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domingo, 17 de octubre de 2021

Patagonia: Aónikenk, los nobles indios patágonicos y sus invasores araucanos

Tehuelches, el pueblo originario de la Patagonia y la invasión mapuche

La desmitificación de la presumida "originalidad" mapuche en tierras de la Patagonia. Gustavo Cairo, entusiasta de la historia y diputado provincial por el PRO en Mendoza, deja aquí su testimonio al respecto.
Gustavo Cairo || Memo




Desde hace algunos años vemos como en la Patagonia argentina, ciertos grupos mapuche que se autodenominan "originarios" toman tierras y ejercen actos de violencia, invocando supuestos derechos ancestrales sobre esos territorios.

Si hay un pueblo que puede ser considerado originario de la Patagonia es el tehuelche, que la habitó desde hace unos diez mil años. Magallanes los llamó "patagones" cuando desembarcó en la región que luego en su honor se denominó Patagonia. Ellos se llamaban a sí mismos "aóniken", la denominación "tehuelche" se la dieron los mapuche mucho tiempo después. Quienes visitaron la región en el siglo XVII como el jesuita Mascardi o el marino Villarino documentaron que en las márgenes del Nahuel Huapi o al pie del volcán Lanín vivían tribus tehuelches. Nombres como Esquel, Gaiman, y Chaltén provienen de su lengua. La Cueva de las Manos en Santa Cruz, presenta restos arqueológicos tehuelches de miles de años de antigüedad.

Los mapuches son originarios de la Araucanía chilena. Algunos grupos comenzaron a cruzar la cordillera e instalarse en el actual territorio argentino a partir del siglo XVI, luego de la llegada de los españoles, en un proceso denominado "araucanización de la Patagonia".



Antropólogos e historiadores de Chile y Argentina coinciden en el origen chileno de este pueblo y su relativamente reciente llegada al este de la cordillera de los Andes. El reconocido antropólogo chileno José Bengoa, autor de Historia del pueblo Mapuche expresa "antes de la llegada de los españoles a Chile, las pampas argentinas estaban habitadas por pequeños grupos indígenas no mapuches. Los mapuches no tenían relaciones con la pampa y se circunscribían a su territorio en el lado chileno". El argentino Antonio Serrano coincide: "Los araucanos no son oriundos del territorio argentino. Su establecimiento en él y la araucanización de los núcleos autóctonos es relativamente reciente. Los araucanos propiamente dichos ocupaban en el momento de la conquista el territorio chileno y ellos se nombraban mapuches". Milcíades Vignati de la Academia Nacional de Historia escribió: "los indígenas de procedencia chilena que invadieron el territorio en la segunda mitad del siglo XVIII, hasta lograr la hegemonía sobre las otras tribus...Estos elementos invasores eran chilenos de raza araucana". Por su parte el historiador anarquista Alvaro Yunque en Calfucurá, la conquista de las pampas relata: "antes de la raza venida de Chile...las pampas habían sido habitadas por indios aborígenes de ellas, pampeanos auténticos. Lentamente fueron substituidos, por eliminación o absorción, por las razas más agresivas e inquietas de Arauco".

Fue un choque de culturas. Los tehuelches eran amigables y creían en la pacífica convivencia con los blancos. Diversos testimonios dan cuenta de ello: Musters, un viajero inglés que convivió con ellos más de un año desde 1870, dice en su libro Vida entre los Patagones: "los tehuelches son bondadosos, de buen carácter. En mis relaciones con ellos, me trataron siempre con lealtad y consideración, y dispensaban el mayor cuidado a mis pocas pertenencias". Ramón Lista escribió en Los Tehuelches, una raza que desaparece: "el tehuelche es hospitalario, en su hogar hasta el enemigo es inviolable". Los araucanos por el contrario, traían una mentalidad guerrera, agresiva y eran muy superiores en número. Las consecuencias fueron trágicas para los tehuelches.

Los tehuelches llamaban chenna (guerreros) a los araucanos. Musters cuenta que "los mapuches, tenían esclavos tehuelches", capturados en las batallas de Barrancas Blancas sobre el río Sengel y Geylum cerca del Nahuel Huapi. En relación a estas luchas Ramón Lista nos dice: "comienzan las incursiones vandálicas de los araucanos. Las tolderías tehuelches son sorprendidas y asaltadas al amanecer, se combate cuerpo a cuerpo, a lanza, a flecha, a bola: los ancianos inermes son estrangulados; las mujeres y los niños huyen despavoridos; al alarido de unos les responde el grito de venganza de los otros; todo es confusión, y la sangre humedece la tierra. Los tehuelches casi deshechos se reorganizan, estrechan sus filas, y después de algunos momentos rechazan a la horda araucana que huye llevándose no pocas mujeres y niños cautivos. Estas razzias se repiten de tiempo en tiempo". Entre las más cruentas batallas está la de Languiñeo, ("lugar de los muertos"), cerca de la actual ciudad de Tecka. En ella, a principios del siglo XIX los araucanos atacaron a los tehuelches en un combate que duró tres días. El saldo fue de cientos de muertos aóniken. Entre los sobrevivientes, las mujeres fueron tomadas por aracuanos y sometidas a su arbitrio. Los niños, asimilados. Se han hallado en el lugar numerosas sepulturas, armas y huesos de los vencidos. El cacique mapuche Chocory, quien comandaba a los atacantes, tomó como una de sus esposas a una tehuelche, que a la postre sería la madre de Sayhueque, rey del "país de las manzanas".

El chileno Guillermo Cox que cruzó en misión exploratoria a territorio argentino en 1863, nos cuenta en su libro Viaje a las regiones septentrionales de la Patagonia sobre la matanza de Piedra Shotel, de 1820, donde el cacique araucano Paillacán atacó a los tehuelches con armas de fuego. El asalto se realizó por sorpresa al amanecer y duró varias horas. La derrota tehuelche fue cruenta. Federico Escalada en El Complejo Tehuelche entrevista a doña Agustina Quilchaman de Manquel, cuyo bisabuelo fue tomado cautivo, junto a su madre y cuatro hermanas luego de esa sangrienta batalla en la que entre tantos mataron a su padre. Dos de las hermanas fueron tomadas por esposas por el vencedor Paillacán. También la madre de su bisabuelo fue llevada por esposa de un araucano, por derecho de conquista. "Las madres tehuelches jamás olvidarían la afrenta sanguinaria infligida a su estirpe derrotada...ni el recuerdo de los seres queridos masacrados en aquella durante las insomnes veladas del cautiverio". Todas estas batallas de exterminio sobre los tehuelches hacen pensar en un verdadero genocidio.

Tehuelche.

La actitud hacia los cristianos también fue diametralmente opuesta. Los tehuelches tenían una excelente relación comercial con los españoles/argentinos de Carmen de Patagones y los galeses de Chubut. Intercambiaban plumas de avestruz y pieles por pan, tabaco, azúcar y aguardiente. En Chubut desde 1865 hasta la actualidad se conmemora el encuentro entre galeses y tehuelches. En 1965, para el centenario de ese evento, en Puerto Madryn se inauguraron dos monumentos, uno a la Mujer Galesa y otro al Indio Tehuelche.

Dionisio Schoo Lastra en El Indio del Desierto relata: "Casimiro (cacique tehuelche) llevaba siempre una bandera azul y blanca, que hacía flamear en reuniones, fiestas y consejos, con el deliberado propósito de significar que ellos eran indios argentinos".

Este cacique, en la última etapa de la Campaña del Desierto y al tener conocimiento en 1881 de la llegada victoriosa de la expedición del general Villegas al lago Nahuel Huapi "se presentó con su indiada al campamento argentino con la bandera nacional al frente, y fue recibido con honores de un soldado". Musters fue testigo de un parlamento por el cual los tehuelches "convinieron en ponerse a las órdenes de Casimiro con el consejo de defender Patagones en caso posible de una invasión de los indios de Calfucurá...Porque si esa población llegaba a ser destruida, no habría mercado para sus pieles".

Los mapuches por el contrario, traían una cultura de lucha y odio contra el "huinca". El fin de la Guerra de Independencia en Chile con la batalla de Maipú en 1818, determinó que tribus mapuches enteras, que en su mayoría habían apoyado a los realistas, cruzaran la cordillera para instalarse definitivamente en suelo argentino. Entre ellas, los voroganos y los ranqueles, que inauguraron una época de desolación sobre las tribus tehuelches de la pampa atacándolas sistemáticamente. Bajo el liderzgo de los caciques chilenos Calfucurá y Yanketruz, los sangrientos malones marcaron toda época. Los campos y poblados de San Luis, Mendoza, Córdoba y Buenos Aires, eran arrasados, con un saldo de miles de muertos y cautivas, el robo de millares de cabezas de ganado y la pretensión de negociar de potencia a potencia con Argentina, desconociendo la soberanía nacional en toda la pampa y la Patagonia.

Los Pampas, que eran los tehuelches de la región pampeana se pusieron del lado de las autoridades argentinas. Juan Catriel combatió junto a Rosas a los araucanos y fue un inclaudicable amigo de los cristianos. Su hijo Catriel el joven, fue nombrado coronel del ejército argentino y murió peleando contra quienes denominaba "indios chilenos invasores". Su nieto Cipriano Catriel y sus lanzas fueron fundamentales para derrotar a Calfucurá en la batalla de San Carlos en 1872.



Las campañas del desierto de Rosas de 1833 y de Roca de 1879, que rescataron miles de cautivas, fueron contra estas tribus invasoras, nunca contra los tehuelches. La diferenciación era muy clara. Estanislao Zeballos escribió en 1878: "Habitan la Patagonia los indios de otra nación accesible a la civilización por su índole pacífica y sus instintos humanitarios, los Tehuelches...no son invasores, porque su índole y sus costumbres difieren radicalmente de los caracteres morales y elementos materiales de los araucanos. Los tehuelches son indios naturalmente preparados para la civilización"

Federico Escalada nos entrega una semblanza -ya en el siglo XX- de dos de los últimos caciques tehuelches: "Keltchamn...es el último gran jefe tehuelche con mando efectivo de la de la Patagonia. El recuerdo de este noble jefe ha quedado como inconmovible ejemplo de la hidalguía, pureza y desinterés de que fuera capaz esta raza. El consenso de los antiguos pobladores que le conocieron es unánime. Recto, veraz y de magnanimidad superior. Las autoridades constituidas lo consideraban como policía y juez de las comarcas que dominaba. Los pobladores blancos encontraron en él un buen amigo. Su segundo, Venancio, siguió con su legado y supo desfilar con su tribu con bandera y lanza, junto a los escolares, y a las fuerzas de Gendarmería Nacional. Actuaba en esas circunstancias con la dignidad correspondiente a su rango y participaba de los actos patrios. A los sesenta y tantos años murió de un síncope. Tuvimos la dolorosa sensación de asistir al último acto de la trágica epopeya tehuelche".

