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lunes, 9 de septiembre de 2024

Rosas y Darwin: Cruce de experiencias

 "Me dijo que era inhumano": el impensado encuentro entre Rosas y Charles Darwin durante la primera conquista del desierto


Desarrollada entre 1833 y principios de 1834, esta expedición militar de la que poco se habla fue más que un intento por ocupar la Patagonia.

Por Yasmin Ali || Canal 26


Rosas y Darwin

Es de público conocimiento la expedición militar a la Patagonia que emprendió Julio Argentino Roca entre 1878 y 1885, que años después pasaría a la historia como Conquista del Desierto y que al día de hoy genera debates enardecidos. Pero antes de ella existió una liderada por Juan Manuel de Rosas entre 1833 y principios de 1834 de la que poco se habla.

Luego de finalizar su primer mandato como gobernador de Buenos Aires, entre 1829 y 1832, el Restaurador de las Leyes había rechazado volver al poder porque se le había negado la suma del poder público y las facultades extraordinarias. Casi sabiendo que lo mejor era esperar a que se calmen las aguas, decidió emprender una travesía por el sur de la Provincia y parte de la Patagonia donde conoció ni más ni menos que a Charles Darwin.

Un inglés en la Patagonia

Darwin, quien por aquel entonces tenía 22 años, se emprendió en un viaje desde diciembre de 1831 a octubre de 1836 donde recorrió el mundo al bordo del Beagle, de la Marina Real Británica, capitaneado por Robert Fitz Roy. A comienzos de 1833 el barco lo dejó en la desembocadura del Río Negro, lo que hoy es parte de la Patagonia argentina.

Cabalgó desde Carmen de Patagones hasta el Río Colorado donde se encontró con nada más, y nada menos, que el campamento de Rosas. Aquel ejército que comandaba el oriundo de Buenos Aires tenía como objetivo despejar a los indios y asegurar la frontera. En 1839 el inglés publicó Viaje de un naturalista alrededor del mundo donde describió su primera impresión de lo que vio:

    "Seguramente los soldados de ningún otro ejército han tenido tal apariencia de bandidos y villanos".

Rosas deseaba conocerlo y él aceptó. Darwin diría sobre él: "Un hombre de un carácter extraordinario, que ejerce una notable influencia en este país, al que probablemente terminará gobernando. Ha obtenido una popularidad sin límites y, en consecuencia, un poder despótico".


Primera conquista del Desierto

El mismo Rosas también habló de aquella reunión: "Seguramente acostumbrado a sus costumbres europeas, le impresionó ver a soldados negros y mestizos, muchos mal vestidos, y no entendió a los indígenas que se bebían la sangre de las reses que se carneaban. Es la vida del desierto, míster Darwin, le expliqué. Tampoco le entró en la cabeza por qué degollábamos a los prisioneros, me dijo que era inhumano. Le aclaré que no siempre era así, y le conté de mi pacto con los tehuelches, a los que acordé pagarle por indio que pasasen a mejor vida".

Del encuentro el naturalista se llevó un pasaporte que le otorgó Rosas y que podía usar en los puestos militares del gobierno bonaerense. De esta forma logró cruzar las pampas en dirección al Río de la Plata.

Pasó unos días en Buenos Aires antes de viajar a Santa Fe y volvió navegando por el Paraná. Al regresar se encontró que los simpatizantes de Rosas habían sitiado la Provincia. Pero Darwin pudo pasar pasar cuando mencionó que había sido huésped del general. En los primeros días de diciembre emprendió un nuevo viaje rumbo a Puerto Deseado.


La campaña militar de Rosas

La primera conquista

Alan Moorehead, autor de Darwin: la expedición en el Beagle 1831-1836, menciona lo que fue esta expedición militar al sur y el encuentro entre ambos: "El general mismo era tan extravagante y aficionado a los caballos como sus hombres. Llevaba en su séquito una pareja de bufones para divertirse y tenía fama de ser muy peligroso cuando sonreía; en esos momentos era capaz de ordenar que un hombre fuese fusilado o estaqueado. Existía en las pampas una prueba de equitación. Se colocaba un hombre en un larguero encima de la entrada del corral y se hacía salir a un caballo salvaje, sin silla ni freno; el hombre caía en el lomo del animal y lo montaba hasta que se detenía. Rosas podía realizar tranquilamente esta hazaña. No obstante, era un hombre venerado y obedecido; estaba destinado a ser dictador de Argentina durante muchos años".

En otro párrafo agrega: "La táctica de su campaña contra los indios era muy simple. Rodeaba a los que estaban dispersos por la pampa, pequeñas tribus de un centenar de individuos que vivían cerca de las salinas o lagos salados y, cuando los que huían de él habían sido concentrados en un lugar, procuraba matarlos a todos. No había muchas posibilidades de que los indios huyesen al sur del río Negro, pues tenía un acuerdo con una tribu amiga, en virtud del cual se obligaban a asesinar a todos los fugitivos que se cruzasen en su camino. Estaban muy ansiosos por cumplir, decía Rosas, porque les había anunciado que mataría a uno de su propio pueblo por cada indio rebelde que se les escapara".



El origen de las especies de Darwin

"Durante la estancia de Darwin, el campamento era un continuo hervidero. A cada hora llegaban rumores de escaramuzas. Un día vino la noticia de que uno de los puestos de Rosas, en la carretera a Buenos Aires, había sido arrasado", agregó.

Lo cierto es que aquel encuentro pasó a la historia, así como sus protagonistas. El 24 de noviembre de 1859, Darwin publicó en la editorial John Murray de Londres su mítico libro El origen de las especies y Rosas volvió a gobernar en Buenos Aires hasta el 3 de febrero de 1852 cuando cayó en la batalla de Caseros.

martes, 18 de junio de 2024

Conquista del desierto: La invasión araucana de los *curá chilenos

La invasión araucana a las pampas argentinas






En el siglo XIX los araucanos distinguían perfectamente a patriotas y realistas, a chilenos y argentinos.

 Así lo reconoce Calfucurá cuando dice: "... estaba en Chile y soy chileno y ahora hace como treinta años que estoy en estas tierras (Carta de Calfucurá a Mitre de 1867 que se conserva en el museo Mitre)”.

¿De dónde sacaron que Calfucurá fue un cacique argentino?

