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viernes, 18 de abril de 2025

Crisis del Beagle: Libro: "El delirio armado" de 1978

El "delirio armado" Argentina-Chile. La guerra que evitó el Papa.


Autor: Bruno Passarelli – Ed. Sudamericana, S.A. 1998





En una charla entre el embajador norteamericano Raúl Castro y el nuncio Pío Laghi, el primero aseguró que fuentes militares le habían dado un panorama bastante preciso sobre las consecuencias devastadoras que el Estado Mayor del Ejercito Argentino había calculado en la primera fase de la guerra.

Puntualizó Castro: "Se estima que los muertos de ambas partes, solo en la primera semana de operaciones, serian unos 20.000 y no se descarta que, en caso de que Argentina no obtuviese una rápida victoria, con la destrucción del aparato militar y económicos chilenos, se produzca una regionalización del conflicto con derivaciones catastróficas para America del Sur, y por extensión, para Occidente todo".

Y tras el silencio sepulcral que invadió el salón, repitió en un susurro, como hablando consigo mismo:"Veinte mil muertos en una sola semana, un delirio total".

En realidad en mas de un documento se hacia esta sobrecogedora evaluación. Se aludía a un memorandum que se llamaba "Planeamiento Conjunto de las Operaciones Previstas contra Chile", que estaba en poder de los tres Comandos en Jefe, e incluía todas las hipótesis operativas elaboradas en función de la búsqueda de una rápida y favorable definición militar, y a una "Dirección Estratégica Militar"(DEMIL) aprobada por la Junta Militar.

En ellas se manejaban dos hipótesis: la rendición lisa y llana de Chile en breve tiempo, como consecuencia de la acción fulminea que se preparaba (hipótesis de máxima) o en su defecto, la aceptación de parte chilena de los reclamos territoriales argentinos, tanto terrestres como marítimos, en el extremo sur (hipótesis de mínima), a lo que seguiría el repliegue de tropas desde los puntos alcanzados en territorio chileno, al otro lado de la frontera.

Cuando los documentos habían sido elaborados, la iniciación de la guerra no tenía todavía fecha y hora. Deliberadamente, se había dejado la definición cronológica para el momento oportuno, o sea cuando el reloj de la guerra hubiese empezado a marchar sin posibilidades de retorno.
Pero su aplicación ya había comenzado en septiembre, cuando las fuerzas integrantes del "Operativo Soberanía" - así lo habían bautizado con pomposo léxico militar - habían comenzado paulatinamente a ocupar sus posiciones a lo largo de la frontera con Chile, en un despliegue que continuarían incesantemente hasta el mes de noviembre.

Así, desde la Provincia de Buenos Aires se desplazaron las dos grandes unidades de batalla del Primer Cuerpo del Ejército, o sea la Brigada I de Caballería Blindada, que era la de mayor capacidad de fuego, y la X Brigada de Infantería, cuyo asiento natural estaba en Palermo y comandaba el general Juan Saisaiñ (quien había estado a las órdenes de Menéndez en Córdoba y estaba de acuerdo con sus pensamientos). A la primera pertenecían los Regimientos de Tiradores Blindados 1 "Coronel Brandsen" y 10 "Húsares de Pueyrredón", el Escuadrón de Exploración de Caballería Blindada 101 "Simón Bolívar", y el Grupo 1 de Artillería Blindada "Martiniano Chilavert".

Lo mismo desde el Litoral, habían hecho las unidades del Segundo cuerpo, comandadas por el general de división Leopoldo Fortunato Galtieri, y al que pertenecían la II Brigada de Caballería Blindada, a las órdenes del general Juan Carlos Trimarco (incluía los regimientos de Tiradores Blindados 6 "Blandengues" y 7 "Coronel Estomba" y el grupo 2 de Artillería Blindada con base en Rosario del Tala), y la VII Brigada de Infantería, cuyo jefe era el general Eugenio Guanañabens Perelló y comprendía, entre otras unidades, al Regimiento 5 de Infantería, cuyos cuarteles estaban en Paso de los Libres.