Para concluir, diremos que Argentina siempre fue un pueblo abierto a todos los que quisieran habitarla en paz y con fines fecundos. Ha sido además, un ejemplo mundial de integración social, sin problemas raciales ni religiosos. Es inadmisible que un grupo de impostores pretendan invocar ilegítimos "derechos ancentrales", para usurpar violentamente propiedades y atacar personas. Algún trasnochado quizás pretenda reeditar los delirios del aventurero francés Antoine de Tounens que en 1860 se autoproclamó "rey de la Araucanía y la Patagonia", considerando a esas regiones exentas de la soberanía de ningún país. Mucho menos tolerable es que el actual gobierno argentino por acción u omisión, los ampare y aliente a intensificar sus actos de terrorismo.

martes, 25 de mayo de 2021

SGM: Rommel y los inicios de su desencanto

Los escritos estaban en la pared para Rommel

W&W




El primer paso había sido obligado por la falta de fe de Hitler con sus soldados manifestada en la orden de "Victoria o muerte"; había progresado durante una de las sucesivas conferencias celebradas en Roma con Mussolini y Cavallero; teniendo la oportunidad de pasar un par de días con Lucie durante una de ellas, Rommel le había confiado que había perdido la fe en la capacidad de Alemania para ganar la guerra a través de la victoria militar. Su viaje se aceleró durante la retirada a Tunisa, cuando se le animó, exhortó y ordenó que ocupara un cargo indefendible tras otro, siempre sin ninguna razón militar sólida, sino por el estado cada vez más delirante del hombre en Berchtesgaden. Es imposible decir exactamente dónde estaba el punto de no retorno de Rommel: puede haber llegado ya en diciembre de 1942 cuando Hitler se negó a tolerar una retirada metódica de las veteranas tropas alemanas e italianas de Rommel, un activo militar invaluable, de Túnez. Puede que no haya llegado hasta marzo de 1943, cuando Hitler propuso la idea evidentemente absurda de las operaciones alemanas en la costa atlántica de África. Es posible que no haya llegado hasta el 7 de junio de 1944, cuando no había dudas de que los aliados habían desembarcado con éxito en Francia y la mejor oportunidad de los alemanes para arrojarlos al mar se había perdido irremediablemente.

Pero cada vez que ocurría ese punto, lo que era innegable era que a mediados de junio, poco más de una semana después de que los estadounidenses y británicos desembarcaran en Normandía, Rommel estaba convencido de que continuar la guerra solo podría terminar en un desastre para Alemania, y que había finalmente perdió cualquier resto de fe en Adolf Hitler como líder de Alemania. En mayo de 1943, el Führer, durante un raro momento de sinceridad y honestidad con uno mismo, le había confiado a Rommel: "Sé que es necesario hacer las paces con un lado o con el otro, pero nadie hará las paces conmigo". Sin embargo, Hitler no pudo articular la conclusión inevitable a la que condujo su confesión: si la paz era necesaria y él era el obstáculo para la paz, entonces debía dimitir o hacerse a un lado como jefe de estado de Alemania. Pero si los aliados habían sido intratables entonces, ahora, más de un año después, eran implacables. Escribir "Si la gravedad de la situación se da cuenta arriba, y si se extraen las conclusiones adecuadas, me parece dudoso" fue la admisión de Rommel de su propia comprensión de que Hitler ya ni siquiera reconocía la necesidad de hacer la paz, y mucho menos la voluntad de lograrla. por muy doloroso que sea el precio personal. El último paso en el viaje de conciencia de Rommel sería la decisión de que la paz era demasiado importante para dejarla en manos de alguien como Adolf Hitler.

El “milagro” para el que Rommel estaba ganando tiempo con tanta desesperación llegó en forma de vergeltungswaffen, armas de venganza, V-1, V-2 y V-3. El V-1 era una bomba voladora impulsada por chorro de pulso que transportaba una tonelada de explosivos, el V-2 un misil balístico de combustible líquido y el V-3 un cañón de extraordinaria distancia. Las tres armas V fueron diseñadas y desplegadas para ser utilizadas contra Gran Bretaña, aunque solo la V-1 estaba operativa cuando Rommel estaba librando la batalla de Normandía. Los sitios de lanzamiento se construyeron en la región de Pas de Calais a partir de octubre de 1943, y el 13 de junio de 1944 se disparó el primer V-1 en Londres. Casi 10.000 de estas bombas voladoras, "bombas de zumbido", los londinenses vendrían a llamarlas, por el sonido distintivo de sus motores, serían enviadas a toda velocidad hacia la capital británica, matando o hiriendo a casi 23.000 civiles y militares y causando casi la misma cantidad de tanto daño a la propiedad como el "Blitz" de 1940-41, antes de que los aliados invadieran el último sitio de lanzamiento en octubre de 1944. Sin embargo, una vez más, el programa V-1 fue un caso más de "muy poco, demasiado tarde" para Alemania: si la ofensiva de bombas voladoras se hubiera desatado un año antes, lo que podría haber sucedido si su desarrollo no se hubiera retrasado innecesariamente, y se hubiera dirigido a los puertos del Canal de Gran Bretaña donde se estaban reuniendo las flotas de invasión, todo el plan de Overlord se habría interrumpido y retrasado, posiblemente hasta tal punto que podría no haber habido ninguna invasión a través del Canal de la Mancha en 1944.

Tal como estaban las cosas, los sitios de lanzamiento del V-1 paralizaron el esfuerzo de Rommel por contener la cabeza de puente aliada. Pudo utilizar dos divisiones del XV Ejército para reforzar el flanco de extrema derecha alrededor de Caen, pero no pudo poner todo su peso en Normandía: gracias a la Operación Fortaleza, los servicios de inteligencia alemanes todavía consideraban una segunda invasión, esta en el Pas de Calais, donde se ubicaron la mayoría de los sitios V-1, como una amenaza viable. Por tanto, el Decimoquinto Ejército se vio obligado a permanecer en el lugar en el momento en que más se necesitaba su fuerza en Normandía. Las ficciones de Fortitude pronto se volverían lo suficientemente raídas como para ser vistas por lo que eran, pero durante cinco semanas críticas mantuvieron a todo un ejército alemán congelado en su lugar.

El 17 de junio de 1944, cerca de Soissons, Rommel y von Rundstedt se reunieron con Hitler, informando personalmente a los Führer sobre la situación en Normandía. Rommel dio una descripción vívida, pero precisa, de las condiciones en las que los soldados alemanes estaban luchando: superados en número, en armas, con suministros cada vez más escasos de municiones, artillería limitada y apoyo blindado y sin cobertura aérea, sin embargo, su moral se mantuvo alta ya que todavía estaban aguantando. los aliados bajo control, aunque durante cuánto tiempo ni él ni von Runstedt estaban preparados para adivinar. Rommel instó a Hitler a visitar el frente para presenciar de primera mano la precisión de este informe, luego describió su plan para más ataques en la cabeza de puente de Normandía: una retirada táctica cuidadosamente organizada del país de los setos, lo suficientemente lejos como para atraer a los blindados enemigos a un importante ataque para romper el perímetro de Normandía. En ese punto, fuera del alcance de los mortíferos cañones navales, un contraataque de un cuerpo panzer cuidadosamente acumulado y reunido golpearía el flanco del ataque aliado, cortando las puntas de lanza blindadas y empujando a la infantería de apoyo hacia las playas. No podía expulsar a los aliados de Francia, pero podía privarlos de las unidades con las que esperaban invadir Francia. Más tarde, Rommel les confesaría a Lucie y Manfred que nunca había creído que el plan tuviera más de una posibilidad entre cuatro de éxito, pero era lo mejor que podía haber hecho con lo que tenía; Sin embargo, intervendrían acontecimientos que negarían a Rommel esa última oportunidad de victoria. Mientras tanto, Hitler retuvo una decisión final sobre el ataque, negándose a contemplar cualquier retirada, incluso para obtener ventajas tácticas u operativas, insistiendo por ahora en que las operaciones defensivas continúen. La victoria, insistió, se lograría "aferrándose tenazmente a cada metro cuadrado de tierra".

Mientras tanto, los británicos intentaron forzar una fuga cerca de Caen, en el pueblo de Villers Bocage, el 12 de junio. Fue un fracaso costoso, pero mantuvo a la mayor parte de los blindados alemanes ocupados alrededor de Caen, lo que permitió a los estadounidenses atacar hacia el oeste desde el El perímetro de Normandía y tomar la península de Cotentin, con su puerto vital de Cherburgo, aunque una demolición completa de las instalaciones portuarias durante una defensa sorprendentemente decidida dirigida por el generalleutnant Karl-Wilhelm von Schlieben impidió que los aliados utilizaran Cherburgo antes de finales de agosto. Más crítico para Rommel, el avance estadounidense en el Cotentin amplió aún más el frente que sus fuerzas ya sobredimensionadas tenían que cubrir, obligándolo a adelgazar peligrosamente sus líneas, sin ninguna reserva blindada aún reunida para contrarrestar cualquier nuevo ataque aliado desde la cabeza de puente de Normandía. Peor aún, las divisiones que sostenían esa fachada estaban siendo desangradas: los reemplazos, tanto de hombres como de equipo, representaban menos de una décima parte de las pérdidas, mientras que los suministros de municiones, por las razones que fueran, no llegaban a las tropas en lo que los británicos llamaban sarcásticamente extremo puntiagudo del palo ". En resumen, a Rommel se le pedía que defendiera cada vez más con cada vez menos.

Con esta amarga realidad en mente, el 29 de junio, el mismo día en que cayó Cherburgo, Rommel, junto con von Rundstedt, se reunió nuevamente con Hitler, esta vez en Berchtesgaden. De camino al nido de la montaña del Führer, los dos mariscales de campo coincidieron en que había llegado el momento de decirle sin rodeos a Hitler que no había esperanza de salvar la situación militar en Occidente: la única esperanza de Alemania era una solución política. Rommel fue especialmente firme en esto, declarando que "La guerra debe terminar y se lo diré al Führer, clara e inequívocamente". Presentaron informes concisos pero detallados sobre la debacle que se avecinaba en Francia, insistiendo en que se permitiera al ejército retirarse detrás del Sena, donde se esperaba que se pudiera establecer una nueva línea defensiva. Hitler, por supuesto, no quería nada de eso, insistiendo en que la "defensa fanática" salvaría el día. Rommel trató de dirigir la atención del Führer a cuestiones estratégicas más amplias, sugiriendo que había llegado el momento de una solución política para poner fin a la guerra. Hitler no quiso ni oír hablar de ello: en cambio, sometió a Rommel y von Rundstedt a uno de sus interminables monólogos militares, este esbozando cómo pretendía darle la vuelta a la situación en Occidente.

Primero, insistió, se detendrían los actuales ataques aliados, aunque no podía decir cómo se llevaría a cabo, especialmente porque los dos mariscales de campo le acababan de informar que los medios para hacerlo ya no existían. A continuación, las nuevas armas maravillosas de la Luftwaffe, los cazas a reacción y los bombarderos propulsados ​​por cohetes, crearían el caos sobre la cabeza de playa aliada, de nuevo una declaración que tenía poca o ninguna relación con la realidad, ya que muy pocos cazas a reacción y ninguno de los bombarderos con cohetes todavía. existía en este punto. Sin preocuparse por tales detalles, declaró que 1.000 nuevos cazas convencionales comenzarían operaciones en Occidente, restaurando temporalmente la superioridad aérea de la Luftwaffe y reduciendo o eliminando por completo la amenaza de los cazabombarderos aliados. Nuevamente detalles menores: ¿dónde adquiriría Alemania los pilotos para volar? ¿Estos nuevos aviones y la gasolina de aviación para alimentarlos? Se dejaron de lado: si Hitler deseaba que algo fuera así, entonces, en su realidad cada vez más fracturada, simplemente se hizo así. Ayudando en el esfuerzo por suprimir el poder aéreo aliado, las defensas antiaéreas a lo largo de las carreteras entre París y el frente se fortalecerían enormemente; las pistolas y los tornillos de pistola necesarios para que esto sucediera simplemente no existían, por supuesto. Los esfuerzos para extraer las aguas de las playas de invasión aliada iban a intensificarse, mientras que una docena de Schnelle Boote (los Aliados los conocían como "E-boats") y ocho submarinos causarían estragos en la flota de apoyo frente a la costa de Normandía, lo mismo flota protegida por casi 100 destructores y cruceros aliados.