Allá por 1830, atravesó los Andes el grupo más numeroso con la llegada del cacique Calfucurá, de la parcialidad araucana moluche, hijo del cacique Huentecurá y penetra en la llanura pampeana cuando la Nación Argentina era ya independiente y soberana desde 1816.
 Por lo tanto, fueron invasores. Calfucurá se radicó en la gran llanura pampeana.
El 8 de setiembre de 1834 el cacique chileno Calfucurá (1790-1873) masacró a los caciques de las pampas en Masallé, cerca de la laguna de Epecuén.
 Calfucurá convocó a una gran reunión a todos los caciques y capitanejos de la Patagonia argentina. Los invita a comer, los embriaga y los asesina a todos. Murieron unos mil caciques y capitanejos. El único que logró escapar gracias a su astucia fue el cacique Ignacio Coliqueo (1786-1871), que era también boroano o boroga y había llegado a La Pampa en 1820.
El invasor araucano Calfucurá tomó de un solo golpe el poder de todas las tribus, muertos sus jefes se convirtió en el “Pinochet de las Pampas”.
Calfucurá, instaló sus tolderías en las Salinas Grandes, en el límite actual entre Buenos Aires y La Pampa, a la altura de Puán, sesenta kilómetros al norte de Bahía Blanca, donde se aseguraban la disponibilidad de sal para la carne y los cueros y le permitía controlar el camino de los chilenos, por donde arreaban el ganado robado hacia Chile. A ese poblado, su cuartel general, lo llamó Chilihué (“Pequeño Chile”).
Hasta 1872 las tropas del chileno Calfucurá eran poderosas, lo prueba el hecho de que ganaron las primeras batallas contra el Ejército Nacional Argentino.
En marzo de 1872, Calfucurá devastó con 6.000 lanceros los pueblos de Veinticinco de Mayo, Alvear y Nueve de Julio. Finalmente, fue derrotado en su última gran batalla en San Carlos de Bolívar el 8 de marzo de 1872 en las cercanías de Carhué, por las fuerzas comandadas por el general Ignacio Rivas, que tuvieron la ayuda de Cipriano Catriel con 1.000 indígenas y de Coliqueo con 140 indígenas.
Apenado por la derrota, Calfucurá moriría en su toldería de Chilihué el 4 de marzo de 1873 evidenciando la decadencia del poder araucano sobre las pampas.
Fue sucedido por Manuel Namuncurá (también nacido en Chile, hijo de Calfucurá y padre de Ceferino) vivían de la "empresa" del malón (robo de cautivas y ganado en Argentina para vender en Chile a cambio de fusiles Remington, alcohol, entre otros artículos).
En 1875 se produce la “invasión grande” que comenzó con la sublevación de la tribu de Catriel. En su auxilio vinieron simultáneamente Namuncurá (hijo de Calfucurá), los ranqueles de Baigorrita, los de Pincén y unos 2.000 indios chilenos sumando unos 3.500 combatientes.
Los indígenas entraron sorpresivamente en un amplio frente, arrasando las poblaciones de Tandil, Azul, Tapalqué, Tres Arroyos y Alvear. Según fuente oficial, tan sólo en Azul 400 vecinos fueron asesinados.
El Gral. Julio A. Roca, en 1879, encabezó una campaña para detener todas estas masacres de ciudadanos argentinos. Fue a cumplir la misión que Nicolás Avellaneda, presidente de la Nación Argentina, elegido por el pueblo, le había asignado.
Roca actuó por orden del Presidente Constitucional y del Congreso Nacional, no registrándose críticas, ni en esa época ni en las décadas posteriores por ningún partido oficialista u opositor.
 Todos consideraron siempre a la Conquista del desierto como una gesta que recuperó territorio del Estado Argentino, que de otra manera se hubiera perdido. Y esa campaña estuvo destinada a integrar, a incorporar de hecho a la geografía argentina, prácticamente la mitad de los territorios históricamente nuestros, y que estaban bajo el poder tiránico del malón araucano, cuyos frutos más notables eran el robo de ganado, de mujeres, asesinato de argentinos y la provocación de incendios. Lo acompañaron a Roca, geógrafos, fotógrafos y sacerdotes. Florentino Ameghino entre otros. El Gral.
Roca selló pactos con la mayor parte de las tribus y solo combatió aquellas que comandadas por Manuel Namuncurá y sus esbirros chilenos.
El derrotado cacique araucano Manuel Namuncurá, fue nombrado Coronel del ejército argentino por Roca, cargo y vestimenta que ostentó orgulloso hasta su muerte (¿genocidio...?... ). -Su hijo, "Ceferino", fue bautizado por el Padre Milanesio (el intermediario con Roca), entró en la Congregación Salesiana para ser sacerdote, siendo hoy nuestro "Beato Ceferino Namuncurá".  
¿Habría ocurrido ésto de haber sido los salesianos “cómplices de un genocidio”?
Por esa decisión de terminar con las matanzas provocadas por los araucanos (recordemos, procedentes de la Araucanía, en lo que hoy es Chile..

Nota Que apareció En: (Historia visual de la Argentina de 1830 a 1930)
(www.facebook.com/groups/1852770421548570)

domingo, 9 de junio de 2024

Conquista del desierto: La masacre xenófoba de Tandil de 1872

La masacre de Tandil de 1872



El 1 de enero de 1872, tuvo lugar en Tandil uno de los actos xenofóbicos y una de las matanzas más grandes en la historia argentina, en la cual un grupo de gauchos de la zona, inspirados por el curandero Tata Dios, asesinó a 36 inmigrantes que residían en la localidad



Gerónimo G. Solané, mejor conocido como Tata Dios, era un gaucho de origen chileno (aunque es discutido el lugar de su nacimiento) que llegó a Tandil en 1871, presentándose a si mismo como sanador y profeta. Solané había pasado por las localidades de Santa Fe, Rosario y otras ciudades ganándose la vida como curandero y predicador. Aseguraba que era un "enviado de Dios". Lo habían echado de varios pueblos y había estado preso por practicar la brujería y la medicina ilegal.




En 1870 Solané había estado presó en Azul por ejercer ilegalmente la medicina pero fue liberado al poco tiempo. En octubre de 1871, Solané fue llevado a Tandil por el estanciero Ramón Rufo Gómez, para curar a su esposa María Rufina Pérez, que padecía de fuertes dolores de cabeza.



Solané logró curarla y agradecido por la ayuda del gaucho brujo, Gómez le permitió que se asentara en el puesto La Rufina​ de su estancia La Argentina, cerca del pueblo de Tandil. La recuperación de Rufina Pérez fue furor. La figura de Solané empezó a convocar a pacientes maltrechos, familiares preocupados y curiosos. Su rancho terminó siendo una suerte de clínica. Estaban los que acudían para las curaciones y los otros, los que se sentían atraídos con su prédica, quienes incluso acampaban en los alrededores de su vivienda. Tata Dios comenzó a realizar curaciones en los enfermos y a proclamar que él había venido a salvar a la humanidad, y que el fin de los tiempos se acercaban.




Sólo él podría resguardar el alma de aquellos que estuviesen dispuestos a seguirlo. El primero en acudir a su llamado, fue Jacinto Pérez, que con el tiempo se hizo llamar “San Jacinto El Adivino”, otro era Cruz Gutiérrez, al que llamaban "El Mesías". Al poco tiempo Pérez y Cruz Gutiérrez (su nombre real era Crescencio Montiel) se convertirían en las personas más allegadas.



Los archivos describen a "Tata Dios" como un hombre de unos 40 años, moreno, de cara simpática, pensativo y de poco hablar. Se sabe también que era analfabeto. En Tandil vivía con lo justo, en dos habitaciones con nada de lujo ni decoración, apenas una imagen de la Virgen María.



Tata Dios comenzó a ganar adeptos entre los paisanos del lugar, y se había ganado fama de manosanta. Muchos de estos se sintieron atraídos por su prédica. Escuchaban al curandero despotricar contra los extranjeros y los masones: “Vienen a robarnos la tierra y el trabajo”, decía. También los hacía responsables por la epidemia de fiebre amarilla, que se había desatado a comienzos de ese año. De esta forma, los extranjeros de la zona se habían convertido en el principal blanco del grupo de criminales, o los "apóstoles", que seguían al "Tata Dios". El Tata Dios sostenía que "los extranjeros son la causa de todo mal y por lo tanto hay que exterminarlos", por lo tanto el grupo consiguió armas, que se distribuyeron entre sus apóstoles y otros asociados.




