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lunes, 30 de agosto de 2021

Reino Unido Colonial: Los matrimonios homosexuales de un barco prisión

Los matrimonios homosexuales de un barco prisión del siglo XIX


Por Jim Downs || The New Yorker




Un armatoste de la prisión
Ilustración de Shutterstock

En 1842, un tribunal de Lancaster, Inglaterra, condenó a un joven abogado, George Baxter Grundy, por falsificar un pago, y lo envió de inmediato a cumplir una condena de quince años en las Bermudas, "más allá de los mares". El Imperio Británico se estaba expandiendo rápidamente y necesitaba desesperadamente mano de obra; cuando llegó Grundy, miles de prisioneros habían sido enviados a la isla para fortificar las defensas británicas en América del Norte, transportando y cortando piedra caliza para apoyar las operaciones militares. Era un sistema vicioso: los hombres, muchos de ellos súbditos coloniales de Irlanda, habían sido arrancados de sus hogares, enviados a miles de millas de distancia y consignados a años de trabajos forzados en una tierra extranjera, todo al servicio de la construcción del imperio. (En cierto sentido, los hombres de las Bermudas podrían haberse considerado afortunados; si los hubieran enviado a la colonia penal de Tasmania, habrían tenido pocas esperanzas de volver a casa). Los presos vivían en un puñado de barcos, llamados "hulks". , ”Que estaban amarrados permanentemente en el puerto naval. Cada barco albergaba a cientos de hombres; Grundy, al igual que sus compañeros de prisión, vivía con otros cincuenta presos en una celda abarrotada. El trabajo fue agotador y las condiciones brutales. Poco después de la llegada de Grundy, la fiebre amarilla se extendió por toda la isla y vio con terror cómo más de un centenar de prisioneros morían. Grundy pasó seis años y medio en Bermudas; cuando regresó a su casa, a Londres, resumió su experiencia, en una queja mordaz ante la Oficina Colonial, como "la más devastadora e infernal jamás ideada por el hombre".

En su carta, Grundy acusó a la administración de la prisión de varios cargos de mala administración: castigos graves e inhumanos; intendentes y guardias “culpables de borrachera, libertinaje, blasfemia y robo”; y la ausencia de instrucción religiosa y moral para los convictos. Afirmó que el cirujano no se ocupaba de los enfermos a su cargo y que los guardias permitían que los presos trabajaran ilegalmente en negocios privados fuera del barco. Pero toda la fuerza de su desprecio estaba reservada para sus compañeros de prisión. A mitad de su relato, se disculpó por lo que estaba a punto de revelar y luego describió cómo, en los barcos prisión, el sexo entre hombres no solo se toleraba, sino que se practicaba a plena vista. "Estoy preparado para demostrar que a diario se cometen crímenes antinaturales y acciones bestiales a bordo de Hulks", escribió. “Durante algunos años, señor, he deseado la oportunidad que tengo ahora de sacar a la luz las malas acciones de un convicto Hulk. De hecho, son los 'seminarios del crimen' de Sir. "

Grundy relató cómo, poco después de llegar a las Bermudas, vio a dos hombres involucrados en una "acción sucia" a la mitad del día. Instantáneamente los informó a los funcionarios. Los hombres, Samuel Jones y Burnell Milford, fueron acusados ​​de "ser encontrados en una posición 'despectiva para las leyes de Dios'". Se les dio veinticuatro latigazos a cada uno y se les suspendió el pago. "Siendo un nuevo prisionero en ese momento, pensé que debería recibir apoyo en general", escribió Grundy. "Pero ese no era el caso." Los presos tomaron represalias contra él. Fue condenado al ostracismo y algunos de los hombres amenazaron con ponerlo "a dormir". También se sentía inseguro entre los guardias de la prisión, a quienes, según afirmó, no les gustaba haber expuesto el barco a las críticas.

Lo que sucedió entre Jones y Milford, según había aprendido Grundy, no fue un incidente aislado: "el pecado abominable" se practicó "hasta tal punto", escribió, que muchos de los convictos "se jactan de ello". También subrayó que esto no era solo sexo: los hombres se referían a sus relaciones como matrimonios. La práctica se volvió tan común, según su relato, que el "matrimonio" era la regla más que la excepción: "si no están 'casados' como lo llaman, está pasado de moda". Según su relato, al menos un centenar de hombres a bordo de los barcos prisión en las Bermudas tenían parejas del mismo sexo a quienes consideraban cónyuges.

