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domingo, 11 de agosto de 2024

Brasil: El combate aéreo de la Revolución Constitucionalista de 1932

 

BRASIL

Revolución Constitucionalista Brasileña de 1932


NOMBRE VICTORIAS FUERZA AÉREA

Rodríguez, Lysios Augusto 1 Aviacao Constitucionalistas
Pereira, Abilino 1 Aviacao Constitucionalistas

Victorias aire-aire

Fecha Unidad Aeronave Piloto Víctima c/a Unidad
08.08.1932 Aviacao Constitucionalistas Potez 25 TOE
(A-212, c/n 1819)
LA Rodríguez
A. Pereira (*)
Potez 25 TOE
(A-177, c/n 1832)
Grupo Misto de Aviacao Paulista
(*) ... artillero

 

Esta es una reconstrucción de uno de los dos Potez 25 TOE operados por los Paulistas. El avión pasó a ser conocido como 'Nosso Potez' ('Nuestro Potez') y derribó al Federal Potez A-117 antes de estrellarse el 21 o 23 de septiembre. Su matrícula A-212 estaba oculta bajo la banda blanca paulista.
(Obra de arte de Luca Canossa)

 
Los federales desplegaron seis Potez 25 TOE como bombarderos. Este, registrado como A-117, fue el único derribado en combate aéreo durante la Guerra Paulista, y también fue el primer avión derribado en combate aéreo en toda América Latina.
(Obra de arte de Luca Canossa)


Fuentes y literatura

  1. de Gabiola, Javier Garcia: Paulista War, Volume 1: The Last Civil War in Brazil, 1932, Latin America@War Book 18, Helion & Company, 2020. ISBN 978-1-915113-40-5
  2. de Gabiola, Javier Garcia: Paulista War, Volume 2: The Last Civil War in Brazil, 1932, Latin America@War Book 24, Helion & Company, 2021. ISBN 978-1-915113-43-6
  3. Flores, Jackson, Jr.: The Brazilian Air War, in Air Enthusiast No. 35, Jan-Apr 1988.
  4. Hagedorn, Dan: Latin American Air Wars 1912-1969, Hikoki Publications / Specialty Press, 1st edition, November 30, 2006. ISBN: ISBN-13: 978-1902109442
  5. Hagedorn, Dan: Letecké války a letadla v Latinské Americe 1921-1969, Naše vojsko, Praha 2011. ISBN: 978-80-206-1233-5
  6. History of the Brazilian Air Force, http://www.mat.ufrgs.br/~rudnei/fab/eng/histrevo.html.
  7. Magnus, Allan: Air Aces Home Page, http://users.accesscomm.ca/magnusfamily/airaces1.htm.
 

jueves, 21 de septiembre de 2023

Guerra del Paraguay: Batalla de Yatay


Batalla de Yatay





Batalla de Yatay - 17 de agosto de 1865


La Guerra del Paraguay puede dividirse en cinco campañas: la de Matto Grosso, la del Uruguay, la de Humaitá, la de Pikysyry y la de las Cordilleras. En la campaña de Matto Grosso los paraguayos se apoderaron de la fortaleza de Coimbra, Alburquerque, Corumbá, Miranda y Dorados. La segunda tuvo por objetivo el Uruguay, hacia donde se dirigieron dos columnas del ejército paraguayo, por Corrientes y Río Grande, para expulsar a los brasileños y sostener la soberanía de ese país. El objetivo de la tercera -para los aliados- era la toma de la plaza fuerte que fue el centro de la resistencia paraguaya. La cuarta se llama así porque se desarrolló sobre la línea fortificada del arroyo Pikysyry, segundo centro de la resistencia del Paraguay. La quinta fue la que se llevó a cabo después de la batalla de las Lomas Valentinas, al otro lado de las Cordilleras, hasta Cerro Corá.

Al iniciarse la segunda campaña, abandonó Solano López la capital, para ir a ponerse al frente de sus ejércitos. Dejaba así la Asunción para siempre. Nunca más entraría en ella, no permitiéndole los azares de una guerra a muerte ni siquiera volver a contemplarla a la distancia.

