Morir matando: la caída del General Silvestre en Annual
La llegada de los héroes de Igueriben heridos, agotados y deshechos terminó por quebrar para siempre la moral de las tropas
El general Manuel Fernández Silvestre junto con otros oficiales del Ejército Español en las proximidades de Melilla en febrero de 1921. Archivo militar de Guadalajara
Alas 19:30 horas del 21 de julio, informa Silvestre al ministro de Guerra que Annual está completamente rodeado, pidiendo que la escuadra bombardee los poblados de los Beni Urriagel y Bocoya. Silvestre reúne a sus oficiales: «Señores, el enemigo vendrá muy pronto sobre el campamento; es numeroso, está bien dirigido y, como todos hemos visto, emplea eficientemente procedimientos de asedio por lo que siendo consciente de lo arriesgado que es una retirada, la más complicada que puede hacer un ejército, seguramente con más del 50% de bajas», les informa de que a pesar de todo ha tomado la decisión de retirarse hacia Dar Drius. El coronel Manella defiende seguir en Annual y morir matando.
El 22, a las 04:55 de la madrugada, Silvestre informa al ministro de que se retira. Enfrente tiene entre 8.000 y 10.000 harqueños que doblan en número a sus tropas. Los regulares empiezan a desertar. Sus oficiales, pistola en mano, vigilan a sus soldados para pegarle un tiro al primero que se pase. Comienza el ataque sobre Annual. El caos se apoderó de las tropas. La policía indígena desertó, lo que agravó la situación en las filas españolas. Las columnas comienzan a evacuar la posición. Silvestre decide permanecer en la extrema retaguardia haciendo frente al enemigo hasta que hayan salido todos sus hombres. De Silvestre se pueden criticar muchas cosas menos su valor. Pistola en mano combate acompañado del moro amigo KIaddur Namar. Según algunos testigos murió combatiendo en primera línea, herido en una pierna, cae acuchillado por un joven rifeño de Tesamán que no sabe quién es su enemigo. Algunos testigos dirán que «Silvestre colocó su pistola y se disparó un tiro en la barbilla» antes que caer prisionero.
Contra el primero que pase
La retirada es lenta y muy sangrienta. El coronel Manella y el sargento que mandaba las escoltas de Silvestre mueren combatiendo codo con codo. Las bajas son enormes. La guarnición de la posición C sale de estampida mientras que la guarnición de la posición B, una compañía del Ceriñola y un destacamento de artillería, se hacen matar defendiendo su puesto: los rifeños llevaron la noche anterior a un corneta del San Fernando para que tocase la contraseña y así poder entrar en el puesto, pero el corneta tocó fuego y los atacantes sufrieron muchas bajas.
La cabeza de la columna logra llegar a donde les esperan los jinetes de Alcántara mientras que en la cola de la columna el capitán Sabaté intenta mantener algo de orden. Primo de Rivera en Izumar intenta parar a punta de pistola la oleada de soldados que huyen despavoridos, pero le resulta imposible. Algunos oficiales logran organizar alguna resistencia, pero pronto las tropas vuelve a desbandarse. Los de San Fernando retroceden combatiendo ordenadamente gracias al temple de su teniente coronel Pérez Ortiz y de sus oficiales.
Una vez que los de Alcántara son rebasados, Primo de Rivera retira a su unidad hacia Ben Tieb para seguir protegiendo el repliegue hasta llegar a Dar Drius. El general Navarro ha llegado a Monte Arruit. Ya conoce la suerte que ha corrido Silvestre. Ahora es el responsable militar de todo lo que ocurra. Da la orden de que las tropas sigan retrocediendo. Vuelve a Dar Drius a donde van retirándose las pequeñas guarniciones desperdigadas por el territorio acosadas por los moros. Primo de Rivera recibe la orden de Navarro de salir a proteger su retirada; tres pequeñas columnas intentan llegar por campo abierto desde Ain Kert, Carramidar y Chaif desangrándose en campo abierto. Arenga Primo a sus hombres; «¡Jinetes el Alcántara, vamos a ver cómo vengamos la muerte de nuestros hermanos!». Cargan dos veces y el enemigo sin trabar contacto se desbanda. En Ceuta, ya se prepara el envió de legionarios y regulares para Melilla. La Legión comienza su marcha forzada a Melilla. El 23 en «Telegrama del Rif» anunciaba: «De un momento a otro llegaran refuerzos».
El 22 de julio de 1921, la columna emprende un insoportable, fatigoso y durísimo viaje hacia Tetuán a pie de más de 24 horas de duración Un grupo de legionarios en 1921
Luis E. Togores || La Razón El teniente coronel Millán Astray, cuando ya sus tropas están a punto de entrar en Tazarut y terminar con la revuelta de El Raisuni en la zona occidental, recuerda: “(…) el día 22 de julio, a las cuatro de la madrugada nos llama a su tienda el general Álvarez del Manzano y nos da la orden de salir inmediatamente con una Bandera hacia Tetuán; en el camino recibiremos órdenes. ¿Qué sucede? Nada sabemos. Llamamos a los comandantes, sortean para quedarse o salir. Le toca a Franco marchar… Emprendemos el viaje… ¡Era que Melilla nos llamaba!”. El comandante Franco cuenta en “Diario de una Bandera”: “Son las dos de la mañana; en el silencio de la noche escucho la voz del teniente coronel que ordena que llamen al comandante Franco; no era preciso, salí de la tienda y me uní a él. ¿Sucede algo? ¿Hay que salir? -le pregunto-. Tiene que partir lo antes posible una Bandera para el Fondak; como no sabemos para qué es ni a dónde va, sortear entre vosotros. Lo mismo podéis ir a una empresa de guerra que a guarnecer preventivamente cualquier puesto a retaguardia”.
La marcha se va haciendo insoportable, pues llevamos andando desde las 3 de la madrugada con sólo dos horas de descanso y las plantas de los pies son una pura llagaPiris Berrocal
La I Bandera inicia la marcha desde Rokba Gozal hacia Ceuta antes de amanecer. Van andando. Millán Astray viaja en el coche del general Álvarez del Manzano. En 17 horas llegan al Fondak por caminos montañosos. Duermen 3 horas en el suelo, para lograr llegar a Tetuán a las 10 de la mañana del 22. Recuerda el legionario Piris Berrocal: “Al final del primer tiempo se nos da un rancho caliente y una hora de descanso con el fin de que nos refresquemos los pies que se encuentran llenos de ampollas, por la dureza de la marcha y naturaleza del terreno. Bajo un sol abrasador continuamos hacia el Fondak que se encuentra a una distancia considerable, distancia que se ve aumentada por un despiste de la cabeza que produce una propina de unos veinte kilómetros. La marcha se va haciendo insoportable, pues llevamos andando desde las 3 de la madrugada con sólo dos horas de descanso y las plantas de los pies son una pura llaga. Por fin, llenos de fatiga, con grandes alargamientos de la columna y muchos agotados, llegamos al Fondak sobre las 12 de la noche, después de una marcha de 17 horas sin parar. Cuando llegamos al campamento se nos ordena montar las tiendas y se nos da un rancho caliente que nadie recoge de cansados que estamos. El mando llama desde Tetuán apremiando para continuar la marcha, pero nuestro Teniente Coronel expone la situación en que nos encontramos y la marcha que llevamos, por lo que le dan un plazo hasta las cuatro de la madrugada del día 23 para que la reanude.(…) A las cuatro de la madrugada como se había prometido, se emprende la marcha con grandes dificultades por el estado de los pies y hasta que no se calientan, los tormentos son insufribles, pero pronto, con el andar, nos olvidamos de ellos. Los oficiales nos animan y nos jalean para levantarnos el ánimo y pronto surgen las canciones, los chistes y las bromas que van alegrando el camino y permiten aumentar el ritmo de la marcha”.
