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domingo, 21 de noviembre de 2021

SGM: Identifican a marinero del HMAS Sydney hundido por el Kormoran

Australia identifica al legendario «soldado desconocido» de la II Guerra Mundial


Imagen coloreada del joven marinero australiano Thomas Welsby Clark.

Los restos pertenecen al marinero Thomas Welsby Clark, un joven de la ciudad australiana de Brisbane que se cree que fue el único tripulante que logró escapar del hundimiento del barco HMAS Sydney en un combate con los alemanes en 1941


Australia ha identificado a un legendario «soldado desconocido», el único cuerpo que se recuperó tras el hundimiento del barco HMAS Sydney en un combate con los alemanes en 1941 frente a las costas occidentales del país durante la Segunda Guerra Mundial, informaron este viernes fuentes oficiales. Los análisis de ADN confirmaron que los restos pertenecen al marinero Thomas Welsby Clark, un joven de la ciudad australiana de Brisbane que se cree fue el único tripulante que logró escapar en una balsa salvavidas del naufragio hace 80 años, según un comunicado de la Armada de Australia.

Los restos del marinero, quién tras lograr montar en la balsa pereció en alta mar, fueron hallados hace casi tres meses en la isla Christmas, cerca de Indonesia y a miles de kilómetros del lugar de la tragedia. La identificación de los restos de Clark, muerto a los 21 años de edad, se realizó a partir del análisis de las muestras genéticas tomadas en el 2006, las cuales permitieron relacionarlos tras 15 años de investigaciones con dos familiares directos que sobrevivieron al heroico marinero.

La académica retirada Leigh Lehane expresó su tristeza al saber que su tío Tom -quien llegó a conocerla cuando era una recién nacida durante su última visita a Brisbane- era el famoso soldado desconocido del HMAS Sydney, aunque también agradeció que se «establezca la verdad sobre su identidad».

Por su lado, el ministro australiano de Asuntos de los Veteranos y del Personal de Defensa, Andrew Gee, destacó que se trata de un momento histórico para su país, informa Efe. «El que finalmente podamos conocer el nombre de Tom, su rango, su número de servicio y su ciudad natal, ochenta años después de que desapareciera, es realmente notable», comentó el ministro en el comunicado en el que le rindió tributo a él y los marineros que «murieron defendiendo a Australia, sus valores y su forma de vida».

El buque australiano HMAS Sydney se hundió el 19 de noviembre de 1941 tras un intenso combate con el mercante alemán encubierto HSK Kormoran, a unos 222 kilómetros al oeste de la localidad de Steep Point, en el estado de Australia Occidental. «De la dotación total de Sydney, de 645 hombres, no sobrevivió ninguno», explicó en el comunicado el vicealmirante Mike Noonan, Jefe de la Armada australiana.

 

domingo, 13 de junio de 2021

SGM: El increíble combate entre el carguero corsario Kormoran y el crucero HMAS Sidney

Batalla entre “HMAS Sidney” y “Kormoran”

Eurasia 1945




La batalla entre los cruceros HMAS Sidney y Kormoran fue uno de los encuentros navales más sorprendentes de la Segunda Guerra Mundial. Librado tan sólo unos días antes del inicio de la Guerra del Pacífico contra Japón, el enfrentamiento transcurrió de manera desigual porque un simple corsario camuflado alemán atacó por sorpresa y hundió con relativa facilidad a un crucero de línea australiano, una proeza casi imposible de realizar, aunque si por algo el incidente se volvería famoso sería por convertirse en uno de los episodios militares más polémicos de la Historia de Australia.

Preludio

La jornada del 11 de Noviembre de 1941, aproximadamente un mes antes del estallido de la Guerra del Pacífico, el crucero HMAS Sidney de la Marina Real Australiana (Royal Australian Navy) al mando del capitán Joseph Burnett abandonó el puerto de Freemantle para ofrecer escolta al carguero australiano SS Zeelandia que viajaba en dirección Malasia. A los seis días del viaje, el 17 de Noviembre, la nave transfirió su cometido de protección al crucero británico HMS Durban, por lo que después de ser el transporte relevado, el buque australiano dio media vuelta y emprendió el retorno hacia el litoral occidental de Australia.


Mapa de Australia. En un cuadrado rojo el lugar de la batalla entre el Kormoran y el HMAS Sidney.

El crucero australiano HMAS Sidney había sido botado en 1934 como un barco de “Clase Leander” que desplazaba 8.940 toneladas a plena carga y que poseía unas medidas de 147 metros de longitud, 14 metros de ancho y 5 metros de calado, así como un blindaje consistente en 76 milímetros en la cintura y 55 milímetros en otras partes sensibles. Se trataba de una nave con capacidad para albergar a 590 tripulantes entre 33 oficiales y 557 marineros, más un armamento comprendido en ocho cañones pesados de 150 milímetros en torretas dobles (dos a proa y dos a popa), doce piezas menores de 100 milímetros (seis a babor y estribor), veintitrés ametralladoras defensivas y antiaéreas (doce Vickers Mk III de 13 milímetros, nueve Lewis de 7’7 milímetros y dos Vickers de 7’7 milímetros), ocho tubos lanzatorpedos de 533 milímetros en dos plataformas cuádruples y una catapulta con grúa para un hidroavión de reconocimiento Supermarine Walrus.

Dos días más tarde del viaje de regreso del HMAS Sidney, el miércoles 19 de Noviembre, el corsario alemán Kormoran que cubría la misma ruta estando al mando del capitán Theodor Detmers, se encontraba patrullando el oeste de Australia con apariencia de carguero holandés bajo el falso nombre de Straat Malaka. Lamentablemente después de 352 de haber estado navegando sin pausa, el buque no había tenido suerte porque sólo se había anotado el hundimiento de 11 cargueros enemigos debido a que tanto en el Océano Pacífico como en el Océano Índico existían una cantidad menor de mercantes en dirección a los puertos del Imperio Británico.

El Kormoran era un carguero construido en los Astilleros de Kiel bajo la denominación de “Crucero de Interferencia Comercial”, ya que se le diseñó con apariencia de mercante civil pero con un arsenal militar camuflado con mamparos. Con unas medidas de 164 metros de longitud, 20 metros de ancho y 8 metros de calado, desplazaba 8.736 toneladas y una tripulación compuesta por 399 almas contando 36 oficiales, 359 marineros y 4 lavanderos chinos (estos últimos enrolados del mercante SS Eurylochus hundido por la nave), además de poseer un arsenal consistente en seis piezas pesadas de 150 milímetros, dos cañones ligeros de 37 milímetros, cinco antiaéreos de 5 milímetros, dos tubos lanzatorpedos dobles de 533 milímetros y 360 minas acuáticas, así dos hidroaviones de reconocimiento Arado Ar 196.

Batalla del Kormoran contra el HMAS Sidney

A las 16:00 horas de la tarde del 19 de Noviembre de 1941, un vigía del mástil del corsario Kormoran divisió lo que parecía ser la silueta de un barco en la línea del horizonte, justo cuando la nave se encontraba navegando a unas 150 millas náuticas de la costa australiana de Carnarvon, no muy lejos de la Isla de Dirk Hartog y la Bahía de los Tiburones. Inmediatamente el marinero bajó a la cámara de los oficiales en el puente, donde nada más informar al capitán Theodor Detmers del descubrimiento, éste dejó el café que estaba bebiendo y observó a través de sus prismáticos para distinguir un buque al que erróneamente confundió con un carguero enemigo, motivo por el cual ordenó “zafarrancho de combate”.

Cuando el Kormoran viró el rumbo 260º hacia el misterioso barco, el crucero HMAS Sidney que era en realidad el objetivo del alemán, también aceleró los nudos hacia el corsario germano hasta situarse ambos a una distancia de 7 millas sobre las 17:00 horas. En ese instante el capitán Theodor Detmers que ya pudo observar mejor a su oponente, entró en pánico al comprobar que la nave en verdad se trataba de un crucero de la Marina Real Australiana y no un mercante, por lo acto seguido intentó corregir el error dando la vuelta y mostrando la popa a su rival, aunque con tan mala suerte que el corsario sufrió una avería al recalentarse uno de los cuatro cilindros del motor, siendo reducida su velocidad de los 18 a los 14 nudos.


Corsario alemán camuflado Kormoran.

El HMAS Sidney que todavía no sospechaba del Kormoran, se aproximó hacia la nave con la intención de hacer una inspección rutinaria a aquel supuesto carguero holandés denominado falsamente como Straat Malaka. A sabiendas el capitán Theodor Detmers de que jamás podría escapar de su perseguidor, optó por intentar engañar a los australianos simulando que sus tripulantes eran marinos civiles con escasa experiencia en alta mar. Así fue como tras emitir el HMAS Sidney la señal de identificación “NNJ”, los marineros germanos intentaron ganar tiempo mostrándose torpes a la hora de izar las banderas en orden erróneo, desenrollar mal las telas o enviar un mensaje equivocado a su rival con las siglas “PKQI”. A las única señales que el navío respondió con sentido fue que se dirigía en dirección a Batavia, por aquel entonces la capital de las Indias Orientales Holandesas. A pesar de las extrañas evidencias y de que el capitán Joseph Burnett comenzó a impacientarse porque ordenó a la dotación de la artillería pesada ocupar sus puestos y al hidroavión calentar motores en la catapulta, el resto del personal de marinería cometió el error de permanecer a la espera, sin movilizarse y estando en una actitud completamente relajada mientras charlaban y se apoyaban sobre las barandillas.