En aquellos años se habían radicado en Tandil una importante cantidad de inmigrantes y existía cierto clima de tensión entre estos y los ciudadanos criollos. Los principales grupos de extranjeros eran los vascos (españoles y franceses), los italianos, los españoles y los daneses.





El propio Solané había anticipado, basándose en su "don de adivino", que el 1 de enero correría sangre. Su mano derecha, Jacinto Pérez le contó a los criollos que Solané profetizó que Tandil sufriría un gran huracán que arrasaría al pueblo, en la que muchos morirían ahogados, y que los sobrevivientes y los que viniesen de otros lugares se ocuparían de exterminar a los extranjeros y a los masones. Y que el cielo castigaría a quien no participase de esta suerte de guerra santa.



Dijo que nacería un nuevo pueblo al pie de la Piedra Movediza, lleno de felicidad y solo para los argentinos. Las almas de quienes participaran, y las de sus familias, serían salvadas y vivirían por siempre en un nuevo reino de justicia y paz. Pero que para poder logar esta nueva vida sólo tenían que deshacerse de todos los gringos (inmigrantes italianos y daneses), vascos y masones, culpables de la desgracias de los criollos.



El 31 de diciembre de 1871 Jacinto Pérez juntó alrededor de 50 personas. Dijo actuar en nombre de Solané, y acusó a gringos, vascos y masones de encarnar el mal, y dijo que la solución era matarlos. Luego de su arenga, Pérez repartió entre los asistentes divisas punzó como distintivos, y alguna armas, pocas por cierto: una que otra pistola algún recortado, cuchillos y lanzas improvisadas con tacuaras y medias tijeras de esquilar cuchillos y bayonetas. Les prometió además invulnerabilidad, como actuaban en nombre de Dios nada podría sucederles y las divisas punzó los defendería de las balas.




Pocas horas después, ya finalizada las celebraciones de Año Nuevo, partieron hacia el pueblo. A las 3:30 de la madrugada​ del 1 de enero de 1872, los gauchos entraron en Tandil e ingresaron al Juzgado de Paz local, donde solo pudieron robar sables y liberar al único preso que estaba allí, un indio, que se sumó de inmediato al grupo. Al grito de "¡Viva la Patria", "¡Viva la Confederación Argentina!", ¡Viva la Religión!", ¡Mueran los gringos y los masones!" y "¡Maten, siendo gringos y vascos!", se dirigieron corriendo a la plaza central del pueblo donde se encontraba la multitud.




Allí rodearon a Santiago Imberti, un italiano que regresaba con su organito de alegrar la noche del nuevo año, y y le rompieron la cabeza con un palo. ​Cruzaron al galope los campos aledaños para matar a los "gringos" argumentando que atacaban a la Patria y a la Iglesia. Luego, tomaron el camino hacia el norte del pueblo. En las afueras se toparon con la tropa de carretas de Esteban Vidart y Domingo Lassalle, que acampaban a orillas del arroyo Tandil. En las carretas se encontraban vascos que descansaban. Los carreteros vascos fueron ultimados a lanza y cuchilla, y luego degollados, solo uno de los 9 que allí estaban, Esteban Castellanos de 31 años, logró salvarse escondiéndose entre los cueros.




Minutos despúes, llegaron a la tienda de Vicente Leanes, un vasco de 20 años de edad. Fue vano su intento de cerrar la puerta. Luego de derribarla, lo asesinaron de un disparo y la misma suerte corrió Juan Zanchi, un empleado italiano que trabajaba en su negocio. Después ingresaron en la estancia de un vecino llamado Enrique Thompson, de origen británico. En la misma estancia había un almacén atendido por una pareja de escoceses recién casados llamados Guillermo Gibson Smith y Elena Watt Brown, quienes fueron asesinados y degollados.



Misma suerte corrió Guillermo Stirling, otro empleado del lugar. También asesinaron a otro empleado y a toda la peonada de la estancia, y terminaron por saquear el lugar. La turba, que portaba lanzas y facones, repetía: "¡Mueran los extranjeros y los masones!".



La matanza y los saqueos en cada una de las propiedades no parecía tener fin. Llegó el turno de Juan Chapar, un vasco francés de 34 años. Lo mataron de un lanzazo luego de engañarlo al decirle que eran una partida que perseguía delincuentes. Luego hicieron lo propio con Florinda, Pabla y Mariana, sus tres hijas, de 5, 4 y 3 años y con Juan, su bebé de 5 meses, al que arrancaron de los brazos de su madre, María Fitere. También ella resultó asesinada y luego a los empleados, uno de los cuales fue defendido por su perro, el que también resultó degollado. A una chica vasca de 16 años, que vivía en la propiedad de Chapar, de nombre María Eberlin, la violaron y luego degollaron.





Lograron salvarse de la matanza los italianos Innocente y su hijo Martín Illia, quien tenía 11 años y quienes eran abuelo y padre del futuro presidente Arturo Illia, debido a que fueron avisados de las matanzas y lograron escapar yendo hacia las sierras.



Cuando llegaron a la estancia Bella Vista, del gallego Ramón Santamarina, donde tenían planeado finalizar su raid de muerte en Tandil, no encontraron a nadie debido a que Santamarina estaba en el centro de Tandil ya que el día anterior había estado presente en la inauguración del Banco de la Provincia de Buenos Aires en la ciudad. Por esto, el grupo comandado por Jacinto Pérez dedicó las siguientes horas a comer y a atender a los caballos. Algunos se echaron a dormir.



A esa altura, Tandil era un hervidero de indignación. Uno de los que había dado el alerta fue el vecino Prudencio Vallejo, que había escuchado el griterío delante de su casa. No tuvo que caminar mucho para descubrir los cadáveres de los vascos de la tropa de carretas.



En ese momento se armó una partida de la Guardia Nacional y vecinos, al mando de José Ciriaco Gómez y los más ilustres vecinos de origen inmigrante de Tandil, de la que participaban Ramón Santamarina (de origen gallego), Juan Fugl y Manuel Eigler (ambos de origen danés), y siguieron el rastro dejado por estos delincuentes. A mitad de la mañana estaban en la estancia de Santamarina.



Un ex sargento de apellido Rodríguez se acercó a modo de mediador. Les pidió que se rindieran en el acto o los "pasaría a cuchillo" si se resistían. Los asesinos trataron de justificarse: “¡Andamos matando gringos y masones!” y luego comenzaron la fuga. En la persecución dejaron 10 muertos, Jacinto Pérez entre ellos, y 8 prisioneros. Algunos fugitivos fueron capturados días después y otros lograron huir. Tata Dios fue detenido en su rancho, a pesar de declararse inocente, y fue acusado como instigador de los hechos debido a su prédica que derivó en la matanza de los inmigrantes.



El coronel Benito Machado amenazó con fusilarlo pero él le suplicó por su vida. Fue encerrado con los otros detenidos y la cárcel quedó bajo la custodia de los vecinos. Finalmente, Tata Dios fue asesinado el 6 de enero de una puñalada, cuando se encontraba dentro de un calabozo.



