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domingo, 14 de mayo de 2023

Patagonia: El descubrimiento del Lago Argentino

El descubrimiento del Lago Argentino






Region de los lagos Argentino y Viedma
 

VALENTÍN FEILBERG

Durante la estadía de la "Chubut" en el estuario, Luis Piedra Buena entregó al comandante Lawrence la nota que Roberto Fitz Roy dejara casi cuarenta años atrás a orillas del río. El documento decía: "Left by the boats of the Britannic Majesty's Sloop Beagle while tracking up the River Santa Cruz. April 25 of 1834." (Dejado por los botes de la Corbeta de Su Majestad Británica Beagle mientras siguen ascendiendo el río Santa Cruz. Abril 25 de 1834.)

De acuerdo al Perito Moreno, la lectura de este papel habría entusiasmado a Feilberg para intentar alcanzar lo que no lograran ni ingleses ni chilenos. Convenció al comandante Lawrence, que lo puso al frente de una reducida comisión de cuatro personas y un bote, con la misión de alcanzar las fuentes del Santa Cruz. Los hombres designados para acompañar a Feilberg fueron el contramaestre Jorge Stevens, el timonel William Jacobs, ambos galeses, el marinero Miguel Duffi, genovés, y el marinero Juan Echevarría, correntino. Los elementos materiales que dispondrían para tan azarosa travesía asombran por lo precarios. De acuerdo al capitán Luis Cabral se les entregó: "El chinchorro del buque, de catorce pies de quilla, víveres para veinte días, Instrumentos de la época: una brújula y un catalejo, un octante y un horizonte artificial, un escandallo vulgar, lápiz y papel...".

De todas las expediciones que se aventuraron rio arriba, ésta era la más desprovista, tanto en hombres como en materiales. Cualquiera que los vio partir el 6 de noviembre de 1873, pudo pronosticar que aquellos cinco optimistas mal equipados difícilmente podrían superar la marca de Roberto Fitz Roy.

En los primeros tramos pudieron avanzar a remo e incluso emplear la vela, pero pronto chocaron con las mismas dificultades que se opusieran a sus antecesores. El río desciende en su declive a una velocidad de 6 a 7 nudos, imposibilitando todo avance que no sea a sirga, a pura fuerza de músculo. Pocos kilómetros después de la partida pasaron por la isla Pavón, el reducto de Piedra Buena y el más austral establecimiento permanente argentino, lengua de tierra de dos kilómetros de largo por 300 metros de ancho. Debieron ver lo mismo que viera George Chaworth Musters a su paso por allí, cuatro años antes: "...la casa principal, sólidamente hecha de ladrillos, con techo de tejas con tres piezas y una especie de portal donde se ve un cañón de 9 libras, que domina la entrada. Está defendida, además, por una empalizada, sobre la que ondea la bandera argentina y detrás de la cual hay un foso que se llena de agua con las mareas de la primavera. El objeto de estas fortificaciones es defender el lugar en caso de que los indios lleguen a molestar cuando se encuentran bajo la influencia del aguardiente... La segunda casa estaba ubicada como a 50 yardas de distancia; y, como se la usaba comúnmente en calidad de depósito, tenía el nombre de Almacén... La tercera casa, que se alzaba en el extremo oriental de la isla, estaba desocupada. Junto a ella se había labrado una pequeña extensión de terreno, cultivándose con buen éxito papas, nabos y otras legumbres... El suelo estaba cubierto de arbustos achaparrados, de matas de cardo chico, redondo y espinoso, y de hierba dura. Las pocas ovejas parecían pasarlo bien, pero su número mermaba notablemente en invierno, porque en los días en que la caza escaseaba, una de ellas tenía que ser víctima del voraz apetito que el aire penetrante de la Patagonia originaba.

Una numerosa manada de caballos pastaba en la tierra firme, en un espacio de terreno situado debajo de la barranca del sur, llamada el «Potrero», donde la hierba, aunque dura, crecía muy lozana. Cuando se les necesitaba para la caza, se traía a toda la tropa por la mañana, haciéndola cruzar el río, y se la echaba dentro del corral; pero, por lo general, sólo había un caballo en la Isla, listo para las emergencias."

Por allí pasaron los expedicionarios, indudablemente saludados por los ladridos de los numerosos perros que poblaban la isla Pavón, y siguieron al oeste. Otras islas e islotes emergían de las aguas, todas deshabitadas y escasamente habitables. Tiempo después, Francisco P. Moreno escribiría: "En los puntos donde el río no presenta islas, su aspecto es magnífico: los hilos de su rápida corriente se dibujan con claridad y las aguas bullen saltando sobre las matas que la Inundación ha cubierto; una noble placidez reina en el centro del gran torrente que desdenté con ligereza, mientras en los costados el agua choca en los recodos, entre las rocas de las barrancas, o asalta las citadas ramazones. En ciertos parajes la corriente es tan veloz que el menor accidente del terreno forma un pequeño rápido o remolino que dificulta el paso del bote y nos obliga a hacer grandes esfuerzos."

Las dificultades de avance se fueron sumando El suelo de las orillas es pedregoso, cubierto de cantos rodados que resbalan bajo el pie, provocando caídas y tropiezos, aparte de destrozar implacablemente el calzado, y en algunos tramos los abundantes arbustos espinosos rasgaban la ropa y la carne de los expedicionarios. Feilberg trabajó a la par de sus hombres, despellejándose las manos para vencer con la cuerda a la tremenda fuerza de ese río blancuzco y arrollador que se oponía a su avance, De noche, tras un dia de fatiga demoledora, los esperaba un frío intenso, penetrante, tiritando en busca de un poco de calor.