Al socorro de Melilla
Han recorrido 101 km. a pie, con todo el equipo, en día y medio. Ahora es cuando se enteran de lo que ha ocurrido en Annual. Tienen que llegar lo antes posible a Ceuta para embarcar rumbo a la indefensa Melilla. Es necesario que La Legión entre en combate lo antes posible. El comandante Fontanés acude también a la carrera con su II Bandera desde el Zoco de Beni Arós. Al llegar a Ceuta los legionarios, Sanjurjo le dice al jefe del Tercio: “Salimos con una columna de socorro a Melilla; venís Santiago y los legionarios con dos Banderas, una batería, ingenieros, transportes de Intendencia… Silvestre se ha suicidado”. En el cuartel ceutí de El Rey, Millán Astray arenga a sus legionarios:
“-¡Legionarios! De Melilla nos llaman en su socorro. Ha llegado la hora de los legionarios. La situación allá es grave; quizá en esta empresa tengamos todos que morir. ¡Legionarios!, si hay alguno que no quiere venir con nosotros, que salga de la fila, que se marche; queda licenciado ahora mismo… Legionarios. Ahora jurad: ¿Juráis todos morir, si es preciso, en socorro de Melilla?
- Sí, juramos.
- ¡Viva España! ¡Viva el Rey! ¡Viva la Legión!”
La tropa embarca en el vapor “Ciudad de Cádiz”. Con ellos suben los generales Álvarez del Manzano y Sanjurjo. En el barco van los legionarios apiñados en la bodega y en cubierta. A las 8 de la tarde del 23 de julio salían de Ceuta rumbo a Melilla.
El 20 de julio, el coronel Manella, jefe del Regimiento Alcántara, se hace cargo del mando de Annual. Los harqueños encienden hogueras en los montes llamando a otras cabilas para unirse al combate contra España. Desde Annual salen tres columnas con el fin de socorrer a Igueriben pero fracasarán en su intento. La compañía del capitán Del Rosal llegará a las inmediaciones de las posiciones españolas, pero los harqueños los diezman, no están dispuestos a que entre ni una sola gota de agua ni una bala en Igueriben. Manella ordena el repliegue de las columnas. El sargento Francisco Martín Prieto y cincuenta voluntarios se ofrecen para jugarse el todo por el todo para socorrer a los camaradas. Sus mandos les prohíben realizar el intento al considerarlo un suicidio.
Ese mismo día, el general Navarro llega a Annual para hacerse cargo del mando de las operaciones. En la zona occidental, El Rausini está prácticamente vencido. Ese mismo día los harqueños comienzan a lanzar sus ataque sobre Annual en la zona oriental. Los soldados moros de Regulares están inquietos. El comandante Benítez, jefe de Igueriben, y sus hombres se encuentran al borde de su capacidad de resistencia. Carecen de agua, alimentos y casi de munición. Para colmo de males, un proyectil de artillería disparado por los rifeños destruye dos de las cuatro cajas de munición que les quedaban. En la noche del 20 al 21 de julio llueve, lo que alivia en algo la situación de los defensores. Navarro comienza a planificar la retirada. No solo resulta imposible llegar a Alhucemas, sino conservar lo ya conquistado. La posibilidad de quedar sitiados es una realidad.
Para la retirada se crea una nueva posición, la C, que tiene que asegurar que el camino a Izumar quede abierto y libre de enemigos. El 21, en Dar Drius, están concentrados los escuadrones de Alcántara con órdenes de permanecer a la espera de acontecimientos. Al mando del regimiento está el teniente coronel Fernando Primo de Rivera, ya que el coronel Manella está en Annual. Annual es atacado en fuerza. Navarro informa a Silvestre de que sus tropas están en inferioridad numérica y con la moral muy baja, son soldados de cuota y los regulares y la policía indígena dan muestras de que a la menor oportunidad se pueden pasar al enemigo. Silvestre se dirige a la ratonera de Annual para hacerse cargo directamente del mando, al tiempo que de los aduares van llegando más guerreros para unirse a la harcas que luchan contra los españoles.
Las cosas no marchan bien
Siete y cuarto de la mañana del 21, Navarro escribe desde Annual: «La situación del enemigo y el terreno obligan a dividir las fuerzas en dos columnas (...) débiles, y si añado que el espíritu de las tropas no es todo el necesario para compensar la debilidad, me creo en el deber de exponer la desconfianza de conseguir el objetivo que desde el momento que llegué a esta posición he perseguido...». Las cosas no marchan bien. Silvestre ordena marchar a Annual a los jinetes de Alcántara y a un tabor de Regulares. A Melilla empiezan a llegar noticias de lo que ocurre en Annual y el miedo, como una mancha de aceite, lentamente, empieza a extenderse por la ciudad.
Navarro va a hacer un último y desesperado esfuerzo para socorrer a Igueriben. Manella se pone al frente de una fuerza de tres mil hombres. Mientras, el regimiento Alcántara deja Dar Drius para escoltar a Silvestre hasta Annual acompañado de un tabor de Regulares. Los de Alcántara llegan al desfiladero de Izumar. Abandonan su equipo en tierra ante la posibilidad de entrar en combate: «Dejamos todo cuanto entorpece la marcha y el combate si llegara el caso (...) haciendo alto el Regimiento entre los campamentos de Annual». Silvestre ya casi ha llegado. Puede ver el avance muy lento de las columnas de Manella que sufren muchas bajas, por lo que monta a caballo para llegar al galope a Annual. Silvestre quiere entrar en batalla con las tropas aún disponibles en Annual, con los regulares y los jinetes de Alcántara que llegan de refuerzo.
Navarro intenta disuadirle, las columnas están clavadas ya sobre el terreno, pero el coronel Manella, en un último esfuerzo, logra llegar a Igueriben. Los de Alcántara piden entrar en combate. Silvestre lo impide. Se ha liberado Igueriben a un enorme precio, pero Silvestre se da cuenta de la terrible situación en la que se encuentran las tropas. Silvestre ordena a sus ayudantes que sorteen quiénes de ellos se queda con él. Los dos piden seguir en Annual, pero la decisión de Silvestre es firme. Sabe lo que se aproxima. Navarro parte para Melilla para hacerse cargo del mando en persona en previsión de lo que va a ocurrir. El espíritu numantino de los españoles flota en el ambiente.
Silvestre ordena evacuar Igueribe. El comandante Benítez obedece, pero le escribe diciendo que nunca esperó recibir esa orden. La tropa se retira abandonando a su suerte a enfermos y heridos. La salida de los defensores se realiza luchando cuerpo a cuerpo. Muchos oficiales permanecen en Igueriben combatiendo hasta el último momento en la alambrada, donde se dan muerte para no caer en manos de los rifeños. De los oficiales de Igueriben solo sobrevivió el teniente Casado Escudero, herido en un pie, que fue hecho prisionero. Benítez logra una laureada a título póstumo.
Las demandas de Franco habían sido modestas en comparación con las hechas por Mussolini, para quien la rendición francesa fue una oportunidad enviada por el cielo para implementar sus planes a largo plazo para un vasto imperio italiano en África. En 1940 pidió a los alemanes Córcega, Túnez, Djibuti y bases navales en Toulon, Ajaccio y Mers-el-Kebir en la costa argelina, y planeaba invadir Sudán y la Somalilandia británica. Los vuelos de fantasía de Mussolini se extendieron a la anexión de Kenia, Egipto e incluso, en sus momentos más vertiginosos, Nigeria y Liberia. La respuesta de Hitler fue gélida, porque en ese momento su Ministerio de Relaciones Exteriores estaba preparando un plan "para racionalizar el desarrollo colonial en beneficio de Europa". Un imperio italiano ampliado no foaba parte de este plan.
