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viernes, 12 de marzo de 2021

Los inventores de armas que se arrepintieron

El mal genio: grandes inventores de armas que se arrepintieron

Los creadores de la dinamita, la ametralladora, la bomba atómica o el AK-47 confesaron sus remordimientos por el daño causado


Dresde destruida por el bombardeo aliado de febrero de 1945 Terceros

Abril Phillips | La Vanguardia


En mayo de 2012, Mikhail Kalashnikov escribió a sus 92 años una carta dirigida al patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa. Había sido bautizado hacía apenas un año y acudía a su referente religioso en busca de respuestas. “El dolor en mi alma es insoportable”, decía en la carta publicada después por el diario local Isvestya, “Sigo teniendo la misma pregunta sin resolver: si mi rifle se cobró la vida de personas, entonces puede ser que yo... un cristiano y un creyente ortodoxo, sea el culpable de sus muertes?”.

El arma a la que se refería era el icónico rifle AK-47, nombrado así en su honor (“A” de automático y “K” por Kalashnikov) y por el año de su creación, 1947. Más de 70 años después, se estima que se han producido unos 100 millones de ejemplares alrededor del mundo, según afirma la enciclopedia Britannica, donde figura como “posiblemente el arma de hombro más utilizada en el mundo”. Lee también

Eficaz, fácil de utilizar y de producir en masa, el fusil se difundió rápidamente y llegó tanto a manos de ejércitos como de milicias y grupos paramilitares en todo el mundo. “Me resulta doloroso ver cuando elementos criminales de todo tipo disparan con mi arma”, dijo Kalashnikov en una conferencia sobre armas de Rusia en 2009. “La creé principalmente para defender las fronteras de nuestra patria”, decía sobre el invento que resultó tener una deriva indeseada para su creador.

En 2007, se unió a Amnistía Internacional y Oxfam en una campaña a favor de controles más estrictos para lo que definieron como “la máquina de matar preferida en el mundo”.


Mikhail Kalashnikov en Alemania en el 2002 con un AK 47 Getty

Cinco años antes, en una visita a Alemania, Kalashnikov había dicho: “Me entristece que lo utilicen terroristas. Habría preferido inventar una máquina que la gente pudiera utilizar y sirviera para ayudar a los granjeros en su trabajo”. Kalashnikov, que murió después de haber sido condecorado como héroe de su país y que incluso tiene monumentos con su nombre, hubiera preferido ser recordado por inventar un cortador de césped que una herramienta para matar.

No es el único. Muchos de los inventores de armas a los largo de la historia tenían pensados para sus creaciones usos muy distintos a los que se les terminaron dando. Un claro ejemplo es el del médico estadounidense Richard Jordan Gatling, creador de la ametralladora manual Gatling, un arma de repetición con primero seis y después diez cañones que, al girarse con una manivela, se cargaban, disparaban y expulsaban los cartuchos usados.
Kalashnikov aseguró haber creado su rifle para defender a Rusia y que no soportaba la idea de que lo usaran grupos terroristas
Cuando Gatling creó el arma en el año 1862, en plena guerra civil que dividía a su país, tenía previsto para su invento un fin más humanitario que el que tuvo finalmente. “Se me ocurrió que si pudiera inventar una máquina -un fusil- que pudiera, por su rapidez de fuego, permitir a un hombre la misma tantas tareas de batalla como cien, superaría en gran medida la necesidad de grandes ejércitos", señaló.

"En consecuencia, la exposición a la batalla y a la enfermedad se vería muy disminuida”, añadió Gatling sobre su creación, tal como recopila Kevin Baker en su libro America The Ingenious (América la ingeniosa). Sin embargo, tal como apunta el autor: “El cañón de Gatling, por desgracia, no resultó ser más disuasorio para la guerra que la dinamita de Alfred Nobel”.


