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domingo, 27 de octubre de 2024

Patagonia: Las maravillosas aventuras de Mr. Musters

El inglés Musters y los tehuelches


Por Héctor Pérez Morando || Diario Río Negro




Vida muy singular y poco conocida la de George Chaworth Musters. Como para el libro. Inglés de sangre pero nacido en Nápoles, casualmente, «en transcurso de un viaje de sus padres» (13/2/1841). De familia acomodada y huérfano desde pequeño, tal vez los tíos marinos tuvieron que ver en su vida marina -desde los 13 años- y el «Algiers», la escuela. Recibió medallas por su actuación en Crimea. Escritos de Falkner, Darwin, Guinard, Fitz Roy, Viedma, De Angelis y otros fueron los antecedentes documentales para su formidable travesía patagónica que se inició en Punta Arenas, pasando por Gallegos, isla Pavón y finalizó en Carmen de Patagones (abril de 1869-26/5/1870) ¿Cuál fue el motivo principal del viaje? Varias hipótesis se han emitido y hasta la de «una misión especial del almirantazgo británico para el reconocimiento del interior de la Patagonia» (Balmaceda, Rey 1976). ¿Espía? Tenía permiso de la Marina inglesa. Percibía una renta.

Cualquiera fuera el motivo, la realidad es que dejó un incomparable aporte toponímico y etnográfico principalmente, como nunca había ocurrido hasta poco después de la mitad del siglo pasado, y hasta un «vocabulario parcial de la lengua tsoneca» que incluyó en su libro «At home with the Patagonians. A year»s wanderings over untrodden ground from the straits of Magellan to the Río Negro», editado en Londres en 1871 y traducido al castellano en 1911 como «Vida entre los patagones. Un año de excursiones por tierras no frecuentadas desde el estrecho de Magallanes hasta el Río Negro». «El mapa de Musters es la primera información cartográfica directa del interior de la Patagonia». (Rey Balmaceda, ídem). Es llamativa la adaptación, el mimetismo que logró entre los tehuelches y sus formas de vida. Dio un «paseo» de 2.750 kilómetros y un año de duración, con los consiguientes peligros, y tuvo que afrontar y participar de la vida tehuelche: vestir quillango, usar boleadoras, andar a caballo, alimentarse con carne de guanaco, de avestruz (y huevos), de yegua y raíces. Debió habitar en toldos, dormir a la intemperie, hacer trenzados de cuero y -lo más importante- anotar los acontecimientos de la gran aventura, con mucha precisión y útiles detalles sobre flora, fauna, topografía y costumbres de los tehuelches. Es largo de detallar. Llegó a afirmar que «no merecen seguramente los epítetos de salvajes feroces, salteadores del desierto, etc. Son hijos de la naturaleza, bondadosos, de buen carácter». Y en cuanto a las creencias, «la religión de los tehuelches se distingue de la de los pampas y araucanos porque no hay en ella el más mínimo vestigio de adoración al sol, aunque se saluda la luna nueva con un ademán respetuoso… creen en un espíritu bueno y grande… no tienen ídolos ni objetos de adoración…».

Según parece, dominaba bien el castellano y una partida de soldados en busca de prófugos de Punta Arenas facilitó el primer tramo de su viaje desde allí hasta la isla Pavón, desembocadura del río Santa Cruz, donde por entonces tenía sus dominios Luis Piedra Buena, a quien no pudo entrevistar por haber viajado poco antes. Llevaba una carta de presentación de Jorge M. Dean, de Malvinas, donde había estado. Carbón y oro son existencias de las que se fue informando. Se encontró con Sam Slick, hijo del cacique Casimiro. Hablaron en inglés. A partir de Pavón se iniciaría la parte más destacada de la aventura de Musters, acompañado por la parcialidad aóni-ken que hablaba el aóni-aish, «lengua que sería entonces la aprendida por Musters». Y desde allí, estuvo acompañado nada menos que por los célebres caciques Casimiro y Orkeke, de quienes llegó a ser muy amigo. ¿Qué método empleó el viajero inglés para llegar a ser admitido en los toldos andantes tehuelches y merecer gran respeto y confianza?

 

Lo describe a Orkeke: «Había cumplido ya sus 60 años; y, cuando saltaba sobre su caballo en pelo o dirigía la caza, desplegaba una agilidad y una resistencia iguales a la de cualquier otro más joven… abundante cabello negro… ojos brillantes e inteligentes… era particularmente limpio en sus ropas y aseado en sus costumbres… desde el momento que fui huésped de él, su conducta para conmigo fue irreprochable». Y de Casimiro: «Cuando no estaba ebrio, este hombre era vivo e inteligente, astuto y político. Sus extensas vinculaciones con todos los jefes, inclusive Reuque y Callfucurá (sic), le daban mucha influencia. Era también obrero diestro en varias artes indígenas, como la de hacer monturas, pipas, espuelas, lazos y otras prendas. Era muy corpulento, de seis pies cabales de estatura». (Musters, G. Ch., Vida, 1964).



Luego de isla Pavón, los tehuelches -más de doscientos entre hombres, mujeres y niños- y el viajero inglés se dirigieron a la precordillera. Llegaron al paraje Yaiken-Kaimak. Una escena de caza: vio un guanaco y «lo boleé con una boleadora para avestruz» y en ese lugar surgió «una inquietud general»: estar preparados «para el caso de que encontráramos a los tehuelches del norte en guerra con los araucanos o manzaneros». Todos se daban un baño diario en los cursos de agua. Llevaba una brújula -que le regaló a Foyel- y anzuelos para pesca que usó. Los tehuelches no comían pescado. Llegaron los tehuelches del norte -comandados por Hinchel- y se produjo un gran parlamento. «Casimiro había tratado de inducirme a que hiciera de capitanejo… por nuestra parte se desplegó orgullosamente la bandera de Buenos Aires, mientras los del norte hacían flamear una tela blanca». (Musters, ídem).

«Después de varias arengas, dichas por Hinchel y otros, se resolvió elegir a Casimiro jefe principal de los tehuelches», anotaría Musters. Musters dedujo que «las relaciones entre los tehuelches o tsonecas de la Patagonia y los indios araucanos de Las Manzanas no habían tenido antes, de ninguna manera, un carácter pacífico». El padre de Casimiro había sido muerto por los araucanos, pese a lo cual «la diplomacia de Casimiro lograba conciliar a todas las partes». En ese lugar recibieron una partida del Chubut, «unos setenta u ochenta hombres, con mujeres y criaturas, y ocupaban unos veinte toldos», la mayoría «jóvenes de sangre pampa o pampa tehuelche… unos cuantos tehuelches puros» cuyo jefe se llamaba Jackechan o Juan (Chiquichano), «un indio muy inteligente, que hablaba corrientemente el español, el pampa y el tehuelche». El «Marco Polo de la Patagonia», como lo llamaron algunos autores, continuaba adentrándose en la vida tehuelche: «atoldándose», haciendo boleadoras y tientos, ganándose los alimentos cazando con ellos y como ellos y participando de acontecimientos muy celebrados por aquellos pobladores de la Patagonia: nacimientos, entrada a la pubertad, casamientos, muertes, etc. y hasta para evitar el efecto nocivo de los vientos «volví a aplicarme la pintura» (en el rostro), sin olvidar beber aguardiente, fumar en pipa y usar armas largas y cortas. En Teckel, por enero de 1870, recordaría que «estaba muy al tanto del género de vida y de las costumbres de los tehuelches, que me consideraban casi uno de ellos (en verdad, había llegado a adquirir cierta posición e influencia entre esa gente)». (Musters, ídem).

Llegaron al campamento Carge-kaik (Cuatro Colinas) y recibieron la amistosa visita de un hijo de Quintuhual, con un mensaje del padre. Hubo danza: «Entré con Golwin (Blanco) y dos más en la danza, apareciendo en traje completo de plumas de avestruz y cinturón de campanillas, y debidamente pintado, para gran delicia de los indios. Mi ejecución arrancó grandes aplausos». Tenía razón Musters, parecía uno más de ellos. Bien manejadas las relaciones públicas para entonces… Recibieron mensajes araucanos. Luego visitaron los toldos de Quintuhual y continuando la marcha llegaron a Diplaik (Moreno lo cita como Dipolokainen), donde un mensajero de Foyel les entregó una noticia: el araucano (chileno) Culfucurá -no emplea la denominación mapuche- incitaba a unirse para «hacer la guerra a Buenos Aires». Ni más ni menos que sus depredadores malones a la zona de Bahía Blanca y el gran espacio bonaerense. Se convocó a parlamento y se decidieron por la negativa. Aquellos tehuelches e «indios mansos» defendían y apoyaban a El Carmen (Carmen de Patagones) y allí se dirigirían en busca de «vicios», ración de ganado y demás que les entregaba el gobierno. Orkeke, Casimiro -«el gran cacique del sur»-, los pellejos con aguardiente y la nutrida caravana seguían la rastrillada para el norte (más o menos la actual ruta nacional 40) hasta llegar al campamento de Foyel, con buen recibimiento. Anteriormente -anotó Musters- un incidente le «facilitó la oportunidad de observar la predisposición de los araucanos para esclavizar y maltratar a todo «cristiano» que podían robar o comprar». Luego de otras bien narradas alternativas, emprendieron viaje a «Las Manzanas», los dominios de Cheoeque (sic), es decir el famoso Sayhueque. Se instalaron en Geylun -posiblemente al sur de Paso Flores y cerca de Pilcaniyeu actuales-, donde quedó la mayoría de los nativos y luego de cruzar el Limay y visitar a Inacayal, donde también son bien agasajados, fueron recibidos por el jefe manzanero: «Hombre de aspecto inteligente, como de 35 años de edad, bien vestido con poncho de tela azul, sombrero y botas de cuero»… Este cacique tenía plena conciencia de su alta posición y de su poder; su cara redonda y jovial, cuya tez, más oscura que la de sus súbditos, había heredado de su madre tehuelche». En el toldo estaba «la bandera de Casimiro, esto es, la bandera de la Confederación Argentina». Tenían temor al «gualicho» y a otras circunstancias diarias.