El fascismo siempre se había tratado de la conquista. Como un joven inadaptado que vivía rencorosamente al margen de la sociedad, Mussolini se había convencido a sí mismo de que "solo la sangre podía hacer girar las ruedas manchadas de sangre de la historia". Este seguía siendo su credo: la violencia era un medio válido y deseable para que un gobierno se saliera con la suya en casa y en el extranjero. "¡Me importa un carajo!", Fue el eslogan de los matones de Camisa Negra de Mussolini, y lo aplaudió como "prueba de un espíritu de lucha que acepta todos los riesgos". La violencia era esencial para que Italia alcanzara el lugar que le correspondía en el mundo y el imperio territorial que mantendría sus pretensiones. Sin embargo, el imperio proyectado de Mussolini no se trataba solo de acumular poder: prometió que, al igual que su predecesor romano, llevaría la ilustración a sus súbditos. Los italianos estaban preparados para esta noble tarea porque, como insistía el Duce, "es nuestro espíritu el que ha puesto a nuestra civilización en los caminos secundarios del mundo".
El cine informó a las masas de los ideales y logros de la nueva Roma. Un corto de propaganda de 1937 titulado Scipione l’Africano mezcló glorias pasadas y presentes. Había imágenes de la reciente visita de Mussolini a Libia, donde se le ve viendo una representación espectacular de la victoria de Escipión sobre Cartago con elefantes y soldados italianos vestidos como legionarios romanos. Le siguieron escenas de un simulacro de triunfo romano, alternadas con tomas del nuevo César, Mussolini, inspeccionando a sus tropas. También hay imágenes de bebés y madres rodeadas de niños como recordatorio de la campaña del Duce para aumentar la tasa de natalidad, lo que, entre otras cosas, proporcionaría un millón de colonos para un imperio africano ampliado.
La misión civilizadora del fascismo se describió gráficamente en la secuencia inicial de la película de propaganda de 1935 Ti Saluto, Vado in Abissinia, producida por el Instituto Colonial Fascista. Contra una banda sonora de música discordante hay imágenes espeluznantes de esclavos encadenados, un bebé llorando mientras sus mejillas están marcadas con marcas tribales, un leproso, mujeres que bailan, un ras (príncipe) abisinio con sus exóticas insignias, el emperador Haile Selassie a caballo inspeccionando infantes modernos y, para complacer a los cinéfilos, primeros planos de chicas desnudas bailando. La oscuridad y las imágenes grotescas dan paso a la luz con los primeros compases de la alegre canción popular del título de la película, y sigue una secuencia de soldados jóvenes y alegres con equipo tropical que abordan un buque de tropas en la primera etapa de su viaje para reclamar esta tierra ignorada. para la civilización. Los noticiarios celebraron los triunfos del "progreso": uno mostraba una aldea somalí "donde la maquinaria importada por nuestros agricultores ayuda a los nativos a cultivar la tierra fértil", y en otro, el rey Victor Emmanuel inspecciona hospitales y obras hidráulicas en Libia. En la prensa, los piratas fascistas halagaron a Italia como "la madre de la civilización" y "la más inteligente de las naciones".
#
El progreso requería un orden fascista. Un año después de la toma del poder de Mussolini en 1922, las operaciones comenzaron a asegurar Libia por completo, en particular la región desértica del suroeste de Fezzan. El progreso fue lento, a pesar de los aviones, los vehículos blindados y los tanques, por lo que en 1927 Italia, al igual que España, recurrió al fosgeno y al gas mostaza. Bajo el mando del mariscal Rodolfo Graziani, las fuerzas italianas presionaron tierra adentro a través del Sahara, condujeron a los rebeldes y sus familias a campos de internamiento y ahorcaron a los insurgentes capturados. La lucha se prolongó durante cuatro años más y terminó con la captura, el juicio y la ejecución pública en 1931 del capaz y atrevido líder partisano, Omar el-Mukhtar. Al igual que Abd el-Krim, se convirtió en un héroe para las generaciones posteriores de nacionalistas norteafricanos: hay calles que llevan su nombre en El Cairo y Gaza.
Somalia también recibió una fuerte dosis de disciplina fascista. Se abandonó el gobierno indirecto y los jefes de los clientes que habían controlado efectivamente un tercio de la colonia fueron derrotados por una guerra librada entre 1923 y 1927. El proyecto de ley aumentó las deudas de Somalia, que se redujeron ligeramente por un programa de inversión en riego y efectivo. cultivos, todos los cuales fueron subvencionados por Roma. Los italianos se vieron obligados a comprar plátanos somalíes, pero su consumo simplemente evitó la insolvencia. El flujo de inmigrantes fue decepcionantemente pequeño: en 1940 había 854 familias italianas arando el suelo libio y 1.500 colonos en Somalia.
Habiendo reforzado el control de Italia sobre Libia y Somalia, Mussolini se dedicó a lo que era, para todos los patriotas, el asunto inconcluso de Abisinia, donde un ejército italiano había sufrido una infame derrota en Adwa en 1896. El fascismo restauraría el honor nacional y agregaría una colonia potencialmente rica al nuevo Imperio Romano, que pronto sería ocupado por colonos.
Abisinia, conocida como Etiopía por su emperador y sus súbditos, era uno de los estados más grandes de África, cubría 472.000 millas cuadradas, y había sido independiente durante más de mil años. Fue gobernado por Haile Selassie, "León de Judá, Electo de Dios, Rey de reyes de Etiopía", un benevolente absolutista que remonta su ascendencia a Salomón y Saba. Su autocracia contó con el apoyo espiritual de la Iglesia copta, que predicó las virtudes de la sumisión al Emperador y la aristocracia. Un noble, Ras Gugsa Wale, resumió la filosofía política de su casta: "Es mejor para Etiopía vivir de acuerdo con las antiguas costumbres de antaño y no le beneficiaría seguir la civilización europea".
Sin embargo, esa civilización estaba invadiendo Abisinia y continuaría haciéndolo. En 1917 se inauguró el ferrocarril entre el Djibuti francés y Addis Abeba; entre otras mercancías transportadas se encontraban envíos de armamento moderno para el ejército y la fuerza aérea embrionaria de Haile Selassie (tenía cuatro aviones en 1935) y empresarios europeos en busca de concesiones. El Emperador era un gobernante progresista vacilante que esperaba lograr un equilibrio entre la tradición y lo que llamó "actos de civilización".
Las disputas fronterizas proporcionaron a Mussolini el pretexto para una guerra, pero primero tuvo que superar el obstáculo de la intervención externa orquestada por la Liga de Naciones. Abisinia era miembro de ese organismo que, en teoría, existía para prevenir guerras a través del arbitraje y, nuevamente en teoría, tenía la autoridad para llamar a los miembros a imponer sanciones a los agresores. La Liga era un tigre de papel: no había podido detener la toma japonesa de Manchuria en 1931, y las sanciones económicas contra Italia requerían la cooperación activa de las armadas británica y francesa. Esto no fue posible, porque ninguna potencia tenía la voluntad de un bloqueo que podría convertirse en una guerra contra Italia, cuyo ejército, marina y fuerza aérea fueron sobreestimados por los servicios de inteligencia británicos y franceses. Además, ambas potencias se sentían cada vez más inquietas por las ambiciones territoriales de Hitler y esperaban, en vano como resultó, contar con la buena voluntad de Mussolini. Un intento anglo-francés de apaciguar a Mussolini ofreciéndole un trozo de Abisinia (el Pacto Hoare-Laval) no logró disuadirlo ni ganar su favor. Curiosamente, este recurso a la diplomacia cínica de la partición temprana de África provocó indignación en Gran Bretaña y Francia.