Soldados estadounidenses posan con una ametralladora Gattling en 1901 Getty Images

En efecto, aunque el nombre del fundador de los Premios Nobel hoy puede asociarse con la diplomacia y los esfuerzos por lograr la paz mundial, durante su vida sucedía lo contrario. “El nombre Nobel estaba relacionado con explosivos y con inventos útiles para el arte de hacer la guerra, pero ciertamente no con cuestiones relacionadas con la paz”, explica en un artículo el historiador Sven Tägil.

De hecho, durante su juventud Nobel vio a su padre construir por cuenta del zar de Rusia las primeras minas marinas utilizables que fueron estrenadas a mediados de siglo en la Guerra de Crimea. Por su parte, el fundador de los Premios Nobel inventó la dinamita en la década de 1860, aunque no con la idea de que fuera utilizada durante la guerra.
Alfred Nobel creía que la dinamita acabaría con las guerras por su gran poder destructivo; se equivocó

Sin embargo, ese fue exactamente el curso que siguió su invento, que fue puesto en uso durante la década siguiente en la Guerra Franco-Prusiana por ambos bandos. En adelante, Nobel se dedicó al desarrollo de distintos inventos de uso militar, como cohetes, cañones y pólvora.

Sin embargo, tal como pudo expresar en su correspondencia con la condesa austríaca activista pacifista, Bertha von Suttner, Nobel esperaba que sus inventos ayudaran a acotar los conflictos bélicos. En la primera reunión entre ambos en París en 1876, Nobel había expresado su deseo de producir algo que tuviera un efecto tan devastador que la guerra a partir de entonces fuera imposible.


Alfred Nobel Terceros

“Tal vez mis fábricas pongan fin a la guerra antes que sus congresos: el día en que dos cuerpos de ejército puedan aniquilarse mutuamente en un segundo, todas las naciones civilizadas seguramente retrocederán con horror y disolverán sus tropas”, aseguraba Nobel en una carta de 1891 dirigida a la condesa. Sin embargo, tal como apunta Tägil en su artículo, “Nobel no vivió lo suficiente como para experimentar la Primera Guerra Mundial y ver cuán equivocada era su concepción”.

Robert Oppenheimer no tuvo la misma suerte. El líder del famoso Proyecto Manhattan que desarrolló la bomba nuclear fue testigo del efecto devastador de su propio invento. Su reacción a la primera prueba Trinity en Nuevo México en julio de 1945, se volvió icónica. En una entrevista para la revista Time en 1948, que quedó registrada en video, dijo: “Sabíamos que el mundo no sería el mismo. Algunas personas rieron, otras lloraron. La mayoría permaneció en silencio”, y compartió unas líneas de una escritura hindú que se le vinieron a la mente en ese momento: “Me he convertido en muerte, destructor de los mundos”.
Contrariamente a lo que se dice, los remordimientos no fueron generalizados entre los científicos que crearon la primera bomba atómica

En su libro Oppenheimer: The Tragic Intellect (Oppenheimer: el intelecto trágico), el profesor de sociología Charles Thorpe explica que dos años antes, había dicho frente a un público universitario, en referencia a la prueba: “Pensamos en la leyenda de Prometeo, en ese profundo sentido de culpa en los nuevos poderes del hombre que refleja su reconocimiento del mal”. En un contrapunto, Thorpe cita al hermano del científico, Frank Oppenheimer, que presenció la prueba a su lado y dijo, “Me gustaría recordar lo que mi hermano dijo, pero no puedo, pero creo que acabamos de decir, ‘Funcionó’. Creo que eso es lo que dijimos, los dos, ‘Funcionó’”.

Para Thorpe, esto último sintetiza la tensión entre la función de Oppenheimer como tecnócrata al servicio del gobierno y como científico humanista a favor del control de armas. En este sentido, el autor asegura que “En comparación con Oppenheimer, otros científicos, en particular Albert Einstein y Leo Szilard, fueron más consistentes en su oposición a las armas atómicas y la carrera armamentista, y esta consistencia les dio mayor autoridad moral como portavoces del humanismo científico. Pero a diferencia de Oppenheimer, ellos eran forasteros, sin acceso directo”.