En cuanto al resto de los detenidos, fueron a juicio. Se los acusó por el asesinato de 36 personas, agravado por la alevosía y la atrocidad. El dictamen del juez Tomás Isla señaló: "No son excusa atendibles en derecho el fanatismo y la ignorancia alegada por la defensa". La mayor condena recayó sobre Cruz Gutiérrez, Juan Villalba y Esteban Lazarte quienes fueron sentenciados a muerte y ejecutados el 13 de septiembre de 1872 (menos Villalba, quien falleció antes en prisión). Según se recopilo luego, las últimas palabras de Esteban Lazarte, uno de los condenados a muerte, fueron: "Quiero ser enterrado por hijos del país; no quiero que ningún italiano me toque ni aun el chiripá", y y Gutiérrez murió gritando "¡Viva la Patria!".





El plan de exterminio que no llegó a completarse era mucho más amplio. Planeaban asesinar a inmigrantes en Azul, Tapalqué, Rauch, Bolívar, Olavarría y otras localidades donde existían grupos de paisanos ligados al movimiento creado por Tata Dios, cuyas prédicas contra los extranjeros y masones, a los que calificaba como enemigos de Dios, habían calado muy hondo. En total el grupo inspirado por Tata Dios había asesinado a 36 personas: 16 franceses, 10 españoles, 3 británicos, 2 italianos y 5 argentinos.




La xenofobia hacia los inmigrantes se presentaba también en la división política que existía en aquellos años entre los nacionalistas de Bartolomé Mitre y los autonomistas de Adolfo Alsina. Mientras que el partido de Mitre tenía el apoyo de los inmigrantes, principalmente de la comunidad italiana, quienes solían identificarse con Mitre y compararlo con Giuseppe Garibaldi, pero también de la española y francesa, el autonomismo de Alsina tenía una base rural más fuerte, compuesta por rancheros y peones, muchos de los cuales habían apoyado a Rosas en sus años.




El autonomismo tenía un tinte xenófobo, según describían diplomáticos extranjeros, hacia los europeos inmigrantes que residían en las zonas rurales y muchos de estos diplomáticos le objetaban a Alsina que no podía ocultar "cierta aversión al elemento foráneo". Los autonomistas con frecuencia alardeaban de sus antecedentes nativos y su asociación con la sociedad rural de los gauchos. Hombres a caballo vestidos con ponchos y chiripás, la clásica vestimenta del gaucho, lideraban sus actos políticos en Buenos Aires: "Llevaban bandas azules y blancas o lazos de los mismos colores [...] También exhibían enormes revólveres que llevaban en sus cinturas".



jueves, 11 de abril de 2024

Fortaleza Protectora Argentina: Los habitantes previos de Bahía Blanca

Los 190 De Bahía. DÉCADA DE 1820

¿Quiénes vivían aquí antes de que naciera Bahía Blanca?






Previo a la llega de Ramón Estomba, el sur bonaerense y el norte patagónico estaban habitados por pueblos originarios con una amplia vida sociocultural.  


Los notables hallazgos arqueológicos a muy pocos kilómetros de la ciudad balnearia de Monte Hermoso revelaron que los primeros grupos humanos que poblaron la zona aledaña a la bahía Blanca datan de 7.000 años. Los investigadores pudieron determinar que, ya en esos tiempos, dichos pobladores tenían un contacto fluido con los del centro bonaerense y los del norte patagónico.

Estas bandas pequeñas de cazadores nómadas recorrían grandes distancias a pie y su subsistencia se basaba en la cacería de la fauna regional y de la recolección de vegetales.


Los tehuelches

Algo así como 6.500 años después, en 1520, el navegante Fernando de Magallanes descubrió la bahía Blanca. No desembarcó, pero en mayo de ese año arribó a la actual bahía de San Julián. El relato del cronista Antonio Pigafetta, embarcado en la expedición, decía “… un hombre de figura gigantesca se presentó ante nosotros.(…) era tan grande que nuestra cabeza apenas llegaba a su cintura…”.
Magallanes los llamó Patagones, lo que dio nombre a toda la región: “Patagonia”. Más allá del mito fantasioso de los “Gigantes Patagónicos”, estas personas verdaderamente tenían gran fortaleza física y una altura promedio de 1,75 a 1,80 metros; era común que alcanzasen los 2 metros, muy por encima de la estatura promedio de los europeos de aquel entonces.
Conformaban un complejo étnico de un biotipo llamado “pámpido”, que ocupaba desde la Patagonia hasta el Sur de Santa Fe, Córdoba y San Luis. Sus parcialidades se diferenciaban por nombres y características distintivas; los del norte patagónico y la llanura pampeana, incluida el área bahiense, se denominaban así mismos Guenaken (o más precisamente Gúnün a künna).
Más tarde, en el siglo XVIII, los cronistas españoles recogieron en el ámbito bonaerense, para este mismo pueblo, los términos chehuelcho, tegüelcho, tuelche o chewül-che, que era la deformación en lengua araucana o mapuche del término “gente indómita” y, con el tiempo, se los llamó por el gentilicio de “Pampas”.
Cazaban guanacos, usaban arcos y flechas, boleadoras, lanzas cortas y cuchillos. Vestían sus capas de cuero (quillangos) y habitaban en toldos que desmontaban cuando se mudaban de un paraje a otro en sus muy largas travesías a pie.
Los españoles introdujeron en el territorio -desde la primera fundación de Buenos Aires, en 1536- caballos y vacunos, que tuvieron una multiplicación descomunal en el muy propicio hábitat de la llanura pampeana. Los tehuelches no tardaron en convertirse en jinetes excepcionales y su cultura en ecuestre.
Paralelamente, hacia 1670, empezaron a incursionar en el territorio cisandino los Aucas, aborígenes trasandinos que llegaban atraídos por el ganado cimarrón de la llanura; por supuesto generaron más hostilidades que intercambios con los tehuelches. En 1779, en el sudoeste bonaerense, los españoles fundaron sobre el Río Negro, el enclave de Nuestra Señora del Carmen de Patagones. Aún con fluctuaciones y picos de violencia, la relación con los tehuelches y el establecimiento fue relativamente buena.


Inmigrantes trasandinos

El éxodo de grandes contingentes trasandinos para asentarse en el actual territorio argentino, se registró recién en 1819, cuando ya las Provincias Unidas del Río de la Plata eran independientes de España y el Ejército Republicano Chileno libraba en el sur la llamada “Guerra a Muerte” para eliminar la resistencia de los seguidores del Rey.
Justamente los primeros en arribar a la llanura herbácea, escapando a la derrota y buscando dónde subsistir, fueron los voroga, extracción de etnia araucana (mapuche) alineada con el bando realista. Llegaron entre 6.000 y 7.000 personas, incluidos 2.000 guerreros. Pronto se enfrentaron por los recursos con las tribus Guenaken del espacio interserrano, Sierra de la Ventana y el Río Negro. Paulatinamente se ubicaron entre Guaminí y las Salinas Grandes.
Para mayor crispación en el territorio, luego de la anarquía de 1820, el nuevo gobernador bonaerense, Martín Rodríguez, intentó forzar un avance al sur de la frontera del río Salado. Sin entender la situación aborigen con el arribo de los trasandinos y, a contramano del consejo de estancieros bonaerenses como Ramos Mejía y Rosas de no atacar a los Tehuelches, Rodríguez propició tres campañas militares que exacerbaron la resistencia Guenaken. En su tercera expedición en 1824 falló el primer intento de fundar un establecimiento en la bahía Blanca.
En 1825, ante una inminente guerra con el imperio del Brasil, el gobierno de Juan Gregorio de Las Heras reinició las negociaciones de paz con los Pampas. Los caciques influyentes del centro y sur bonaerense y del norte patagónico se avinieron a concertar la paz, urgidos por encontrar la ayuda gubernamental para frenar el avance continuo de “indios chilenos” (como ellos les decían), e incluso autorizaron la instalación de tres nuevos Fuertes, uno en la bahía Blanca.
Mientras tanto el éxodo trasandino no se detenía. Entre 1826 y 1827, la banda de guerrilleros realistas de los hermanos Pincheira también llegaba a la región pampeana escapando del Ejército chileno. Se asentó en el paraje Chadileo, cercano a la desembocadura del río Salado en el Colorado, desde donde asolaron toda la región y especialmente masacraron a las agrupaciones pampas.
En persecución de los guerrilleros realistas pincheirinos, también arribaron desde Chile más de 1.000 aborígenes republicanos y 30 efectivos del Ejército chileno, liderados por el ilustre cacique Venancio Coñuepán. Este contingente se integró al Ejército Argentino y tuvo un accionar destacado bajo el mando del coronel Ramón Estomba durante la campaña fundadora de Bahía Blanca, en 1828.