Ninguna nación estaba preparada para estrangular el comercio marítimo de Italia para preservar la integridad abisinia, por lo que la apuesta de Mussolini dio sus frutos. La lucha comenzó en octubre de 1935, con 100.000 soldados italianos respaldados por tanques y bombarderos que invaden desde Eritrea en el norte y Somalia en el sur. En contra de ellos estaba el pequeño ejército profesional abisinio armado con ametralladoras y artillería y levas tribales mucho mayores levantadas por los rases y equipadas con todo tipo de armas, desde lanzas y espadas hasta rifles modernos.
El curso de la guerra ha sido trazado admirablemente por Anthony Mockler, quien nos recuerda que, a pesar de la disparidad entre el equipamiento de los dos ejércitos, la conquista de Abisinia nunca fue el paseo que los italianos habían esperado. En diciembre, una columna respaldada por diez tanques fue emboscada en el valle de Takazze. Uno, enviado en un reconocimiento, fue capturado por un guerrero que se acercó sigilosamente detrás del vehículo, saltó sobre él y golpeó la torreta. Se abrió y mató a la tripulación con su espada. Rodeados, los italianos intentaron reunirse alrededor de sus tanques y fueron invadidos. Otro equipo de tanques murió después de que abrieron su torreta; otros fueron derribados e incendiados, y dos fueron capturados. Casi todas sus tripulaciones murieron en la derrota que siguió y cincuenta ametralladoras capturadas. El comandante local, el mariscal Pietro Badoglio, fue sacudido por este revés y contraatacó con un avión que atacó a los abisinios con bombas de gas mostaza.
Como en Marruecos, el gas (así como las bombas convencionales) compensaron el descuido de las tropas y el pánico, aunque los italianos excusaron su uso como venganza por la decapitación en Daggahur de un piloto italiano capturado después de que acabara de bombardear y ametrallar la ciudad. Se ofrecieron negaciones en lugar de excusas cuando se lanzaron bombas sobre hospitales marcados con cruces rojas.
Intensivos bombardeos aéreos y gas volcaron la guerra a favor de Italia. En mayo de 1936, Addis Abeba fue capturada y, poco después, Haile Selassie se exilió. Los delegados italianos lo abuchearon cuando se dirigió a la Sociedad de Naciones en Ginebra, y los londinenses lo vitorearon cuando llegó a Waterloo. Permaneció en Inglaterra durante los siguientes cuatro años, a veces en Bath, donde su amabilidad y encanto fueron recordados durante mucho tiempo. En Roma, se colocó una imagen del León de Judá en el monumento a los muertos de la guerra de 1896; Adwa se había vengado. La grandilocuencia de Mussolini estuvo a la altura de las circunstancias con declaraciones de que Abisinia había sido "liberada" de su atraso y miserias seculares. La libertad adoptó formas extrañas, ya que el Duce decretó que a partir de entonces era un crimen para los italianos convivir con mujeres nativas, lo que él consideraba una afrenta a la virilidad italiana, y prohibió que los italianos fueran empleados de los abisinios.
En Abisinia, los italianos asumieron el papel de raza superior con un gusto espantoso. Se hicieron esfuerzos para exterminar a la élite intelectual abisinio, incluidos todos los maestros de escuela primaria. En febrero de 1937, un intento de asesinar al virrey Graziani provocó un pogromo oficial en el que los abisinios fueron asesinados al azar en las calles. Camisas negras armadas con dagas y gritando: ¡Duce! ¡Duce! 'Abrió el camino. Las matanzas se extendieron al campo después de que Graziani ordenara al gobernador de Harar "Disparar a todos, digo a todos, rebeldes, notables, jefes" y a cualquiera "considerado culpable de mala fe o culpable de ayudar a los rebeldes". Miles fueron masacrados durante los siguientes tres meses.
La subyugación de Abisinia resultó tan difícil como su conquista. Se desplegaron más de 200.000 soldados en una guerra de guerrillas de pacificación. La nueva colonia de Italia se estaba convirtiendo en un lujo caro: entre 1936 y 1938 sus gastos militares totalizaron 26.500 millones de liras. En el caso de una guerra europea, este enorme ejército disuadiría una invasión anglo-francesa y, como esperaba Mussolini, invadiría Sudán, Djibuti y quizás Kenia, mientras las fuerzas con base en Libia atacaban Egipto. El virrey Graziani estaba seguro de que Gran Bretaña estaba ayudando en secreto a la resistencia abisiniana y Mussolini estuvo de acuerdo, aunque se preguntó si el Komintern también podría haber estado involucrado.
En 1938, su propio servicio secreto estaba difundiendo propaganda anti-británica a Egipto y Palestina a través de Radio Bari. En abril de 1939, alarmados por el flujo de refuerzos a las guarniciones italianas en Libia y Abisinia, los británicos hicieron preparativos secretos para operaciones encubiertas para fomentar los levantamientos nativos en ambas colonias. Al mismo tiempo, las fiestas de jóvenes italianos, aparentemente en vacaciones en bicicleta, difundieron el mensaje fascista en Túnez y Marruecos, y los alumnos judíos fueron prohibidos en las escuelas italianas en Túnez, Rabat y Tánger. África ya se estaba viendo envuelta en los conflictos políticos de Europa.
#
Fuera de Alemania e Italia, la opinión europea sobre la guerra de Abisinio estaba marcadamente dividida: antifascistas de todo tipo estaban en contra de Mussolini, mientras que los derechistas tendían a apoyarlo por motivos raciales. Sir Oswald Mosley, cuya Unión Británica de Fascistas estaba secretamente respaldada por Mussolini, descartó a Abisinia como un "conglomerado de tribus negras y bárbaras sin un principio cristiano". Lord Rothermere, propietario del Daily Mail, instó a sus lectores a respaldar a Italia y "la causa de la raza blanca", cuya derrota en Abisinia sería un ejemplo aterrador para africanos y asiáticos. Evelyn Waugh, a quien Rothermere le encargó cubrir la guerra, le confió a un amigo sus esperanzas de que los abisinios fueran "gaseados hasta convertirlos en mierda".
Tales reacciones, y la despreocupación moral de Gran Bretaña y Francia, conmocionaron a los africanos educados en África Occidental. El episodio abisinio había empañado la noción de imperialismo benevolente acariciado en ambas naciones, y parecía condonar las opiniones de los africanos como un pueblo primitivo, más allá de los límites de la humanidad y la civilización. En palabras de William Du Bois, un académico negro estadounidense y defensor de los derechos de los negros, la guerra de Abisinio había destrozado la "fe en la justicia blanca" del hombre negro. Los negros de Harlem se habían ofrecido como voluntarios para luchar, pero el gobierno estadounidense les había negado las visas. Du Bois creía que sus instintos habían sido correctos, porque en el futuro, "El único camino hacia la libertad y la igualdad es la fuerza, y la fuerza al máximo".
