domingo, 18 de junio de 2017

SGM: El intento de asesinato de Hitler

El intento de asesinato de Hitler

William L. Shirer

Un coronel del ejército alemán penetra en el cuartel general de Hitler; coloca una bomba a menos de dos metros del Führer y se retira. Una explosión, llamas, gritos. En este fragmento extraído y traducido de su libro, «The rise and fall of the Third Reich», publicado en 1960, el periodista norteamericano William L. Shirer, analiza las fases del atentado del 20 de Julio de 1944, explicando las razones de su fracaso.


Coronel Klaus von Stauffenberg


El coronel Klaus von Stauffenberg era hombre de una amplitud de espíritu rara en un militar de carrera. Había nacido en 1907 y descendía de una vieja familia aristocrática del sur de Alemania, profundamente católica y muy cultivada. Dotado de una magnífica salud física, von Stauffenberg se forjó un pensamiento brillante, curioso y admirablemente equilibrado. Durante cierto tiempo había acariciado la idea de dedicarse a la música, luego a la arquitectura, pero, a los diecinueve años, entró como cadete en el ejército y, en 1936, fue admitido en la Escuela de Guerra de Berlín. Monárquico de corazón, como la mayoría de los hombres de su clase, no se opuso, por entonces, al régimen nacionalsocialista. Fueron, al parecer, los «pogroms» de 1938 los que sembraron en su espíritu las primeras dudas, que aumentaron cuando vio al Führer, en el verano de 1939, empujar a Alemania a una guerra que podía ser larga y terriblemente costosa en vidas humanas. No obstante, cuando llegó la guerra, se lanzó a ella con su energía característica. Pero en Rusia perdió von Stauffenberg sus últimas ilusiones sobre el Tercer Reich. El inútil desastre de Stalingrado le hizo caer enfermo. Inmediatamente después, en Febrero de 1943, solicitó ser enviado al frente de Túnez. Pero el 7 de Abril, su automóvil voló en un campo de minas y von Stauffenberg resultó gravemente herido. Perdió el ojo izquierdo, la mano derecha y dos dedos de la mano izquierda. Durante su larga convalecencia tuvo tiempo para reflexionar y llegar a la conclusión, a pesar de su estado, que tenía una misión que cumplir en bien de la patria. «Creo que debo hacer algo para salvar a Alemania» –dijo a su mujer, la condesa Nina, que había ido a verle al hospital- «Nosotros, oficiales del Alto Estado Mayor, tenemos todos que asumir nuestra parte de responsabilidad».


von Stauffenberg y su esposa Nina

A fines de Septiembre de 1943, estaba de vuelta en Berlín, en la comandancia general del ejército. Empezó a ejercitarse, valiéndose de pinzas, en la tarea de activar una bomba con los tres dedos de la mano que le quedaban. Hizo mucho más aún. Su personalidad dinámica, la claridad de su inteligencia y su notable talento de organizador, infundieron en los conspiradores una mayor resolución. Los conspiradores, sin embargo, no tenían en sus filas a ningún mariscal en actividad. Se hizo una propuesta al mariscal von Rundstedt, que mandaba las tropas del sector occidental, pero rehusó faltar a su juramento de fidelidad al Führer. El mariscal von Manstein dio una respuesta idéntica. Tal era la situación a comienzos de 1944, cuando un mariscal, muy activo y muy popular, prestó oídos a los conspiradores, sin que von Stauffenberg lo supiera al principio. Era Rommel, y su participación en el complot contra Hitler sorprendió mucho a los jefes de la conspiración. Pero, en Francia, Rommel se había dedicado a frecuentar a dos de sus viejos amigos, el general von Falkenhausen, gobernador militar de Bélgica y del Norte de Francia, y el general Karl Heinrich von Stülpnagel, gobernador militar de Francia. Estos dos generales formaban parte ya de la conspiración antihitleriana y, poco a poco, lo pusieron al corriente de sus actividades en este terreno.


General von Falkenhausen

General Karl Heinrich von Stülpnagel

Después de algunas vacilaciones, Rommel aceptó: «Creo –les dijo- que es mi deber acudir en socorro de Alemania». Y ahora que se acercaba el verano decisivo de 1944, los conspiradores comprendían la necesidad de actuar con urgencia. El ejército ruso estaba casi en las fronteras de Alemania. Los Aliados se disponían a lanzar una operación de gran envergadura en las costas francesas del Canal. En Italia, la resistencia alemana se derrumbaba. Si querían obtener una paz inmediata, que ahorrase a Alemania un aplastamiento y una ruina totales, tenían que desembarazarse lo más pronto posible de Hitler y del régimen nazi. En Berlín, von Stauffenberg y sus conjurados tenían, al fin, sus planes a punto. Los habían reunido bajo el nombre convencional de «Operación Valkiria», término apropiado, ya que las valkirias eran, según la mitología escandinava, cada una de las divinidades con forma de mujer, que se precipitaban sobre los campos de batalla, para designar a los héroes que debían morir en los combates. En el caso presente, era Adolf Hitler quien debía desaparecer. Resulta irónico que el almirante Canaris, antes de su caída, hubiera dado al Führer la idea de un plan Valkiria, destinado a garantizar, por el ejército del interior, la seguridad de Berlín y de las demás grandes ciudades, en caso de una insurrección de los millones de trabajadores extranjeros que vivían maltratados en estos centros. Semejante insurrección era muy improbable –en realidad era imposible-, pues los trabajadores no estaban armados ni organizados, pero el Führer, muy suspicaz en aquella época, veía acechar el peligro por todas partes y, como casi todos los soldados útiles estaban ausentes del país (ya en el frente o ya de guarnición), aceptó fácilmente la idea de que el ejército del interior garantizase la seguridad del Reich contra las “hordas” de los trabajadores forzados. De este modo, el plan Valkiria de Canaris llegó a ser una perfecta tapadera para los conspiradores militares, permitiéndoles elaborar casi a la luz del día unos planes para que el ejército del interior cercara la capital y algunas ciudades como Viena, Munich y Colonia, en el momento mismo en que Hitler fuese asesinado.
En Berlín, la principal dificultad residía en el hecho de que disponían de muy pocas tropas y las formaciones S.S. eran mucho más numerosas. Había también un número considerable de unidades de la Luftwaffe, en el interior mismo de la ciudad y en sus alrededores, que servían las defensas antiaéreas. Estas tropas, a menos que el ejército obrara rápidamente, seguirían fieles a Goering y lucharían por salvar el régimen nazi y colocarlo bajo la autoridad de su jefe, aun cuando Hitler hubiera muerto. Frente a las fuerzas de las S.S. y de las tropas de aviación, von Stauffenberg sólo contaba con la rapidez de las operaciones para asegurar el control de la capital. Las dos primeras horas serían las más críticas. En este breve tiempo, las tropas sublevadas deberían ocupar y defender la central de radio y las dos emisoras de la ciudad, las centrales telegráficas y telefónicas, la cancillería del Reich, los ministerios y los cuarteles generales de la Gestapo. Goebbels, el único alto dignatario nazi que salía raras veces de Berlín, debería ser detenido con los oficiales S.S. En cuanto Hitler hubiera muerto, su cuartel general de Rastenburg se aislaría de Alemania, para que ni Goering, ni Himmler, ni ninguno de los generales nazis, como Keitel y Jodl, pudieran tomar el mando y tratar de incorporar a las tropas y a la policía a un régimen nazi del que tan sólo el jefe habría cambiado. El general Fellgiebel, jefe de transmisiones, cuyas oficinas se hallaban en el cuartel general, se encargó de esta misión. Los planes, pues, estaban listos. A finales de Junio, los conspiradores tuvieron una baza a su favor. Klaus von Stauffenberg fue ascendido a coronel y nombrado jefe de estado mayor del general Fromm, general en jefe del ejército del interior. Este puesto no sólo le ponía en posición de dar órdenes a aquel ejército en nombre de Fromm, sino que le permitía acercarse a Hitler.


