocada por el límite en el río de la Plata y derivó en la interrupción de las conversaciones el 16 de enero. (12) Estas se reanudaron cuando el presidente Onganía ordenó la evacuación del islote Punta Bauzá, decisión que las autoridades uruguayas retribuyeron con la concurrencia del presidente Pacheco Areco a la celebración del 25 de mayo de 1810 en la sede de la embajada argentina. (13)
Finalmente, a fines de 1969 se reinició la actividad del grupo de trabajo con otro enfoque de la tarea (abandonar los intentos de fijar líneas divisorias y buscar soluciones prácticas por tipo de actividad). A partir de ese momento, y durante varios años se dieron numerosas reuniones en Buenos Aires y Montevideo en las que se analizaron, actividad por actividad, los usos que se daban al río, sin considerar los aspectos limítrofes.


Presidente Jorge Pacheco Areco (Uruguay)
En marzo de 1970, tuvo lugar, de acuerdo con el sistema de entrevistas establecido en 1968, un nuevo encuentro entre los presidentes Onganía y Pacheco Areco. Los mandatarios viajaron en el yate presidencial argentino Tacuara y aprovecharon la ocasión para tratar la cuestión de concretar el antiguo anhelo de unir las dos riberas del río Uruguay con puentes internacionales. Las conversaciones se centraron en cuatro temas: a) el problema del estancamiento del proyecto energético de Salto Grande -que inquietaba al gobierno uruguayo, pero que no se podía solucionar mientras la gestión de Onganía concentrara sus esfuerzos en la construcción de El Chocón-; b) la exploración en busca del petróleo en el lecho del río de la Plata; c) el financiamiento externo para el desarrollo de los programas del Tratado de la Cuenca del Plata, y d) las posibilidades de complementación industrial. (14)
Como resultado de este encuentro, ambos mandatarios firmaron el día 15 de marzo de 1970, la llamada “Declaración del Río Uruguay” cuyos puntos más salientes fueron: a) la decisión de intensificar la negociación respecto de la cuestión limítrofe en torno de la delimitación del río de la Plata y de no entorpecer las actividades pesqueras en dicha área, otorgando a los pesqueros argentinos y uruguayos facilidades provisorias hasta que se llegase a un arreglo; b) el compromiso de estudiar la posibilidad de un convenio para la explotación petrolífera en aguas del Río de la Plata; c) la decisión de acelerar la interconexión eléctrica como paso previo al objetivo de integración energética de la Cuenca del Plata mencionado en el Acta de Santa Cruz de la Sierra; y d) el aceleramiento de los trámites pendientes para la ratificación de un acuerdo sobre uso pacífico de la energía nuclear suscripto entre los dos países. (15)
Al año siguiente, en febrero de 1971, el presidente Levingston realizó una visita a Uruguay, suscribiendo el día 18 junto a Pacheco Areco la Declaración de San Juan. Este documento anunciaba: a) la continuación de las gestiones encaminadas a negociar el problema de la jurisdicción limítrofe en el río de la Plata; b) las medidas de integración física y económica entre ambos países, y c) los proyectos de interconexión eléctrica y cooperación científica argentino-uruguaya. Levingston respaldó implícitamente la gestión de Pacheco Areco, en vísperas de las elecciones presidenciales uruguayas, al prometer ayuda económica: desgravaciones a productos exportables uruguayos y un crédito de 20 millones de pesos para que los uruguayos construyeran la represa de El Palmar. (16)
Los temas en ese entonces más ríspidos de la agenda bilateral -la actitud a adoptar frente al terrorismo regional y el entredicho del islote Punta Bauzá o Timoteo Domínguez- no fueron tocados en esta visita. En el primer caso, vale recordar que la representación uruguaya había votado en la reunión de enero-febrero de 1971 una posición en la OEA que limitaba la cuestión a la protección frente a secuestros de diplomáticos, mientras la delegación argentina había sido partidaria de una postura más “dura” que abarcaba medidas anti-terroristas de amplio alcance. No obstante, la posición “flexible” adoptada por la Cancillería uruguaya, no parecía ser un problema para las autoridades del Palacio San Martín, quienes decidieron que durante la visita de Levingston a tierra oriental no se tocara un tema en el que, tarde o temprano, las autoridades de Montevideo terminarían orientándose hacia la posición “dura” liderada por la Argentina y Brasil. Con respecto a la segunda cuestión -el entredicho sobre Punta Bauzá- primó entre las autoridades de ambas cancillería la actitud de “continuar los trabajos sobre problemas jurisdiccionales en el Río de la Plata”. (17)
En julio de 1971 tuvo lugar la visita del presidente Jorge Pacheco Areco a la Argentina, ya en época del gobierno del general Lanusse. El primer mandatario uruguayo expresó que las dos naciones se hallaban unidas ante el enemigo común: la violencia planificada. El saldo más importante de la visita de Pacheco Areco fue la firma, por parte de los cancilleres argentino y uruguayo, Luis María de Pablo Pardo y José A. Mora Otero, de cuatro documentos: la “Declaración Argentino-Uruguaya sobre Recurso Agua”, el “Acta Argentino-Uruguaya sobre Derecho del Mar”, el “Acta Argentino-Uruguaya sobre Energía Hidroeléctrica” y el “Acta Argentino-Uruguaya sobre Cooperación Económica e Intercambio Comercial”.
En la “Declaración Argentino-Uruguaya sobre Recurso Agua”, se establecía el siguiente compromiso: 1) la utilización de los recursos naturales en forma equitativa y razonable; 2) la prohibición de cualquier forma de contaminación de los ríos internacionales y afluentes y la preservación de las zonas ecológicas; 3) el reconocimiento del principio argentino de consulta previa a los Estados interesados en el caso de que un Estado miembro de la Cuenca del Plata se proponga un aprovechamiento de los recursos hídricos; 4) la obligación, por parte de este mismo Estado miembro, de comunicar a los otros Estados los posibles perjuicios del proyecto; y 5) la utilización de la Comisión Técnica Mixta Argentino-Uruguaya como instancia para la resolución de diferendos bilaterales. A su vez, en el “Acta Argentino-Uruguaya sobre Derecho del Mar”, se reiteró la adhesión al principio del límite de soberanía marítima de 200 millas, ratificando los principios enunciados en la Declaración de Montevideo sobre Derecho del Mar. En el “Acta Argentino-Uruguaya sobre Energía Eléctrica, se acordaba el aporte argentino a la obra de El Palmar y se establecía el compromiso de estimular obras hidroeléctricas y de interconexión eléctrica entre la Argentina y Uruguay. Finalmente, en el “Acta Argentino-Uruguaya sobre Cooperación Económica e Intercambio Comercial”, se expresaba la común voluntad de alcanzar una estrecha complementación en materia económica. (18)