Hoy en día, el archivo oficial del matrimonio homosexual todavía está en su infancia: en los Estados Unidos, junio marcó el quinto aniversario del fallo de la Corte Suprema en Obergefell v. Hodges, que otorgó a las parejas homosexuales el derecho legal a contraer matrimonio. Esa decisión, que siguió a la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo en el Reino Unido en 2014, fue una victoria impresionante: el reconocimiento de un pueblo y una cultura no reconocidos por la ley durante mucho tiempo. Pero haríamos bien en recordar también que las personas queer se consideraban casadas mucho antes de que el estado lo aprobara. Los convictos en el barco de Grundy, privados de derechos básicos, exiliados de su tierra natal, abusados ​​por los funcionarios y guardias de la administración de la prisión, adoptaron el lenguaje del matrimonio incluso cuando el mero acto sexual corría el riesgo de un castigo brutal.

Históricamente, los documentos judiciales, por lo general relacionados con investigaciones penales sobre sodomía, ofrecían la prueba más detallada de la existencia de personas queer. Pero, como ha argumentado el historiador Charles Upchurch, en "Before Wilde: Sex Between Men in Britain's Age of Reform ”, dichos registros proporcionan pruebas limitadas. Durante la era victoriana, el castigo por las relaciones sexuales entre hombres normalmente se habría llevado a cabo en la familia, no en los tribunales, ya que un asunto público habría puesto en peligro la reputación de la familia y, además, tener un hijo o un hermano en la cárcel reduciría los ingresos del hogar. El sexo entre hombres no significaba automáticamente el exilio permanente o la horca pública; la mayoría de las familias podían silenciar esos asuntos mucho antes de que se contactara con las autoridades.

Los presos de los cascos de las Bermudas, que vivían lejos de sus familias, ya no estaban atados a estas costumbres. También podrían haber visto cómo los funcionarios coloniales se aprovecharon de no vivir más bajo formas familiares de escrutinio social y códigos religiosos; Los soldados y funcionarios británicos violaron y esclavizaron a mujeres en todo el Caribe, estableciendo un nuevo conjunto de reglas y costumbres tácitas que rara vez llegaban a los registros oficiales. En las colonias, los asuntos de sexualidad estaban casi ausentes de la burocracia registrada.

La carta de Grundy, enterrada en un grueso libro de registros de la Oficina Colonial en los Archivos Nacionales Británicos, es una rara excepción. Encontrar un documento oficial que describa el sexo queer a principios del siglo XIX es muy inusual. (No fue hasta finales del siglo XIX, cuando se inventaron "homosexual" y "heterosexual" como categorías médicas, que surgieron más pruebas escritas de la existencia de lo que podríamos llamar comunidades homosexuales). Los historiadores han encontrado ejemplos de personas utilizando los términos "matrimonio", "marido", "esposa" y "cónyuge" para definir las relaciones queer en los siglos XVIII y XIX, e incluso antes, Jen Manion, en su libro "Mujeres maridas: una historia trans", proporciona erudición invaluable sobre el tema, pero por lo general se trataba de casos aislados. En febrero, un investigador de Oxford anunció que había descubierto un diario de granjero de 1810 que propugnaba la tolerancia a la atracción por personas del mismo sexo. Ese documento articuló la actitud de un hombre; La carta de Grundy describe con asombroso detalle una sólida cultura de intimidad entre personas del mismo sexo, que involucró a decenas de hombres, que floreció durante años.

La coerción, sorprendentemente, está ausente del relato de Grundy. Esto no significa que no haya habido violencia sexual en los cascos. Sin las voces de los otros prisioneros, es imposible saberlo definitivamente. Pero lo que parece enfurecer más a Grundy es el consentimiento mutuo de los hombres que describe. Los hombres a bordo de los Hulks crearon un conjunto completo de rituales y valores culturales, con "matrimonio" no solo una palabra utilizada para justificar el sexo, sino un término de devoción. Cuando a los presos mayores se les daba la oportunidad ocasional de ganar dinero extra como zapateros, cocineros y sirvientes, a menudo gastaban sus ganancias en regalos para sus socios. Los hombres mayores "esforzarían todos los nervios para procurar para [sus parejas] tantas cosas buenas de este mundo" como fuera posible, y "incurrirían en todo tipo de riesgos para ellos". Algunos hombres se morían de hambre para que sus parejas "tuvieran de sobra", o ahorraban para comprar "zapatos de lona" para reemplazar los incómodos pares de la prisión de sus parejas. Lavaron la ropa de sus socios más jóvenes y compitieron entre sí para demostrar "quién puede apoyar y vestir mejor a su hijo".