También habían sido destacadas unidades de artillería de asalto y antiaérea, como el poderoso Grupo Artillería de Defensa Aérea 601, con asiento en Mar del Plata que tomó ubicación en la provincia de Chubut, a la altura fronteriza de las poblaciones de Rio Mayo y Alto Rio Seguer, junto a los efectivos de la IX Brigada de Infantería de Montaña que comandaba el general Hector Humberto Gamen.

La concentración de efectivos en esa zona, dotados de fuerte capacidad de fuego, respondía a una razón muy sencilla: allí, la Cordillera de los Andes tiene escasa altura y por eso la línea fronteriza es considerada vulnerable.

Esto preocupaba al Estado Mayor Argentino, ya que planteaba el riesgo de que los blindados chilenos la superasen con cierta facilidad, apuntando a los yacimientos petrolíferos de Comodoro Rivadavia (Pico Truncado y Caleta Olivia), que el alto mando estaba dispuesto a proteger con absoluta prioridad. Por eso se había llevado a ese sector de la frontera numerosas unidades, con una presencia efectiva de no menos de 40.000 hombres. Más al sur, entre el Calafate y Rio Turbio, estaba desplegado el Regimiento de Infantería 24, que comandaba el coronel Alfredo Gómez Otero, cuya sede habitual era Rio Gallegos.

La concentración final de efectivos se realizaría en los primeros días de diciembre, por vía aérea. Los gigantescos Boeing 707 y 747 de Aerolíneas Argentinas - estos últimos flamantes y comprados para su afectación a vuelos transoceánicos - llevaban al Sur contingentes de hasta 370 hombres por vuelo, con su armamento completo, después de que a los aviones se le aplicaba lo que en la jerga militar se llamaba la "Configuración Vietnam".

¿En que consistiría el ataque argentino?

La Hora Cero coincidiría con la ocupación militar de las tres islas en disputa (Picton, Lennox y Nueva) que seria precedida entre 24 y 36 horas antes, por una operación nocturna de intrusión en al que efectivos de Elite de la Infantería de Marina desembarcarían en las islas e islotes situados al sur de la desembocadura oriental del Canal de Beagle y fuera de la zona en litigio (el llamado "Martillo"), pese a lo cual el Fallo Arbitral de 1977 las había asignado a Chile, y aniquilarían allí cualquier resistencia chilena. Se trataba de las islas Freycinet, Herschel, Wallaston, Deceyt y Hornos.

Esta ocupación seria precedida de una formal protesta argentina ante el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas, en las que se denunciarían el emplazamiento en ellas de destacamentos militares, en abierta alteración de los equilibrios en la región.
El Alto Mando argentino sabia que esta operación sería considerada por Chile como un casus belli y que provocaría su reacción armada, para lo que había concentrado en las adyacencias a su flota naval, aunque no se creía que en su fase inicial la resistencia chilena fuera muy fuerte. Caso contrario, entraría en acción la Flota de Mar, comandada por el contraalmirante Humberto Barbuzzi que había sido dividida en dos grupos de tareas (GT).

El primero (GT1) había sido desplegado frente a la boca oriental del Beagle; el otro grupo (GT2), delante del Estrecho de Magallanes. En nuestras aguas australes estaban el portaaviones 25 de Mayo, los destructores Piedra Buena, Bouchard y Drummond, las corbetas misilisticas Granville y Guerrico, los ARA Hércules, Santísima Trinidad y otros y el crucero General Belgrano, después hundido durante la Guerra de Malvinas. Este ultimo había sido reequipado con cañones de seis pulgadas para tiro naval y baterías de misiles Sea Cat con un alcance aproximado de 4.000 metros.

Dos horas después de completada la ocupación de las pistas Lennox, Picton y Nueva, colocadas bajo la protección cercana del GT2, aviones Mirage-Dagger y Skyhawks bombardearían objetivos militares en la ciudad de Punta Arenas y en Puerto Williams, mientras el hostigamiento aéreo alcanzaría a otros blanco relacionados con el transporte y el abastecimiento en la región de Magallanes. Para las horas sucesivas se preveían enfrentamientos aeronavales con la flota chilena en el estrecho de Magallanes y en la boca de ingreso al Canal de Beagle, por lo que en noviembre el alto mando naval había hecho su requerimiento de un fuerte apoyo aéreo, dada la amenaza que representaban los helicópteros artillados chilenos.

