lunes, 23 de octubre de 2023

Guerra de la Independencia: Batalla de Pasco

Juan Antonio Alvarez de Arenales

Revisionistas



General Juan Antonio Alvarez de Arenales (1770-1831)

Nació el 13 de junio de 1770 en Villa de Reinoso, situada entre Santander y Burgos (provincia de Castilla la Vieja).  Su padre fue Francisco Alvarez de Arenales, perteneciente a una distinguida familia del Distrito, quien se había propuesto para su hijo una esmerada educación, pero su prematuro fallecimiento cuando Arenales tenía solamente 9 años, malogró estos propósitos.  Su madre fue María González de antiguo linaje de la provincia de Asturias.

A la muerte de su progenitor, Arenales fue educado por su pariente Remigio Navamuel, dignatario de la iglesia de Galicia y desde sus primeros años reveló gran vocación por la carrera de las armas, razón por la cual a los 13 años era dado de alta como cadete en el famoso Regimiento de Burgos.  Por su voluntad pasó en 1784 al Regimiento “Fijo” de Buenos Aires, donde se perfeccionó en las ciencias exactas y preparó su espíritu para acometer las grandes empresas que le tocó en suerte en su larga y brillante carrera.  Su contracción al servicio y su excelente conducta le granjearon la buena disposición de sus superiores.  El virrey Arredondo el 6 de diciembre de 1794, lo promovía a teniente coronel de las milicias provinciales de Buenos Aires y, en la misma fecha, lo transfería con igual grado a las milicias del Partido de Arque (provincia de Cochabamba), nombrándolo el 26 de enero de 1795 subdelegado del mismo partido.  En dos ocasiones en que fue necesario resistir las invasiones portuguesas en la Banda Oriental, acreditó su fidelidad, honor y patriotismo.  El 10 de mayo de 1798 era designado subdelegado del Partido de Curli (Pilaya y Paspaya) en la provincia de Charcas y posteriormente el 18 de diciembre de 1804, pasaba a ocupar el mismo puesto en el partido de Yamparaes, en la misma Intendencia de Charcas.  En estos puestos administrativos, Arenales desplegó su mayor celo en la imparcial aplicación de la justicia, “especialmente en la protección de los indígenas, de cuya suerte se demostró muy especialmente solícito, por ser los más oprimidos”.  Sin embargo progresaba lentamente la infiltración revolucionaria en las colonias españolas de América: el 25 de mayo de 1809 se produce en la ciudad de Chuquisaca una rebelión contra su presidente Ramón García Pizarro, al grito de “¡Muera Fernando VII!  ¡Mueran los chapetones!”, deponiéndolo.  Encontrándose en aquella revuelta el entonces coronel graduado Alvarez de Arenales, simpatiza abiertamente con los rebeldes, no obstante su origen español, motivo por el cual le nombran comandante general de armas; organiza las fuerzas rebeldes poniéndose al frente de ellas, pero el 21 de diciembre llegan los generales Nieto y Goyeneche con tropas realistas y ahogan en sangre la rebelión, tomando preso a Arenales que ingresa en las prisiones del Callao después de permanecer seis meses en los lóbregos calabozos del Alto Perú, sufriendo la confiscación de sus bienes.  En las Casamatas de la famosa fortaleza, Arenales permaneció quince meses, durante los cuales hasta corrió el riesgo de ser fusilado.  Finalmente se evadió y embarcándose para regresar a las Provincias Unidas del Río de la Plata, naufragó en Mollendo, viéndose reducido a la desnudez y más absoluta miseria; logró llegar a las proximidades de Chuquisaca, donde supo con profunda pena el fracaso de los patriotas en la jornada de Huaqui, el 20 de junio de 1811.  Regresa a la provincia de Salta, donde había contraído enlace con María Serafina Hoyos y Torres, fundando su hogar lo que iba a ser una de las principales causas de su adhesión a la Patria naciente y del valor y lealtad con que cooperó a su emancipación.  En un admirable documento que revela su elevación espiritual se dirigió a la asamblea nacional Constituyente, solicitando la ciudadanía argentina, identificándose así con la nacionalidad que contribuía a crear.  En aquella época (1811) vivía a 36 leguas al S. de la ciudad de Salta, entre las montañas y bosques de Guachipas, en su estancia la “Pampa Grande”.

En el año 1812, el general Tristán penetró en la provincia de Tucumán con una fuerza enviada desde Lima por el virrey Abascal, dejando un destacamento en Salta.  Alvarez de Arenales que había sido electo regidor y alcalde del primer voto del Cabildo de Salta, se puso a la cabeza de un movimiento rebelde, el cual fue sofocado por los realistas, lo que obligó a Arenales a ocultarse en Salta, corriendo los mayores peligros, para esquivar la persecución de sus enemigos.  Llegado a Tucumán, justamente después de las victorias de Las Piedras (3 de setiembre de 1812) y de Tucumán (24 del mismo mes y año) allí el general Belgrano no pudo menos que simpatizar con este hombre austero en sus costumbres, estoico por temperamento y tenaz en sus propósitos.  Entre ambos se estableció rápidamente una franca amistad.  El Ejército vencedor prosiguió su avance hacia el Norte, acompañando Arenales a Belgrano en la campaña que terminó con la magnífica victoria de Salta, el 20 de febrero de 1813, que originó la capitulación del general Tristán y en la cual le cupo a Arenales actuación descollante.  El 19 de setiembre de 1818 el Director Pueyrredón le extendió el diploma acordándole el escudo de oro por la acción de Salta.

Por su participación en aquella batalla y por su decisión por la causa libertadora, el gobierno argentino le otorgó los despachos de coronel graduado, el 25 de mayo de 1813 y el 6 de julio del mismo año se le otorgaba la carta de ciudadanía que había solicitado en nota, que como queda dicho, reflejaba su espíritu selecto.  El general Belgrano lo designaba el 6 de setiembre de 1813, para el puesto de gobernador político y militar de la provincia de Cochabamba y de todas sus dependencias.  Cuando se produjeron los desastres de Vilcapugio y Ayohuma, pocos días después, el coronel Arenales quedó cortado en Cochabamba y en completo aislamiento a causa de la retirada del ejército patriota.  “Este bizarro jefe -dice el general Paz en sus Memorias póstumas-, tuvo que abandonar la capital, pero sacando las fuerzas que él mismo había formado y los recursos que pudo, se sostuvo en la campaña, retirándose a veces a los lugares desiertos y escabrosos, y aproximándose otras a inquietar los enemigos a quienes dio serios cuidados.  La campaña que emprende desde este momento el coronel Arenales coronada de triunfos, es su gloria inmortal”.  Aquella campaña tan larga como heroica, fue de consecuencias profundas para la causa de la emancipación americana. 