General Fellgiebel

Este último, en efecto, había adquirido la costumbre de convocar al jefe del ejército del interior, o a su ayudante, a su cuartel general, dos o tres veces por semana, para pedirle nuevos refuerzos para las divisiones diezmadas que luchaban en el frente ruso. En una de estas entrevistas pensaba von Stauffenberg hacer explotar su bomba.
En la tarde del 19 de Julio, Hitler convocó a von Stauffenberg en Rastenburg. Debía hacer su informe para la primera conferencia cotidiana, que tendría lugar en el cuartel general del Führer, al día siguiente, 20 de Julio, a la una de la tarde. Los oficiales que ocupaban los puestos más importantes en la guarnición de Berlín y sus alrededores recibieron aviso de que el 20 de Julio sería «Der Tag», el gran día. Poco después de las 6,00 hs. de la cálida y soleada mañana del 20 de Julio de 1944, el coronel von Stauffenberg, acompañado de su ayudante el teniente von Haeften, se dirigió hacia Rangsdorf, el aeropuerto de Berlín. En su cartera atestada, entre sus documentos, y envuelta en una camisa, llevaba una bomba con detonador retardado. El aparato despegó y, poco después de las 10,00 hs., aterrizaba en Rastenburg. El teniente von Haeften dio al piloto la orden de que estuviera listo para emprender el vuelo de regreso, en cualquier momento después del mediodía. Un coche del estado mayor condujo al grupo al cuartel general de «Wolfsschanze» (cubil del lobo), situado en un rincón sombrío, húmedo y muy boscoso de Prusia Oriental. No era fácil ni la entrada ni la salida, observó von Stauffenberg. El cuartel general se componía de tres recintos, protegidos cada uno de ellos por campos de minas, reductos de hormigón y una alambrada electrificada; día y noche hacían la ronda patrullas de S.S. Para penetrar en el recinto interior, donde vivía y trabajaba Hitler, hasta el general de mayor graduación tenía que presentar un salvoconducto especial, valedero para una sola visita, y sufrir una inspección individual. No obstante, ellos franquearon fácilmente los tres controles. Una vez en su interior, von Stauffenberg se dirigió en seguida a ver al general Fellgiebel, jefe de transmisiones en el O.K.W., uno de los ejes principales del complot, con el propósito de asegurarse de que el general estaba dispuesto a transmitir sin demora las noticias del atentado a los conspiradores de Berlín, para que entraran inmediatamente en acción. En tal momento, Fellgiebel aislaría al cuartel general del Führer, cortando todas las comunicaciones telefónicas, telegráficas y radiofónicas. Luego von Stauffenberg se encaminó a las oficinas de Keitel, colgó su gorra y su cinturón en la antesala, y entró en el despacho del jefe del O.K.W. Supo por él que tendría que actuar más rápidamente de lo proyectado. Ya era algo más del mediodía cuando Keitel le informó de la llegada de Mussolini en el tren de las 2,30 hs. de la tarde, por lo cual se había adelantado la conferencia cotidiana del Führer, que se celebraría a las 12,30 hs. en vez de a la 1,00 hs. A continuación, von Stauffenberg resumió a Keitel lo que se proponía decir a Hitler y, hacia el final, notó que el jefe del O.K.W. miraba su reloj con impaciencia. Unos minutos antes de las 12,30 hs., Keitel se levantó diciendo que debían dirigirse inmediatamente a la conferencia si no querían llegar con retraso. Salieron de su despacho, pero von Stauffenberg dijo que había olvidado su gorra y su cinturón en la antesala, y dio rápidamente media vuelta antes de que Keitel tuviese tiempo de enviar a su ayudante por ellos. En la antesala, von Stauffenberg abrió con celeridad su cartera, tomó una pinza con los tres dedos que le quedaban y rompió la cápsula del detonador de tiempo. Si no se producía una falla en el mecanismo, diez minutos después exactamente la bomba estallaría. Keitel, se irritó por este retraso y se volvió para gritar a von Stauffenberg que se apresurara. No obstante, como Keitel temía, llegaron con demora. La conferencia había empezado. En el momento en que Keitel y von Stauffenberg entraban en el barracón, el segundo se detuvo un instante en el vestíbulo de entrada para decir, al sargento jefe encargado de la central telefónica, que esperaba una llamada urgente de su despacho de Berlín, de donde tenían que transmitirle una información absolutamente necesaria para su exposición (esto lo dijo por Keitel, que estaba escuchando). Por lo tanto, había que avisarle en cuanto le llamaran. Los dos hombres entraron en la sala. Habían pasado ya cuatro minutos desde que von Stauffenberg rompió la cápsula. Quedaban seis minutos. La habitación era relativamente pequeña, de unos 9 metros de largo por 4,50 metros de ancho, y tenía diez ventanas, abiertas todas de par en par para dejar entrar un poco de aire. Todas aquellas ventanas abiertas iban a reducir, sin duda, el efecto de la explosión. En medio de ese cuarto había una mesa ovalada, de roble macizo, de unos 5 metros de largo. Esta mesa tenía la particularidad de que no descansaba sobre patas, sino sobre dos peanas (bases o soportes) grandes y pesadas, colocadas en sus extremos y casi tan anchas como ella. Este detalle iba a influir notablemente en el desarrollo de los sucesos. Cuando von Stauffenberg penetró en la estancia, Hitler estaba sentado en el centro del lado más largo de la mesa, de espaldas a la puerta. A su derecha estaban el general Heusinger, jefe de operaciones y jefe del estado mayor adjunto del ejército; el general Korten, jefe de estado mayor del Aire; y el coronel Heinz Brandt, jefe de estado mayor de Heusinger. Keitel tomó asiento a la izquierda del Führer; a su lado se hallaba el general Jodl. Había alrededor de la mesa dieciocho oficiales más, de los tres ejércitos y de las S.S. El coronel von Stauffenberg se sentó entre Korten y Brandt, a la derecha del Führer. Puso su cartera en el suelo y la empujó bajo la mesa para apoyarla contra la pared «interior» del pesado soporte de roble. Se hallaba de este modo, a unos dos metros de las piernas del Führer. Eran las 12,37 hs. Quedaban aún cinco minutos. Heusinger continuó hablando, refiriéndose constantemente al mapa desplegado sobre la mesa. Cuando von Stauffenberg salió de la habitación, parece que nadie se dio cuenta, con excepción quizá del coronel Brandt. Este oficial, absorto en lo que decía Heusinger, se inclinó sobre la mesa para ver mejor el mapa, y descubrió que la abultada cartera de von Stauffenberg le estorbaba, probó de empujarla con el pie y, finalmente, la tomó por el asa, la levantó y la apoyó sobre el lado «exterior» del soporte de la mesa, que ahora se interponía entre la bomba y Hitler. Esta circunstancia insignificante, salvó probablemente la vida del Führer y costó la suya a Brandt. «Los rusos –concluía Heusinger- se dirigen con fuerzas importantes desde el oeste del Dvina hacia el norte. Si nuestro grupo de ejércitos que opera alrededor del lago Peipus no se repliega inmediatamente, una catástrofe…». No pudo acabar la frase: en ese momento exacto, 12,42 hs., la bomba hizo explosión; von Stauffenberg estaba a 200 metros de allí, en compañía del general Fellgiebel, ante la mesa de trabajo de este último en el bunker 88. Mientras pasaban lentamente los segundos, su mirada iba ávidamente de su reloj al barracón de la conferencia. De repente, saltó de su asiento, una llamarada y una humareda se elevaron rugiendo –contó después- como si el sitio hubiera sido alcanzado de lleno por un proyectil de 155. Salían cuerpos proyectados por las ventanas y volaban escombros por el aire. En la imaginación sobreexcitada de von Stauffenberg, todos los que se hallaban en la sala de conferencias debían estar muertos o moribundos. Lanzó un rápido adiós a Fellgiebel, que debía telefonear a los conspiradores de Berlín para anunciarles que el atentado había salido bien, y luego cortar todas las comunicaciones hasta que los conspiradores se apoderaran de Berlín, proclamando el nuevo gobierno. Pero von Stauffenberg tenía ahora por objetivo inmediato salir del cuartel general con vida y lo más pronto posible. En los puntos de control, los centinelas habían visto y oído la explosión y habían cerrado inmediatamente todas las salidas. En la primera barrera, situada a unos metros del bunker de Fellgiebel, detuvieron el coche de von Stauffenberg. Este se bajó y solicitó hablar con el oficial de servicio del cuerpo de guardia. En su presencia, telefoneó a alguien –se ignora a quien-, habló brevemente, colgó y volviéndose hacia el oficial le dijo: «Teniente, estoy autorizado para salir». Era un «bluff», pero dio resultado y, según parece, después de haber anotado cuidadosamente en su registro: «12,44 hs. El coronel von Stauffenberg ha franqueado el control», el teniente ordenó a los controles siguientes que le dejaran pasar. A toda velocidad, el automóvil se dirigió al aeródromo, cuyo comandante aún no había recibido la alarma. El piloto tenía en marcha el motor cuando los dos hombres llegaron al campo. Un minuto después, el avión despegaba. Era un poco más de la 1,00 h. de la tarde. Las tres horas siguientes debieron parecer a von Stauffenberg las más largas de su vida. En aquel avión no podía hacer nada, sino tener la esperanza de que Fellgiebel hubiera transmitido a Berlín la importantísima señal, y que sus camaradas de conspiración se hubieran apoderado de la ciudad y enviado los mensajes, previamente redactados, a los comandantes militares en funciones en Alemania y en el oeste. Su avión aterrizó en Rangsdorf a las 3,45 hs. y von Stauffenberg, lleno de confianza, se precipitó hacia el teléfono más próximo para llamar al general Olbricht y saber exactamente lo que había sucedido en el curso de aquellas tres horas de las que todo dependía. Con gran consternación supo que no se había hecho nada. Inmediatamente después de la explosión recibieron una llamada telefónica de Fellgiebel, pero la comunicación era tan mala que los conspiradores no habían entendido si Hitler había muerto o no había muerto. En consecuencia, no se hizo nada.
Pero Hitler no había muerto como pensaba von Stauffenberg. Lo había salvado, sin sospecharlo, el coronel Brandt, al desplazar la cartera al otro lado del pesado soporte de la mesa. Sus heridas no eran graves, aunque se hallaba fuertemente conmocionado. Como un testigo diría más tarde, apenas se le reconocía cuando salió del edificio destrozado y en llamas, del brazo de Keitel, con el rostro ennegrecido, el pelo echando humo y el pantalón hecho jirones. Keitel, milagrosamente salió ileso. Pero la mayor parte de los que se hallaban sentados en el extremo de la mesa, cerca de lugar donde estalló la bomba, estaban gravemente heridos; sólo murió Brandt. En la confusión y alboroto reinantes, nadie se acordó, al principio, de que von Stauffenberg se había escabullido de la sala de conferencias poco antes de la explosión. Se creyó, en los primeros momentos, que se encontraba en el barracón y que debía figurar entre los heridos graves que habían sido trasladados rápidamente al hospital. Hitler, que no sospechaba de él todavía, ordenó que se pidiera información sobre los heridos. Unas dos horas después de la explosión comenzaron a conocerse indicios sospechosos. El sargento primero encargado del teléfono, se presentó para declarar que «el coronel tuerto», que le había dicho que esperaba una llamada de Berlín, había salido de la sala de conferencias y, sin aguardar esta comunicación, abandonó el barracón a toda prisa. Algunos oficiales asistentes a la conferencia se acordaron de que von Stauffenberg había dejado su cartera de mano bajo la mesa. En los puestos de control, los centinelas manifestaron que von Stauffenberg y su ayudante habían salido del campo inmediatamente después de la explosión. Hitler comenzó a sospechar. Una llamada telefónica al aeródromo de Rastenburg aportó un informe interesante: el coronel von Stauffenberg había tomado el avión precipitadamente después de la 1,00 h. de la tarde, indicando como destino el aeródromo de Rangsdorf. Hasta ese momento, nadie había sospechado en el cuartel general, que en Berlín se estaban desarrollando graves acontecimientos. Todos creían que von Stauffenberg había actuado solo. No sería difícil capturarlo, a menos que, como algunos sospechaban, hubiera aterrizado detrás del frente ruso. Hitler, que mostró mucha serenidad todo ese tiempo, tenía otra preocupación inmediata, la de recibir a Mussolini, cuya llegada estaba prevista para las 4,00 hs. de la tarde, por haberse retrasado su tren. Escena rara y grotesca la de ese último encuentro entre los dos dictadores, aquella tarde del 20 de Julio de 1944, contemplando las ruinas de la sala de conferencias, y tratando de persuadirse de que, el Eje que habían formado y que había dominado el continente, no estaba también en ruinas. Aquel Duce, anteriormente tan altivo, aquel hombre a quien gustaba pavonearse, ya era un simple «Gauleiter» (representante del partido nazi) en Lombardía, evadido de su prisión con la ayuda de comandos alemanes, y apoyado únicamente por Hitler y las S.S. Sin embargo, la amistad y la estimación que el Führer sentía por él, nunca se desmintieron, y le recibió con todo el entusiasmo que su estado físico le permitía. Hacia las 5,00 hs. de la tarde empezaron a llegar los primeros informes de Berlín, indicando que había estallado una sublevación militar, la cual posiblemente se extendía al frente del Oeste. Hitler tomó el teléfono y ordenó a las S.S. de Berlín que exterminaran hasta el menor sospechoso. Esta rebelión de Berlín, tan larga y meticulosamente preparada, se había iniciado con mucha lentitud. Entre la 1,15 hs. y las 3,45 hs. no se había hecho nada. Y cuando el general Thiele fue a avisar a los conspiradores que las emisoras de radio iban a lanzar la noticia que Hitler había escapado con vida a un atentado, no se les ocurrió aún que lo primero que había que hacer –y con toda urgencia- era apoderarse de la emisora nacional, impedir a los nazis servirse de ella, y difundir sus proclamas anunciando la formación de un nuevo gobierno. En lugar de ocuparse de ello inmediatamente, von Stauffenberg llamó al cuartel general de von Stülpnagel para que los conspiradores entrasen en acción en París, luego trató de convencer a su superior, el general Fromm (a quien Keitel acababa de comunicar que Hitler estaba vivo), cuya obstinada negativa a unirse a los rebeldes amenazaba seriamente con comprometer el éxito de la operación. Tras una violenta discusión, Fromm fue arrestado en el despacho de su ayudante. Los rebeldes tomaron la precaución de cortar los cables telefónicos de ese cuarto. Poco después de las 4,00 hs. de la tarde, después del regreso de von Stauffenberg, el general von Hase, que mandaba la plaza de Berlín, telefoneó al comandante del batallón escogido de la guardia Grossdeutschland, en Doeberitz, para ordenarle que tuviese preparada su unidad y que se presentara inmediatamente en la Kommandantur de la avenida Unter den Linden. El comandante del batallón, recientemente nombrado, se llamaba Otto Remer e iba a jugar un papel primordial en aquella jornada, aunque no el que esperaban los conjurados. Estos lo habían sondeado, puesto que iban a confiar a su batallón una misión muy importante, pero se contentaron con saber que era un militar sin opiniones políticas y que ejecutaría sin discutir las órdenes que le dieran sus superiores. Remer alertó a su batallón, de acuerdo con las instrucciones recibidas, y se dirigió apresuradamente a Berlín para recibir las órdenes particulares de von Hase. El general le anunció el asesinato de Hitler, la inminencia de un «putsch» S.S., y le dio instrucciones para que aislara totalmente los ministerios de la Wilhelmstrasse y la Oficina central de seguridad S.S. situada en el mismo sector, en el barrio de la estación de Anhalt. A las 5,30 hs., Remer, actuando con gran celeridad, ya había cumplido su misión y se presentó en la Kommandantur para recibir nuevas instrucciones. Pero en el Ministerio de Propaganda, Goebbels acababa de recibir una llamada telefónica de Hitler, informándole del atentado de que había sido víctima, y ordenándole que difundiera, lo antes posible, un comunicado anunciando que dicho atentado había fracasado. En ese mismo momento, advirtió que las tropas se apostaban alrededor del ministerio. Goebbels, entonces, llamó con urgencia a Remer, quien, por su parte, había recibido la orden de detener al ministro de propaganda. Así pues tenía la orden de apresar a Goebbels y el ministro se lo había facilitado, pidiéndole que fuera a verlo. Remer fue con veinte hombres al Ministerio de Propaganda y a continuación, revólver en mano, su ayudante y él entraron en el despacho del más alto dignatario nazi que estaba entonces en Berlín, para arrestarlo. Goebbels sabía hacer frente a las situaciones críticas; recordó al joven comandante el juramento de fidelidad que había prestado a Hitler. Remer replicó secamente que Hitler había muerto. Goebbels le respondió que el Führer estaba vivo, pues acababa de hablar con él por teléfono, y podía demostrarlo. Pidió una conferencia urgente con Rastenburg. El error cometido por los conspiradores al no apoderarse de la red telefónica de Berlín, iba a conducirlos al desastre. En un minuto estaba Hitler al aparato. Goebbels tendió el auricular a Remer: -«¿Reconoce usted mi voz?»-, preguntó el Führer. ¿Quién no iba a reconocer en Alemania aquella voz ronca, oída centenares de veces por la radio? Dicen que el comandante, al escucharlo, se cuadró en el acto. Hitler le ordenó reprimir la rebelión, y obedecer únicamente las órdenes de Goebbels y de Himmler, a quien enviaba a Berlín para que tomara el mando del ejército del interior. El Führer ascendió a Remer a coronel. Esto fue suficiente. Remer acababa de recibir órdenes de arriba y se apresuró a ejecutarlas con una energía de que carecían los conspiradores. Retiró su batallón de la Wilhelmstrasse, ocupó la Kommandantur de la avenida Unter den Linden, envió patrullas a detener a las unidades que pudieran estar en marcha hacia la capital y se encargó personalmente de descubrir el cuartel general de los conjurados, para detener a sus jefes.