La historia de los convictos se hace eco de la de otras personas a principios del siglo XIX que tomaron prestado el lenguaje del matrimonio para describir relaciones que el gobierno no reconocería oficialmente. Las personas esclavizadas en todo el Sur anterior a la guerra se definían a sí mismas como casadas a pesar de que estaban excluidas de la institución legal del matrimonio. En su libro "Bound in Wedlock: Slave and Free Black Marriage in the 19th Century", Tera W. Hunter incluye un relato de Thomas Jones, un hombre anteriormente esclavizado de Carolina del Norte: "Lo llamamos y lo consideramos un verdadero matrimonio, aunque sabíamos bien que el matrimonio no estaba permitido a los esclavos como un derecho secreto del corazón amoroso ”.

Como la ley, la historia se basa en la evidencia para reconstruir el pasado. Sin él, las personas queer, especialmente antes de finales del siglo XIX, están en su mayoría ausentes del registro, sus vidas rara vez se ven, sus intimidades reducidas a especulaciones. Cuando los investigadores de la Oficina Colonial visitaron Bermuda para hacer una investigación oficial sobre las quejas de Grundy, no pudieron conseguir que nadie corroborara su relato, lo cual no es ninguna sorpresa, dado el castigo que habría seguido para todos los involucrados. Las acusaciones fueron desestimadas. Según la carta original de Grundy, las autoridades de las Bermudas se habrían mostrado reacias a registrar lo que estaba sucediendo en los cascos; el silencio era más conveniente. "No parecían saber nada al respecto", escribió. "Pero la verdad es que no quieren saber".

Este deseo de no saber ha hecho que gran parte de la historia de la sexualidad queer sea invisible para los historiadores. Pero, incluso con un archivo tan limitado, no es difícil, al leer la carta de Grundy, imaginar cómo el matrimonio se hubiera conferido un sentido de humanidad y normalidad a la vida de los presos, como una forma de dar sentido al trabajo sin fin y de crear un mundo nuevo entre los desterrados por la sociedad. Incluso podría imaginarse los matrimonios que se describen a sí mismos como afirmaciones del derecho a ser incluidos en una institución que no los aceptaría durante casi dos siglos.

jueves, 19 de julio de 2018

SGM: Hotel colombiano funcionó como campo de prisioneros del Eje

Hotel Sabaneta, el insólito "campo de concentración" donde Colombia encerró a alemanes y japoneses 

En plena Segunda Guerra Mundial, un decreto del gobierno ordenó confinar en aquel recinto de lujo a empresarios sospechados de colaborar con el Eje


Por Adriana Chica García 3 de junio de 2018
desde Bogotá, Colombia
Infobae



Las ruinas del Hotel Sabaneta, pocos años después de finalizada la Segunda Guerra Mundial.

En plena Segunda Guerra Mundial, a miles de kilómetros de una Europa que se desangraba, se vivió una historia increíble en una pequeña ciudad del centro de Colombia. Los edificios de estilo colonial del Hotel Sabaneta, en Fusagasugá (Cundinamarca), pasaron de pronto de ser el lugar de encuentro de la alta sociedad a convertirse en el recinto de confinamiento de más de un centenar de ciudadanos alemanes, italianos y japoneses residentes en Colombia, sospechados por el gobierno de colaborar con los países del Eje.


No era un campo de concentración como los nazis, de trabajos forzados, cámaras de gases y asesinatos sistemáticos. Al contrario, era el mejor hotel de entonces, con pisos de madera de pino, amplios jardines, piscina olímpica, lagos artificiales y canchas deportivas. Aun así, se fue convirtiendo en un reclusorio insoportable para los refugiados que fueron confinados allí contra su voluntad.

Cuando en 1941, el ataque de la Armada Imperial Japonesa contra la base naval de Pearl Harbor detonó el ingreso de Estados Unidos al conflicto, Colombia aún no había tomado partida en la guerra. Por su neutralidad, se había convertido en el destino de muchas familias alemanas y japonesas que huían de la violencia.