En algunos sectores las barrancas del río se acercan tanto entre si que apenas dejan lugar para la sirga. Por ejemplo, el lugar conocido como Chlckerrok-aiken, aquel donde Fitz Roy encontrara huellas de indígenas en la orilla, maravillándose de gue pudieran atravesar el río con mujeres y niños, y que Musters describe de esta manera: "En este punto el río se estrecha considerablemente y del lado sur hay empinadas escarpas suspendidas casi sobre el agua, formando cavernas en cuyos recovecos podía encontrarse casi siempre, con seguridad, un puma...". Cuando se encontraba con estas costas a pique, que impedían sirgar, Feilberg no seguía el procedimiento de Fitz Roy, que remontaba la altura con sus hombres y sirgaba desde arriba a las canoas, sino que sacaba la embarcación del agua, la cargaba a espaldas y marchaban cuesta arriba trastabillando bajo su peso, hasta encontrar un lugar para devolverla al agua.

El mismo Santa Cruz presenta desusadas características. Como la temperatura de las aguas suele ser superior a la del ambiente, en horas tempranas del día se desprenden densas nubes de vapor, lo que unido a la espuma de la fuerte correntada, da la impresión de que el río estuviera hirviendo. Después del Chickerrok-aiken las orillas se hacen menos abruptas, las barrancas se alejan y dejan una suerte de planicie donde discurre el río. Y entonces ocurre el proceso Inverso: a la aspereza de una topografía intrincada sucede el aplastamiento de una monotonía agobiante en medio de un paisaje de infinita tristeza. "Faltan en estas regiones los accidentes del terreno que halagan la vista y ofrecen al viajero tanto motivo de estudio y de ilimitada variación en sus ideas; todo es igual, la monotonía opresora enerva aquí, desespera. La aridez continua, las sabanas de piedras, los arbustos que viven muriendo, le comunican un abatimiento con el que sólo la energía puede luchar. .. la desolación es tanta que se experimenta una misma impresión, hija del espectáculo tristísimo de la pobreza de la naturaleza. Asi, las Impresiones entusiastas de los primeros trabajos van desapareciendo en nosotros a medida que adelantamos, y el espectáculo que se desarrolla a nuestra vista no es a propósito para alentarnos". (Francisco F. Moreno.)

Para colmo, el río da vueltas y más vueltas, pareciendo volver sobre sus pasos a cada momento, sin que cedan los rápidos y remolinos, provocando con ello la sensación de que no se adelantaba en absoluto, de que se caminaba interminablemente en el mismo sitio.En laboriosa marcha, ganando metro por metro, superando fatigas y obstáculos, Feilberg y sus compañeros llegaron a la Quebrada del Basalto descrita por Fitz Roy Un imponente paisaje de tétrico aspecto. El río corre entre barrancas volcánicas que se cierran sobre su curso en negruzcos acantilados. Todo allí es fragoso, siniestro. Los caprichos de la lava y el trabajo secular de la erosión forman figuras torturadas de insólito aspecto. La entrada a la quebrada es uno de los pasajes más peligrosos del Santa Cruz, que en ese punto se estrecha, aumentando la velocidad de la corriente que viene torrencial y espumeante por el rápido declive, cayendo en vertiginosos remolinos.Alli hubo que extremar los cuidados, en primer lugar para evitar un resbalón que podia, significar romperse la cabeza o ser arrastrado por las aguas, y en segundo término para impedir que la canoa, con víveres y enseres adentro, se hiciera pedazos contra las rocas.

Según el Perito Moreno: "Inmensas moles negras se destacan sobre la meseta formando siniestro contraste con el celeste del cielo y las faldas que están sembradas de enormes fragmentos cubiertos de arbustos. Es un paisaje completamente distinto de los que hemos cruzado; a la aridez producida por la falta de agua en terrenos generados por ella, sucede la sombría formación volcánica. La amarilla cumbre de la meseta ha cedido bajo el sólido y espeso basalto..." Y respecto de la misma quebrada: "...inmensa rajadura en la estrata volcánica que domina a ambos costados con sus moles geométricas, se dirige desde el N. O. hacia el rio formando en este punto una pequeña bahía pintoresca en su misma tristeza. Estas moles oscuras que caen a plomo desde la meseta, casi columnares, cuyos fragmentos han rodado hasta el agua, están matizadas por lujosas gramíneas y otras plantas... Estos pequeños desfiladeros oscuros, sembrados de enormes peñascos de ángulos fuertes, negros y mohosos por el tiempo, dan al paisaje un aspecto de una región de hierro; el basalto cubierto de pequeños liquenes tiene, desde lejos, cierto viso de vetustez que caracteriza las antiguas construcciones del hombre.

En el fondo de la quebrada el Santa Cruz corre bramando, sin mira alguna de hallarse cerca de sus fuentes. A cada día que pasaba, Feilber? y sus hombres sentían más agudamente el peso de la empresa. El esfuerzo sostenido y persistente ponía a prueba su resistencia hasta extremos apenas tolerables. Era tanto el cansancio de sus músculos sometidos a la máxima tensión, que cuando se detenían a descansar caían desplomados como para no levantarse más. Para colmo, la tristeza infinita del paisaje torturado y torturante agobiaba el ánimo creando una sensación de desaliento mechada de decepción.