En realidad, en aquel momento -8 de junio de 1865- empezaba su agonía, que era la de su patria, como él condenada a una muerte cruel e irremediable. Antes de partir dirigió al pueblo una proclama, en el que daba a entender que iba resuelto a abandonar “el seno de la Patria”, para incorporarse “a sus compañeros de armas en campaña”

Pero llegó a Humaitá y cambió de opinión, bajo la influencia de insinuantes cortesanos, como el obispo Palacios, que acabaron por convencerle de que no debía imponerse ese inútil sacrificio, teniendo a su lado tantos hombres capaces que podían muy bien reemplazarle… Instaló, pues, allí su cuartel general, estableciendo una activa comunicación telegráfica con la ciudad de Corrientes, donde José Berges ejercía su representación.

El general Wenceslao Robles había reunido, entretanto, 30.000 hombres de las tres armas y estaba en condiciones de marchar, sin dificultad alguna, arrollando los pequeños obstáculos que encontrase en su camino. En aquellos momentos aún no se había establecido el campamento general de los aliados en Concordia, ni éstos disponían de tropas capaces de contrarrestar la acción del Paraguay. Ningún paraguayo dudaba del éxito de la empresa confiada a Robles, experimentado militar, que había dado tantas pruebas de sus aptitudes de brillante organizador. Pero los hechos desvanecieron bien pronto tan optimistas esperanzas.

Al frente de aquella poderosa columna, Robles se sintió inferior a su cometido, no atinando a obrar con la resolución y la pericia que le imponían las circunstancias. Perdió su tiempo con fútiles pretextos, avanzando con lentitud extrema, distraído por pequeñas guerrillas sin importancia. Así perdió la oportunidad única que se le brindaba, dando todas las ventajas a los oponentes. Finalmente, entró en tratos con los aliados, pagando con su vida los graves errores cometidos.

Lo reemplazó el general Francisco Isidoro Resquín, quien hizo contramarchar a su ejército, regresando con él a territorio paraguayo. El fracaso de la expedición de Robles determinó el fracaso de la expedición de Estigarribia. Este, al frente de 12.000 hombres, invadió el Estado de Río Grande del Sud, siguiendo la línea del Uruguay, para ir a encontrarse con la otra columna expedicionaria en la frontera de la República Oriental.

La llegada oportuna de Robles debió impedir la formación del ejército aliado que salió a batirle permitiéndole someter holgadamente a los brasileños. Pero no sucedió así. Robles no llegó nunca a la frontera oriental, no pasando más allá de los límites de Corrientes. Gracias a esto, Mitre pudo organizar el ejército hasta encontrarse en situación de batir a los paraguayos.



Realmente Estigarribia debió retroceder al ver que había fracasado el plan convenido. Pero lo empujaron adelante, los numerosos jefes orientales que lo acompañaban, los cuales le aseguraban que, al llegar a la frontera de su país, contaría con el franco apoyo de todos los compatriotas uruguayos.

Entrar en Uruguayana fue para él entrar en una ratonera. Pronto fue allí rodeado por el ya poderoso ejército aliado, teniendo que sucumbir, vencido por el hambre y por la muerte. Una parte de su ejército, que marchaba por la orilla derecha del río Uruguay, a las órdenes del mayor Pedro Duarte, sucumbió también, aplastado por fuerzas muy superiores.

En efecto, el 17 de agosto de 1865 libraron batalla 3.500 paraguayos, de caballería e infantería, con 11.000 aliados de las tres armas, a las órdenes del general Venancio Flores.

Pese a la abrumadora superioridad enemiga, Estigarribia rechazaba con ironía la propuesta de rendirse a los “libertadores de su patria”. “Si VV.EE. (decía a los jefes aliados) se muestran tan celosos por dar libertad al pueblo paraguayo, ¿por qué no empiezan por dar libertad a los infelices negros del Brasil, que componen la mayor parte de la población, y gimen en el más duro y espantoso cautiverio para enriquecer y estar en la ociosidad a algunos de cientos de grandes del Imperio?”