La última señal izada por el HMAS Sidney al supuesto carguero Straat Malaka fueron las siglas “IK” que obviamente la tripulación del Kormoran desconocía, algo que obligó al capitán Theodor Detmers a actuar cuanto antes porque sabía que ya no tendría más oportunidades. Afortunadamente todo el teatro organizado por sus marineros había funcionado porque de manera negligente el crucero australiano se había situado en paralelo a tan sólo 1.500 metros del corsario, ofreciendo un blanco claro y fácil, sin obviar con que la distancia era tan reducida que incluso una nave tan poco artillada como el Kormoran tendría altas posibilidades de echar a pique a un buque de guerra tan poderoso como el HMAS Sidney.

Inesperadamente a las 17:30 horas, el Kormoran arrió del mástil la bandera de Holanda e izó la cruz gamada del Tercer Reich, al mismo tiempo en que abría sus compuertas y mamparos asomando sus poderosos cañones de 150 milímetros. Apenas sin otorgar a los australianos tiempo para reaccionar, el Kormoran efectuó sus dos primeros disparos que erraron en el blanco porque el primer proyectil cayó demasiado corto y el segundo levantó un géiser de agua por detrás del buque enemigo. No obstante, nada más producirse las tres siguientes salvas, dos de los proyectiles alcanzaron al HMAS Sidney con la consiguiente destrucción del puente y la dirección de tiro de proa, aunque éste último respondió con una andanada de 150 milímetros que falló porque las cabezas detonaron sobre la superficie del mar. Acto seguido, la artillería secundaria de 37 milímetros del Kormoran barrió la cubierta del crucero rival, mientras sus piezas antiaéreas de 20 milímetros y la dotación de las ametralladoras acribillaron con cientos de balas a unos indefensos y sorprendidos marineros australianos que fueron fácilmente masacrados sin poder acudir a sus puestos. De hecho pronto un proyectil desprendió al hidroavión de su plataforma, cuyo combustible se desparramó por el casco y originó un incendio que fue imposible de controlar, además de recibir la nave australiana dos torpedos, uno de los cuales impactó bajo la línea de flotación causando una inundación parcial en la proa. Como la situación se volvió desesperada, el HMAS Sidney intentó embestir al Kormoran inútilmente porque la punta pasó de largo junto a su popa, momento en que los germanos aprovecharon para lanzar nuevos fogonazos que inutilizaron la Torreta A e hicieron saltar por los aires la Torreta B. La única respuesta efectiva del HMAS Sidney durante todo el encuentro fue disparar cuatro torpedos contra el corsario que no acertaron, aunque al menos una salva de los cañones pulverizó a los generadores de energía, lo que supuso un golpe mortal para Kormoran.

Crucero australiano HMAS Sidney.

A las 18:35 horas del atardecer, tanto el Kormoran como el HMAS Sidney rompieron el contacto y se alejaron después de haber encajado el crucero australiano un total de 450 proyectiles y el corsario alemán unos 50 impactos. Aunque ambos buques continuaron viéndose durante aproximadamente una hora y media, a las 20:00 horas de la noche, los vigías del Kormoran comprobaron como la silueta del HMAS Sidney y los resplandores de las llamas desaparecían finalmente por detrás de la línea del horizonte. Después de aquel último avistamiento de su rival y pese a que los alemanes todavía no podían saberlo, el crucero australiano se hundió de manera misteriosa sin registrarse un sólo superviviente, ya que perdieron la vida la totalidad de los 645 marineros, incluyendo el capitán Joseph Burnett.

Polémica

Avanzada la noche del 19 de Noviembre de 1941, el capitán Theodor Detmers realizó una evaluación de daños en el Kormoran para descubrir que las averías de propulsión estaban rotas de manera irrecuperable, que existía un incendio en la sala de máquinas y que varios compartimentos habían sido inundados, además de haber 20 miembros de la tripulación muertos y otros 40 heridos. A pesar de que en cualquier otra circunstancia la nave hubiese sido salvable, al encontrarse tan lejos de un puerto amigo por estar en aguas de Australia, los germanos no tuvieron más remedio que decretar la evacuación. Así fue como cinco botes y varias lanchas de goma fueron echadas al agua (una de éstas volcaría con varios heridos que se ahogaron con la consiguiente cifra de 82 fallecidos desde el inicio de la batalla) hasta que se sacó con vida a 320 tripulantes entre los que había 317 alemanes y 3 cocineros chinos, antes de que a las 24:00 horas el Kormoran fuese minado por sus propios marineros con cargas de demolición en las bodegas, siendo finalmente explosionado y hundido a las 00:20 horas del 20 de Noviembre.

La mañana del 20 de Noviembre de 1941, las autoridades portuarias de Freemantle comenzaron a preocuparse cuando no vieron aparecer a la hora prevista al crucero HMAS Sidney. Al día siguiente, el 21, los peores temores parecieron confirmarse porque la nave tampoco se presentó, exactamente igual que la jornada de 22, por lo que finalmente el 23 se decretó el estado de alarma en los cuarteles militares y en las instalaciones navales. Al cabo de veinticuatro horas de ser declarada la emergencia, el transatlántico RMS Aquitania recogió del agua a una balsa de goma cargada con 26 náufragos alemanes que relataron haberse enfrentado cinco días atrás contra un crucero enemigo. El mismo testimonio aportaron los supervivientes germanos de una segunda lancha encontrada por el petrolero SS trocas el 25, así como nuevos tripulantes del Kormoran que a bordo de otras dos balsas desembarcaron en dos grupos de 57 y 46 marineros sobre la costa norte de Carnarvon. A raíz del curso que estaban tomando los acontecimientos y la falta de noticias fiables, el Gobierno de Sidney oficializó la censura en la prensa y la radio, al mismo tiempo en que se montaba un operativo de búsqueda y rescate con varios escuadrones de hidroaviones y una escuadra naval conformada por el crucero holandés Tromp y seis mercantes recién requisados al oeste de Australia. Entre estos buques estuvo el carguero SS Yandra que acogió a un bote con 73 alemanes el 27 de Noviembre, así como el barco auxiliar HMS Koolinda que hizo lo propio con otros 31 náufragos germanos y el mercante SS Centaur con los últimos 61, incluyendo el capitán Theodor Detmers.


Supervivientes en las balsas del Kormoran.

Con la captura de los supervivientes del Kormoran, las autoridades procedieron a los interrogatorios para ofrecer todos la misma versión consistente en que el día 19 se habían enfrentado a un crucero de bandera australiana del que habían conseguido escapar, pero nadie había visto hundirse. Según tales testimonios que parecían coincidir, los investigadores australianos no comprendieron como el HMAS Sidney en casi dos horas no había efectuado ninguna llamada de socorro por radio ni sus oficiales habían puesto en marcha una operación de evacuación, eso sin contar con que ni un sólo marinero se hubiese arrojado al agua para salvar la vida o simplemente que no se hubieran encontrado restos físicos de la nave como mamparos, salvavidas o cadáveres flotando. De hecho, un cuerpo hallado unos meses más tarde en la Isla de Navidad pareció proceder del crucero, aunque su avanzado estado en descomposición y su imposible identificación, impidieron clarificar si se trataba de un veterano del HMAS Sidney. Ante la falta de pruebas concluyentes y después de casi medio año de búsqueda infructuosa, el 30 de Junio de 1942, el Primer Ministro John Curtin anunció triste y abatido que el crucero HMAS Sidney, una de las joyas de la Marina Real Australiana, había resultado hundido y ningún miembro de la tripulación había sobrevivido.

La noticia de la desaparición y hundimiento del HMAS Sidney fue uno de los mayores golpes morales encajados por Australia durante la Segunda Guerra Mundial, similar en polémica a la carnicería vivida en la Batalla de Gallípoli durante la Primera Guerra Mundial. Desde ese instante muchos en el país comenzaron a buscar culpables y solicitaron que rodasen cabezas en los departamentos, ya fuese por los retrasos en la búsqueda de supervivientes o por el silencio en la prensa durante varios meses. De igual manera algunos se inventaron extrañas teorías asegurando que los marineros del Kormoran habían asesinado a los tripulantes del HMAS Sidney y se habían desecho posteriormente de los cuerpos, e incluso que un submarino japonés que pasaba por la zona había hecho desaparecer a los náufragos australianos (algo imposible porque Japón entró en la Guerra del Pacífico dos semanas después).