A la inversa de los primeros días, ya el fogón nocturno no los congregaba entre risas y bromas, sostenidos por el firme optimismo de la juventud. Ahora el fuego vespertino servía de fondo a la lúgubre ceremonia de la cena, despachada sin ganas, en silencio, jugueteando el reflejo de las llamas sobre rostros enflaquecidos, demacrados, serlos, con la mirada perdida en las propias y negras reflexiones de cada uno. La misma monotonía de la ración diaria no contribuía a levantar los corazones. Claro que a veces, con buena suerte, podían modificar el menú y dejar de lado las conservas sin olor ni sabor por un buen bife de guanaco, tal vez un avestruz, o incluso alguna trucha sacada del rio. pero —hambre aparte— el hecho de alimentarse pocas veces era un placer, sobre todo cuando soplaba viento, ese viento patagónico poderoso y omnipresente. En tal caso, millones de granos de arena, aparte de asaetearlos como minúsculas flechas, se metían por todas partes, incrustando la comida hasta más allá de cualquier posibilidad de limpieza. Entonces debían masticar resignadamente, triturando entre los dientes los trocitos de cuarzo.

A veces encontraban estímulo para seguir, sobre todo cuando hallaban residuos de la expedición de Fitz Roy, astillas de leña, latas de carne en conserva, y sobre todo los pedazos de la botella que rompiera Gardiner con el mensaje dejado el 25 de abril de 1834. Por fin vieron, allá a lo lejos, clara y nítidamente a través del aire diáfano, las cumbres nevadas de los Andes, la meta segura. Al cabo de 17 días de marcha Feilberg alcanzó el Valle del Misterio, punto máximo de penetración de los expedicionarios de la Beagle. Recién de allí en adelante empezaba lo verdaderamente novedoso. Pero el punto se había alcanzado a un costo muy alto. Los hombres estaban exhaustos, sin reservas de energía, ropas y calzado hechos pedazos, y los víveres peligrosamente disminuidos. Y el río seguía tan ancho, tan hondo y tan impetuoso como siempre. Aquello parecía una lucha sin sentido, una locura destinada al fracaso.

Entre los agotados compañeros de Feilberg tomaba cuerpo la idea de regresar, pues se sentían incapaces de dar un paso más. Llevaban casi tres semanas trabajando como galeotes, poniendo a prueba sus reservas físicas, soportando fríos y penurias de toda suerte, descansando mal y comiendo peor. Pero una vez más se puso de manifiesto la firme voluntad de Feilberg, que tan agotado y deprimido como los otros, insistió en perseverar, en seguir adelante.

Superando su propia debilidad, aquellos cinco intrépidos marinos se pusieron en marcha, dando cara a esa extraña cordillera que parecía alejarse cuanto más se acercaban a ella. Otras jornadas se desgranaron, siempre igual, cada vez peor; las manos ya no podían aferrar la cuerda, los músculos se negaban a obedecer. Jadeando, sin aliento, cada vez avanzaban menos. El Santa Cruz estaba a punto de cobrarse una victoria más. Era invencible, por lo tanto había que regresar. En un alto impuesto por la fatiga, desalentado y abatido, Feilberg se adelantó caminando por la orilla, rio arriba. Poco más allá cayó desplomado, sin fuerzas para mantenerse en pie. El Santa Cruz lo había vencido.

De pronto, desde el subconsciente, algo inusual y extraño se abrió paso hacia su atención. Con el oído cerca del suelo, percibía un ruido. Pero un ruido que no correspondía al lugar. Un sordo rumor, bronco y rítmico, que su alma de marino conocia muy bien. Toda la fatiga desapareció de un golpe y de un salto Feilberg estuvo de pie. Lo que había escuchado era el ruido de olas al romper sobre la costa. Nuevamente dueño de sus fuerzas, el subteniente se adelantó por la orilla, sintiéndolo cada vez más nítido y fuerte. Era indudablemente un rumor de oleaje. Al frente, una vuelta del río tras un médano le ocultaba la vista. Remontó anhelante la cumbre del médano, y al llegar a la ceja un espectáculo impar se abrió ante sus ojos.

Tenía delante un gigantesco lago cuyas olas se perdían en la distancia, conformando una llanura movediza, blancoazulina. Grandes bloques de hielo navegaban destellando bajo el sol y al fondo el imponente paisaje de la cordillera levantaba sus picos cubiertos de nieve. Era el primer hombre blanco que llegaba a sus orillas procedente del Atlántico tras recorrer en toda su extensión el rio Santa Cruz. La hazaña estaba cumplida. Atrás quedaban 19 días de penurias sin cuento.


Exploración hacia Río Gallegos

Feilberg no dudó que se encontraba ante el lago Viedma y ni por un momento pensó que pudiera ser otro. Intentó explorarlo y recorrió la costa durante cuatro días con el bote de la expedición. Cubrió nueve leguas hacia el sur y luego otras tantas hacia el norte del nacimiento del Santa Cruz. Durante este último recorrido halló la desembocadura de un rio procedente del norte que aunque él lo ignoraba, venía directamente del actual lago Viedma, a setenta kilómetros de allí .Empero, las condiciones.no eran favorables para un reconocimiento a fondo del lago. Aparte del cansancio y la mala alimentación, el intenso viento y el fuerte oleaje impedían internarse en sus aguas. Además las provisiones estaban agotadas y era menester volver.