Mayor Otto Remer

Comenzaba el último acto. Poco después de las 9,00 hs. de la noche, los conspiradores, defraudados en sus esperanzas, escucharon estupefactos por la radio que el Führer se dirigiría al pueblo alemán. Unos minutos después, se enteraban de que el general von Hase, que mandaba la plaza de Berlín, había sido detenido, y que el general nazi Reinecke, apoyado por las S.S., se había puesto al frente de todas las tropas de Berlín, para asaltar el puesto de mando de los rebeldes situado en la calle Bendlerstrasse. La enérgica acción emprendida inmediatamente en Rastenburg; lo rápido de la reacción de Goebbels; la movilización de las S.S. en Berlín, debido en gran parte a la sangre fría de Otto Skorzeny; la confusión y la inacción increíbles de los rebeldes de la Bendlerstrasse; hicieron que gran número de oficiales, a punto de unir su suerte con los conspiradores, cambiaran de opinión. Hacia las 8,00 hs. de la noche, después de cuatro horas de reclusión en el despacho de su ayudante, el general Fromm pidió autorización para retirarse a su propio despacho, situado en el piso inferior. Dio su palabra de honor de no intentar huir ni establecer ningún contacto con el exterior. El general Hoepner accedió a ello y, además, como Fromm se quejara de tener hambre y sed, hizo que le llevasen unos sandwiches y una botella de vino. Poco antes habían llegado tres generales de estado mayor, que se negaron a unirse a la rebelión, pero que solicitaron hablar con su jefe, el general Fromm. Inexplicablemente fueron llevados ante su presencia, aunque seguía arrestado. Fromm les dijo, inmediatamente, que había una puertecita de salida en la parte posterior del edificio y, faltando a la palabra dada a Hoepner, ordenó a los generales que fueran en busca de refuerzos, se apoderaran del edificio y reprimiesen la rebelión. Lo generales así lo hicieron. Asimismo, un grupo de oficiales del estado mayor de Olbricht había empezado a sospechar que la rebelión corría hacia el fracaso, y comprendieron que si ésta realmente fracasaba, a ellos los colgarían sin darles tiempo a cambiar de idea. A las 10,30 hs. de la noche estos oficiales solicitaron hablar con el general Olbricht. Querían saber exactamente lo que él y sus amigos pensaban hacer. El general se los dijo y se marcharon sin discutir. Veinte minutos más tarde, volvieron a presentarse seis u ocho de ellos y, con las armas en la mano, pidieron a Olbricht más explicaciones. Cuando von Stauffenberg acudió ante el escándalo, lo arrestaron. Como intentara escapar, echando a correr hacia el pasillo, dispararon sobre él, hiriéndolo en un brazo. Luego cercaron la parte del edificio que había servido de cuartel general a los conspiradores. Beck, Hoepner, Olbricht, von Stauffenberg, von Haeften y Mertz fueron metidos a empujones en el despacho vacío de Fromm, donde éste no tardó en aparecer, empuñando un revólver: -¡Muy bien, señores! –dijo-. Ahora voy a tratarlos como ustedes me han tratado- Pero no lo hizo.
-Depongan las armas –ordenó-. Están ustedes arrestados-
-No se atreverá usted a arrestar a su antiguo jefe –respondió tranquilamente Beck echando mano a su revólver-. Esto es cosa mía-
Beck apretó el gatillo para suicidarse, pero la bala no hizo más que rozarle la cabeza. Se desplomó en un sillón, sangrando ligeramente. -¡Ayuden a ese anciano!- ordenó Fromm a dos oficiales jóvenes, pero cuando quisieron quitarle el revólver, Beck protestó, pidiendo que le dieran otra oportunidad. Fromm accedió. Luego, volviéndose hacia los otros conspiradores, les dijo: -Señores, si ustedes tienen que escribir alguna carta, les concedo aún unos minutos- Olbricht y Hoepner se sentaron a escribir unas palabras de despedida para sus esposas. Mertz, von Stauffenberg, von Haeften y los demás, permanecieron en silencio. Fromm salió de la estancia. Volvió al cabo de cinco minutos para anunciar que, «en nombre del Führer», había formado un «tribunal militar» (no existen pruebas de que lo hiciera) y que éste había sentenciado a muerte al coronel del Alto Estado Mayor, Mertz; al general Olbricht; al general Hoepner; a ese coronel cuyo nombre no quiero acordarme (von Stauffenberg) y al teniente von Haeften. Los dos generales, Olbricht y Hoepner, estaban aún ocupados en escribir a sus mujeres. El general Beck yacía desplomado en su sillón, con el rostro manchado de sangre. -¡Y bien, señores! –dijo Fromm, dirigiéndose a Olbricht y Hoepner-, ¿están ustedes listos?- Hoepner y Olbricht terminaron sus cartas. Beck, que empezaba a recobrar el ánimo, pidió otro revólver. Se llevaron a von Stauffenberg y a los restantes «sentenciados». En el patio, a la luz de los faros oscurecidos de un coche militar, los oficiales «condenados» fueron rápidamente fusilados por un pelotón de ejecución. El coronel Klaus von Stauffenberg murió gritando: «¡Viva nuestra sagrada Alemania!».
Había pasado la media noche. La única rebelión importante que hubo contra Hitler, en los once años y medio transcurridos desde el advenimiento del Tercer Reich, fue sofocada en once horas y media. Otto Skorzeny llegó a la Bendlerstrasse al frente de un grupo S.S., prohibiendo inmediatamente que se procediera a nuevas ejecuciones (como buen policía quería someter a los detenidos a tortura para conocer la ramificación del complot). Esposó a los conspiradores, enviándolos a la prisión de la Gestapo, y dio orden de recoger los papeles que los conspiradores no hubieran destruido. Himmler, llegado de Berlín poco antes, había establecido temporalmente su cuartel general en el ministerio de Goebbels, y telefoneó a Hitler para anunciarle que la rebelión había sido reprimida. En Prusia Oriental un camión-radio rodaba a toda velocidad por la carretera de Königsberg a Rastenburg para que el Führer pronunciase por radio aquel mensaje que el «Deutschlandsender» anunciaba incesantemente de las nueve:

«¡Camaradas alemanes! Si me dirijo hoy a vosotros, es para que oigáis mi voz y sepáis que no estoy herido y también para que os enteréis que acaba de cometerse un crimen sin precedente en la historia. Una camarilla de militares ambiciosos, irreflexivos, estúpidos e insensatos, ha urdido un complot para eliminarme, y conmigo al estado mayor del alto mando de la Wehrmacht. La bomba colocada por el coronel conde von Stauffenberg ha estallado a dos metros de mí, hiriendo gravemente a varios de mis fieles y leales colaboradores y ha matado a uno de ellos. Yo sólo he sufrido algunos arañazos, contusiones y quemaduras superficiales. Este suceso es para mí la confirmación de la misión que me ha confiado la Providencia. Los conspiradores no constituyen más que un pequeño grupo que no representa a la Wehrmacht, y mucho menos al pueblo alemán. Se trata de una banda de criminales, y todos serán exterminados implacablemente. Los trataremos de la forma en que nosotros, nacionalsocialistas, hemos tratado siempre a nuestros enemigos».
Hitler cumplió su palabra. Una oleada de persecuciones asoló al país. El Tribunal del Pueblo se mantuvo en sesión permanente durante seis meses. Fueron ejecutadas cerca de 5.000 personas. Rommel fue el único de todos los conspiradores que tuvo derecho a un trato especial. Hitler, a pesar de su furor, se daba cuenta de que la detención del más popular de sus mariscales, causaría agitación y malestar en el país. El 14 de Octubre, dos generales, Burgdorf y Maisel, fueron a ver a Rommel, convaleciente en su casa de Herrlingen de la grave herida que había sufrido en Normandía. Una hora después, el mariscal se reunió con su mujer y le expresó lo siguiente: -«He venido a decirte adiós. Dentro de un cuarto de hora habré muerto. Sospechan que he tomado parte en la tentativa de asesinato contra Hitler. El Führer me deja escoger entre el veneno o el juicio por el Tribunal del Pueblo. Han traído el veneno. Dicen que obrará en tres segundos. No temo ser juzgado públicamente, pues puedo justificar todos mis actos. Pero sé que no llegaré vivo a Berlín»-. Eligiendo el suicidio, sabía que su mujer y su hijo no serían molestados. Un cuarto de hora después, el mariscal Erwin Rommel había dejado de existir.

Fuente
Gran Crónica de la Segunda Guerra Mundial













sábado, 17 de junio de 2017

Guerra de Secesión: ¿Qué influencia tuvo la religión?

¿La religión hizo peor la guerra civil americana?
La fe puede haber inflamado el conflicto, pero un legado duradero de la guerra puede ser el precio que cobró la fe americana.


Los cuerpos se encuentran en frente de la iglesia de Dunker en el campo de batalla Antietam. Library of Congress

ALLEN GUELZO - The Atlantic


Si hay una lección sobria que los americanos parecen sacar de los baños del sesquicentenario de la Guerra Civil, es la locura de una nación que se deja arrastrar a la guerra en primer lugar. Después de todo, de 1861 a 1865 la nación se comprometió a lo que equivalía a un cambio de régimen moral, especialmente en lo que respecta a la raza y la esclavitud, sólo para darse cuenta de que no tenía un plan práctico para implementarlo. No es de extrañar que dos de los libros más importantes surgidos de los años del Sesquicentenario -el presidente de Harvard Drew Faust y Harry Stout de Yale- cuestionaran con bastante franqueza si los costos espantosos de la Guerra Civil podían justificarse por sus comparativamente escasos resultados. No es de extrañar, tampoco, que ambos estuvieran escritos bajo la sombra de la Guerra de Irak, a la que siguió otra reconstrucción que sufría la misma falta de planificación.