Mitre en su Historia de San Martín, ha trazado la vigorosa silueta de Arenales, con las siguientes palabras: “Solo hombres del temple de Arenales y de Warnes podrían encargarse de la desesperada empresa de mantener vivo el fuego de la insurrección de las montañas del Alto Perú, después de tan grandes desastres, quedando completamente abandonados en medio de un ejército fuerte y victorioso y sin contar con más recursos que la decisión de las poblaciones inermes y campos devastados por la guerra”.  La fuerza que organizó no pasaba de 200 hombres, con los que emprendió una marcha hacia Santa Cruz de la Sierra, a través de millares de realistas, a los cuales arrolló en todos los encuentros que tuvo con ellos; motivo que inflamó el ardor marcial y retempló las fibras patrióticas de sus subordinados.  Arenales llevó su valor singular hasta el extremo de atacar en La Florida, con 300 hombres, una fuerza realista al mando del coronel Blanco, justamente triple en efectivos: La acción tuvo lugar el 25 de Mayo de 1814 y es uno de los más justos timbres de la gloria de este gran soldado.  “Aún no habían cesado los cantos del triunfo -dice Pedro De Angelis- cuando el coronel Arenales, que se había separado momentáneamente de sus tropas avanzándose en persecución de los prófugos, se vio en la precisión de defender su vida contra 11 soldados enemigos, que lo acechaban para lavar en su sangre la afrenta de sus compañeros.  La lucha fue larga y obstinada, pero al fin sucumbieron los agresores, tres de los cuales quedaron muertos y los demás heridos.  Arenales extenuado por la pérdida considerable de la sangre que manaba de su cuerpo por 14 heridas de sable, hubiera perecido también sin la oportuna intervención de algunos de sus soldados atraídos por las descargas que se oían en las inmediaciones del campo”.  El gobierno de las Provincias Unidas premia tan valeroso comportamiento con el empleo de coronel efectivo discernido con fecha 19 de octubre de 1814 por el Director Supremo Gervasio Antonio Posadas y por decreto del mismo día.  Arenales era nombrado Gobernador Intendente de la Provincia de Cochabamba.  El 9 de noviembre la oficialidad y tropa de la fuerza a sus órdenes recibe un escudo que decía: “La Patria a los vencedores de La Florida”.

San Pedro, Postrer Valle, Suipacha, Quillacollo, Vinto, Sipe-Sipe, Totora, Santiago de Cotagaita, y otros muchos puntos donde sostuvo desiguales combates contra los realistas, constituyen los brillantes de la magnífica corona que ciñó la frente del héroe de la Sierra.  El triunfo de La Florida tuvo influencia preponderante en la guerra de la Independencia, al asegurar la libertad de Santa Cruz, imponiendo la evacuación de las provincias argentinas del Norte, por parte de las fuerzas del general Pezuela.  El 27 de abril de 1815 tomó la ciudad de Chuquisaca y 20 días después Cochabamba, provincia que ocupó totalmente.

Por fin, después de 18 meses de épica lucha y de incesantes fatigas y sorteando peligros a cada instante, Arenales, con su cuerpo de 1.200 hombres levantado casi en su totalidad a expensas de sus pujantes esfuerzos, con armas y elementos que fue sucesivamente capturando a sus enemigos, se incorporó al ejército patriota que iniciaba una nueva campaña en el Alto Perú bajo el mando superior del general José Rondeau.  La Patria había premiado sus esfuerzos, nombrándolo el 30 de octubre de 1814, comandante general de las tropas del interior, cargo que le fue discernido por el propio Rondeau, desde su cuartel general en Jujuy.  Poco después, el gobierno de las provincias Unidas lo promovía a coronel mayor, con fecha 16 de setiembre de 1815 y el 25 de noviembre del mismo se le otorgaba el título honorífico de coronel del Regimiento de Infantería Nº 12.  Después de la desastrosa batalla de Sipe-Sipe, el 29 de noviembre de 1815, Arenales con los restos del ejército se repliega sobre la ciudad de Tucumán.  Algunos juicios o apreciaciones contradictorias que lastimaron su alma de soldado, indujeron a Arenales a solicitar la instrucción de un sumario que pusieron en claro los servicios que había rendido a la causa independiente.  El Director Supremo, general Pueyrredón, con tal motivo, expidió el siguiente decreto:

“Hallándose este gobierno con pruebas irrefragables de la virtuosa comportación, decidido patriotismo y fidelidad del ciudadano de las Provincias Unidas, Coronel Mayor de los Ejércitos de la Patria, don Juan A. A. de Arenales y en el concepto de que cualquiera que fuesen los esfuerzos con que la maledicencia pretenda oscurecer sus distinguido servicios a la causa de la libertad, jamás contrastarán la ventajosa opinión que este benemérito jefe ha adquirido en el concepto público de la gran familia americana, sobreséase en la prosecución de este expediente, que se devolverá al interesado por conducto del General en Jefe del ejército auxiliar del Perú, para su satisfacción, etc. etc.”.  Fue Presidente del Tribunal Militar del Ejército del Norte, ejerciendo el comando en jefe, el general Belgrano.

Batalla de Cerro de Pasco

Permaneció en Tucumán prestando siempre el concurso de una incansable actividad y de sus luces en el desempeño de comisiones importantes siendo posteriormente nombrado gobernador de Córdoba en 1819.  Pero la anarquía se enseñorea del territorio argentino: Alvarez de Arenales no quiere participar en la lucha que destruirá la Patria adoptiva y por tercera vez prefirió hacer el sacrificio de su vida en defensa de la libertad americana, dirigiéndose a Chile a ponerse a las órdenes del general San Martín, que a la sazón preparaba intensamente su expedición al Perú.  “Desde que el general Arenales se presentó al general San Martín en 1820, este le honró siempre con el tratamiento de “compañero”, así en la correspondencia como en el trato familiar, siendo Arenales el único general de los de su tiempo que obtuvo tan señalada y constante distinción hasta en los actos de etiqueta”.  Desembarcado en Pisco el ejército patriota, el 8 de setiembre de 1820, Arenales recibe de San Martín el mando de una División de 1.138 hombres, que debía penetrar en la Sierra, para insurreccionar las poblaciones peruanas al mismo tiempo que abatiera el esfuerzo realista.  Arenales llega rápidamente a las ciudades de Ica (6 de octubre), Humanga (donde entra después de la victoria de Nazca, el 15 de octubre), Jauja y Jauma, produciendo en todas partes un levantamiento general contra la dominación española, capturando numerosos armamentos de las muchas partidas enemigas que encuentra y dispersa.  Alarmadas las autoridades realistas ante tales progresos, despachan al Brigadier O’Reilly para batir a Arenales y sus huestes, teniendo lugar el contacto en el Cerro de Pasco, el cual se produce después que Arenales ha tomado todas las medidas de seguridad, para conocer en lo posible, la fuerza que se aproxima, a fin de lanzar sus tropas al combate en plena seguridad de no caer en una emboscada.  La fuerza realista suma 1.200 hombres; los efectivos contrapuestos son un poco diferentes en lo que a número se refiere, pues  Arenales no puede concentrar sobre el campo de batalla más de 600 hombres.  No obstante esta disparidad, no vacila y ataca con violencia al adversario, que es derrotado completamente y que deja 58 muertos y 18 heridos sobre el campo de batalla y 343 prisioneros incluidos 23 oficiales.  Cayeron además en poder de Arenales dos cañones, 350 fusiles, todas las banderas, estandartes, pertrechos de guerra y demás elementos bélicos escapando el enemigo en la más completa dispersión, pues no lograron hacer partidas de más de 5 hombres, cayendo prisionero en la persecución el propio brigadier O’Reilly.  En conocimiento del espléndido triunfo alcanzado por Arenales, San Martín, el día 13 de diciembre, expidió la siguiente orden del día:

