Hace 50 años secuestró un avión de Aerolíneas Argentinas, hoy está enfermo en Cuba y su hijo pide que regrese al país
El
4 de julio de 1973, Basilio José Mazor subió al vuelo 558 de Aerolíneas
Argentinas y lo desvió a La Habana mientras decía que era parte del
Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). Qué sucedió a bordo. La vida
después de ser un pirata aéreo. La palabra de sus hijos. Su triste
presente en un pueblo del interior cubano. La historia del secuestro
aéreo más olvidado de la Argentina
La única imagen que tomó el reportero gráfico Rodolfo Lo Bianco donde se puede observar el rostro de Mazor durante el secuestro El 4 de julio de 1973, cuando tenía 24 años, Basilio José Mazor, solito él con su escopeta de dos caños recortados calibre 16, una canana cruzando al pecho y un poncho con motivos incaicos, secuestró el Boeing 737 matrícula LV-JTO de Aerolíneas Argentinas
que cubriría el trayecto entre Buenos Aires y Jujuy. Hoy, 50 años
después, Mazor se encuentra postrado en una cama de su casa de la
localidad de Artemisa, Cuba, a 66 kilómetros al oeste y una hora de auto
de La Habana, el lugar donde el 5 de julio de aquel año culminó la
odisea de 19 horas que les hizo vivir a los 74 pasajeros (entre los que
había un niño de 5 años y 4 bebés) y los 6 tripulantes del vuelo 588.
Hace tres meses, el viejo pirata aéreo resultó víctima de dos infartos cerebrales
que le afectaron el plexo braquial derecho, los nervios que van desde
el cuello hasta el brazo. No puede hablar con fluidez y casi ni moverse
sin ayuda.
El
secuestro del avión que protagonizó hace 50 años es el más olvidado de
los que se produjeron en la década del ‘70 en Argentina.
Según
relatan sus hijos, Basilio José Mazor nació el 8 de junio de 1949 en
Pergamino. Vivía en la calle San Nicolás 369, la peatonal de esa
localidad bonaerense. En 1970 lo hacía con sus padres y tres hermanos.
Debajo de la vivienda estaba el negocio familiar. Cuatro años antes de
secuestrar al Boeing de Aerolíneas, viajó a Esquel para incorporarse al servicio militar
en el Regimiento 3 de Infantería de Montaña Coraceros General Pacheco.
Con él coincidieron varios pergaminenses, como Julio Saladino, Angel
Lanza, Marcos Carrizo y Martín Palacios. También ingresó Miguel Angel Ortíz,
de la localidad cercana de Capitán Sarmiento, que lo recuerda bien:
“Armamos un grupo con dos cordobeses y el resto eran de Pergamino. Y ahí
estaba ‘Pirincho’ Mazor, o ‘El Ruso’, como le decíamos. ¿Cómo era? ¡Un tiro al aire!.
Al poco tiempo de entrar me dijo ‘Mirá Miguel, yo no puedo estar
corriendo. Me voy a hacer pasar por enfermo, porque de chico tuve Mal de
los Rastrojos… Así que se puso papel secante en las axilas y en la
ingle, cuando corría levantaba fiebre a lo loco. Hasta que logró que lo
llevaran a trabajar a la enfermería…”.
No
es la única anécdota que guarda Miguel Angel: “nos encontramos cuando
me iba de licencia en una estación de servicio. Casi llorando me dijo
que su madre estaba muy mal. E iba a ver si le daban permiso para viajar
en avión a Pergamino. Me pidió por favor que le entregara una carta a
su hermana, porque la madre, dijo, debía estar internada. Llegué a
Sarmiento y al día siguiente, temprano, fui a Pergamino. Llegué a la
casa y salió una chiquita que resultó ser la hermana. Le dije que
llevaba una carta para su madre, y la llamó, y apareció una señora
gorda, que le sobraba salud por todos lados… Después me enteré que lo
habían autorizado a regresar, y en avión, para asistir a su madre”.