Hubo fiesta, aguardiente en abundancia -con las armas guardadas-, manzanas frescas, piñones, carne e intercambio de objetos, alimentos y aguardiente. Pudo comprobar que el intercambio -pieles, tejidos, trenzados, caballos, alimentos, etc.- era moneda corriente. Tal como el trueque actual, que va ganando posiciones por la crisis. Hacían carreras de caballos. Se celebró un parlamento con tres temas: «Paz firme y duradera entre los indios presentes», «protección de Patagones» y «considerar el mensaje de Callfucurá (sic) acerca de un malón a Bahía Blanca, y en general la frontera bonaerense», sobre lo cual los tehuelches ya se habían expedido negativamente antes de llegar al lugar. Estaba allí Mariano Linares -de la tribu de ese apellido-, que había llegado de Patagones en misión de paz. Los picunches -anotaría el viajero inglés- eran «una rama de los araucanos bajo el dominio de Cheoeque… viven cerca de los pasos de la cordillera y saquean a todos los viajeros». Hubo otro parlamento en el que se resolvió unánimemente que «Cheoeque protegería la orilla norte del río Negro y cuidaría a Patagones por ese lado, mientras que Casimiro garantizaría el sur». Se ratificó el no malón a Calfucurá, «pidiéndole que limitara sus hostilidades a Bahía Blanca». Todo eso lo vivió el marino y aventurero inglés, como principal partícipe en aquellos conflictos internos, pero cuyos protagonistas maloneros más feroces y ladrones procedían del otro lado de la cordillera. Aunque Calfucurá estaba asentado en «Las Salinas» (La Pampa).

Luego del regreso a Geylun, se preparó el viaje a Patagones. Fueron de la partida Musters, Orkeke, Casimiro, Quintuhual, Crime, Meña y numerosos tehuelches, mujeres y niños. Es la primera vez que la «línea sur» rionegrina -con ligeras variantes en el trazado caminero y ferroviario actual- ve pasar tan numerosa y heterogénea comitiva. La toponimia incorpora y confirma nombres: Margensho (Maquinchao), Trinita (Treneta), Valcheta. Desde Maquinchao, Musters y dos acompañantes decidieron adelantar el viaje a Patagones. Llevaba una carta para el comandante Murga y la misión de preparar el terreno para la visita de los restantes. En cierta parte del trayecto «alegró nuestros ojos la vista del mar». Cruzaron para el río Negro y entonces «Haciendo a un lado la manta india, volví a ponerme el traje de un inglés de la época, saco de cazador, etc.» Había tenido el equipo bien guardado. Cerca de «San Xavier» (Javier) tuvo contacto con los otros hermanos Linares y las estancias de Kincaid, Alexander Fraser y Grenfell. Estos últimos le facilitaron dinero. Durmió en el toldo de Chalupe. En Patagones se entrevistó con Pablo Piedra Buena -hermano de Luis-, el Dr. Humble, la galesa familia de Morris Humphreys y con Murga. Días después llegaron Casimiro, Orkeke y sus tribus. Recorrió la zona y tomó valiosos apuntes. Se embarcó en el vapor «Patagonia» (ex «Montauxk», de Boston) rumbo a Buenos Aires, que encalló en la desembocadura del Negro, y siguió viaje en la goleta «Choelechoel». El «tehuelchizado» -perdón por el neologismo- inglés había recorrido la Patagonia durante poco más de un año -llegó a Patagones el 26/5/1870- y daría a luz el más famoso escrito etnográfico, topográfico y de otros temas para su tiempo. Una hazaña que no fue repetida y de un gran valor documental. Anduvo por otras partes del mundo y concretó varias publicaciones más. La aventura patagónica fue premiada con un reloj de oro por la Royal Geographical Society. Se retiró de la Marina británica con el grado de capitán de fragata (commander). Estuvo casado con una peruana descendiente de ingleses y murió en 1879.

Una estación ferroviaria en Río Negro, un lago en Chubut y varias calles llevan su nombre, recordando la gran hazaña del inglés-tehuelche.

sábado, 20 de julio de 2024

Caída de Berlin: El abuso aliado a las mujeres alemanas

El rapto de Berlín





La violación de Berlín


Todos conocemos los horrores de la Segunda Guerra Mundial y lo que Hitler y los nazis hicieron en toda Europa en nombre de la supremacía aria. Pero lo que mucha gente no sabe es lo que realmente ocurrió en Alemania en los últimos días del régimen nazi.

Durante los meses de abril y mayo de 1945, cuando las tropas del Ejército Rojo soviético se acercaron y finalmente invadieron Berlín, casi dos millones de mujeres alemanas fueron violadas con un nivel de violencia nunca antes visto ni después. Las cifras proporcionadas por historiadores como Antony Beevor (2002) sugieren que de los dos millones de víctimas, casi 100.000 acabaron por suicidarse, y en 1946 el 10% de todos los bebés nacidos en Alemania tenían padres soviéticos.

Si bien estas cifras son sorprendentes, lo que tal vez sea aún más notable es el hecho de que durante más de 50 años hubo un esfuerzo concertado para mantener en secreto los hechos de estos acontecimientos. Por temor a revitalizar el nacionalismo alemán a través de un sentimiento de victimismo y simpatía nacional, primero los políticos y autoridades alemanes protegieron este encubrimiento, seguidos por historiadores prosoviéticos y antialemanes en los últimos 20 años.

Un ejemplo de este silencio lo tenemos en una de las únicas fuentes primarias que refleja estos terribles días. “Una mujer en Berlín” fue escrito de forma anónima por un periodista alemán y es un diario de las últimas semanas del régimen nazi. Revive con desgarrador detalle las violaciones masivas y la violencia sufridas por las mujeres de Berlín. Parecía no haber escapatoria: niñas, ancianas y damas de todas las clases eran "cazadas" y escogidas para satisfacer la violencia sexual con carga racial de los soldados soviéticos.

Este libro se publicó originalmente a finales de la década de 1950, pero inmediatamente se retiró del mercado en Alemania y los editores sólo pudieron encontrar Suiza como mercado para el tomo. A pesar de esto, el libro fue retirado; Y no fue hasta 2001 que el libro volvió a verse en Alemania y encontró una nueva audiencia. Esto se debió al temor de que los hechos y el relato de lo ocurrido pudieran conducir a un resurgimiento de los ideales nacionalistas.



Una mujer en Berlín (2001) – ¿Alentando a los nazis del mañana?

Si bien este temor puede parecer ridículo para la mayoría, todavía es evidente en las opiniones de muchos historiadores sobre este episodio. Historiadoras como Annita Grossmann creen que las violaciones fueron más bien el resultado de ser cómplices de la máquina de guerra nazi, y no la simple cuestión de ser víctimas inocentes. Si bien esta opinión puede sorprender a muchos de ustedes, desafortunadamente ella no es la única historiadora que cree que las mujeres alemanas recibieron su "justo postre".

La pregunta de si estas mujeres alemanas fueron de alguna manera cómplices de estos ataques, porque brindaron apoyo a sus maridos, hermanos e hijos, ignora la asombrosa violencia y los horrores que sufrieron. Los relatos de otras mujeres de este período incluyen “¿Por qué tenía que ser una niña?” de Gabi Kopp. que relata cómo, cuando tenía 14 años, la autora era "pasada" regularmente, incluso por sus compañeras víctimas debido a su corta edad. Si bien la maquinaria de propaganda nazi advirtió a las mujeres sobre las hordas asiáticas del Este, todavía no estaban preparadas para los incesantes ataques nocturnos y el flagrante desprecio que estos soldados tenían hacia las mujeres.

Si bien los historiadores intentan comprender el razonamiento estratégico de la violación, la teoría central detrás de su crueldad apunta a los matices raciales que soportó la guerra en el Este. La casi aniquilación de la Unión Soviética y los constantes pronunciamientos sobre la supremacía aria instigaron un toque casi genocida a las violaciones. La propagación de la semilla bolchevique, especialmente entre las doncellas alemanas después de derrotar tan ampliamente a sus hombres, parece ser el índice principal de este horrible acontecimiento.



La propaganda alemana advertía constantemente sobre el animal como los bolcheviques del Este.

Si bien las autoridades y los historiadores soviéticos guardan silencio sobre el tema, se cuentan historias contradictorias sobre la reacción de Stalin ante la noticia de las violaciones. Desde burlarse de ellos como "bagatelas" hasta negar que los soldados soviéticos estuvieran en Alemania para algo más que la guerra. El sellado de archivos ruso-soviéticos, inicialmente por parte de la KGB y más recientemente por el gobierno de Putin, obstaculiza cualquier intento de conocer las opiniones oficiales sobre la tragedia.

A pesar de esto, algunos corresponsales de guerra soviéticos integrados en divisiones del Ejército Rojo informaron de que "les sucedieron cosas terribles a las mujeres alemanas" (Vassily Grossman), y Natalya Gesse informó que se trataba de "un ejército de violadores".

El rapto de Berlín es un episodio de la historia que nunca debe silenciarse ni olvidarse. Es una parte oscura de la historia que debe ser reconocida por su magnitud y la falta de simpatía y reconocimiento hacia las víctimas. Una cosa que se debe reconocer es que es historia, y eso nunca se debe negar.

REFERENCIAS:

Anonymous. 2006. A Woman in Berlin (Eine Frau in Berlin). Translated by P. Boehm. London: Virago.

