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martes, 25 de abril de 2017

Nazismo: La educación y la juventud

La juventud alemana y la educación nazi
Javier Sanz - Historias de la Historia





La juventud comenzó a experimentar una revalorización a comienzos del siglo XX. Hasta entonces, se había tomado como un periodo en tierra de nadie. Se deja de ver a la persona como un niño pero no se le daba un estatus o trabajo de adulto. Sin embargo, a partir de la regulación del acceso al mercado laboral, del establecimiento de un periodo de educación obligatorio, de la creación de ejércitos nacionales y de la regulación del derecho a voto se favoreció el desarrollo de la juventud como un grupo social definido. En Europa en general, y en Alemania en particular, la primera gran oleada de movilización juvenil apareció tras la Gran Guerra, la cual tuvo un especial impacto en los jóvenes: muchos se quedaron huérfanos y asumieron responsabilidades que antes no tenían, numerosas familias quedaron completamente desestructuradas, lo que aumentó el nivel de autonomía de la juventud y, en consecuencia, el acrecentado interés de los grupos políticos en ella.

Durante aquellos años, la programación tanto de actuaciones como de publicaciones o discursos políticos iban a ir dirigidos, en su mayoría, a captar jóvenes desencantados de la posguerra que buscaban nuevos caminos y soluciones. Habían escarmentado y abandonado, casi por completo, los valores sociales tradicionales defendidos por sus mayores que habían sido aplastados por la Primera Guerra Mundial. Esta crisis ideológica y social comenzó a manifestarse a partir de 1919. El descontento juvenil fue aumentando durante el periodo de la República de Weimar debido a las consecuencias del Tratado de Versalles, a la hiperinflación que tuvo lugar entre 1921 y 1924 y a la Gran Depresión económica de 1929, cuya consecuencia más significativa fue el aumento de la tasa de desempleo: de 1.320.000 parados en septiembre de 1929 se pasó a unos 6.000.000 a comienzos de 1932.


Niños alemanes jugando con fajos de marcos

¿Qué más podía pasar? Solo faltaba que se pusiera a llover…y así fue. Las dificultades económicas que atravesaba la sociedad alemana junto a la incertidumbre política y a la baja moral de los adolescentes tuvieron un efecto devastador: la tasa de suicidios entre los estudiantes universitarios era tres veces más alta que la de la población en general. El suicidio pasó a convertirse en un acto extremo de protesta social. En definitiva, los alemanes nacidos entre 1903 y 1915 -que tendrían entre 18 y 30 años cuando Hitler llegó al poder en 1933– estuvieron afectados por problemas psicológicos, políticos, sociales y económicos.

Hitler entró en escena en medio de este panorama de malestar, la situación de inestabilidad que se respiraba en la sociedad facilitó su trabajo. El Führer dio un paso al frente y se presentó como una nueva fuerza y esperanza de cambio para el futuro. Así mismo, la gente joven veía en él un hermano mayor, una figura de referencia en la que confiar. Al César lo que es del César, Hitler tuvo el mérito de saber aprovechar la situación y sacarle el mayor partido posible a lo que estaba sucediendo. Los jóvenes, con su energía, sus ideales e inquietudes, fueron especialmente vulnerables a sus propósitos. Por ello, fueron tomados como pilares fundamentales de la política nacionalsocialista. Antes de llegar al poder, Adolf Hitler ya había dejado muy claro en Mein Kampf cuáles eran sus intenciones respecto a la juventud:

habrá que atender antes que a ninguna otra cosa, a la formación del carácter, al fomento de la fuerza de voluntad […] El Estado debe actuar en la presunción de que un hombre educado, sano de cuerpo, firme de carácter y lleno de confianza en sí mismo es más valioso para la comunidad que el poseedor de una alta cultura pero encanijado y pusilánime
Un alto número de niños y jóvenes fueron cautivados por el sentimiento de comunidad, de fe nacional y de odio racial que profesaba el régimen nazi. Esta nueva educación buscaba dar un mayor énfasis al entrenamiento, la disciplina y el ordenamiento… el sistema escolar fue suplantado por un entrenamiento, a todas luces, militar.