Terminada la Segunda Guerra Mundial en 1945, las presiones por buscar culpables llevaron a que el capitán Theodor Detmers, condecorado en ausencia mientras se hallaba en cautividad con la Cruz de Hierro por el propio Adolf Hitler, fue retenido bajo la falsa acusación de haber ordenado asesinar a los tripulantes del HMAS Sidney. Afortunadamente y después de dos años de deliberaciones acerca de si juzgarle o no, la justicia australiana dictaminó su liberación en 1947 y su inmediata repatriación a Alemania. A pesar de todo, el capitán Theodor Detmers seguiría siendo injustamente señalado hasta su fallecimiento en 1976, sobretodo cuando inesperadamente después de más de treinta años apareció una vieja balsa a la deriva del HMAS Sidney, la cual se hallaba repleta de agujeros que en un principio creyeron ser de bala, aunque al final se confirmó que eran de impactos de metralla propia de la batalla (desmontándose una vez más la teoría del crimen). De hecho después de una última comisión de investigación, en 1997 el Parlamento Australiano cerró el caso con un denso informe de nueve volúmenes en el que se afirmaba que los 317 alemanes hechos prisioneros en 1941 eran inocentes.

Al entrar el siglo XXI, el 17 de Marzo de 2008, un equipo científico con robots oceánicos descubrieron el pecio del corsario alemán Kormoran al oeste de Australia, antes de que once horas más tarde, al fin hallasen los restos del crucero australiano HMAS Sidney. Al día siguiente del acontecimiento, el 18 de Marzo, el Primer Ministro Kevin Rudd comunicó al mundo que el crucero HMAS Sidney había sido encontrado después de 67 años de larga búsqueda. Gracias a este descubrimiento y a los daños observados sobre la estructura de la nave, se pudo comprobar que el hundimiento respondía a su particular enfrentamiento contra el Kormoran, aunque aquello no aclaró la extraña desaparición de todos sus tripulantes, lo que convirtió a este caso en uno de los sucesos navales más misteriosos de la Segunda Guerra Mundial.

Bibliografía:

  • -Eduardo Raboso García-Baquero, La Última Presa del Kormoran, Revista Española de Historia Militar Nº15, (2001), p.112-115
  • -Golden Jubilee, Royal Australian Navy. 1911-1961, “Our Naval Heritage”, Department of the Royal Australian Navy (1961), p.15
  • -http://en.wikipedia.org/wiki/Battle_between_HMAS_Sydney_and_German_auxiliary_cruiser_Kormoran

martes, 16 de abril de 2019

Guerra contra el Brasil: Un resumen de los combates

Guerra Cisplatina (1825–28)

Weapons and Warfare




Batalla de Sarandi de Esteban Garino (1911-). Las guerras continuaron sin cesar en las antiguas colonias durante décadas. La batalla de Sarandi, peleada el 12 de octubre de 1825, fue una victoria uruguaya clave sobre las fuerzas de Brasil durante la Guerra Cisplatina (1825-28).

La América portuguesa pasó por una independencia significativamente diferente. El príncipe regente (después de 1816, el rey) João VI evitó el destino de su homólogo español y escapó de los invasores franceses, llegando a Río de Janeiro en 1808. Allí estableció su capital, gobernando todo el imperio portugués desde esta corte tropical hasta 1821. Las ambiciones de su esposa nacida en España, Carlota Joaquina, de dominar los asuntos de Platine coincidieron con los intereses de los rancheros del sur de Brasil. Esto llevó a una invasión portuguesa a gran escala de la Banda Oriental (actual Uruguay) en 1816 que desplazó a la naciente Liga Federal de José Gervasio Artigas. Pronto Brasil incorporó a la región como la Provincia Cisplatina.

22 de enero de 1820. 

Tacuarembo Chico. Alrededor de 2.000 patriotas uruguayos bajo el mando del general Latorre son aniquilados en las orillas occidentales del río Tacuarembo por 3.000 soldados portugueses bajo el mando del general Gaspar de Sousa Filgueiras, que termina efectivamente con la oposición organizada a la ocupación brasileña de este país. (El 18 de julio de 1821, Uruguay se anexa al imperio portugués como la "Provincia de Cisplatine", y permanece así hasta 1825.)

La revolución de 1820 en Oporto, Portugal, provocó que un reacio Joāo regresara a Lisboa; para 1822 su hijo se había convertido en el emperador Pedro I de Brasil. Se requirió relativamente poco combate para expulsar a las tropas leales a Portugal (excepto en Bahía) o para asegurar la lealtad de las provincias remotas al nuevo gobierno en Río de Janeiro. Incluso la Provincia de Cisplatine, leal a Lisboa durante más tiempo gracias a su gran guarnición portuguesa, eventualmente quedó en línea. Para 1824 el imperio estaba seguro, con un reconocimiento británico y portugués que se produjo un año después.

La retórica brasileña que anunciaba el Río de la Plata como la frontera natural del sur del país no podía sostenerse. En 1825, los exiliados encabezados por Juan Lavalleja cruzaron a la orilla este del río Uruguay, la Banda Oriental, y elevaron el estándar de la revuelta contra Brasil. Recibiendo un fuerte respaldo de los porteños, la rebelión pronto atrajo el apoyo de los caudillos rurales. Dentro de seis meses, los brasileños controlaban solo Colonia do Sacramento y Montevideo. Brasil declaró la guerra a Buenos Aires, pero el conflicto resultante, conocido como la Guerra de los Cisplatinos, terminó en un punto muerto. Una paz mediada por los británicos en 1828 llevó a la creación de la República Oriental del Uruguay independiente el año siguiente. La inestabilidad política en Brasil durante los nueve años de regencia que siguieron a la abdicación de Pedro I en 1831 y los primeros años del reinado personal de Pedro II provocaron un retiro temporal brasileño de los asuntos de Platine.

Guerra Cisplatina

La independencia de América del Sur no pone fin a la tradicional rivalidad hispano-portuguesa con respecto al territorio en disputa conocido como Banda Oriental o "Orilla Oriental" del Río de la Plata (Uruguay moderno), incautada ocho años antes por las tropas del emperador brasileño Dom Pedro. I. El 19 de abril de 1825, 33 de los patriotas exiliados de la Banda, menores de 40 años, Juan Antonio Lavalleja zarparon a bordo de dos botes de San Isidro (Argentina), que desembarcaron en el Rincón de la Agraciada para provocar una revuelta contra los ocupantes de su patria.

Muchos gauchos uruguayos descontentos se alzan rápidamente en apoyo de Lavalleja, especialmente el veterano comandante patriota Fructuoso Rivera, popularmente conocido como "Don Frutos"; por lo tanto, la ciudad de Soriano está invadida el 24 de abril, Canelones es tomada el 2 de mayo y la principal brasileña La guarnición en Montevideo se invierte seis días después. El brigantino brasileño de 18 cañones Caboclo (anteriormente Maipú) del teniente Francisco Pires de Carvalho lleva refuerzos a la asediada guarnición de Montevideo para junio, mientras que el emperador en vano presenta protestas ante el gobierno de Buenos Aires, que pronto será encabezado por su primer El presidente constitucional, Bernardino Rivadavia, recientemente regresó de servir como ministro plenipotenciario en Londres, negociando vínculos más estrechos con varios gobiernos europeos.

Las protestas de Brasil se ignoran, por lo que el movimiento de Lavalleja se envalentonó y sitió Colonia del Sacramento a partir del 18 de agosto, mientras que el improvisado gobierno uruguayo votó para separarse del imperio brasileño y unirse con Argentina una semana después.

4 de septiembre de 1825. 

En el arroyo Águila, al sureste de Mercedes, Rivera es derrotado cuando ataca a una columna de 700-800 soldados brasileños que ingresan al interior uruguayo bajo el mando del coronel de 42 años de edad, Bento Manuel Ribeiro.

24 de septiembre de 1825.  

Al amanecer, tras haberse deslizado a través del paso de Vera detrás de la fuerza principal de Ribeiro con 250 jinetes, Rivera sorprende al depósito brasileño de coroneles Jerónimo Gomes Jardim y José Luis Mena Barreto, establecido al sur de la confluencia de los ríos Negro y Uruguay en un rancho llamado Rincón de las Gallinas o Rincón de Haedo (este último es el nombre de su propietario civil). Cerca de allí, las unidades brasileñas se retiran para impugnar esta incautación, pero Rivera las atrae poco a poco a los bañados o "pantanos" locales, que causan unas 100 muertes, incluida Mena Barreto y todo su personal, antes de despegar con 8,000 monturas y un considerable material.

Este reverso incita al comandante del teatro brasileño con sede en Montevideo-Lt. El general Carlos Frederico Lecor, Barao de Laguna y la Gran Cruz de Caballero de la Orden de Torre e Espada, para enviar otra columna de 1,000 hombres tierra adentro bajo Ribeiro, para unirse con una fuerza de tamaño similar que se mueve hacia el sur desde el río Negro debajo de Gen Bento Gonçalves da Silva. Lavalleja contraataca desde su base central uruguaya de Durazno para intentar impedir su coyuntura pero no tiene éxito.

12 de octubre de 1825.

Sarandi. A pesar de no haber logrado evitar la unión de las 2.200 tropas brasileñas de Gonçalves y Ribeiro, Lavalleja ha amasado 2.000 irregulares uruguayos al amanecer para enfrentarlos en las orillas del arroyo Sarandi. Su ala de caballería izquierda debajo de Rivera cierra a las 9:00 a. metro. contra la derecha brasileña, que está compuesta por 400 jinetes y 450 hombres de infantería bajo Gonçalves, dispersándolos después de un duro enfrentamiento.