Por: César Puliafito / Especial para "La Nueva."

domingo, 7 de abril de 2024

Conquista del desierto: El imperio de las Pampas

El Imperio de las Pampas

La Voz de la Historia


El 4 de junio de 1873 un torrente humano se moviliza por el desierto en lentas y silenciosas columnas. Caciques, capitanejos, hechiceros y guerreros convergen sobre Chiloé, al oeste de Salinas Grandes, respondiendo al llamado del consejo tribal.
En el toldo principal Calfucurá, emperador de las pampas, agoniza. Junto a él su curandero recita monótonas plegarias y a su lado, algunas de sus esposas lloran. Repentinamente el anciano cacique alza la mano y su hijo, Namuncurá, que se encontraba a su lado, se inclina sobre él, aproximando su oído al hilo de voz que emanaba de su boca. “No entregar Caruhé al huinca”, le oyó decir, “No entregar Caruhé al huinca” y acto seguido, su padre expiró.
El desierto pareció temblar. El gran soberano que al frente de sus hordas había aterrorizado a las poblaciones cristianas por casi medio siglo, había muerto.


El señor de las pampas
Calfucurá fue un líder mapuche nacido en Llailma, territorio chileno, muy cerca de Pitrufquén. Hijo del cacique Huentecurá, uno de los tantos jefes indígenas que ayudaron a San Martín en su primer cruce de la cordillera (según algunas fuentes, combatió en Chacabuco), repasó las altas cumbres en 1830 para incorporarse como capitanejo a las fuerzas de Toriano, jefe indio que entre 1832 y 1833 se alió a Juan Manuel de Rosas y combatió a los araucanos.
Muerto Toriano y caída la federación, Calfucurá se independizó y conformó una poderosa coalición indígena que, al cabo de los años, se transformó en un verdadero imperio. Ese imperio se extendía desde la margen sur del río Salado, en la provincia de Buenos Aires, hasta la cordillera de Los Andes, abarcando gran parte de nuestro primer estado, la provincia de La Pampa, Río Negro, Neuquen, el sur de San Luis y el de Mendoza.
Señor indiscutido del desierto, Calfucurá masacró a los boroganos en Masallé (1834) y al cacique araucano Railef cuando regresaba a Chile con 100.000 cabezas de ganado robadas a los huincas, es decir, al hombre blanco.


La leyenda del guerrero y la princesa
Las tierras que hoy rodean el lago Epecuén eran conocidas desde tiempos remotos por la abundancia de sus pastos y la fertilidad de su suelo. Según la leyenda, en uno de los bosques que se extendían por la región, se produjo un terrible incendio que arrasó con casi todas sus especies. Fue entonces que un grupo de indios levuches que pasaba por el lugar, reparó en el llanto de un niño que venía desde las llamas y se acercó a ellas para ver de qué se trataba. Grande fue su sorpresa al encontrar a un pequeño que sollozaba abrasado por el calor.
Apiadándose de la criatura, los indios la recogieron y se la llevaron a su tribu para criarla como a uno más de la comunidad. Lo llamaron Epecuén, que significa “casi quemado” o “salvado por las llamas” y lo educaron como a un guerrero, enseñándole las artes de la lucha y la cacería.
Llegado a la mayoría de edad, Epecuén demostró ser un combatiente vigoroso, de buen porte y desarrollada musculatura, y fue durante una batalla contra los puelches enemigos que puso en evidencia todo su ardor, derrotando a su cacique y apoderándose de su hija, la bella princesa Tripantú, que en lengua aborigen quiere decir “Primavera”.
Conducida a la tribu levuche, la muchacha, cautivada por el atractivo físico de su captor, se enamoró perdidamente de él, sentimiento que fue correspondido por aquel. Fueron días felices en los que la pareja se amó con pasión pero finalizada la primera luna, el joven guerrero posó su interés en otras cautiva y poco a poco fue olvidando a la princesa puelche.
Desolada y angustiada, la muchacha se retiró fuera de la toldería para ahogar sus penas amargamente y fue tanto lo que lloró, que sus lágrimas formaron una gran lago salado que inundó la comarca, ahogando a Epecuén y todas sus doncellas. Ante la pérdida de su amado, Tripantú perdió la razón y a partir de ese momento, comenzó a vagar en torno al lago, delirando, riendo y llorando al mismo tiempo.
Ocurrió que una noche de luna llena, la desdichada princesa sintió una voz que la llamaba desde las aguas y al reconocer a Epecuén se introdujo en ellas y nunca más se la volvió a ver.


Carhué, capital de un imperio
El lago y sus alrededores se volvieron un lugar sagrado para los indios, quienes llevaban a pastar allí sus cabalgaduras y su ganado y darse baños terapéuticos ya que las salobres aguas de aquella réplica del Mar Muerto, tenían el poder de curar.
Varias naciones indígenas se establecieron en aquel punto fértil del país de Salinas Grandes, levantando sus toldos en torno al lago, desde el paraje conocido como Masallé, hasta donde hoy se halla la ciudad, construyendo toscos corrales para dedicarse al trueque de vacunos, equinos, productos de la caza, la pesca y la recolección, sus actividades básicas además del pillaje.

La llegada de Calfucurá en 1833, cambió todo.
El cacique concentró en su persona todo el poder, aniquiló a quienes no le rindieron obediencia y sojuzgó al resto, haciendo de Carhué la capital de su naciente imperio.
Desde allí gobernó con mano férrea a aquella suerte de confederación que había creado; desde ese punto condujo a sus guerreros para arrasar a las poblaciones blancas, arriar el ganado sustraído y castigar a las tribus díscolas; hasta allí debían dirigirse caciques y capitanejos sometidos, así como los emisarios del gobierno de Buenos Aires para parlamentar, y en ese lugar se realizaba el reparto del botín además de las ceremonias destinadas a honrar al gran dios Nguenechén, el ser supremo de la nación mapuche.
Veamos lo que dice al respecto el coronel Juan Carlos Walther en su libro La Conquista del Desierto, Tomo II, editado en Buenos Aires por el Círculo Militar, año 1948 (p. 170):

En este lugar (por Carhué), más tarde se levantó el fuerte General Belgrano, con asiento del comando de la división Carhué o Sur.