El secuestrador Basilio José Mazor, con la escopeta, en la cabina del capitán Dursi. Foto de Rodolfo Lo Bianco Luego
lo perdió de vista, porque “lo mandaron a Copahue, más al norte, como
panadero. Pero antes me dijo ‘de mí se van a acordar mucho’. Cuando
terminó la colimba, un mediodía llegué a casa después de trabajar y
dijeron que me había dejado saludos un tal Basilio, que iba en moto con
una chica y tenía puesto un poncho… Mucho después me enteré lo que había
hecho. Era un tipo rápido, con mucha chispa, capaz de decir que había viajado a la Luna, pero no recuerdo que tuviera ideas políticas”.
Es probable que la chica que lo acompañaba en la moto fuera Mirian del Carmen Barbera. Con ella, el 24 de marzo de 1972 fueron padres de un niño al que bautizaron como el abuelo, Basilio.
En el acta de nacimiento, la 317, firmada por la jueza Elda Luján
Zurita, se indica que Basilio José tiene el documento nro. 7.683.226.
Pero que Mirian del Carmen “no posee” identificación.
Ese hijo hoy tiene 51 años y vive en Villa Allende, Córdoba.
Se mudó a esa provincia junto a su abuela y su tía luego que su padre
consumara el secuestro del avión. Poco después -ya contará los
detalles-, su madre, que había permanecido en Pergamino, se esfumó. Toda
su vida, el joven intentó localizarla. La volvió a ver sólo una vez
más. Hace poco se enteró que Mirian murió en la ciudad de Santa Fe. O eso cree.
El acta de nacimiento de Basilio Mazor hijo, en Pergamino Un día antes de secuestrar el avión, Mazor, por entonces empleado municipal de Pergamino, cuyo legajo era el 658 y cobraba 1.032 pesos por mes (alrededor de 360 mil pesos actuales),
gastó 597 -más de la mitad de su sueldo- en la agencia local de
Aerolíneas Argentinas para adquirir el pasaje: el ticket llevaba el
número 044.113.989300.
Por un guiño del azar, en el mismo avión viajaban dos periodistas de la revista Siete Días, de la desaparecida Editorial Abril: el redactor Roberto Vacca y el reportero gráfico Rodolfo Lo Bianco.
Ambos volaban hacia Jujuy para reflejar un drama recurrente de nuestro
país: esa provincia tenía el índice más alto de mortalidad infantil.
Pero lo que registraron fue una historia fabulosa, se convirtieron en
testigos de cada minuto del secuestro del vuelo 558 de Aerolíneas Argentinas,
desde el preembarque en la puerta 2 del espigón de cabotaje del
Aeropuerto Internacional de Ezeiza hasta la llegada a La Habana. Fue uno
de los pocos actos de piratería aérea que se contaron desde las
entrañas del suceso. El relato, que apareció en la edición 322 del 16 de
julio de 1973, es una joya periodística. El testimonio del valor de dos
profesionales que pusieron su oficio por encima del temor que la
incierta situación imponía.
Lo
primero que refleja Vacca es su extrañeza por la vestimenta de ese
hombre que describió “delgado, morocho y de cutis suave”: pantalón
negro, zapatillas blancas y poncho marrón con motivos incaicos. Y el
creciente nerviosismo que mostraba, que otro pasajero creyó,
equivocadamente, producto de ser ése “su bautismo aéreo”. La primera
interacción entre secuestrador y periodista fue allí, cuando Mazor le
preguntó la hora: “11.40″. Minutos después, todos estaban sentados en
sus respectivos asientos. Por supuesto, en 1973 a los pasajeros no se
los sometía a la lupa del escáner ni a ningún otro tipo de revisión más
que la de presentar el ticket.
A
las 12.45, el avión se ubicó en la cabecera de la pista. En esa época,
las azafatas controlaban que los pasajeros apagaran sus cigarrillos para
el despegue. El segundo comisario de a bordo, Carlos Alberto Intieri,
explicó a través de los parlantes que la primera escala se haría en San
Miguel de Tucumán. Una hora y media de vuelo. Y mientras las azafatas
instruían al pasaje en el uso de las mascarillas, el nudo del drama se
desató.