Justo cuando los africanos daban sus primeros pasos tentativos hacia la nacionalidad y la independencia, España e Italia lanzaron lo que resultaron ser las últimas guerras de conquista a gran escala en el continente, en Marruecos y Abisinia. Ambas naciones fueron impulsadas por la codicia y los agravios históricos que alegaban que sus legítimas ambiciones imperiales habían sido frustradas o pasadas por alto por las grandes potencias. Los celos y el orgullo herido fueron los que sintieron con más fuerza los políticos de derecha, los soldados profesionales, los hombres de dinero y los periodistas que presionaron por la expansión imperial, prometiendo que generaría prestigio y ganancias. En Italia, el imperialismo agresivo y el encaprichamiento por las glorias del Imperio Romano fueron fundamentales para la ideología del Partido Fascista de Mussolini, que tomó el poder en 1922. Como España, Italia era un país relativamente pobre con reservas de capital y recursos industriales limitados, deficiencias que fueron ignorado o pasado por alto por los entusiastas imperiales que argumentaban que a largo plazo las guerras imperiales se pagarían por sí mismas.
En 1900 España era una nación en eclipse. Durante los últimos cien años había sido ocupada por Napoleón y había soportado guerras civiles periódicas por la sucesión real; entró en el siglo XX desgarrado por violentas tensiones sociales y políticas. La enfermedad de España quedó brutalmente expuesta en 1898, cuando fue derrotada por Estados Unidos en una corta guerra que terminó con la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, todo lo que quedaba de su vasto imperio del siglo XVI.
La vergüenza nacional se sintió más profundamente en los niveles superiores de una sociedad jerárquica donde se arraigó la convicción de que España solo podía redimirse y regenerarse mediante una empresa colonial en Marruecos. El apoyo a esta empresa fue más apasionado entre los numerosos oficiales del ejército español (había uno por cada cuarenta y siete soldados), que encontraron aliados en el rey Alfonso XIII, la Iglesia católica profundamente supersticiosa y oscurantista y los conservadores de las clases medias y terratenientes. . El ejército tenía su propio periódico, El Ejército Español, que proclamaba que el imperio era el "derecho de nacimiento" de todos los españoles y predijo que las "armas" "ararían la tierra virgen para que la agricultura, la industria y la minería florecieran" en Marruecos.
Marruecos era el nuevo El Dorado de España. En 1904, España y Francia acordaron en secreto compartir Marruecos, y los franceses salieron mejor con las regiones más fértiles. La porción de España era el litoral de la costa mediterránea y las inaccesibles montañas Atlas del Rif, hogar de los bereberes ferozmente independientes. La guerra comenzó en 1909 y oficiales jubilosos, incluido el joven Francisco Franco, esperaban con ansias medallas y ascensos, mientras que los inversores promocionaban concesiones mineras y agrícolas. El optimismo se disolvió en el campo de batalla y, al cabo de un año, el ejército español se vio empantanado en una guerra de guerrillas, como lo había hecho en Cuba cuarenta años antes. Se convocaron refuerzos apresuradamente, pero en julio de 1909 la movilización de los reservistas desencadenó un levantamiento popular entre los trabajadores de Barcelona. Los ganadores de pan y sus familias no querían participar en la aventura marroquí, y desde entonces todos los partidos de izquierda se opusieron a una guerra que ofrecía a los trabajadores nada más que el servicio militar obligatorio y la muerte. Los reclutas resentidos tuvieron que ser endurecidos por los impuestos marroquíes (Regulares) y, en 1921, la siniestra Legión Extranjera Española (Tercio de Extranjeros), una banda de forajidos en su mayoría españoles cuyo lema era '¡Viva la Muerte!' Estos mercenarios aparecieron una vez en un ceremonial desfile público con cabezas bereberes, orejas y brazos con pinchos en sus bayonetas.
La resistencia fue más fuerte entre los bereberes del Atlas, quienes no solo defendieron su patria montañosa sino que crearon su propio estado, la República del Rif, en septiembre de 1921. Su fundador y espíritu rector fue un visionario carismático, Abd el-Krim, un jurista que había Una vez trabajó para los españoles, pero creía que la libertad, la felicidad y la prosperidad futuras de los bereberes solo podrían lograrse mediante la creación de una nación moderna e independiente. Tenía su propia bandera, emitía billetes y, bajo la dirección de el-Krim, estaba emprendiendo un programa de regeneración social y económica que incluía esfuerzos para eliminar la esclavitud. El ejército de Riffian estaba bien preparado para una guerra partidista. Sus soldados eran principalmente jinetes armados con rifles de última generación, apoyados por ametralladoras y artillería moderna. Los riffianos también tuvieron buena suerte, ya que se enfrentaron a un ejército con líneas de comunicación tenues y dirigidos por generales torpes.
La superioridad de Riffian en el campo de batalla quedó espectacularmente demostrada en julio de 1921, cuando España lanzó una ofensiva con 13.000 hombres diseñados para penetrar en las colinas del Atlas y asegurar una victoria decisiva. Lo que siguió fue la derrota más catastrófica jamás sufrida por un ejército europeo en África, la Batalla de Annual. Los españoles fueron superados, atrapados y derrotados con una pérdida de más de 10,000 hombres en la lucha y la consiguiente derrota. Los oficiales huyeron en vehículos, los heridos fueron abandonados y torturados y su comandante, el general Manuel Fernández Silvestre y Pantiga, se disparó. Las circunstancias de su muerte fueron irónicas, en la medida en que su porte varonil y su bigote extendido, tupido y cuidadosamente peinado se ajustaban tan estrechamente al estereotipo europeo del héroe imperial victorioso. Una autopsia sobre la debacle anual reveló la imprudente confianza excesiva de Silvestre, su obsequioso deseo de satisfacer el deseo del rey Alfonso XIII de una rápida victoria, una logística destartalada, un precipitado colapso de la moral y las deserciones masivas de los Regulares marroquíes.
España respondió con más ofensivas fallidas, pero ahora las deficiencias de sus comandantes fueron compensadas por la última tecnología militar. Las bombas de fosgeno y gas mostaza lanzadas desde aviones pondrían de rodillas a los riffianos. Esta táctica fue fuertemente impulsada por Alfonso XIII, un borbón con todas las limitaciones mentales y los prejuicios de sus antepasados. Juntos, sus generales lo persuadieron de que, si no se controlaba, la República del Rif desencadenaría "un levantamiento general del mundo musulmán por instigación de Moscú y de los judíos internacionales". España luchaba ahora para salvar la civilización cristiana, tal como lo había hecho en la Edad Media cuando sus ejércitos expulsaron a los moros de la península ibérica.
La tecnología para lo que ahora se llama armas de destrucción masiva tuvo que ser importada. Científicos alemanes supervisaron la fabricación del gas venenoso en dos fábricas, una de las cuales, cerca de Madrid, se denominó "La Fábrica Alfonso XIII". Se compraron más de 100 bombarderos de fabricantes británicos y franceses, incluido el enorme Farman F.60 Goliath. En noviembre de 1923 se habían completado los preparativos y un general esperaba que la ofensiva de gas exterminara a los miembros de la tribu del Rif.
Entre 1923 y 1925, la fuerza aérea española bombardeó ciudades y pueblos del Rif con 13.000 bombas llenas de fosgeno y gas mostaza, así como con explosivos convencionales de alta potencia. Las víctimas sufrieron llagas, furúnculos, ceguera y quemaduras en la piel y los pulmones, se sacrificó el ganado y se marchitaron los cultivos y la vegetación. La contaminación residual persistió y fue fuente de cánceres de estómago y garganta y daño genético.4 Los detalles de estas atrocidades permanecieron ocultos durante setenta años, y en 2007 el parlamento español se negó a reconocerlos o considerar una compensación. El gobierno marroquí hizo caso omiso de las revelaciones, por temor a que pudieran agravar los agravios de la descontenta minoría bereber.