Por supuesto, el factor clave en el moldeamiento de los jóvenes fue el control del sistema educativo. Se creó un instrumento de regulación social para moldear a las juventudes dependiendo del objetivo que en ese momento persiguiera el gobierno. Los nazis estaban tan obsesionados con el control que crearon el Servicio de Patrulla de la Juventud Hitleriana para vigilar y combatir tanto la delincuencia como la mala conducta de los adolescentes. Como vemos utilizaban también a los jóvenes como un mecanismo de control y de guía para con sus iguales. Para Hitler el destino estaba en manos de la sangre de la raza, los jóvenes encontrarían la felicidad plena cuando adquiriesen conciencia de que era la sangre nórdica, única y exclusivamente, la que creaba unión entre los distintos individuos, formando así un sentimiento de comunidad. Este declive del individualismo -propio del siglo XIX- hizo su aparición en la educación.



Los elementos de mayor atracción para el ingreso en las Juventudes Hitlerianas (Hitlerjugend o HJ) fueron la naturaleza autoritaria del régimen nazi, la ideología despiadada de la supervivencia del más fuerte, el uso de armas y uniformes, las altas posibilidades de movilidad social o de estudiar una carrera y de conseguir estabilidad a partir de la educación. Quizás, otro motivo de atracción fue la edad de los dirigentes nazis, la mayoría eran jóvenes, lo que les hacía identificarse con la gente adolescente. Hitler era el mayor, contaba con 44 años en 1933, al frente de las HJ estaba Baldur Von Schirach con apenas 26, Himmler tenía 33 y Goebbels 36. No hay que olvidar que algunas adhesiones fueron obligadas mediante miedos y amenazas.

Con la llegada de Hitler al poder se produjeron cambios en la educación escolar. Las asignaturas de educación física -en la que si sacabas calificaciones bajas suponía la expulsión inmediata de la escuela- historia, alemán y biología -para el estudio de la raza y de la exclusión judía- tendrían mayor importancia. Además, la práctica del boxeo sería obligatoria porque aumentaba la obediencia, la coordinación, la camaradería, el espíritu varonil, la capacidad de autocontrol, una mayor disciplina y un desarrollo del carácter (casi ná). También se organizaban excursiones por la naturaleza para conocer mejor su patria y a los compañeros de otras partes del Reich.



Con el paso del tiempo, la formación intelectual pasó a un segundo plano en beneficio del fortalecimiento del carácter y el aumento de autoestima para los jóvenes. En 1938 el régimen nazi llevó a cabo una reorganización de la educación: ahora las lecciones debían ir dirigidas al desarrollo de la fortaleza, del sacrificio, de la lealtad y del silencio antes que al desarrollo intelectual. El nuevo rol que estaban adquiriendo los jóvenes en Alemania produjo una separación de la familia todavía mayor a la existente hasta 1933. Ahora los hijos debían ser los faros de sus padres, seres inadaptados de la época que estaban viviendo.

Hemos hablado de los alumnos pero ¿qué hay de los profesores? Cuando Hitler llega al poder, el 97% de ellos estaban enrolados en la Unión Nacionalsocialista de Profesores (Nationalsozialistische Lehrerbund). En 1936, el 32% de esta unión pertenecía al partido nazi y el 14% de este último porcentaje pertenecía al cuerpo de la dirección política del partido. En el caso de que los profesores no fueran simpatizantes del ideal nazi podían ser condenados, excluidos de su trabajo o formados para simpatizar con el régimen.



Cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial muchos alumnos e integrantes de las juventudes, sobre todo los más competentes y comprometidos, tuvieron que alistarse y combatir. A medida que la guerra avanzaba se iban alistando sin apenas entrenamiento militar, lucharon de manera desigual los últimos meses de la guerra y sufrieron elevadísimas bajas: el 30 de enero de 1945, en la localidad de Gotenhafen, perdieron la vida cerca de 8.000 jóvenes. Parece clara la finalidad del sistema educativo nazi: formar jóvenes para que estuvieran preparados para morir y luchar por la nación. Al final de la guerra, la imagen de la HJ cambió. Pasaron a ser jóvenes desencantados, a sentirse abandonados y comenzaron a realizar actividades más solidarias como la identificación y el enterramiento de cadáveres o la extinción de incendios. Algunos historiadores han llegado a afirmar que Hitler renegaba de la HJ, así como que sus muertes le importaban más bien poco. Sin embargo, dejó escrito en su testamento político lo siguiente: “muero con el corazón feliz, consciente de los incalculables legados y logros de nuestros soldados en el frente, nuestras mujeres en casa, los logros de nuestros campesinos y obreros en su trabajo, únicos en la historia, y de las juventudes que llevan mi nombre”