Luego de la derrota de los paraguayos, Flores declaró: “Los paraguayos son peores que salvajes para la pelea, prefieren morir antes que rendirse…”

La mayor parte de los prisioneros fueron pasados a cuchillo (se calcula que eran alrededor de 1.400) y los soldados sobrevivientes fueron alistados en los batallones del ejército aliado, obligándoseles así a ir contra su patria. Decía Flores: “Los batallones orientales han sufrido en Yatay una gran baja, y estoy resuelto a reemplazarla con los prisioneros paraguayos, dándole una parte al general Paunero para aumentar sus batallones, que están pequeños algunos¨. Mientras tanto el vicepresidente argentino Dr. Marcos Paz agrega: “El general Flores ha adoptado por sistema incorporar a sus filas a todos los prisioneros, y después de recargar sus batallones con ellos ha organizado uno nuevo de 500 plazas con puros paraguayos”.

El gran publicista oriental, Carlos María Ramírez protestó en 1868, contra la repetición sistemática del mismo hecho: “Los prisioneros de guerra –decía- han sido repartidos entre los cuerpos de línea y, bajo la bandera y con el uniforme de los aliados, compelidos a volver sus armas contra los defensores de su patria. ¡Jamás el siglo XIX ha presenciado un ultraje mayor al derecho de gentes, a la humanidad, a la civilización!.

En la Quinta Sección, chacra el Ombucito, existe un monolito que evoca la Batalla de Yatay. Este sitio fue declarado Lugar Histórico el 4 de febrero de 1942, por la Ley 12665, según consta en “Monumentos y Lugares Históricos” de Hernán Gómez. Allí serpentea un arroyo, entre arbustos y pajonales, que se vuelca en el río Uruguay. Este paisaje está adornado con elegantes palmeras Yatay (Yatay significa Palmera en guaraní). Ellas dieron su nombre al arroyo y al lugar. El topónimo dio el nombre a la batalla.

Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
O’Leary, Juan E. – El Mariscal Solano López – Asunción (1970).
Portal www.revisionistas.com.ar
Rosa, José María – La Guerra del Paraguay y las Montoneras Argentinas – Buenos Aires (1985).
Turone, Gabriel O. – La Batalla de Yatay – (2007)

Fuente: www.revisionistas.com.ar





martes, 18 de octubre de 2022

Biografía: Emeric Essex Vidal

Emeric Essex Vidal

Revisionistas




Emeric Essex Vidal (1791-1861)

Nació en Bredford, cerca de Londres, el 29 de marzo de 1791. Se le supone ascendencia francesa, a pesar de ser hijo de Emeric Vidal (se pronuncia Vaidel), contador de la Real Marina Inglesa. Siguió las huellas de su padre, e ingresó a la Armada a los catorce años. Entró a prestar servicios en el “Clyde” como voluntario en 1806, de estación en el Mar del Norte. Desde entonces, evidenció amplios conocimientos de dibujo y pintura a la acuarela, habilidades que le serían muy útiles para llenar las horas de holganza a bordo. Pasó luego como escribiente y oficial de secretaría al “Calypso”, y después al “Caliope”.

En 1808, formó en la escuadrilla inglesa que escoltó a la flota lusitana que condujo al Brasil a la familia real portuguesa, cuando las tropas napoleónicas invadieron su reino. De ese primer contacto del artista con la América del Sur, no se conoce ninguna noticia relativa a su estada.

Desde 1809 a 1823, estuvo en situación de retiro. En 1814 se casó en Londres con Anna Jane, hija del reverendo James Capper, con la que tuvo varios hijos. Entre 1814 y 1816, Vidal prestó servicios en los lagos de Canadá, ocupándose de trabajos cartográficos. Se conocen sus primeras acuarelas, tales como las que representan a Kingston Harbour (Lago Ontario), las cataratas del Niágara (1806) y Sacketts Harbour (1815), que pintó para lady G. Moore, esposa del almirante George Moore. Debajo de estos cuadros se encuentran anotaciones hechas por el artista de los diversos edificios, embarcaciones y otros detalles que agregan a su mérito artístico, gran valor histórico.