¿Qué mantuvo a la nación alimentando a una generación entera en el molino de carne de la Guerra Civil, especialmente si las perspectivas de la guerra de finales de juego eran tan poco claras? La respuesta, en la versión de Stout, era la religión americana. Una guerra que comenzó como una controversia constitucional bastante incolora sobre la secesión fue transformada por una ola de "nacionalismo milenial" en una cruzada sin interruptor. Faust invierte la ecuación causal. Si la religión no condujo exactamente a los estadounidenses a la guerra, entonces la guerra llevó a los estadounidenses a la religión como la justificación de sus costosos costos letales. "El asombroso costo humano de la guerra exigía un nuevo sentido de destino nacional", escribió Faust, "uno diseñado para asegurar que las vidas habían sido sacrificadas para fines adecuadamente elevados". Una nación guiada por realpolitik sabe cuándo reducir sus pérdidas. Una nación cegada por el fulgor moral de un "ardiente evangelio escrito en filas pulidas de acero" y encantada por la elocuencia de un presidente con un extraño don para hacer su evaluación de los problemas políticos suenan como el Sermón de la Montaña, no obedece tales limitaciones .

No hay mucho cuestionamiento del poder cultural de la religión en América en los años de la Guerra Civil. Los estadounidenses en el punto medio del siglo 19 fueron probablemente un pueblo tan cristianizado como nunca lo han sido. Los paisajes estaban dominados por campanarios de las iglesias, y el sonido más común en los espacios públicos era el sonido de las campanas de las iglesias. Las iglesias americanas saltaron a niveles exponenciales de crecimiento. Entre 1780 y 1820, los estadounidenses construyeron 10.000 nuevas iglesias; Hacia 1860, cuadruplicaron ese número. Casi todos los 78 colegios americanos que fueron fundados por 1840 eran relacionados con la iglesia, con los clérigos que sirven en las juntas y las facultades. Incluso un hombre de tan poca visibilidad religiosa como Abraham Lincoln, que nunca perteneció a una iglesia y nunca profesó más que un concepto deísta de Dios, sin embargo se sintió obligado, durante su carrera para el Congreso en 1846, aún las ansiedades de un electorado cristiano por Protestando que "nunca he negado la verdad de las Escrituras; Y nunca he hablado con una falta de respeto intencional de la religión en general, o de cualquier denominación de los cristianos en particular ... No creo que yo pudiera ser llevado a apoyar a un hombre para el cargo, a quien yo sabía que era un enemigo abierto y Burlón de la religión ".

Si, según las palabras de Jefferson, la Constitución había erigido una "pared de separación" entre la iglesia y el gobierno federal, no había ninguna pared correspondiente entre la iglesia y la cultura. Cerradas de hacer política, las iglesias organizaron sociedades independientes para la distribución de la Biblia, para la reforma del alcoholismo, para la observancia del Sábado y para suprimir el vicio y la inmoralidad. Y, crecieron. En el momento en que el liberal francés Alexis de Tocqueville tomó su célebre gira por Estados Unidos en la década de 1830, se sorprendió al descubrir que mientras "en los Estados Unidos la religión" no tiene "influencia sobre las leyes o sobre los detalles de las opiniones políticas, "Sin embargo," dirige las costumbres "y por eso" trabaja para regular el estado ".

La pregunta que Tocqueville no hizo fue si la religión estadounidense siempre se contentaría con el dominio cultural y no aprovecharía la oportunidad, si se presentara, de afirmar un papel político. Y si alguna vez hubo un momento en que parecía posible que la religión estadounidense volviera a ocupar un lugar de dirección en la política pública, era la Guerra Civil. En el apogeo de la guerra, las delegaciones de los clérigos interesados ​​recibieron audiencias destacadas con el Presidente; La Asociación Nacional de Reforma presentó una enmienda a la Constitución para añadir el reconocimiento formal del cristianismo a su preámbulo; La capellanía militar se expandió dramáticamente como componente principal de las fuerzas armadas de los Estados Unidos; Y "un tercio de todos los soldados en el campo rezaban a hombres y miembros de alguna rama de la Iglesia Cristiana", y los reavivamientos religiosos en los ejércitos convirtieron entre 5 y 10 por ciento de hombres uniformados.

"Se debe hacer que los sureños sientan que esto fue una verdadera guerra, y que fueron arrastrados por la mano de Dios, como los judíos de la antigüedad".
Sobre todo, era un tiempo en que el cristianismo se alió, de la manera más inequívoca e incondicional, a la guerra real. En 1775, los soldados americanos cantaban Yankee Doodle; En 1861, fue Gloria, gloria, Aleluya! Como Stout argumenta, la Guerra Civil "requeriría no sólo una guerra de tropas y armamentos ... sino que tendría que ser aumentada por argumentos morales y espirituales que podrían accionar a millones de hombres al sangriento negocio de matarse unos a otros ..." Al describir cómo los norteños, en particular, estaban hinchados con esta certeza. Al "presentar la Unión en términos morales absolutistas", los norteños se dieron permiso para emprender una guerra de devastación santa. "Los sureños deben sentir que se trataba de una guerra real", explicó el coronel James Montgomery, un aliado de John Brown, "y que iban a ser arrastrados por la mano de Dios, como los antiguos judíos. O al menos no ofreció otra alternativa sino rendición incondicional. "Los Estados del Sur", declaró Henry Ward Beecher poco después de la elección de Abraham Lincoln a la presidencia, "han organizado la sociedad alrededor de un núcleo podrido, -la esclavitud", mientras que el "norte ha organizado la sociedad sobre un corazón vital, la libertad. Divide, "Dios está llamando a las naciones." Y él está diciendo a la nación americana en particular que, "el compromiso es una farsa más perniciosa."

Pero los predicadores y teólogos del Sur se unieron con tanto fervor, al afirmar que Dios estaba de su lado. Un escritor para el trimestral del Sur, DeBow's Review, insistió en que "la institución de la esclavitud concuerda con los mandatos y la moralidad de la Biblia", la nación confederada podría esperar una bendición divina "en esta gran lucha". Virginia, Richard Meade, le dio a Robert E. Lee su bendición moribunda: "Estás comprometido en una causa santa".

Lo veo ahora como nunca lo había visto antes. Usted está a la cabeza de un poderoso ejército, al que millones miran con inefable ansiedad y esperanza. Usted es un soldado cristiano-Dios hasta ahora posee y bendice en sus esfuerzos por la causa del Sur. Confíe en Dios, Gen. Lee, con todo su corazón ", y poniendo sus manos paralíticas en la cabeza del General, agregó con una voz que jamás será olvidada por los espectadores:" nunca serás vencida; nunca serás vencida. "
Las santas causas que nunca pueden ser superadas no prevén la rendición. Incapaz de descontar la carga de la santidad, el Sur estaba condenado a resistir más allá de cualquier punto de la razón, hasta que su espalda se había roto en la rueda de la guerra.

Estas descripciones de la intoxicación moral en la que los estadounidenses bebieron en 1861 encajaban perfectamente en la guerra civil en un patrón más amplio de fabricación de guerra estadounidense, ya que los estadounidenses aman imaginar que cuando luchan luchan por la derecha y no por una ventaja política. Pero también lo hace todo el mundo, al menos desde el apogeo de las monarquías absolutas. Y sospecho que el prolongado sangriento de la Guerra Civil tuvo mucho menos que ver con la colisión de dos causas, convencidas a la manera típicamente americana de su propia pureza, y más con la despiadada exposición de las fisuras en los absolutos de ambos bandos. Eventualmente, la Guerra Civil haría menos absoluto moral, en lugar de más, creíble, y con consecuencias largas e infelices para la religión americana.

Los predicadores de 1861 podrían ver a la iglesia y al estado marchando como a la guerra, pero ciertamente no se veía así en el suelo. Ese modelo de la piedad marcial, el general confederado "Stonewall" Jackson, tenía una estimación muy pobre de la influencia de la religión del Sur en tiempo de guerra. "Me temo que nuestra gente está buscando a la fuente equivocada para la ayuda, y la atribución de nuestros éxitos a aquellos que no son debido", Jackson se quejó, "Si no confiar en Dios y darle toda la gloria de nuestra causa es arruinado. Dale a nuestros amigos en casa la debida advertencia sobre este tema. "

Tan poca provisión había sido hecha para los servicios de los capellanes en el ejército de Virginia del norte que totalmente la mitad de los regimientos en el cuerpo de Jackson en el resorte de 1863 eran sin uno. En el ejército de la Unión, la religión parecía tener un agarre tan escaso, a pesar del número de "hombres de oración". "Es difícil, muy duro para uno mantener sus sentimientos y sentimientos religiosos en esta vida Soldado", admitió un New Jersey cirujano. "Todo parece tender en una dirección diferente. Parece no haber pensado en Dios de sus almas, etc., entre los soldados ".


Un soldado de Iowa se encontró alistado en una compañía de pensadores libres alemanes, y estaba horrorizado al descubrir que "ellos son los peores hombres que he visto ... Nunca piensan en Dios o que tienen un Alma". O si los soldados tenían pensamientos acerca de Dios , Eran susceptibles de ser blasfemos. Un caballero de Ohio, disgustado por un "viejo cliente de un Predicador" que afirmó que "Dios ha luchado nuestras batallas y ha ganado victorys", concluyó que el predicador seguramente habría "mentido como Dixie." Si Dios realmente hubiera hecho todo eso, No está en los periódicos y por qué no ha sido promovido ".

Para cada divino del norte que reclamaba el favor de Dios para la Unión, y cada uno del Sur que reclamaba el favor de Dios para la Confederación, había mucho más que no podían decidir qué decir sobre la esclavitud. En conjunto, crearon una percepción popular de que la religión no tenía nada de fiable ni coherente que decir sobre la mayor cuestión estadounidense del siglo XIX.

Charles Hodge, el mayor de los teólogos norteamericanos del siglo XIX, había estado cambiando terreno en la esclavitud durante 20 años. En la década de 1840, Hodge deploró cualquier sugerencia de que "la tenencia de esclavos es en sí un crimen" como "un error lleno de malas consecuencias". Diez años más tarde, Hodge se volvió a decir que la esclavitud en abstracto podría no ser malo, La esclavitud "en casi todos los casos" lleva al esclavo a practicar el mal. En esa lógica, Hodge concluyó: "La emancipación no es sólo un deber, sino que es inevitable". En 1864, Hodge estaba apoyando una resolución de la Asamblea General Presbiteriana que calificó inequívocamente a la esclavitud de "mal y culpa". Los vientos políticos, ¿cómo iban las iglesias a dar a la gente alguna orientación que valiera la pena?

Abraham Lincoln era otro pensador que pinchaba antes de los vientos. Lincoln estaba seguro de que "Dios quiere esta contienda, y quiere que no termine todavía".

Estas descripciones de la intoxicación moral en la que los estadounidenses se bebieron en 1861 encajaron perfectamente en la guerra civil en un patrón más amplio de fabricación de guerra americana, ya que los estadounidenses aman imaginar que cuando se pelean, Abraham Lincoln era otro pensador que aprietaba antes de los vientos. Lincoln estaba seguro de que "Dios quiere esta contienda y quiere que no termine todavía". Pero eso se debió a que Lincoln había sido criado en una casa calvinista donde todos los acontecimientos, guerras o paz eran considerados un producto predestinado de la voluntad de Dios. Lo que fue más difícil para Lincoln determinar fue exactamente lo que Dios había querido esta guerra. En 1861, cuando su amigo, Orville Hickman Browning, afirmó, "Sr. Lincoln no podemos esperar la bendición de Dios en los esfuerzos de nuestros ejércitos, hasta que golpeemos decisivamente la institución de la esclavitud ", respondió Lincoln," Browning, supongamos que Dios está contra nosotros en nuestra opinión sobre el tema de la esclavitud En este país, y nuestro método de tratar con él ".