Pero todo cambió cuando una ofensiva de submarinos nazis hundió el barco militar colombiano Resolute, que zarpó de Cartagena en diciembre de 1942. Desde ese momento, Colombia le declara la guerra a los países del Eje y se convierte en aliado de Estados Unidos.



Barco militar colombiano Resolute hundido por submarinos nazi en el mar Caribe.

El gobierno norteamericano crea la llamada Lista Negra, que incluía a empresas y empresarios en varios países de la región acusados de colaborar con los países del Eje. Su objetivo era impedir que la ayuda financiera que brindaba Estados Unidos a Latinoamérica cayera en manos enemigas. Nadie en Colombia podía comerciar con quienes aparecían en la lista, cuenta el libro 'Colombia Nazi'.

El Tiempo, por ejemplo, reseñó una carta de Daniel Vallejo, un comerciante colombiano de sombreros, en la que pide a la Cancillería que lo excluyan de la lista, argumentando que solo trabajó en una empresa de socios italianos y que sus negocios se vieron perjudicados porque nadie quiere comerciar con él por temor a ser incluido en la lista.

No obstante, con la publicación de la lista, el entonces presidente colombiano Eduardo Santos impulsó la Ley 39 de 1944, por medio de la cual decretó la concentración de los extranjeros que aparecían en ella.




Lista negra conservada en el Archivo General de la Nación.


"Los nacionales de países con los cuales haya roto relaciones la República de Colombia y en especial la de los nacionales alemanes, se determinará cuándo deben ser internados en sitios especiales de concentración, bajo el control de la Policía Nacional o de las autoridades civiles respectivas (…) deben someterse para mantener sobre sus actividades plena vigilancia", describía la norma conservada en el Archivo General de la Nación.


Campo de concentración de Sabaneta

En marzo de 1944, 150 ciudadanos alemanes y japoneses, sobre todo, pero también italianos, fueron citados a comparecer ante las autoridades colombianas por sus negocios comerciales. A 109 de ellos se les ordenó el arresto en el llamado 'campo de concentración de Sabaneta'.

Todos sus bienes fueron confiscados por el recién creado Fondo de Estabilización Nacional, que administró más de 2.500 propiedades alemanas, 1.500 italianas y otras cuantas japonesas, según el documental Exiliados en el exilio, de Rolando Vargas. Parte de esos recursos sirvieron para financiar el hotel en los casi dos años de confinamiento.

Noticias de la época sobre la concentración de alemanes, italianos y japoneses acusados de colaborar con países del Eje.

Los extranjeros de la lista fueron forzados a abandonar sus hogares y negocios para vivir en el hotel. Muchos se mudaron con sus familias colombianas, a otros les tocó mudar a sus esposas e hijos cerca para poder recibir visitas solo los jueves y domingos, como reseñaron algunos medios de la época.

"Las mismas informaciones oficiales indican que antes del fin de la presente semana y en el transcurso de la próxima, nuevos grupos serán enviados al mismo sitio de concentración de Sabaneta, donde permanecerán los nacionales alemanes sujetos a un régimen de vigilancia y aislamiento", decía una noticia de El Colombiano del 25 de marzo de 1944.

"Un día llegaron a mi casa, le ordenaron a mi papá que entregara los documentos de sus propiedades y le dieron un ultimátum de tres días para presentarse en Fusagasugá", contó Joerg Scheuerman en el documental de Vargas. No recibieron ningún abuso, pero los días les pasaban sin nada que hacer.


 

Por cada habitación vivían unas tres personas, que contaban con una cama doble, un closet, una mesa de noche, un escritorio y una silla. Algunos recibían una pensión mensual por las utilidades de sus negocios, pero debían pagar su alimentación y estadía en el hotel, lo que llevó a la quiebra a muchos.

Los retenidos inventaban grupos de carpintería, equipos deportivos y hasta una orquesta para pasar el tiempo. Los japoneses diseñaron estanques para sus peces dorados alrededor de una quebrada que causaron sensación. Aunque eran vigilados por las autoridades desde altas torres de control, podían pasear libremente por los espacios del hotel.

Algunos fueron obligados a abordar embarcaciones, supuestamente, para ser expatriados hacia Alemania, pero su destino terminó en Estados Unidos, en otro centro de concentración en Nueva York.