Mientras tanto, los 700 jinetes uruguayos y una sola pieza de campo a la derecha debajo de Pablo Zufriategui verifican el avance de los 300 soldados de infantería que constituyen la izquierda brasileña bajo Ribeiro, antes de contraatacar con éxito. El asalto por parte del centro uruguayo bajo Manuel Oribe es inicialmente rechazado por los 800 soldados de infantería brasileños que se encuentran enfrente del coronel Joaquim Antonio Alencastre, pero Lavalleja responde al cometer sus reservas en este punto, y eventualmente colapsará la resolución brasileña al mediodía. Se retiran después de sufrir 200 muertos y otras 630 bajas, en comparación con solo 35 muertos y 90 heridos entre las filas uruguayas.

Como resultado de esta derrota, el Uruguay ocupado se reduce a unas pocas guarniciones brasileñas aisladas que se extienden a lo largo de la costa del Río de la Plata, así como a lo largo de la frontera noreste.

24 de octubre de 1825.

Tras la victoria en Sarandí, el Congreso argentino reconoce la solicitud de Lavalleja de incorporar a Uruguay en sus "Provincias Unidas del Río de la Plata" bajo el nombre de "Provincia Cisplatina", informando debidamente a Río de Janeiro de este hecho.

31 de diciembre de 1825.

Las tropas uruguayas bajo el mando del coronel Leonardo Olivera toman el Fuerte Santa Teresa en la frontera noreste, reduciendo efectivamente la ocupación brasileña de su patria a Montevideo y Colonia del Sacramento.

28 de diciembre de 1826.

Un ejército uruguayo-argentino combinado sale de Arroyo Grande hacia el valle del río Negro en tres unidades: I Cuerpo bajo Lavalleja, formado por el 9º Regimiento de Caballería de Argentina, además de una gran cantidad de jinetes y milicianos irregulares uruguayos de Colorado; II Cuerpo bajo Alvear, compuesto por 2,000 soldados de los regimientos de Caballería Argentina 1º, 4º, 8º y 16º, un escuadrón de coraceros y milicianos de Colonia del Sacramento; y el III Cuerpo bajo Soler, que comprende los regimientos de Infantería Argentina 1º, 2º, 3º y 5º, los regimientos de Caballería Argentina 2º y 3º, un regimiento de artillería ligera y las compañías de milicias de Mercedes, que custodian los trenes de suministro y artillería. Su objetivo es invadir Bagé y la provincia de Rio Grande do Sul, sur de Brasil.

26 de enero de 1827.

La ciudad brasileña de Bagé está ocupada sin resistencia por Lavalleja y Alvear. Marqués de Barbacena, comandante del teatro brasileño local -el mariscal Felisberto Caldeira Brant Pontes de Oliveira y Orta, de 44 años, retrocede ante las más numerosas formaciones de caballería uruguayo argentina, refugiándose en la Cordillera de Camacua hasta que llegan refuerzos desde Río Grande.

12 de febrero de 1827.

El ejército de Alvear y Lavalleja ingresa a Sao Gabriel (Brasil), pero al día siguiente, en las orillas occidentales del río Vacacai, el 4º Regimiento de Caballería Argentina con menos de 29 años de edad, el coronel Juan Galo Lavalle González escaramuza contra 1,100 soldados del 22 y 23º brasileño Regimientos de caballería al mando del general Bento Manuel Ribeiro. Este último solo sufrió entre 30 y 40 víctimas, frente a 7 muertos y 6 heridos entre argentinos y uruguayos; sin embargo, la inteligencia reunida en cuanto a la línea de avance de los invasores le permite al General Barbacena comenzar a dirigir su cuerpo principal a través de su camino previsto.

El 14 de febrero, Alvear separa a Brig. El general Lucio Norberto Mansilla con 350 soldados para hacer retroceder a Riveiro, quien adelantó a su oponente al día siguiente mientras cruzaba el río Ibicuy en el paso de Ombú. Nuevamente, los brasileños sufren solo unas 40 bajas, frente a 10 argentinos muertos y 12 heridos; sin embargo, para el 17 de febrero, el ejército de Barbacena está tomando posición cerca del paso del Rosario en el río Santa María para disputar el paso de Alvear. Los invasores llegan la tarde del 19 de febrero y se preparan para la batalla al día siguiente al norte del arroyo Ituzaingo.


Muerte de Federico de Brandsen durante la batalla.



20 de febrero de 1827.

Ituzaingo. A las 2:00 a. metro. En esta noche de luna llena, Barbacena ordena a sus 2,300 soldados de infantería brasileños, 3,700 soldados de caballería y 300 artilleros con 12 piezas de campo que avancen contra la vanguardia de los invasores bajo Olazabal. Cuando Alvear percibe este movimiento al amanecer, a su vez le ordena al 5to Batallón de Olazábal que se aferre a su altura de avance crucial a toda costa, mientras acelera su propio ejército a la acción: 1,800 soldados de infantería, 5,400 soldados (incluidos 2,000 gauchos uruguayos) y 500 artilleros. tripulación 16 cañones. Bergantín. La caballería del general Julián Laguna es enviada para retener a la izquierda argentina. En el proceso, choca con la infantería brasileña de la Brigada General de Guerra Brown, que después de recibir tres cargas completas de caballería, se convierte en cuadrados.

La división de Brown se reduce gradualmente, momento en el que la caballería irregular de Lavalleja dispersa a los soldados brasileños de Abreu en el flanco sur, que se refugian detrás de su propia Segunda División de Infantería. La segunda carga de los regimientos de Caballería 16a y 18a de Zufriategui de Olavarria obliga a retroceder a la izquierda brasileña, mientras que el 4º Regimiento de Caballería Argentina de Lavalle y los Colorados hacen lo mismo más al norte. Cuando la infantería brasileña de Brown, una vez más comienza a avanzar, se detiene gradualmente por los cargos sucesivos del 1er Regimiento de Federico de Brandzen, la 2da Caballería de José María Paz y el Calado.

Después de seis horas de lucha confusa, Barbacena ordena a su ejército que se retire hacia el norte hacia Cacequi, habiendo sufrido 200 muertos y 150 capturados. Las pérdidas argentino-uruguayas totalizan 147 muertos y 256 heridos, y aunque siguen en posesión del paso del Rosario, los sangrientos invasores prefieren volver sobre sus pasos hacia Sao Gabriel el 26 de febrero..


1 de marzo de 1827.

La fuerza expedicionaria conjunta de Alvear y Lavalleja abandona Sao Gabriel (Brasil) para regresar a Uruguay en Minas de Corrales, 50 millas al sur de Santana do Livramento.

13 de abril de 1827.

Las 4.000 tropas argentinas de Alvear una vez más marchan hacia el norte desde Minas de Corrales, esta vez no acompañadas por sus aliados uruguayos, para invadir nuevamente la provincia brasileña de Rio Grande do Sul en un intento por lograr mejores términos de negociación en las conversaciones de paz en curso. Después de la progresión de cinco días a través de lluvias constantes, Bagé se reocupa sin oposición.

23 de abril de 1827.

Camacua Veinte kilómetros al norte de Bagé, a orillas del río Camacua Chico, 1.600 soldados brasileños están casi sorprendidos por un descenso nocturno de 2.500 soldados de caballería argentinos bajo Lavalle. En cambio, los primeros son capaces de hacer su escape, sufriendo solo 50 bajas.

7 de mayo de 1827.

El ejército argentino de Alvear abandona Bagé, avanzando hacia el sur para acampar dos días después en las orillas occidentales del río Yaguaron (escrito Jaguarao en portugués). El 16 de mayo, el general separa al general de brigada Lavalle con los regimientos de caballería 4º y 6º para asaltar más profundamente en Brasil. Este último llega a Erval el 21 de mayo y, cuatro días después, se dirige a atacar a 400 guerrilleros brasileños bajo la jefa de Yuca Teodoro.

A pesar de esta incursión simbólica, Alvear decide llevar al resto de su desmoralizado ejército a los cuarteles de Cerro Largo (moderno Melo, Uruguay) el 9 de junio, siendo relevado cuatro días después y terminando efectivamente todas las campañas activas para este año, mientras el agotado gobierno argentino se tambalea. al borde del colapso.

15 de abril de 1828.

Las Cañas. El mariscal de Brasil atraviesa el río Yaguaron con tres batallones de infantería y tres regimientos de caballería, sorprendiendo y derrotando a las tropas uruguayo-argentinas en el norte del arroyo Las Cañas, bajo el mando del general de brigada Laguna.

24 de agosto de 1828.

El corsario argentino, General Dorrego, es capturado por el Caboclo y otros buques de guerra brasileños.

Agotados por sus esfuerzos, los gobiernos de Argentina y Brasil firmaron un tratado de paz en Río de Janeiro el 27 de agosto de 1828, que fue ratificado el mes siguiente por una convención nacional en la ciudad argentina de Santa Fe.

viernes, 5 de octubre de 2018

Filibusteros, piratas, corsarios y bucaneros....