Este problema molestó a Lincoln lo suficiente como para que lo tomara como el tema central de su segundo discurso inaugural. "Ninguna de las partes esperaba para la guerra, la magnitud o la duración, que ya ha alcanzado", observó Lincoln. Lo que es más, "Ambos leen la misma Biblia, y oran al mismo Dios; Y cada uno invoca Su ayuda contra la otra. "Lincoln no podía declarar fácilmente que su propio lado estaba equivocado acerca de la Biblia y Dios, pero no podía, de manera similar, nerviosamente moralmente arrojar todo el oprobio en el otro equilibrio. "Puede parecer extraño que cualquier hombre se atreva a pedir la ayuda de un Dios justo para retorcer su pan del sudor de los rostros de otros hombres", dijo, pero se permitió no más que encontrar el argumento confederado "extraño". Lincoln optó por el agnosticismo calvinista, que encubrió la voluntad de Dios de maneras misteriosas y dejó a la humanidad con sólo el suave recordatorio de que "El Todopoderoso tiene sus propios propósitos". No habría vuelta de victoria ética para Lincoln, no deus vult Por una Unión Cristiana justa y victoriosa; En cambio, Lincoln ordenó a la nación que se comportase "con malicia hacia ninguno; Con caridad para todos.

* * *

En vez de la religión americana que corrompe la guerra civil con el absolutismo, es más posible decir que la guerra civil corrompió la religión americana. Un sargento de Iowa, sorprendido ante la carnicería de Shiloh, se preguntó: "¡Oh Dios mío! ¿Puede haber algo en el futuro que compense esta masacre? "El discurso religioso se haría cada vez más plagado de interrogantes incesantes, de la fe en decadencia y de un atractivo creciente hacia el sentimiento y la imaginación frente a la razón confesional o la conversión evangélica, Proporcionan mucho armamento para una aventura en los foros públicos.

"Tal vez la gente siempre piensa así en su propio día, pero me parece que nunca hubo un momento en que todas las cosas se han sacudido de sus cimientos", escribió uno de los corresponsales del popular revivalista, Charles Grandison Finney, en 1864, Tantos son escépticos, dudosos, tantos buenos se están desprendiendo de los credos y las formas ... A veces me siento tentado a preguntar si la oración puede hacer alguna diferencia. "Lejos de sentirse satisfecho de que el Norte había llevado a cabo una cruzada justa a su cumplimiento , El propio Finney se enfureció de que, después de dos años de guerra, "en la proclamación nopublick norte o sur es nuestro gran pecado nacional reconocido".

William James, que abandonó el servicio en la guerra, pero que vio cómo destrozaba la vida de dos de sus hermanos, concluyó que el idealismo que los había llevado a ser voluntarios había sido un ángel destructor y que sería mucho mejor considerar las ideas como instrumentos Que ayudan a las personas a adaptarse a sus circunstancias, en lugar de verdades abstractas que permiten gobernar sus acciones. En su carrera de posguerra en Harvard, James formuló una manera totalmente diferente de entender las ideas, a las que llamó pragmatismo.


Las creencias tenían que ser juzgadas por sus consecuencias, insistió James, por si tenían "valor en efectivo en términos experienciales" y podrían convertirse en una práctica práctica útil. Al dar abstracciones como la abolición y la libertad, un cierto estado absoluto de verdad los convirtió en letales e intransigentes tiranos que diezmaron a la generación de James. Pero sin el estatus de verdad, la religión degeneró en terapia -la cual, desde la perspectiva de James, no era necesariamente mala.

-Me temo que la subyugación del Sur me hará infiel. No puedo ver cómo un Dios justo puede permitir que las personas que han luchado tan heroicamente para que sus derechos sean derrocados ".
Para los sureños, la guerra puso una carga aún más pesada sobre la religión. Edward Porter Alexander, que terminó la guerra como general de brigada en el ejército de Robert E. Lee, pensó que la religión había paralizado a los sureños más que energizados. "Creo que fue un serio incubus sobre nosotros que durante toda la guerra nuestro presidente y muchos de nuestros generales realmente creyeron realmente que había esta misteriosa Providencia siempre flotando sobre el campo y listo para interferir en un lado u otro, y que Oraciones y piedad podrían ganar su favor día a día ".

Cuando, en 1864, la derrota miraba a la Confederación a los ojos, los brazos de los piadosos cayeron nerviosamente a sus costados, y llegaron a la conclusión de que Dios los abandonaba, si no sobre la esclavitud, para la incredulidad del Sur. "¿Podemos creer en la justicia de la Providencia", lamentó Josiah Gorgas, el jefe de la artillería de la Confederación, "o debemos concluir que estamos después de todo mal?" O aún peor, lamentó un desesperado Louisianan, "temo la subyugación del Sur Me hará infiel. No puedo ver cómo un Dios justo puede permitir que las personas que han luchado tan heroicamente para que sus derechos sean derrocados ".

Por mucho que los Beechers y Bushnells hubieran estado al principio de la guerra que pudieran leer la "sentencia justa de Dios por las lámparas apagadas y abocinadas", la guerra misma demostró lo contrario. En todo caso, la religión estadounidense se convirtió en una de las mayores víctimas culturales de la Guerra Civil. Y contrariamente a Stout, la guerra civil no fue prolongada o hizo más intratable por la religión, o por lo menos no por la religión sola.

La guerra total, como escribió recientemente el profesor de derecho de Yale, James Whitman, fue el resultado de la política, y particularmente por el movimiento de los gobiernos en el siglo XIX lejos de la monarquía y hacia la democracia popular. Mientras el gobierno fuera la reserva privada de los reyes, entonces las guerras habían sido el deporte de los monarcas, y se habían librado como si fueran juicios principescos por el combate o una especie de litigio civil. La única clase de personas que probablemente sufrían severamente por ellos era la nobleza. El alcance de la guerra era limitado simplemente porque se entendía que la guerra era la prerrogativa de los reyes.

Pero una vez que los gobiernos democráticos comenzaron a dejar de lado a los monarcas, una vez que los gobiernos se convirtieron en "del pueblo, por el pueblo, para el pueblo", e involucraron a todo el pueblo de una nación y no sólo a un puñado de aristócratas, . Ningún monarca solitario podría retirarlos; Ningún acuerdo de caballeros podría limitar su alcance. Las guerras se convirtieron en guerras de naciones contra naciones, emprendidas por principios lo suficientemente abstractos como para ordenar el asentimiento de todos, y por lo tanto más imposible de vencer, menos la aniquilación -no sólo la derrota- de un enemigo. No la religión, pero la democracia hizo necesario invocar el "nacionalismo milenial", con el fin de reclutar suficientes recursos de masa para nuevas guerras de masas. Las teorías sobre la justicia en la guerra o los debates sobre la proporcionalidad con que se podría librar la guerra sólo servirían como obstáculos en el camino de la victoria incondicional.

A partir de la guerra civil, el protestantismo norteamericano quedaría encerrado cada vez más en un estado de encarcelamiento cultural y, en muchos casos, retirándose a un mundo de experiencia privada en el que el cristianismo seguía teniendo poca importancia para la vida pública, fiestas. Apela a la autoridad divina en el comienzo de la Guerra Civil fragmentada en el estancamiento y la contradicción, y desde entonces, ha sido difícil para la convicción religiosa profundamente arraigada para afirmar una influencia genuina que moldea sobre la vida pública americana.

Al exponer las deficiencias del absolutismo religioso, la guerra civil hizo imposible que el absolutismo religioso abordara los problemas de la vida estadounidense -sobre todo los económicos y los raciales- en los que el absolutismo religioso hubiera hecho de hecho un gran bien. Algunos líderes, entre ellos Martin Luther King, han invocado la sanción bíblica para un movimiento político, pero eso ha sido tolerado en su mayor parte por el ambiente más amplio y solidario del liberalismo secular como una excentricidad inofensiva que puede ir en un oído y salir del otro. "Nunca después", escribió Alfred Kazin de la guerra, "los norteamericanos norte y sur sentirían que habían estado viviendo la Escritura." No sé que los americanos han sido los mejores para él.


viernes, 16 de junio de 2017

Los 4 tipos de soldados de Napoleón (1/2)

Los 4 tipos de hombres que lucharon por Napoleón

Andrew Knighton - War History Online


Parte 1 | Parte 2




El poder impresionante del Imperio napoleónico fue construido sobre la sangre y el valor de millones de soldados. Aunque Napoleón es recordado como un icono de Francia, los hombres que lucharon por él no eran todos franceses. Vinieron de diferentes naciones y fueron impulsados ​​por diferentes motivos.

Los "viejos franceses"




El núcleo del ejército de Napoleón provenía de la "vieja Francia", el área que había sido francesa antes de las guerras revolucionarias y las vastas campañas de Napoleón. Estos hombres eran franceses al centro, luchando en un ejército nacional por una causa nacional, bajo el líder más inspirador que su nación jamás había producido.

Aunque reclutados del mismo territorio, los viejos soldados franceses napoleónicos eran un grupo diferente de los que habían luchado antes de la Revolución Francesa.


El cuerpo de oficiales había sido transformado por el sangriento churn de la política revolucionaria. Hasta 1789, el ejército francés había sido conducido por aristócratas, como los ejércitos europeos habían sido desde el amanecer de la historia registrada. La pérdida de su poder tradicional y la amenaza de la guillotina llevaron a muchos de estos hombres a huir de Francia.

Los que se quedaron y sobrevivieron a las purgas fueron acompañados por profesionales de más humilde trasfondo, pero con mayor habilidad profesional, ya sea de verdadera bestia o de aristocracia menor como el propio Napoleón.



Los soldados comunes también eran un grupo diferente. El fervor con que los gobiernos revolucionarios franceses trataron de difundir la llama de la revolución y la reacción del resto de Europa pusieron a Francia en guerra con muchos de sus vecinos.

Para luchar contra estas guerras, se necesitaban más hombres que nunca, por lo que el reclutamiento se introdujo por primera vez en la Europa moderna. Hombres de toda Francia y de todos los sectores de la vida fueron atraídos al ejército. Muchos no estaban motivados por los intereses convencionales de los soldados - el pillaje y la paga. En cambio, un orgulloso sentido de la identidad revolucionaria y nacionalista los vinculaba al ejército, a la nación ya sus comandantes.

Mientras que estos viejos franceses eran el núcleo del ejército, no constituían la mayoría. Entre un tercio y dos quintos de los soldados de Napoleón eran lo que llamaríamos "franceses". El resto provenía de más allá de las antiguas fronteras.


Hombres de otros departamentos no franceses




El éxito en la guerra llevó a conquistas. Aunque Napoleón no tomó a cada nación derrotada bajo su gobierno, muchas regiones se convirtieron en parte de un nuevo Imperio francés. De Roma en el sur a Hamburgo en el norte, Barcelona en el oeste a la costa dálmata en el este, una selección previamente desconectada del territorio se hizo francesa.

Estos departamentos no franceses del Imperio francés eran áreas obvias para el reclutamiento. Como en cualquier conquista, había colaboradores, así como aquellos que se resistieron o simplemente aceptaron su cambio de circunstancias. Para los soldados profesionales de estas regiones, la elección fue entre luchar por Napoleón y abandonar su país.

Sus hogares habían sido a menudo parte de imperios distantes desconectados de sus vidas, y la mayor diferencia entre luchar por los franceses y luchar por el Sacro Imperio Romano era que ellos llegarían a ganar.