 
Así se ve el Hotel Sabaneta en la actualidad.

Nunca se comprobó realmente la colaboración de los extranjeros con los países del Eje. Una vez finalizada la guerra, todos fueron dejados en libertad. Algunos que contaban con bienes en el Fondo de Estabilización Nacional recibieron una indemnización insignificante.

Y el exclusivo Hotel Sabaneta, construido en 1938 y ganador en 1945 del Premio Nacional de Arquitectura, nunca volvió a ser el mismo. Fue derribado tiempo después, y hoy en día solo le sobrevive una torre de control donde vigilaban a los refugiados, que ahora sirve de valla publicitaria para los locales comerciales que se asentaron en el lugar.

miércoles, 20 de diciembre de 2017

Patagonia trágica: Pérez Millán Temperley, vengador de Varela, y el imbécil de Bayer

Pérez Millán Temperley, el vengador vengado y el historiador resentido y mentiroso

Los Héroes y los Malditos (con adaptaciones de EMcL)


Mientras esperaba una condena casi con seguridad a cadena perpetua, Kurt Gustav Wilckens dormía en su celda. El frío caño de un máuser lo iba despertar. “¿Vos sos Wilkens?”, dijo el matador. “Jawohl”, dice Osvaldo Bayer que respondió el alemán. Haya contestado como lo haya hecho, el asesino apretó el gatillo del arma que había apoyado sobre su pecho para no errarle. El disparo a quemarropa le destrozó el pulmón izquierdo y salió por la espalda.
El vengador había sido vengado. “Yo he sido subalterno y pariente del comandante Varela. Acabo de vengar su muerte”, declaró Jorge Ernesto Pérez Millán Temperley ante el inspector Luis Conti apenas fue detenido.



El crimen de Pérez Millán fue para ajustar cuentas con un terrorista del anarquismo internacional, esa pieza intelectual de los ávidos para imaginar linealidades y poco preparados para el trabajo práctico de mejorar la sociedad. El imbécil de Bayer, completamente resentido en sus apreciaciones y completamente gagá en la actualidad, llega a decir de Pérez Millán “El crimen de Pérez Millán es solo comparable con el que cometen los torturadores o aquellos cazadores de animales que tienen a su víctima indefensa, atada, y la hacen sufrir. Es igual que los cazadores de zorros en el sur, que los cazan y los despellejan vivos haciéndolos sufrir a propósito porque –como ellos dicen- son “animales ladrones” cuando, en realidad, gozan con ese acto porque arrastran una tradición sádica”, describió el imbécil germano-argentino en “La Patagonia Rebelde”. Bueno, olvida convenientemente este escribidor que Wilckens hizo exactamente lo mismo con su víctima, Varela previamente. Lo esperó estando éste solo armado con un sable, le arrojó una bomba que lo dejó mal herido y completamente fuera de combate y luego, valientemente como espera el imbécil alemán de Bayer, lo remató con varios disparos de un revólver. ¿Bayer es pelotudo o se hace? Siempre nos quedará la duda.

Según reza la conjura, Pérez Millán Temperley descendía de una familia de abolengo, lo que carajo eso significa en una mente resentida y clasista. Hijo de Ernesto Pérez Millán y Florencia Temperley, tenía 24 años cuando mató al vengador alemán. Católico y nacionalista, integró el grupo terrorista de ultra derecha llamada Liga Patriótica, fundada por Manuel Carlés. Su conducta nunca fue la de un “niño bien”: dejó los estudios, se escapó varias veces y la policía debía devolverlo continuamente ala hogar familiar. Pese a ello, no había domingo que faltara a misa, comulgara y se confesara. Tenía una obsesión: las armas.
Jorge Ernesto Pérez Millán Temperley