El diario Clarin reflejó el secuestro en su tapa del 5 de julio de 1973 Mazor
ni siquiera esperó a que el avión estuviera en el aire. Se levantó
desde el asiento B de la fila 9 que indicaba su ticket y caminó hasta la
cabina de la aeronave, donde se aprestaban para el despegue el comandante Edgardo Drusi y su copiloto, Ricardo Raimondi. Se levantó el poncho y exhibió la escopeta en forma amenazante mientras anunciaba el secuestro: “Soy del Ejército Revolucionario del Pueblo. Vamos a ir primero a Córdoba, donde habrá una evacuación, y luego nos dirigiremos a Chile y después a Cuba”.
La
primera orden que emitió Mazor fue que la azafata Ana Nilsson
desocupara las dos primeras filas de asientos. Para calmar al resto de
los pasajeros, dejó que las auxiliares hablaran con quienes estaban más
atemorizados y sirvieran (¡qué época para volar!) whisky y bandejas con
comida. Media hora después, el secuestrador le pidió a la otra azafata,
Ángela Prina, que lo ayudara a quitarse el poncho. Así, dejó ver las
cananas cruzadas con cartuchos de escopeta que llevaba debajo. Luego buscó una boina blanca que tenía una estrella roja de plástico y se la colocó. También dejó caer un anuncio tenebroso: “En un bolso que viaja dentro de la bodega hay una bomba plástica. Estallará cuando yo quiera”.
Las
primeras palabras que cruzaron el periodista y el pirata aéreo fueron
de queja. El solitario Mazor habló en plural: “Nos vendieron gato por
liebre. Yo quería subir a un Boeing intercontinental, de gran
escala. Ahora nos veremos obligados a dar saltos de canguro, de país en
país”, le dijo Mazor. Y luego, sí, hizo explícita su demanda: “Que
Aerolíneas Argentinas entregue 100 mil dólares al Hospital de Niños y otros 100 mil a la Comisión de Lucha contra el Mal de los Rastrojos. Lo hago sólo para demostrar que puedo hacerlo. El señor Santucho va a subir en Córdoba o en Chile”.
Pero
en lugar de hacer escala en Córdoba, el capitán de la nave tomó rumbo a
Chile. A las 14.25 comenzó el cruce de la cordillera. Para menguar la
tensión, Drusi habló por los altoparlantes con el pasaje, señalando la
ubicación del Aconcagua a la derecha del avión, por ejemplo. Sin
embargo, poco después recalculó: el aeropuerto chileno de Pudahuel se
encontraba inoperable por la niebla, así que descenderían en Mendoza
para reabastecer de combustible el avión. Así lo informó el primer
comisario del avión, Luis María Alejandro. Ya eran las tres de la tarde.
Basilio
José Mazor en la imagen que captó Lo Bianco durante el secuestro que
perpetró el 4 de julio de 1973 al avión de Aerolíneas Argentinas que iba
a Jujuy y desvió a Cuba Mientras
Mazor controlaba al pasaje, en la cabina de mando recibían información
desde la torre de control: el presidente de la Nación, Héctor J. Cámpora
-que había asumido su cargo poco tiempo antes, el 25 de mayo- estaba al
tanto del secuestro y tenía en sus manos la decisión de brindar o no el
combustible para continuar el viaje. Mazor fue notificado de la
novedad, caminó hasta la cabina y se comunicó con el aeropuerto. Según
la crónica de Vacca, les dijo: “Tienen 5 minutos para entregar el combustible. De lo contrario abriré fuego contra la tripulación y los pasajeros”. El escriba notó la tensión en el secuestrador: transpiraba y su labio superior tenía un leve temblor.
Dentro
de la cabina, el ambiente estaba pesado. El aire acondicionado había
dejado de funcionar por las operaciones técnicas propias de la escala.