A las 0 horas entraría en acción el ejército, que cruzaría la frontera patagónica por cuatro puntos diferentes con tropas de la IX Brigada de Infantería de Montaña y de otras unidades asignadas al sector de Santa Cruz y Chubut. Casi contemporáneamente, aprovechando las primeras horas de la mañana, aviones de la Fuerza Aérea trataría de destruir a la aviación chilena, si fuera posible en tierra, con una ofensiva fulminante del tipo de las aplicadas por Israel con tanto suceso en el Medio Oriente. En este sentido, la Fuerza Aérea se veía favorecida por el hecho de contar con mas aeródromos en el ámbito de las operaciones, aunque se reconocía la peligrosidad de la aviación rival, por su entrenamiento, preparación y el material bélico a su disposición.

En cuanto al Ejercito, dado que la ofensiva proyectada no había sido circunscripta únicamente al sector sur del territorio enemigo, sino que seria generalizada y se extendería por toda la frontera, en un segundo momento pasarían al ataque las tropas del Tercer Cuerpo, desplegadas a lo largo de la Cordillera, en el que era su natural ámbito operativo, desde Mendoza hasta Jujuy.

Irrumpirían las dos grandes unidades terrestres de batalla integradas a dicho cuerpo, o sea la V Brigada de Infantería (...) y la VIII Brigada de Infantería de Montaña, a las ordenes del general Saá, uno de los mas fieles a Menéndez. En tanto, funciones operativas diferentes, por su propia naturaleza, tendría la IV Brigada de Infantería Aerotransportada con asiento en Córdoba, cuyo jefe era el general Gumersindo Centeno.

Algo mas al sur, casi contemporáneamente, se ejecutaría un movimiento cuyo éxito podría depender la definición favorable del conflicto del ataque: a la altura de la provincia de Neuquén, cerca del Paso Puyehue, irrumpirían a traves de la frontera la poderosa X Brigada de Infantería y otras unidades asignadas a ese sector del frente, con el objetivo de llegar al Pacifico y partir de esa manera en dos el territorio chileno. Era ese el punto en que, en esa fase del ataque terrestre, se concentraría el peso principal del ataque. Si bien las fuentes consultadas coinciden en que este corte era un objetivo prioritario, no son coincidentes sobre el lugar planificado, ya que algunos lo ubican al sur del valle de Maipo y otros mas al norte de esa zona.

En el plan de operaciones se preveía también la ocupación de una ciudad clave, que seria determinada según el curso de las acciones por la "línea menor de resistencia". El primer objetivo era Santiago, pero se tenia Valparaíso como alternativa. El avance de las tropas iba a ser constantemente apoyada por la Fuerza Aérea, en una sistemática tarea de ablande de las defensas enemigas. En el extremo sur, igual papel estaría a cargo de la Aviación Naval, si el objetivo quedaba establecido en una ciudad marítima atacada por al Infantería de Marina.
Pero - como ya se ha explicado - la ofensiva terrestre tenia un Talón de Aquiles, focalizado a la altura de Chubut, y por eso en los estudios de planificación se habían ultimado las precauciones para ganar una batalla que se estimaba podía ser decisiva.

Mas allá de las preocupaciones que el frente chubutense planteaba, en todos los niveles de comando existía una confianza muy arraigada que nacía, sobre todo, del superior poder de fuego y de movilidad de sus unidades blindadas. En cambio, esta ventaja se atenuaba considerablemente en el poder naval.

La Argentina había gastado 1.200 millones de dólares para reforzar sus fuerzas armadas( contra solo 800 millones invertidos por Chile), buena parte de ellos invertidos en la compra de modernos aviones de guerra y sistemas misilisticos. Además, había vuelto a llamar bajo bandera nada menos que a 500.000 reservistas. Pero lo que mas alentaba el optimismo de sus altos mandos militares era una frase muy arraigadas en ellos:"Chile es, lejos, después de Israel, la plaza mas vulnerable de la Tierra".

sábado, 28 de enero de 2023

SGM: El intento de secuestro del Papa

Secuestrar al Papa





 

El general de las SS Karl Wolff, a la izquierda, con Heinrich Himmler y Reinhard Heydrich.