Al final de este fantástico recital, Rommel simplemente miró fijamente a Hitler con desconcierto y luego preguntó abruptamente al Führer si realmente creía que Alemania aún podía ganar la guerra. Cuando Hitler no respondió, Rommel continuó diciendo que su propia responsabilidad con el pueblo alemán requería que el dictador aceptara la verdad sobre la situación estratégica, militar y política de Alemania. En respuesta, Hitler golpeó con el puño la mesa de conferencias e insistió furiosamente en que Rommel se limitara a asuntos puramente militares; Rommel respondió insistiendo en que "¡La historia me exige que primero me ocupe de nuestra situación general!" Cuando se le advirtió de nuevo que solo debía hablar sobre temas militares, Rommel intentó una vez más, intentando, como él mismo lo expresó, "hablar en nombre de Alemania". En ese momento, tanto Rommel como von Rundstedt fueron despedidos de la presencia del Führer.

Ambos hombres salieron de Berchtesgaden convencidos de que sus carreras militares habían terminado. Esto resultó ser cierto en el caso de von Rundstedt, al menos temporalmente: el día después de la reunión con Hitler, Geyr von Schweppenburg solicitó permiso para retirar sus panzers fuera del alcance de los cañones navales aliados con el fin de organizar un ataque planeado contra Caen, permiso von Rundstedt cedió fácilmente. En 24 horas, Hitler había derogado esas instrucciones, y von Rundstedt telefoneó al O.K.W., exigiendo furiosamente que se permitiera que sus órdenes a Geyr permanecieran en pie. El mariscal de campo Keitel se negó a acercarse a Hitler por temor a otra de las rabietas casi psicóticas del Führer. Alegando impotencia, Keitel le preguntó a von Rundstedt "¿Qué haremos?" Von Rundstedt, exasperado, respondió: "¡Hagan las paces, tontos!" Cuando la noticia de este arrebato llegó a Hitler al día siguiente, von Rundstedt fue destituido del mando de OB West.

Sorprendentemente, Rommel mantuvo su puesto, pero se estaba convirtiendo en un deber cada vez más sombrío. El 5 de julio, en un bosque cerca de St Pierre-sur-Dives, Rommel se reunió con Geyr von Schweppenburg, que apenas se había recuperado de las heridas que había sufrido un mes antes, para comunicarle oficialmente el despido de Geyr. "Vengo a decirle que se ha sentido aliviado", le dijo a von Schweppenburg. “Rundstedt también lo ha sido; Soy el siguiente en la lista ". Hitler, cuyo vocabulario militar en ese momento se redujo esencialmente a "¡Sin retirada!" y "¡Lucha hasta el último asalto y el último hombre!" había tomado la solicitud de von Schweppenburg de llevar a cabo una retirada táctica como, a pesar de todas las pruebas en contrario, un signo de derrotismo, por lo que Geyr tuvo que irse. Su lugar lo ocupó el SS Oberst-Gruppenführer Josef "Sepp" Dietrich, un veterano de combate duro y experimentado, pero que carecía de las habilidades operativas de Geyr. Dietrich llevaría a cabo el ataque planeado de von Schweppenburg: bajo un bombardeo casi constante mientras los panzer se reunían, la fuerza atacante estaba mal organizada y el ataque mal coordinado, exactamente como Geyr había temido; no logró más que una ampliación de las listas de bajas alemanas. Mientras tanto, a Rommel le resultaba desagradable la tarea de informar a Geyr de su relevo: había llegado, a pesar de sí mismo, a respetar al aristócrata prusiano, y le resultaba cada vez más indignante que el fanático de Berchtesgaden se negara a permitir que los buenos oficiales simplemente actuaran. sus trabajos. La escritura estaba en la pared para Rommel: Hitler estaba perdiendo la guerra y destruyendo al ejército alemán en el proceso; antes de terminar, también destruiría Alemania.

Los acontecimientos se dirigían ahora a un clímax imprevisto tanto para Rommel como para Hitler. Tomando el lugar de von Rundstedt como OB Oeste estaba el mariscal de campo Günther von Kluge, quien había sido comandante del Cuarto Ejército en Francia en 1940 (Rommel había sido uno de sus comandantes de división), y quien luego dirigió el Grupo de Ejércitos Centro en Rusia en 1942 y 1943. Gravemente herido en octubre de 1943 cuando su automóvil volcó en una carretera helada cerca de Smolensk, fue invalidado de regreso a Alemania y no se declaró apto para regresar al servicio hasta mediados de julio de 1944. Incluso antes de llegar a Francia, von Kluge ya había desarrollado un negativo opinión de Rommel, habiendo escuchado con demasiada atención los chismes que volaban sobre el OKW y el cuartel general del Führer: Hitler, Keitel y Jodl habían caracterizado a Rommel como terco, insubordinado y derrotista. Von Kluge, entonces, llegó a París decidido a poner freno al mariscal de campo inconformista. Fue no mucho antes de que la esencia de algunos comentarios intemperantes de von Kluge llegara a Rommel, quien, siempre sensible a los desaires, reales o percibidos, exigió que von Kluge se explicara.

5 de julio de 1944

Para C.-IN-C. OESTE.

HERR GENERALFELDMARSCHALL VON KLUGE.

Les envío adjunto mis comentarios sobre los acontecimientos militares en Normandía hasta la fecha. La reprimenda que me dirigió al comienzo de su visita, en presencia de mi Jefe de Estado Mayor y 1a, en el sentido de que yo también "ahora tendré que acostumbrarme a cumplir las órdenes", me ha herido profundamente. . Le pido que me notifique los motivos que tiene para hacer tal acusación.

(Firmado) ROMMEL

Generalfeldmarschall

Sabiendo muy bien dónde probablemente se había originado el prejuicio de von Kluge, Rommel había incluido con su carta personal al nuevo OB West una copia del informe que había presentado a Hitler el 17 de junio, que detallaba los detalles estratégicos, operativos y tácticos de la situación. en Francia, junto con sus observaciones, críticas y sugerencias para librar adecuadamente la batalla. Von Kluge no tardó mucho en descubrir quién decía la verdad y quién soltaba fantasías. Cuando le resultó obvio que Hitler y el O.K.W. había mentido a sabiendas sobre la situación en Normandía, que no era simplemente grave, era una crisis total, dio un giro total y estuvo de acuerdo de todo corazón con Rommel: la batalla estaba perdida, lo que significaba que la guerra misma se perdió. Lo mejor que podían esperar lograr era ganar tiempo, pero ¿con qué fin?

Rommel, en particular, había perdido la fe en las "armas maravillosas". Al principio le habían intrigado los V-1, y su pura novedad le atraía al ingeniero que había en él. Pero aunque las "bombas de ruido" podrían influir en la estrategia de los Aliados en Francia, no tuvieron ningún efecto en la capacidad de los Aliados para hacer la guerra allí. En cuanto a los V-2, los aviones de combate, los cohetes bombarderos, todos ellos eran, en opinión de Rommel, simplemente más manifestaciones del wolkenkuckkucksheim de Hitler. Manfred una vez le comentó a su padre que tal vez las nuevas armas cambiarían el rumbo a favor de Alemania, Rommel respondió: "¡Basura! Nadie tiene tales armas. El único propósito de estos rumores es hacer que el soldado ordinario aguante un poco más. Hemos terminado, y la mayoría de los caballeros de arriba lo saben perfectamente bien, aunque no lo admitan. . . . " Von Kluge y Rommel estuvieron de acuerdo en que simplemente prolongar la guerra por sí mismo no logró nada, salvo matar a más alemanes y traer más destrucción sobre Alemania y, de manera inquietante, permitir que los rusos se acercaran al Reich todos los días. Götterdämmerung se avecinaba, y si "los caballeros de arriba" se negaban a reconocer que esto era así y actuar para evitarlo, entonces otros hombres tendrían que actuar como mejor les pareciera para evitarlo.

Rommel hizo un último esfuerzo para hacer que el Führer y el O.K.W. entienda la razón, redactando un informe —que von Kluge apoyó firmemente— en el que esperaba que los hechos hablaran por sí mismos. Es un documento notable en su naturaleza pura y sencilla, que refleja el carácter de su autor, que indica no solo la situación que existe, sino también al predecir con precisión lo que está por venir.

C.-IN-C. GRUPO EJÉRCITO B H.Q. 15 de julio de 1943

La situación en el frente de Normandía empeora cada día y ahora se acerca a una grave crisis

Debido a la severidad de los combates, el enorme uso de material por parte del enemigo sobre todo, artillería y tanques y el efecto de su dominio ilimitado del aire sobre el área de batalla, nuestras bajas son tan altas que el poder de combate de nuestras divisiones está disminuyendo rápidamente. . Los reemplazos desde casa son pocos y, con la difícil situación del transporte, tardan semanas en llegar al frente. Frente a 97.000 bajas (incluidos 2.360 oficiales), es decir, un promedio de 2.500 a 3.000 por día, los reemplazos hasta la fecha son 10.000, de los cuales cerca de 6.000 han llegado al frente.

Las pérdidas materiales también son enormes y hasta ahora se han reemplazado a muy pequeña escala; en los tanques, por ejemplo, hasta la fecha sólo han llegado 17 recambios frente a 225 pérdidas.

Las divisiones de infantería recién llegadas son crudas y, con su pequeño establecimiento de artillería, cañones antitanques y armas antitanques de combate cuerpo a cuerpo, no están en condiciones de resistir durante mucho tiempo contra los principales ataques enemigos que vienen después de horas de bombardeos y bombardeos intensos. Los combates han demostrado que con este uso de material por parte del enemigo, incluso el ejército más valiente será aplastado pieza por pieza, perdiendo hombres, armas y territorio en el proceso.

Debido a la destrucción del sistema ferroviario y la amenaza de la fuerza aérea enemiga a las carreteras y vías hasta 90 millas detrás del frente, las condiciones de suministro son tan malas que solo se pueden llevar al frente lo esencial. En consecuencia, ahora es necesario ejercer la mayor economía en todos los campos, y especialmente en municiones de artillería y mortero. Es poco probable que estas condiciones mejoren, ya que la acción del enemigo está reduciendo constantemente la capacidad de transporte disponible. Además, es probable que esta actividad en el aire se convierta en incluso más eficaz a medida que se utilizan las numerosas bandas de aire en la cabeza de puente.

No se pueden traer nuevas fuerzas de importancia al frente de Normandía, excepto debilitando el frente del XV Ejército en el Canal de la Mancha, o el frente del Mediterráneo en el sur de Francia. Sin embargo, el frente del Séptimo Ejército, tomado en conjunto, requiere urgentemente dos nuevas divisiones, ya que las tropas en Normandía están agotadas.

Por el lado del enemigo, cada día fluyen nuevas fuerzas y grandes cantidades de material de guerra a su frente. Sus suministros no son perturbados por nuestra fuerza aérea. La presión enemiga es cada vez más fuerte.

En estas circunstancias, debemos esperar que en un futuro previsible el enemigo consiga atravesar nuestro delgado frente, sobre todo el del Séptimo Ejército, y penetrar profundamente en Francia. Aparte de las reservas sectoriales del Grupo Panzer, que actualmente están atadas por los combates en su propio frente y debido al mando del aire del enemigo solo pueden moverse de noche, no disponemos de ninguna reserva móvil para la defensa contra tal avance. La acción de nuestra fuerza aérea, como en el pasado, tendrá poco efecto.

Las tropas luchan heroicamente por todas partes, pero la lucha desigual se acerca a su fin. Es urgentemente necesario sacar la conclusión adecuada de esta situación. Como C.-in-C. del Grupo de Ejércitos, me siento obligado a hablar claramente sobre este punto.