Se pidió que nadie fumara para no viciar aún más el aire. Mazor, por las
ventanillas del avión, notó que comenzaban a rodearlo efectivos de la
Fuerza Aérea Argentina. En Pudahuel, Chile, la visibilidad era de apenas
800 metros. La tensión aumentó. El secuestrador volvió a llamar a la
torre de control y con un dedo en el gatillo de la escopeta, amenazó: “El presidente está jugando con la vida de 60 pasajeros.
Tengo una bomba plástica que se metalizará (Sic) automáticamente. Todo
se destruirá a 400 metros a la redonda del avión. Agilicen el trámite de
recarga; no me obliguen a provocar una masacre”. A las 16.30, a Drusi
le informaron que en Chile el cielo se había abierto y que la
visibilidad era de 1.700 metros. Con el combustible justo, decidió
arriesgarse y volar hacia el país trasandino.
En Chile aún faltaban 68 días para el golpe de estado que derrocaría a Salvador Allende.
El gobierno socialista era permeable a los secuestros de aviones. Once
meses antes, el 15 de agosto de 1972, seis terroristas de los altos
mandos del ERP, FAR y Montoneros (Roberto Mario Santucho, Marcos
Osatinsky, Fernando Vaca Narvaja, Roberto Quieto, Enrique Gorriarán
Merlo y Domingo Menna) fueron liberados de la cárcel de Trelew y, junto a
cuatro cómplices, secuestraron un avión de Austral y lo derivaron a Santiago de Chile. Allí,
Allende les dio un salvoconducto para que llegaran a salvo a Cuba. Pero
en el aeropuerto chubutense quedaron 19 miembros de las fuerzas
insurgentes sin poder subir al avión. Y una semana más tarde fueron
acribillados en la Base Almirante Zar, donde habían sido confinados
luego de entregar sus armas. Sólo tres de ellos se salvaron.
Edgardo Dursi, el comandante, y el copiloto Ricardo Raimondi, fotografiados por Lo Bianco A las 16.50, con el avión aterrizado en el espigón internacional del aeropuerto chileno, Mazor permitió que 39 adultos y 5 niños abandonaran la aeronave.
Había alguno con un marcapasos, otro adujo que su mujer estaba enferma,
y así los seleccionó. Siete minutos después comenzaron a cargar el
kerosene JP1 desde un camión. Durante más de 40 minutos, las autoridades
chilenas intentaron convencer al secuestrador que permitiera bajar a
los pasajeros restantes. Pero no lograron el objetivo.
A
las 19.25 (hora argentina) el avión ya volaba con rumbo a Perú. A esa
altura, indica Vacca, todo el pasaje llamaba por su nombre de pila
(Basilio) al secuestrador., Algunos conversaban, otros jugaban al truco.
Ninguno lo sabía, y tampoco Mazor, pero en la bodega viajaba un cargamento de 700 millones de pesos viejos.
Ya en confianza, el secuestrador le mostró a Vacca dos revólveres Rubí y
una pistola Colt que les sacó a los comisarios de a bordo. “Quedate en
el molde, Roberto. Están descargadas”, le dijo. Más adelante, cuando
estaban por aterrizar en Lima, le confesó que llevaba 150 mil pesos.
También, que pertenecía a “una nueva fracción (del ERP): además del ERP
ortodoxo de Santucho, del ERP 22 de agosto y del ERP Fracción Roja, hay
otra… el comando que yo comando. Es un comando suicida que se dedica
desde ahora a descubrir traidores. Yo soy el comandante Ciro, ¿sabés? Esta es mi primera acción. Por otra parte, no me gustaría denominarme guerrillero sino justiciero. Si esto fracasa, yo me quito la vida”.
En tono íntimo, el periodista le preguntó por su mujer. Y Mazor
respondió: “Tiene 17 años. Yo salí de casa y le dije que volvía
enseguida. Además es muy chica. No podría llegar a entender todo esto”.