Entre mayo de 1816 y setiembre de 1818, durante 31 meses, estuvo a bordo del “Hyacinth” como comisario y secretario del almirante de la flota inglesa del Atlántico Sur, patrullando con los navíos encargados de proteger en aquella zona, el comercio británico. En ese lapso pintó en el Brasil como en el Río de la Plata, el mayor número de acuarelas que le dieron notoriedad. Muchas de ellas representan aspectos de Río de Janeiro: Botafogo, Pan de Azúcar, la Isla de Bon Viagem, etc., paisajes que dan exactos detalles de la vegetación que cubre todos estos parajes, representaciones arquitectónicas de gran valor, apareciendo la figura humana solamente como algo accesorio.

Cuando Vidal arribó a Montevideo, en el navío “Hyacinth”, en setiembre de 1816, realizó una acuarela titulada “Vista de la ciudad y Puerto de Montevideo”, que fue el primer trabajo que efectuó en el Río de la Plata. En esos años críticos para la estabilidad política de estos países, dicha nave quedó fondeada durante largo tiempo en la rada de Buenos Aires, haciendo periódicos viajes a Montevideo, y algunos a Río de Janeiro. Aprovechó entonces para interesarse por las costumbres, maneras e indumentarias de las gentes en la forma más sorprendente. Se vinculó a personas de la sociedad porteña, entre ellas, a Mariquita Sánchez de Thompson.

Representó a Buenos Aires de esos años desde el fondeadero de las naves entre la rada exterior e interior. En sus acuarelas llenas de color, mostró las vistas de la ciudad, de sus edificios: Iglesias, Fuerte, torre del Cabildo, etc., de sus calles, y de los habitantes transitando por ellas, vendedores ambulantes, gauchos, indios y soldados, escenas al aire libre en la campaña, como La Posta (1819), La carrera de caballos (1819), etc. Pintó una de sus más interesantes acuarelas, El desembarco en Buenos Aires, de la misma fecha, donde se puede apreciar el complicado sistema para desembarcar en la ciudad. Aparecen en ella, el bote que los conducía desde la rada a una “carretilla” de grandes ruedas, con llantas de madera dura, que era arrastrada “a la cincha” hasta llegar al muelle. En la playa dibuja a los pescadores y a las carretas que llevaban las mercancías a la Aduana.



Desembarco en el puerto de Buenos Ayres
(Museo Histórico Cornelio Saavedra)

Desde el muelle de piedra, pintó en setiembre de 1816, el Fuerte de Buenos Aires y la playa animada por la colorida presencia de multitud de negras lavanderas y alegres bañistas. Detrás del Fuerte, muy bien dibujadas, se ven las torres y cúpulas de San Francisco y Santo Domingo. En La Plaza del Mercado, realizó Vidal su pintura más evocadora, de un trozo de la vida porteña de ese tiempo. También pintó los pueblos de alrededores, como El pueblo de San Isidro (1817). Realizó varios aspectos de la Plaza Mayor, con el arco de la Recova, el Cabildo, la Catedral y la Pirámide de Mayo.

En su Vista General de Buenos Aires desde la Plaza de Toros (1819), se observa el macizo edificio destinado a las corridas demolido en ese año. En la acuarela titulada Señoras paseando (1817), reprodujo una evocadora escena: una señora porteña en compañía de sus dos hijas y de una criada se pasean por la vereda de toscas piedras junto a la doble puerta en la esquina de una tienda.

El gaucho rioplatense interesó mucho al artista, que lo evocó repetidas veces en sus costumbres, faenas campesinas, juegos favoritos, dibujando los detalles de vestimenta, sus útiles de labor, así como todo lo relativo al caballo.

Un motivo que pintó con asiduidad fue el modo como los gauchos enlazaban el ganado vacuno o boleaban avestruces. También fueron objeto de su curiosidad los indios pampas que llegaban a la ciudad trayendo los productos de sus industrias: ponchos, lazos, bolas, botas de potro, plumero de plumas de avestruz y cueros de animales salvajes. En febrero de 1818, realizó Vidal la primera acuarela sobre este tema Los Indios de La Pampa, boceto ejecutado con gran facilidad, vigor y colorido bellamente armonizado.