El general Wolff se indignó, me dijo, cuando sonó el teléfono en su alojamiento en el cuartel general de Hitler, la Guarida del Lobo (Wolfsschanze), como la llamaban, cerca de Rastenburg en Prusia Oriental. Era la madrugada del 13 de septiembre de 1943. ¿Quién lo despertaría a esa hora? Una voz familiar le hizo saber. Su jefe, el jefe de las SS Heinrich Himmler, gritó por teléfono que el Führer quería verlo con urgencia.

Wolff sospechaba por qué; Himmler le había avisado con antelación en secreto. El 10 de septiembre, las tropas alemanas entraron en Roma, culminando el cómico esfuerzo del rey y Badoglio por separarse del Eje y unirse a los Aliados. Todo había cambiado desde el 25 de julio, cuando Mussolini fue derrocado del poder y escondido en una estación de esquí en los Apeninos, a unas cien millas de Roma.

La inteligencia alemana había descubierto el lugar y el 12 de septiembre los paracaidistas alemanes se lo llevaron; dos días después fue trasladado en avión a la sede del Führer. Después de un cálido saludo, Hitler prometió restaurarlo en el poder, en una nueva república que comprendiera la mayor parte del norte de Italia.

Wolff sabía que el Führer estaba furioso por el derrocamiento del Duce semanas antes y que todavía ansiaba vengarse de los que creía principales responsables, incluido el Papa Pío XII, aunque no había pruebas de su participación. Sabía, también, que Hitler tenía la intención de enviarlo a él, Karl Wolff, a Italia para asegurarse de que el dictador liberado siguiera siendo un títere leal y que la “chusma” izquierdista no tomara las calles de Roma y otras ciudades italianas ocupadas.

Himmler había insinuado que Hitler también tenía en mente una misión especial secreta para él, y eso, supuso Wolff, era de lo que el Führer quería hablar con él. Era comprensible que su ídolo quisiera verlo, pero ¿por qué tan temprano? Después de todo, se estaba recuperando de una enfermedad grave.

Ahora, el día que Mussolini debía llegar, Wolff se vistió rápidamente y luego se abrió paso a través de un nido de abetos que ocultaba parcialmente el búnker de Hitler. Fue recibido en la oficina del Führer por una figura que, aunque cordial, temblaba de impaciencia. Según las notas que Wolff tomó durante y después de la reunión, Hitler, después de fulminar al rey “traicionero” y al papa y discutir el nuevo trabajo del general en Italia, le dio a Wolff una orden:

“Tengo una misión especial para ti, Wolff. Será su deber no discutirlo con nadie antes de que yo le dé permiso para hacerlo. Solo el Reichsführer [Himmler] lo sabe. ¿Lo entiendes?" "Por supuesto, mi Führer".

“Quiero que usted y sus tropas”, prosiguió Hitler, “ocupen la Ciudad del Vaticano lo antes posible, aseguren sus archivos y tesoros artísticos, y lleven al Papa y la curia al norte. No quiero que caiga en manos de los Aliados ni que esté bajo su presión e influencia política. El Vaticano ya es un nido de espías y un centro de propaganda antinacionalsocialista.

“Haré arreglos para que el Papa sea llevado a Alemania o al Liechtenstein neutral, dependiendo de los acontecimientos políticos y militares. ¿Cuándo es lo más pronto que crees que podrás cumplir esta misión?

Atónito, Wolff respondió que no podía ofrecer un cronograma en firme porque la operación llevaría tiempo. Debe transferir unidades adicionales de las SS y la policía a Italia, incluidas algunas del sur del Tirol. Y para asegurar los archivos y los preciosos tesoros artísticos, tendría que encontrar traductores bien versados ​​en latín y griego, así como en italiano y otros idiomas modernos. Lo más temprano que podría comenzar la operación, concluyó Wolff, sería en cuatro a seis semanas.