A
las 22.15, el avión carreteaba en el Aeropuerto Internacional de El
Callao. Mazor le ordenó al capitán Drusi que la aeronave permaneciera a
oscuras y que solicitara que el espigón estuviera iluminado. También que
quienes se acercaran para las tareas de mantenimiento llevaran colgada
una linterna encendida y que lo hicieran de a dos personas. Debían
cargar 12.600 litros de combustible, desagotar el tanque del baño y
entregar 40 raciones de alimentos: lomo con salsa de tomates, puré,
arvejas, fiambre con pollo y postre. Desde Aerolíneas le pidieron que
permitiera subir a un tercer piloto, Jorge “Chupete” Fernández. Luego de
una breve negociación, Mazor lo autorizó. Los comisarios le recordaron
que había prometido dejar bajar a más personas. Dejó que descendieran seis, entre ellas otro periodista, de apellido Nofé.
El
lunes 9 de julio el avión regresó a Ezeiza, y camiones de caudales del
Banco Provincia se disponían a descargar los 700 millones de pesos, de
los que el secuestrador ignoraba su existencia en la bodega La
próxima escala sería en el aeropuerto de Tocumen, Panamá, para medir el
nivel de aceite de las turbinas. A las cuatro de la madrugada, Vacca
observó que Mazor caminaba, nervioso, de un lado a otro del avión. Se
acercó y le preguntó si estaba arrepentido de lo que hizo. La respuesta
fue negativa: “¡De ninguna manera! Esta es una forma de luchar por el
pueblo. De evitar que no se pierdan vidas útiles. Mi hijo murió del Mal
de los Rastrojos”. Una hora más tarde, fue el propio Mazor quien se
aproximó a Vacca: “Yo quiero que Santucho me reconozca como miembro del Ejército Revolucionario del Pueblo y que me espere en Panamá”. Y agregó: “Si Cuba no ampara a un comandante de un grupo armado, diría que el socialismo está fallando la propia cuna”.
A esta altura del viaje, la sospecha del periodista se transformó casi en una certeza: Basilio José Mazor no era un guerrillero, ni formaba parte del ERP.
A
las 5.40 de la madrugada despegaron desde Panamá hacia La Habana.
Mazor, que tomó a Vacca como su confidente, le reveló que pensaba
entregar sus armas al llegar. “Además, estoy dispuesto a desarmar la bomba que llevamos en la bodega”,
agregó. Un pasajero que escuchó la conversación encendió sus alarmas. Y
cuando el secuestrador se alejó, le mencionó en voz baja al periodista:
“En este avión llevamos mil palos”. Vacca caviló y se dió cuenta de
algunos movimientos, unió los puntos que trazaban un dibujo impensado:
antes de salir se acercó un blindado del Banco Nación, la aparición de
los revólveres Rubí y la pistola Colt, los pasajeros que entraron a
último momento, cuando ya todos estaban sentados.
La carta que Mazor dejó para Mirian, su esposa, antes de llegar a Cuba y le entregó al periodista Roberto Vacca, de Siete Días Antes
de tocar la pista del aeropuerto José Martí, Mazor le entregó una carta
para su mujer: “Querida Mirian: por favor comprendé, esto lo hago por
vocación política y no por pedir rescate para mi. Cuida al gordo y cuidate vos. Chau petiza, beso grande para vos y todos. Pronto los volveré a ver”.
A
las 7.34, el avión aterrizó. Al abrirse la compuerta, un teniente del
ejército cubano trepó por la escalerilla. Mazor, sin dudar, le entregó
su escopeta. El militar intentó quitarle los cartuchos. No pudo. Estaba
trabada. Insistió. Al final, apuntó hacia arriba y disparó. El arma no funcionaba.
La aventura de Basilio José Mazor terminó en la prisión de Pinar del Río. El avión regresó a Buenos Aires el 9 de julio.