 

Lago Viedma desde el satélite

A punto de emprender el regreso, Feilberg, en el punto de nacimiento del Santa Cruz, redactó la siguiente nota: "Lago Viedma, noviembre 29 de 1873. El día 6 de noviembre d« 1873 salí de la desembocadura del rio Santa Cruz con un pequeño bote de. la goleta argentina 'Chubut' y 4 hombres de la tripulación, para explorar el río hasta el lago Viedma. A los 20 días de la salida llegué a la boca del lago, el día 26 de noviembre; durante estos 20 días tuve vientos muy fuertes del tercero y cuarto cuadrantes; al día siguiente de llegar, como no me fue posible entrar al lago por el río por la mucha corriente y fuertes vientos, pasé el bote sobre la playa hasta el primer río que desemboca en el lago en la parte norte y lo mismo hice en el del sur. Hoy, 29 de noviembre, hace tres días que estoy aquí sin poder hacer nada por el tiempo malo, y como las provisiones se me están acortando, vuelvo para abajo llevando la latitud y la longitud del lago, para darle su posición verdadera, .que aún se ignoraba. Valentín Feilberg. Subteniente de la Marina Argentina".

Introdujo el papel en una botella y se dispuso a despedirse del lago tomando posesión. Usando un remo a guisa de mástil, ató en él la bandera argentina, que flameó orgullosamente en aquellas solitarias lejanías. Sujetó la botella al pie del mástil y emprendió el regreso. En los primeros dias de diciembre, tras 4 de marcha y 29 de ausencia, estuvieron nuevamente en la "Chubut" sin novedades. Había cumplido, sin la menor duda, una magnifica hazaña que honraba a la Armada Argentina.

Poco después de regresar Feilberg apareció en el estuario del Santa Cruz la esbelta y poderosa corbeta "Abtao", de la marina de guerra chilena, moderna nave a vapor de 1.500 toneladas, armada con tres cañones de 115 libras (Braun Menéndez), al mando del capitán de corbeta Jorge Montt. ¿Qué podría frente a esa maravilla bélica la desvalida "Chubut" con sus 120 toneladas y los dos cañoncitos de bronce, aptos apenas para salvas de saludos? Pero los chilenos no venían en tren de guerra. Al encontrar la banda sur ocupada por los argentinos, aceptaron los hechos. Indudablemente el capitán Montt traía instrucciones precisas al respecto.

Cumpliendo con los términos de cortesía debidos a los recién llegados, el comandante Lawrence comisionó al subteniente Feilberg, su segundo, para trasladarse a la "Abtao" a bordo del bote de la "Chubut". Fueron cortésmente recibidos por los marinos chilenos y poco después el capitán Montt dispuso la devolución de la visita. Ambas tripulaciones confraternizaron y fueron huéspedes de los Rouquaud en Los Misioneros, hasta que la "Abtao", tras una semana de permanencia en Santa Cruz, levó anclas de regreso a Punta Arenas.

En enero de 1874 la "Chubut" dejó a su vez el lugar, quedando en la casilla un cabo y dos marinos. Llegaron a Carmen de Patagones, desde donde Lawrence comunicó a la superioridad todo lo actuado, al tiempo que cargaba provisiones y elementos para regresar al sur. Durante la estadía desembarcaron para volver a Buenos Aires el subteniente Palacios y el práctico Arrevoir, incorporándose en calidad de piloto Jorge H. Bornes. El 22 de febrero la "Chubut" se hizo a la mar rumbo a Santa Cruz, donde llegó el 6 de marzo, para terminar de cumplir las instrucciones, que disponían la vigilancia y exploración de la región austral hasta nueva orden.

Con ese fin, el comandante Lawrence destinó nuevamente al subteniente Feilberg para dirigir una expedición por tierra para explorar el espacio comprendido entre los ríos Santa Cruz y Gallegos. Acompañado por dos marineros y conduciendo una tropilla de caballos, se internó hacia el sur y durante diez días recorrió las desoladas regiones, sin encontrar un ser humano en el camino. La estación estaba avanzada, por lo que debió enfrentar condiciones atmosféricas sumamente desfavorables. Todo lo soportaron en esa travesía de paisajes desconocidos, tristísimos y deprimentes, capaces de poner a prueba al hombre más templado. Atravesaron zonas inexploradas en medio de fuertes vientos que dificultaban la marcha, intensas nevadas que anunciaban un temprano invierno y un frío penetrante contra el que resultaba pobre defensa los inapropiados abrigos de la época. Al llegar al río Coyle lo hallaron crecido. Sin amilanarse, Feilberg ordenó internarse en las heladas aguas y lo cruzaron a nado. Siguieron hasta corta distancia del río Gallegos, pero con claras secuelas de la penosa travesía: a consecuencia del cruce del Coyle, Feilberg presentaba signos de congelamiento en una pierna, de modo que debieron regresar. Diez días había demandado la entrada que, por las características que asumió y los inconvenientes que debió superar, no es menor hazaña que la cumplida por el valeroso subteniente en el río Santa Cruz.