Beevor, A. 2002. Berlin: The Downfall, 1945. London: Viking, UK.

Grossmann, Attina. 1995. “A Question of Silence: The Rape of German Women by Occupation Soldiers.” October- Berlin 1945: War and Rape: Liberators Take Liberties 72: 42-63.

Kopp, Gabriele. 2010. Warum war ich bloss ein Madchen




martes, 27 de febrero de 2024

La caída de Berlin: El rapto de mujeres

'Los soldados rusos violaron a todas las mujeres alemanas entre ocho y 80 años'



Antony Beevor, autor del aclamado nuevo libro sobre la caída de Berlín, sobre un enorme crimen de guerra cometido por el victorioso Ejército Rojo.


Anthony Beevor || The Guardian





"Los soldados del ejército ruso no creen en las 'enlaces individuales' con mujeres alemanas", escribió el dramaturgo Zakhar Agranenko en su diario cuando servía como oficial de infantería de marina en Prusia Oriental. "Nueve, diez, doce hombres a la vez, violan ellos de manera colectiva."

Los ejércitos soviéticos que avanzaban hacia Prusia Oriental en enero de 1945, en enormes y largas columnas, eran una extraordinaria mezcla de lo moderno y lo medieval: tropas de tanques con cascos negros acolchados, soldados de caballería cosacos sobre monturas peludas con el botín atado a la silla, Studebakers de préstamo y arrendamiento y Esquiva remolcando cañones ligeros y luego un segundo escalón en carros tirados por caballos. La variedad de carácter entre los soldados era casi tan grande como la de su equipo militar. Había filibusteros que bebían y violaban descaradamente, y había comunistas idealistas y austeros y miembros de la intelectualidad horrorizados por tal comportamiento.

Beria y Stalin, de vuelta en Moscú, sabían perfectamente lo que estaba pasando gracias a una serie de informes detallados. Uno afirmó que "muchos alemanes declaran que todas las mujeres alemanas de Prusia Oriental que se quedaron fueron violadas por soldados del Ejército Rojo". Se dieron numerosos ejemplos de violaciones en grupo, "incluidas niñas menores de 18 años y ancianas".

El mariscal Rokossovsky emitió la orden nº 006 en un intento de dirigir "los sentimientos de odio hacia la lucha contra el enemigo en el campo de batalla". Parece haber tenido poco efecto. También hubo algunos intentos arbitrarios de ejercer autoridad. Se dice que el comandante de una división de fusileros "disparó personalmente a un teniente que estaba alineando a un grupo de sus hombres ante una mujer alemana tendida en el suelo". Pero o los propios oficiales estaban involucrados, o la falta de disciplina hacía que fuera demasiado peligroso restablecer el orden entre soldados borrachos armados con metralletas.

Los llamamientos a vengar la Patria, violada por la invasión de la Wehrmacht, habían dado la idea de que se permitiría casi cualquier crueldad. Incluso muchas mujeres jóvenes soldados y personal médico del Ejército Rojo no parecieron desaprobarlo. "¡El comportamiento de nuestros soldados hacia los alemanes, especialmente hacia las mujeres alemanas, es absolutamente correcto!" - dijo un joven de 21 años del destacamento de reconocimiento de Agranenko. Algunos parecieron encontrarlo divertido. Varias mujeres alemanas registraron cómo las militares soviéticas observaban y reían cuando eran violadas. Pero algunas mujeres quedaron profundamente conmocionadas por lo que presenciaron en Alemania . Natalya Gesse, amiga íntima del científico Andrei Sakharov, había observado al Ejército Rojo en acción en 1945 como corresponsal de guerra soviética. "Los soldados rusos violaron a todas las mujeres alemanas, entre ocho y ochenta años", relató más tarde. "Era un ejército de violadores".

Bebidas de todo tipo, incluidas sustancias químicas peligrosas incautadas en laboratorios y talleres, fueron un factor importante en la violencia. Parece como si los soldados soviéticos necesitaran valor alcohólico para atacar a una mujer. Pero luego, con demasiada frecuencia, bebían demasiado y, al no poder completar el acto, utilizaban la botella con un efecto espantoso. Varias víctimas fueron mutiladas obscenamente.

El tema de las violaciones masivas del Ejército Rojo en Alemania ha sido tan reprimido en Rusia que incluso hoy los veteranos se niegan a reconocer lo que realmente sucedió. Sin embargo, los pocos dispuestos a hablar abiertamente no se arrepienten en absoluto. "Todas nos levantaron las faldas y se tumbaron en la cama", dijo el líder de una compañía de tanques. Incluso se jactó de que "dos millones de nuestros niños nacieron" en Alemania.

Es sorprendente la capacidad de los oficiales soviéticos para convencerse de que la mayoría de las víctimas estaban contentas con su destino o al menos aceptaban que les tocaba sufrir después de lo que la Wehrmacht había hecho en Rusia. "Nuestros compañeros estaban tan hambrientos de sexo", dijo un mayor soviético a un periodista británico en ese momento, "que a menudo violaban a ancianas de sesenta, setenta o incluso ochenta años, para sorpresa, si no absoluto deleite, de estas abuelas".

Sólo podemos arañar la superficie de las contradicciones psicológicas. Cuando las mujeres violadas en grupo en Königsberg rogaron a sus agresores que las sacaran de su miseria, los hombres del Ejército Rojo parecen haberse sentido insultados. "Los soldados rusos no disparan a las mujeres", respondieron. "Sólo los soldados alemanes hacen eso." El Ejército Rojo había logrado convencerse de que, al haber asumido la misión moral de liberar a Europa del fascismo, podía comportarse enteramente como quisiera, tanto personal como políticamente.

La dominación y la humillación impregnaron el trato que la mayoría de los soldados daban a las mujeres en Prusia Oriental. Las víctimas no sólo cargaron con el peso de la venganza por los crímenes de la Wehrmacht, sino que también representaron un objetivo atávico tan antiguo como la propia guerra. La historiadora feminista Susan Brownmiller observó que la violación es el acto de un conquistador, dirigido a los "cuerpos de las mujeres del enemigo derrotado" para enfatizar su victoria. Sin embargo, una vez disipada la furia inicial de enero de 1945, el sadismo se volvió menos marcado. Cuando el Ejército Rojo llegó a Berlín, tres meses después, sus soldados tendían a considerar a las mujeres alemanas más como un derecho casual de conquista. La sensación de dominación ciertamente continuó, pero tal vez fue en parte un producto indirecto de las humillaciones que ellos mismos habían sufrido a manos de sus comandantes y de las autoridades soviéticas en su conjunto.

Varias otras fuerzas o influencias estaban en acción. La libertad sexual había sido un tema de animado debate dentro de los círculos del Partido Comunista durante la década de 1920, pero durante la década siguiente, Stalin se aseguró de que la sociedad soviética se describiera a sí misma como prácticamente asexual. Esto no tenía nada que ver con un puritanismo genuino: se debía a que el amor y el sexo no encajaban con el dogma diseñado para "desindividualizar" al individuo. Había que suprimir los impulsos y las emociones humanas. La obra de Freud fue prohibida, el divorcio y el adulterio eran temas que generaban una fuerte desaprobación del partido. Se reintrodujeron sanciones penales contra la homosexualidad. La nueva doctrina se extendió incluso hasta la completa supresión de la educación sexual. En el arte gráfico, el contorno vestido de los senos de una mujer se consideraba peligrosamente erótico. Tenían que estar disfrazados con monos. El régimen claramente quería que cualquier forma de deseo se convirtiera en amor por el partido y, sobre todo, por el camarada Stalin.

La mayoría de los soldados del Ejército Rojo con poca educación padecían ignorancia sexual y actitudes completamente ignorantes hacia las mujeres. De modo que los intentos del Estado soviético de suprimir la libido de su pueblo crearon lo que un escritor ruso describió como una especie de "erotismo de cuartel" que era mucho más primitivo y violento que "la más sórdida pornografía extranjera". Todo esto se combinó con la influencia deshumanizadora de la propaganda moderna y los impulsos atávicos y guerreros de hombres marcados por el miedo y el sufrimiento.

El novelista Vasily Grossman, corresponsal de guerra adscrito al Ejército Rojo invasor, pronto descubrió que las víctimas de violaciones no eran sólo alemanes. Las mujeres polacas también sufrieron. Lo mismo hicieron las jóvenes rusas, bielorrusas y ucranianas que habían sido enviadas de regreso a Alemania por la Wehrmacht para realizar trabajos esclavos. "Las chicas soviéticas liberadas se quejan con frecuencia de que nuestros soldados las violan", señaló. "Una niña me dijo entre lágrimas: 'Era un hombre mayor, mayor que mi padre'".

La violación de mujeres y niñas soviéticas socava gravemente los intentos rusos de justificar el comportamiento del Ejército Rojo con el argumento de venganza por la brutalidad alemana en la Unión Soviética. El 29 de marzo de 1945, el comité central del Komsomol (la organización juvenil de la Unión Soviética) informó al asociado de Stalin, Malenkov, de un informe del 1.er Frente Ucraniano. "En la noche del 24 de febrero", registró el general Tsygankov en el primero de muchos ejemplos, "un grupo de 35 tenientes provisionales en curso y el comandante de su batallón entraron en el dormitorio de mujeres en el pueblo de Grutenberg y las violaron".

En Berlín, muchas mujeres simplemente no estaban preparadas para el impacto de la venganza rusa, por mucha propaganda de terror que hubieran escuchado de Goebbels. Muchos se tranquilizaron diciendo que, aunque en el campo el peligro debe ser grande, en la ciudad difícilmente podrían producirse violaciones masivas delante de todo el mundo.