“La División libertadora de la Sierra ha llenado el voto de los pueblos que la esperaban: los peligros y las dificultades han conspirado contra ella a porfía, pero no han hecho más que exaltar el mérito del que las ha dirigido, y la constancia de los que han obedecido sus órdenes para unos y otros se grabará una medalla que represente las armas del Perú por el anverso y por el reverso tendrá la inscripción “A los Vencedores de Pasco”.  El General y los jefes la traerán de oro, y los oficiales de plata pendiente de una cinta blanca y encarnada; los sargentos y tropa usarán al lado izquierdo del pecho un escudo bordado sobre fondo encarnado con la leyenda, “Yo soy de los vencedores de Pasco”.  San Martín extendió el diploma correspondiente al general Arenales el 31 de marzo de 1822.




Así termino la primera campaña de la Sierra, incorporándose Arenales con su División al ejército patriota el 3 de enero de 1821, evocando su presencia los riesgos y duras penalidades sufridas, no obstante lo cual la gloria había cubierto a sus componentes, siendo recibida triunfalmente por sus compañeros de armas.  San Martín recibió de manos del glorioso vencedor del Cerro de Pasco “13 banderas y 5 estandartes, entre las que se habían tomado en las provincias de su tránsito o en el campo de batalla”.  Designado el 19 de abril del mismo año por San Martín comandante general de la División, Arenales inicia su segunda campaña de la Sierra organizando su fuerza con los cuerpos siguientes: Granaderos a Caballo, coronel Rudecindo Alvarado; Batallón de “Numancia” (1º de Infantería del ejército), coronel Tomás Heres; Batallón Nº 7 de los Andes, coronel Pedro Conde; Batallón de Cazadores del ejército, teniente coronel José M. Aguirre y 4 piezas de artillería; a estas tropas debía incorporarse la pequeña fuerza del coronel Gamarra, compuesta de patriotas peruanos.  La División Arenales partió del cuartel general de Huaura, el 21 de abril.  San Martín le ha precedido en su camino triunfal con su famosa proclama a los habitantes de Tarma, en la cual les dice: “Vuestro destino es escarmentar por segunda vez a los ofensores de la Sierra; el General que os dirige conoce tiempo ha el camino por donde se marcha a la victoria; él es digno de mandar, por su honradez acrisolada, por su habitual prudencia, y por la serenidad de su coraje: seguidle y triunfaréis”.  Arenales llega a Oyón el 26 de abril; allí encuentra la División Gamarra, que se le incorpora, la cual está casi deshecha, tal es su estado.  En Oyón, Arenales recibe detalles de las fuerzas realistas que se hacen ascender 2.500 hombres de línea.  Reorganizadas sus tropas, Arenales prosigue su avance el 8 de mayo en dirección a la Sierra.  El 12 llega a Pasco.  En persecución de Carratalá llegaba el 17 de mayo a Carguamayo; el 20 estaba con su división en Palcamayo, el 21 en Tarma, y el 24 de mayo llega a Jauja.  El armisticio de Punchauca, celebrado entre San Martín y el Virrey Laserna, interrumpió las operaciones en la Sierra, pero si bien este acontecimiento fue solemnemente propicio a Carratalá, no le fue menos a Arenales, que se entregó tesoneramente a la tarea de reorganizar e instruir sus valientes tropas.  Terminado el plazo de 20 días de armisticio, que empezó a contarse desde su concertación el 23 de mayo, el día 29 de junio Arenales prosiguió sus interrumpidas operaciones, día que ocupó por la fuerza el pueblo de Guando, capturando íntegra la compañía de cazadores del batallón realista “Imperial Alejandro”, pero una nueva suspensión  de las hostilidades concertada por el General en Jefe, que le fue comunicada aquel mismo día, obligó a Arenales a detener la marcha victoriosa que había iniciado sobre Carratalá.  El general patriota regresó a Jauja, donde se encontraba el 9 de julio, fecha en que le llegó la noticia de que el general Canterac había salido de Lima con 4.000 hombres, recibiendo Arenales en el mismo día, el parte e la dirección de marcha que seguía el jefe español.

Inmediatamente se reunió una junta de guerra, la cual por unanimidad, resolvió marchar al encuentro del ejército español, para atacarlo al pasar la cordillera; con este fin, el 10 se puso en marcha Arenales con su vanguardia por la ruta de Guancayo e Iscuchaga; el 12 llegaba la División al primer punto nombrado, donde hizo alto; allí recibió Arenales a las 10 de la noche la noticia de que Canterac ya cruzaba la cordillera en dirección conocida hacia Guancavélica.  En la madrugada del 13, la División prosigue su marcha con objeto de dar alcance a la vanguardia enemiga y batirla, pero no era aún de día cuando llegó un chasque conduciendo pliegos de San Martín, en los cuales le anunciaba la ocupación de Lima por el ejército libertador.  Simultáneamente y en carta aparte, el General en Jefe encarecía a Arenales que de ningún modo comprometiera su División en un combate, mientras no tuviera la plena seguridad de vencer, que por lo tanto, si era buscado por el enemigo, se pusiese en retirada hacia el Norte por Pasco, o hacia Lima por San Mateo, lo que dejaba a su discreción y prudencia”.  Arenales, al recibir estas instrucciones ordenó detener la marcha a sus cuerpos que estaba orientada con el fin de buscar a Canterac, para batirlo.  Las fuerzas patriotas bajo su comando, sumaban 1.300.  Ante las órdenes recibidas, Arenales resolvió regresar a Guancayo y finalmente, a Jauja, donde llegó el 19 de julio.  Después de la batalla de Ayacucho, el general Canterac confesó al general Sucre “que no sabía cómo Arenales no le atacó en aquella vez: que tuvo por cierta su derrota, si se le hubiese comprometido a un ataque, cuando tampoco podía eludirlo a causa del mal estado de sus tropas y animales”.  En la noche del mismo 19 de julio, Arenales recibió del Generalísimo más claras y terminantes instrucciones en el sentido de que la División se pusiera fuera de todo compromiso lo más prestamente posible, indicando en las mismas las direcciones en que convenía ejecutarlo.  En la madrugada siguiente Arenales se puso en marcha en la dirección señalada por San Martín, cumplimentando sus disposiciones.  El 24 de julio estaba en el pueblo de Yauli, llegando a mediodía a la cima de la cordillera.  Desde allí, el camino de San Mateo conduce a Lima.  Arenales descendió la cumbre con ánimo de situarse en San Mateo y esperar allí nuevas órdenes; este punto dista 26 leguas de Lima y 9 o 10 de la cumbre, pues el intenso frío reinante lo decidió a seguir su marcha hasta San Juan de Matucana, distante 19 leguas de Lima a donde llegó el día 25.  Finalmente, el 31 de julio, Arenales recibió orden del Protector de replegarse sobre Lima con su División, la cual abandonó la quebrada de San Mateo y entró en la Capital en los primeros días de agosto con más de 1.000 hombres menos de los que contaba cuando salió de Jauja, como resultado de la deserción que sufrió por parte de los milicianos peruanos, al abandonar la región de la Sierra, en cumplimiento de órdenes superiores.  El pueblo de Lima recibió a la División con particulares demostraciones de aprecio, saliendo fuera de las murallas considerable gentío que acompañó a la División medio desnuda hasta sus cuarteles en medio de los vivas más entusiastas.  Arenales anticipó su entrada, vestido de paisano “pues nunca gustó de este género de cortesía y mucho menos en aquella ocasión en que creía haber menos motivos para ellas”.  El 28 de julio se había proclamado solemnemente la Independencia del Perú.  Arenales, el 22 de agosto de 1821, fue designado por el Protector, Presidente del departamento de Trujillo y comandante militar del mismo en el cual, siguiendo las instrucciones de San Martín, formó y disciplinó dos batallones de infantería y dos escuadrones de cazadores a caballo, enviando a Lima, además, a 1.800 reclutas de acuerdo con el general Sucre, gobernador de Guayaquil que había concertado el plan de libertar a Quito, cuando una grave enfermedad postró a Arenales, que se vio forzado a ceder a otro la gloria de Pichincha.  Restablecida su salud, Arenales fue llamado a Lima para encargársele la expedición a Puertos Intermedios, comando que rehusó y fue en cambio otorgado al general Alvarado.  Arenales no aceptó aquel comando no obstante haber declarado Sucre que serviría a las órdenes de aquél, “pues le reconocía su antigüedad y méritos y ser Arenales un acreditado general”.