Feilberg necesitaba asistencia médica imposible de recibir en Santa Cruz, por lo cual el comandante Lawrence dispuso su traslado a Buenos Aires en mayo de 1874, pasando a ser segundo de la "Chubut" el piloto Bornes. El historiador Armando Braun Menéndez afirma que el subteniente regresó cubriendo a caballo la distancia entre Santa Cruz y Carmen de Patagones -algo asi como de Buenos Aires hasta más allá de Tucuman lo que implicaría, para 1874 y con una pierna helada, algo sobrehumano de caracteres homéricos.

Bastaría con hacer la prueba ahora en 1973, por carretera y con las dos piernas sanas. De acuerdo a la foja de servicos de Feilberg, el viaje fue a Punta Arenas, donde tomó el buque de la Mala Real Inglesa que cubría regularmente el trayecto entre puertos chilenos y la capital argentina, por el estrecho de Magallanes. Una vez en Buenos Aires y ante los relevantes méritos de sus servicios, Valentín Feilberg fue ascendido a teniente de marina, grado correspondiente al actual de alférez de navio.

martes, 3 de mayo de 2022

Patagonia: La expedición de Musters

A 130 años de su muerte: George Chaworth Musters, viajero patagónico

Río Negro






¿Fue espía inglés? Varias opiniones y análisis de su largo viaje desde Punta Arenas (Chile) hasta Carmen de Patagones involucran a respetados autores hasta llegar a "considerar que era un verdadero deportista y explorador en el sentido más amplio de la palabra"; "sólo podemos aventurar una hipótesis acerca de la existencia de una misión especial del Almirantazgo británico para el reconocimiento del interior de la Patagonia y, lo que parecería más verosímil, de tanteo del espíritu de los indígenas con respecto a la Corona insular" (sic, Rey Balmaceda, R. C., 1976).

George Chaworth Musters nació casualmente en Italia (13/2/1841) pero de padres ingleses de clase acomodada y quedó huérfano a temprana edad. Tíos marinos influyeron en su mirada al mar desde pequeño y tuvo al velero "Algiers" como escuela inicial; escaló grados en la Marina inglesa. Su tío Robert Hammond había formado parte de la tripulación del "Beagle" que con Fitz-Roy navegó por la América del Sur. Eso y tal vez otras lecturas afines -Darwin por caso- animan a pensar en su decisión exploratoria por la Patagonia. Omitimos detalles dada la índole de esta nota, pero el salto marítimo en nuestro sur fue de Malvinas a Punta Arenas, donde comenzó la gran aventura terrestre que duró más de un año y que obliga a análisis profundos. Aun así, éstos parecieran no convencer sobre el propósito principal del peligroso paseo acompañado en gran parte por caciques tehuelches y sus tolderos que narró en "At home with the patagonians. A year's wanderings over untrodden ground from the straits of Magellan to the Río Negro", editado en Londres en 1871 y traducido al castellano en 1911 como "Vida entre los patagones".

De su escrito surge que en marzo de 1869, estando en Malvinas (Stanley), obtuvo una carta de recomendación del gobernador británico Jorge M. Dean para Luis Piedra Buena -a quien consideraba su amigo, instalado en isla Pavón, en la desembocadura del río Santa Cruz-, que podría facilitar su misión y trato con los tehuelches: "Los informes que me habían dado sobre el carácter tehuelche y sobre la deleitosa diversión de la caza del guanaco... me hicieron ansiar más que nunca la realización de ese plan y, como conocía medianamente el español, lengua que muchos de los indios saben bien, me parecía posible cruzar sin peligro el país en compañía de algunas de las partidas errantes de indígenas". "Armado así de credenciales, y pertrechado con una manta de piel de guanaco, un lazo y una boleadora, aproveché el ofrecimiento de un pasaje hasta el estrecho que me hizo un amigo que se dirigía a la costa occidental". A caballo y acompañado llegó a la isla Pavón, donde Piedra Buena no se encontraba.

Fueron apareciendo en escena el cacique Casimiro, padre de San Slick y Orkeke: "Mucho me impresionó el porte grave y solemne de éste. Ante su estatura de seis pies cabales y su proporcionada musculatura, nadie habría sospechado que el hombre había cumplido ya sus 60 años; y, cuando saltaba sobre su caballo en pelo, o dirigía la caza, desplegaba una agilidad y una resistencia iguales a la de cualquier otro más joven. Su abundante cabello negro estaba levemente veteado de gris, y sus ojos brillantes e inteligentes, su nariz aguileña y sus labios delgados y firmes eran muy diferentes de lo que, según la idea corriente, son las facciones patagónicas; una frente achatada afeaba un poco la expresión de su rostro, que, sin embargo, era seria y meditativa, y a veces notablemente intelectual... Aunque era particularmente limpio en sus ropas y aseado en sus costumbres, era víctima, como todos los indios, de los parásitos" (sic). Escribió que una noche le dijo: "¡Musters, los piojos no duermen nunca!". Sin duda, descripción con especial relieve del famoso cacique.



En Pavón se inició la parte más interesante del recorrido acompañado por los caciques, sus familias y otros aborígenes de la parcialidad aóni-ken que hablaban el aóni-aish "lengua que sería entonces la aprendida por Musters". La amistad entre ellos se fue incorporando y el marino inglés llegó a compartir toldos itinerantes, describiendo a Casimiro en otra estampa de su libro: "Cuando no estaba ebrio, este hombre era vivo e inteligente, astuto y político. Sus extensas vinculaciones con todos los jefes, inclusive Reuque y Callfucurá, le daban mucha influencia. Era también obrero diestro en varias artes indígenas, como la de hacer monturas, pipas, espuelas, lazos y otras prendas. Era muy corpulento, de seis pies cabales de estatura".