Los ojos de Hitler se clavaron más profundamente en los de Wolff. El secuestro tenía que tener lugar mientras los alemanes todavía ocupaban Roma, y ​​podrían verse obligados a marcharse en breve.

"Eso es demasiado tiempo para mí", gruñó Hitler. "Apresure los preparativos más importantes e infórmeme sobre los desarrollos aproximadamente cada dos semanas".

Wolff estuvo de acuerdo y partió en un estado de confusión. Hasta ahora, habría cometido voluntariamente y con orgullo casi cualquier acto para el Führer, pero ¿secuestrar al Papa? ¡Locura! Eso podría poner a toda Italia y a todo el mundo católico en contra de Alemania.

El general se preparó con aprensión para partir hacia la ciudad de Fasano, en el norte de Italia, a la sombra de los Alpes, extendida a lo largo de las orillas del lago de Garda, al sureste de la vecina Salò. Ahí es donde el Duce establecería un gobierno de grupa. Ser su niñera política no encajaba exactamente en el plan de carrera de Wolff. Sin embargo, confiaba en poder convertir lo que parecía un contratiempo en un triunfo. Y si tuviera que hacerlo, traicionaría al Führer.

Wolff sabía que Hitler confiaba en él por completo, en parte porque Himmler lo había recomendado mucho para la tarea. Además, las credenciales antisemitas del general parecían doradas. Después de todo, había sido el ayudante principal de Himmler y no había eludido su responsabilidad de ayudar a su jefe en la tarea emocionalmente agotadora pero necesaria de tratar con los judíos.

Wolff era tan valorado que se le otorgó el título único de "Líder más alto de las SS y la policía" (Hochster SS und Polizeiführer), colocándolo justo debajo de Himmler en la jerarquía de las SS y al mismo nivel que Ernst Kaltenbrunner, jefe de la oficina de seguridad del Reich. . El general parecía el hombre adecuado para controlar a Mussolini, quien seguramente buscaría una mayor independencia que la que permitía la política nazi.

El Führer estaba especialmente irritado por lo que había sido la creciente renuencia del Duce a tomar medidas enérgicas contra los judíos. Cuando el Ministro de Relaciones Exteriores Joachim von Ribbentrop lo visitó en Roma varios meses antes de su derrocamiento del poder, Mussolini se negó audazmente a discutir el “problema judío” con él. Tampoco apoyaría las acciones de las SS tomadas contra los judíos en Italia o en la zona de Francia ocupada por los italianos.

La reacción inicial de Wolff ante la contundente orden de secuestro de Hitler fue pensar en una forma de evitar llevarla a cabo. Estaba preocupado no solo por la reacción violenta de los italianos ante tal operación, sino también por su reputación.

Aunque Wolff no parecía preocupado de que su nombre estuviera relacionado con la deportación y muerte de millones de judíos, temía la perspectiva de ser asociado para la posteridad con el secuestro del Papa y posiblemente con su asesinato.

Wolff había abandonado su religión protestante después de unirse a las SS, sintiendo que el Partido Nazi era un buen sustituto, al menos si deseaba llegar a la cima. Y sabía poco más sobre el catolicismo que lo que había aprendido de los desvaríos anti-Iglesia de Himmler. Pero adoraba el poder, y el Papa Pío XII, como Adolf Hitler, fue uno de los líderes más poderosos del mundo, con la capacidad de capturar las almas de las personas y moldear sus mentes. Los dos hombres eran para el general calculador como dioses terrenales. Y ahora uno de ellos le ordenó destruir al otro.

Aún así, su misión podría serle útil, si pudiera sabotearla y ganarse la gratitud del Papa. De hecho, es útil si sucede lo peor y Alemania pierde la guerra. Una bendición de Su Santidad por haberle salvado la vida tal vez podría salvar la suya propia. Habiendo alcanzado una alta posición en un mundo criminal sin consideración por la vida humana, Wolff había comenzado a sentir que solo los supremamente oportunistas podrían al final escapar de la responsabilidad en manos de un enemigo vengativo. ¿Y cuántos estaban más necesitados de una oportunidad para engañar a la soga que el ayudante principal del practicante de genocidio más notorio de la historia? Ahora, en su misión especial de secuestrar al Papa, percibió una oportunidad única.