En cambio aceptó el cargo de comandante en jefe del ejército del centro para expedicionar a la Sierra; pero no pudiendo realizar esta campaña por falta de recursos Arenales pidió sus pasaportes para el Río de la Plata, pretextando que sólo continuaría en el mando si el gobierno le garantizaba recursos y el apoyo de su autoridad.  Recibió la promesa gubernativa de este apoyo y de aquella garantía, pero en realidad no se cumplimentó nada ante sus justificadas demandas, poniéndose por el contrario, la situación día a día más crítica.  El Congreso quiso premiarlo y le acordó una medalla de oro con la inscripción: “El Congreso Constituyente del Perú al mérito distinguido”.  Agradeciendo Arenales este honroso y merecido premio expuso ante el Congreso Peruano cuál era el estado de su División en la segunda campaña de la Sierra y su incapacidad para buscar al enemigo.  No consiguiendo su objeto, a pesar de su insistencia, se vio obligado a pedir sus pasaportes, sintiendo la necesidad de ver a su familia después de una ausencia de cinco años, la cual por esta causa carecía de lo más necesario.  Ante tan imperiosa demanda, el Congreso decretó socorros para la familia del general Arenales, a cuenta de sueldos y premios acordados por la Municipalidad.  Entre otros nombramientos y honores que había recibido del gobierno del Perú, aparte de los señalados en el curso de esta biografía, conviene destacar: Fundador de la Orden del “Sol del Perú”, el 10 de diciembre de 1821; Gran Mariscal del Perú, el 22 de diciembre del mismo año.  La medalla acordada por decreto del 15 de agosto de 1821 y discernida el 27 de diciembre del mismo; Consejero de la Orden del “Sol del Perú”, el 16 de enero de 1822, con la pensión vitalicia de 1.000 pesos anuales; Jefe del Estado Mayor General de los Ejércitos del Perú el 25 de igual mes y año, el ya citado nombramiento de General en Jefe del Ejército del Centro, discernido el 14 de diciembre de 1822, por el general San Martín.  En Chile el 28 de marzo de 1822 había sido condecorado con la “Legión del Mérito” y el 14 de noviembre de 1820 el Director O’Higgins le otorgaba los despachos de Mariscal de campo de aquel Estado.

Después de su representación ante el Congreso peruano, el sufrimiento del Ejército llegó a su colmo y el inflexible Arenales se vio en la imprescindible necesidad de elevar una queja formal firmada por todos los jefes del cuerpo, a nombre del Ejército, señalando el abandono en que éste se hallaba, al cual no se reponían las bajas siempre crecientes, haciendo resaltar los males palpables resultantes de esa inacción, terminando su exposición con la súplica de que se emprendiera la campaña de la Sierra que abriría nuevos recursos a la capital y destruiría en parte el descontento general que produce la inacción y la miseria.  Alejado del Perú, pasó a Chile, llegando a la provincia de Salta, donde fue elegido gobernador el 29 de diciembre e 1823.  A los cuidados de la administración interior se reunieron otros que interesaban a toda la República.  Arenales fue comisionado por el gobierno el 22 de marzo de 1825 para atacar al general español Olañeta, que después de la jornada de Ayacucho permanecía al frente de una fuerza realista entre el desaguadero y Tupiza, y para cumplimentar esta orden marchó con una División para dispersarla.  El coronel Carlos Medinaceli perteneciente a las fuerzas del general Olañeta se sublevó contra su jefe y se produjo un choque entre ambos bandos, el 1º de abril de 1825, en Tumusla, donde pereció Olañeta.  Medinaceli y casi todo el resto de la fuerza realista, se entregó a Arenales, terminando así, completamente la guerra de la Independencia sudamericana.  Por ese tiempo tuvo lugar el pronunciamiento de Tarija en provincia independiente dirigiéndose Arenales al gobierno nacional, cuyo apoyo le falló a causa de la guerra que acababa de declararse al Brasil y las reclamaciones de Arenales quedaron suspendidas por disposición superior en virtud de la misión de Alvear destinada a entrevistarse con Bolívar.  Los esfuerzos posteriores del general Arenales, tendientes a evitar la desmembración, no fueron suficientes para eludirla por la influencia decisiva del caudillo colombiano.  En 1826 realizó una exploración de las costas del río Bermejo, buscando la posibilidad de su navegación, de acuerdo con una compañía constituida a tal efecto, y proyectó un camino de acceso al mismo, a la par que trazaba un plano defensivo contra los indígenas.  Poco antes se había concentrado en la tarea de organizar un cuerpo de 500 hombres para engrosar las fuerzas que alistaba la República para combatir con el imperio del Brasil.  Fue en mérito a tantos afanes y desvelos, que el presidente Rivadavia le otorgó con fecha 7 de agosto de 1826, el empleo de Brigadier de los Ejércitos de la Patria.  El 11 de febrero de este mismo año el ministro de Guerra por orden de Rivadavia nombró a Arenales “General de todas las tropas existentes en Salta”.