En Dahlem, los oficiales soviéticos visitaron a la hermana Kunigunde, la madre superiora de Haus Dahlem, una clínica de maternidad y orfanato. Los oficiales y sus hombres se comportaron impecablemente. De hecho, los oficiales incluso advirtieron a la hermana Kunigunde sobre las tropas de segunda línea que las seguían. Su predicción resultó totalmente precisa. Monjas, jóvenes, ancianas, mujeres embarazadas y madres que acababan de dar a luz fueron violadas sin piedad.

Sin embargo, al cabo de un par de días, surgió una tendencia en la que los soldados encendían antorchas ante los rostros de las mujeres acurrucadas en los búnkeres para elegir a sus víctimas. Este proceso de selección, a diferencia de la violencia indiscriminada mostrada anteriormente, indica un cambio definitivo. En esta etapa, los soldados soviéticos comenzaron a tratar a las mujeres alemanas más como botín de guerra sexual que como sustitutas de la Wehrmacht sobre las cuales desahogar su ira.

Quienes escriben sobre el tema a menudo han definido la violación como un acto de violencia que tiene poco que ver con el sexo. Pero esa es una definición desde la perspectiva de la víctima. Para comprender el crimen, es necesario ver las cosas desde el punto de vista del perpetrador, especialmente en las últimas etapas, cuando la violación sin agravantes sucedió a la embestida extrema de enero y febrero.

Muchas mujeres se vieron obligadas a "ceder" ante un soldado con la esperanza de que las protegiera de los demás. Magda Wieland, una actriz de 24 años, fue sacada a rastras de un armario de su apartamento junto a la Kurfürstendamm. Un soldado muy joven de Asia central la sacó a rastras. Estaba tan emocionado ante la perspectiva de una hermosa joven rubia que eyaculó prematuramente. Mediante lenguaje de señas, ella se le ofreció como novia si él la protegía de otros soldados rusos, pero él se fue a alardear ante sus camaradas y otro soldado la violó. Ellen Goetz, una amiga judía de Magda, también fue violada. Cuando otros alemanes intentaron explicar a los rusos que ella era judía y que había sido perseguida, recibieron la respuesta: "Frau ist Frau".

Las mujeres pronto aprendieron a desaparecer durante las "horas de caza" de la noche. Las hijas pequeñas permanecían escondidas en los desvanes durante días enteros. Las madres salían a la calle a buscar agua sólo temprano en la mañana, cuando los soldados soviéticos dormían después del alcohol de la noche anterior. A veces, el mayor peligro procedía de una madre que revelaba el escondite de otras niñas en un intento desesperado por salvar a su propia hija. Los berlineses mayores aún recuerdan los gritos cada noche. Era imposible no oírlos porque todas las ventanas habían sido voladas.

Las estimaciones de víctimas de violación en los dos principales hospitales de la ciudad oscilaron entre 95.000 y 130.000. Un médico dedujo que de aproximadamente 100.000 mujeres violadas en la ciudad, unas 10.000 murieron a consecuencia de ello, la mayoría por suicidio. Se pensaba que la tasa de mortalidad había sido mucho mayor entre los 1,4 millones de víctimas estimadas en Prusia Oriental, Pomerania y Silesia. En total, se cree que al menos dos millones de mujeres alemanas han sido violadas, y una minoría sustancial, si no una mayoría, parece haber sufrido violaciones múltiples.

Si alguien intentó defender a una mujer contra un atacante soviético, fue o un padre tratando de defender a una hija o un hijo pequeño tratando de proteger a su madre. "Dieter Sahl, de 13 años", escribieron los vecinos en una carta poco después del suceso, "se arrojó a puñetazos contra un ruso que violaba a su madre delante de él. No consiguió nada excepto que le dispararan. "

Después de la segunda etapa en la que las mujeres se ofrecían a un soldado para salvarse de los demás, llegó la necesidad posterior a la batalla de sobrevivir al hambre. Susan Brownmiller señaló "la línea turbia que separa la violación en tiempos de guerra de la prostitución en tiempos de guerra". Poco después de la rendición en Berlín, Ursula von Kardorff encontró todo tipo de mujeres prostituyéndose por comida o por la moneda alternativa de los cigarrillos. Helke Sander, un cineasta alemán que investigó el tema con gran detalle, escribió sobre "la zona gris de la fuerza directa, el chantaje, el cálculo y el afecto real".

La cuarta etapa fue una extraña forma de convivencia en la que los oficiales del Ejército Rojo se instalaron con las "esposas de ocupación" alemanas. Las autoridades soviéticas quedaron consternadas y enfurecidas cuando varios oficiales del Ejército Rojo, decididos a quedarse con sus amantes alemanes, desertaron cuando llegó el momento de regresar a la Madre Patria.

Incluso si la definición feminista de violación puramente como un acto de violencia resulta simplista, no hay justificación para la complacencia masculina. En todo caso, los acontecimientos de 1945 revelan cuán delgado puede ser el barniz de la civilización cuando hay poco miedo a las represalias. También sugiere un lado mucho más oscuro de la sexualidad masculina de lo que nos gustaría admitir.

© Antony Beevor.
www.antonybeevor.com

· Berlín: The Downfall 1945 es una publicación de Viking Penguin. La película de BBC Timewatch sobre la investigación del libro se proyectará en BBC2 a las 9 p. m. el 10 de mayo.

lunes, 9 de octubre de 2023

Guerra Antisubversiva: Un libro y la discusión del terrorismo peronista


Eduardo Sacheri: “La guerrilla, la violencia armada, es un tema incómodo, pero esa incomodidad no debe traducirse en silencio”

El escritor argentino acaba de publicar su nueva novela, “Nosotros dos en la tormenta”, sobre la amistad y la militancia en los convulsionados años 70 en Argentina. En diálogo con Infobae Leamos, explica por qué eligió ese período de la historia, en que Montoneros y ERP creían -erróneamente- estar cerca de lograr sus objetivos



Por Belén Marinone || Infobae



Hay una atmósfera rara. Es 1975 y en Argentina los tiempos están revueltos. Los Montoneros llevan meses en la clandestinidad; el ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo), también. El gobierno de María Estela Martínez de Perón, Isabelita, está incómodo y López Rega opera en las tinieblas. El terror comienza a sentirse en el aire bajo un gobierno democrático y los operativos, explosivos, fusiles FAL y secuestros mandan en la guerra de guerrillas. Este es el contexto que elige Eduardo Sacheri para su nueva novela, Nosotros dos en la tormenta, su retorno a la ficción, luego publicar, el año pasado, su primer libro de divulgación histórica, Los días de la revolución.

Detrás del aire denso de los convulsos años 70 en Argentina también hay historias. Sobre eso escribe Sacheri. En su nuevo libro el eje principal es la amistad de toda la vida de dos jóvenes, Antonio y Ernesto -tales sus nombres de guerra-, ahora convertidos en militantes de dos células de distintas organizaciones de la militancia armada -Montoneros y ERP- que operan en la zona Oeste del Conurbano. Los dos están entregados a la causa revolucionaria por la que darían la vida. Pero la elección de los bandos, ¿quiebra la amistad?

¿Qué pasa con las familias, el barrio, los amigos, los encuentros saltando la medianera y la pizza para hablar de chicas? En medio de los operativos, la vida. Eso es lo que le interesa a Sacheri: los vínculos. Y también las dudas. Y cómo uno de ellos se “olvida” de la clandestinidad para visitar especialmente a su padre. Esta relación tan compleja y profunda, que es un eje de la novela, también interpela a Sacheri. En esta entrevista, cuando habla de su padre se le humedecen los ojos.

En las casi 500 páginas de Nosotros dos en la tormenta hay una investigación de varios años, con testimonios que el autor de La odisea de los giles, Lo mucho que te amé y El funcionamiento general del mundo prefiere mantener en discreción, y un acercamiento desde la ficción a cómo se narran las guerrillas, los muertos, la organización, el compromiso político y la idea de futuro de esa época. “Nos hace bien pensar”, dice Sacheri a Infobae Leamos y sigue:La guerrilla, la violencia armada, la guerra revolucionaria es un tema incómodo”. “Me parece que las incomodidades es mejor transitarlas hablando, no haciendo silencio”. Y Sacheri escribe.

Acabás de lanzar tu nueva novela Nosotros dos en la tormenta, que hace foco en el año 75, donde los grupos guerrilleros como Montoneros y ERP estaban en plena efervescencia. ¿Por qué contextualizar la novela en este período?

—En general me interesa mucho el contexto histórico que hace a quienes somos hoy. En distintas novelas, no voluntariamente, he terminado aterrizando en ciertos momentos de la Argentina reciente. Y me interesa también no caer en momentos ya muy transitados por la literatura o por el cine, por ejemplo, la dictadura. Pero hay otros períodos que me parece que también son muy fecundos en cuanto a todo lo que podemos pensar y decir sobre ellos y que no han sido tan transitados. Y me parece que esos años de gobiernos democráticos de Cámpora, Perón e Isabel son un momento efervescente que merece atención. Particularmente ese año donde, tanto Montoneros como el ERP se sienten cerca de sus objetivos. Uno mira desde la distancia de los años y dice: “Muchachos, estaban lejísimos de triunfar en su guerra popular y prolongada”. Pero ellos se sentían así, entonces me parecía un momento interesante para aterrizar.

¿Por qué creés que este momento interesante para aterrizar es poco transitado?

—Por un lado, la dictadura, con todo el horror que implica, es como un imán de atención. Y, a lo mejor, lo que pasa antes o lo que pasa después, no. Los primeros años de Alfonsín tampoco son tan visitados o los de la restauración democrática. Como excepción tenés la película Argentina 1985, no es la norma. Me parece que el tema de la guerrilla, de la violencia armada, de la guerra revolucionaria es un tema incómodo.