La Plaza del Mercado

Las acuarelas y sus grabados fueron “el punto de partida de la iconografía de Buenos Aires, verídica y prolijamente documentada”, ha escrito Alejo B. González Garaño. Fue el primer pintor que entró a la ciudad, porque antes de él, otros se ocuparon de ilustrarla a lo lejos; circuló Vidal por sus calles y anotó todo lo que vio.

José León Pagano lamenta de que no tuvo acceso a los interiores, a las casas de familia, a las costumbres de los porteños de entonces. De haberlo hecho le hubiera brindado una materia preciosa, y si no se detuvo a transcribirla, fue porque no alcanzó a observarla directa y detenidamente.

En setiembre de 1818, regreso el “Hyacinth” a Inglaterra, y Vidal se reintegró a su hogar. Alejado por un tiempo del servicio activo, ordenó sus notas y los apuntes realizados en el viaje.

En 1819, R. Ackermann, uno de los editores más importantes de Londres, observó sus acuarelas y decidió publicarlas en una edición de lujo. Vidal accedió a ello, eligió 25 acuarelas originales y las pintó de nuevo; al mismo tiempo, preparó el texto, basado en las notas que había escrito al dorso de las pinturas y en su libreta de apuntes. Cuando estuvo terminado su trabajo fue llamado a prestar servicios como secretario del contralmirante Lambert, jefe de la escuadra estacionada en el Cabo de Buena Esperanza y en la Isla de Santa Elena. Debido a su apresurada partida, tuvo que entregar al editor sus acuarelas junto con las inconclusas notas del texto,

En 1820, R. Ackermann publicó el álbum, bajo el título: Picturesque Illustrations of Buenos Ayres and Montevideo, etc., consistente en 24 vistas, acompañadas de descripciones del paisaje y de las indumentarias, costumbres, etc., de los habitantes de esas ciudades y sus alrededores. Lo imprimió en Londres, L. Harrison. El tiraje fue de ochocientos ejemplares, y se imprimieron también 150 de mayor tamaño. Durante la edición de su libro, Vidal no se encontraba en Londres. De julio de 1820 a setiembre de 1821, fue secretario de Lambert, jefe de la escuadra en el sur de Africa.

En 1821, año de la muerte de Napoleón, hizo apuntes de la Isla de Santa Elena, habiendo compuesto unas vistas de Longwood y de la tumba del emperador. Incluso, realizó tres pinturas que representan la mascarilla de Napoleón, sus funerales y su entierro, ceremonias a las que asistió el artista.

Vidal realizó un segundo viaje al Río de la Plata y Brasil en 1827/28, embarcado en la nave “Ganges”. Las acuarelas cariocas son muy numerosas, y reflejan en su mayoría diferentes aspectos de Río de Janeiro.

Entre las que realizó en el Río de la Plata figuran: El muelle de Montevideo en 1828; Modo de enlazar ganado en Buenos Aires y Carreta atravesando un pantano, éstas dos últimas dedicadas a Lord Ponsomby (1829).

Entre 1831 y 1834, estuvo embarcado en el “Asia” de estación en Lisboa, donde una bala de mosquete le atravesó el cuerpo, dañándole el hígado durante los combates que se llevaron a cabo entre los portugueses. Desde que fue herido, el hígado le ocasionó frecuentes molestias que, complicadas con otros males, le hicieron inútil para el servicio de la marina. Sin embargo, por pedido especial del almirante Bart viajó a Río de Janeiro en 1835/37, a bordo del “Talbot”, ejecutando alrededor de 50 dibujos y acuarelas, entre las cuales se halla una Vista de la ciudad de Río de Janeiro, dibujos de fiestas ofrecidas a bordo de las naves en honor del emperador Pedro II de Brasil, así como un retrato del soberano a la edad de diez años, vestido de gala. Pero lo más valioso de esta serie son las 20 acuarelas dedicadas a representar tipos populares cariocas y damas de la sociedad de esa ciudad. Varias marinas, panoramas amenísimos, mansiones brasileñas del pasado y otros temas configuran un ameno ramillete de cuadros dignos de la paleta del afamado artista.