“El general Arenales –dice uno de los biógrafos- estrechamente ligado al gobierno presidencial, y sobre todo a la persona de Rivadavia, era la principal columna con que el gabinete presidencial contaba para organizar un poderoso grupo de fuerzas, que apoyando a Lamadrid en Tucumán, pudiera servir para desalojar de la provincia de Santiago del Estero a Ibarra, a Bustos de la provincia de Córdoba, para establecer en ambas el partido enemigo de éstos caudillos, que por lo mismo empezaba a llamarse liberal, y sofocar por fin en La Rioja la naciente nombradía de Quiroga”.  No alcanzó a realizar sus propósitos, pues en Salta se preparaba una asonada con el objeto de deponerlo, pretextando sus enemigos de que quería perpetuarse en el mando; el movimiento estalló encabezado por el Gral. Dr. José Ignacio Gorriti, el 28 de enero de 1827, y después de algunas incidencias, el movimiento se resolvió en el combate de Chicoana, el 7 de febrero, resultando exterminado, pues sólo se salvó un soldado.  Arenales se vio obligado a refugiarse en Bolivia, cuyo presidente el general Sucre, lo trató con toda deferencia.  Se dedicó a las faenas rurales para subvenir al mantenimiento de su numerosa familia.  Arenales estuvo casado con Serafina de Hoyos, con la cual tuvieron muchos hijos. 

Una inflamación de garganta terminó con su vida en Moraya (Bolivia) el 4 de diciembre de 1831.

Fuera de los cargos y comisiones que se han detallado, el general Arenales fue designado el 23 de julio de 1823 por el ministro Rivadavia, para determinar como Representante de las Provincias Unidas del Río de la Plata, la línea de ocupación por parte del Perú, entre las autoridades españolas y las de los territorios limítrofes, especialmente el de estas provincias.  Para cumplimentar tal misión, debió trasladarse a Salta, donde se situó.

Frías dice: “Arenales, solo ya, sigue peleando sin pensar en rendirse.  Un feroz hachazo le tiene el cráneo abierto en uno de sus parietales.  Su cara está tinta en sangre.  Otro tajo horrible le abre desde arriba de la ceja hasta casi el extremo de la nariz, dividiéndola en dos; otro le parte la mejilla derecha, por bajo el pómulo, desde el arranque de la sien hasta cerca de la boca.  En fin: trece heridas tiene despedazada su cara, su cabeza y su cuerpo –por lo que sus adversarios le llamarían con el apodo de “El Hachado”- y todas están manando sangre; pero él defiende la vida haciéndola pagar caro”.

“El bravo general sigue peleando solo, sin pensar en rendirse.  Todos sus demás enemigos están heridos por su espada; más uno de ellos, que logra colocarse por detrás, le da un recio golpe con la culata del fusil; le hunde bajo de la nuca el hueso, derribándolo al suelo sin sentido, y boca abajo; con lo que lo dejaron por muerto, y continuaron la fuga”.

Repatriación de sus restos

El historiador Fermin V. Arenas Luque aportó datos valiosos en cuanto al destino que sufrieron los restos mortales de héroe de “La Florida”: “Cuando un terrible temblor sacudió al pueblo de Moraya, la iglesia parroquial se derrumbó.  Las sepulturas se removieron y por esta macabra circunstancia algunas fueron objeto de actos profanatorios.  Con el propósito de que pudiese ocurrir lo mismo con los restos de Arenales, el coronel Pizarro los sacó del lugar en que se hallaban y los depositó en el osario común, excepto la calavera, que quedó en poder de dicho militar”.  Tiempo después, en 1874, la calavera del prócer fue remitida desde Moraya a Buenos Aires, para ser entregada a su hija María Josefa Alvarez de Arenales de Uriburu, permaneciendo en poder de sus descendientes hasta fines de la década de 1950.

A lo largo del Siglo XX, en la provincia de Salta, se promovieron múltiples iniciativas tendientes a tributarle los debidos homenajes y el justo reconocimiento por la sobresaliente actuación del general Arenales, una de ellas, de gran significación, fue la que impulsó al Primer Arzobispo de Salta, el insigne monseñor Roberto J. Tavella, quien interpretó cabalmente el deseo de los salteños para que sus restos descansen en la tierra en donde consolidó su hogar y en la cual ejercitó su mandato como gobernador.  Monseñor Tavella decidió contactarse con los descendientes directos del prócer en Salta, sus sucesores Uriburu Arenales, que a la sazón la integran las familias: Castellanos Uriburu y Zorrilla Uriburu, al tiempo que remitió una carta a los otros miembros de la familia Uriburu Arenales, residentes en Buenos Aires, con el objeto de solicitarles la remisión de sus restos mortales, a fin de que los mismos descansen en el Panteón de las Glorias del Norte, en virtud de los nobles servicios prestados a la Patria.

En uno de los párrafos más salientes de la misiva de Monseñor Tavella al doctor Guillermo Uriburu Roca afirmaba: “… la presencia de esta reliquia, vendría a completar la constelación sanmartiniana de Arenales, Alvarado, y Güemes, los puntos básicos de la estrategia del Gran Capitán, que tendrán en el Panteón de las Glorias del Norte de nuestra Catedral, el reposo junto con la admiración de Salta, su tierra amada, y de todos los americanos”.  En la Capital Federal, reunidos los sucesores del prócer en el domicilio de la señora Agustina Roca de Uriburu, estos procedieron a labrar una escritura pública por la entrega de tan inestimable tesoro familiar, ante el escribano Luis. M. Aldao Unzué, encontrándose presentes en esa ocasión los doctores Atilio y Pedro T. Cornejo, quienes posteriormente trasladaron la urna provisoria a Salta.

Una vez arribados a Salta, monseñor Tavella convino en atesorar dicha reliquia en la Capilla Privada del Arzobispado, hasta tanto se concluyesen con los trabajos de armado de la urna definitiva.  Posteriormente en la sede del Comando de Ejército con asiento en Salta, y ante la presencia de autoridades civiles, militares eclesiásticas y miembros de la familia del prócer, uno de sus sucesores, don Federico Castellanos Uriburu procedió a introducir la calavera de su antepasado en la urna que actualmente se encuentra en el referido Panteón.

De este modo, aquél joven español, que se sumara con denuedo a la guerra por la libertad americana y que luego de sobrellevar una existencia fraguada de triunfos y contrastes, hoy es motivo de tributo y gratitud del pueblo salteño y de los miles de hombres y mujeres que visitan Salta.  Todo lo entregó en aras de sus ideales independentistas, legando para la historia, su testimonio de nobleza humana y su gallardo temple militar.

Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.

Frías, Bernardo – Historia del general D. Martín Güemes y de la Provincia de Salta de 1810 a 1832.

Paz, José María – Memorias póstumas.

Portal Informativo de Salta

Portal www.revisionistas.com.ar

Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1938)

 

domingo, 22 de octubre de 2023

SGM: El linchamiento de los guardias del campo de concentración de Dachau

Linchando a los guardias SS





Los guardias del campo, asesinados en venganza, yacen junto a las vías del tren en el campo de concentración de Dachau.