“Cuando sos fanático la vida es clara: no hay incertidumbre, no hay dudas”

¿Por qué?

—No sé por qué. Es un tema incómodo para mucha gente. Y no me parece que esa incomodidad deba traducirse en silencio. Me parece que las incomodidades es mejor transitarlas hablando, no haciendo silencio. Hay incomodidades y se pueden generar discusiones, desencuentros. Vecindades incómodas. Eventualmente, podés escribir sobre un determinado período y que eso le guste a gente que no te cae bien. Me parece que son riesgos que vale la pena correr. Porque si, como antes se decía “curarse en salud”, si nos curamos en solemnidad, me parece que no está bueno no mirar y decir: “Mejor de esto no hablemos”. No, hablemos de todo.

Terroristas Montoneros.

¿Cómo fue ese abordaje?

—Le dediqué mucho tiempo a documentarme. En las universidades de Argentina se laburó muy bien este período, sobre las organizaciones armadas, su dinámica, su organización, su ideología, su vínculo con el resto de la sociedad. Primero hay que leer, empaparse y mejorar tu aproximación a la ficción. Y recién después empecé la construcción de mis personajes, minúsculos como siempre. La novela no tiene como protagonistas ni a la cúpula del ERP ni a la cúpula de Montoneros. También lo que hice fue conversar con protagonistas de ese período. Es importante, pero no es lo único.

¿Con quiénes hablaste?

—Hablé con alguno al que le tocó ser combatiente y con alguno al que le tocó padecer sus ataques. Vía asesinatos, vía secuestro extorsivo para obtener fondos... Y con algún militante armado. Como las condiciones de los encuentros fueron la discreción, mantengo la discreción absoluta.

¿Cómo te impactó este período en lo personal?

—En mi casa de niño se ha hablado siempre mucho de política. Mi papá fue un activo militante radical hasta su muerte, en el 78. Se hablaba mucho de política y de estos temas. Yo era muy chiquito, en el 75 tenía ocho, pero se hablaba, se discutía, se entendían. Era una época que generaba mucho temor. Y eso también influyó en mi experiencia inicial con el periodo.

Entrevista a Eduardo Sacheri - "Los jóvenes y la política hoy"

Recién hablabas de las historias mínimas y en esta novela detrás de los protagonistas, que son guerrilleros de distintas organizaciones, hay un barrio y detrás hay una familia y detrás hay amigos. ¿Cuál es la importancia de estas historias mínimas?

—Para mí es la manera de entrar en la literatura. A mí no me sale o no me interesa ficcionalizar a los personajes muy conocidos, porque creo que eso requeriría un estudio muy pormenorizado. Me parece que los personajes mínimos, individuales y así de chiquitos, son una buena puerta de entrada para que cada quien se coloque donde tenga ganas. En ese anonimato yo siento que hay un margen de libertad interesante para crear, interesante para leer.

“En la vida hacen falta reglas y en las conversaciones y en las redes hacen falta también códigos tácitos de respeto”

Nosotros dos en la tormenta tiene de protagonistas principales a dos amigos que son militantes, que tienen un compromiso político muy fuerte. Sos profesor de Historia en un colegio secundario, ¿cuál es la relación de los jóvenes con la política hoy?

—Creo que hoy no tienen el tipo de compromiso que tenían aquellas generaciones de jóvenes, de pensar la acción política o la acción armada como el núcleo de sus días. Me parece que mis alumnos actuales no ven en la acción política una herramienta de cambio, de mejora o de revolución, como veían muchos de aquellos chicos. Lo cual, no significa que no tengan una inserción política, pues sus reivindicaciones a nivel de sus libertades personales o sus elecciones de género también son políticas y a lo mejor están mucho más en primer plano. El tema del feminismo era una reivindicación muy clara en mis alumnas adolescentes. Y también es una reivindicación política, aunque venga recorriendo otros caminos distintos.

Los jóvenes en el siglo XX se regían por ciertos valores y los defendían, ¿cuáles son los de este siglo?

—Creo que son narrativas más sectoriales, más vinculadas con la individualidad. Cada quien se para en lo que necesita, más que en una solución universal, como estos chicos pensaban que estaban ofreciendo. Me parece que hoy en día ni se les pasa por la cabeza que la acción armada sea un camino para lograr una sociedad mejor. Eso es una diferencia grande que noto.

Los protagonistas son amigos de toda la vida y forman parte de organizaciones distintas, ¿Se puede mantener una amistad estando en dos bandos distintos o de lo que hoy llamaríamos de un lado o del otro de la grieta?

—Depende de cuánta tolerancia tengamos a la frustración. La vida es incómoda, los vínculos son incómodos, los vínculos dan trabajo. Entonces, creo que poder conversar implica desafíos y desafíos de respeto también. Hay ciertas cosas que yo no te tengo que decir. Y al mismo tiempo es una invitación a que haya ciertas cosas que vos no me digas. En la vida hacen falta reglas y en las conversaciones y en las redes hacen falta también códigos tácitos de respeto.

Entrevista a Eduardo Sacheri - La nueva novela y la relación con "El secreto de sus ojos"

Tu nueva novela comparte el telón de fondo de los años 70 con La pregunta de sus ojos, el libro en el que se basa El secreto de sus ojos, ¿qué otra conexión hay?

—En La pregunta de sus ojos, en la novela, el arco temporal es más grande. Pero en la película nos quedamos con los años 74 y 75, lo redujimos. Es decir, que estamos en la misma etapa, aunque nos vamos a otro costado, al de acciones ilegales y armadas. En El secreto de sus ojos es clave la Triple A, López Rega, Isabel Perón y el Ministerio de Bienestar Social amparando a un asesino, que también en su momento generó bastante incomodidad.

¿Cuál?

—La pregunta que me hicieron fue: “¿Qué necesidad de ir a 1975?” Y ya la propia formulación de la pregunta es un estímulo. Como cuando era chiquito y me decían: “Ese estante de la biblioteca no lo podes leer”. Entonces, vamos a leerlo en la próxima siesta... Así es como tiene que funcionar nuestra cabeza pensante: atreviéndose a los lugares incómodos. No cerrando puertas y dejando partes de la realidad detrás de esas puertas. Yo quiero que podamos hablar.

“Si uno se aproxima a los temas con respeto no tiene por qué ser cancelado. Y el respeto está en la multiplicidad de miradas”

¿Qué pasa hoy?

—Vivimos en una época muy poco proclive a poder dialogar sobre lo que eventualmente nos incomoda. Y la vida es incómoda. Me parece que la solución no es no incomodarnos sino detenernos en nuestras incomodidades o, en todo caso, buscar cómo resolverlas o cómo tolerarlas.

¿Tenés miedo a que te cancelen?

—Si uno se aproxima a los temas con respeto no tiene por qué ser cancelado. Y el respeto está en la multiplicidad de miradas. Yo creo que la manera de evitar ofender es respetar. Entonces, si yo eventualmente digo algo que a vos no te gusta, pero te lo digo con respeto, en principio, merezco el mismo respeto. Si no, cada vez podemos pensar en menos cosas. Eso es lo que a mí me preocupa en general con este período. Me parece que tenemos que tener la chance de conversar sobre todas las cosas, porque necesitamos poder pensar sobre todo.

Hay otro elemento importante dentro de Montoneros y ERP, que son las mujeres guerrilleras, lo que permite también un diálogo con libros como La montonera, de Gabriela Saidon o Mujeres guerrilleras, de Marta Diana, ¿Fue intencional?

—La guerrilla es de vanguardia en relación al feminismo político. En las células de la novela no son la mitad, representan un tercio. Traté de ser lo más realista posible a partir de lo que había estudiado.

Asesina terrorista Norma Esther Arrostito, la única mujer que perteneció a la cúpula de Montoneros.

—La historia principal en esta novela es la de estos dos amigos pero hay un personaje fundamental, que es el del padre de uno de ellos, de Ernesto, y el libro se lo dedicas a tu papá, ¿por qué?

—En buena medida porque yo te hablaba de su militancia radical, y ser radical en los 60 y 70 era perder siempre. Y lo recuerdo a mi papá hablándome de política pero no dándome línea sino respondiendo a mi curiosidad. Me acuerdo preguntándole por Perón, por Isabel, por los militares, por López Rega, por los Montoneros. Está bueno hablar de todo, ¿me voy a privar a los 55? También tiene que ver con el episodio de cuando mi papá se enteró de una muerte en ese contexto. Yo tenía siete recién cumplidos y fue la única vez que lo vi llorar. Murió poco después. Si lo hubiera tenido más años lo hubiera visto más veces llorar. Pero mi recuerdo de este Superman llorando es una escena muy fuerte para mí y me fue muy útil para meterme en el mundo emocional de esa época.

—¿Escribir es político?

—Yo creo que a veces sí, pero para mí escribir es sobre todo indagar en el sentido de la vida. Lo humano a veces es político, otras es familiar, a veces es erótico, filosófico o humorístico.

—Mientras leía el libro encontré similitudes con Hijos de la fábula, de Fernando Aramburu y, como a él, te consulto: ¿cambiamos militancia por fanatismo?

Fanáticos hay siempre. Y por suerte en todos los momentos hay gente que no es fanática. Lo que pasa es que hay momentos en que los fanáticos son mayoría y yo prefiero cuando son minoría. El fanatismo es una tentación y cuando sos fanático la vida es clara: no hay incertidumbre, no hay dudas. Es un mundo de certezas. El mundo del fanático es un mundo más tranquilo, distinto del mundo lleno de sinuosidades, matices, dudas, retrocesos, avances a tientas y equivocaciones. La equivocación no es leída como una equivocación y la flexibilidad es algo de lo que adolecen.