NOTAS

Dentro del Consejo Nacional de Gobierno del Uruguay, votaron a favor de la continuación de relaciones diplomáticas con el gobierno argentino todos los miembros de la mayoría nacionalista y el consejero de la minoría colorada de la oposición, doctor Augusto Legnani. Lo hicieron en contra los otros dos consejeros colorados, Alberto Abdala y Amílcar Vasconcellos. “Resolvió continuar las relaciones con la Argentina el gobierno del Uruguay”, La Razón, 8 de julio de 1966, p. 1.

“Actúa la Comisión Interministerial para Salto Grande”, La Nación, 13 de septiembre de 1966, p. 7.

J.A. Lanús, op. cit., vol. II, p. 170; y José María Rosa, “El Río de la Plata: diálogo o polémica?”, Estrategia, Nº 1, Buenos Aires, mayo-junio de 1969, p. 126.

Texto de la declaración conjunta de los presidentes argentino y uruguayo en La Nación, 9 de julio de 1968, pp. 1 y 16.

Textos de los convenios firmados por los cancilleres argentino y uruguayo citados en La Nación, 9 de julio de 1968, p. 16.

Clarín, 23 de septiembre de 1968, pp. 15 y 17.

Comunicado de prensa de la Cancillería argentina, 6 de diciembre de 1968, citado en “Documentos oficiales del gobierno argentino con motivo del entredicho planteado con el Uruguay en 1968”, Estrategia, Nº 1, Buenos Aires, mayo-junio 1969, p. 139.

Declaración de la Cámara de Representantes uruguaya del 13 de diciembre de 1968, citada en “El problema en el Congreso uruguayo”, Estrategia, Nº 1, Buenos Aires, mayo-junio 1969, p. 149.