Si queremos buscar una evidencia más reciente de lo decisiva que fue la educación del régimen nacionalsocialista podemos tomar como referencia un estudio realizado por la Universidad de California entre 1996 y 2006. Se realizaron 5.300 entrevistas a alemanes nacidos entre los años 20 y 30 y se llegó a la conclusión de que la propaganda y el adoctrinamiento tuvo un resultado espectacular, sobre todo, aquel que se centraba en fomentar el odio racial: los jóvenes alemanes nacidos entre esas fechas eran mucho más antisemitas que los nacidos antes o después. ¡Qué sencillo resulta cambiar las creencias e ideales a través de la política!

sábado, 12 de noviembre de 2016

Nazismo: La formación de las juventudes hitlerianas

La factoría de los cachorros nazis
Jacinto Antón - EP



Hitler reclutó a los niños y adolescentes alemanes para adoctrinarlos. Un libro analiza cómo funcionaban las Juventudes Hitlerianas, los crímenes de guerra que cometieron y cómo fueron precursores de los niños soldado.


UNA JUVENTUD bajo Hitler no podía ser buena. De 1933 a 1945, los jóvenes alemanes fueron incorporados en masa a la trituradora ideológica y militar del nazismo y muchos se convirtieron en perpetradores de los crímenes del régimen. La complicidad genérica de la juventud de Alemania con su Führer es indiscutible, pero también es verdad que esos chicos y chicas que ofrecieron su alma al perverso dictador, seducidos u obligados, fueron en cierta manera, y en mayor o menor grado según el caso, víctimas. Adoctrinados hasta lo indecible, coaccionados, intimidados, despojados de sus infancias y adolescencias, arrebatados de sus hogares y escuelas, entregados a menudo por sus mismos progenitores al ogro de la esvástica, los jóvenes alemanes fueron utilizados por los nazis, que los convirtieron en sujetos de un atroz experimento social, reservorio de sus ideas abominables y, en última instancia, en carne de cañón para su guerra con el mundo.



LAS JH SE CONVIRTIERON EN LA ÚNICA ORGANIZACIÓN JUVENIL EN ALEMANIA A PARTIR DE 1936, CUANDO FUERON PROHIBIDAS TODAS LAS DEMÁS
La principal herramienta empleada por los nazis para apropiarse de los jóvenes alemanes y unificarlos en su credo fueron las Juventudes Hitlerianas (JH), que recibieron el nombre en 1926 a partir de formaciones anteriores, vinculadas inicialmente a las SA (unidades de choque del partido nazi). En las JH sirvieron 9 de cada 10 jóvenes alemanes. De corte paramilitar (con bonitos uniformes –de color negro y mostaza– e insignias propios), estaban destinadas a los chicos de 14 a 18 años. Para los más pequeños, de 10 a 14 años, existía la rama infantil, el Deutsches Jungvolk (DJ), que desembocaba naturalmente en las JH y a cuyos miembros se denominaba pimpfe. En cuanto a las chicas, existía la sección femenina de las JH, la Liga de las Muchachas Alemanas, con su propia rama para las niñas. Todas vestían falda azul marino y camisa blanca, muy à la mode, según el gusto nazi, y peinaban trenzas o moños.



Una de las chicas más famosas salidas de las JH fue Irma Grese, la Bella Bestia, la terrible guardiana de campos como Ravensbrück, Auschwitz y Bergen-Belsen. Las JH se convirtieron en la única organización juvenil en Alemania a partir de 1936, cuando fueron prohibidas todas las demás. La afiliación pasó a ser obligatoria por ley en 1939 para todos los adolescentes de edades comprendidas entre los 10 y los 18 años. De las JH, que pasaron de los 100.000 miembros cuando Hitler asumió el poder (1933) a los dos millones a finales de 1933 y 5,4 millones en diciembre de 1936, se salía ya para ingresar en el partido (nazi), al Frente Alemán del Trabajo, a las tropas de asalto o a las SS (principal organización militar, policial y de seguridad del Reich), o al servicio en las Waffen-SS (cuerpo de combate de élite de las SS) y la Wehrmacht (Ejército). A comienzos de 1939, el 98,1% de los jóvenes alemanes pertenecían a las JH. Entre los que escaparon de sus garras, con grave riesgo, pues había fuertes sanciones (se recurrió a Heinrich Himmler y su policía y SS para hacer cumplir el servicio), figuraba el que luego sería escritor y premio Nobel de Literatura Heinrich Böll, con 16 años en 1933. En cambio, otro autor y también premio Nobel, Günter Grass, hizo un recorrido clásico completo: pimpfe a los 10, auxiliar de antiaéreo a los 15 y artillero de carro de combate de las Waffen-SS a los 17