Basilio Mazor hijo en Córdoba, con su esposa. Es padre de 13 hijos Basilio Mazor (h) trabaja como maestro mayor de obras. Está casado con Patricia Peralta y tiene 13 hijos. Cuando su papá secuestró el avión tenía apenas 15 meses. De
vez en cuando, o cuando a Internet se le ocurre funcionar en Artemisa,
Cuba, se comunica con su padre o con Gloria, su esposa. Basilio hijo,
que llama por el apellido a su padre, tiene claro su objetivo: “Quiero que Mazor vuelva a la Argentina a vivir mejor, porque en Cuba no está viviendo bien. Si
hablo, si hago esta movida, lo hago por él”. Su vida, lo que él decide
contar de su vida, parece el argumento de una novela: a veces de
espionaje, a veces un culebrón.
En 1973, por poco tiempo, Basilio permaneció con su mamá, una adolescente. Pero muy pronto, dice, “me arrebataron de su lado”.
Quedó bajo la tutela de su abuela, que compró una casa del barrio
Libertador San Martín en Córdoba capital y allí se fueron a vivir junto a
su tía. Entretanto, su abuelo permaneció en Pergamino. El cimbronazo
por el secuestro protagonizado por el hijo, asegura, produjo la
separación del matrimonio. Cuando su abuela falleció, la vida familiar
del niño se interrumpió. “Fui a parar al complejo Pablo Pizzurno, donde
íbamos los chicos que no teníamos familia o los que estaban en la calle.
Si no recuerdo mal, por la época del Mundial 78 me enviaron al hogar del cura Francisco Luchesse. Ahí me forjé, estudié, pero sin saber nada de mi familia”.
Según
su relato, el juez que se lo entregó al padre Lucchese le contó su
historia al sacerdote. Y cuando tenía alrededor de 13 años, por
intermedio de otro religioso amigo de Lucchese, viajó a Pergamino. Fue
allí cuando se enteró de las andanzas de su padre y conoció a uno de sus
tíos.
Lo
peor para Basilio (h) fue que su madre, Mirian, que era apenas una
adolescente, desapareció de su vida. Durante muchos años la buscó. “En
Pergamino ella tenía a su madre, su padrastro, un hermano en silla de
ruedas y dos hermanos más. Tampoco sabían nada. Se escondió”. Recién se reencontraron, y en forma fugaz, cuando Basilio tenía unos 40 años. “Ella
sufrió mucho. La encontré en Santa Fe. Una mujer de perfil muy bajo. Le
pregunté que pasó y me dijo que no convenía que yo lo supiera… Después,
una vecina me dijo que había muerto”.
Basilio José Mazor en Cuba en 2016 Con
su padre también hubo un reencuentro. Primero telefónico, tiempo
después de su visita a Pergamino. “Con Mazor hablé en la casa de la
secretaria del Padre Lucchese. Todavía vivía Fidel Castro, y me dijeron
que monitorearon la llamada. Mazor pensaba que yo estaba muerto. Me preguntó cómo estaba, a qué me dedicaba… yo no le pregunté nada”.
Cuatro años más tarde, cuando Basilio (h) tenía 24, cuenta que se vieron cara a cara. Mazor
viajó a la Argentina. Pero no hay ni siquiera una imagen de ese
reencuentro entre padre e hijo. Según él, era pobre y no tenía una
cámara fotográfica. “Pasó por Buenos Aires y luego fue a Córdoba para
ver a su hermana. Yo vivía cerca, en Argüello. Habrán sido tres horas.
Le pregunté por su vida, de qué vivía, pero no me atreví a tocar el tema del avión. Alrededor siempre estaba mi tía. No quería que yo estuviera a solas con él… “.
Hubo
una tercera visita, dice, unos seis años después, pero en esa ocasión
Mazor viajó a Pergamino y no hubo contacto. “La conclusión que saqué de
por qué no se quedó en Argentina es que se sentía muy perseguido, pero no sé por quién. Se que en Pergamino fue muy al choque con su familia. Por su culpa se rompió el vínculo familiar”, concluye.
Basilio José Mazor postrado en Cuba ¿Por
qué se fueron casi todos de esa localidad? ¿Por qué la abuela, la tía y
la madre huyeron de Pergamino luego del secuestro del avión? Según
Basilio (h), todos recibieron amenazas. Él dice ver una oscura
trama detrás del accionar de su padre, pero no la devela ni puede
explicar con claridad: “Quisiera saber un poco más del secuestro. En esa
época había muchas cosas, la Triple A, el ERP. Yo pienso que este loco
lo hizo por una apuesta o porque sabía que en ese avión había algo”.