Robert Oppenheimer (de civil) tras una de las pruebas de bomba nuclear dentro del proyecto Manhattan Terceros

Einstein y Szilard habían alertado mediante una carta en 1939 al entonces presidente Roosevelt sobre la posibilidad de que Alemania pudiera desarrollar una bomba atómica, gracias a la energía producida por las reacciones en cadena de fisión mediante el uso de uranio.

Esta carta atormentaría a Einstein hasta el final de sus días. Después de que se arrojaran las bombas en Hiroshima y Nagasaki, la prensa le dio una gran importancia a la misiva como supuesto punto de partida para el Proyecto Manhattan, e incluso se lo llegó a llamar el “padre de la bomba atómica”. En 1945, el físico ocupó la portada de la revista Time, junto a su fórmula “e=mc2” y el hongo de la explosión nuclear. Lee también

“Me arrepiento mucho... Creo que fue una gran desgracia”, dijo Einstein en 1951 en la Universidad de Princeton y apuntó que Roosevelt, a diferencia de Truman, “no la habría usado si hubiera vivido... estoy convencido”. Aunque la participación de Einstein fue marginal y siempre tuvo una postura claramente pacifista, el episodio fue algo que lo acompañó hasta el final de su vida. “He cometido un gran error en mi vida: firmar esa carta”, le confesó a un amigo unos meses antes de su muerte.

En cuanto a los efectos que tuvieron las bombas en el equipo del Proyecto Manhattan, Thorpe señala que Robert Wilson fue uno de los científicos más poderosamente afectados por Hiroshima: “La noticia del tremendo sufrimiento, daño y pérdida de vidas... fue una epifanía que ha cambiado mi vida desde entonces”, aseguró en su momento.
Carl Norden creyó que su mira serviría para que los bombardeos fueran mucho más precisos; nunca supo que se usaron en ataques contra la población civil
Sin embargo, el autor asegura que “la idea de que los científicos del Proyecto Manhattan estaban colectivamente destrozados por la culpa de Hiroshima y Nagasaki es un concepto erróneo” y apunta que si bien algunos sí que lo estaban, la supuesta angustiosa confesión de Oppenheimer de que tenía “sangre en sus manos”, expresada a un antipático Truman, “fue tomada con demasiada frecuencia”. Para el autor, la distancia con las víctimas y las cicatrices de la guerra hacía que el optimismo y el sentimiento de logro terminaran pesando más que la tragedia.

El ingeniero norteamericano Carl Norden tampoco supo de todos los usos que se le dieron a su invento, la mira Norden, que fue diseñada con el objetivo de lograr una absoluta precisión en los bombardeos aéreos durante la Segunda Guerra Mundial. En una presentación TED de 2011, el periodista Malcolm Gladwell explica que el inventor “Pensó que había diseñado algo que reduciría el número de víctimas y el sufrimiento en la guerra”.

La mira demostró no tener la precisión prometida, debido a que requería para ello condiciones imposibles de cumplir en zonas bélicas: velocidad reducida y baja altura de vuelo. Además, se necesitaban cielos despejados, algo difícil de encontrar en los nublados cielos del norte de Europa. Quizás la más grande ironía de la mira fue haber sido utilizada el 6 de agosto de 1945 para arrojar sobre la ciudad de Hiroshima una bomba de destrucción masiva que no requería de precisión alguna.

“La bomba falló su objetivo por 800 pies, pero por supuesto no importó, y esa es la mayor ironía de todas”, explica Gladwell, y agrega: “La mira de la fuerza aérea de 1.500 millones de dólares se utilizó para lanzar su bomba de 3.000 millones de dólares, que no necesitaba ninguna mira. Nadie le dijo a Carl Norden que su visor había sido usado sobre Hiroshima. Era un cristiano comprometido. Le habría roto el corazón”.