(Firmado) ROMMEL

El 16 de julio, leyendo los mapas mientras el cabo Daniel conducía el gran sedán Horsch abierto, Rommel se dirigió a las afueras de Le Havre, donde la 17.a División de Campaña de la Luftwaffe mantenía parte del frente contra los blindados británicos concentrados alrededor de Caen. Allí se reunió con el personal de la división, incluido el oficial de operaciones, el teniente coronel Elmar Warning, que había servido durante un tiempo en el personal de Rommel en el norte de África y que todavía lucía con orgullo su brazalete Afrika Korps. Confiado en que estaba en presencia de un amigo de confianza, Rommel fue directo cuando Warning le preguntó en privado la verdad sobre la situación general en Normandía, porque, como Warning dijo, “podemos contar los días libres en los botones de nuestra túnica antes de la llega el gran avance ".

"Les diré todo esto", dijo Rommel. "El mariscal de campo von Kluge y yo le hemos enviado un ultimátum al Führer, diciéndole que la guerra no se puede ganar militarmente y pidiéndole que dibuje las consecuencias".

"¿Y si el Führer se niega?" Advertencia se preguntó. La respuesta de Rommel llegó sin dudarlo.

"Entonces voy a abrir el frente occidental, porque solo hay una cosa que importa ahora: ¡los británicos y los estadounidenses deben llegar a Berlín antes que los rusos!"

A la mañana siguiente, 17 de julio, Rommel, que recorría hasta 250 millas por día conduciendo entre su cuartel general en La Roche Guyon y las unidades que luchaban en el frente, se dispuso a reunirse con Sepp Dietrich, comandante del 1er SS Panzer. Cuerpo. Aunque no es particularmente admirable, Dietrich fue un individuo intrigante: al igual que Hitler, fue galardonado con la Cruz de Hierro, 1ª y 2ª clase, como alistado en la Primera Guerra Mundial; se unió al Partido Nazi en 1928 y se convirtió en uno de los primeros oficiales al mando de la Schutzstaffel, las SS, cuando todavía era solo el guardaespaldas de Hitler, y luego sirvió como chofer personal de Hitler. Entonces, dada su historia, su lealtad al Führer y al Partido debería haber sido total y absoluta; sin embargo, según Helmuth Lang, después de que se completaron los aspectos puramente militares de la conferencia con Dietrich, Rommel tuvo la conversación más asombrosa con el general de las SS. Bien, al alcance del oído de Lang, Rommel le preguntó sin rodeos a Dietrich: "¿Siempre ejecutarías mis órdenes, incluso si contradecían las órdenes del Führer?"

"Usted es mi oficial superior, Herr Feldmarschall", respondió Dietrich, ofreciéndole la mano a Rommel, "y por lo tanto obedeceré todas sus órdenes, sea lo que sea que esté planeando".

Con eso, el negocio de Rommel en la sede de Dietrich estaba completo, y en cuestión de minutos estaba en camino de regreso a La Roche Guyon. Dietrich sugirió que, dada su proximidad al frente, Rommel y sus hombres tomaran un kübelwagen ordinario en lugar del grande y llamativo Horsch, pero Rommel rechazó la idea: los kübels eran apretados, incómodos y lentos. Aceptó la recomendación del hombre de las SS de permanecer en las carreteras secundarias en lugar de las carreteras principales, para evitar mejor los cazabombarderos aliados itinerantes. Poco después de las 4:00 p.m., el cabo Daniel se alejó rugiendo de St Pierre sur Dives; Rommel se sentó al frente como de costumbre, el Capitán Lang, el Mayor Neuhaus y Feld-webel Hoike (que había sido traído específicamente como observador de aviones) ocupando sus lugares en la parte trasera. Mientras viajaban hacia el sur, nunca recorrían más de una milla, a menudo no más de unos pocos cientos de yardas, sin pasar los restos ametrallados, a menudo quemados, de camiones, tanques y vehículos blindados de la Wehrmacht y SS que habían sido destruidos por británicos o Aviones americanos. Cerca de Sainte-Foy-de-Montgommery, Hoike vio una formación de combatientes aliados que parecían estar haciendo fila para una carrera de ametrallamiento en la carretera. Rommel ordenó al cabo Daniel para tomar una carretera lateral que atravesaba el pueblo de Sainte-Germaine-de-Montgommery, y fue allí donde aparecieron de repente un par de Spitfires de la Royal Air Force. Daniel zigzagueó desesperadamente para desviar la puntería de los pilotos británicos, pero una ráfaga de fuego de cañón de 20 mm cruzó la carretera y entró en el coche, hiriendo gravemente a Daniel, que perdió el control del gran Horsch. El automóvil patinó 100 yardas antes de caer en la zanja junto a la carretera, chocó contra un árbol y rebotó en la carretera de nuevo; todos en el coche quedaron despejados por el impacto inicial. Lang estaba prácticamente ileso, Neuhaus y Hoike sufrieron heridas leves; pero las heridas de Daniel fueron fatales: entraría en coma y moriría unas horas después. Rommel, que se había girado a la derecha para observar el acercamiento de los cazas enemigos, fue arrojado violentamente contra el pilar del parabrisas, fracturando su cráneo en tres lugares y sufriendo heridas masivas en el lado izquierdo de su rostro antes de ser arrojado a la calzada. Erwin Rommel, inconsciente y sangrando profusamente, había llegado al final de su guerra.

lunes, 28 de diciembre de 2020

PGM: La tregua de Navidad y su rol en la profesión militar

El último suspiro de paz: la tregua navideña de 1914 y la profesión de armas moderna

Joseph D. Eanett || War on the Rocks



La tregua de Navidad de 1914

Nota del editor: este artículo se publicó originalmente en 2019.

La historia de la tregua navideña de 1914 a menudo se considera "desarrollada", especialmente en los círculos históricos, pero es una historia convincente; su mejor y más impactante papel está en las mentes jóvenes de los militares que aún no lo han escuchado. Es difícil para la mayoría aceptar los horrores del frente occidental, e igualmente desafiante comprender la disposición de los soldados a dejar de lado sus diferencias en medio de tanta muerte. Las acciones de la tregua navideña no se hacen eco del heroísmo de Pickett's Charge, la audacia de Theodore Roosevelt Jr. usando su bastón para dirigir aterrizajes en Utah Beach, o la valentía del USS Johnston cargando contra la flota japonesa en la Batalla frente a Samar. Durante los últimos doce años, he vuelto a esta historia todos los años como un momento de enseñanza para los aviadores que he dirigido, y ahora para los guardiamarinas que enseño en la Academia Naval de los Estados Unidos. Ha sido un marco valioso para mí recordarles lo serios que son sus trabajos. Es extraño considerar que enseño esto a los miembros de la Fuerza Aérea y la Armada, los servicios con menos aprecio por las trincheras de la Primera Guerra Mundial, pero creo que eso es lo que lo hace más importante. La mayoría de los miembros de estos servicios soportan la carga particular de ejecutar el combate sin mirar a los ojos al enemigo. Pero la lección de la tregua es importante para todos los servicios armados. Los miembros de la profesión de las armas deberían recordar la tregua de Navidad por todo lo que fue, y deberían aprender sobre ella por todas las cosas que no fue.

Al final de los primeros cuatro meses de la Primera Guerra Mundial, los ejércitos en Europa habían experimentado lo que pudo haber sido la mayor sangría militar de la historia. Entre agosto y diciembre de 1914, 116.000 soldados alemanes y 189.000 austrohúngaros murieron, pero aún no llegaron a los 16.200 soldados de la Fuerza Expedicionaria Británica y 30.000 belgas muertos junto con los 300.000 soldados franceses que aplastaban el alma en el mismo período de cuatro meses. . En el frente oriental, las bajas rusas se acercaron a los 2 millones.

El número de militares muertos durante los primeros cuatro meses de la Primera Guerra Mundial no desconcierta a la mayoría de los historiadores. Después de todo, es solo una fracción del costo total de esa guerra. Sin embargo, para aquellos que recién se unen al ejército de hoy, el contexto moderno proporciona una dosis punzante de realidad. El número total de militares (fuerzas estadounidenses y de la coalición, así como militares locales y policías nacionales) muertos en la "Guerra global contra el terrorismo" entre octubre de 2001 y noviembre de 2018 fue de poco más de 125.000, con un poco menos de opositores muertos. Más hombres murieron en un lado de las trincheras en cuatro meses que en combate en una guerra que ahora se extiende hasta su decimonoveno año. Ese tipo de pérdida, en términos humanos, y mucho menos los costos para la estrategia militar y el capital político, es verdaderamente insondable.

Entre ese nivel de muerte en ambos lados, la idea de que un momento de paz amistosa podría estallar espontáneamente le parece a la mente moderna casi una tontería, una tontería mental. Sin embargo, sucedió. No hubo un lugar o unidad en particular donde comenzó la tregua. No irrumpió, como Athena, en los campos de la Primera Guerra Mundial completamente formado. Creció lenta y esporádicamente en muchas áreas al mismo tiempo. No había un plan unificado ni una conspiración para comenzar tales treguas, aunque los líderes superiores las anticiparon. El general Erich von Falkenhayn, jefe del Estado Mayor alemán, prohibió expresamente tal acción y prometió castigos para quienes intentaran concertar una tregua. Sin embargo, incluso las amenazas de la parte superior de la cadena no pudieron competir con el espíritu festivo de los hombres en las trincheras.

En la víspera de Navidad de 1914 comenzaron las oberturas. Dado el amor por la Navidad generalmente asociado con la cultura y la tradición germánicas, no es sorprendente que las fuerzas alemanas o austriacas instigaran la mayoría de los estallidos de la paz. Durante todo el día, las unidades alemanas enviaron soldados de bajo rango para abastecer depósitos en las líneas traseras para asegurar alimentos especiales, correo y pequeños árboles de Navidad de mano con velas y decoraciones. Carl Mühlegg, un soldado del 17 ° Regimiento de Baviera estacionado cerca de Langemarck, completó la caminata de dieciocho millas de ida y vuelta para entregar un árbol a su capitán. El oficial encendió solemnemente las velas y deseó la paz para sus soldados, Alemania y el mundo. Mühlegg escribió más tarde: "Nunca fui más consciente de la locura de la guerra".

En zonas aisladas a lo largo del frente occidental, la mayoría de los disparos cesaron en Nochebuena y, a lo largo del día, el cese se extendió. Cuando el crepúsculo invadió Francia, la violencia era la rareza. La mayoría de las proposiciones de paz comenzaron de manera razonablemente inocua. En la noche tranquila, sin el estruendo de fondo de disparos de artillería y fusiles, los soldados intercambiaron gritos entre las trincheras para desearse unos a otros “Feliz Navidad”, así como pasar los comentarios sarcásticos tradicionales y las charlas basura que se esperan de los miembros de las fuerzas armadas. Compartieron estos saludos con pancartas y pizarrones, pero principalmente a través de canciones, ya que las canciones de los regimientos alemanes se encontraban con interpretaciones británicas de música popular, y se iba y venía entre las trincheras. Al caer la noche, el Frente Occidental adquirió un aspecto diferente. Cerca de la Chapelle d'Armentières, en la frontera franco-belga, árboles de Navidad con velas encendidas se alineaban en las murallas de las trincheras alemanas "como las candilejas de un teatro", según un soldado británico. Con este telón de fondo, las versiones alemanas de "Stille Nacht" (Noche de paz) flotaban suavemente sobre las líneas de las trincheras. Los británicos escucharon asombrados. Al concluir la canción, varias unidades británicas, algunas incluso para su sorpresa, estallaron en aplausos o lanzaron bengalas para indicar su aprobación. Los británicos exigieron bises y se desarrollaron competencias de villancicos ad hoc en todo el frente occidental.