Wolff intentaría retrasar, o incluso sabotear, el plan de secuestro. Pero tendría que caminar por una cuerda floja posiblemente fatal. Si Hitler sospechara que desobedecía, se vengaría de tal manera que una soga enemiga casi parecería una forma placentera de morir. Sin embargo, este miedo al Führer se combinó con un sentimiento de culpa por desobedecerlo y el asombro que sintió en la presencia del hombre, reflejado en una carta que el general le escribió a su madre en 1939 diciendo que era "tan maravilloso [trabajar] en tan cerca". contacto con el Führer”.

Aunque solo Wolff, Himmler y probablemente Martin Bormann, el poderoso secretario y confidente de Hitler, aparentemente sabían de la orden del Führer, otros importantes nazis sabían lo que Hitler tenía en mente, especialmente después de la reunión con sus jefes militares el 26 de julio.

El día después de la reunión, Joseph Goebbels, quien, como ministro de propaganda, creía personalmente que secuestrar al Papa sería una mala publicidad tanto en el país como en el extranjero, escribió en su diario que él y Ribbentrop habían ayudado a convencer al Führer de que debía renunciar. El plan. Pero Wolff ahora sabía que Hitler, de hecho, no lo había hecho.

El principal problema del general era que Hitler le había dado poco tiempo para detener el complot. ¿Por qué Hitler tenía tanta prisa por llevarlo a cabo? ¿Fue, al menos en parte, porque quería librar a Roma del Papa antes de que Pío pudiera ver desde su ventana cómo amontonaban fatalmente a los judíos de Roma en camiones y finalmente se sintiera obligado a hablar en contra de los asesinatos en masa? E incluso si el Papa permaneciera en silencio durante la redada, ¿temía Hitler que pudiera protestar si los Aliados llegaban a Roma y ejercían suficiente “presión e influencia” sobre él para hacerlo?

Cuando hice estas preguntas, Wolff estaba claramente perturbado. Hitler, por supuesto, odiaba a los judíos, respondió. Y los envió a campos de concentración, siempre temiendo que el Papa protestara.

Pero el general agregó rápidamente: “Debe comprender que solo hice trabajo administrativo para Himmler y no sabía que los judíos estaban siendo asesinados. Solo me enteré de eso después de la guerra”.

En 1947, al comparecer como testigo en los juicios de Nuremberg, Wolff hizo una declaración similar a un fiscal: “Lamento tener que confirmarle que hoy soy de la opinión de que los exterminios se llevaron a cabo sin nuestro conocimiento”.

Se refería a la “gran mayoría” de los hombres de las SS, quienes, dijo, eran en realidad la “élite” del ejército alemán. Y se aferró a esta afirmación incluso después de que el fiscal leyera las cartas intercambiadas por Wolff y el secretario de Estado del Ministerio de Transporte del Reich. En respuesta al informe del secretario sobre el transporte de judíos al campo de exterminio de Treblinka, Wolff escribió:

“Muchas gracias, también en nombre del Reichsführer SS, por su carta del 28 de julio de 1942. Me complació especialmente saber de usted que ya durante quince días un tren diario, transportando cada vez a cinco mil miembros del Pueblo Elegido. , había ido a Treblinka . . . Yo mismo me he puesto en contacto con los departamentos involucrados, por lo que la buena ejecución de todas estas medidas parece estar garantizada”.

Wolff admitió, después de que su “memoria se hubiera refrescado de esta manera” que estaba “conectado con estas cosas”. Pero agregó que “es completamente imposible después de muchos años recordar con precisión cada carta que pasó por mi oficina, y también puedo señalar que este era el procedimiento habitual. . . [La carta] solo se refería al movimiento de transporte real, el movimiento real de la gente. . . . Realmente no puedo encontrar nada que pueda ser considerado criminal.” En cuanto a su referencia al “Pueblo Elegido”, “los mismos judíos se llaman a sí mismos con orgullo” así.

¿Por qué se enviaban cinco mil judíos al día a Treblinka? insistió el fiscal.

“No lo sé”, respondió Wolff, “pero se hizo por orden del Reichsführer [Himmler]”.