¿Sabes la diferencia entre piratas, corsarios, bucaneros y filibusteros?


Javier Sanz — Historias de la Historia


Un error común que se acostumbra a cometer al hablar de la piratería de los siglos XVI, XVII y XVIII, es poner en el mismo saco a, por ejemplo, Sir Francis Drake, Henry Morgan y Edward Teach Barbanegra. ¿Qué hubiera pensado el primero, un noble marino leal siervo de la reina Isabel I de Inglaterra, al saber que lo comparaban con el tercero, un sanguinario delincuente del mar? Seguramente, no le hubiera gustado para nada. Esta equivocación tan común —incluso entre historiadores— proviene de la confusión de términos para designar actos delictivos en el mar, ya que, habitualmente, los términos pirata, corsario, bucanero y filibustero, se utilizan casi como sinónimos. Primero de todo, debemos tener en cuenta que estas cuatro palabras solo se pueden contextualizar a la vez en la historia marítima de América, sobre todo, del Caribe, ya que la piratería del Mediterráneo o del Mar de la China se regía por otros actores. Si bien existían piratas y corsarios, los bucaneros y los filibusteros eran exclusivos de la América Central. A pesar de que estos hombres y muchos de sus contemporáneos, así como los actos que cometieron, se agrupan bajo el gran paraguas que es el término piratería —por ser todos ellos actos de bandolerismo y pillaje a bordo de un navío—, existen diferencias suficientemente significativas entre ellos como para poder distinguirlos.



En primer lugar tenemos a los piratas —cuyo vocablo procede la palabra griega peirates, que no es otra cosa que un aventurero del mar—, cuya presencia en el mundo es tan antigua como la navegación. Sin embargo, durante los siglos XVII y XVIII vivieron su época dorada, atacando libremente navíos e instalaciones de las coronas portuguesa y española. Estos ataques, a pesar de que se centraban en las posesiones de estas dos potencias europeas, no tenían detrás un significado nacional, ya que los piratas, procedieran de dónde procedieran, atacaban indiferentemente a cualquier navío que les pudiera dar beneficios en forma de riquezas de todo tipo. Los ejemplos más claros de piratas fueron Edward Teach Barbanegra, Calico Jack Rackham y Bartholomew Roberts Black Bart.



Barbanegra

Por otro lado, ya desde mucho antes de su aparición en el caribe, existieron los corsarios, cuyo grado de delincuencia fue y es motivo de controversia, ya que muchos los consideraban delincuentes y otros héroes nacionales. Los hombres y navíos que eran denominados corsarios, viajaban bajo la protección de una patente de corso —palabra procedente del latín cursus, carrera—, un documento en el que un rey les daba autorización a atacar barcos y enclaves de las potencias enemigas. En este sentido, fue muy habitual, en una América Colonial dominada por castellanos y portugueses, que las coronas de Francia, Inglaterra y Holanda, incluso siendo aliadas de alguna de las primeras, autorizasen a diversos barcos y capitanes atacar las posesiones de las potencias peninsulares. Estos ataques, si bien en muchas ocasiones reportaban beneficios económicos, su único objetivo no era robar, sino también entorpecer las actividades comerciales que se realizaban en los territorios enemigos; así como detener el transporte de riquezas hacia el Viejo Mundo y, de este modo, complicar el mantenimiento de las guerras en Europa, por ejemplo. Fueron corsarios hombres como Sir Francis Drake, Walter Raleigh o Henry Morgan.



Sir Francis Drake

De entre los protagonistas exclusivos del Caribe, unos fueron los filibusteros. El origen de esta palabra es muy confusa, hay autores que defienden su origen en la palabra holandesa vrij buiter —el que captura el botín libremente—, traducida al inglés como free booter y al francés como flibustier. Para otros, en cambio, procede del vocablo holandés vrie boot, que se traduce al inglés como fly boat o embarcación ligera, describiendo el tipo de naves utilizados para cometer sus ataques. Estos hombres, que al principio actuaron por libre atacando naves pequeñas sin alejarse demasiado de la costa, fueron los primeros en convertir la piratería en algo más que un delito, llegando a crear una sociedad filibustera en las costas de Santo Domingo y la Tortuga, llamada la Hermandad de la Costa. Sin embargo, con el paso del tiempo, los gobiernos europeos vieron una utilidad en los filibusteros, y acogieron a muchos para que centrasen sus ataques sobre los territorios enemigos de sus patrocinadores, convirtiéndose en un punto medio entre el pirata y el corsario, pudiendo hablar de piratas domesticados. Seguramente, uno de los filibusteros más conocidos fue Jean David Nau, más conocido como François l’Olonnais, que se convirtió en el terror del Caribe durante casi veinte años.



François l’Olonnais

Finalmente, pero no menos importante, vamos a ver quiénes fueron los bucaneros. Estos hombres, cuyo origen es exclusivamente caribeño, en un principio eran cazadores de reses y cerdos salvajes de las islas. Su nombre procede del procedimiento, de origen indígena, que utilizaban para asar y ahumar la carne, llamado boucan. Esta carne era vendida en la costa a los navíos que ahí recalaban. Al ser perseguidos por las autoridades coloniales en Santo Domingo, principal enclave bucanero, muchos de ellos abandonaron su oficio para convertirse en piratas, como dijo Gosse “de matarifes de reses, se convirtieron en carniceros de hombres“. Tanto por el tipo de ataques, cercanos a la costa, como por su proximidad cronológica y geográfica, muchos bucaneros se fusionaron con los filibusteros, formando las primeras tripulaciones cuyo único fin eran los actos de piratería, llegando a formar parte, también de la Hermandad de la Costa.



Bucaneros

Aún habiendo presentado a estos cuatro estilos de piratería, nunca debemos olvidar que no eran compartimentos estancos, es decir, lo más habitual era que los hombres que una vez fueron piratas, pasaran a ser corsarios, o viceversa; del mismo modo que muchos bucaneros acabaron siendo filibusteros, para después pasar a ser corsario. Por lo que podríamos afirmar que había una alta tasa de permeabilidad entre los diferentes grupos de bandoleros marinos. Como hemos visto, tanto corsarios, como filibusteros, como bucaneros y piratas, tuvieron su momento de gloria, sin embargo, fueron los últimos los que, con el tiempo, permanecieron en el imaginario popular. Estos personajes, a pesar de ser delincuentes, rufianes y peligrosos, pasaron de ser diablos a convertirse en héroes románticos, que si bien podían robar y matar, lo hacían para defender su vida en libertad, lejos de los dominios de los grandes monarcas europeos.

Colaboración de Francesc Marí Company

lunes, 24 de septiembre de 2018

Saint-Tropez, la ciudad que hermana a Argentina y Francia por Bouchard

El pueblo francés que celebra el 9 de Julio y rinde honores a un héroe de nuestra Independencia 

En esa fecha, junto al mar, cerca de Saint-Tropez, donde se inició como marino, flamean juntas las banderas francesa y argentina para homenajear a Hipólito Bouchard, nacido allí en 1780. La esposa del presidente Emmanuel Macron visitó este año el monumento de nuestro corsario




Por Claudia Peiró
Infobae
  Cada 9 de Julio, las calles de Bormes-les-Mimosas, en la Riviera francesa, se engalanan con banderas de ambos países

Daniel Degani es un médico argentino que vive en Aviñón, Francia, desde el año 1998. A comienzos de los años 2000, un 9 de julio, paseaba por Bormes-les-Mimosas, un pueblito de la Costa Azul, cuando escuchó los acordes del Himno Nacional argentino. Creyó que la nostalgia lo estaba haciendo alucinar. Pero no, en una plazoleta del pueblo estaba concluyendo un pequeño acto de homenaje a un hijo del lugar, el corsario de bandera argentina Hipólito Bouchard.

 
El alcalde de Bormes-les-Mimosas, François Arizzi, hablando en el homenaje a Hipólito Bouchard

Se acercó emocionado a conversar con el alcalde de Bornes, presente en el acto. Supo que esa ceremonia se venía realizando desde 1983 y que no había participado ninguna autoridad argentina.

"Tomé la posta inmediatamente -contó Degani a Infobae– y actualmente este homenaje dura 4 días, del 6 al 9 de julio, con distintas actividades, incluido un Festival de Tango bajo la dirección artística de Dhyana Baldo, bailarina profesional, que reside mitad en Buenos Aires, mitad aquí".
  Así lucen las calles de Bormes-les-Mimosas los 9 de julio

Todo el pueblo se engalana para la ocasión, con banderas francesas y argentinas, cuenta. Hay charlas, conferencias, actos, asisten delegaciones de las Marinas argentina y francesa y hasta se puede comer "choripán" en las calles, por iniciativa de un restaurante local que consultó con Degani qué comida argentina típica se podía servir para honrar la fecha.

En el video que sigue, puede verse el momento en que suena el Himno Nacional argentino seguido de La Marsellesa. Ceremonia que se repite año a año, en la plazoleta Bouchard, en presencia de autoridades civiles y de la Marina de ambos países.