Guardias del campo asesinados, asesinados en asesinatos por venganza, yacen junto a una pared en el campo de concentración de Dachau.


viernes, 20 de octubre de 2023

SGM: Fuerzas de desembarco japonesas

Desde el mar a la costa

W&W



Capacidades de desembarco japonesas

A principios del período de entreguerras, el Tratado de Washington había dado a cada una de las tres principales potencias marítimas una especie de razón para mantener una capacidad anfibia en el Pacífico. Como el tratado había prohibido la construcción de nuevas bases en el Pacífico occidental o el fortalecimiento de las bases existentes allí, una estrategia exitosa en cualquier conflicto entre las tres potencias requeriría la ocupación de bases enemigas o la recuperación de bases perdidas por el enemigo. Pero en la década de 1930, para Gran Bretaña, el peligro parecía provenir de las fuerzas aéreas y terrestres de un enemigo mucho más cercano a casa. En un contexto tan estratégico, era bastante difícil conseguir fondos para la marina, y mucho menos para la expansión de los Royal Marines como fuerza anfibia. Durante estos años, el conservadurismo profesional, las restricciones presupuestarias y las conclusiones desalentadoras sobre la campaña de los Dardanelos también limitaron el desarrollo de la capacidad de guerra anfibia en las fuerzas armadas británicas al ámbito de los estudios del personal y la prueba de lanchas de desembarco, vehículos y equipos en ejercicios. que en teoría no tenían oposición. Finalmente, en este período, Gran Bretaña no tenía ningún enemigo contra el cual se requirieran operaciones anfibias. En tales condiciones, es comprensible que Gran Bretaña no desarrolló ni la doctrina ni las fuerzas para las operaciones anfibias.

De las tres principales potencias navales, Estados Unidos tenía la motivación más fuerte para desarrollar una capacidad de guerra anfibia, ya que la ocupación japonesa de Micronesia al comienzo de la Primera Guerra Mundial había colocado a Japón directamente en el camino de cualquier flota estadounidense que cruzara el Pacífico central hacia rescatar o retomar las Filipinas. El tratado prohibió a Japón fortificar las islas del Pacífico. Pero esta prohibición no disminuyó de ninguna manera la convicción estadounidense de que las islas tendrían que ser tomadas por la fuerza, reforzada por sospechas fuertes pero equivocadas de que Japón, antes de finales de la década de 1930, había fortificado las islas en violación de su compromiso del tratado. Por lo tanto, con un enemigo específico y un teatro de operaciones específico en mente, las fuerzas armadas de los EE. UU., a través de la práctica de desembarco y el estudio del personal, gradualmente construyeron una capacidad de guerra anfibia. En este esfuerzo, los dos servicios principales participaron en cierta medida: el ejército y la marina se unieron periódicamente a ejercicios de desembarco de flotas de cierta escala tanto en el Pacífico como en el Caribe en la década de 1930 e hicieron contribuciones limitadas a la redacción de los manuales tácticos que sirvieron de doctrina. guías para operaciones anfibias.

Pero debido a que las prioridades tácticas de los dos servicios estaban en otra parte, el Cuerpo de Marines de los EE. UU. tuvo que desarrollar la doctrina de guerra anfibia estadounidense y, por lo tanto, labrarse una misión y una razón de ser profesional, a la que el cuerpo nunca ha renunciado. El desarrollo de esa doctrina y las armas, el equipo y la estructura de la fuerza para apoyarla se han discutido en otras publicaciones y están más allá del alcance de este libro. Baste decir que el reconocimiento por parte de la Infantería de Marina del terreno y la configuración de las playas de Micronesia, a las que había apuntado para sus operaciones, forzó a los tácticos de la Infantería de Marina a las realidades doctrinales que sus homólogos británicos y japoneses no estaban obligados a afrontar en el futuro. período de entreguerras. La estrechez de las islas bajas de Micronesia aseguró que las operaciones de desembarco se encontraran con una feroz oposición enemiga en la orilla del agua y, por lo tanto, requerirían la planificación más cuidadosa, la carga de transporte más eficaz y la coordinación más precisa con los disparos navales para tener éxito. La travesía de los arrecifes de coral que rodean a la mayoría de estas islas requeriría el empleo de transportes y vehículos anfibios que aún no están en los arsenales de ninguna potencia marítima. El terreno plano de los atolones de Micronesia significaba que incluso los disparos de alta velocidad y trayectoria plana podrían no destruir los búnkeres bajos excavados en el coral y la arena de los atolones. Con el tiempo, los elementos de la capacidad de guerra anfibia del Cuerpo de Infantería de Marina (comando unificado, carga de combate, ajustes en la artillería naval, movimiento de barco a tierra controlado de cerca, lanchas de desembarco anfibio y apoyo aéreo especializado) se unieron y encontraron expresión en el tipo de guerra que ni las fuerzas armadas británicas ni japonesas habían considerado seriamente.

El desarrollo de una capacidad de desembarco anfibio ofrece una especie de excepción al lamentable historial de no cooperación entre los dos servicios armados de Japón. Dado que casi todas las guerras modernas de Japón se libraron fuera de las islas de origen, por necesidad, las operaciones iniciales del ejército, los desembarcos en una costa enemiga, requirieron el apoyo de la marina, un hecho que el almirante Yamamoto comentó con cierta ironía. Japón fue así una de las primeras naciones en comprender la importancia de las operaciones anfibias modernas, sin las cuales no podría esperar establecer una presencia militar en el continente asiático. La cooperación de la armada en el desembarco de las tropas del ejército en las costas coreanas durante las guerras chino-japonesa y ruso-japonesa había marcado la pauta para las operaciones anfibias del futuro: desembarcos sin oposición, a menudo en varios lugares de desembarco simultáneamente, realizados por la noche para lograr sorpresa y tener el control de la costa al amanecer.


Nave de las SS del Ejército Imperial Japonés No 19



Sin embargo, hasta la década de 1930, ninguno de los dos servicios mantuvo una fuerza que tuviera operaciones de desembarco para su misión principal, como lo hizo el Cuerpo de Marines de EE. UU. El papel del ejército en estas guerras se dedicó principalmente a las grandes batallas terrestres del interior y, por tanto, su interés inicial por las operaciones anfibias fue escaso; fue la marina la que mantuvo una modesta capacidad para proyectar su poder en tierra. La mayoría de los buques de guerra japoneses tenían una parte de sus tripulaciones (generalmente menos de un tercio) designada para su uso como rikusentai (grupo de desembarco naval) compuesto por marineros que habían recibido un mínimo de entrenamiento en infantería y armas pequeñas y que podían ser desembarcados en caso de que surge la necesidad. En la China ribereña, particularmente en Shanghai y en el Yangtze, estas fiestas en la costa se usaban con mayor frecuencia. Allí, las cañoneras japonesas compartían los ríos con embarcaciones similares de naciones occidentales en la protección de sus nacionales y sus intereses comerciales en los puertos del tratado río arriba. Ya en 1897, en Shanghai, la armada había desembarcado estas pequeñas fuerzas, aparentemente para sofocar algún disturbio o hacer frente a alguna amenaza para las vidas y propiedades japonesas. Rikusentai había estado entre las primeras unidades en tierra en la Guerra Ruso-Japonesa, se había utilizado en la ocupación de las islas controladas por los alemanes en Micronesia y había encabezado la intervención japonesa en Vladivostok en 1918. Pero las partidas de desembarco naval se utilizaron más ampliamente en China, donde a menudo realizaban tareas de guarnición después de asegurar un lugar de desembarco en particular. En particular, tal unidad había formado una guarnición permanente en las afueras del barrio japonés del Asentamiento Internacional en Shanghai, a partir de 1927. Sin embargo, en su armamento, equipo y habilidades de combate, la unidad difícilmente podría considerarse una fuerza anfibia formidable.