Las armas convencionales en lugar de las químicas derribaron la República del Rif. Signos preocupantes de que la guerra de España en el Rif podría desestabilizar al Marruecos francés llevó a Francia al conflicto en 1925. Más de 100.000 soldados, tanques y aviones franceses se desplegaron junto con 80.000 españoles, y las fuerzas riffianas, superadas en número, se desintegraron. Los camarógrafos de noticiarios (una novedad en los campos de batalla coloniales) filmaron al cautivo Abd el-Krim cuando comenzaba la primera etapa de su viaje al exilio en Reunión en el Océano Índico. Fue trasladado a Francia en 1947 y luego trasladado a El Cairo donde murió en 1963, un anciano estadista venerado del nacionalismo norteafricano.
#
España había ganado una colonia y, sin saberlo, un monstruo de Frankenstein, el Cuerpo de Ejército Marroquí. Su cuadro de oficiales devotos y reaccionarios asumió el papel de los defensores del tradicionalismo en un país acosado por las turbulencias políticas tras la abdicación de Alfonso en 1931. Los políticos de derecha veían a los africanistas (como se llamaba al cuerpo de oficiales) como cómplices ideológicos en su Lucha por contener a los sindicatos, socialistas, comunistas y anarquistas. La guarnición marroquí se convirtió en una guardia pretoriana que podría desatarse sobre las clases trabajadoras si alguna vez se salían de control. Lo hicieron, en octubre de 1934, cuando la huelga de los mineros en Asturias despertó los temores de una inminente revolución roja. Se evitó mediante la aplicación del terror que se había utilizado recientemente para someter al Marruecos español. Aviones bombardearon centros de descontento y la Legión Extranjera y las tropas marroquíes fueron convocadas para restaurar el orden y asaltar el bastión de los huelguistas en Oviedo. Su captura y posteriores operaciones de limpieza estuvieron marcadas por saqueos, violaciones y ejecuciones sumarias por parte de los Legionarios y Regulares. Franco (ahora general) presidió el terror. Como sus compañeros africanistas, creía que era su deber sagrado rescatar a la vieja España de terratenientes, sacerdotes y masas pasivas y obedientes de la depredación de comunistas y anarquistas impíos.
La revolución roja pareció acercarse el día de Año Nuevo de 1936 con el surgimiento de un gobierno de coalición que se llamó a sí mismo el "Frente Popular". Poco después, se confirmó en el poder por un estrecho margen en unas elecciones generales, y la extrema izquierda comenzó a clamar por una reforma radical y aumentos salariales. Proliferaron las huelgas, los asesinatos y las manifestaciones violentas durante la primavera y principios del verano, la derecha tembló, tomó las armas y sondeó de manera encubierta a los generales africanistas. Juntos idearon un golpe cuyo éxito dependía de los 40.000 soldados de la guarnición marroquí que constituían las dos quintas partes del ejército español.
El 17 de julio de 1936 África, en forma de unidades Legionarias y Regulares de Marruecos, invadió España. Fueron la punta de lanza del levantamiento nacionalista y pronto fueron reforzados por contingentes que cruzaron el Mediterráneo en aviones suministrados por Hitler. Combinado con tropas locales anti-republicanas y voluntarios de derecha, el ejército africano aseguró rápidamente una base de poder en gran parte del suroeste y norte de España. Desde el principio, los nacionalistas utilizaron sus tropas africanas para aterrorizar a los republicanos. En Radio Sevilla, el general Gonzalo Queipo de Llano advirtió a sus compatriotas de la promiscuidad y proeza sexual de sus soldados marroquíes a quienes, aseguró a los oyentes, ya les habían prometido su elección de las mujeres de Madrid.
Las tropas coloniales cumplieron sus expectativas. Hubo violaciones masivas en todas partes por parte de Legionarios y Regulares, que también masacraron a civiles republicanos. Más tarde, George Orwell notó que los soldados marroquíes disfrutaban golpeando a otros prisioneros de guerra de la Brigada Internacional, pero desistieron una vez que sus víctimas profirieron aullidos exagerados de dolor. Uno se pregunta si su brutalidad fue el resultado de su odio reprimido hacia todos los hombres blancos, más que cualquier apego al fascismo o la España del hidalgo y el clérigo. Los líderes religiosos musulmanes en Marruecos habían respaldado el levantamiento, que les fue vendido como una guerra contra el ateísmo. Cuando los Regulares entraron en Sevilla, mujeres piadosas les entregaron talismanes del Sagrado Corazón, lo que debió de resultar desconcertante.
Cuando los republicanos fueron finalmente derrotados en la primavera de 1939, había 50.000 marroquíes y 9.000 legionarios luchando en el ejército nacionalista junto con contingentes alemanes e italianos. Aunque la necesidad lo obligó a concentrar sus energías en la reconstrucción nacional, Franco, ahora dictador de España, albergaba ambiciones imperiales. La caída de Francia en junio de 1940 ofreció una rica cosecha e inmediatamente ocupó el Tánger francés. Poco después, cuando conoció a Hitler, Franco nombró su precio por la cooperación con Alemania como el Marruecos francés, Orán y, por supuesto, Gibraltar. El Führer estaba molesto por su temeridad y se burló de él. La España fascista siguió siendo una neutral malévola; A principios de 1941, las diminutas colonias costeras españolas de Guinea y Fernando Po fueron fuentes de propaganda anti-británica y bases para agentes alemanes en África Occidental. Los voluntarios anticomunistas españoles se unieron a las fuerzas nazis en Rusia.
Un grupo de personas durante la recogida de donativos y tabaco.
La orden, escrita a mano, está datada en Melilla un 22 de marzo de 1925. La firma un comandante español para autorizar el lanzamiento de 100 bombas C-5 sobre el paso fronterizo de Larbaa En Taourirt. Figura en el ensayo Armas químicas de destrucción masiva sobre el Rif, del jurista Mimoun Charqi, donde se recogen media docena de trabajos científicos de expertos de varios países para documentar el daño que aún hoy, 90 años después, sufren muchos descendientes de las miles de víctimas de aquella sangrienta guerra. Casi el 80% de los adultos y el 50% de los niños enfermos de cáncer atendidos aún hoy en el hospital de oncología de Rabat proceden de la misma zona del Rif donde la aviación del Ejército español estrenó mundialmente el mortífero uso del gas mostaza.
La guerra del Rif se desarrolló entre 1924 y 1927 en varias provincias del norte de África como consecuencia del conocido episodio del desastre de Annual, la batalla en la que se estima que murieron unos 13.000 soldados españoles y que marcó en julio de 1921, según el político Indalecio Prieto, uno de los periodos más agudos de la decadencia de España.
Los rifeños marroquíes, al principio solo unos 3.000, respondieron así con la luego copiada guerra de guerrillas por El Che o Ho Chi Minh, al despliegue de 26.000 soldados españoles y a los más de 700.000 uniformados franceses frente a la rebelión comandada por el mítico Mohamed Abdelkrim El Khattabi.
Bendición de los aviones de Cruz Roja.
El rey español Alfonso XIII estaba enardecido: “Dejémonos de vanas consideraciones humanitarias porque con la ayuda del más dañino de los gases salvaremos mucha vida. Lo importante es exterminarlos como enemigos, como se hace con las malas bestias”. La frase también figura en el trabajo que acaba de publicar en Marruecos el profesor Charqi, que recopila una serie de estudios genéticos americanos, japoneses, ingleses e italianos que relacionan el cáncer con el uso de armas químicas como las lanzadas por primera vez durante la guerra del Rif: gas mostaza (iperita), fosgeno, difosgeno y cloropicina.