—En la imagen de la tapa hay dos varones sentados sobre un techo que, a priori, uno piensa que son los amigos, pero son Ernesto y su padre. Si tuvieras la oportunidad de estar en ese techo con tu papá, ¿de qué conversarían?

—En este momento de Independiente. Me diría: “Flaco, ¿qué hicieron?”. Y la verdad que me daría mucha, mucha vergüenza tener que responderle a esa pregunta. También le haría el racconto de la Argentina de los últimos 45 años que se perdió.



 

jueves, 20 de abril de 2023

Libros: El modo de guerra alemán

El estilo de guerra alemán

W&W



El estilo de guerra alemán
Desde la Guerra de los Treinta Años hasta el Tercer Reich
Robert M. Citino


Muerte de la Wehrmacht
Las campañas alemanas de 1942
Robert M. Citino

Desde los primeros días del estado alemán, se había desarrollado una cultura militar única, una forma de guerra alemana. Su lugar de nacimiento fue el reino de Prusia. A partir del siglo XVII con Federico Guillermo, el Gran Elector, los gobernantes de Prusia reconocieron que su pequeño y relativamente empobrecido estado en la periferia europea tenía que luchar en guerras que eran kurtz und vives (cortas y animadas). Hacinado en un lugar estrecho en el centro de Europa, rodeado de estados que lo superaban ampliamente en términos de mano de obra y recursos, no podía ganar guerras de desgaste largas y prolongadas. Desde el principio, el problema militar de Prusia fue encontrar una manera de librar guerras cortas y agudas que terminaran en una victoria decisiva en el campo de batalla. Sus conflictos debían desatar una tormenta contra el enemigo, golpeándolo rápido y duro.

La solución al problema estratégico de Prusia fue algo que los alemanes llamaron Bewegungskrieg, la "guerra de movimiento". Esta forma de guerra enfatizaba la maniobra en el nivel operativo. No era simplemente maniobrabilidad táctica o una velocidad de marcha más rápida, sino el movimiento de grandes unidades como divisiones, cuerpos y ejércitos. Los comandantes prusianos, y sus posteriores descendientes alemanes, intentaron maniobrar estas formaciones de tal manera que pudieran asestarle a la masa del ejército enemigo un golpe fuerte, incluso aniquilador, lo más rápido posible. Podría implicar un asalto sorpresa contra un flanco desprotegido, o contra ambos flancos. En varias ocasiones notables, incluso resultó en que ejércitos prusianos o alemanes enteros entraran en la retaguardia de un ejército enemigo, el escenario soñado de cualquier general instruido en el arte. El objetivo era Kesselschlacht: literalmente, una "batalla de calderas,

Esta postura operativa vibrante y agresiva impuso ciertos requisitos a los ejércitos alemanes: un nivel extremadamente alto de agresión en el campo de batalla y un cuerpo de oficiales que tendía a lanzar ataques sin importar las probabilidades, por dar solo dos ejemplos. Los alemanes también descubrieron a lo largo de los años que llevar a cabo una guerra de movimiento a nivel operativo requería un sistema de mando flexible que dejaba una gran cantidad de iniciativa en manos de los comandantes de menor rango. Es costumbre hoy en día referirse a este sistema de comando como Auftragstaktik (tácticas de misión): el comandante superior ideó una misión general (Auftrag) y luego dejó los medios para lograrla al oficial en el lugar. Sin embargo, es más exacto hablar, como lo hicieron los propios alemanes, de la “independencia del comandante inferior” (Selbstandigkeit der Unterführer).

No siempre fue algo elegante de contemplar. La historia militar prusiano-alemana está llena de comandantes de bajo nivel que realizan avances inoportunos, inician ataques muy desfavorables, incluso extraños, y, en general, se convierten en molestias, al menos desde la perspectiva del mando superior. Hubo hombres como el general Eduard von Flies, que lanzó uno de los ataques frontales más insensatos de la historia militar en la batalla de Langensalza en 1866 contra un ejército atrincherado de Hannover que lo superaba en número dos a uno; el general Karl von Steinmetz, cuyo impetuoso mando del 1.er Ejército en la guerra franco-prusiana en 1870 casi trastocó todo el sistema operativo; y el general Hermann von Francois, cuya negativa a seguir las órdenes casi descarriló la campaña de Prusia Oriental en 1914. Aunque estos eventos casi se olvidan hoy, representan el lado activo y agresivo de la tradición alemana, en oposición al enfoque intelectual más reflexivo de Karl Maria von Clausewitz, Alfred Graf von Schlieffen o Helmuth von Molkte el Viejo. Dicho de otra manera, estos duros cargadores en el campo tendían a elevar la fuerza de voluntad del comandante sobre un cálculo racional de fines y medios.

De hecho, aunque Bewegungskrieg pudo haber sido una solución lógica al problema estratégico de Prusia, no fue una panacea. La ilustración clásica de sus fortalezas y debilidades fue la Guerra de los Siete Años (1756-1763). Federico el Grande abrió el conflicto con una campaña frontal clásica, reuniendo una fuerza inmensa, tomando la iniciativa estratégica al invadir la provincia austriaca de Bohemia y golpeando al ejército austriaco frente a Praga con una serie de ataques muy agresivos. Desafortunadamente, también golpeó a su propio ejército en el proceso. Cuando los austriacos enviaron un ejército en socorro de Praga, Federico también lo atacó en Kolin. Puede haber sido su propia culpa, o puede deberse a un comandante subordinado demasiado ambicioso (un general llamado, entre todas las cosas, von Manstein), pero lo que Federico pretendía como un ataque al flanco derecho de Austria se convirtió en un asalto frontal contra un enemigo bien preparado que lo superaba en número de 50.000 a 35.000. Los prusianos fueron mutilados y se retiraron en desorden.

Frederick estaba ahora en serios problemas. Los austriacos resurgían, los rusos avanzaban, aunque pesadamente, desde el este y los franceses avanzaban hacia él desde el oeste. Recuperó la situación con algunas de las victorias más decisivas de toda la era. Primero aplastó a los franceses en Rossbach (noviembre de 1757), donde otro subordinado ambicioso, el comandante de caballería Friedrich Wilhelm von Seydlitz (quien, como Manstein, también tendría un general homónimo en la Segunda Guerra Mundial), desempeñó un papel crucial, maniobrando su toda la fuerza de caballería a través de la ruta de marcha del ejército francés. Luego, en Leuthen en diciembre, el gran don de Federico para la maniobra operativa resultó en que todo el ejército prusiano apareciera dramáticamente en la perpendicular contra un flanco izquierdo austriaco débilmente defendido y un alto mando austriaco conmocionado. Finalmente, en agosto de 1758,

Frederick se había salvado, por el momento, con ejemplos clásicos de campañas breves y animadas. Pero con sus enemigos negándose a hacer las paces con él, la situación general siguió siendo terrible. La alianza que lo enfrentaba era enorme y tenía muchas veces su propio número de hombres, cañones y caballos. Su única salida ahora era luchar desde la posición central, manteniendo sectores secundarios con pequeñas fuerzas (a menudo comandadas por su hermano, el príncipe Enrique), enviando ejércitos a cualquier sector que pareciera más amenazado para llevar al enemigo a la batalla allí y aplastarlo. . Sin embargo, incluso mientras Prusia se sentaba en la defensiva estratégica general, la tarea del ejército era seguir siendo un instrumento de ataque bien perfeccionado. Tenía que estar listo para marchas fuertes, asaltos agresivos y luego más marchas fuertes. No pudo destruir a los adversarios de Frederick, ni individualmente ni colectivamente. Lo que tenía que hacer era asestarle un golpe tan duro a cualquiera de ellos (Francia, digamos) que Luis XV bien podría decidir que buscar otra ronda con Frederick no valía la pena el dinero, el tiempo o el esfuerzo, y por lo tanto, decide abandonar la guerra. No fue una misión fácil para el ejército prusiano, especialmente porque los ataques incesantes que lanzó en los dos primeros años de la guerra habían embotado su ventaja, con bajas especialmente altas entre los oficiales y regimientos de élite.

Prusia luchó todas sus guerras posteriores de manera similar. Los abrió al intentar ganar victorias rápidas a través de la guerra de movimiento. Algunas, como la campaña de octubre de 1806 contra Napoleón, fallaron horriblemente. Aquí el ejército prusiano se desplegó agresivamente, muy lejos hacia el oeste y el sur. Era un lugar ideal para iniciar operaciones ofensivas tal como las hubiera concebido Federico el Grande. Desafortunadamente, Federico se había ido hacía mucho tiempo, sus generales en muchos casos tenían más de ochenta años, y ahora se enfrentaban al Emperador de los franceses y su Grande Armee, dos fuerzas de la naturaleza en sus respectivos mejores momentos. Prusia pagó el precio en las batallas gemelas de Jena y Auerstadt. Era una especie de Bewegungskrieg. Desafortunadamente, todo el Bewegung fue realizado por los franceses.

Otras campañas prusianas tuvieron éxito más allá de los sueños más salvajes de sus comandantes. En 1866, la dramática victoria del general Helmuth von Moltke en la batalla de Koniggratz esencialmente ganó la guerra con Austria solo ocho días después de que comenzara. La acción principal en la guerra con Francia en 1870 fue igualmente breve. Las tropas prusianas cruzaron la frontera francesa el 4 de agosto y lucharon en la batalla culminante de St. Privat-Gravelotte dos semanas después. Las principales operaciones en esta guerra terminaron con todo un ejército francés y el emperador Napoleón III, embotellados en Sedan y aplastados desde todos los puntos cardinales simultáneamente, quizás la expresión más pura del concepto Kesselschlacht en la historia.