Hasta la Primera Guerra Mundial, el ejército japonés apenas había pensado en los problemas de la guerra anfibia. Pero el desastre de los aliados en Gallipoli, que demostró la dificultad de los desembarcos en una costa bien defendida, cambió drásticamente la perspectiva del ejército. Al concluir que sus futuros desembarcos —en Filipinas y en otros lugares— podrían tener que hacerse frente al fuego enemigo, el ejército comenzó a insistir en un papel más destacado en la planificación anfibia. Por esa razón, el ejército se unió activamente a la armada en una serie de ejercicios de guerra anfibia durante la década de 1920: en la costa de Shikoku en 1922, en la Bahía de Ise en 1925, en Niijima en las Islas Izu en 1926 (donde el ejército probó su primer tanque anfibio), y a lo largo de la costa de Wakayama en 1929. En estas maniobras, ambos servicios resolvieron problemas de apoyo de fuego de la marina, mapas para bombardeos conjuntos, comunicaciones y control de barco a tierra, varios tipos de lanchas de desembarco, asaltos por divisiones fuerzas, el uso de proyectiles de humo y el movimiento de tropas en grandes extensiones de agua. A partir de la experiencia adquirida en estas maniobras, el ejército y la marina desarrollaron juntos una serie de pautas para las operaciones anfibias. Entre estos, el Tairiku sakusen koyo (Esquema de operaciones anfibias) de 1932 se convirtió en el manual permanente sobre el tema. Como resultado de cinco años de deliberaciones interservicios, el documento estableció claramente los principios para la cooperación ejército-marina en operaciones anfibias y delineó la responsabilidad de los comandantes en varios niveles.

La erupción de los combates en Shanghai en 1932 provocó un cambio en la atención y el esfuerzo relativos dedicados a las operaciones anfibias por los dos servicios armados. En febrero, el grupo de desembarco naval japonés permanente se enfrentó a las fuerzas nacionalistas en las calles de la ciudad y resultó gravemente ensangrentado en el proceso. Temiendo que su guarnición fuera invadida, la armada pidió ayuda al ejército para hacer retroceder al enemigo. Aunque se logró desembarcar una brigada mixta para relevar al asediado grupo de desembarco, la experiencia dejó mucho que desear desde el punto de vista del ejército. Los primeros desembarcos se realizaron en embarcaciones de la Armada sin blindaje ni armamento y con cantidades inadecuadas de municiones y armas.

La actuación mediocre de la armada en los combates de Shanghai en 1932 hizo que la armada modificara la forma en que se organizaron, armaron y emplearon sus partidas de desembarco navales. Ahora estaba perfectamente dispuesto a dejar el desarrollo de una importante capacidad anfibia al ejército, incluido el diseño de barcos de atraque, transportes y barcos de desembarco. Pero en su determinación de reducir su dependencia tradicional en la formación de partidas de desembarco ad hoc de los buques de guerra en la estación, una medida que solo agotó sus complementos y redujo su eficiencia, la marina decidió crear fuerzas de desembarco permanentes y especializadas para pequeñas y limitadas fuerzas de desembarco. misiones a escala. Así nació la Fuerza Especial de Desembarco Naval, inicialmente de fuerza de batallón y armada con no más que armas pequeñas y morteros, pero ampliamente entrenada en operaciones de desembarco. Se formaron cinco unidades en la década de 1930, una en Shanghai y otra en las principales bases de la marina en las islas de origen: Yokosuka, Kure, Sasebo y Maizuru. Cada unidad con base nacional fue diseñada para ser embarcada en buques de guerra, generalmente cruceros ligeros o destructores, cuyos cañones navales podrían apoyar las misiones limitadas y especializadas proyectadas por la marina.

El descontento del ejército con sus acciones en Shanghai también lo llevó a reconsiderar su dependencia de la marina para las operaciones anfibias. Como primer paso, buscó la asistencia de la Armada en el desarrollo de un buque de desembarco especializado. El Shinshu-maru, diseñado y construido por la marina según las especificaciones del ejército, fue el primer barco de cualquier nación específicamente concebido para operaciones anfibias, un prototipo del muelle de desembarco desarrollado más tarde por la Marina de los Estados Unidos. El ejército también desarrolló lanchas de desembarco para tanques y perfeccionó el entrenamiento de varias divisiones especialmente destinadas a operaciones anfibias. A través de estos desarrollos, el ejército se convirtió en el socio dominante en la conducción de la guerra anfibia incluso cuando el papel de la marina se redujo a proporcionar apoyo con fuego y convocar lanchas de desembarco del ejército a las playas. Aún así, ambos servicios continuaron cooperando para perfeccionar el entrenamiento y las tácticas anfibias.

Este entrenamiento demostró su valor cuando estalló la guerra de China en Japón en 1937. La primera operación anfibia de ese conflicto, en agosto, en la desembocadura del Yangtze, revirtió la disposición anterior de desembarcos dirigidos por la marina en la que la marina usaba sus buques de guerra para traer las tropas del ejército a tierra. Pero fuerzas del ejército más grandes fueron desembarcadas por buques del ejército, incluido el Shinshu-maru, en una operación de libro de texto que siguió los principios establecidos en el "Esquema de operaciones anfibias": un desembarco sin oposición, al amanecer y en varios lugares simultáneamente. Durante los siguientes catorce meses tuvieron lugar otros tres desembarcos importantes en los que participaron fuerzas divisionales: en Hangchow Bay en noviembre de 1937; en Ta-ya Wan (Bias Bay) cerca de Hong Kong en octubre de 1938; y en Bocca Tigris (Humen) a la entrada del río Pearl el mismo mes. Todos siguieron el patrón esencial de la doctrina anfibia japonesa establecida.


Creado como respuesta a las deficiencias percibidas en sus lanchas de desembarco durante las operaciones en China, los nuevos diseños estaban destinados a desembarcar un mayor número de tropas que los diseños anteriores. El primer diseño, destinado a suceder al Shinshu Maru, tomó la cubierta de pozo de ese barco y agregó una cubierta de vuelo de longitud completa para que los aviones despeguen (pero no aterricen). El barco resultante de 11.000 toneladas (el Akitsu Maru) se parecía a un portaaviones, pero sin hangar y con una cubierta para el lanzamiento de 29 lanchas de desembarco y 4 buques de apoyo, como su predecesor.