Del canto surgieron las primeras oberturas para cruzar la Tierra de Nadie. Los letreros que pedían "no pelear" y se deseaban Feliz Navidad pronto se convirtieron en solicitudes para hablar. En las líneas francesas, los oficiales alemanes llamaron “Kamarades, Kamarades! ¡Cita!" mientras agitaba banderas blancas. Cuando amaneció el día de Navidad, las armas permanecieron en silencio, excepto en las áreas de contacto entre rusos y serbios, y donde los legionarios extranjeros franceses estaban desplegados en Alsacia. Los actos de amistad fueron variados, dependiendo de la zona, la naturaleza de las tropas de ambos bandos y el paisaje del campo de batalla. El más común fue el intercambio de baratijas. Los soldados intercambiaban botones, insignias de gorras, insignias y cigarrillos, pero los intercambios más preciados eran las pequeñas latas de dulces y tabaco que el Fondo de Navidad de los Soldados y Marineros de la Princesa María les regalaba a los miembros de las Fuerzas Expedicionarias Británicas y la hebilla del cinturón alemana estampada con el lema Gott mit uns (Dios está con nosotros).

También se produjeron actos menos tradicionales. Los soldados llevaron a cabo ceremonias de entierro en Tierra de Nadie para los soldados caídos aún no recuperados de ambos bandos. Asistieron soldados de ambos ejércitos y un capellán de cada trinchera leyó el servicio, alternando entre inglés y alemán. Se compartieron alimentos y bebidas, se intercambiaron historias y cartas, y los soldados intercambiaron direcciones para poder escribirse después de la guerra. El segundo Royal Welsh Fusiliers compartió dos barriles de cerveza con los alemanes, aunque ningún ejército tuvo el estómago para disfrutar de la cerveza francesa, que ambas partes describieron, en las palabras más positivas, como "podrida".

Los más famosos de todos fueron los partidos de fútbol (partidos de fútbol, ​​para nosotros, los paganos estadounidenses). En las zonas donde la Tierra de Nadie no era un paisaje arruinado de cráteres, los soldados aprovecharon la tregua para correr libremente al aire libre más allá de las trincheras. La gran mayoría de los partidos fueron partidos amistosos o competiciones dentro y entre unidades. Sin embargo, hubo varios casos de fútbol entre trincheras en el sector de Flandes. A menudo, algunos de los mejores trueques se realizaban como parte de la obtención de la victoria en uno de los partidos, como cuando los Sutherland Highlanders, vestidos con faldas escocesas, desafiaban al 133. ° Regimiento Sajón a un partido por una botella de aguardiente. No hubo un acuerdo universal sobre el vencedor de los partidos en esta Copa [de Guerra] Mundial de 1914, con partidos a favor de ambos lados en múltiples ocasiones.

La paz no iba a durar. A medida que los informes de las actividades de la tregua se extendieron por las distintas cadenas de mando, la respuesta de los altos mandos fue menos que entusiasta. El mariscal de campo Sir John French, comandante en jefe de las Fuerzas Expedicionarias Británicas, enojado por la contravención de órdenes anteriores para evitar tal comportamiento, recordó que "emití órdenes inmediatas para prevenir la repetición de tal conducta" y ordenó castigos para aquellos que supieran han fraternizado con el enemigo. La respuesta no fue más silenciosa en el cuartel general de los ejércitos francés, belga, alemán o austrohúngaro, con amenazas de castigo mezcladas con órdenes de reanudar los bombardeos. Los periódicos y las fotografías causaron bastante sensación de paz espontánea, pero a pesar del éxito de la tregua en 1914 y la profundidad de su significado para los soldados, nunca volvió a repetirse.

Los soldados que cruzaron las trincheras el día de Navidad no fueron un movimiento para poner fin a la guerra, y nadie esperaba que el alto el fuego se extendiera más allá del día. Un soldado británico relató: “Ese día no hubo ni un átomo de odio en ninguno de los lados. Y, sin embargo, de nuestro lado, ni por un momento se relajó la voluntad de guerra y la voluntad de vencerlos ". Después del día de paz, los soldados se separaron con el entendimiento de que podían ser amigos, pero no amigos. Un soldado alemán se despidió de su homólogo diciendo: “Hoy tenemos paz. Mañana luchas por tu país; Yo lucho por el mío. Buena suerte." Hubo intentos de otra tregua en 1915, pero en una escala y duración dramáticamente más limitadas. Los acontecimientos de la guerra conquistaron la mente de los soldados. La primavera de 1915 vio el hundimiento del Lusitania y la apertura de una guerra submarina sin restricciones, así como los primeros bombardeos de zepelines de Londres y el primer uso de gas venenoso en Ypres. Para la Navidad de 1916, la solidaridad de los soldados fue reemplazada por la animosidad por la duración, el espanto y el desarrollo de la guerra, y los sentimientos de la tregua navideña nunca volvieron.

Encuentro un significado notablemente profundo en los eventos de la Tregua de Navidad por la única razón de que, entre tanta destrucción, ninguna cantidad de odio o amargura pudo superar su humanidad común. Este hecho me ha obligado a compartir esta historia con mis aviadores y, más recientemente, con mis guardiamarinas, cada diciembre. Entre los aproximadamente 2,000 miembros del servicio con los que he trabajado en mi carrera hasta ahora, hay un impacto duradero para aquellos que tuvieron la paciencia para leer o escuchar. Cada vez, relato los detalles de la tregua y los horrores del Frente Occidental, trato de compartir la siguiente lección: El deber y la humanidad son virtudes que unen a todos en la profesión de las armas, pero existen en tensión entre sí y deben estar precariamente equilibrado.

Los soldados de la Primera Guerra Mundial pasaron un día celebrando su humanidad común y otro 1.567 destruyéndola. La guerra continuaría y se cobraría la vida de otros siete millones de soldados. Fue una instancia breve e irrepetible. Ninguna persona en las trincheras de 1914 tenía la autoridad para poner fin a la guerra, y tanto su disciplina como su honor exigían que volvieran a luchar. Cualquier otra cosa sería motín o deserción. Las guerras se libran entre naciones y los soldados no son más que herramientas de esos desacuerdos políticos. Tampoco las lecciones de la tregua de Navidad deben tomarse estrictamente en líneas religiosas. En 1968, las fuerzas estadounidenses decidieron respetar el llamado norvietnamita de un alto el fuego de siete días para la celebración vietnamita del Año Nuevo Lunar, y tres días después la tregua del Tet se convirtió en la ofensiva del Tet. En 1973, Israel fue atacado por una coalición liderada por Egipto en Yom Kippur, que también cayó dentro del mes sagrado de Ramadán.

La lección más importante de la tregua navideña no tiene nada que ver con la religión, las vacaciones o la paz. No estoy defendiendo que no busquemos matar al enemigo o destruir su capacidad para la guerra. En realidad, todo lo contrario. La imagen de esos soldados dándose la mano en Tierra de Nadie tiene el único propósito de recordarnos que el enemigo es humano. Existe un vínculo inextricable de similitudes, incluso entre soldados que luchan entre sí. Ya sea observando enemigos en una trinchera vecina o siguiéndolos desde miles de millas de distancia a través de la lente de un avión no tripulado, es responsabilidad de todos los miembros de la profesión de las armas reconocer la carga que conlleva quitar vidas. Usamos términos como "hombre en edad militar" porque facilita la decisión de ataque. No se nos recuerda que el objetivo es un hijo, hermano o padre con su propia lista de metas y deseos en la vida. La tregua de Navidad debería recordar a todos los miembros del servicio la increíble gravedad de nuestro papel.

Es un trabajo dificil. Como miembros del servicio, estamos listos para llevar a cabo actos de violencia en nombre de otros. La razón por la que existimos es para lastimar a la gente y romper cosas. No es una responsabilidad que deba tomarse a la ligera, ni algo que deba tomarse en broma. Estamos en defensa de los demás, ya sea como soldados o infantes de marina con el poder de la vida o la muerte sobre los insurgentes, o como aviadores y marineros dispuestos a lanzar miles de armas nucleares en cualquier momento. Ese nivel de responsabilidad, hacia la nación, hacia los demás y hacia la humanidad, es increíble y habla de la confianza depositada en nosotros por los ciudadanos del mundo.

El combate es el reino de los soldados, el arte desapasionado de tomar y mantener el campo de batalla mediante la victoria sobre las fuerzas opuestas por la fuerza de las armas. No debe haber ira ni odio en combate. Los soldados de cada lado están haciendo su trabajo. Sin embargo, parece que los casos de respeto entre fuerzas opuestas se han reducido significativamente desde la Segunda Guerra Mundial. Actos como los saludos de respeto de los marineros japoneses a la tripulación del USS Johnston después de su heroica última batalla en la batalla del golfo de Leyte, o la escolta de un B-17 lisiado e indefenso por un caza alemán más allá del alcance del fuego antiaéreo. , son mucho más difíciles de encontrar en el mundo de la Guerra Fría y de la posguerra fría. Reconocer la humanidad de un enemigo y, sin embargo, cumplir con el deber de matar aumenta drásticamente el peso de las cargas de esos soldados, ya que aceptan el verdadero costo moral de la guerra. Es importante que las generaciones sucesivas se esfuercen por librar guerras con un listón moral tan alto.

Termino todos los años de la misma manera. Les recuerdo a mis alumnos la afirmación del presidente Kennedy en el discurso de graduación de la clase de 1963 de la American University, cuando nos recordó que “en el análisis final, nuestro vínculo común más básico es que todos habitamos este pequeño planeta. Todos respiramos el mismo aire. Todos valoramos el futuro de nuestros hijos. Y todos somos mortales." Finalmente, doy un cargo a todos, ya sean aviadores o guardiamarinas, y ahora el mundo. Les pido que consideren qué ira pueden soltar, qué odio se podría perdonar o qué enemistad terminar, si tan solo estuvieran dispuestos a salir de sus trincheras. ¿Qué puede lograr una persona, y qué puede lograr toda la humanidad, si solo por un día se dejaran todos los viejos odios, se partiera el pan con los enemigos y todos llegaran a la cruda comprensión de que somos igualmente humanos?

jueves, 3 de diciembre de 2020

Japón Imperial: La enjundia militarista (1920-45)

Legado del ejército imperial japonés 1920-45

W&W

El 16 de agosto de 1945, el Mayor Sugi Shigeru condujo a unos 100 jóvenes soldados de la escuela de entrenamiento de señales aéreas del ejército en la prefectura de Ibaraki a Tokio para proteger al emperador de la inminente ocupación aliada. La División de la Guardia, que era responsable de defender el palacio, los ahuyentó, pero el grupo se congregó en el Parque Ueno y finalmente ocupó el museo de arte. Más llegadas de la escuela aumentaron su número a alrededor de 400 jóvenes armados y emocionados. Sugi ignoró las órdenes de los oficiales superiores de disolverse, y al día siguiente, el mayor Ishihara Sadakichi, un oficial de la División de Guardia y amigo de Sugi, fue enviado para convencerlo de que se fuera. Mientras los dos hablaban, un subteniente asignado a la escuela de entrenamiento se acercó y mató a tiros a Ishihara. Sugi a su vez disparó y mató al teniente. Los asesinatos rompieron el hechizo de una misión de rescate imperial y las tropas desilusionadas se alejaron. Esa noche, Sugi y otros tres oficiales subalternos se suicidaron. El escenario de la decisiva victoria del ejército en 1868 sobre los partidarios del shogunato Tokugawa se convirtió en el telón de fondo de la violenta llamada a la cortina del ejército imperial en 1945.