Luego de Pavón, la caravana de más de doscientos hombres, mujeres y niños apuntó a la cordillera y en el paraje Yaiken-Kaimak se hizo presente la caza: vio un guanaco y "lo boleé con una boleadora para avestruz". El inglés se iba mimetizando en el quehacer tehuelche y hasta se bañaba diariamente en un arroyo cercano. En aquel campamento surgió una inquietud nada tranquilizante: prepararse "para el caso de que encontráramos a los tehuelches del norte en guerra con los araucanos manzaneros". Se hicieron presentes tehuelches del norte con Hinchel a la cabeza y se celebró un gran parlamento: "Casimiro había tratado de inducirme a que hiciera de capitanejo... por nuestra parte se desplegó orgullosamente la bandera de Buenos Aires, mientras los del norte hacían flamear una bandera blanca". Hubo variadas arengas y finalmente "se resolvió elegir a Casimiro jefe principal de los tehuelches", lo que hizo a Musters deducir "que las relaciones entre los tehuelches y tsonecas de la Patagonia y los indios araucanos de Las Manzanas no habían tenido antes, de ninguna manera, un carácter pacífico", teniendo en cuenta -por caso- que el padre de Casimiro había sido muerto por los araucanos. Allí se les incorporaron "unos setenta u ochenta hombres, con mujeres y criaturas", la mayoría "jóvenes de sangre pampa o pampa tehuelche" cuyo jefe se llamaba Jackechan o Juan (Chiquichano), "un indio muy inteligente que hablaba corrientemente el español, el pampa y el tehuelche".



Musters escribió después en su libro que en el largo viaje participaba de los acontecimientos aborígenes, como nacimientos, la entrada en la pubertad de las niñas con una ceremonia especial, uniones matrimoniales (para decirlo de alguna manera), ritos funerarios, religión, caza, bebidas, fumar, etcétera, y en Teckel (enero de 1870) "estaba muy al tanto del género de vida y las costumbres de los tehuelches, que me consideraban uno de ellos". Luego, en el campamento de Carge-kaik recibieron la visita del hijo de Quintuhual, hubo festejo y Musters se vistió con "traje completo de plumas de avestruz y cinturón de campanillas y debidamente pintado" para delicia de los nativos. Visitaron los toldos de Quintuhual y en Diplaik se enteraron de los propósitos de Calfucurá, que los incitaba a unirse para "hacer la guerra a Buenos Aires", entendida como malones a Bahía Blanca, lo que no fue aceptado.

Más tarde tuvo lugar la visita al paraje Geylun y, cruzando el Limay, el encuentro con Inacayal y Sayhueque (Cheoeque escribió Musters) ya en "Las Manzanas": "Hombre de aspecto inteligente, como de 35 años de edad, bien vestido con poncho de tela azul, sombrero y botas de potro... este cacique tenía plena conciencia de su alta posición y de su poder; su cara redonda y jovial, cuya tez, más oscura que la de sus súbditos, había heredado de su madre tehuelche". En el toldo lucía "la bandera de Casimiro, esto es, la bandera de la Confederación Argentina". Hubo una gran fiesta y abundante aguardiente, pero con las armas guardadas, y en otro parlamento se ratificaron el no malonero de Calfucurá y la defensa de Patagones.

Reiniciaron el viaje. Meta: Patagones; fueron recorriendo lo que hoy es la Línea Sur rionegrina. Musters, Orkeke, Casimiro, Quintuhual, Crime, Meña y otros tehuelches. La toponimia incorporó a Margensho (Maquinchao), Trinita (Treneta) y Valcheta. Desde la actual Maquinchao, el marino inglés con dos acompañantes se despidió de la larga comitiva adelantando la llegada a Patagones. Llevaba carta para el comandante Murga, jefe del fuerte. Cruzaron el río Negro y "haciendo a un lado la manta india, volví a ponerme el traje de un inglés de la época, saco de cazador". Cerca de San Xavier (Javier) tuvo contacto con los hermanos Linares, "indios mansos", y con los estancieros Kincaid, Alexander Fraser y Grenfell.

Llegado a Patagones se entrevistó con Pablo Piedra Buena, hermano de Luis; el doctor Jorge Humble y la familia galesa de Morris Humphreys -todo bien narrado y detallado en su escrito- y mantuvo una especial entrevista con el comandante Julián Murga. Recibió a Casimiro, Orkeke y sus tribus. Recorrió la zona y escribió valiosos pormenores de El Carmen. Tomó pasaje en el vapor "Patagonia" -completando su propósito- y como encalló en la "barra" siguió con la goleta "Choelechoel". Llegó a Patagones el 26 de mayo de 1870 tras recorrer más de 2.700 kilómetros y después dio "a luz el más famoso escrito etnográfico, topográfico y de otros temas para su tiempo. Una hazaña que no fue repetida y de gran valor documental. Anduvo por otras partes del mundo y concretó varias publicaciones más. La aventura patagónica fue premiada con un reloj de oro por la Royal Geographical Society. Se retiró de la Marina británica con el grado de capitán de fragata" y se casó con descendiente de ingleses.