Para otros, había un principio en juego. En los primeros tiempos, antes de ser nombrado emperador, Napoleón lideró una nación revolucionaria prometiendo una mayor igualdad y derechos para todos. Incluso después de convertirse en emperador, Francia era todavía el estado más igualitario y racional de Europa, y aquellos con principios revolucionarios estaban dispuestos a expandirse y defender su nueva forma de vida.

jueves, 15 de junio de 2017

SGM: Un bastardo sin gloria lituano

'Vengador' de la Segunda Guerra Mundial revela su heroico pasado de asesino de nazi
Por Isabel Vincent | New York Post




Benjamin Levin, 89, dentro de la casa de reposo del Bethel, Ossining, NY. Angel Chevrestt
El día en que los nazis emboscaron a su campamento guerrillero en los oscuros bosques de Vilna, Benjamin Levin pudo sentir cómo los disparos pasaban.

Uno de sus compañeros cayó, y Levin lo agarró por la pierna y lo arrastró por detrás, buscando una fuga. Salpicado de sangre, con el corazón palpitante, el guerrillero de la resistencia judía corrió directamente hacia "un huracán de balas" y siguió corriendo hasta que ya no podía oírlos.

No sabe cómo lo hizo vivo, pero ofrece una explicación: A sólo 14 años de edad, era tan corto, las balas pasaron por encima de su cabeza.


Benjamin Levin (abajo a la izquierda arrodillado) y su grupo partidario en la liberación de Vilna (circa julio 1944) con Abba Kovner.

Durante varios meses antes de ese ataque de 1941, Levin y otras dos docenas se habían escondido en los bosques lituanos, entrenando y preparando ataques contra los nazis. Dormían en búnkers improvisados ​​tallados en matorrales enredados, bebían agua de estanque verde que dejaba una película arenosa en sus gargantas y vivían de una dieta de hongos amargos y bayas.

"Hasta el día de hoy, no sé cómo sobrevivimos", dice Levin, quien celebrará su 90 cumpleaños en Pascua el lunes en un asilo de ancianos de Westchester.

Él es el último superviviente de un grupo de vigilantes judíos que se llamaron a sí mismos los Vengadores y juró matar tantos nazis como hubo judíos que fueron exterminados. Al igual que su comandante, Abba Kovner, que exhortaba a los judíos a no "ir a la masacre como ovejas", Levin se defendió. Su increíble historia de heroísmo y supervivencia durante la guerra fue documentada por la Fundación Shoah de la Universidad del Sur de California y se le está contando por primera vez en The Post.

"Esta historia es importante porque rompe el estereotipo de la pasividad judía durante el Holocausto", dijo Mitch Braff, director fundador de la Jewish Partisan Educational Foundation, que narra las hazañas de unos 30.000 "partidarios" judíos que operaron a lo largo del Tercer Reich . "Fueron responsables de miles de actos de sabotaje contra los nazis mientras se dirigían al Frente Oriental".

A diferencia del grupo más grande y más organizado de partidarios judíos fundado por el clan Bielski en Polonia, cuyos heroicos fueron crónicos en la película de 2008 "Defiance", el grupo de Levin nunca formó más de dos docenas de miembros. Pero eran una fuerza de lucha audaz. Durante la guerra, Levin y su grupo destruyeron 180 millas de ferrocarril, explotaron cinco puentes y destruyeron 40 vagones de tren nazis. No tomaron prisioneros, prefiriendo disparar a los enemigos en el lugar. Ellos mataron a 212 soldados enemigos, según la Jewish Partisan Educational Foundation.

Con su pequeña estatura, Levin fue reclutado como explorador y saboteador para el pequeño grupo, integrado por intelectuales y revolucionarios judíos que habían establecido una base clandestina de operaciones en los bosques lituanos en previsión de la toma del país por los nazis en julio de 1941. Su hermano mayor Shmuel, un sionista ferviente que tenía 18 años cuando se unió al grupo, fue uno de sus fundadores. Finalmente, a medida que aumentaban las hostilidades, su hermana Bluma también se unía.


Levin en 1944.

Levin podía pasar desapercibido entre los soldados lituanos y nazis para enviar mensajes a diferentes facciones de la resistencia, algunos de ellos trabajando en el gueto judío de Vilna. Los judíos desesperados le confiaron sus objetos de valor, que intercambió en el mercado negro por comida y medicina. También ayudó a hacer estallar puentes, postes telefónicos y vías férreas para frenar los trenes que se dirigían a los campos de la muerte. El miembro más joven del grupo, aprendió a usar su pistola de un compañero de vengador. Rozka Korczak era una de las pocas mujeres líderes de los partidarios judíos, y su guerrero más feroz.

"Al principio, lo vi como un juego", dijo Levin en una entrevista con los investigadores de la Fundación Shoah. "Estaba leyendo un montón de libros sobre conspiración y el subterráneo ruso. Para mí, comenzó como una gran aventura. "

Y, mientras dice que ya no puede recordar cuántos nazis ha herido o asesinado personalmente, los actos de sabotaje de Levin fueron tan numerosos que más de 70 años después del final de la Segunda Guerra Mundial, Lituania todavía tiene una orden pendiente de arresto.

Por su propia cuenta, Benjamin Levin creció con "una racha salvaje". Él fumaba cigarrillos cuando tenía 8 años y salía con una banda de jóvenes maltratadores en las calles, lo que no causó ningún dolor en la muerte de su madre y su padre - prósperos comerciantes judíos que operaban una tienda de comida gourmet en el centro de Vilna. Antes de la ocupación nazi, la ciudad era un centro importante de la vida judía, y el hogar de más de 100 sinagogas.

El padre de Levin, Chaim, era un judío observador, pero también un germanófilo, fluido en alemán y educado en la tradición clásica, leyendo a Goethe y Schiller. En los años previos a la ocupación nazi de la ciudad, se negó a creer en las noticias que escuchó de sus proveedores sacudidos en otras partes de Europa: que los judíos habían perdido todos sus derechos en Alemania, que las empresas judías estaban siendo asumidas por la fuerza Por los nazis. En 1938, los nazis se habían desbocado, destrozando miles de negocios, profanando cementerios judíos y sinagogas, y reuniendo a 30.000 hombres judíos en toda Alemania. Aunque había oído varios relatos sin aliento del pogrom de la Kristallnacht, Chaim nunca imaginó que los judíos en Lituania estuvieran en peligro real.

"Mi padre era un gran creyente en todo lo alemán", dijo Levin. -Creía que todo acabaría.


Sara Levin, la esposa de Benjamin.

Pero Shmuel y sus compañeros vieron la escritura en la pared. Mucho antes de que los nazis tomasen el control de Lituania en julio de 1941, Shmuel ya se había comprado una pistola y una munición, que era el precio de la admisión al grupo de los militantes del bosque que exigían un inquebrantable sangriento y despiadado de sus reclutas, Armas y municiones.

Varias semanas después de la ocupación nazi, los exploradores partidistas estaban enviando informes sobre detenciones masivas y masacres de hombres y niños judíos. En Vilna, los soldados alemanes y las fuerzas de seguridad de Lituania fueron de puerta en puerta, detuvieron a miles de hombres y niños judíos y los enviaron a marchas forzadas a las afueras de la ciudad. Durante el verano, más de 21.000 de ellos fueron masacrados, sus cuerpos arrojados en fosas comunes.

Con informes de asesinatos masivos en el bosque procedentes de su hijo mayor, Chaim Levin fue sorprendido en la acción. Vendió el negocio familiar para poder comprar armas y municiones para que cada miembro de su familia se uniera a los partidarios. Siguieron a Shmuel al bosque, pero Chaim y su esposa encontraron refugio en una granja, donde se escondieron hasta el final de la guerra.

En el otoño de 1941, todos los judíos restantes de Vilna estaban dispersos. Miles de personas fueron forzadas a entrar en dos guetos: un grupo de edificios antiguos en el casco antiguo conectado con un puente. Levin y su hermano continuaban operando desde su base en el bosque, aunque Levin era capaz de entrar y salir del gueto para llevar mensajes a los líderes partidistas que estaban tratando de organizar un levantamiento.

En una de esas misiones al gueto, Levin se vio envuelto en una "aktion" nazi, una de las sorpresivas deportaciones llevadas a cabo en las fiestas judías para sembrar el pánico en los 40.000 judíos supervivientes del ghetto. Levin se vio obligado a esconderse en un ático. Cuando un bebé empezó a llorar incesantemente, Levin observó con silencio horror mientras el padre se ponía un abrigo y sofocaba al niño con un movimiento hábil.

"Creo que mataron al bebé", dijo. "Vi muchas cosas. Vi personas muy nobles que se convirtieron en animales. Y la gente muy sencilla se vuelve noble. Y mi madre me advirtió que habría peores cosas por venir.

He visto muchas cosas. Vi personas muy nobles que se convirtieron en animales. Y la gente muy sencilla se vuelve noble. Y mi madre me advirtió que lo peor vendría.
Lo peor ocurrió después de que Shmuel fue a un ataque con un grupo de sus compañeros y nunca regresó. Su cuerpo nunca fue recuperado, y Levin no sabe cómo murió.

Pero Levin apenas tuvo tiempo de llorar a su hermano. En el verano de 1943, el jefe SS Heinrich Himmler dio la orden de liquidar todos los guetos judíos en el Tercer Reich. Aunque Kovner había tratado de persuadir a sus hermanos judíos de resistir a los nazis, la insurrección planificada fracasó y los ghettos se vaciaron a finales de septiembre cuando los nazis reunieron a los judíos restantes y los enviaron a los campos de exterminio. Kovner regresó al bosque, y los Vengadores ayudaron a los soldados rusos que avanzaban contra los nazis en Vilna.



Levin y los partidarios ayudaron a liberar Vilna antes de la llegada de las fuerzas soviéticas en el verano de 1944. Mientras caminaban por una ciudad devastada, Levin y sus camaradas reunieron a los lituanos que habían colaborado con los nazis.

"No mantuvimos prisioneros", dijo. No hubo discusión. Era algo normal. "Los enemigos fueron fusilados en el acto.

Y también los judíos que regresaban. Aunque los padres de Levin sobrevivieron a la guerra en la clandestinidad, fueron ejecutados por sus vecinos lituanos cuando intentaron recuperar la vieja casa de la familia en Vilna.

Con nada más para ellos en Europa, Levin y su hermana Bluma, que había sobrevivido a la guerra que se escondía en el bosque con su hermano, llegaron finalmente al naciente estado de Israel. Allí, Levin conoció a su futura esposa, Sara, una judía húngara que había escapado del Holocausto con su familia.

"Luché con mis padres por él", dijo Sara, que habló con The Post en febrero, a los 87 años, desde el hogar de ancianos donde ella y Levin pasaron los últimos cuatro años de sus vidas. "En primer lugar, dijeron que era demasiado corto y que no podía usar tacones altos si me casaba con él".

Se casaron de todos modos y se mudaron a Long Island en 1967 con sus dos hijos pequeños, un hijo y una hija, nacidos en Israel. Levin consiguió un trabajo como mecánico para el MTA y compró eventual una gasolinera y entró en negocio para sí mismo.

La pareja había estado juntos por 66 años, y la familia - sus dos hijos, sus cónyuges y cuatro nietos - está deseando celebrar el 90 cumpleaños de Levin con un pastel en Pascua.

Frágil y que sufre de Alzheimer, Levin ya no puede reconocer fotografías de sí mismo, mucho menos recordar su cumpleaños. De hecho, nadie sabe realmente cuándo nació Levin, porque mientras estaba en la resistencia tenía tantos documentos de identidad falsos que al final de la guerra ya no recordaba la fecha real de su nacimiento. Así que su familia eligió la fiesta judía, que honra la libertad de los judíos de la esclavitud egipcia, como una metáfora apta y un homenaje apropiado al nacimiento de un hombre que había arriesgado todo para luchar por la libertad de su pueblo.