Nuestra mirada se posa sobre esos jóvenes a menudo con una desasosegante ambivalencia. Nos espantan y repelen las imágenes de multitudes juveniles vociferantes entusiasmadas ante el líder, alineadas en orden militar, desfilando con marcial arrobamiento, cantando con endemoniada pureza (como en la icónica e impresionante escena del Tomorrow Belongs To Me del filme Cabaret); los más fanatizados, incorporados al combate en las divisiones mecanizadas de élite o a la lucha política y racial: la juventud que quema libros, acosa y maltrata –y hasta asesina– a los oponentes y a los judíos en las calles (o en los campos de concentración), denuncia a sus propios vecinos e incluso a sus padres a la Gestapo, que ese sí es un conflicto intergeneracional. La otra cara es la de la foto (que fue portada de Life) del soldado de 15 años, embutido en un capote demasiado grande, llorando como lo que es, un niño, tras su captura en 1945 por los estadounidenses. O la de los 20 soldaditos condecorados con la Cruz de Hierro, uno de ellos un “pequeño héroe” (así lo bautizó la propaganda) de 12 años, recibidos en el búnker de la cancillería del Reich, el 19 de marzo de 1945, por un Hitler ya espectral, pero aún capaz de enviarlos a la muerte más absurda e inútil ante los tanques rusos tras darles un pellizquito en la mejilla. “No volverán a ser libres el resto de su vida”, había profetizado en 1938 el gran flautista de Hamelín de Alemania.



El historiador nacido en Alemania pero nacionalizado canadiense Michael H. Kater (Zittau, 1937), un experto en la cultura del III Reich, doctor en Historia y Sociología por la Universidad de Heidelberg y profesor en la Universidad de York (Toronto, Canadá), acaba de publicar un libro imprescindible sobre las JH, esa organización sobre la que pivotó especialmente el esfuerzo de los nazis por apoderarse de esa generación alemana. Las Juventudes Hitlerianas (Kailas, 2016) es una obra tan exhaustiva como apasionante y estremecedora que combina la investigación científica con el relato humano –explica que los campamentos de las JH, donde proliferaba el sadismo, eran un mal lugar para mojar la cama–. Y alberga en su centro una profunda disquisición moral.



Jóvenes nazis, en el referéndum de 1934 con el que Hitler trató de legitimar los poderes que ya había usurpado de facto como jefe de Estado.

“Las organizaciones juveniles, como los Wandervögel, existían en Alemania desde la época guillermina y el inicio del siglo”, dice Kater, “se volvieron más hacia la derecha en línea con el espectro político general; en la última mitad de la República de Weimar (1925-1932), cuando Hitler estaba en alza, miembros de grupos de juventud nacionalistas simpatizaban secreta o abiertamente con el NSDAP, el partido nazi, aunque menos con las JH, que tuvieron un inicio débil y tardío. A medida que los patrones democráticos se derrumbaban, una estructura con un Führer pasó a ser aceptable entre la juventud alemana, y eso facilitó que todos los grupos juveniles se incorporaran a las JH. Eso ocurrió en etapas. Los que se resistieron fueron forzados hacia 1935”. Una de las claves del éxito de las Juventudes Hitlerianas es que se presentaban como excitantes, modernas y progresistas.



¿Qué concepto tenía Hitler de la juventud? “Al principio, realmente ninguno”, contesta el historiador. “No le interesaban los jóvenes porque no podían votar. Eventualmente Hitler se persuadió de que la crianza de jóvenes seguidores no era una mala idea: un movimiento milenario debía tener una retaguardia”.



Ante la imagen del soldado jovencito de Life y la de los niños del búnker de Hitler, Michael H. Kater tiene claros sus sentimientos: “Personalmente siento una inmensa compasión por ellos. Para mí, en ese tiempo, eran obviamente chicos inocentes que habían sido explotados por políticos fascistas criminales”.