El año 1914 fue la prueba principal para la doctrina prusiana (y ahora alemana) de hacer la guerra. La campaña de apertura fue una inmensa operación que involucró la movilización y el despliegue de no menos de ocho ejércitos de campaña; fue una creación del conde Alfred von Schlieffen, jefe del Estado Mayor General hasta 1906. Como todos los comandantes alemanes, había establecido un marco operativo general (generalmente denominado, incorrectamente, el Plan Schlieffen). Lo que ciertamente no hizo fue elaborar ningún tipo de esquema de maniobra detallado o prescriptivo. Eso, como siempre en la forma alemana de hacer la guerra, dependía de los comandantes en el lugar. La campaña de apertura en el oeste estuvo a una pulgada de obtener una victoria operativa decisiva. Los alemanes aplastaron a cuatro de los cinco ejércitos de campaña de Francia, casi atrapando al último en Namur.

El fracaso en el Marne fue el momento decisivo de la Primera Guerra Mundial. Tanto para los oficiales de estado mayor como para los comandantes alemanes, se sintió como si hubieran regresado a la época de la Guerra de los Siete Años. Todos los ingredientes estaban allí. Tenía la misma sensación de estar rodeado por una coalición de poderosos enemigos. Había la misma sensación de que el ejército nunca sería tan poderoso como lo había sido antes de la sangría de ese primer otoño. Su nuevo comandante, el general Erich von Falkenhayn, llegó a decirle al Kaiser Wilhelm II que el ejército era un “instrumento roto” incapaz de lograr cualquier tipo de victoria aniquiladora. Lo más problemático fue encerrar el frente occidental en trincheras, alambre de púas, ametralladoras y un sólido muro de artillería de respaldo. Esto ya no era Bewegungskrieg móvil, sino exactamente lo contrario, lo que los alemanes llaman Stellungskrieg, la guerra estática de posición. Con ambos ejércitos agazapados en trincheras y lanzándose proyectiles el uno al otro, era por definición una guerra de desgaste, y ese era un conflicto que Alemania nunca podría ganar.

Incluso ahora, sin embargo, existía la sensación de que la única esperanza de Alemania residía en expulsar a uno de sus oponentes de la guerra. Aunque los alemanes se convirtieron en expertos en la guerra defensiva, evitando una serie casi constante de ofensivas aliadas, también lanzaron repetidas ofensivas propias, intentando reiniciar la guerra de movimiento que los oficiales alemanes seguían considerando normativa. En su mayor parte, estas operaciones ofensivas tenían como objetivo a los rusos, aunque hubo grandes ofensivas en el oeste tanto en 1916 (contra Verdún) como en 1918 (la llamada Kaiserschlacht, o "batalla de Kaiser", de la primavera). También hubo ofensivas a gran escala contra los rumanos en 1916 y los italianos en Caporetto en 1917. Es significativo que la literatura profesional posterior a 1918 del ejército alemán, el semanario Militar- WüChenblatt, por ejemplo, pasó casi tanto tiempo estudiando la campaña rumana, un ejemplo clásico de una Bewegungskrieg rápida, como las campañas mucho más grandes de guerra de trincheras en el oeste. Esos cuatro largos años de guerra de trincheras agotaron al ejército alemán y finalmente lo aplastaron, pero no cambiaron la forma en que el cuerpo de oficiales alemanes veía las operaciones militares.

A estas alturas debería quedar claro que la situación de la Wehrmacht después de 1941, rodeada de poderosos enemigos que la superaban ampliamente en número, no fue nada particularmente nuevo en la historia militar alemana. Hubo aspectos únicos de esta guerra, como los vastos planes de Hitler para un imperio europeo y mundial, su racismo y afán por cometer genocidio, y la participación voluntaria de la propia Wehrmacht en los crímenes de su régimen. En el nivel operativo, sin embargo, todo fue como siempre. La Wehrmacht, su estado mayor y su cuerpo de oficiales estaban haciendo lo que había hecho el ejército prusiano bajo Federico el Grande y lo que había hecho el ejército del Kaiser bajo los generales Paul von Hindenburg y Erich Ludendorff. Hasta el final de la guerra, buscó asestar un golpe contundente contra uno de sus enemigos, un golpe lo suficientemente fuerte como para destrozar la coalición enemiga, o al menos para demostrar el precio que los Aliados tendrían que pagar por la victoria. La estrategia fracasó, pero ciertamente hizo su parte del daño en los últimos cuatro años, y retuvo suficiente aguijón hasta el final para dar a los comandantes británicos, soviéticos y estadounidenses por igual muchas canas prematuras.

Aunque el lanzamiento de ofensivas repetidas para aplastar a la coalición enemiga fracasó al final, nadie en ese momento o desde entonces ha sido capaz de encontrar una mejor solución al enigma estratégico de Alemania. ¿Una estrategia ganadora de la guerra? No en este caso, obviamente. ¿El óptimo para una Alemania que se enfrenta a un mundo de enemigos? Quizás, quizás no. ¿Una postura operativa consistente con la historia y la tradición militar alemana tal como se había desarrollado a lo largo de los siglos? Absolutamente.

martes, 10 de enero de 2023

Logística militar antes de 1850

Sistemas logísticos antes de 1850

Weapons and Warfare

 



Los principios universales de la guerra de suministros se han aplicado en tres períodos principales: el largo período de la historia cuando la guerra fue impulsada por el músculo humano y animal; los aproximadamente 100 años desde mediados del siglo XIX hasta la Segunda Guerra Mundial, cuando el poderío industrial cambió profundamente la guerra; y la era nuclear moderna, cuando las armas de destrucción masiva y el cambio tecnológico eliminaron ciertos problemas logísticos antiguos y crearon otros nuevos.

En la historia antigua, la combinación de suministro local de alimentos y forraje y la autocontención en hardware y servicios aparece a menudo como la base logística para las operaciones de fuerzas de tamaño moderado. Algunas de estas operaciones son familiares para muchos escolares: la larga campaña de Alejandro Magno desde Macedonia hasta el Indo, la saga de los Diez Mil de Jenofonte, las campañas de Aníbal en Italia. Los ejércitos más grandes de la antigüedad, como los invasores persas de Grecia en 480 a. C., parecen haber sido abastecidos por depósitos y almacenes a lo largo de la ruta de marcha. La legión romana combinó los tres métodos de suministro en un sistema maravillosamente flexible. La capacidad de la legión para marchar rápido y lejos se debió en gran parte a las magníficas carreteras y a un tren de suministros eficientemente organizado, que incluía talleres de reparación móviles y un cuerpo de servicio de ingenieros, artífices, armeros, y otros técnicos. Se solicitaron suministros a las autoridades locales y se almacenaron en depósitos fortificados; la mano de obra y los animales se reclutaron según las necesidades. Cuando fuera necesario, la legión podía llevar en su séquito ya lomos de sus soldados hasta 30 días de víveres. En la Primera Guerra Púnica contra Cartago (264-241 a. C.), un ejército romano marchó un promedio de 16 millas (26 km) por día durante cuatro semanas.

Uno de los sistemas logísticos más eficientes jamás conocidos fue el de los ejércitos de caballería mongoles del siglo XIII. Su base era la austeridad, la disciplina, la planificación cuidadosa y la organización. En movimientos normales, los ejércitos mongoles se dividieron en varios cuerpos y se extendieron por todo el país, acompañados por trenes de carros de equipaje, animales de carga y rebaños de ganado. Se seleccionaron rutas y lugares para acampar por su accesibilidad a buenos pastos y cultivos alimentarios; alimentos y forrajes se almacenaban con antelación a lo largo de las rutas de marcha. Al entrar en territorio enemigo, el ejército abandonó su equipaje y rebaños, se dividió en columnas muy separadas y convergió sobre el enemigo desprevenido a gran velocidad desde varias direcciones. En una de esas marchas de aproximación, un ejército mongol cubrió 180 millas (290 km) en tres días. Los servicios de comisariato, cabalgata y transporte se organizaron cuidadosamente. El duro y curtido guerrero mongol podía subsistir casi indefinidamente con carne seca y cuajada, complementada con caza ocasional; cuando estaba en apuros, podía drenar un poco de sangre de una vena en el cuello de su montura. Cada hombre tenía una ristra de ponis; el equipaje se reducía al mínimo y el equipo era estandarizado y liviano.

A principios del siglo XVII, el rey Gustavo II Adolfo de Suecia y el príncipe Mauricio de Nassau, el héroe militar de los Países Bajos, devolvieron brevemente a la guerra europea una medida de movilidad que no se había visto desde los días de la legión romana. Este período vio un marcado aumento en el tamaño de los ejércitos; Gustav y sus adversarios reunieron fuerzas de hasta 100.000, Luis XIV de Francia a finales de siglo aún más. Ejércitos de este tamaño tenían que mantenerse en movimiento para evitar morir de hambre; mientras lo hicieran, en un país fértil por lo general podrían sostenerse sin bases, incluso con su enorme "cola" habitual de no combatiente. La organización logística mejoró y Gustav también redujo su tren de artillería y el tamaño de las armas. En la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) la estrategia tendía a convertirse en un apéndice de la logística como ejércitos, siempre que fuera posible,

Después de la Guerra de los Treinta Años, la guerra europea se volvió más lenta y formal, con objetivos limitados y una logística elaborada que sacrificó tanto el alcance como la movilidad. La nueva ciencia de la fortificación hizo que las ciudades fueran casi inexpugnables al tiempo que aumentaba su valor estratégico, haciendo que la guerra del siglo XVIII fuera más un asunto de asedios que de batallas. Se destacaron dos innovaciones logísticas: la revista, un depósito preabastecido estratégicamente ubicado, generalmente establecido para apoyar a un ejército que realiza un asedio; y su versión móvil más pequeña, el cargador rodante, que llevaba provisiones para unos días para un ejército en marcha. Las líneas seguras de comunicación se volvieron vitales y se desplegaron ejércitos enteros para protegerlos. El tamaño cada vez mayor de los ejércitos y de la artillería y los trenes de equipaje impuso cargas más pesadas al transporte. También, una repulsión contra las depredaciones y la inhumanidad de las guerras religiosas del siglo XVII resultó en restricciones a los saqueos e incendios y en la requisición o compra regulada de provisiones de las autoridades locales. Debido al alto costo de los soldados mercenarios, los comandantes tendían a evitar las batallas y las campañas tendían a convertirse en maniobras lentas destinadas a amenazar o defender bases y líneas de comunicación. “La obra maestra de un general exitoso”, comentó Federico el Grande, “es matar de hambre a su enemigo”. y las campañas tendieron a convertirse en lentas maniobras destinadas a amenazar o defender bases y líneas de comunicación. “La obra maestra de un general exitoso”, comentó Federico el Grande, “es matar de hambre a su enemigo”. y las campañas tendieron a convertirse en lentas maniobras destinadas a amenazar o defender bases y líneas de comunicación. “La obra maestra de un general exitoso”, comentó Federico el Grande, “es matar de hambre a su enemigo”.