“Expresiones vertidas en el Senado”, en “El problema en el Congreso uruguayo”, op. cit., pp. 149-150.

Comunicado de prensa de la Cancillería argentina, 17 de enero de 1969, citado en “Documentos oficiales del gobierno argentino...”, op. cit., pp. 139-140.

“La licitación del petróleo”, editorial del diario uruguayo Acción, 11 de febrero de 1969, citado en “Editoriales de la prensa uruguaya”, Estrategia, Nº 1, mayo-junio 1969, pp. 170-171.

Respecto de este incidente, sostiene un comunicado de prensa de la Cancillería argentina del 21 de enero de 1969:

(...) En cuanto a la punta Bauzá, ella consiste en una formación aluvional de tierras adyacentes y accesorias de la isla de Martín García, sobre la cual Argentina ejerce una soberanía indiscutible y efectiva. Colocar pantallas u otros elementos sobre Bauzá es tan impropio como lo sería por parte de la Argentina efectuar actos similares en tierras que, por la acción de las aguas, se han venido a agregar a las islas o a las costas del Uruguay (...).

Comunicado de prensa de la Cancillería argentina, 21 de enero de 1969, citado en “Documentos oficiales del gobierno argentino...”, op. cit., p. 141. Por su parte, La Nación, del 3 de enero de 1969, en su editorial “Los derechos argentinos en el Plata”, adoptó una posición muy dura sobre el problema, sosteniendo que

(...) nada puede negociarse sino sobre la base del status existente. Admitir en este sentido la división del Plata en dos partes iguales significaría renunciar a derechos ejercidos soberanamente por la Argentina aun antes de 1828 y poner nada menos que el control del puerto de Buenos Aires y la entrada del Paraná bajo jurisdicción extranjera.

Consecuentemente con ello la Argentina ejerce derechos territoriales sobre la isla Martín García y la formación aluvional que la ha accedido desde hace unos cuatro años y que es llamada Punta Bauzá. A esta sedimentación el Uruguay ha resuelto llamarla isla Timoteo Domínguez, desvinculándola de un hecho natural y jurídico que favorece a la Argentina. No tiene, pues, ningún asidero la afirmación de que la marina argentina “ha desembarcado” efectivos en Punta Bauzá. (...)

Formulamos votos sinceros por la superación de un episodio que en nada favorece a los dos países, pero en el cual la Argentina no puede adoptar otra postura que la de sostener con firmeza derechos soberanos.

Editorial “Los derechos argentinos en el Plata”, La Nación, 3 de enero de 1969, citado en “Editoriales de la prensa argentina”, Estrategia, Nº 1, Buenos Aires, mayo-junio de 1969, pp. 153-154.

La Nación, 27 de mayo de 1969, pp. 1 y 10.

Ver al respecto el editorial “La alegoría de los puentes”, La Nación, 19 de marzo de 1970, p. 8.

Texto de la Declaración del Río Uruguay o comunicado conjunto argentino-uruguayo, firmado por Onganía y Pacheco Areco el 15 de marzo de 1970, citado en La Nación, 16 de marzo de 1970, pp. 1 y 6, en La Nación (una selección de la semana), 16 de marzo de 1970, pp. 1 y 8, y en “Documentos. Declaración del Río Uruguay. Reunión Onganía-Pacheco Areco”, Estrategia, Nº 6, marzo-baril 1970, pp. 142-144. Ver también G. Bra, op. cit., p. 82.

Texto de la Declaración de San Juan o declaración conjunta de los presidentes Levingston y Pacheco Areco, citado en La Nación, 19 de febrero de 1971, pp. 1 y 16 y La Nación, (una selección de la semana), 23 de febrero de 1971, pp. 1 y 5. Ver también editoriales “Principales temas de la Declaración de San Juan”, La Nación, 18 de febrero de 1971, p. 10 y “Profundo análisis de la subversión”, La Nación, 18 de febrero de 1971, pp. 1 y 20.

“Reuniones. Juguemos a las visitas”, Panorama, Año VIII, Nº 200, Buenos Aires, 23 de febrero al 1º de marzo de 1971, p. 10.

Texto de los acuerdos firmados por los cancilleres argentino y uruguayo, citados en “Nuevos acuerdos con el Uruguay”, La Nación, 10 de julio de 1971, pp. 1 y 9.