Jóvenes reformadores radicales habían creado el nuevo ejército de 1868 y habían forjado intensas relaciones personales como jóvenes en guerra unidos por el peligro. Sus lazos personales crearon una red de conexiones informales que trascendieron las instituciones políticas, militares y burocráticas emergentes. La primera generación de líderes no solo tenía las distintas palancas del poder estatal, sino que también sabía cómo utilizarlas. También poseían una autoafirmación que atraía adeptos y repelía a los oponentes.

Las experiencias formativas del ejército lo dejaron dividido con facciones internas rivales dominadas por fuertes personalidades rivales que tenían visiones diametralmente opuestas de un ejército futuro. La reacción al dominio de Chōshū-Satsuma de los altos rangos militares produjo incondicionales anti-Yamagata como Miura y Soga, quienes simultáneamente representaban una facción francesa que se oponía a la camarilla prusiana de Yamagata y Katsura. Las discusiones sobre los méritos de las diferentes estructuras de fuerzas y las funciones de un estado mayor consumieron la mayor parte de la década de 1880. Aunque el ejército adaptó con éxito las formaciones divisionales y las organizaciones de personal, no logró institucionalizar el proceso de toma de decisiones más alto y formalizar los arreglos de mando y control.

Al carecer de ese aparato, los líderes del ejército tuvieron que confiar en el emperador para resolver los desacuerdos y autorizar la política. De principio a fin, el ejército dependía de su relación con el trono en cuanto a autoridad y legitimidad, y consagró su conexión única con el emperador en la Constitución Meiji. Aunque el ejército aumentaba constantemente su poder, seguía siendo una de las muchas instituciones gubernamentales (que simultáneamente estaban expandiendo su influencia) compitiendo por la certificación imperial. Inicialmente, los líderes del ejército usaban los símbolos del trono para promover el nacionalismo o un sentido de nacionalidad, pero a principios de la década de 1900 estaban manipulando la institución imperial para asegurar estructuras de fuerza y ​​presupuestos más grandes. En la década de 1930 utilizaron apelaciones al trono para justificar actos ilegales en el país y agresiones en el extranjero.

El período formativo realizó su objetivo inmediato, que era la preservación del orden doméstico. Si Japón hubiera caído en el caos civil durante las décadas de 1870 o 1880, la nación podría haber compartido un destino similar al de China. Al sofocar los disturbios civiles y aplastar las insurrecciones armadas, el ejército garantizó el orden interno y se convirtió en la piedra angular del gobierno oligárquico. A partir de entonces, una serie de objetivos de rango medio llevaron a Japón a través de dos guerras regionales limitadas. En cada uno de ellos, el ejército buscó inicialmente proteger las ganancias previamente adquiridas en el continente asiático, y las sucesivas victorias trajeron nuevas adquisiciones que a su vez requirieron protección y fuerzas militares cada vez más grandes.

Entre 1868 y 1905, el ejército jugó un papel importante en el logro del objetivo estratégico nacional nebuloso pero compartido de crear "un país rico y un ejército fuerte". Al menos, el lema sugería un enfoque general para modernizar Japón con el fin de defenderse de enemigos potenciales. El ordenado mundo colonial del imperialismo occidental del siglo XIX encajaba con el enfoque conservador de los oligarcas y líderes militares de Japón, que a menudo eran los mismos individuos. Trabajando en un sistema internacional bien definido, hombres como Yamagata desarrollaron con cautela la estrategia del ejército como reacción a los acontecimientos.

Los sucesores construyeron sobre la base de Yamagata, modificaron las instituciones del ejército para cumplir con los nuevos requisitos e institucionalizaron la doctrina, el entrenamiento y la educación militar profesional. El sistema de reclutamiento en constante expansión adoctrinó a los jóvenes, quienes a su vez transmitieron valores militares a sus comunidades, ya que el ejército se convirtió en una parte aceptada de la sociedad en general. Pero la segunda generación de líderes enfrentó el problema de perpetuar el consenso oligarca, una tarea imposible debido al surgimiento de otras élites fuertes en competencia (la burocracia, los partidos políticos, las grandes empresas) cuyas demandas por sus cuotas de poder e influencia cambiaron inevitablemente las prioridades nacionales. y políticas internacionales.

Además, una vez que la nación había logrado los objetivos de la Restauración Meiji, se requería un nuevo consenso estratégico. Nunca se materializó. El ejército respondió con planes estratégicos que reflejaban intereses de servicio estrechos, no nacionales. La cultura del ejército protegió cada vez más a la institución militar a expensas de la nación. Se podría decir que el ejército siempre se había puesto a sí mismo en primer lugar, pero después de 1905 la tendencia se vio exacerbada por la ausencia de un oponente común acordado, un eje estratégico de avance y requisitos de estructura de fuerzas.

Hasta la Guerra Ruso-Japonesa, se produjeron feroces debates dentro del ejército sobre el futuro de Japón. ¿Debería el gobierno estar satisfecho con ser una potencia menor defendida por un pequeño ejército territorial, o debería Japón, apuntalado por un ejército y una armada expandidos, aspirar a un papel dominante en Asia? La sanción imperial a la política de defensa imperial de 1907 puso a Japón en el último curso debido a los temores de una guerra de venganza rusa, el creciente sentimiento antijaponés en los Estados Unidos y la obsesión por preservar los intereses continentales adquiridos a un gran costo en sangre y tesoros. Las presiones internacionales ayudaron a dar forma al ejército, pero quizás el debate interno, la división y la disensión fueron decisivos en su evolución general. En otras palabras, la formulación de la estrategia, la doctrina y la política interna del ejército decidieron el destino del ejército y de la nación.

Las aspiraciones de Japón de seguridad regional posteriores a 1905 ampliaron las responsabilidades del ejército para abarcar las tareas de guarnición y pacificación en Corea y la zona ferroviaria de Manchuria. El énfasis del ejército en la política de defensa imperial de 1907 tenía como objetivo proteger esos intereses recién adquiridos mediante la realización de operaciones ofensivas contra una Rusia resurgente. La marina, con la intención de expandirse hacia el sur, identificó a Estados Unidos como su oponente potencial. Los objetivos militares no estaban enfocados y la formulación de una estrategia militar a largo plazo fracasó cuando el ejército se comprometió internamente en cuestiones de estructura de la fuerza y ​​externamente con la marina sobre la participación presupuestaria y el eje estratégico de avance.

Con demasiada frecuencia, después de 1907, se sacrificó la planificación estratégica a largo plazo por objetivos específicos de servicio a corto plazo para proteger los presupuestos y resolver las diferencias doctrinales y filosóficas internas. La planificación estratégica formalizada reflejaba los intereses de los servicios parroquiales, no los nacionales, y la estrategia militar dependía habitualmente de planes poco realistas que la nación no podía permitirse. La estrategia militar nunca se integró en una estrategia nacional integral y nunca se coordinó completamente desde arriba. El último consenso del gabinete fue a favor de la guerra con Rusia en 1904, pero incluso entonces no hubo acuerdo de servicio sobre cómo pelear la campaña. La toma de decisiones tuvo menos que ver con la unanimidad nacional que con la ausencia de una estrategia nacional consensuada.

Incapaces y no dispuestos a resolver diferencias fundamentales, los servicios siguieron caminos estratégicos separados y produjeron requisitos operativos y de estructura de fuerza cuya implementación habría llevado a la nación a la bancarrota. Reconociendo esto, la Dieta y los partidos políticos rechazaron sistemáticamente las propuestas más radicales del ejército de mayores asignaciones a principios de la década de 1920. En un momento de flujo global sin precedentes, las fisuras internas plagaron la planificación y las operaciones del ejército, mientras que las fricciones externas con la legislatura, la corte imperial y el público interrumpieron las esperanzas de expansión del servicio.

La austeridad económica intensificó las amargas disputas entre facciones sobre estrategia y estructura de fuerza que estallaron entre Tanaka Giichi, Ugaki Kazushige y Uehara Yusaku. Estos no fueron desacuerdos ociosos sobre números abstractos de divisiones, sino expresiones fundamentales de enfoques sustancialmente diferentes para la guerra futura. Dicho de otra manera, el ejército había pasado de sus camarillas basadas en la personalidad del siglo XIX a grupos de base profesional dirigidos por oficiales que tenían visiones competitivas e incompatibles de la guerra futura. Los tradicionalistas argumentaron que no había necesidad de igualar la tecnología de Occidente porque la próxima guerra de Japón sería en el noreste de Asia, no en Europa Occidental. La dependencia excesiva de la tecnología restaría valor a los valores marciales tradicionales y al espíritu de lucha. Y las propuestas divergentes se convirtieron en opciones de suma cero; el ejército financió al personal o la modernización.

Los importantes realineamientos internacionales después de la Primera Guerra Mundial, particularmente en el noreste de Asia, revitalizaron la misión del ejército. Bajo la estructura internacional revisada de la posguerra, Japón enfrentó un creciente nacionalismo chino, una Unión Soviética resurgente en el norte de Asia y un debilitamiento del control occidental sobre Asia. Las nuevas ideologías del comunismo, la democracia y la autodeterminación nacional amenazaron los valores centrales del ejército al cuestionar la legitimidad del trono imperial. Durante y después de la Primera Guerra Mundial, los requisitos cambiantes para la seguridad nacional reescribieron las reglas que rigen las relaciones internacionales. Las alianzas que habían sido la base de la estabilidad internacional eran sospechosas. Los tratados para reducir armamentos o garantizar oportunidades comerciales aparecieron antijaponeses. Sobre todo, la guerra moderna significaba una guerra total, cuyos preparativos tenían que extenderse más allá de las fronteras nacionales, lo que hacía imposible seguir una política exterior conservadora en un marco internacional bien ordenado y simultáneamente lograr los objetivos militares de autosuficiencia necesarios para librar una guerra total.

Los nuevos teóricos de la guerra de Japón consideraron que la adquisición de los recursos de China eran intereses nacionales vitales y, por lo tanto, elevaron a China a un lugar central en la estrategia del ejército. Los oficiales del ejército se volvieron más agresivos y asertivos hacia China y tomaron decisiones radicales, a menudo unilaterales, sobre seguridad nacional que convirtieron una estrategia tradicionalmente defensiva en una agresiva y adquisitiva. Esta alteración estratégica decisiva puso a Japón en un curso que desafió el orden internacional de posguerra. La acción unilateral de los oficiales del ejército fracasó en China en 1927 y 1928, pero la asombrosa "Conspiración en Mukden" del ejército en 1931 hizo que Manchuria y el norte de China fueran intereses nacionales esenciales. En lugar de que el ejército sirviera a los intereses del estado, el estado pasó a servir al ejército.

Sin embargo, los líderes superiores del ejército no pudieron ponerse de acuerdo sobre los límites de la expansión continental o el tipo de ejército requerido para las formas cambiantes de la guerra. Los amargos enfrentamientos entre Araki y Nagata sobre el momento de la guerra con la Unión Soviética y la modernización del ejército no se resolvieron, solo se llevaron a cabo como disputas entre Ishiwara y Umezu sobre la política de China, el rearme y una estrategia de guerra corta o guerra larga. Del mismo modo, el ministerio de guerra y el estado mayor a menudo se encontraron en desacuerdo sobre decisiones estratégicas durante la Expedición Siberiana, el Incidente de China y la decisión de 1941 de la guerra con la Unión Soviética. Continuaron discutiendo sobre estrategia durante la Guerra de Asia y el Pacífico, en desacuerdo sobre los méritos de mantener un perímetro defensivo extendido, operaciones en Birmania y defensa nacional, entre otros. Las disputas internas fueron enmascaradas por un frente único adoptado contra la Marina, la Dieta, los partidos políticos y el Ministerio de Relaciones Exteriores. Por mucho que a los líderes del ejército les disgustara, incluso en tiempos de guerra tuvieron que lidiar con estas élites en competencia, comprometerse con ellas y negociar para lograr sus fines.