Esa obsesión sería perfectamente retratada por Eduardo Galeano, otro delirante latinoamericano que nos hizo saltar de risa con sus venas abiertas: “Contempla con lasciva mirada los catálogos de armas de fuego, como si fueran colecciones de fotos pornográficas. El uniforme del ejército argentino le parece la piel humana más bella. Le gusta desollar zorros que caen en sus trampas y hacer puntería sobre obreros en fuga, y más si son rojos, y mucho más si son rojos extranjeros”. Y también comerse bebés crudos. Y cuando puede le roba dulces a los niños también.
Como integrante de la Liga Patriótica, participó de los crímenes de la Semana Trágica, cuando se reprimió y asesinó a obreros que reclamaban en ocasión de una huelga en los talleres metalúrgicos Pedro Vasena e Hijos. Después entró a la policía y en 1921 solicitó su pase en comisión a la provincia de Santa Cruz.
Ahí es donde su valentía iba ser puesta a prueba. Corría 1921, durante la primera huelga de peones rurales patagónicos, en El Cerrito, se rindió casi sin pelear. Se enfrentó, nada más y nada menos, con el Toscano, que comandaba un grupo de huelguista. En la refriega, mueren el Sargento Sosa y su chofer. Herido en una nalga, Pérez Millán Temperley quedó retenido junto a otros rehenes hasta que el coronel Varela logró su liberación y la de todos los detenidos cuando firmó el petitorio de los peones. Regresó a Buenos Aires y dio por terminada su aventura policíaca. Renunció y se reincorporó a la Liga Patriótica.
De ahí viene su agradecimiento eterno con el coronel Varela, de quien decía lo unía un extraño y lejano parentesco porque su hermana estaba casada con el capitán Alberto Giovaneli, hermano de la viuda del “Carnicero de la Patagonia”, apodado así por estos terroristas disfrazados de sindicalistas. En todo el velatorio no se separó ni un instante del cajón y bramaba a los cuatro vientos que iba a vengar a su héroe.
“Jorge Ernesto Pérez Millan Témperley se alistó como voluntario en las tropas

El teniente coronel Varela y el año pasado marchó a la Patagonia a poner justicia en la región por orden directa del presidente de la Nación, Hipólito Irigoyen. Y después, cuando el anarquista alemán Kurt Wilckens , terrorista y creído un justiciero de pobres, arrojó la bomba que voló al teniente coronel Varela, este cazador de terroristas juró de viva voz que vengaría a su superior”, afirma Eduardo Galeano
Como mencionó previamente, a principios de 1921, el gobierno radical de Hipólito Irigoyen envió al teniente Coronel Héctor Benigno Varela a terminar la huelga de peones rurales de Santa Cruz. El militar había informado que los culpables de la situación eran los estancieros y aceptó las demandas obreras que no eran precisamente reclamos salariales sino humanizar las condiciones de vida de los trabajadores sureños. En el acuerdo los obreros se obligaban a dejar las armas, volver al trabajo y devolver los bienes que habían tomado de las estancias. Los peones disfrutaban las mieles de la victoria; los estancieros, mordían el polvo de la derrota.
Por eso, cuando Varela y su regimiento 10° de Caballería se disponían a volver a Buenos Aires un estanciero lo increpó: “Usted se va y esto comienza de nuevo”. El militar contestó: “Si se levantan de nuevo volveré y fusilaré por decenas”. El teniente coronel Héctor Benigno Varela volvió meses después a la Patagonia. No lo hizo para hacer honor a su segundo nombre. Volvió a cumplir su promesa: fusiló a más de mil quinientos trabajadores. Los más afortunados pudieron cavar su propia tumba. Algunos fueron enterrados en fosas comunes y otros librados a las aves de rapiña. No hubo muertos entre los estancieros. Tampoco en las tropas del ejército reza Bayer. Mentira como doctrina de Bayer. Hubo estancieros y soldados muertos también.