Los desembarcos japoneses en la guerra de China proporcionaron una excelente experiencia en la resolución de los problemas de procedimiento y logísticos de las operaciones anfibias a gran escala. Si bien estas operaciones, sin oposición como estaban, apenas pusieron presión sobre los recursos anfibios japoneses, en palabras de un estudio comparativo reciente, demostraron que en la guerra anfibia, “Japón entró en la Segunda Guerra Mundial tan bien preparado como los Estados Unidos, tanto en términos de las fuerzas operativas y doctrina publicada ".

Como se discutió, en la década de 1930 el ejército había llegado a dominar el desarrollo de la guerra anfibia japonesa, particularmente en transporte, equipo, decisiones estratégicas y la escala de fuerzas directamente involucradas. Sin embargo, las principales misiones del ejército fueron la derrota de las fuerzas terrestres enemigas y la ocupación de grandes masas de tierra. Por esta razón, el ejército nunca consideró primordial su función anfibia. Lo mismo podría decirse de la armada, por su obsesión por la batalla decisiva en el mar. Sin embargo, la armada, enfrentada con los problemas de apoderarse de las posesiones de islas británicas y estadounidenses en el Pacífico, continuó manifestando un gran interés en mejorar su capacidad anfibia.

Así, a medida que se acercaba la probabilidad de una guerra en el Pacífico, la armada comenzó a ampliar, fortalecer y diversificar tanto sus fuerzas de desembarco como sus misiones. Las fuerzas especiales de desembarco navales crecieron hasta convertirse en batallones ampliados de unos dos mil hombres, equipados no solo con armas pequeñas sino también con armas pesadas, incluidos cañones navales de 3 pulgadas y obuses. Después del estallido de la guerra, los batallones a veces se ampliaron combinando dos o más de esas unidades en un nuevo tipo de organización denominada Fuerza Especial Combinada de Desembarco Naval. En vísperas de la Guerra del Pacífico, algunos oficiales se inspiraron para promover una fuerza anfibia poderosa y semiindependiente, pero la idea nunca recibió mucho interés por parte de los jefes de la marina, atrapados como estaban en el fortalecimiento de la línea de batalla. Sin embargo, se realizaron otras propuestas para extender el poder de la marina en tierra, la principal de ellas la idea de envoltura vertical. La armada había reconocido las posibilidades de esta nueva dimensión de la guerra después de los éxitos de los paracaidistas alemanes en Europa en 1940. A finales de ese año, bajo la designación encubierta de "Experimento 1001", la armada japonesa comenzó el entrenamiento secreto de paracaidistas para hombres seleccionados de su naval especial. fuerzas de desembarco, y al estallar la guerra había organizado al menos dos unidades de paracaidistas dentro de esas fuerzas. Las fuerzas se desempeñaron de manera excelente en varias operaciones combinadas que contribuyeron a la rápida conquista de las Indias Orientales Holandesas en los primeros meses de la Guerra del Pacífico.

En vísperas de la Guerra del Pacífico, por lo tanto, Japón tenía buenas razones para estar sumamente confiado en su capacidad para realizar operaciones anfibias. Esta confianza fue fundamental para su decisión estratégica de dar realidad militar al antiguo concepto de nanshin, el empuje hacia el sur del poder japonés en el sudeste asiático. De hecho, los primeros meses de la Guerra del Pacífico demostraron cuán eficazmente los servicios armados de la nación habían dominado los problemas logísticos y doctrinales de las operaciones anfibias. Los desembarcos japoneses en el sudeste asiático, a menudo de noche, por fuerzas que aterrizaban por separado pero concentradas en el punto de ataque, se llevaron a cabo con una velocidad, sorpresa y economía de fuerza que sembró la confusión y la consiguiente desmoralización entre sus británicos, holandeses y estadounidenses. enemigos. En estas operaciones, el papel de la marina era más leve que el del ejército, pero las poderosas fuerzas de cobertura de la primera, tanto distantes como cercanas, así como su destrucción de la oposición aérea enemiga, fueron causas necesarias, si no suficientes, para el éxito de las operaciones.

Sin embargo, con el final de las principales ofensivas japonesas en el Pacífico, la misión de las fuerzas terrestres de la marina cambió de la guerra móvil a la de posiciones. De hecho, el precedente del cambio se había establecido ya en 1939, con la ocupación japonesa de la isla de Hainan, frente a la costa del sur de China. Su incautación había sido en gran parte una operación de la armada, y con su finalización, las fuerzas especiales de desembarco naval involucradas se habían transformado en una fuerza de guardia naval cuya misión era la defensa y la seguridad interna. Con la ocupación de un círculo ampliado de territorios insulares en el Pacífico central y suroeste a principios de la guerra, la marina se vio obligada a repetir este modelo. Sus fuerzas terrestres recibieron cada vez más misiones defensivas y su organización se modificó en consecuencia. Cada vez más, las fuerzas especiales de desembarco navales de ataque rápido a bordo de barcos fueron reemplazadas por konkyochitai (fuerzas de base) y sus subordinadas keibitai (unidades de guardia), a menudo organizadas y despachadas apresuradamente para defender las bases avanzadas de la marina en el Pacífico. Aunque algunas de ellas demostraron ser extremadamente resistentes al ataque, la mayoría fueron finalmente aniquiladas por las ofensivas anfibias estadounidenses más poderosas que cualquier operación similar que Japón hubiera montado, o simplemente fueron pasadas por alto y, por su aislamiento, se volvieron ineficaces.

Claramente, entonces, la habilidad particular dominada por la armada japonesa para proyectar su poder en tierra fue la habilidad de realizar desembarcos anfibios sin oposición, operaciones llevadas a cabo contra costas no defendidas o ligeramente defendidas. Esta facilidad se manifestó ampliamente en todas las guerras modernas de Japón. En estos conflictos la armada, así como el ejército, demostraron dominio del complejo problema táctico y logístico de poner tropas en tierra en desembarcos marcados por el sigilo, el engaño y la dispersión.

Lo que la marina nunca desarrolló fue una capacidad de asalto anfibio. Este término significa la capacidad, como la desarrollada por el Cuerpo de Marines de los EE. UU., de realizar un desembarco anfibio en medio de la resistencia decidida de un enemigo alerta, fortificado y atrincherado. De hecho, la única experiencia de la armada en tales operaciones, el asalto a la isla Wake en diciembre de 1941, fue casi un desastre y reveló cuán poco preparados estaban los servicios armados de Japón para emprenderlas.

Hay que reconocer, sin embargo, que durante toda la historia de la armada japonesa, el asalto anfibio fue irrelevante. Desde la Guerra Sino-Japonesa de 1894-95 hasta el primer año de la Guerra del Pacífico, la marina no tuvo necesidad de tal capacidad. Para 1943, incluso si las fuerzas armadas de Japón hubieran desarrollado la doctrina, el entrenamiento, las fuerzas y las técnicas para llevar a cabo un asalto anfibio, su incapacidad para establecer un control local marítimo y aéreo en las áreas en disputa del Pacífico habría hecho imposibles tales operaciones.