LOS RECLUTAS DE LAS JUVENTUDES HACÍAN “TURISMO DE EJECUCIÓN”: PRESENCIAR ASESINATOS DE JUDÍOS
Con la guerra, se echó mano de los miembros de las JH para ayudar tras los bombardeos de las ciudades alemanas, lo que obligó a niños de 12, 13 y 14 años a tener experiencias espantosas, desenterrando a familias enteras chamuscadas. Peor aún fue el reclutamiento para las defensas antiaéreas, en las que 200.000 jovencitos y jovencitas de las JH prestaron servicio como personal auxiliar de artillería (Flakhelfer). Iban de la escuela a los cañones y muchos sufrían crisis nerviosas por el miedo.



Junto a eso, señala Kater, está el hecho de que el adoctrinamiento de las Juventudes Hitlerianas desempeñó un importante papel en los crímenes de guerra de la Wehrmacht y las SS, cuando esos jóvenes ingresaron en sus filas convertidos en soldados políticos. “Se pueden identificar dos importantes ingredientes de la formación ideológica de las JH que los jóvenes trasladaron a la Wehrmacht y las SS: uno es la creencia de que Alemania debía dominar otras partes del mundo, y el otro, la jerarquía racial, que ponía a los alemanes arios en la cúspide y a los judíos en lo más bajo”. Un hábito siniestro de los jóvenes reclutas provenientes de las JH fue el “turismo de ejecución”: la asistencia a los asesinatos colectivos de judíos sobre el terreno.


Un sello de 1943 conmemora los servicios prestados por las Juventudes.

¿Fueron las JH realmente útiles militarmente? Kater contesta que fueron fundamentales para que los nazis pudieran poner tantas fuerzas en el campo de batalla. “Habían recibido entrenamiento paramilitar incluso antes de marzo de 1935, cuando se introdujo el reclutamiento general, y de septiembre de 1939 (inicio de la II Guerra Mundial). Hay que recordar que el sello distintivo de la socialización de las JH fue la militarización, con las acampadas, marchas y juegos de guerra”. Las JH incluso tuvieron secciones especializadas como la naval, la ecuestre o la de pilotos de planeadores, a cuyos integrantes codiciaba Hermann Göering. “Al pasar a formar parte de las fuerzas regulares de la Wehrmacht o las SS, los jóvenes de las JH se mezclaron fácilmente en sus filas y reforzaron su agresividad”. Hubo incluso una división de élite vinculada a las JH, la 12ª SS División Panzer Hitlerjugend, formada en 1943 con 16.000 miembros de las JH nacidos en 1926. “Eran combatientes nazis particularmente fanáticos, habiendo sido socializados sin problemas desde los campos de las JH hasta los barracones de las SS”. Las JH cometieron crímenes de guerra. También hubo miembros de la organización en el sobrevalorado Werwolf, la guerrilla nazi que se enfrentó a la ocupación aliada.



El historiador está de acuerdo con que los chiquillos de las JH con bazucas Panzerfaust tan habituales al final de la guerra como miembros del Volkssturm, la milicia popular de último recurso, eran claros precedentes de los modernos niños soldado. “Desde luego. En el gran conflicto previo, la I Guerra Mundial, el Ejército alemán fue muy cuidadoso en no admitir reclutas de menos de 18 años –por ejemplo, al mismísimo Heinrich Himmler–, incluso aunque alguna vez chicos menores se colaran en el ejército imperial (como Ernst Jünger). Pero el fenómeno de los niños soldado es una marca de las últimas fases desesperadas de la II Guerra Mundial”. Kater apunta que a los reclutas de las JH asignados para los Panzer en 1943 y 1944 no se les repartían cigarrillos como a los soldados adultos, sino… caramelos.

ESTOS JÓVENES COMETIERON CRÍMENES DE GUERRA Y FUERON EL PRECEDENTE DE LOS NIÑOS SOLDADO
 Responsabilidad y culpa están en el núcleo del libro de Kater, que, además de sobre historia, es un libro sobre moral, e incluso un juicio moral. “Cualquiera que escriba sobre las JH ha de ocuparse de esos temas. Es un asunto muy delicado, y contestar de manera satisfactoria para todos a las preguntas que plantea, imposible”. Ser de origen alemán debe complicar las cosas. “El hecho de haber nacido en Alemania y haber estado, en 1945, a solo dos años de ser incorporado a las JH probablemente me hace ser especialmente ­sensible al tema. Me considero un demócrata liberal de izquierdas y hoy me estremezco ante lo que me habría aguardado como miembro de las JH si la guerra hubiera durado lo suficiente. Nacido en 1937, me trasladé a Canadá en 1953 y me convertí en ciudadano canadiense, dejando atrás a propósito mi nacionalidad alemana. Gracias a Dios, Canadá es una tierra de tolerancia e integración. No hay Marine Le Pen aquí, ni Trump, ni NSDAP”.