"En el momento en que empiezo a pensar en esto, viene cada vez más recuerdos", Levin dijo a The Post, y de inmediato se desmoronó en sollozos. "No hablamos de esto más, pero está vivo por dentro."

Este año, por desgracia, la celebración de cumpleaños de Levin será agridulce. Hace dos semanas, su amada Sara murió.

En su tumba, después de esforzarse por esparcir la tierra en su ataúd, Levin se dirigió a su hijo en hebreo: "Parece que ahora es mi momento".

miércoles, 14 de junio de 2017

Malvinas: Un racconto de la guerra y la marcha de Tumbledown


Rocas de Tumbledown
Por Ron Soodalter | History Net


Hace treinta y tres años, Argentina y Gran Bretaña emprendieron la guerra contra un remiendo de tundra en el amargo Atlántico Sur, y muchos todavía se preguntan por qué.






Durante semanas, los soldados del famoso regimiento de guardias escoceses de Gran Bretaña habían arrebatado el sueño en medio de los vientos de los huesos en los agujeros que se llenaban repetidamente de agua helada. Los hombres estaban sufriendo de congelación y el pie de la zanja, y las raciones se estaban agotando. Añadiendo a sus miserias, en este día en particular habían sufrido intensos bombardeos de artillería. Si bien esto podría describir un escenario de la Primera Guerra Mundial, la fecha era, de hecho, el 13 de junio de 1982, y las trincheras en las que las tropas británicas se amontonaban no se esculpían en un tramo de campo francés sino en tundra casi congelada por la base de Monte Tumbledown en las Islas Malvinas subárticas.

A pesar de los desafíos, la moral era alta, porque las tropas británicas se preparaban para acabar con su miseria al empujar a las fuerzas argentinas desde la accidentada escarpa que tenía delante. A los guardias se les había dicho que la fuerza enemiga comprendía reclutas jóvenes y mal equipados que corrían al primer destello del cañón. Habían sido gravemente mal informados.

La lucha por el Monte Tumbledown fue la última batalla en un conflicto que era, según los estándares modernos, una "pequeña guerra" y para muchos innecesaria. En palabras de un veterano del 2º Batallón de Gran Bretaña, el Parachute Regiment (2 PARA), la guerra era "corta, aguda y muy desagradable" y, a menudo luchaba de cerca con bayonetas y granadas, "como algo de la Primera Guerra Mundial Los soldados de ambos bandos no comprendían ni apreciaban ni las causas ni las apuestas; Sin embargo, las batallas no fueron menos feroces, las muertes no menos absurdas, que las que sufrieron en conflictos de mayor importancia mundial.

La lucha real duró sólo una cuestión de semanas, pero reclamó más de 900 vidas. Se libró en un territorio cuya propiedad había estado en disputa durante más de dos siglos. Las Islas Malvinas -un archipiélago en el Atlántico Sur que comprende dos grandes islas y 776 más pequeñas- se encuentran a unas centenas de millas de la costa de Argentina ya casi 8.000 millas del Reino Unido. Después de los conflictos coloniales con Francia y España sobre las islas, Gran Bretaña reclamó la soberanía en 1774, desembarcó tropas para reafirmar su dominio en 1833 y formalmente estableció las Malvinas como una colonia de la Corona en 1840. Los gobiernos sucesivos de Argentina habían sentido las islas, Sin embargo, ya lo largo de las décadas habían presentado una serie de protestas formales -y totalmente ineficaces-.

En 1982, la notoria y opresora junta militar que gobernaba la Argentina consideró que la toma de las Malvinas era una oportunidad para distraer a sus ciudadanos de los muchos problemas económicos y de derechos humanos que aquejan al país y unir a los argentinos tras una campaña de autojustificación. Por lo tanto, el 2 de abril, el argumento de que el control británico de las Malvinas (o Malvinas, como se les conoce en la Argentina) representaba un retroceso a los días del imperio, el comandante en jefe y el presidente de facto Leopoldo Galtieri desembarcó las fuerzas de ocupación en las Islas Malvinas, Capital, Port Stanley, y al día siguiente en el sur de Georgia en las islas Sandwich del Sur.

Galtieri y su halcón de guerra más vocal, Almirante Jorge Anaya, tenían razón en su expectativa de una oleada patriótica; Los argentinos olvidaron momentáneamente el peso insoportablemente inflado y las duras políticas de la Junta para recuperarse detrás de la ocupación. Pero Galtieri también estaba apostando a que los británicos habían perdido el interés en las Islas Falkland y Sandwich del Sur y mirarían hacia otro lado. No podría haber interpretado mal la situación o la resolución de la primera ministra Margaret Thatcher.



Irónicamente, muchos británicos en el momento no tenía idea de dónde estaban las Islas Malvinas, y mucho menos que eran parte del Reino Unido. El secretario de Estado de Defensa, Sir John Nott, escribió más tarde: "Debo confesar que no conocía muy bien las Islas Malvinas antes de la invasión ... [y] estaba un poco horrorizado al ver lo lejos que estaban". Las lejanas Malvinas y Georgia del Sur habían dejado de ser de interés comercial para el Reino Unido, seguían siendo dependencias británicas y el Ministerio de Defensa comenzó inmediatamente los preparativos para una respuesta total a la invasión de las islas del Atlántico Sur.

A los pocos días de la ocupación argentina, el gobierno de Thatcher-declarando que los 1.800 habitantes de las Malvinas eran "de tradición y población británica" - había establecido un gabinete de guerra y comenzado a armar una armada naval. En última instancia, el grupo de trabajo británico creció a más de 100 naves transportando 8.000 tropas terrestres para enfrentarse a la fuerza invasora argentina de unos 14.000 soldados. Mientras que los británicos presumían casi tres veces más naves, los argentinos tenían una ventaja de 3 a 1 en aviones de combate. Mientras tanto, los Estados Unidos, preocupados por la Argentina podrían atraer a la Unión Soviética a la lucha como un aliado, trató de detener el conflicto diplomáticamente. Cuando estos esfuerzos fracasaron, y se hizo evidente que la guerra era inevitable, Washington anunció un embargo sobre las ventas de armas a la Argentina, mientras proporcionaba a Gran Bretaña material de guerra. Europa apoyó en gran medida la acción británica; La mayor parte de América Latina se alineó con los argentinos.

Dos submarinos de la Marina Real pronto emergieron de las Malvinas, mientras que otros buques de guerra salieron de varios puertos británicos y requirieron buques de transporte civiles -incluyendo el buque insignia de la línea Cunard, la Reina Isabel 2- transportaron fuerzas terrestres a las islas. Debido a la llamada para una respuesta rápida, el transporte de tropas a la zona de guerra fue, en algunos casos, al azar en el mejor de los casos. Según el teniente Robert Lawrence de los guardias escoceses, QE2, que salió de Southampton el 12 de mayo, estaba "muy abarrotado de la totalidad de la 5 Brigada, los guardias escoceses y galés, Gurkhas y un montón de unidades de apoyo ... Cada pulgada de espacio se utilizó . "Las cabinas de dos personas alojaban de cuatro a cinco hombres, los comandantes de la unidad utilizaban cada aterrizaje de la escalera para los propósitos del entrenamiento, y los soldados funcionaban regularmente los circuitos de la cubierta superior del trazador de líneas para el ejercicio. Cuando QE2 llegó al sur de Georgia dos semanas más tarde, una fuerza de ataque de los comandos británicos del Servicio Aéreo Especial (SAS) y de los Royal Marines ya había asegurado la isla. Las Malvinas presentaron un desafío más desalentador.

La lucha por las Malvinas comenzó oficialmente el 1 de mayo, cuando un bombardero Vulcan de la Fuerza Aérea Real de largo alcance cayó de su carga útil en el aeropuerto de Port Stanley, y el Royal Navy Sea Harrier FRS1 derribó tres aviones argentinos. Siguieron bombardeos navales y aéreos nocturnos. Inicialmente, la acción naval representó el mayor número de víctimas, con fuertes pérdidas de barcos y vidas de ambos lados. El aterrizaje sostenido de las fuerzas terrestres británicas comenzó el 21 de mayo, siete semanas después de la invasión argentina, en San Carlos Water, una entrada en la costa oeste de la isla de Falkland Oriental. A partir de ahí se ordenó a 2 PARA atacar a los argentinos en el asentamiento de Goose Green. Una vez que se hubieran asegurado el lado occidental de la isla, los británicos lucharían su camino hacia el este para apoderarse de Puerto Stanley y efectivamente terminar el conflicto.

La pelea por Goose Green fue un asunto sangriento. La fuerza defensora argentina de 1,000 hombres, aunque incluyó conscriptos en gran parte no probados, superó en número a los paracaidistas británicos casi 2 a 1. Ambas partes recibieron bajas, con las PADs dando mucho peor de lo que recibieron. La batalla se balanceó durante un día completo y una noche. Finalmente, los PARAs -a pesar de la muerte de su comandante carismático, el teniente coronel Herbert "H" Jones- ganaron la ventaja. Fríos, agotados y con poca munición, los argentinos finalmente se rindieron.

A mediados de junio, después de agotadoras marchas de cross-country ("yomps", en la mancomunidad de los Royal Marines) con paquetes completos en climas amargos a través de la tundra de las Malvinas, las fuerzas británicas estaban a una distancia notable de Port Stanley, pero enfrentaban un fuerte perímetro defensivo -un anillo de colinas ocupadas por unidades militares y marinas excavadas en el ejército argentino. A 750 pies, el objetivo más desafiante era Mount Tumbledown, una colección de peñascos, losas y rocas que constituían una posición defensiva ideal.

En la mañana del 13 de junio, helicópteros volaron a los hombres del 2º Batallón, Guardias Escoceses, desde Bluff Cove hasta un área de estadio cerca de Goat Ridge, donde pronto comenzaron a tomar fuego de artillería pesada y mortero. Mientras aguardaban órdenes, algunos de los guardias -muchos recién salidos de la ceremonia en Londres y nuevos en combate- preguntaron a unos pocos de la élite PARAs, que había capturado recientemente a Goose Green, cómo los argentinos habían actuado en combate. Uno respondió: "Consiga a 200 metros de ellos, y se escaparán". Sólo más tarde los guardias aprendieron que los PARA habían enfrentado a conscriptos adolescentes pobremente equipados y entrenados.

La fuerza argentina que esperaba en Tumbledown era otra raza enteramente. En su mayoría de 20 años, eran los hombres del 5to Batallón de la Marina, tropas altamente entrenadas y motivadas con experiencia en combate en la reciente guerra civil argentina. Estaban bien abastecidos, equipados para el clima frío y, en algunos casos, mejor equipados que los británicos. También habían sido entrenados en peleas nocturnas ya pesar de las garantías de los PARA británicos, no corrían. "Habían tenido años de agresión", escribió Lawrence. Estaban muy acostumbrados. Gente como yo, por otra parte, sólo semanas antes había estado haciendo el cambio de guardia en el Palacio de Buckingham; No es exactamente la mayor experiencia para combatir una guerra en alguna isla olvidada por Dios en medio de la nada ".

Al prepararse para el ataque británico, los marines argentinos habían cavado un intrincado sistema de bunkers, se familiarizaron con el terreno y establecieron un plan para el apoyo coordinado contra incendios. En el respaldo se encontraban seis morteros de 81mm, seis morteros de 106mm, una batería de obús y dos grupos de artillería del ejército.