La Asociación para la Defensa de las Víctimas del Gas Tóxico en el Rif, presidida por Rachid Raha, con cinco familiares con cáncer, ha montado para este sábado en Nador un encuentro coloquio entre varios expertos y víctimas para debatir sobre las consecuencias para la salud aún hoy de aquel dañino experimento. El colectivo aprovechará la cita para manifestarse y reclamar a las autoridades de Marruecos, España y Francia un hospital de oncología asentado en la zona de Nador, la provincia más perjudicada por el cáncer en todo el país. Han redactado sendas cartas para enviar a los jefes de Estado de España, Felipe VI, y Francia, François Hollande, “para que reconozcan este crimen contra la humanidad” y acepten algún tipo de reparación en forma de infraestructura, como el citado centro sanitario u otro tipo de obras para una región muy marginada.
La precisión de las víctimas que pudo causar aquel inédito despliegue de las armas químicas por una aviación militar es prácticamente imposible. Ya no queda ninguna directa viva, como tampoco ningún responsable directo de aquella masacre. Entonces fueron miles los muertos y damnificados por lo que llamaron sin saber qué era “el veneno” (Arhach). Primero se quedaban ciegos, luego no podían respirar y morían. También se contaminó el agua de algunos ríos y el medioambiente.
Los españoles tenían órdenes de apuntar, sobre todo los días de buen clima, con sol y sin viento, contra los zocos cuando hubiera mercado, para causar más bajas civiles. También hubo soldados españoles afectados, especialmente por accidentes, en la Fábrica Nacional de Productos Químicos, en La Marañosa, con la asistencia del químico alemán Hugo Stoltzenberg, que luego fue premiado con la nacionalización española.
Primero se quedaban ciegos, luego no podían respirar y morían
Los últimos datos de enfermos de cáncer descendientes de aquellas víctimas directas se remontan en el caso de los adultos a 1999 y a 1995 en el de los niños atendidos en el único hospital oncológico y la Casa del Porvenir de Rabat. No ha sido posible actualizarlos. El Gobierno marroquí no quiere molestar a España y el pasado 23 de diciembre, su ministra delegada de Asuntos Exteriores, Mbarka Bouaida, se escabulló de una pregunta del diputado socialista de la oposición, Abdelhak Amghar, aludiendo al especial buen momento entre los dos países y a una posible solución negociada. La ministra no ha podido ser localizada por este periódico. Y en la Embajada de España, tras consultar en Madrid, desconocen esa eventualidad.
Lo que sí está demostrado es que España estaba encendida y humillada por el fracaso de Annual, que el ejército llegó a disponer de hasta ocho aeropuertos en esa área y algunos investigadores calculan que alrededor de 127 bombarderos pudieron arrojar hasta 1.680 de esas bombas químicas diarias, prohibidas expresamente un año después por el Protocolo de Ginebra. El profesor Charqi alega que ya antes de esa firma otros tratados internacionales, como el de Versalles, exigían que no se manejaran ese tipo de armas de destrucción masivas.
No hay trabajos fiables sobre las consecuencias de la guerra del Rif, y menos en Marruecos, donde este episodio tampoco es conveniente ni estudiarlo ni airearlo, porque esas cinco provincias del norte del país siguen siendo ahora un espacio relegado, que reclama su propia autonomía con aires de independencia cuando aún no está nada resuelto el futuro del ocupado Sáhara Occidental.
La charla con los historiadores termina en el café La Rive, en la plaza Pietri de Rabat, y el dueño del local, el rifeño Ben Rachid Mohamed el Amine, se acerca. Su madre, Fátima, acaba de fallecer de cáncer y su hermana Naima, y su hermano Abdeladim, han contraído la misma lacra.
En el comienzo del SXX, hablar sobre la contienda que España mantenía en el Norte de África contra los cabileños era como hacer referencia a una mala pesadilla. Y es que, decenas de soldados de nuestro país fallecían casi a diario en aquel paraje al verse superados por las tropas rifeñas. Sin embargo, esta guerra pronto se convirtió también en sinónimo de heroicidad y valentía, dos características que, precisamente, pueden atribuirse al sargento de infantería Mariano García Esteban, un valeroso carrista de nuestro país que, embutido en su blindado «Renault», siguió combatiendo contra los marroquíes el 5 de junio de 1923 tras quedarse ciego debido a un disparo enemigo. A la postre, este acto le valió ser galardonado con la Cruz Laureada de San Fernando, lo que le convirtió en el primer tripulante de un carro de combate español en recibir tan alto honor.
Corría por entonces 1921, una época en la que España se encontraba combatiendo, fusilazo para arriba y sablazo para abajo, contra varias tribus del Norte de África. Y es que, en aquellos años nuestro país buscaba afianzar el Protectorado que, décadas atrás, le había sido concedido por decreto internacional en Marruecos. De esta forma, miles de soldados partían continuamente desde la Península hasta las calurosas tierras del Rif con el único objetivo de lograr poner paz en un territorio que, levantado en armas contra la ocupación, dio más quebraderos de cabeza que alegrías a los hispanos.
Sin embargo, y a pesar de lo fácil que parecía en principio acabar con unas fuerzas que carecían de carros de combate y aviación, los rifeños se convirtieron en una constante molestia para las tropas de nuestro país. A su vez, tampoco benefició a los españoles la aparición de líderes como Abd el-Krim, un cabileño que se rebeló contra las autoridades peninsulares y logró poner en jaque a los oficiales hispanos gracias a su extenso conocimiento del terreno.
Finalmente, la situación terminó de recrudecerse cuando, a finales de julio de 1921, los rifeños cercaron el campamento español de Annual (a 60 Km. de Melilla) y, tras varios días, acabaron con la vida de entre 8.000 y 10.000 soldados españoles cuando éstos se retiraban. Tal fue la masacre, que aquel suceso quedó grabado con letras de sangre en los libros de historia peninsulares como el «Desastre de Annual».
El convoy a Tizzi Azza
En los meses siguientes a esta matanza, las tropas de Abd el-Krim continuaron tomando, a base de espada y lanza, los diferentes pueblos y fuertes en los que ondeaba la rojigualda. Al parecer, esto fue demasiado para los oficiales hispanos quienes -hasta el chambergo de cosechar derrotas en sus historiales- decidieron calzarse las botas e iniciar, en 1923, una operación militar para detener el avance enemigo. Ansiosos de cobrarse venganza, los españoles pusieron los ojos sobre el que sería uno de sus primeros objetivos: Tizzi Azza, una posición ubicada a menos de 100 km de Melilla y que necesitaba ayuda por encontrarse asediada por los cabileños.
Así pues, el calendario marcaba el mes de junio cuando los españoles iniciaron los preparativos para socorrer a sus compatriotas cercados. Concretamente, se estableció que un convoy escoltado por varias columnas de infantería atravesaría el Norte de África e introduciría suministros en la desesperada posición de Tizzi Azza. Esta era, por descontado, una tarea difícil, pues los rifeños sabían que la única forma de desalojar a los hispanos de aquel lugar sin perder una gran cantidad de hombres era esperar a que los defensores murieran de hambre y sed o se quedaran sin munición.