Se percibe en el libro una tensión entre la visión del historiador –y su impecable examen de los pecados de la Juventudes Hitlerianas– y la compasión ante determinados casos de esa juventud tronchada. ¿Cuál es el juicio final de Kater?, ¿víctimas y perpetradores? “Sí, ambas cosas. Hay que diferenciar entre adolescentes suficientemente mayores para aceptar responsabilidad (o incluso culpa) por ciertas actitudes y acciones, y niños que en un tribunal de justicia, incluso en uno nazi, deberían haber sido considerados inocentes. Obviamente, esas dos categorías siempre se super­ponen, y ¿quién puede decir dónde están los límites claros?”.


Mitin inaugural de la organización en Rheinsberg, en junio de 1936.

Las JH no tuvieron mucha suerte –si puede decirse así– con sus dos líderes: Von Schirach (juzgado en Núremberg) y Artur Axmann. “Ambos fueron cifras impersonales en la máquina nazi e intercambiables en lo que respecta a las JH. Ninguno tenía carisma, eran meros funcionarios. Schirach, no muy brillante y fofo, era particularmente vacuo pero con enormes pretensiones, más culturales que políticas. Axmann al menos había luchado en la guerra, en el frente del Este, donde fue gravemente herido y le amputaron el brazo derecho”. El líder de las Juventudes Hitlerianas pidió a sus chicos y chicas que defendieran Berlín hasta el fin: mantuvieron abiertos los puentes sobre el río Havel para que escaparan los faisanes dorados nazis, los jerarcas, entre ellos el propio Axmann.



No toda la juventud alemana siguió a Hitler. Hubo disidentes. Individuales y en grupo. Como los Jóvenes del Swing, atraídos por el jazz estadounidense, las pandillas (era difícil ser rebelde sin causa en la Alemania nazi) o los integrantes del grupo de resistencia de la Rosa Blanca.


El historiador aborda en profundidad un tema característico de las JH: el del género. “Siempre hubo en el partido nazi dos tendencias, una que quería que las chicas y mujeres fueran puestas masivamente a trabajar, especialmente en tiempo de guerra, y la otra que esperaba que se ciñeran a ser amas de casa y paridoras de nazis. Hitler pertenecía al segundo grupo. Albert Speer y Joseph Goebbels, al primero. En última instancia, Hitler ganó. Incluso las mujeres nazis que se revolvieron contra eso fueron rápidamente silenciadas. Igual que las feministas en las JH. La sección femenina, la BDM –cuya salida militar podía ser la de ayudantes en las distintas ramas de las fuerzas armadas–, tenía que obedecer siempre a los miembros masculinos, incluso las líderes”.

“LOS NAZIS SE APROVECHABAN DE SUS POSICIONES JERÁRQUICAS PARA EXPLOTAR SEXUALMENTE A CHICAS”

 El asunto del sexo es bastante siniestro. “A pesar de la ideología oficial que sostenía que las mujeres debían ser honradas y que el sexo era solo un catalizador necesario para la cría eugenésica, los nazis (hombres) se aprovechaban de sus posiciones jerárquicas para explotar sexualmente a las chicas y a las mujeres. En las JH tenías jóvenes (con energía y libido alta) a menudo hermosos (un buen cebo para la lujuria) mezclados con una estructura autoritaria, donde siempre había alguien que podía mandar y otro que no estaba autorizado a decir que no, la promiscuidad era muy alta”. De hecho, el acrónimo de la Liga de Muchachas Alemanas, BDM, pasó a leerse como Bund Deutscher Matrazen (liga de colchones alemanes) o Bubi Drück Mich (vamos chico, apriétame fuerte).



¿Cuál es el legado de las JH? “Después de la guerra, prácticamente todo el mundo había formado parte de ellas y podían sentirse avergonzados o culpables, así que no se hablaba del tema. Los de ultraderecha son una excepción, claro”.