Entre 1916 y 1945, seis generales del ejército se desempeñaron como primer ministro. Solo uno, Tōjō Hideki, mostró la capacidad de controlar a los subordinados y administrar el gabinete, pero su intento de consolidar el control generó enemigos poderosos dentro del ejército que colaboraron para asegurar su caída. Un ministro de guerra dominante como Terauchi Masatake fue víctima de los disturbios del arroz, Tanaka Giichi renunció después del fiasco de Zhang Zuolin, y Hayashi Senjūrō ​​renunció tan pronto después de asumir el cargo de primer ministro que los expertos lo apodaron el gabinete de "come y corre". Abe Nobuyuki sirvió brevemente con poca distinción, y Koiso Kuniaki dimitió tras las derrotas en Filipinas e Iwo Jima, incapaz de coordinar la estrategia militar y nacional.

El estallido de la guerra a gran escala en China en 1937 puso fin a los ambiciosos planes de modernización y rearme del ejército. Pero el ejército no se preparó para la última guerra. Planeó bien para la próxima guerra, solo contra el oponente equivocado. Japón no podía permitirse prepararse simultáneamente para que el ejército luchara contra la Unión Soviética en Manchuria y la marina para luchar contra Estados Unidos en el Pacífico. Dicho de otra manera, los servicios produjeron consistentemente una estrategia militar que la nación no podía permitirse. Solo Estados Unidos tenía los recursos y la capacidad industrial para suscribir una estrategia militar marítima y continental global. Japón fue a la guerra contra el único oponente que nunca pudo derrotar. Los llamamientos al espíritu guerrero para compensar la superioridad material estadounidense enfrentaron a hombres despiadados contra máquinas impersonales en una guerra salvaje que terminó en destrucción atómica.

Las tácticas suicidas, la lucha hasta el último hombre y la brutalidad durante la Guerra de Asia y el Pacífico se convirtieron en el legado del primer ejército moderno de Japón. Sin embargo, el concepto de luchar literalmente hasta la muerte no ganó aceptación popular hasta finales de la década de 1930 y no se institucionalizó hasta 1941. Después de la Guerra Civil Boshin y la Rebelión de Satsuma no hubo suicidios masivos por parte de los rebeldes derrotados. Los suicidios colectivos de dieciséis miembros de la Brigada del Tigre Blanco durante la Guerra Boshin representaron una tragedia de proporciones tan inusuales que el evento quedó consagrado en la memoria popular. Es cierto que los líderes Meiji impusieron crueles castigos a los rebeldes e instigadores de alto rango, pero el nuevo gobierno se esforzó por reintegrar a la sociedad a la mayoría de los ex insurgentes. La propaganda del gobierno y la deificación de los héroes de la guerra durante la Guerra Ruso-Japonesa se cruzaron con una reacción popular a los valores occidentales que revivieron los ideales samuráis derivados como de alguna manera representativos del verdadero espíritu japonés para crear nuevos estándares de conducta en el campo de batalla. Este cambio de actitud finalmente se convirtió en una doctrina táctica y operativa que prohibía la rendición, obligaba a los soldados a luchar hasta la muerte y, en última instancia, respaldaba las tácticas kamikaze de la desesperación de 1944-1945.

Los soldados ordinarios no lucharon sin piedad hasta el amargo final debido a un acervo genético samurái común o una herencia militar. La gran paradoja es que los únicos samuráis en los que los nuevos líderes Meiji confiaron fueron ellos mismos. Las apelaciones a un espíritu guerrero mítico eran dispositivos del gobierno y del ejército para promover la moral de una fuerza de reclutas que ni los líderes civiles ni los militares tenían en gran estima.

En términos macro, los soldados lucharon porque el sistema educativo inculcó un sentido de identidad nacional y responsabilidad hacia el estado, patriotismo y reverencia por los valores imperiales que el ejército a su vez capitalizó para adoctrinar a los reclutas dóciles con valores militares idealizados. A nivel micro, continuaron luchando cuando toda esperanza se había ido por diversas razones institucionales y personales. Los psicólogos del ejército identificaron el entrenamiento duro, la organización sólida, el adoctrinamiento del ejército y el liderazgo de unidades pequeñas como factores para mantener la cohesión de la unidad in extremis. Las reacciones personales fueron tan variadas como las de los reclutas. Algunos lucharon por defender el honor de la familia (generalmente hijos de veteranos), otros simplemente para sobrevivir un día más y la mayoría para apoyar a otros. Según una investigación preliminar reciente, parece que la solidaridad vertical entre los líderes subalternos (tenientes y sargentos superiores) y los reclutas que dirigían desempeñó un papel más importante en la motivación del combate que en los ejércitos occidentales.

Cualquier generalización sobre el desempeño del ejército en Asia-Pacífico durante la guerra requiere salvedades. Las batallas o campañas que terminaban en la destrucción casi total de unidades del ejército solían ocurrir cuando estaban rodeadas, como sucedió en Nomonhan, o defendiendo atolones aislados como Peleliu e islas más pequeñas como Attu, Saipan e Iwo Jima, donde la retirada era imposible. Por el contrario, en Guadalcanal, Nueva Guinea, Luzón y China, las grandes fuerzas del ejército japonés llevaron a cabo retiros tácticos y operativos para preservar la integridad de la unidad. Es cierto que esos ejércitos sufrieron grandes pérdidas, pero la mayoría ocurrió después de que sus sistemas logísticos colapsaron. También hubo ocasiones, como en Leyte, en las que la retirada era una opción, pero la terquedad de los comandantes superiores y la docilidad de los soldados corrientes tuvieron resultados predecibles y desastrosos. La campaña de Mutaguchi en Birmania es probablemente el ejemplo más notorio, pero incluso su ejército maltrecho no luchó hasta el último hombre.

Una evaluación del ejército japonés debe abordar su brutalidad. La conducta del ejército en la Guerra Boshin, la Rebelión Satsuma y la Expedición a Taiwán fue a veces censurable y reflejó una combinación de prácticas militares japonesas tradicionales de la clase samurái y políticas de pacificación colonial occidental de fines del siglo XIX contra los pueblos indígenas. Sin embargo, en 1894, la masacre de chinos del Segundo Ejército en Port Arthur superó los estándares internacionales aceptados, y el ejército reaccionó protegiendo sus intereses, no castigando a los perpetradores. Solo unos años más tarde, durante la Expedición Boxer, los soldados japoneses fueron modelos de buen comportamiento, operando bajo una disciplina draconiana diseñada para impresionar a los aliados occidentales con las fuerzas militares ilustradas y civilizadas de la nación. Al menos, la experiencia sugiere que el ejército podría imponer una estricta disciplina de campo cuando lo encontrara a su favor. La conducta del ejército durante la guerra ruso-japonesa fue igualmente ejemplar; los prisioneros de guerra fueron bien tratados, los residentes europeos de Port Arthur no sufrieron daños y se observaron las reglas internacionales de guerra terrestre. Una década más tarde, los prisioneros alemanes capturados en Tsingtao fueron igualmente bien tratados. La conducta del ejército durante la intervención siberiana fue en ocasiones atroz, pero quizás comprensible, como consecuencia de la desagradable guerra de guerrillas en el páramo.

Un cambio radical en las actitudes sobre los civiles y los presos parece remontarse a la década de 1920. Las nociones de guerra total convirtieron a los civiles en un componente esencial de la capacidad bélica general del enemigo y, por lo tanto, en objetivos legítimos en un grado u otro de todas las potencias militares importantes. La actitud endurecida del ejército durante la década de 1930 sobre ser capturado complementó un creciente desprecio por los enemigos que se rindieron. La violencia permisible que inundó extraoficialmente los cuarteles se basó en conceptos de superioridad para endurecer a los reclutas, mientras que la militarización gradual de la sociedad japonesa, instigada por un sistema educativo nacional que glorificaba los valores marciales, contribuyó a un sentido de superioridad moral y racial. Los estereotipos populares de los chinos tortuosos se abrieron paso en los manuales de campo, y cuando estalló una guerra a gran escala en China en 1937, los oficiales de todos los niveles toleraron o conspiraron en el asesinato, la violación, el incendio provocado y el saqueo.

Los crímenes de guerra pueden afligir a todos los ejércitos, pero el alcance de las atrocidades de Japón fue tan excesivo y los castigos tan desproporcionados que ninguna apelación a la equivalencia moral puede excusar su barbarie. Entre julio de 1937 y noviembre de 1944 en China, por ejemplo, el ejército sometió a consejo de guerra a unos 9.000 soldados por diversos delitos, la mayoría relacionados con delitos contra oficiales superiores o deserción, lo que indica que la disciplina interna le importaba más al ejército que la brutalidad externa.

A fines de la década de 1930, el ejército japonés se basó en la violencia para aterrorizar a los oponentes chinos y a los civiles hasta someterlos. El ejército fue tan despiadado con los ciudadanos japoneses (siendo el caso de Okinawa) como con las poblaciones indígenas bajo su ocupación porque anteponía el prestigio de la institución y justificaba actos ilegales para protegerla. Primero fácilmente observable después de la masacre de Port Arthur, la tendencia se aceleró a fines de la década de 1920 con la insubordinación en el campo (1927 Shandong), el asesinato (1928 Zhang Zuolin), las conspiraciones criminales (1931 Manchuria, 1932 Shanghai y 1936 Mongolia Interior) y el saqueo de China, que comenzó en julio de 1937 y continuó hasta agosto de 1945. El gobierno, el ejército y la marina ignoraron los informes de maltrato a prisioneros de guerra aliados y crímenes contra civiles para perpetuar la institución, no la nación.

La violencia era idiosincrásica, dependiendo de las actitudes y órdenes de los comandantes. Con demasiada frecuencia, los oficiales japoneses superiores ordenaron la ejecución de prisioneros y civiles, la destrucción de pueblos y ciudades y condonaron o alentaron el saqueo y la violación. Los oficiales subalternos siguieron las órdenes (o actuaron seguros sabiendo que no les esperaba ningún castigo), y las filas de alistados siguieron el ejemplo permisivo y descargaron su frustración y enojo en los indefensos. No todos los soldados japoneses participaron en crímenes de guerra, y los que lo hicieron no pueden ser absueltos porque estaban siguiendo órdenes o haciendo lo que todos los demás en su unidad estaban haciendo. Eran los "hombres ordinarios" en circunstancias extraordinarias que se volvieron capaces de lo peor.

Entre el alto el fuego del 15 de agosto y la rendición formal de Japón el 2 de septiembre, el gabinete ordenó a todos los ministerios que destruyeran sus registros, órdenes que pronto se extendieron a las oficinas del gobierno local en todo Japón. El ejército imperial trató de ocultar su pasado, particularmente su largo historial de atrocidades en toda Asia. Una hoguera de una semana consumió los documentos más delicados y probablemente más incriminatorios del Ministerio de Guerra y del Estado Mayor. El cuartel general imperial también transmitió mensajes de quemar después de leer a las unidades en el extranjero ordenándoles que destruyeran los registros relacionados con el maltrato de los prisioneros de guerra aliados, que transformaran a las mujeres de solaz en enfermeras del ejército y quemar cualquier cosa "perjudicial para los intereses japoneses". Por último, los ex oficiales del ejército ocultaron material significativo a las autoridades estadounidenses ocupantes para que pudieran escribir un relato "imparcial" de lo que llamaron la Guerra del Gran Este de Asia después de que terminó la ocupación.