Aclaración: Las obras citadas (op. cit.) que no se mencionan explícitamente en este listado de citas, se encuentran en las páginas inmediatamente anteriores. Para ello, haga un click en el botón "Anterior". También puede utilizar la opción "Búsqueda" , ingresando el nombre del autor de las obras respecto de las cuales se requiere información.



Argentina - RREE

viernes, 19 de febrero de 2016

PGM: Fotos de alta resolución y color

La Primera Guerra Mundial: En color


Emily Anne Epstein - The Atlantic


En su prefacio a The First World War: Unseen Glass Plate Photographs of the Western Front, Geoff Dyer escribe: "El choque no es el choque de la nueva tanto como el choque de la vieja hecha nueva y el nuevo hecho de repente de edad. "el libro, una curaduría de Carl de Keyzer y David Van Reybrouck, cuenta con fotografías de alta resolución restauradas por expertos, desde el frente occidental. La dicotomía de Dyer está en juego en la imagen de cuatro soldados senegaleses de abajo. Tomado por Paul Castelnau, quien se sirvió en la guerra, la imagen da a los espectadores una sensación visceral de los sujetos singulares personalidades que no son soldados genéricos de la historia de la sepia empapado.



1. Cuatro soldados senegaleses (Foto sin datar)




jueves, 18 de febrero de 2016

Prehistoria: La primera batalla desenterrada por una argentina

Una argentina descubrió la primera masacre de la historia
Marta Mirazón Lahr es investigadora de la Universidad de Cambridge. En Nataruk, Kenia, encontró los restos más antiguos de una batalla.


 En el campo: trabajando en el lugar de la masacre




-
Marina Aizen - Clarín


El paso del tiempo no le quitó el horror a la escena, aunque hayan transcurrido tantos años: diez mil. Y la argentina Marta Mirazón Lahr, una investigadora de la Universidad de Cambridge especializada en la evolución humana, no puede dejar de conmoverse al contemplarla. O de sentir escalofrío. “Es como si hubiera sucedido ayer”, cuenta. En total, fueron 27 las personas masacradas. Usaron flechas y mazazos en la cabeza para aniquilarlas. Había algunos niños y hasta una muchacha con un embarazo muy avanzado. La encontraron sentada, con las piernas entrecruzadas. Nunca sabremos exactamente qué pasó ese día cruel en Nataruk, cerca del lago Turkana, en lo que hoy es territorio de Kenia. O por qué. Pero lo que sí es seguro es que ésta es la primera batalla documentada de la historia de nuestra especie, que además demuestra que la guerra es más antigua de lo que queríamos suponer.

La guerra siempre fue un motivo de discusión filosófica, al igual que la naturaleza humana. Por mucho tiempo, se pensó que los hombres empezaron a matarse entre sí una vez que se hicieron sedentarios, tras dominar la agricultura. Pero el sitio de Nataruk demuestra otra cosa. Que ya había violencia entre cazadores-recolectores, cuando no existía siquiera el concepto de propiedad. O, por lo menos, no como lo entendemos hoy. “Siempre se pensó que la guerra surgió cuando un grupo robaba a otro. Y esas son las guerras hasta hoy en día, aunque también son por motivos ideológicos. Mucha gente ha pensado que antes de la agricultura no podía haber habido guerra porque no había qué robar. Nataruk demuestra que eso no es verdad. Había conflicto y había batallas. Nuestra interpretación sobre lo que vale la pena robar es la visión materialista que tenemos hoy. Pero le estamos imponiendo al pasado una visión que es la nuestra. Quizás en esos tiempos fuera muy diferente. La gente vivía de la caza y de la pesca y acaso se peleara por el mejor lugar”, cuenta Mirazón Lahr.

La bióloga y peleoantropóloga nació en Buenos Aires, pero se mudó a San Pablo muy pequeña, y allí hizo su carrera hasta que se fue a Cambridge a doctorarse. Ella formó junto a su marido, Robert Foley, el centro Leverhulme de Evolución Humana. La entrevistamos, sin embargo, en Kenia, cerca del lago Turkana, donde se encuentra realizando su trabajo de campo y donde ocurrió esta masacre. Esta es una zona hoy de-sértica y polvorienta, pero hace diez mil años el clima global era otro, y este sitio era un vergel. Dan testimonio de ello los restos de jirafas, leones, antílopes, hipopótamos, elefantes y gacelas que aparecen en todos lados, lo que demuestra que era un excelente punto para cazar. “Debía ser el mejor de todos. Y, entonces, tal vez estaban compitiendo por el lugar ideal de caza y pesca”, cuenta.