Después de algo más de un año, el matador de Varela gritaría frente a su cadáver: “He vengado a mis hermanos”. Se trataba de Karl Gustav Wilckens, de 36 años, anarquista y alemán. En la mañana del 27 de enero de 1923, el agresor, que conocía el trayecto que el coronel hacía de su casa al destacamento militar de Campo de Mayo, lo esperó y al tenerlo a distancia le arrojó una bomba casera y lo remató con cuatro tiros. Esa cantidad de disparos no fue casual: cuentan sus subordinados que cuando Varela levantaba la mano y escondía su pulgar significaba “cuatro tiros”. Así había que matar a los prisioneros para no desperdiciar ninguna bala.
Wilckens fue atrapado en el lugar. No pudo escapar por las heridas de las esquirlas de la bomba. Una niña se cruzó delante de Varela, y el joven anarquista se arrojó sobre ella para protegerla interponiendo su cuerpo frente al explosivo. Otro cuento de hadas de este hijo de puta alemán. Tras la ejecución, explicó: “La venganza es indigna en un anarquista. Intenté herir en Varela al ídolo desnudo de un sistema criminal”.
Cinco meses después de la venganza de Wilckens, el 15 de junio de 1923, se sucedería una nueva venganza. Esta vez, él sería la víctima. Pérez Millán Temperley lo asesinaría a sangre fría mientras dormía en su celda. El diario Crítica titularía al día siguiente: “Wilckens fue cobardemente asesinado” y en la nota dejaba entrever que el asesinato había sido fríamente planeado por la Liga Patriótica.
Es muy oscura la forma en que Pérez Millán entró al penal de Caseros. Penetró en la cárcel, aprovechó un cambio de guardia, vestía un uniforme prestado que no era su talla, demasiado holgado y con la visera del birrete que le cubría la cara, y se posicionó junto a la celda de Wilckens con su Mauser de fabricación nacional, proveniente de una partida de 1909 y la mejor arma que tenía y que había estado preparando desde hacía meses para la ocasión. Cuando le abrieron la celda, encaró a su víctima y realizó su tarea. No podía haber entrado si no era con la ayuda del servicio Penitenciario. Tampoco haber salido. Luego de haber vengado al coronel Varela se fue caminando por donde entró. Al día siguiente tuvo que entregarse para no comprometer a toda la guardia del penal y al mismo Servicio Penitenciario.
Pocos días después del supuesto ajusticiamiento de Varela, su vengador entró como agregado al cuerpo de guardiacárceles. Luego le dieron de alta en la Penitenciaría, justamente, cuando Wilckens estaba ahí detenido. Pero no contaba con un contratiempo: el traslado del alemán a la cárcel de Caseros. Casualmente, semanas después el penitenciario Pérez Millán Temperley obtuvo un traslado a esa cárcel. Prestó servicios hasta el 2 de junio. Luego pidió licencia por diez días ¿Y cuándo se reintegró? El 15, el día del asesinato. Nada de esto pudo ocurrir sin un personaje muy poderoso que ingenie semejante plan y permita su ejecución. De ahí las sospechas del diario Crítica.
Pérez Millán Temperley iba a tener una justicia diferente de la de los trabajadores. Y más diferente, si se trata de pobres, y además extranjeros, y encima anarquistas. Para los jóvenes de familias bien no hay prisión perpetua ni encierro en el penal de Ushuaia. La pena impuesta al joven de la Liga Patriótica era la mínima para los casos de homicidios: 8 años. La sentencia tuvo en cuenta: “Su vida anterior, sus aventuras, su idealismo, sus inclinaciones artísticas, la neurastenia que padece, su intervención en las luchas que sostuvo en el sur con los huelguistas revolucionarios, las escenas de vandalismo que presenció, su pasión amorosa con su primera novia, su inclinación a la vida errante y la falta de armonía en las relaciones con su familiar”. Ser de la alta sociedad tiene sus ventajas: bien aconsejado, se hizo el loco, lo declararon insano y lo trasladaron al Hospicio de las Mercedes, en una habitación alejada del resto de la población demente, con todas las comodidades y seguridades personales. En el Vieytes (así conocido el neuriosiquiátrico por encontrarse sobre la calle que lleva ese nombre) pasaba el tiempo leyendo y recibiendo visitas de integrantes de la liga patriótica, en especial del Dr. Manuel Carlés.

Una nueva venganza se aproximaba de Ushuaia. En la Siberia argentina estaba detenido Simón Radowitzky, un anarquista ucraniano y judío, que había asesinado como siempre hicieron los anarquistas al jefe de policía Ramón Lorenzo Falcón por su responsabilidad en la Semana Roja de 1909, arrojándole, también una bomba casera. Tarea cobarde y clásica de la izquierda mundial. Celdas después, estaba otro anarquista, de origen ruso. Su nombre era Germán Boris Wladimirovich. Miembro aciago de la colectividad judía.
Otro anarquista, irlandés, habitaba en el penal. Se llamaba Lian Balsrik y llegó dos años después de aquella publicación del diario Crítica. Entre sus pertenecías, llevaba un ejemplar que puso en manos de Wladimirovich, quien era un importante cuadro anarquista, de los llamados expropiadores, condenado a prisión perpetua. Años atrás, había conocido a Wilckens, y le había tomado simpatía y admiración.
El penal de Ushuaia parecía una residencia de anarquistas. Distinta era la suerte de los integrantes de la Liga Patriótica como Pérez Millán Temperley. El anarquista irlandés le narra los pormenores de la venganza de Wilckens y de su asesinato. También, que gracias a los contactos de la familia Pérez Millán, pudo manipular informes psiquiátricos y ser derivado al manicomio.
Wladimirovich imitó a Pérez Millán Temperley: comenzó a hacerse el loco. Si para el servicio Penitenciario de Ushuaia ya era mucho un preso como Radowitzky, tener demente al anarquista ruso era demasiado. Entonces, ordenó el traslado del preso a Buenos Aires. Iba caer, precisamente, en el Vieytes. La primera etapa de la venganza había sido cumplida.