El plan de batalla británico era directo y dependía de las unidades de fusil de los guardias escoceses divididas en tres compañías. Primero en la lucha, la Compañía G fue a tomar el flanco occidental de la montaña. Hecho esto, Left Flank Company iba a pasar por el área capturada y tomar la cumbre. Right Flank Company debía avanzar a través de la zona de Left Flank y asegurar el flanco oriental de Tumbledown. Dos fragatas de la Marina Real -Yarmouth y Active- se encontraban en alta mar para proporcionar apoyo naval.

La operación fue planeada inicialmente como un asalto diurno, pero la subida era larga y escarpada, sobre y alrededor de escarpas traicioneras, y los soldados habrían hecho blancos fáciles. Las mentes más sabias prevalecieron, y el comandante del batallón, el teniente coronel Michael Scott, puso el asalto a Tumbledown para poco después del anochecer del día 13. Para entonces, las fuerzas británicas habían tomado el cercano Monte Harriet, dos hermanas Ridge y, a pesar del prolongado fuego de artillería argentina y de las grandes bajas, el Monte Longdon.

La primera fase del plan presentó una maniobra de diversion. En la oscuridad de reunión, una fuerza de unos 30 Guardias Escoceses de la Compañía de la Sede, apoyada por cuatro tanques ligeros de los Blues y Royals, se dirigió hacia el sur cerca del Monte Guillermo en un intento de llamar la atención del enemigo. Pronto tropezaron con trincheras argentinas y después de un intenso tiroteo en el que murieron dos guardias y cuatro resultaron heridos, se retiraron directamente a un campo de minas no detectado. Cuatro hombres más resultaron heridos al lanzar minas, que a su vez dieron a los argentinos un claro blanco de morteros y artillería. Afortunadamente para los británicos, las cáscaras casi todas aterrizaron en la turba suave, que absorbió las explosiones; De lo contrario, el resultado habría sido catastrófico. Su misión completada, la fuerza de diversión se retiró, en el proceso de la pérdida de uno de sus tanques a una trampa.

A media hora del compromiso, poco después de las 10 de la noche, G Company comenzó el asalto a Tumbledown. Para su gran sorpresa la compañía no encontró prácticamente ninguna resistencia y aseguró rápidamente su objetivo. Moviéndose hacia arriba, los hombres de Flanco de Izquierda, sin embargo, pronto se encontraron involucrados en peleas cuerpo a cuerpo con bayoneta fija. En la lucha más feroz de la batalla, siete guardias murieron mientras intentaban la cumbre. Los británicos dispararon cohetes antitanques en posiciones enemigas, pero los argentinos se detuvieron, lloviendo con morteros y ametralladoras contra los guardias. Fue, Lawrence escribió, "la batalla de fuera y fuera, la lucha más completa posible." Lanzándose en el centro de la lucha, el mayor John Kiszely, comandante del flanco izquierdo, disparó a dos soldados enemigos y bayoneted un tercero. Aunque repetidamente apuntado, él milagrosamente sufrió solamente una bala golpea su brújula. Kiszely fue posteriormente galardonado con la Cruz Militar por sus acciones esa noche.

Cuando un poste de una ametralladora estratégicamente colocado detuvo el flanco izquierdo, Cold Flank Company subió la montaña en apoyo. Era un camino áspero, por encima de una caliza que cedía bajo las botas de los soldados. A medida que subían, se encontraron con tiendas de campaña argentinas, desocupadas, que contenían cajas de muy sofisticadas pantallas nocturnas IWS (vista de arma individual), "el grado superior absoluto", recordó Lawrence, "más avanzado que los que teníamos nosotros mismos. Nos hizo preguntarnos ... qué había por delante.

Lo que quedaba inmediatamente por delante de Right Flank era un intenso fuego enemigo. Cuando los guardias intentaron un ataque de flanco contra la posición de la ametralladora argentina, el equipo enemigo de inmediato desplazó su atención del flanco izquierdo hacia ellos. El peligro venía de todas partes, como las rocas circundantes ricochetearon rondas en todas direcciones. En la cabeza de su pelotón Lawrence "trató de hacerme desaparecer en el suelo, boca abajo en la suciedad." En última instancia, lanzó una granada de fósforo directamente en la posición de ametralladora enemiga, deteniendo el fuego y la red de los británicos varios prisioneros. Esto dio a los guardias su primera mirada cercana a sus enemigos. Los marines argentinos, señaló Lawrence, "llevaban un uniforme de estilo americano: grandes parkas verdes con telarañas por encima".

A lo largo de la lucha, la montaña se bañó en una luz sobrenatural a medida que las bombas de iluminación de las bombas de los buques británicos cayeron lentamente sobre paracaídas, proyectando largas y misteriosas sombras sobre el escarpado paisaje. Añadiendo a la otra mundanalidad de la escena fue una sorpresa ventisca que envió nieve remolino alrededor de las siluetas figuras de lucha.

Mientras luchaban por recuperar su ímpetu y continuar el ascenso, los guardias escoceses encontraron fuego de francotirador de soldados argentinos ocultos en los peñascos más altos. Un guardia intentó escalar una roca que protegía a un francotirador enemigo y le dispararon. Frente a tales disparos, explosiones y trampas, los guardias luchaban hacia la cumbre, un hombre avanzaba mientras otro lo cubría. "Recuerdo haber pensado," escribió Lawrence, "que esto era como las películas."

Alrededor de las 2 de la madrugada, después de detenerse nuevamente para reagruparse, los guardias escoceses atacaron las posiciones de los Cinco Marines desde varias direcciones, superándolas una por una. Durante las tres horas siguientes, capturaron todos menos tres de los retazos enemigos.

La acción continuó durante la noche, y cuando el cielo empezó a aclararse, algunos de los guardias se habían quedado sin munición. Entre ellos estaba Lawrence. Al ver a un soldado enemigo en el suelo a su frente, él bayoneted el hombre, más tarde señalando: "Él giró salvajemente ... y mi bayoneta estalló." Usando la única arma que tenía, Lawrence recordó: "Lo apuñalé y lo apuñalé de nuevo Y de nuevo, en la boca, en la cara, en las entrañas, con una bayoneta a presión. Fue absolutamente horrible. Apuñalar a un hombre a muerte no es una manera limpia de matar a alguien. "

Lawrence entonces cogió el rifle del muerto, y usando su IWS para realzar su visión de la noche, tiró a un francotirador y tomó el arma de ese hombre también. Para entonces Lawrence estaba cerca de la cumbre, buscando desesperadamente una administración y un área de suministro enemigas. "Una vez que hubiéramos tomado eso, habríamos tomado toda la montaña."

Cuando Lawrence llegó a la cumbre, otros guardias de varios pelotones se cerraron detrás y alrededor de él. Mientras contemplaba las luces de Port Stanley, a unas cuatro millas de distancia, un rifle enemigo en cada mano, una ronda de 7.62 mm de alto alcance que golpeaba a la armadura, se estrelló contra su cabeza a 3.800 pies por segundo, destruyendo casi el 45 por ciento de su cerebro. Lawrence se encontraba en el frígido terreno durante horas antes de que un helicóptero llegara para evacuarlo y el otro herido. Al regresar a Inglaterra, sus primeras palabras al ver a su padre, un comandante retirado de la Fuerza Aérea Real, fueron: "Oh, papá ... no valió la pena".

Singularmente y en pequeños contingentes, el resto de los guardias escoceses se abrieron camino hasta la cumbre. A las ocho de la mañana, después de lo que un soldado británico denominó "horas de lucha pulgadas por pulgada por las rocas, usando granadas de fósforo y armas automáticas", Tumbledown estaba, en su mayor parte, en manos de los guardias. Los combates continuaron en el flanco oriental de la montaña, pero -bajo de municiones y refuerzos negados- el 5º Batallón de Marina de la Armada argentina fue finalmente obligado a rendirse. A las 9:45 a.m., unas 12 horas después de que sonó el primer disparo, el fuego cesó.

Mientras tanto, los propios rifles Gurkha del Duque de Edimburgo habían pasado por alto Tumbledown para capturar el Monte Guillermo al sur, mientras que los Guardias Gales se apoderaron de Sapper Hill y 2 PARA tomaron Wireless Ridge. El camino a la capital estaba abierto, la guerra prácticamente terminada. Sin embargo, el comandante de la Unidad de Comando de los Royal Marines elogió a los marineros argentinos derrotados: "[Ellos] marcharon con elegancia, sosteniendo sus colores de regimiento mientras caminaban por las calles de Port Stanley". Para su decepción, los argentinos empaparon sus estandartes con gasolina y los quemaron hasta convertirlos en cenizas mientras sus enemigos observaban.

Milagrosamente, Robert Lawrence sobrevivió pero con daño físico permanente que incluye parálisis parcial. Fue uno de los 43 soldados británicos heridos en Tumbledown; Nueve habían sido asesinados. Los marines argentinos habían sufrido al menos 30 muertos y 100 heridos. Sunday Times de Londres más tarde compartió con sus lectores que en Mount Tumbledown "los guardias escoceses se enfrentarían a la acción más dura de todos. Allí un batallón marino argentino bien entrenado fue excavado pesadamente en una serie de bunkers intrincados, cortados en la roca ... El poder de fuego de los infantes de marina era intenso e impresionante. "

Por su actuación en la batalla, los hombres del 2º Batallón, Guardias Escoceses, recibieron dos Medallas Distintas de Conducta (una póstuma), dos Medallas Militares, una Orden de Servicio Distinguido y dos Cruces Militares, una de las cuales fue a Lawrence. Dos miembros del 9 Escuadrón PARA, Ingenieros Reales, recibieron Medallas Militares, y un piloto de helicóptero que repetidamente arriesgó su vida para transportar a los heridos de la montaña durante el combate recibió la Distinguished Flying Cross.

Después de la batalla, el comandante James Riddell de los 2os guardias escoceses se paró cerca de la cresta rocosa de Tumble-down, acunando sus gaitas para jugar una marcha rápida que frecuentaba él había compuesto para conmemorar las acciones de su regimiento. Él lo llamó "Los riscos de Tumbledown Mountain", y se convertiría en un elemento básico en eventos con música de tubo. Su no era la única melodía escrita sobre la campaña de Malvinas. Pink Floyd, Dire Straits y Elvis Costello, entre otros, también pesaron, pero lejos de conmemorar la guerra, sus canciones eran una acusación de las acciones de Gran Bretaña.

Tampoco estaban solos en su desaprobación. Aunque el gobierno de Margaret Thatcher llevó una ola de sentimiento popular a otro mandato, muchos británicos continuaron cuestionando la necesidad de un conflicto armado que cobró la vida de 649 militares argentinos y 255 británicos, así como tres isleños de Malvinas y dejó miles Más heridos por una antigua posesión de valor cuestionable, a miles de kilómetros de distancia, que pocos de sus compatriotas habían sabido que existían. En cierto sentido, las cifras de víctimas son engañosas. Según la Asociación de Medallas del Atlántico Sur (SAMA, por sus siglas en inglés), una organización no gubernamental que representa y apoya a los veteranos de las Malvinas, en un plazo de 20 años desde el final de los combates, se estima que 264 veteranos británicos -más que muertos en combate- se suicidaron, Resultado del trastorno de estrés postraumático. No se ha actualizado a estas cifras en los últimos 13 años, ni las evaluaciones del número de veteranos argentinos que se suicidaron sobre lo que el veterano de combate Robert Lawrence recuerda como una guerra "corta, sangrienta, húmeda y sucia" borde del mundo."


Ron Soodalter ha escrito para la Guerra Civil Americana, la Guerra Civil, el Oeste Salvaje y el Smithsonian. Para leer más, él recomienda Tumbledown: When the Fighting Is Over, de John Lawrence y Robert Lawrence; "Reevaluación del desempeño de la lucha de los soldados conscriptos durante la Guerra Malvinas / Malvinas (1982)," por Alejandro L. Corbacho; Y la batalla para las Malvinas, por Max Hastings y Simon Jenkins.