Vivió varios años en Bolivia y falleció el 25 de enero de 1879, hace 130 años. Varios puntos de la geografía patagónica llevan su nombre.



HÉCTOR PÉREZ MORANDO (*)

(*) Periodista. Investigador de historia patagónica

Bibliografía y fuentes principales: Musters, G. C.: "Vida", trad. (1964); Rey Balmaceda, E. C.: "Geografía histórica" (1976); Daus F. A.: "Prólogo" (1976). Fontana, L. J.: Rev. A. A. "Recordando" (1887). Pérez Morando, H.: "El inglés", R. N. (2000). Ygobone, A. D.: "Viajeros" (1977) y "Paladines" (1950). Llarás Samitier, A.: "Historia", A. A. (1953). Archivo del diario "Río Negro", Biblioteca Patagónica y otros.


martes, 12 de abril de 2022

Patagonia: La magnífica e inimitada expedición de Musters

El Marco Polo de la Patagonia






Entre los años 1869 y 1870, el oficial de la Marina Británica, George Chaworth Musters, completó el ciclo de la exploración del interior de la Patagonia recorriendo 2.750 km desde Punta Arenas hasta Carmen de Patagones. Lo hizo cumpliendo un pedido personal del entonces gobernador de las islas Malvinas. Convencido de que la mejor manera de explorar y conocer esos territorios era uniéndose a una caravana tehuelche, entró en contacto con un grupo nómade, y durante cuatro meses acampó con ellos sobre el río Santa Cruz, aprovechando ese tiempo, para ganar la confianza y aprender las costumbres de sus compañeros de travesía.
Finalmente, en agosto de 1869, la caravana integrada por los caciques Orkeke y Casimiro Biguá, sus familias y guerreros y Musters, partió hacia el norte.
Remontaron el Río Chico de Santa Cruz, luego cruzando hacia el norte en un recorrido de aguada en aguada a corta distancia de la cordillera, por donde hoy pasa la Ruta Nacional N° 40.



En su trayecto, pasaron por los lugares que actualmente ocupan las localidades de Perito Moreno, Río Senguer, Tecka, Esquel y El Maitén,Ñorquinco y Pilcaniyeu
En este lugar conoció al cacique mapuche Foyel, segundo del gran cacique Sayhueque, que lo invitó a visitar a su jefe. Pero los tehuelches desconfiaban de Sayhueque y llevaban algunas semanas de retraso respecto de sus planes, de modo que continuaron su camino hacia el este, por el trazado de la actual Ruta Nacional 23, por Maquinchao y Valcheta
.Cuando llegó a Carmen de Patagones la travesía había durado poco más de un año, teniendo un panorama completo de la región de sus posibilidades y limitaciones económicas. .
En el relato de su viaje, editado en Londres en 1871 con el nombre "Vida entre los Patagones”. plasmó costumbres, curiosidades, rituales y un vocabulario tehuelche; además, información acerca de la geología, orografía, hidrografía, la fauna y la flora del interior, de la Patagonia.
Manifestó en su obra que "estaba muy al tanto del género de vida y las costumbres de los tehuelches, que me consideraban uno de ellos". En verdad supo conquistar la simpatía de sus compañeros de travesía, los que recordarían con cariño al rubio y gentil ¨Misters¨, que en poco tiempo se había convertido en un patagón más entre ellos.



Respecto de los motivos del viaje, los historiadores se dividen entre los que consideran que fueron su espíritu deportivo y aventurero, y la influencia de los relatos de las experiencias de Charles Darwin y Fitz Roy, mientras que otros consideran que podría haberse tratado de un espía al servicio del almirantazgo británico, cumpliendo una misión especial para conocer la realidad de esta despoblada zona de mundo.
Sea como sea, el resultado de su exploración, contribuyó de un modo excepcional a proporcionar valiosa información sobre esta región hasta entonces desconocida de nuestro país. En su momento la publicación de Musters fue definida como el más famoso escrito etnográfico, topográfico y de otros temas para su tiempo. Una hazaña que no fue repetida y de gran valor documental¨¨. La aventura patagónica fue premiada con un reloj de oro por la Royal Geographical Society
Musters exploró otras partes del mundo y concretó varias publicaciones más.. Se retiró de la Marina británica con el grado de capitán de fragata" y murió muy joven a los 38 años.

domingo, 4 de diciembre de 2016

Antártida: Los héroes científicos de las primeras exploraciones

Los exploradores antárticos ayudan a hacer descubrimientos, 100 años después de sus épicas aventuras
Phys,org


Una de las primeras fotografías aéreas de la Antártida, esta imagen se obtuvo de un globo en 1901. Muestra el buque de Erich von Drygalski, cuyos cuadernos de bitácora fueron utilizados en el estudio. Crédito: Administración Nacional Oceánica y Atmosférica / Departamento de Comercio

Los héroes de la exploración antártica han jugado un papel crucial en la investigación que sugiere que el área de hielo marino alrededor de la Antártida apenas ha cambiado de tamaño en 100 años.