 
El Festival de Tango en Bormes-les-Mimosas


"El 9 de julio último -dice Degani-, por ser 2018 el año del Centenario del fin de la Primera Guerra Mundial, asistieron al homenaje a Bouchard, el director de Sanidad de la Armada, comodoro Marcelo Christian Tarapow, quien dictó una conferencia sobre el hospital de guerra que la Argentina levantó en París en esos tiempos y en el cual sirvieron los prestigiosos cirujanos Pedro Chutro y Ricardo Finochietto. entre otros".

La delegación argentina que participó este año estuvo integrada por, el jefe de la misión naval en Europa, contralmirante Eduardo Traina y su segundo, el capitán de Fragata Eduardo Castro Maggio, además del director de Sanidad de la Armada, comodoro de Marina Marcelo Tarapow

También Degani, que nació en Paraná, es médico cirujano. Trabajó en la Armada y también en el hospital de Clínicas.

En 2010, el capitán de navío Jorge Bergallo -a quien los argentinos conocimos hace poco porque su hijo Ignacio era el 2° Comandante del submarino Ara San Juan– le propuso a Degani abrir una delegación del Instituto Nacional Browniano -que Bergallo presidía por entonces- en Francia. Hoy esa delegación es una realidad y Degani la preside junto con un marino francés, Laurent Pavlidis, historiador y escritor, que dirige el Museo de Historia Marítima de Saint-Tropez.

  El alcalde de Bormes-les-Mimosas deposita una ofrenda floral frente al monumento a Bouchard

Ese puerto mediterráneo es especialmente conocido por su faceta showbiz. Ahora, gracias al Museo, recientemente renovado, los habitantes de Saint-Tropez están descubriendo el gran papel que jugó su ciudad-puerto en el desarrollo de las rutas comerciales mundiales y en los viajes de exploración.

Saint-Tropez fue un verdadero semillero de marinos que, al compás de la expansión comercial, la colonización y las guerras, se fueron diseminando por el mundo. Muchos de ellos, como "nuestro" Bouchard protagonizaron verdaderas hazañas en el mundo.
 

Hoy, este corsario de bandera argentina figura en el podio de los tres personajes más grandes que ha dado la región, junto con el general Jean-Francois Allard (1785-1839), que sirvió bajo las órdenes de Napoléon, y el almirante Pierre André de Suffren de Saint-Tropez (1729-1788), célebre por sus triunfos sobre los ingleses en el Océano Índico.


Hipólito Bouchard por José Gil de Castro. De uniforme peruano y luciendo la Orden del Sol creada por José de San Martín, el corsario posó unos años antes de su muerte para este cuadro, que pertenece a un coleccionista privado de Chile

Pero hasta hace pocos años, Hyppolite Bouchard era un perfecto desconocido en Francia. Gracias a la iniciativa de la municipalidad de Bormes, que empezó con estas ceremonias en 1983, y al empuje que en los últimos años le dieron Daniel Degani y su amigo Laurent Pavlidis, en el año 2010, Bicentenario de la Revolución de Mayo, la ciudad de Saint-Tropez le dedicó el año a la ARgentina y se editó la primera biografía de Bouchard en francés.
 



Bormes-les-Mimosas tiene 7500 habitantes. Hoy el pueblo posee una plaza con monumento dedicado a Bouchard. El paisaje de la Riviera es uno de los más lindos de Francia. A esa comuna pertenece el Fuerte de Bregançon, en una isla frente a la costa, que es utilizado como residencia de verano de los presidentes de Francia.

Este año, en agosto, la Primera Dama, Brigitte Macron, hizo una recorrida por Bromes y, naturalmente, pasó por la plaza Bouchard y se detuvo frente al monumento donde el alcalde Arizzi le contó de quién se trataba.
  Brigitte Macron, esposa del Presidente francés, de recorrida por Bormes-les-Mimosas, acompañada por Philippe May (de traje), esposo de la Primer Ministro británica Theresa May, y por el alcalde Arizzi (der)




La Primera Dama de Francia se detuvo frente al Monumento a Bouchard, en su recorrida por Bormes-les-Mimosas, comuna a la cual pertenece la residencia de verano de los presidentes

Todos los años, la Fragata Libertad pasa por Bormes-les-Mimosas en su periplo mundial. Como el puerto es demasiado pequeño para atracar, destaca una comisión de cadetes que va a rendir homenaje a Bochard.

 

En las últimas conmemoraciones, la delegación argentina de funcionarios presentes va creciendo. Al cónsul general de Argentina en Francia, se unen autoridades navales.

Pero además, gracias a estos fortalecidos vínculos entre Argentina y Francia a partir del recuerdo y homenaje al marino Bouchard suceden otras cosas significativas: el 29 de noviembre de 2017, el municipio de Bormes-les-Mimosas fue uno de los primeros lugares donde se homenajeó a la tripulación del desaparecido submarino ARA San Juan. El Alcalde y todo el Concejo Municipal participaron del acto.
 
El capitán de Navío Thibault Haudos de Possesse y el comodoro de Marina Marcelo Tarapow, que ha asistido a los últimos dos homenajes, en 2017 y 2018 para dictar conferencias



El imponente busto de Bouchard, en bronce, que parece presidir Bormes, ya que el monumento está emplazado en la parte más elevada del pueblo, fue donado por la Marina argentina, al igual que el que se encuentra en el Museo de Saint-Tropez, que es idéntico al de la plaza de Bormes.



En este video de la televisión local, puede verse a Laurent Pavlidis en el Museo de Saint-Tropez, explicando quién fue Bouchard.

Degani y Pavlidis no se limitan a homenajear a Bouchard; también han estado hurgando en todos los archivos posibles para reconstruir la etapa menos conocida de la vida del marino francés, que se inició en los oficios del mar en Saint-Tropez y luego en la Escuela de Marina de Toulon, que es justamente su etapa "francesa".
 

Entre otras cosas han esclarecido el misterio del nombre. Nacido como André Paul Bouchard, por mucho tiempo se especuló sobre los motivos por los cuales adoptó el Hippolyte (luego castellanizado). Fue en recuerdo de su hermano menor de quien se separó siendo éste muy chico.

Degani también descubrió que en Buenos Aires actuó otro Hippolyte, también originario de la zona. Es uno de los personajes que aparecen en el cuadro de Charles Fouqueray, La Reconquista de Buenos Aires, en el que se ve la rendición de Beresford. Se trata de Hippolyte Mordeille, también nacido en Bormes, que jugó un papel importante en el asalto final al fuerte de Buenos Aires: fue él quien obtuvo la espada de William Carr Beresford.
 

 
En la ceremonia del año 2016, el cónsul argentino en Francia, Luis María Sobron, saluda a Vincent Maurel, descendiente de Bouchard por vía materna


En el año 2014, una delegación de Bormes-les-Mimosas visitó Buenos Aires, para visitar todos los sitios vinculados a Hipólito Bouchard y en especial el panteón donde está su sepultura. El historiador Miguel Ángel de Marco, actual director del Instituto Nacional Browniano, presentará muy pronto una biografía de Bouchard.

Un aporte más al rescate de personajes admirables de nuestro pasado cuyo nombre conocemos porque está grabado en el bronce -plazas, calles, monumentos- pero cuya trayectoria muchas veces ignoramos.
 

Una de las tareas de la delegación del Instituto Nacional Browniano en Francia, además de difundir la trayectoria de Guillermo Brown y los lazos de amistad entre ambos países, y en especial entre sus Marinas, es investigar sobre la vida de marinos franceses poco o nada conocidos en su propio país y que tuvieron gran protagonismo en la historia de América Latina. Es el caso de Bouchard, pero también el del maltés Juan Bautista Azopardo, el de Ángel Hubac, otro marino francés que actuó en el Río de La Plata, y el del ya mencionado Hippolyte Mordeille.

  De izq a der: Dhyana Baldo, directora artística del Festival de Tango Argentino,Valérie Collet, directora de Turismo de Bormes, el concejal Daniel Monier, el director de Gabinete del Alcalde, Olivier Gritti, la secretaria y el médico argentino Daniel Degani



 
Daniel Degani, centro, acompañado del alcalde de Bormes-les-Mimosas, François Arizzi (con la biografía de Bouchard en la mano), y del concejal Daniel Monier, con quien Degani inició estas conmemoraciones



La trayectoria de Bouchard se merece todo menos el olvido. Fue uno de los primeros marinos en circunvalar el mundo, y el segundo francés en hacerlo, como bien recuerda Daniel Degani. Antes fueron los españoles Magallanes y Elcano, luego los ingleses Drake y Cavendish, y el también francés Louis Antoine de Bougainville (en torno a 1766), quien le dio nombre a nuestras Malvinas, por ser originario del puerto de Saint-Malo las llamó Malouines…


El recorrido que hizo Hipólito Bouchard en 1817

El periplo de Hipólito Bouchard está cargado de simbología para los argentinos. No sólo su nave llevaba el nombre "Argentina" muchos años antes de que esa fuese la denominación oficial de nuestro país -así bautizó él a este barco "recuperado" en su campaña en las costas chilenas y peruanas a las órdenes de Guillermo Brown– sino que zarpó de Buenos Aires el 9 de julio de 1817, fecha del primer aniversario de nuestra Independencia, llevando consigo varias copias del Acta firmada en Tucumán, para dar a conocer al mundo el surgimiento de una nueva Nación.



lunes, 2 de abril de 2018

Independencia: Aury extiende la celeste y blanca por toda Centroamérica

El corsario francés que extendió la bandera argentina por Centroamérica

Guillermo Carvajal |  La Brújula Verde


Bandera de la República Federal de Centro América


Nueva teoría sobre la llegada de los europeos a América y su impacto en las poblaciones nativas
Si nos fijamos en las banderas de algunos países centroamericanos como Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua y Costa Rica, nos daremos cuenta de una curiosa coincidencia. Todas emplean barras azules y blancas.