“Bueno, usted no afirma hoy”, preguntó el fiscal, “que Himmler estaba entre esas personas de élite que representaban lo mejor de la Alemania, ¿verdad?”

La pregunta pareció sobresaltar a Wolff, quizás porque él mismo nunca se la había hecho por temor a que la respuesta pudiera hacer añicos la depravada ilusión de gloria y grandeza que protegía su conciencia de reconocer el mal.

“No”, respondió Wolff nerviosamente, “no puedo mantener eso hoy, por mucho que me gustaría”.

dan kurzman

lunes, 12 de enero de 2015

Medioevo: Por qué los vándalos son vándalos

¿Por qué vándalo es sinónimo de salvaje o desalmado?

Javier Sanz - Historias de la Historia


En 428, Genserico fue elegido rey de los vándalos. Un año más tarde, organizó la mayor operación naval no romana de la antigüedad tardía, embarcando a 80.000 personas – de las cuales sólo 15.000 eran guerreros – en las costas de Carteia (Algeciras) y trasladándolas a las playas de Ceuta. En muy poco tiempo ocuparon la Mauritania romana (actual Marruecos) hasta llegar frente a los fuertes muros de Hippo Regius (hoy Annaba, Argelia), ciudad que resistió catorce meses el asedio vándalo. Durante este cerco murió el obispo de la ciudad, Aurelio Augustino (San Agustín).


Genserico

La debilidad del emperador Valentiniano III le obligó a reconocer a Genserico como regente de la Diócesis y, además, le concedió el título de Rex Vandalorum et Alanorum. La realidad es que la población estaba cansada de sus amos romanos a los que no conocían y de las algaradas de los barbari del desierto (de ahí deriva la palabra berebere) que saqueaban sus tierras. A los africanos no les resultó complicado aceptar a unos nuevos amos fuertes y belicosos viviendo una situación tan precaria. La ambición de Genserico no se aplacó con aquella muestra de debilidad imperial. En el 435 el rey llegó a un acuerdo con la corte de Rávena, donde se había retirado el Emperador, para incluir Numidia en su territorio y ser después reconocido como foederati (federado) de Roma en África. No fue suficiente. Genserico toma Cartago sin motivo alguno ni aviso previo y se incauta de la flota imperial que allí permanecía amarrada. Esto supuso un grave contratiempo a la deteriorada armada romana y truncó el equilibrio de poderes en el Mediterráneo Occidental. En poco tiempo, los vándalos aprendieron el oficio del mar y le arrebataron a Roma las islas de Córcega, Cerdeña, Sicilia y las Baleares. Además, supuso el corte de suministro de cereal africano a la Urbe, que a partir del 439 tuvo que comprárselo al nuevo señor de la feraz provincia de África.

En el 455 fue asesinado Valentiniano III. Momento que aprovecha Genserico para mandar su flota rumbo a Roma. El nuevo emperador, un aristócrata usurpador llamado Petronio Máximo, fue linchado por el pueblo cuando huía del Palatino cargado de tesoros ante la inminencia del ataque vándalo. En un alarde de soberbia, y tratando de repetir el éxito obtenido con Atila, el Papa León I salió al encuentro de los vándalos, inerme y rodeado de su séquito, con intención de negociar con Genserico un armisticio que evitase su entrada en Roma. El Sumo Pontífice no pudo evitar lo inevitable. León fracasó en su intento de conminar al rey vándalo y sólo consiguió que el pueblo no fuese violentado en exceso ni que la ciudad y sus basílicas fuesen incendiadas. La ciudad fue saqueada durante dos semanas. El expolio fue tal que llegaron a desmontar el techo de oro del templo de Júpiter y no dejaron en pie ni una obra de arte (ojo, no las destrozaron como hicieron años atrás los godos de Alarico, se las llevaron a Cartago como obsequio para el obispo).

Con este descalabro pontificio comienza la leyenda negra de los vándalos, fomentada desde entonces por la Iglesia y que convirtió a los vándalos en sinónimo de salvaje o desalmado. Supongo que si Atila hubiese saqueado Roma, ahora huno sería sinónimo de salvaje o desalmado.