Las observaciones de hielo registradas en los diarios de navegación de exploradores como el capitán británico Robert Scott y Ernest Shackleton y el alemán Erich von Drygalski se han utilizado para comparar dónde estaba el borde de hielo antártico durante la Edad Heróica de la Exploración Antártica (1897-1917) y Donde los satélites muestran que es hoy.
El estudio, publicado en la revista European Cryptosphere, sugiere que el hielo marino antártico es mucho menos sensible a los efectos del cambio climático que el del Ártico, que en marcado contraste ha experimentado un dramático declive durante el siglo XX.
La investigación, realizada por científicos del clima de la Universidad de Reading, estima que la extensión del hielo marino de verano en la Antártida es como mucho 14% menor ahora que a principios del siglo XX.
Jonathan Day, quien dirigió el estudio, dijo: "Las misiones de Scott y Shackleton son recordadas en la historia como fracasos heroicos, pero los datos recopilados por estos y otros exploradores podrían cambiar profundamente la forma en que vemos el flujo y el reflujo del hielo marino antártico.
"Sabemos que el hielo marino en la Antártida ha aumentado ligeramente durante los últimos 30 años, desde que comenzaron las observaciones por satélite." Los científicos han estado tratando de entender esta tendencia en el contexto del calentamiento global, pero estos nuevos hallazgos sugieren que puede no ser nada nuevo.
"Si los niveles de hielo eran tan bajos hace un siglo como se estima en esta investigación, entonces un aumento similar podría haber ocurrido entre entonces y la mitad del siglo, cuando estudios previos sugieren que los niveles de hielo eran mucho más altos".
El nuevo estudio publicado en The Cryosphere es el primero en arrojar luz sobre la extensión del hielo marino en el período anterior a la década de 1930, y sugiere que los niveles en los primeros años del 1900 eran similares a los actuales, entre 5.3 y 7.4 millones de kilómetros cuadrados. Aunque una región, el mar de Weddell, tenía una cubierta de hielo significativamente más grande.
Las estimaciones publicadas sugieren que la extensión del hielo marino antártico fue significativamente mayor durante la década de 1950, antes de que una pronunciada declinación la devolvió a unos 6 millones de kilómetros cuadrados en las últimas décadas.
La investigación sugiere que el clima de la Antártida puede haber fluctuado significativamente a lo largo del siglo XX, balanceándose entre décadas de cubierta de hielo alta y décadas de cubierta de hielo baja, en lugar de soportar una tendencia a la baja constante.
Este estudio se basa en los esfuerzos internacionales para recuperar los datos meteorológicos y climáticos de los cuadernos de navegación de los buques. El público puede ofrecerse voluntariamente para rescatar más datos en oldweather.org.
Day dijo: "El Océano Austral es en gran medida un" agujero negro "en lo que respecta a los datos históricos sobre el cambio climático, pero las futuras actividades planeadas para recuperar datos de barcos navales y balleneros nos ayudarán a entender las variaciones climáticas pasadas y qué esperar en el futuro."
El capitán Scott murió junto con su equipo en 1912 después de perderse por ser el primero en llegar al Polo Sur en cuestión de semanas, mientras que el buque de Shackleton se hundió después de quedar atrapado en el hielo en 1915 mientras él y su tripulación viajaban para intentar la primera cruz - Caminata antártica.
Además de utilizar los diarios de navegación de tres expediciones dirigidas por Scott y dos por Shackleton, los investigadores utilizaron registros de hielo marino de misiones belgas, alemanas y francesas, entre otros. Pero el equipo no pudo analizar algunos cuadernos de registro del período de la Edad Heroica, que aún no han sido capturados ni digitalizados. Éstos incluyen los expedientes de la expedición antártica noruega de 1910-12 conducida por Roald Amundsen, la primera persona a alcanzar ambos polos del sur y del norte.


  • Edinburgh, T. and Day, J. J.: "Estimating the extent of Antarctic summer sea ice during the Heroic Age of Exploration":http://www.the-cryosphere.net/10/2721/2016/, The Cryosphere, DOI: 10.5194/tc-10-2721-2016, 2016 

jueves, 18 de agosto de 2016

Exploración y espionaje: Los mapas de Baden-Powell

Los mapas ocultos de Robert Baden-Powell, el espía inglés que fundó el movimiento scout



Robert Baden-Powell nació en Londres en 1857. Durante su carrera militar participó de diferentes campañas en África. De vuelta en el Reino Unido, escribió varios libros que lo hicieron popular entre los lectores ingleses. Su obra “Escultismo para muchachos” inspiró a jóvenes de la época a organizarse y formar las primeras patrullas Scout.
En 1915 Baden-Powell, quien ya era una celebridad, publicó el libro “Mis aventuras como espía”, una guía para aspirantes a espía donde narra sus misiones en los Balcanes a fines del siglo XIX. Además de contener numerosos consejos para no ser detectado por las autoridades enemigas y sobre cómo vestir correctamente según la región del mundo en la que se esté accionando, en el manual se pueden encontrar dibujos de insectos realizados por el mismo autor, que esconden mapas secretos.






Una de las ocurrencias más sugestivas de Baden-Powell es la de usar la coartada de entomólogo para infiltrarse en territorio hostil. El autor sugiere a sus lectores explorar las zonas deseadas vistiendo el clásico atuendo de un especialista en insectos y, valiéndose de un lápiz y un cuaderno, dibujar insectos en cuyos trazos se camuflan mapas de la región.
El ex militar asegura que la técnica le fue de gran utilidad durante sus años como espía, y que un mapa bien oculto en una mariposa puede salvar más de una vida.

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