«En tan molesta situación (…) se hacía indispensable batir al osado provocador y darle la verdadera sensación de nuestra fuerza y poder. El día 1 (…) se trazó un plan para aprovisionar las posiciones del sector de Tizzi Azza y ocupar y fortificar algunos puntos que asegurasen con toda garantía el camino que, en lo sucesivo, habría de seguir el convoy, batir la harca echándola de los alrededores y evacuar los heridos y enfermos de aquellas posiciones», destaca el Servicio Histórico Militar como autor conjunto de la obra «Historias de las campañas de Marruecos» (ubicada en el Instituto de Historia y Cultura Militar).
Con todo, fue necesario aguardar unas jornadas más de lo esperado para realizar la misión. «Hasta el 5 no fue posible llevar a cabo el referido plan, ya que con el desgaste sufrido en los anteriores combates se habían disminuido los efectivos de las fuerzas de choque, además de que era preciso concentrar un gran número de ellos que nos diera superioridad sobre el enemigo y reunir los elementos de municionamiento, enlaces y ganado para el convoy que había de llevarse tanto a las posiciones ocupadas como a aquellas que se pretendían establecer», se añade en el texto.
Un plan minucioso
Una vez dispuesto el convoy, se estableció que siete columnas abrirían paso y asegurarían el avance a través de las múltiples colinas que rodeaban la posición de Tizzi Azza. Para ello, las fuerzas se dividieron en tres grupos. El primero, al mando del coronel Fernández Pérez, estaría formado por cuatro unidades y se encargaría de proteger el flanco izquierdo. El segundo, a las órdenes del coronel Salcedo, lo compondrían dos subgrupos con la tarea de asegurar las posiciones del ala derecha. Finalmente, un último grupo, dirigido por el general Echagüe, se situaría en reserva.
Los blindados «Renault» eran el arma secreta española
A pesar de la aparente simplicidad del objetivo, la misión era sumamente peligrosa, pues, cuando los rifeños descubrieran las intenciones de los españoles, podrían usar su mayor conocimiento del terreno para atrincherarse encima de los montículos y, desde una ventajosa posición elevada, soltar una mortal lluvia de fuego sobre los soldados hispanos.
No obstante, los tropas de nuestro país contaban con una novedosa arma que, hacía pocos meses, había llegado de la Península para batir a los rifeños: una compañía de carros de combate «Renault FT-17» -armados principalmente con ametralladoras- y contra los que los moros poco podían hacer. Concretamente, la unidad formaba parte de una de las cuatro columnas del flanco izquierdo y se dividía, a su vez, en dos compañías (cada una de cuatro blindados) dispuestas a dar más de un dolor de cabeza a los rifeños. Su objetivo estaba claro: cubrir el avance de sus compañeros a pie.
Comienza la batalla
La operación comenzó con los primeros despuntes del alba del 5 de junio. Sin embargo, y para sorpresa de los oficiales peninsulares, los rifeños se adelantaron a los movimientos de las tropas españolas y, tras un breve avance hispano, abrieron fuego sobre ellas desde varios barrancos cercanos. Esta acometida fue especialmente violenta en el flanco izquierdo, donde se hallaban las dos compañías de carros «Renault». Bajo un fuego constante, el capitán de los blindados no dudó y ordenó a sus ocho carros dirigirse a toda cadena hacia los hombres de Abd el-Krim para contener el ataque. Inmediatamente, los ingenios acorazados españoles (aunque de fabricación francesa) giraron sus torretas y, ruedas en movimiento, iniciaron el camino atravesando una intensa lluvia de balas.
Fue aproximadamente a las siete y media de la mañana cuando los «Renault» abrieron un fuego ametrallador intenso sobre los rifeños, quienes, lejos de retirarse, se parapetaron tras todo tipo de trincheras y pedruscos y continuaron lanzando balas contra aquellos extraños artilugios. La situación era, cuanto menos, tensa, pues los carristas sabían que debían resistir en aquella posición para evitar que la infantería española fuera hostigada y flanqueada. Una buena parte del peso de la batalla se encontraba, en definitiva, sobre las anchas espaldas metálicas de estos blindados y sobre los hombros de los militares que, desde su interior, disparaban contra los cabileños.
García Esteban, al asalto
Durante los siguientes minutos, el fuego se recrudeció sobre los blindados, los cuales, aunque podían resistir los disparos enemigos, tenían también aberturas y mirillas a través de las que podían entrar las balas enemigas. Para su desgracia, la sección que más balas tuvo que resistir fue la segunda. De hecho, la violencia del ataque cabileño fue tal que el alférez que se encontraba al mando de este grupo fue herido de gravedad y tuvo que retirarse hasta las líneas hispanas para ser atendido.
INSTITUTO DE HISTORIA Y CULTURA MILITAR
Mariano García Esteban a los 29 años
Con su superior herido, el mando de la sección de blindados quedó a cargo del sargento de infantería Mariano García Esteban, el encargado del carro de combate número 9. Este militar, lejos de verse superado por el miedo, preparó su arma desde las tripas del «Renault» y, ametralladora en mano, ordenó a su conductor avanzar sobre las posiciones enemigas a toda velocidad. «Esteban avanzó en virtud de órdenes recibidas sobre las trincheras enemigas, siendo recibido con nutridísimo fuego, consiguiendo no obstante desalojarlas y causar numerosas bajas», determina un informe realizado años después en la Península sobre los sucesos y que ha sido cedido a ABC por elInstituto de Historia y Cultura Militar.
El héroe ciego
«Una vez alcanzado el objetivo propuesto, y ya rebasada la línea de trincheras, (Esteban) ordenó al conductor que hiciese un alto con el doble objetivo de evitar el consumo y hacer fuego con mayor precisión sobre un grupo de moros que descubrió parapetados en un morabito a su izquierda, pero apenas iniciado el fuego, un proyectil disparado a muy corta distancia penetró por la mirilla de la torre desde la que observaba al enemigo, produciéndole heridas que le causaron instantáneamente la pérdida del ojo derecho y grave lesión en el izquierdo con pérdida (severa) de la vista», destaca el documento.
Esteban hizo fuego hasta acabar con su último cartucho
Herido de gravedad y sin apenas visión, lo lógico hubiera sido que García Esteban se retirara hacia la retaguardia española para ser atendido con urgencia. En cambio, el sargento sabía que, si abandonaba su puesto, los cabileños penetrarían por el hueco dejado por su «Renault». Por ello, desoyendo los consejos de su conductor, decidió mantener la posición y seguir disparando sobre los enemigos. «Sobreponiéndose al intenso dolor producido por las heridas, conservando la imagen y situación del enemigo y demostrando una fortaleza de espíritu y una abnegación difícilmente igualada continuó haciendo fuego por ráfagas, (…) con objeto de evitar el efecto moral que hubiera producido en el enemigo si no se continuaba disparando desde el carro», completa el texto cedido pro Instituto de Historia y Cultura Militar.
El sargento continuó disparando durante varios minutos y únicamente consintió ser evacuado cuando hubo disparado cada uno de los proyectiles que quedaban en la ametralladora de su «Renault». Una vez en el campamento hispano, y según varios testigos, García Esteban dirigió la siguiente frase al oficial de la compañía de carros: «¡Todo por la Patria, mi capitán. Qué le vamos a hacer!». Mientras, en el resto del campo de batalla, la contienda se detenía debido al ingente número de enemigos.
Un año después García Esteban se quedó totalmente ciego tras una larga y dolorosa convalecencia. Esta desgracia hizo que fuera derivado al Cuerpo de Inválidos, donde, con el paso del tiempo, llegó a ascender a general de brigada. Por su parte, España reconoció sus méritos y su valentía otorgándole la Medalla Militar Individual en 1923 y, cinco años después, la Cruz Laureada de San Fernando –lo que le convirtió en el primer carrista español en lograr tal distinción-.