Se esperaba que los indios opusieran una enérgica resistencia a la ocupación de esta zona, dada la privilegiada situación y por haber sido la residencia tradicional de las tribus de Calfucurá, pero no fue así; por el contrario, establecieron sus toldos escondidos en los montes al oeste de la nueva frontera, situándose en Chiloé (Namuncurá) y en Guachatré (Catriel).


El Dr. Adolfo Alsina, ex vicepresidente de la Nación, por entonces Ministro de Guerra, confirma tales palabras en su arenga a las divisiones Sud y Costa Sud del Ejército en operaciones, el 23 de abril de 1876, luego de ocupada la zona, que comprendía también Guaminí, Arroyo Venado y Cochicó.

Sin penurias, sin peligros y sin avistar un solo enemigo, habéis tomado posesión, el día de hoy de Carhué, baluarte de la barbarie.


Respecto a la importancia que tenía Carhué para los pueblos indígenas, alega más adelante el coronel Walther:

En cuanto a Namuncurá, a principios de 1877 solicitó la paz, prometiendo no robar ni dejar a otras tribus siempre que el gobierno le pasara subsistencias necesarias para vivir. Más que nada exigía la devolución de Carhué, alegando que a su propiedad no podía renunciar “sin quebrantar un mandato de Calfucurá moribundo.


El azote del desierto
De esa manera, Calfucurá fue derrotando y sometiendo a las naciones vecinas, desde los levuches y los puelches hasta los picunches, huiliches y tehuelches echando los cimientos de una gran federación que se extendía hasta Los Andes y los límites patagónicos.
Para vengar a Toriano ahogó en sangre las tierras de Tandil. El 9 de septiembre de 1834 
emboscó a los boroganos en Masallé provocando una gran matanza entre ellos y matando personalmente a sus jefes, los caciques Rondeao y Melín, quienes habían asesinado a su señor.

Su poder se tornó ilimitado y de esa manera, después de sujetar las tolderías de Puán, Epecuén, Guaminí, Cochicó, Pigüé, Catriló, Tapalqué, Sierra de la Ventana, Chiloé y Lihuel Calel, lanzó sus terribles malones sobre las poblaciones cristianas, especialmente 25 de Mayo, Azul, Tandil, Olavarria, Junín, Melincué, Alvear, Bragado y la incipiente Bahía Blanca. Las dos defensas que el padre Francisco Bibolini realizó en la primera son consideradas milagros providenciales (ver “El heroísmo del padre Francisco Bibolini”).
En 1837 aniquiló una invasión araucana proveniente de Chile, aniquilando al cacique Railef y a 500 de sus guerreros. Su táctica resultó genial; los hizo seguir por sus vigías y cuando regresaban de un malón sobre Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba arriando 100.000 cabezas de ganado, los emboscó en Quentuco, sobre las márgenes del río Colorado y los lanceó a discreción, cortada su retirada por la vía de agua. Eso le permitió afianzar su autoridad y extender su dominio a tierras remotas como La Pampa, Río Negro y Chile, conformando un imperio de miles de kilómetros cuadrados en los que prácticamente no tuvo rivales.
De esa manera, el comercio de la sal del que se nutrían las poblaciones blancas quedó bajo su control, lo mismo las grandes extensiones en las que pastaban millares de vacunos y equinos.
En 1841 Calfucurá firmó un armisticio con Rosas y este le concedió el grado de coronel del Ejército Argentino además de una contribución anual de 1500 equinos, 500 cabezas de ganado y víveres, siempre a cambio de poder extraer sal.
El cacique supo administrar esos recursos, redistribuyéndolos equitativamente entre los caciques subordinados, incluyendo aquellos que moraban al otro lado de la cordillera. La alianza con los ranqueles y los tehuelches de Sayhueque, el rey del País de las Manzanas (Neuquén), así como los pactos que estableció con el araucano Quilapán, en territorio chileno y los puelches de los valles cordilleranos lo convirtieron en el soberano aborigen más poderoso de su tiempo. 
Tras la caía de Rosas, Calfucurá volvió a las andadas. El 4 de febrero de 1852 arrasó Bahía Blanca al frente de 5000 lanzas. El 13 de febrero de 1855 hizo lo propio en Azul, masacrando a 300 pobladores blancos y llevándose cautivas a 150 mujeres junto a miles de cabezas de ganado; el 31 de mayo destrozó al ejército del general Bartolomé Mitre en Sierra Chica; cuatro meses después enfrentó y dio muerte al coronel Nicolás Otamendi y al cabo de unos días saqueó Tapalqué, nuevamente Azul, Tandil, Junín, Melincué, Olavarría, Bragado, Alvear y la castigada Bahía Blanca. Sus regimientos comprendían ranqueles, pehuenches, araucanos, pampas y mapuches con quienes conformó una hueste de 6.000 guerreros montados, sin contar los que obedecían a los jefes confederados.
En 1870 llevó a cabo un nuevo malón sobre las indefensas poblaciones blancas, arrasando Tres Arroyos y Bahía Blanca y a comienzos de 1872 hizo lo propio sobre 25 de Mayo y las tribus tehuelches que se habían rebelado a su autoridad.
Calfucurá reinó sobre la pampa por espacio de cuarenta años. El 11 de marzo de 1872 fue derrotado en la batalla de San Carlos, cerca de Bolívar, después de declararle la guerra al gobierno argentino y arrasar una vez más 25 de Mayo, Alvear y 9 de Julio. Las fuerzas combinadas del general Ignacio Rivas y el cacique Catriel acabaron con las cuatro columnas en las que había dividido su ejército, luego de interpretarlas en la Rastrillada de los Chilenos, una extensa huella que conducía al país de Salinas Grandes.


Un nuevo emperador sube al trono
Muerto el soberano, el cónclave indígena designó a su hijo Namuncurá, que gobernaría el imperio hasta 1884. Sus malones, tan implacables como los de su padre, llevaron la muerte a Azul, Olavarría, 25 de Mayo, Pehuajó y otros puntos de la provincia de Buenos Aires, dejando a su paso cadáveres, poblaciones incendiadas y campos arrasados amén de centenares de cautivos y millares de cabezas de ganado.
Se dice que mientras tenía lugar el cónclave, otros dos hijos del cacique reclamaron el trono, Millaquecurá y Bernardo Namuncurá, pero el primogénito contaba con el apoyo de un cuarto hermano, Reumaycurá, quien aguardaba en las afueras de Chiloé al frente de una fuerza de 600 jinetes, listos para ser movilizados en caso de que su hermano lo necesitase.

Cacique Namuncurá

Parecía inevitable la guerra civil pero a último momento el consejo de ancianos, fuertemente influenciado por la princesa Callaycantu Curá, hija del difunto emperador y hermana de los pretendientes, declaró incapaz a Millaquecurá y confirmó a Namuncurá como sucesor.
Para entonces, Carhué ya no era la capital del imperio porque había caído en manos del ejército argentino junto a otras poblaciones como Puán, Guaminí, y las tolderías que se alzaban en Pigüé, Cochicó y Sierra de la Ventana. El nuevo epicentro del imperio pasó a Chiloé, en el extremo occidental de las Salinas Grandes, el lugar donde acababa de fallecer el gran soberano de las pampas.
“¡No entregar Carhué al huinca!” era el mandato y era imperativo cumplirlo. Había que recuperar el valle sagrado en torno al lago Epecuén y volver a hacer de ese punto la capital de la gran confederación.
Namuncurá mandó alistar sus regimientos y envió emisarios a sus vasallos para que hiciesen lo propio. Al igual que su padre, había nacido en la Araucania, al otro lado de los Andes, pero como aquel, odiaba a los mapuches tanto como a los hombres blancos y por esa razón debía tomar recaudos para cubrir sus espaldas.
Tras su “coronación”, todos los caciques le juraron obediencia y de ese modo se lanzó al pillaje, devastando buena parte de la provincia de Buenos Aires, en especial Tapalqué,  Tres Arroyos, Alvear, Tandil y Azul.