Esto no es ninguna coincidencia. En realidad todos estos diseños, ya sean verticales u horizontales, derivan de la misma bandera: la de la República Federal de Centro América. Ésta fue una federación que nació en 1824 formada por cinco estados. Precisamente los cinco cuyas banderas hemos mencionado. La República Federal sobrevivió hasta 1839, cuando los estados que la componían se convirtieron en países independientes.

El caso es que la bandera de la República Federal tampoco era una creación completamente propia. Sus semejanzas con la bandera argentina son más que evidentes. Y esto es así porque fue copiada para la ocasión por un corsario francés. Se llamaba Louis-Michel Aury.



Louis-Michel Aury

Aury abandonó su carrera en la Armada francesa para hacer fortuna como corsario en América en 1802. Apoyando a las antiguas colonias españolas en sus guerras de independencia, siempre poniéndose del bando que mejor le convenía para sus intereses. Después de de intentar establecer una república independiente en la Isla de Amelia en Florida, de donde fue expulsado por los Estados Unidos, tomó la Isla de Providencia, en la costa de Nicaragua. Si en Amelia había utilizado una versión de la bandera mexicana como enseña oficial, en Providencia se le ocurrió copiar la de otro país recientemente independizado, las Provincias Unidas del Río de la Plata (el embrión de lo que más tarde se llamaría Argentina).


Bandera de las Provincias Unidas del Río de la Plata

La nueva bandera ondeó durante tres años en la Isla de Providencia, hasta que fue anexionada por la Gran Colombia (unión de Venezuela y Nueva Granada), país que existió hasta 1831.

Aury moriría en 1821, pero su diseño de bandera sería adoptado por los círculos independentistas en toda Centroamérica. Así, será adoptada por la República Federal de Centro América cuando se constituye en ese mismo año 1821, añadiéndole su escudo de armas: un sol entre cinco montañas.


Bandera de Guatemala entre 1858 y 1871

Una vez independizados los cinco países que la conformaban, cada uno mantuvo el esquema de colores blanco y azul. No obstante Costa Rica, con el propósito de diferenciarse de las demás, oscureció el color azul y añadió el rojo inspirado en la Revolución Francesa. Guatemala cambió a un diseño vertical en 1871, después de experimentar con la inclusión de la bandera española entre 1858 y 1871. Honduras y El Salvador también introdujeron pequeños cambios, quedando sólo la bandera nicaragüense como exactamente idéntica a la original, salvo por la sustitución de la leyenda.