A lo largo de la guerra, el ejército habitualmente había matado de hambre y golpeado a los prisioneros y había asesinado a decenas de miles de prisioneros caucásicos y cientos de miles de cautivos asiáticos. Preocupado por la avalancha de tales revelaciones en la posguerra, a mediados de septiembre, el canciller Shigemitsu Mamoru transmitió su pensamiento sobre el asunto a los diplomáticos japoneses en las naciones europeas neutrales. "Dado que los estadounidenses han estado levantando un escándalo recientemente por la cuestión de nuestro maltrato a los prisioneros, creo que deberíamos hacer todo lo posible para explotar la cuestión de la bomba atómica en nuestra propaganda". En lugar de enfrentar el tema de los crímenes de guerra, Shigemitsu trató de desviar la atención de él, un precedente que el gobierno japonés ha seguido desde entonces.

La red de los aliados para los criminales de guerra japoneses cubrió la mayor parte de Asia oriental e identificó y castigó a los japoneses por los crímenes de guerra cometidos en toda el área de la conquista japonesa. Además de los veintiocho líderes designados criminales de guerra de Clase A (un número que incluía a catorce generales del ejército) por planear una guerra de agresión, 5.700 súbditos japoneses fueron juzgados como criminales de guerra de Clase B y C por crímenes convencionales, violaciones de las leyes de la guerra, violación, asesinato, maltrato de prisioneros de guerra, etc. Aproximadamente 4.300 fueron condenados, casi 1.000 condenados a muerte y cientos a cadena perpetua.

Otros escaparon a la justicia. El ejemplo más notorio fue la Unidad 731, una unidad de guerra biológica en Manchuria que realizó experimentos humanos en prisioneros para probar la letalidad de los patógenos que fabricaban. Al final de la guerra, la unidad destruyó su cuartel general e instalaciones de guerra bacteriológica cuando su comandante, el teniente general Ishii Shiro, y sus oficiales superiores escaparon del avance de los ejércitos soviéticos y regresaron a Japón. Ishii luego cambió su caché de documentos al Comandante Supremo de las Fuerzas Aliadas (SCAP), Japón, a cambio de inmunidad de procesamiento como criminal de guerra.

A pesar de todas las fanfarronadas sobre la responsabilidad de uno de emular los valores samuráis, solo unos 600 oficiales se suicidaron para expiar su papel en llevar a Japón a la derrota y al desastre. Ese número incluía solo 22 de los 1,501 generales del ejército. Otros oficiales generales desarmaron a sus tropas en Asia y el Pacífico de acuerdo con la notificación de Tokio del 17 de agosto a los principales comandos de que los soldados que se rendían no debían ser considerados prisioneros de guerra y que se mantendrían el orden y la disciplina de la unidad.

Los problemas militares inmediatos fueron la repatriación de japoneses en el extranjero y la disolución del ejército. Incluso con la cooperación japonesa, estas fueron tareas asombrosas. Más de 6,6 millones de japoneses estaban fuera de las islas de origen (más de la mitad de ellos soldados y marineros), y hubo un millón de chinos y coreanos traídos a Japón como trabajadores forzados durante la guerra que tuvieron que ser devueltos a casa. Aproximadamente dos millones de japoneses estaban en Manchuria, un millón en Corea y Taiwán, y alrededor de un millón y medio en China. Otros estaban esparcidos por el sudeste asiático, el suroeste y el Pacífico central y Filipinas. La enorme migración masiva se llevó a cabo entre 1945 y 1947, utilizando barcos de la Armada de los Estados Unidos y japoneses, muchos tripulados por marineros japoneses. La repatriación y la desmovilización transcurrieron sin problemas, y Gerhard Weinberg ha notado la paradoja entre la agitación en Asia que siguió a la derrota de Japón y, a pesar de las condiciones desesperadas, la relativa tranquilidad en el propio Japón.

A mediados de septiembre de 1945, la SCAP disolvió el cuartel general imperial y encargó a los ministerios de guerra y marina la desmovilización de las fuerzas armadas. En diciembre de 1945, los ministerios habían disuelto todas las fuerzas militares en las islas de origen japonesas. Luego, SCAP convirtió los ministerios en juntas de desmovilización que continuaron reuniendo a los veteranos que regresaban al extranjero hasta octubre de 1947, cuando las juntas también fueron desactivadas. Después de una generación de insubordinación, conspiración e iniquidad, en una de las grandes sorpresas de la Segunda Guerra Mundial, los oficiales japoneses obedecieron órdenes y presidieron la disolución de su ejército. Quizás nada le convenía tanto al ejército como su desaparición autoadministrada

El rápido ascenso del primer ejército moderno de Japón fue un logro notable que tuvo éxito contra todo pronóstico. Los líderes del ejército enfrentaron opciones difíciles cuyos resultados nunca fueron seguros. Sus elecciones pusieron al ejército en un rumbo cuya dirección fue golpeada por amenazas extranjeras, alterada por personalidades y cambiada por desarrollos internos. Lo que sigue definiendo al ejército, sin embargo, es su caída, un descenso a la crueldad y la barbarie durante la década de 1930 cuyas repercusiones todavía se sienten hoy en gran parte de Asia. Ese legado siempre perseguirá al antiguo ejército.

miércoles, 16 de septiembre de 2020

Valores de los guerreros medievales japoneses

Valores de guerreros japoneses medievales

W&W





Samurai Muromachi (1538)



Los valores de guerreros medievales similares a los que se describen en detalle a continuación tal vez se resumieron por primera vez en el Chikubasho (antología de zancos de bambú), un volumen del período Muromachi que proporciona instrucción moral para los samurai. Completado en 1383 por un shogun adjunto Ashikaga (kanrei) llamado Shiba Yoshimasa (1350–1410), el texto describía reglas explícitas para guiar el comportamiento de la clase militar. Al mismo tiempo, este trabajo también enfatizó la importancia de cultivar tanto las artes marciales como los cuatro logros académicos tradicionales identificados por primera vez con el caballero ideal de Confucio: juegos de estrategia, erudición a través de copias caligráficas hábiles de textos clásicos, música y pintura. Al abogar por la "doble vía" tanto de las habilidades militares como de las actividades culturales, Chikubasho identificó el equilibrio del conocimiento cultural y marcial buscado por la clase guerrera. Al mismo tiempo, este manual de guerreros primitivos sentó las bases para que los samuráis de autoridad regional limitada y orígenes humildes lograran prominencia social, económica y política que antes solo estaban disponibles para la aristocracia cultivada.
En primer lugar, el samurai era un soldado profesional y, por lo tanto, se esperaba que realizara tareas marciales a pedido de su señor a cambio de una remuneración en forma de tierra, subvasales que trabajaban en campos de samurai y servían en su unidad militar, y otros bienes tangibles. recompensas, como la protección. La relación señor-vasallo fue el factor principal que determinó el papel y el estatus socioeconómico de un guerrero. Como un samurai prestaba servicio a su señor mediante logros en combate, tanto en encuentros militares como en la vida civil, se esperaba que los guerreros exhibieran disciplina y fortaleza incluso fuera del campo de batalla. Por ejemplo, una anécdota bien conocida del período Edo relata la profunda desgracia que experimentaría el samurai al traicionar el hambre a través del ruido de un estómago vacío, o incluso al reconocer una necesidad tan básica. Defender esos estrictos ideales de honor y moderación ayudó a garantizar que los guerreros estuvieran constantemente preparados para la batalla, así como otras formas de adversidad, al tiempo que cultivaba un sentido de orgullo grupal e integridad que faltaba en los círculos no militares.


Los buques de Nanban ["comercio bárbaro del sur", es decir, europeos] llegan para comerciar en Japón. Pintura del siglo XVI.

Se esperaba que los guerreros cultivaran otros rasgos ejemplares, como la lealtad, la prudencia y la estabilidad, junto con el liderazgo militar. Tales atributos samurai apropiados se expusieron por primera vez en fuentes literarias que datan del período medieval. Las fuentes literarias destacaron la devoción samurái, como el voto de cometer seppuku (suicidio ritual por destripamiento; también conocido como hara-kiri) si se enfrentan a la desgracia, especialmente cuando se enfrentan a ciertos triunfos enemigos. La disposición a seguir al señor en la muerte (junshi) fue un acto relacionado de máxima lealtad. Samurai demostró tales valores cuando las fuerzas imperiales derrotaron al clan Hojo en 1333, y miles de guerreros leales emularon el destino de sus maestros Hojo al realizar un destripamiento ritual, un evento registrado en el Taiheiki (Crónica de la gran paz), completado en 1374.

A pesar de la imagen del deber pintada en relatos históricos como el Taiheiki, la lealtad no fue un absoluto para el retenedor militar a lo largo de los períodos medieval y moderno temprano. En principio, un samurai podría deber lealtad a un señor a través de su obligación de mantener la lealtad y el deber, pero esa deuda también podría derivarse de beneficios materiales, como el apoyo financiero y otras recompensas, ofrecidas a un guerrero por un daimyo. Aunque tradicionalmente la clase militar japonesa se ha caracterizado por ser desinteresada y desinteresada en beneficio personal, en realidad los guerreros anteponen sus propias necesidades a las de sus señores en varios momentos. Ciertamente, los samurai no eran inmunes al encanto de mejorar su posición socioeconómica. Las unidades militares a menudo luchaban en nombre de un señor distante, e incluso los elevados principios morales no podían evitar que las bandas de samurais disfrutaran del botín de la guerra directamente, en lugar de estar satisfechos con las parcelas simbólicas ofrecidas por sus señores cuando se producía la redistribución de las tierras conquistadas.

Teóricamente, los principios de Bushido requerían que los samurai fueran campeones caballerescos de los débiles y desfavorecidos, y protectores de los vencidos. Sin embargo, dado que los samurai habían sido entrenados para luchar hasta que se produjeran capturas o víctimas, a menudo eran despiadados en la consecución de sus objetivos. Desde principios de la era medieval, tanto la ley como los precedentes generalizados trabajaron para evitar que los guerreros persigan intereses privados a través de medios violentos. En el período de Kamakura, legalmente, a los samurai se les otorgó autoridad solo para castigar a los infractores de la ley en nombre de un gobernante superior. Muchos incidentes ocurrieron durante la era medieval en la que los guerreros usurparon la autoridad gobernante, aprovecharon el desorden y el poder militar, o simplemente extendieron sus responsabilidades para lograr ganancias personales. Por lo tanto, muchos samurai no pudieron demostrar consistentemente un comportamiento honorable y lealtad como se exalta en los principios de Bushido. Finalmente, el orden civil establecido por el shogunato Tokugawa eliminó los incentivos samurai para obtener ganancias personales a través de la destreza militar.

Otros valores guerreros atestiguan las conexiones entre el aprendizaje, el linaje, el estado social y la administración justa introducidas por primera vez en Japón desde China, junto con el gobierno centralizado, durante el período de Asuka (552-645). Considerado durante mucho tiempo como competencia de la clase dominante, el conocimiento y la educación se convirtieron en ideales centrales de los samuráis durante la era de Muromachi, ya que Japón experimentó una renovada influencia cultural china. Al igual que en la antigua China, se esperaba que los samuráis aprendidos estuvieran familiarizados con los textos chinos estándar y que dominaran habilidades relacionadas como la caligrafía, la poesía y los principios de la estrategia. Una vez que se estableció el shogunato Ashikaga en Kioto, la residencia de la familia imperial de Japón durante casi 1.100 años y una ciudad distinguida por su elegancia y refinamiento aristocráticos, los gobernantes militares y otros miembros de las clases guerreras buscaron establecer su perspicacia cultural y el derecho para gobernar la nobleza. La influencia prominente de la cultura china en la era de Muromachi también contribuyó al creciente sentido de que una figura militar debería demostrar características típicas del caballero superior, un ideal moral y cultural identificado por primera vez por el sabio chino Confucio (Kongfuzi), ca. 551–479 a.E.C.