El problema es que el vengador de Varela se encontraba aislado de la población psiquiátrica. La llave para acceder a él sería Esteban Lucich, un loquito bueno, que por la estima que se había ganado tenía acceso a todo el asilo. Lucich sería el brazo ejecutor. Previamente, tres visitantes de Wladimirovich habrían ingresado el arma asesina. Ello eran Simón Bolkosky, ruso; Timofy Derevianka, ruso, y Eduardo Vázquez, español. Los tres tenían una nacionalidad peligrosamente sospechada de anarquista.
A las 12:30 del 9 de noviembre de 1925 Esteban Lucich entra al pabellón de enfermos pudientes y se dirige a la celda de Pérez Millán Temperley. Saca un revolver de su bolsillo, le apunta y le dice: “Esto te lo manda Wilckens”. Dispara. El vengador es vengado.
Osvaldo Bayer relata: “La bala que penetró en el pecho de Pérez Millán se desvió hacia la cavidad del abdomen interesando el estómago y los intestinos. Aunque la operación fue exitosa, el herido se va debilitando poco a poco. Al lado del lecho está su padre y el doctor Manuel Carlés. A medianoche, el corazón comienza a fallar. A las 5.35 de la mañana, Pérez Millán expira. La venganza se ha cobrado una nueva vida. Es el fin del cuarto acto del drama que comenzó en la lejana Santa Cruz”.
Germán Boris Wladimirovich fue acusado de ser el autor intelectual del homicidio de Pérez Millán. Más allá de los avances en la investigación a cargo del inspector Santiago, la acusación no pudo seguir porque los dementes habían sido excluidos como sujetos de derecho penalmente responsables. El ruso iba a morir cinco años más tardes. Bayer recuerda su final: “Los nuevos malos tratos recibidos a raíz del episodio Pérez Millán, lo llevarán rápidamente a la muerte. Boris, en los últimos meses de su vida, estuvo paralítico de sus miembros inferiores, debiendo arrastrarse por el suelo para poder moverse en la celda, sucio de sus propios excrementos”.
Esteban Lucich murió tres décadas después, en 1955. Hasta el día de su muerte, contó con lujos de detalles la hazaña realizada. Nunca inculpó a Wladimirovich. Solo hijos de puta hay entre los anarquistas de todo el Mundo y eso los une.


El asesinato artero y cobarde, "los torturadores o aquellos cazadores de animales que tienen a su víctima indefensa, atada, y la hacen sufrir", de Varela por parte del anarquista alemán

Pérez Millán Temperley fue sepultado en la Recoleta. El ataúd estaba cubierto por flores blancas unidas con cintas blancas y celestes. Lo despidieron oficiales del ejército, de la policía y guardicárceles, familiares y amigos. Se destacaron las palabras de su amigo Manuel Carlés, quien lo llamó “mártir de la defensa de las tradiciones patrias, de la familia y de Dios”. Luego, hablará el coronel Oliveros Escola, quien repetirá las mismas tristes y peligrosas palabras de ocasión: “Su muerte no quedará sin condigno castigo”.
Osvaldo Bayer, un enorme resentido, lo describe: “Fue sádico porque estuvo “gozando” a su víctima. Omnipotente, sabiendo que estaba suficientemente resguardado y custodiado, que su víctima no tenía ni siquiera un cortaplumas ni un ventanuco para escaparse. Que lo iba a tener allí, acorralado, y, más todavía, durmiendo”. Lo mismo no dice este ser cobarde, resentido y adulador del terrorismo, de los actos cometidos por los centroeuropeos con el mismo nivel de cinismo.