domingo, 20 de agosto de 2017

Biografía: La cripta de Bouchard

La cripta del corsario
Jorge Fernández Díaz

Investigación de Roberto Ulloa sobre el final de Hipólito Bouchard




Pocas vidas tan extraordinarias como la del corsario Hipólito Bouchard, más propia de la literatura que de la realidad.
Pero no menos asombrosas fueron las circunstancias misteriosas de su muerte en el desierto del Pacífico y la secular peregrinación de su cuerpo hasta volver a Buenos Aires.
Esta es la historia de sus últimas horas y de la búsqueda de su tumba vacía.
Repasemos los hechos conocidos de su vida; fue pescador, soldado, revolucionario, comerciante, granadero, padre, corsario y agricultor. Sus patrias fueron Francia donde nació, Argentina donde tuvo sus hijas y Perú donde murió.
Por las tres batalló en el mar y propagó las ideas de la revolución.
Brown y San Martín lo eligieron para el combate, o quizás el los eligió a ellos para pelear a su lado; un soldado siempre sabe quién no lo defraudará en la hora.
Thomas Cochrane fue su acérrimo enemigo; también el británico estaba a su altura. En algún momento de su vida cambió su nombre Paul por Hipólito y fue conocido por este.
Vivió en el mar gran parte de su vida; fue un hombre duro como su época. O quizás más.
El hecho capital de su vida fue el largo corso circunnavegando el mundo al mando de la fragata “La Argentina”. Con aquellas singladuras épicas Bouchard definió la palabra corsario y entro a la historia.
Sabemos que el Congreso del Perú recompensó su esfuerzo libertador con una Hacienda en San Javier, Nasca.
Hacia 1829, desembarcó de la goleta La Joven Fermina que llevaba el nombre de su hija a la cual nunca conoció y partió al desierto.
No hay registro alguno de esa travesía, pero nada nos impide reconstruirla y la amable literatura perdonará ciertas imprecisiones.
Es probable que el corsario haya navegado desde el puerto militar de El Callao hasta el puerto de Pisco para ahorrar jornadas de viaje en carreta.
Al desembarcar debió hacerse de caballos, porteadores y guías para el tramo final; podemos suponer que algún camarada de armas fue su ocasional compañero de aventura.
Sabemos que viajó armado con su viejo sable, vestido con su levita azul de uniforme y cargando dos valijas; en ellas transportaba un anteojo largavista, un octante, algo de ropa y sus libros; entre ellos las Ordenanzas de la Armada Real en dos tomos y la edición de Meditaciones Cristianas escritas por el príncipe de Hohenlohe.
Curiosa debió ser esa caravana encabezada por un marino que transitaba una senda secundaria del Camino del Inca para adentrarse hacia la cordillera.
Los mapas peruanos de la época indican que sus postas naturales fueron el Tambo Colorado; luego Huacachina -el oasis en el desierto- y finalmente Palpa. Desde ahí debió seguir hacia el sur a la vera del Río Grande hasta llegar al Ingenio San Javier.
Podemos imaginar su alivio cuando vio el verde emerger entre el desierto en las dos márgenes del Río Grande.
También podemos imaginarlo desensillando frente a la puerta de la monumental iglesia del fundo en cuya periferia se alzaba San Javier; entonces una aldea de casas de adobe.
Un medallón esculpido con el escudo de la Compañía de Jesús prefiguraba a los jesuitas que habían sido expulsados de América.
Parado frente al frontis de la iglesia la curiosidad debió embargarlo por un instante; desde los capiteles del templo una veintena de mascarones de rasgos afronazqueños lo examinaban.
La lengua afuera y un anillo en la boca les conferían una agresividad singular para un templo religioso y quizás Bouchard presintió el destino.
Al costado de la iglesia lo esperaba la casa de la hacienda. Amplia, fresca, de adobe. Tras cincuenta años de vida errante el corsario se detuvo.
Durante la siguiente década regenteó el latifundio produciendo aguardiente que debió comercializar desde el puerto de Pisco. Algunos relatos lo ubican amancebado, pero no hay registros oficiales de ello.
Un hijo, sin embargo, no es imposible en esos años de desierto.
El duro trabajo agrícola y la rutina de los ciclos de cosecha le confirió cierta previsibilidad a sus jornadas que debió disfrutar tras una vida áspera donde la moderación estuvo ausente.
Sus distracciones serían la misa de los domingos y la fiel lectura de las Meditaciones Cristianas con sus severas exhortaciones para llevar una vida justa.
Quizás haya transitado junto a las crípticas líneas de Nasca o las pirámides de Cahuachi sin advertirlas. El fin de sus días ocurrió el 4 de enero de 1837.
En la página 29 de las Meditaciones, el príncipe de Hohenlohe nos advierte: “Ningún tiempo es más peligroso que el de la noche, no solo para el cuerpo sino también para el alma. ”
No es imposible que Bouchard se detuviera en estas líneas del libro aquel miércoles a las siete de la tarde cuando el peligro en la noche se encarnó en uno de los esclavos del fundo.
Nadie sabrá cómo se gestó aquella muerte que pudo deberse al rencor o la codicia.
Adelfo Bernales, un joven afronazqueño enfrentó al viejo corsario, acompañado por otros; todos de rasgos guerreros similares a los mascarones de la iglesia. Gritos, resuello, violencia.
Alguna maldición sin odio. Toda pelea se parece pues está en juego la vida. Un golpe, otro; no muchos. Los mascarones no sabían que mataban una leyenda.
De esa noche solo hemos recuperado un acta de defunción donde el padre Isidro Cáceres registra con caligrafía bastardo español apresurada “…di sepultura con cruz alta en la bóveda de San Francisco Xavier al cuerpo difunto de Bouchard…”.
No hubo agonía; Cáceres nos explica esto desde el pasado al afirmar que Bouchard no dejó testamento ni recibió sacramento alguno dado lo súbito de su asesinato.
La espada del corsario no figuró en el inventario de bienes que años después fue entregado a su familia.
Es posible que la empuñara cuando entrevió que Bernales venía por él; es probable también que alguien se la apropiara al escapar y aun esté en el desierto.
Como ocurre con todos los hombres, en un instante Bouchard se desvaneció de la historia.
Más de un siglo transcurrió y todos quienes habían vivido en su época también murieron.
Los terremotos hicieron su tarea para garantizar el olvido de Bouchard derrumbando techos y rajando las gruesas paredes con esa indiferencia terca propia de la naturaleza.
A mediados del siglo 20 el retablo de la iglesia, una obra de arte magnífica tallada en madera, había sido desgajado pieza por pieza del templo. También faltaban seis de las siete campanas del templo.
Profanado y destruido, la vieja iglesia ya no era un lugar sagrado. Sin embargo, las gárgolas mantenían la guardia mientras el corsario esperaba protegido en su cripta.
Hacia 1952 otro sacerdote, el cura párroco Filiberto Steux, se topó con la secular partida de defunción del marino mientras ordenaba su archivo de muertes.
La tenacidad del papel y la tinta había hecho llegar el mensaje final del corsario y diez años más tarde un grupo de hombres iluminados por velas ingresó a la bóveda subterránea para buscarlo.
Un niño del pueblo los acompañaba, testigo impensado del proceso.
Cincuenta y dos tumbas congregaban a quienes tuvieron el privilegio de ser enterrados en la iglesia, todos ellos con los pies apuntados hacia el altar fijo, pero ninguno bajo este, como prescribía el ritual romano.
Una de las tumbas – al amparo de un Cristo pintado de negro en la pared de la bóveda- les llamó la atención: las siglas HB y la cifra 1837 grabadas en la pared señalaban a Bouchard.
Horas más tarde la comisión oficial partió de Nasca con los restos exhumados y un acta labrada sobre el éxito de su misión; días después el Panteón Nacional de los Próceres recibiría la urna de zinc en Lima.
Hay registros del desfile militar por El Callao en el cual la urna fue transportada en hombros por seis cadetes navales hasta el Crucero La Argentina.
El buque Escuela había recalado en el puerto peruano para llevarlo de regreso a Buenos Aires y quiso el azar que la nave llevara el mismo nombre de aquella fragata corsaria.
Bouchard se hizo de nuevo a la mar y otro gesto amable tuvo el destino pues La Argentina replicó aquel viaje corsario de 1817: una vez más recaló en la Isla de Hawái, una vez más barajó la costa de California donde el corsario había izado la bandera argentina en la ciudad de Monterrey, una vez más navegó las aguas de Haití.
Tras 105 días de mar, el sábado 10 de noviembre de 1962, Bouchard amarró en el puerto de Buenos Aires al cual había arribado por primera vez en 1810. Dicen que uno siempre llega a donde lo están esperando.
Ese sábado lo recibió una pequeña multitud entre quienes se contaba el presidente de la Nación . Hubo discursos, placas, libros, monumentos y un entierro de héroe en el cementerio de la Chacarita.
Luego los vivos volvieron a lo suyo. Y en el desierto de Nasca la vieja tumba quedó vacía y olvidada. Otro medio siglo transcurrió hasta la tarde cuando arribamos a la puerta de la iglesia de San Javier.
Buscábamos aquella tumba y el camino para hallarla había sido largo.
Supe del capitán Bouchard, por primera vez, en alguna clase de historia, pero el corsario esencial se perdió entre los adjetivos y las fechas que tantas veces demandan los programas académicos; años más tarde, en 1982, navegué en el último buque argentino que llevó su nombre y hubo una noche de mayo donde cientos lo evocamos en el mar sin saberlo mientras izábamos la bandera de guerra.
Hacia fines del siglo pasado fui parte de La Argentina, un buque que no solo repetía el nombre de su fragata corsaria, sino que también honró su espíritu.
Años después, al llegar a Perú, dos hechos curiosos convergieron: recorriendo la pampa de Junín, donde el coronel Suarez torció el destino de la famosa batalla por la independencia, un guía local me habló sobre la tumba vacía de Bouchard en una iglesia jesuita destruida, cerca de las líneas de Nasca.
Poco después el azar me llevó a encontrar, en los estantes de la Universidad Nacional de Ingeniería de Lima, una tesis -de 1974- que trataba sobre el valor monumental de las Iglesias de San Javier y San José.
Dos amigos, Michel Piaget Mazzetti y Jaime Lecca Roe , habían elegido las iglesias como tema para graduarse de arquitectos y como ocasión para la aventura.
En un escrito excepcional Michel y Jaime mencionan la existencia de la tumba del corsario en la cripta de la iglesia de San Javier. La curiosidad hizo el resto.
Y ahora estábamos en silencio frente a la capilla rural de San Javier. Se erguía magnífica aún, pese al saqueo y la destrucción infligida por hombres y terremotos.
El trigrama IHS -esculpido en el cuerpo central de la entrada- era el mismo de entonces y las gárgolas de la iglesia aun montaban guardia en la cornisa del frontis.
Atada con cáñamo, la última de las campanas de la iglesia permanecía inmóvil en una de las dos torres hexagonales y simétricas que resguardan la gran puerta de entrada.
Grabada en el bronce de la campana la leyenda “San Francysco Xavyer – año de 1746” nos remontaba a la época en que los jesuitas regían esta tierra.
Al costado de la iglesia, aun habitada, se erguía la casa de la hacienda donde vivió Bouchard.
Cruzamos el pórtico en arco para ingresar al templo; gran parte del techo se había derrumbado y la luz inundaba la nave central.
Pese al deterioro y las pintadas de vándalos se percibía que la ornamentación de la iglesia fue exuberante y debió crear un ambiente solemne y tenso para las ceremonias religiosas donde el latín sería una letanía críptica para los nativos.
Hacia la mitad de la nave nos topamos con el presbiterio donde aún se encuentra el altar mayor; a su lado está el ingreso a la cripta.
Descendimos por la gradería; el espacio subterráneo era fresco, oscuro y abovedado, apenas iluminado por una ventana circular que atravesaba un muro. A ras del suelo un crematorio profundo y oscuro dividía el espacio.
La bóveda exhalaba una atmósfera densa que llamaba a la voz baja.
El Cristo pintado hace siglos permanecía crucificado en uno de los muros y los cincuenta y dos nichos empotrados ocupaban las paredes laterales.
Todos estaban abiertos, pero no encontramos rastros de aquel que tenía grabadas las iniciales HB y el año 1837.
Esa noche la luna llena iluminó la pampa de Nasca y a la mañana siguiente recorrimos el pueblo conversando con sus habitantes, amables y de pocas palabras.
Buscábamos fragmentos del pasado y la ausencia de método científico fue reemplazada por la perseverancia. Hacia el mediodía dimos con Herminio Ranilla Astorga, de setenta años cuya vida había transcurrido en San Javier.
Era agricultor, pausado y de voz baja en el hablar.
De camino a la iglesia nos asombró al recordar que de niño era frecuente escuchar a los pobladores afronazqueños jactarse de la muerte del corsario repitiendo “lo matamos a Bucha”.
Esa afirmación, en plural, había circulado de generación en generación; todos lo habían matado.
Conjeturo que apropiarse de esa muerte – no la del hombre Bouchard sino la del mito Bouchard- ya era parte de su identidad.
Otro feliz hallazgo le debemos a esa conversación con Herminio cuando nos reveló que había sido él quien acompañó a la comisión que exhumó a Bouchard en 1962.
Tenía poco más de diez años y su tarea consistió en llevar las velas para iluminar las tumbas.
Sin advertir su protagonismo y con la autoridad de quien fue testigo directo, nos indicó la tumba del corsario en la cripta subterránea: en la pared del Cristo hay dos hileras de sepulcros; el primero de la hilera superior -en cuanto se termina de descender a la catacumba- había sido el lugar de descanso.
Nos acercamos y como advierten las escrituras solo quedaba polvo; aun así, todos sentimos que el viejo marino estaba presente en San Javier.
Si fuera posible descifrar el destino de un hombre quizás veríamos que este se compone de una larga serie de decisiones que van ordenando su caos personal, apenas por un instante, intentando darle sentido.
Nada es involuntario en la vida y el camino de un hombre libre y audaz no está escrito en ninguna parte; cada decisión cambia su vida y la hora de su muerte.
Bouchard no se detuvo; una y otra vez dejó atrás familia, patrias, hijas y barcos.
Su hoja de ruta fue dictada por la revolución que se expandía con la potencia del grito “libertad, igualdad y fraternidad” que solo mucho después sería un lema oficial.
Sin percibirlo, como a veces ocurre con lo esencial, el corsario resolvió ser parte de algo que consideraba más grande que él.
Pero un día sintió que había dado batalla demasiado tiempo y que estaba cansado y eligió un lugar más íntimo que el mar donde sus días terminarían en paz.
Había convivido cuarenta años con el peligro y pudo morir cuarenta veces: a manos de Nelson en el navío francés Generaux; en la carga de la batalla de San Lorenzo en lugar del abanderado español; en las playas del Reino de Hawái como fue la suerte de Cook; atravesado por una daga kris de los piratas malayos en el Pacífico norte o colgado por Cochrane en Chile.
Fue en el desierto y en la hora quizás recordó su nombre y supo que morir luchando había sido siempre su destino.