-Había mucha plata.
-Exactamente.
Si él hizo eso, y pensó que su hijo estaba muerto, quiere decir que
algo lo llevó a hacer una cosa de esa magnitud. Y encima escapando de la
Argentina, dejando a su hijo de 15 meses y a su pareja. Si la madre de
Mazor, que en paz descanse, escapó de Pergamino por amenazas de muerte, es que este se mandó una grande. A mi edad, a la historia la veo de otro lado…
Basilio José Mazor y su hija Ivys Nelly, que emigró de Cuba y se radicó en México Según
contó en la única entrevista que brindó (al periodista Daniel Van Der
Beken para La Opinión de Pergamino, en 1991), cuando salió de la cárcel,
Basilio José Mazor recibió una casa y una tarjeta de racionamiento de comida y ropa del estado cubano.
Trabajó como entrenador de fútbol con niños durante 13 años, como
árbitro y hasta fundó, a principios de este siglo, un club para que
jugaran veteranos, al que llamó “Villa Fiorito” en homenaje a Maradona,
que alguna vez pasó por allí.
También se casó dos veces. La primera, con Berta. Con ella tuvo a su hija Ivys Nelly, que hoy vive en México. La segunda con Gloria, y fue padre de Glorieth, que también huyó de Cuba y reside en Miami.
El
periodista, que lo entrevistó 14 años después del secuestro del avión
de Aerolíneas, también le preguntó, como Vacca en pleno vuelo, si estaba
arrepentido de su acción. La respuesta, quizás influida por la vida que
le deparó Cuba, fue otra: “A los tres minutos de estar arriba del avión ya estaba totalmente arrepentido
de lo que estaba haciendo. Solo pretendía llamar la atención sin
lastimar a nadie. Si hubiese utilizado mi arma en el avión no quedaba ni
el loro. Como persona cometí un error”. Y auguraba otro porvenir:
“Ojala que el final de mi vida no sea trágico. Me gustaría poder vivir
con mis hijas y visitar Argentina, por eso insisto tanto en el perdón de los argentinos”.
Basilio
José Mazor en su casa de Artemisa, Cuba, sostenido por su hija Ivys
Nelly y ante la presencia de un fisioterapeura. Sufrió dos infartos
cerebrales Según
su hija Ivys Nelly, que luego de varios años sin ver a su padre viajó a
Cuba a principios de este mes para colaborar en su recuperación,
después de trabajar como entrenador de fútbol y preparar a otros
técnicos, Basilio se dedicó a los negocios: “como es extranjero, trabajó
comprando cosas para los cubanos que no pueden pagar en dólares, y
cobraba por ello una comisión”. Pero advierte que en el último tiempo,
por lo menos desde hace diez meses, está afectado por una severa depresión.
Ya de regreso a México, le contó a Infobae
que “en la casa le daban de comer pizza y alimentos que le hacían subir
la presión”, algo totalmente contraindicado para quien sufrió derrames
cerebrales. Después de recorrer bastante (“en Cuba no hay ni huevos”, se
queja), le compró alimentos adecuados y, pese a que no pudo internarlo
como era su intención, logró que un fisioterapeuta se hiciera cargo del
tratamiento en forma ambulatoria. Luego de estar nueve días junto a su
padre, el hombre de 74 años ya se podía sentar en la cama con ayuda, y mover el brazo derecho hasta la altura del corazón. Pero, dijo ella, aún no estaba preparado para hablar.
A
Ivys Nelly, Mazor tampoco le confió demasiado a lo largo de su vida:
“De chica me dijo algo, pero no le gusta hablar del tema”. Sin embargo,
contra la opinión de casi todos, ella no duda que el secuestro del avión tuvo una motivación política. Y no gasta en metáforas: “Si algo tiene mi padre, es que los tiene bien puestos”.