La era de la Revolución Francesa y la dominación napoleónica de Europa (1789-1815) devolvieron la movilidad y el rango de movimiento a la guerra europea, junto con un inmenso aumento adicional en el tamaño de los ejércitos. Abandonando la guerra de asedio del siglo XVIII, la estrategia napoleónica se centró en ofensivas rápidas destinadas a aplastar la fuerza principal del enemigo en unas pocas batallas decisivas. El sistema logístico heredado del Antiguo Régimen resultó sorprendentemente adaptable a la nueva escala y ritmo de operaciones. La organización se hizo más eficiente, los trenes de equipaje se redujeron y parte de su carga se desplazó a la espalda de los soldados, y se eliminó gran parte de la cola de los no combatientes. Se aumentó el tren de artillería y se utilizó el cargador rodante según lo requería la ocasión. El ciudadano-soldado fuertemente cargado marchó más rápido y más lejos que su predecesor mercenario. En regiones densamente pobladas y fértiles, los ejércitos en movimiento continuaron subsistiendo, mediante compra y requisa, en el campo por el que marchaban, desplegándose en caminos paralelos, cada cuerpo forrajeando solo a un lado. Aun así, los números implicados dictaban una mayor dependencia de las revistas.

Napoleón hizo relativamente pocas innovaciones logísticas. Militarizó algunos servicios que antes realizaban contratistas y personal civil, pero el servicio de abastecimiento (intendencia) siguió siendo civil aunque bajo control militar. Un cambio significativo fue el establecimiento en 1807 de un servicio de trenes totalmente militarizado para operar sobre parte de la línea de comunicación; esto se dividió en secciones, cada una de las cuales fue atendida por un complemento de vagones de traslado, presagiando el sistema de reabastecimiento por etapas del siglo XX. El avance de 600 millas (1.000 km) de la Grande Armée de Napoleón de 600.000 hombres en Rusia en 1812 implicó preparativos logísticos en una escala sin precedentes. A pesar del extenso sabotaje por parte del campesinado ruso, el sistema llevó al ejército victorioso a Moscú.




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Wargames: From Gladiators to Gigabytes (Inglés) Tapa blanda – 4 abril 2013 por el profesor Martin van Creveld (Autor)

jueves, 24 de marzo de 2022

PGM: El desastre de Caporetto

Caporetto 1917: el Ejército italiano frente al desastre

Esta contienda olvidada fue una de las más decisivas y relevantes del frente italo-austrohúngaro en la I Guerra Mundial


Ilustración de Erwin Rommel y tropas del Batallón de Wurtemberg en Caporetto. ©Pablo Outeiral/Desperta Ferro Ediciones

Javier Veramendi B. Despera Ferro ediciones

La Razón

Había llovido durante los días anteriores y seguía haciéndolo cuando, a las 2.00 horas de la madrugada la artillería austrohúngara iluminó los valles y laderas de los Alpes julianos con el fogonazo de sus piezas de artillería. Primero dispararon proyectiles con gas contra las baterías italianas, que contestaron débilmente hasta que el arma insidiosa acabó con los soldados que las servían; y luego, a las 6.30, tras una pausa de dos horas, los artilleros del emperador Carlos I y sus aliados alemanes atacaron con metralla y explosivos las trincheras y los refugios en los que se protegían los soldados del Segundo Ejército italiano.

Uno de ellos se llamaba Carlo Emilio Gadda, teniente en el 5.º Regimiento de alpini –tropas de montaña de élite–, que aquel día se hallaba en lo alto de un pico con un destacamento de treinta hombres. Durante la jornada anterior había podido ver las posiciones de la brigada que, delante de su reducto, se desplegaba en primera línea, pero aquella madrugada, nada. Tras el bombardeo se hizo el silencio. ¿Habrían resistido sus compañeros? ¿Habrían combatido al menos?

Rodeando a los alpini

La de Caporetto [Kobarid, Eslovenia] fue la batalla más importante del frente italo-austrohúngaro, uno de los escenarios olvidados de la Primera Guerra Mundial. En los poco más de dos años que siguieron a su entrada en la contienda, los italianos habían conseguido capturar el valle del río Isonzo [Soca, Eslovenia], la localidad de Gorizia, media meseta del Carso y algunas crestas en los Alpes julianos, pero para ello habían necesitado once sangrientas ofensivas, conocidas como las once batallas del Isonzo.



Todo cambió el 24 de octubre de 1917 cuando, apoyados por un contingente de siete divisiones alemanas, los austrohúngaros desencadenaron un ataque que no tenía, a priori, más objetivo que recuperar la frontera. Sin embargo, el frente enemigo se quebró enseguida. Mientras por el norte la 22.ª División de Fusileros austriaca se adentraba hacia el oeste por Zaga desde Bovec, la 12.ª División alemana recorrió el valle del río Isonzo desde el sur, aislando por completo a los defensores italianos sobre los macizos montañosos de su orilla este. Apenas habían pasado veinticuatro horas desde el inicio del ataque cuando los jefes militares de las Potencias Centrales comprendieron que se podía ir mucho más allá de lo previsto. Primero sería la línea del río Tagliamento, pero la ofensiva no perdería su impulso hasta el río Piave, justo al norte de Venecia.

Mientras se hundían una tras otra las posiciones italianas, el teniente Gadda siguió en lo alto de su pico rocoso a la espera de información, órdenes, lo que fuera. Finalmente habían abierto fuego las ametralladoras propias, pero en medio de la niebla no se había atrevido a ordenar que abrieran fuego los tiradores de su destacamento por miedo a alcanzar a sus propios compañeros. Mientras las sombras difusas –amigos en retirada o enemigos infiltrándose– deambulaban cerca de su olvidada posición como fantasmas, Gadda y los suyos esperaron. A media tarde el tiroteo se extendió hasta el valle del río, desde donde también ascendió hasta ellos el ruido de las explosiones. Los alpini se dieron cuenta de inmediato de que estaban rodeados.

Habían abierto fuego por fin y apenas les quedaba munición cuando, a las 3.00 horas del 25 de octubre llegó la ansiada orden de retirada, pero para entonces el enemigo ya había tomado Caporetto y ascendía las montañas hacia el oeste. Gadda trató de dirigir la retirada de los hombres bajo su mando, que gracias a la llegada de refugiados de otras posiciones ascendía a un centenar, pero al final, como otros muchos miles de compañeros, incapaces de cruzar el río, acabaron rindiéndose.

El «desastre» de Caporetto, nombre que recibió esta acción después de la guerra (inicialmente conocida como ofensiva Isonzo-Piave) provocó la sustitución del general Cadorna, comandante en jefe italiano, por el general Diaz, y llevó a la caída del Gobierno. Durante la retirada se perdió casi por completo el Segundo Ejército y sesenta mil hombres fueron capturados en la bolsa de Codroipo. Todo ello ha llevado a un intenso debate en la historiografía italiana, que todavía a día de hoy discute si se trató de una sconfitta, pérdida parcial y no definitiva; o de una disfatta, derrumbe incontrolado y total, irreversible.

«La mattina del cinque d’agosto / si muovevan le truppe italiane / per Gorizia, le terre lontane / e dolente ognun si partì […]» Así inicia sus compases una canción antibelicista nacida en torno al frente del Isonzo, que fue escenario de uno de los odios más tenaces de la Primera Guerra Mundial. Aunque ambos eran miembros de la Triple Alianza de preguerra, Italia tenía demasiadas cuentas pendientes con el Imperio austrohúngaro, sobre todo en torno a la cuestión de los territorios irredentos, aquellos que, tras la unificación y la expulsión de la Monarquía Dual de la península, aún quedaban por conquistar, fundamentalmente el Trentino, Trieste y algunas zonas de la costa dálmata. «Son cabezas de buitre que vomitan la carne de sus víctimas», escribiría uno de los líderes del irredentismo, el poeta d’Annunzio, sobre el águila bicéfala austrohúngara. Así, Italia no solo se negó a apoyar a sus aliados al estallar la contienda, sino que acabó por entrar en guerra del lado de la Entente en mayo de 1915 con la intención de recuperar los territorios irredentos. Para ello, su plan era lanzar una gran ofensiva que llevara a conquistar Gorizia, «maledetta» según la canción, y Trieste, para luego penetrar por la llamada brecha de Liubliana y alcanzar Viena, una ruta que habían tomado muchos ejércitos invasores pero que el italiano no fue capaz de seguir.

Para saber más

«Caporetto 1917»

Desperta Ferro Ediciones, Nº 37,

68 páginas, 7 €