El ocaso de una nación
El flamante soberano intentó cumplir la voluntad de su padre llevando la guerra a territorio bonaerense, pero el arrollador avance del hombre blanco, con sus cañones y sus flamantes fusiles Remington, lo obligaron a entablar una lucha defensiva destinada a preservar lo que quedaba del inmenso imperio.
Namuncurá fue testigo del desmoronamiento de su nación con el avance de las tropas del general Levalle y las rebeliones de varios de sus vasallos, entre ellos Pincén y Catriel (1875). Derrotado en Chiloé y Lihué Calle, abandonó sus toldos buscando alcanzar la cordillera, donde vivió huyendo hasta 1884, cuando agotadas las reservas y extenuados sus guerreros, se vio forzado a capitular.


Un linaje del desierto
En Chimpay, pequeño poblado situado seis leguas al oeste de Choele Choel, en Alto Valle del Río Negro, Namuncurá levantó su campamento y se estableció con lo que quedaba de su tribu. En ese lugar, suerte de reducción en la que el gobierno de Buenos Aires concentró a los restos de la otrora poderosa nación, vendría al mundo el sexto de su doce hijos, Ceferino, nacido el 26 de agosto de 1886, fruto de su relación con Rosario Burgos, una mestiza chilena secuestrada durante un malón sobre ese país.


La Dinastía de los Piedra. El cacique Namuncurá, de uniforme, con parte de su familia. La mujer mayor es Canallaycantu Curá, su hermana y consejera. El muchacho a sus pies su hijo Juan Quintunas, futuro oficial del Ejército Argentino

Que el niño pertenecía a un linaje real lo prueba su frondoso árbol genealógico. Hijo y nieto de emperadores, bisnieto de uno de los caciques que había ayudado a San Martín en la campaña libertadora de Chile y sobrino nieto de Antonio Namuncurá y el poderoso Renquecurá, señor de los pehuenches que tuvo sus toldos en Picún Leufú y sus invernadas en Catán Lil, provincia de Neuquén (ambos hermanos de su abuelo), era a su vez, sobrino de una miríada de príncipes, consejeros y soberanos menores como los caciques, Melicurá, Cutricurá, Cayupán y Bernardo Namuncurá, célebre éste último por haberle salvado la vida al Padre Salvaire, artífice de la gran basílica de Luján. A ese clan pertenecía también el primogénito, Millaquecurá, declarado incompetente por el consejo tribal y Reumaycurá, suerte de comandante de la guardia pretoriana del cacique Namuncurá.
El recién nacido elevaría el prestigio de aquel linaje al alcanzar la gloria de los altares. Su abuela Juana Pitiley fue la favorita de Calfucurá y su tía a Canallaycantu Curá, consejera de estado cuya decisiva actuación en el cónclave celebrado tras la muerte del emperador le allanó a su hermano el camino al trono.


La Conquista del Desierto marcó el fin de las naciones aborígenes


Surge un santo de una estirpe feroz
Al momento de nacer Ceferino, su padre ya no era el señor de las pampas pero sí, coronel del Ejército argentino con uniforme y pensión. Algunos años después, uno de sus hermanos, Juan Quintunas, egresaría del Colegio Militar con el grado de oficial de Infantería.
Para entonces, el Imperio de las Pampas no era más que un recuerdo, un capítulo sangriento en el pasado argentino, triste memoria de una nación poderosa, reducida a vasallaje y aniquilamiento.
Pero se habría un nuevo capítulo en la historia de aquel pueblo.


Beato Ceferino Namuncurá

Desde pequeño, Ceferino dio señales de santidad. Cierto día se hallaba con su madre a orillas del río cuando, repentinamente, cayó al agua. La corriente, muy fuerte en ese momento, comenzó a arrastrarlo y alejarlo a gran velocidad ante la desesperación de doña Rosario. Sin embargo, cuando ya se lo daba por muerto, fue depositado mansamente en la costa, de donde su padre lo rescató.

Sabido es que de niño gustaba ayudar a su madre en las tareas cotidianas, entre ellas recopilar leña, preparar los alimentos y cuidar los animales. Lamentablemente, cuando su padre escogió a la que sería su única esposa, Ignacia Rañil, dejó a un lado a doña Rosario y a otras dos mujeres mayores con las que también tuvo hijos, motivando su alejamiento.
Mucho debe haber apenado al pequeño el que su madre se marchase hacia la tribu de Yanquetruz, catorce leguas más al norte. Él, siguiendo las costumbres, se quedó con su padre, dedicándose al cuidado de las ovejas para las que armó, con sus propias manos, un improvisado corral.
Por entonces Namuncurá recibía una pensión del gobierno y casi todos los meses viajaba a Choele Choel para cobrarla. Al regresar distribuía el dinero entre su gente, entregando cinco pesos a los hombres y uno a las mujeres. Pero la situación –agravada por la demora en serle reconocida la propiedad de su tierra– le provocaba mucha aflicción. Si bien no hay indicios de que la tribu padeciese hambre, el sueldo del cacique y las pocas ovejas que criaba, no alcanzaban para nada.


Al servicio de su pueblo
Fue un día que viendo al cacique abatido y preocupado, Ceferino se le acercó y le dijo. “Papá, ¡como nos encontramos después de haber sido dueños de toda esta tierra! Estamos sin amparo, ¿Por qué no me envía a Buenos Aires a estudiar?...así podré un día, ser útil a mi raza”.
Don Manuel, reducido a un confín del que fuera su vasto imperio, aceptó la sugerencia y asesorándose convenientemente, envió a su hijo a Buenos Aires, inscribiéndolo primero en un taller-escuela que la Marina tenía en la localidad de Tigre (hoy Museo Naval) y después, siguiendo los consejos del Dr. Luis Sáenz Peña, en el Colegio Pío IX de Almagro, perteneciente a la congregación salesiana (el 20 de septiembre de 1897). En el taller-escuela el muchacho no se había sentido a gusto, tal como se lo manifestó a su padre en cierta oportunidad pero ahora, con los padres salesianos rebosaba de felicidad.


Con los padres de Don Bosco
Al llegar al Colegio Pío IX, Ceferino fue recibido por Monseñor Juan Cagliero quien a partir de ese instante, se convirtió en su consejero y protector. Ceferino comenzó a estudiar y lo hizo intensamente, ignorando las burlas de las que era objeto de parte de unos pocos compañeros, por su condición de mapuche. Sin embargo, al cabo de un tiempo logró conquistarlos, lo mismo a sus profesores, quienes veían en él a un muchacho serio y responsable. Llamaban la atención el tiempo que pasaba rezando en la capilla, su excelente conducta y su voz para el canto.