El descubrimiento de esta masacre ocurrió por casualidad, como suele suceder en las investigaciones arqueológicas. En 2012, Mirazón Lahr había llegado justo a Nataruk cuando Pedro Ebeya, uno de los miembros de la tribu Turkana que colabora con el proyecto In Africa de investigaciones paleontológicas, le cuenta –traductor mediante– que había hallado fragmentos óseos. Fueron a investigar y encontraron el primer cráneo. “Me dije: es sólo un fragmento o de acá sale un cuerpo. ¡Y había un hombre entero! Ya, cuando lo estábamos sacando, nos dimos cuenta que al señor le habían pegado muy fuertemente en la cabeza”, recuerda. “Cuando terminamos de excavarlo, no teníamos la escena completa. Pensamos que podía ser un caso único, aunque eso hubiera sido una cosa rara. Mientras estábamos excavando, una colega mía vio que salían del piso dos huesos que eran de piernas. Ese fue otro señor que estaba boca abajo, que tenía una flecha en el cráneo. Allí era claro que ahí había pasado algo. Cuando sacamos el resto, la mayoría mostraba heridas terribles.”

“Algunos esqueletos nos dejaron perplejos. Había dos señoras, las jovencita que estaba sentada tenía las manos entrecruzadas entre las piernas y estaba embarazada. ¡Excavarla fue tremendo! Después encontramos otra que era más mayor y que estaba medio sentada, medio reclinada, apoyada sobre el codo izquierdo, con las manos una encima de la otra. Tenía las rodillas rotas. Pero además el pie estaba doblado para el lado mal. O sea, que no se podía levantar. Una vez que le pegaron no se pudo levantar. Estaba rodeada de peces. Se habrá ahogado con las rodillas rotas”, cuenta.

El nivel de violencia no sólo es un enigma en Nataruk. Otro es que en la escena de la masacre hay un segmento de la población que falta. Había adultos, una chica de 12 años, después seis nenes chiquitos. Pero toda una generación, de entre 6 y 20 años, está ausente. ¿Se habrán escapado? ¿O se los llevaron? El interrogante no es menor, porque puede demostrar que nuestros antepasados raptaban gente y así se empezaron a mezclar las poblaciones. “Cuando las pequeñas poblaciones de humanos modernos llegaron a Eurasia, se cruzaron con Neanthertales. En Turkana no encontramos genes de Neanthertales. Lo que encontramos son genes neanthertales en nosotros. Esto quiere decir que en algún momento los africanos, que llegaron a Medio Oriente o donde sea, se robaron chicos neanthertales o unas mujeres y tuvieron hijos con ellas. Es lo único que puede explicar que nosotros llevemos esos genes.” La práctica ya puede haber ocurrido en Nataruk.

¿Nataruk nos hace pensar sobre la naturaleza del hombre? “Te hace pensar que el hombre está haciendo esto hace mucho tiempo. Pero en el fondo, esto tampoco me sorprende porque esta gente era igual que nosotros”, dice.


Marta Mirazón Lahr es especialista en evolución humana

“Me parece importante considerar que la guerra y el conflicto ocurría o no dependiendo de las circunstancias del momento. Por ejemplo, podría haber situaciones críticas por la densidad de la población. Sólo podía haber mucha gente si las condiciones estaban bárbaras: si había muchos bichos como para que hubiera comida para que los hijos sobrevivieran. Si no, eran momentos de competición y un grupo se expandía sobre el otro. Así que para mí el conflicto de la guerra debió haber ido y venido, cambiado, aparecido y desaparecido a través de toda nuestra historia como Homo Sapiens. Ese es un lado de nuestra naturaleza. El otro es que tenemos sociedades organizadas en torno de la cooperación. Y del altruismo y de poder hacer cosas que no nos benefician directamente. Eso también es parte de lo que somos.” Menos mal.