Vida espiritual
Ceferino fue bautizado por el padre Melanesio durante su viaje de Neuquén a Choele Choel quedando su partida asentada en Carmen de Patagones, en el extremo sur de la provincia de Buenos Aires.
El 8 de septiembre de 1898, siendo alumno del Pío IX, el joven mapuche tomó su Primera Comunión y el 5 de noviembre de 1899 recibió la Confirmación de manos de Monseñor Gregorio Romero. Algún tiempo después, experimentaría una enorme alegría cuando Monseñor Cagliero, el gran apóstol de la Patagonia, suministró a su padre la Primera Comunión y la Confirmación, oportunidad en la que, pleno de gozo, exclamó: “Yo también, como Monseñor Cagliero, seré salesiano e iré con él a enseñar a mis hermanos el camino del Cielo”.
En 1902 finalizó sus Ejercicios Espirituales estableciendo en ellos los cuatro propósitos que marcarían su vida.


Vocación sacerdotal
En 1903 don Manuel Namuncurá decidió llevarse a su hijo como intérprete y secretario. Ceferino, deseaba ser sacerdote y por esa razón acudió a sus protectores, Monseñor Cagliero y el Dr. Luis Sáenz Peña, para rogarles su intercesión.
Y es que el pequeño príncipe de las pampas era un alma enamorada de Dios y de la Santísima Virgen a quienes deseaba servir fervorosamente e interceder ante ellos en favor de su pueblo.
Fue entonces que Monseñor Cagliero creyó conveniente enviarlo a Viedma y ponerlo al cuidado del RP Evasio Garrone, director del Colegio San Francisco de Sales. Ceferino hizo el viaje por mar, bastante enfermo, y a poco de llegar conoció y trabó amistad con el beato Artémides Zatti, enfermero y laico coadjutor italiano radicado en aquella ciudad que, como el recién llegado, padecía tuberculosis.


Ceferino junto a su mentor, monseñor Juan Cagliero

Viaje a Italia
En 1904 Monseñor Cagliero decidió llevar a Ceferino a Italia. A esa altura el muchacho tenía la salud muy deteriorada, hecho que percibieron sus compañeros del Colegio Pío IX cuando lo vieron llegar. Allí pasó unos días hasta el 19 de julio, cuando zarpó en el vapor “Sicilia” que después de un mes de travesía, recaló en Génova.


Junto al Papa Pío X

En Turín, se alojó en el gran Colegio Valdocco, junto a la basílica de María Auxiliadora, el mismo donde estudiaron Domingo Savio y San Luis Orione. Allí conoció al beato Miguel Rúa, sucesor de Don Bosco, encuentro providencial que sacudió lo más íntimo de su ser.
Personalidades de importancia como la princesa María Leticia de Saboya Bonaparte, la condesa Balbis María Bertone de Sambuy y hasta la Reina Madre, Margarita de Saboya, homenajearían a Ceferino tratándolo de acuerdo a su rango.
“También me aplaudieron y gritaban ¡Viva el príncipe Namuncurá! Si le digo esto no es porque me haya enorgullecido, sino porque somos amigos”, le escribió a su compañero Faustino Firpo, el 24 de agosto de 1904.
El 19 de septiembre Monseñor Cagliero lo llevó a Roma. Ocho días después, Ceferino vivió la mayor experiencia de su vida al ser recibido por San Pío X en persona. Expresándose en perfecto italiano, el joven aborigen le obsequió al Pontífice un quillango de guanaco, atención que aquel retribuyó con sanos consejos y su bendición, para él y su pueblo. Lo increíble de aquella entrevista fue que, cuando todos se retiraban, el Santo Padre mandó llamarlo nuevamente y en las dependencias donde tenía su escritorio, volvió a saludarlo, mucho más paternalmente y le obsequió una medalla de oro como recuerdo de su visita.


Sus últimos días
Fascinado todavía por la experiencia vivida, Ceferino abandonó Roma y como el clima de Turín le resultaba cada vez más perjudicial, se estableció en Frascatti, donde su salud se agravó. A principios de 1905 le resultaba imposible seguir asistiendo a clases por lo que el 28 de marzo fue conducido nuevamente a Roma para ser internado en el Hospital Fatebenefratelli de la orden de San Juan de Dios, en la isla Tiberina.
Allí falleció el 11 de mayo de 1905, a las seis de la mañana, entregando su alma al Creador después de sus oraciones.
La noche anterior, había llamado a un sacerdote para pedir por el muchacho que ocupaba la cama contigua: “Si supiera Ud. cuanto sufre. De noche no duerme casi nada. Tose y tose”. En realidad, él estaba peor, pero solo pensaba en el prójimo, es decir, en las almas necesitadas de consuelo. Su cuerpo fue conducido al cementerio de Roma, donde permaneció enterrado hasta 1924, cuando regresó a su tierra natal.


El beato Ceferino
En 1915 los restos de Ceferino fueron exhumados y en 1924, como se ha dicho, regresaron a la Argentina. Llegaron a bordo del vapor “Ardito” y una vez en tierra fueron trasladados a Pedro Luro, localidad al sur de la provincia de Buenos Aires a medio camino entre Bahía Blanca y Carmen de Patagones (fueron depositados en la capilla de Fortín Mercedes). El 14 de mayo dio comienzo el proceso de canonización y el 22 de junio de 1972, el Papa Paulo VI lo declaró venerable.
El martes 15 de mayo, durante la sesión de la Congregación para las Causas de los Santos, se aprobó por unanimidad el milagro atribuido a Ceferino en el año 2000. Una mujer cordobesa de 24 años de edad, afectada por cáncer de útero, no solo se curó sino que, tiempo después, logró concebir.
Al cabo de cuatro años de estudió, altas fuentes de la Iglesia indicaron que la consulta médica de la Congregación había dictaminado que desde el punto de vista clínico, la curación era inexplicable.
Aprobado el decreto del milagro, S.S. Benedicto XVI determinó la fecha de beatificación, 11 de noviembre de 2007, acontecimiento celebrado en todo el país.
De esa manera, la orgullosa dinastía de los Piedra, aquella que forjó el poderoso imperio de las pampas e hizo temblar al hombre blanco durante décadas, le dio a la Iglesia Católica un nuevo santo.


Ilustraciones





Finalizada la conquista del desierto el gobierno argentino llevó a cabo una sistemática campaña de exterminio en La Pampa, la Patagonia, Tierra del Fuego y la región del Chaco a la que por años se intentó ocultar. Arriba cuatro instantáneas del álbum que Julio Popper explorador rumano nacionalizado argentino, le obsequió al presidente Miguel Juárez Celman tras su regreso a Buenos Aires. Se observan indios selk'nam y onas masacrados en territorio fueguino durante las cacerías humanas que tuvieron lugar entre 1886 y 1887

El coronel Ramón Lista llevó a cabo feroces matanzas en Tierra del Fuego

La masacre de aborígenes continuó bien entrado el siglo XX. En la imagen restos de indios  asesinados en Rincón Bomba, provincia de Formosa, durante el primer gobierno de Perón, más precisamente en el mes de octubre de 1947



Aviso aparecido en un diario de Bueno Aires (1878) ofreciendo indios 
de ambos sexos tras la conquista del desierto






Fuente: "Ceferino Namuncurá, de príncipe d elas pampas a la gloria de los altares", en "Revista “Cruzada”, Año V, Nº 30, Diciembre de 2007