Vidal se retiró de la Marina en 1853, redactó su testamento en 1860, y en el mismo se refiere cariñosamente a su esposa y cinco hijos. Murió repentinamente en Brighton, el 7 de mayo de 1861, a los 70 años.

Dejó una obra gráfica y documentada que es un aporte invalorable para el arte y la historia de los argentinos. En 1933, González Garaño realizó en los salones de “Amigos del Arte” una exposición de todas las piezas que había reunido sobre Vidal, exhibiendo además raros ejemplares de su obra, y de las publicaciones posteriores a ésta en la que se reproducían sus láminas. Con este motivo publicó un detallado Catálogo en el que se reeditaba su monografía y se estudiaban y describían prolijamente todos los ejemplares expuestos. Una calle de la ciudad de Buenos Aires lo recuerda.

Fuente
Cutolo, Vicente Osvaldo – Nuevo Diccionario Biográfico Argentino – Buenos Aires (1985)
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Portal www.revisionistas.com.ar

viernes, 18 de diciembre de 2020

Independencia: ¿Por qué las colonias españolas se separaron y la portuguesa se mantuvo unida?

Por qué la América española se dividió en muchos países mientras que Brasil quedó en uno solo

Derechos de autor de la imagen BBC/Kako Abraham
Image caption La América española se dividió en 19 Estados mientras que la portuguesa solo en uno, Brasil.

Cuando Cristóbal Colón tocó tierra tras su travesía del Atlántico, en 1492, no imaginaba todavía que cambiaría el curso de la historia para siempre.

Tampoco pensaría que de allí a pocos años desencadenaría una lucha entre las dos mayores potencias económicas y militares de la época, España y Portugal, por hacerse con las riquezas de ese territorio aún desconocido para los europeos.

Dos años después, los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, y el de Portugal, Juan II, llegaron a un compromiso y firmaron en Tordesillas (entonces Reino de Castilla) un pacto para repartirse las tierras "descubiertas y por descubrir" fuera de Europa.

Derechos de autor de la imagen BBC/Cecilia Tombesi
Image caption El Tratado de Tordesillas estableció en 1494 el reparto de las zonas de navegación y conquista del océano Atlántico y del Nuevo Mundo entre las coronas españolas y portuguesas.

Más de 500 años después, el mapa latinoamericano sigue exhibiendo la herencia cultural de esa lucha: desde los cañones del río Bravo hasta las frías laderas de la Tierra del Fuego, los idiomas más hablados son el español y el portugués.

Pero, mientras el castellano se habla en 19 Estados distintos, el portugués sigue siendo la lengua oficial de uno solo, Brasil.

¿Por qué la América española se fracturó en tantos países mientras que la América portuguesa quedó sustancialmente igual que en la época de la colonización?

Hay varias razones que explican este acontecimiento y los historiadores no siempre coinciden.

 
El Tratado de Tordesillas fue el resultado de un proceso de un año repleto de incertidumbre.

Diferencia en la administración de las colonias

Una de las causas tiene que ver con la distancia geográfica entre las ciudades de las antiguas colonias y la forma en que eran administradas por sus respectivas metrópolis.

Según el historiador mexicano Alfredo Ávila Rueda de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), aunque la América portuguesa - el actual Brasil- tenía unas dimensiones continentales, la mayor parte de la población se concentraba en las ciudades costeras y la distancia entre ellas eran menores que las que había en la América española.

Ésta estaba formada por cuatro grandes virreinatos: Nueva España, Perú, Río de la Plata y Nueva Granada. Cada uno de ellos respondía a la Monarquía Hispánica, era administrado localmente y tenía pocos vínculos con los otros.

Además se crearon varias capitanías, como las de Venezuela, Guatemala, Chile y Quito, que tenían gobiernos independientes de los virreinatos.

"La administración española se estableció alrededor de dos centros principales: México y Lima. Eso no sucedió en Brasil, donde la administración era mucho más centralizada", explica el historiador mexicano.

 
 
Militar liberal y líder político venezolano, Simón Bolívar fue uno de los primeros en luchar por la descolonización de la América española.

Españoles nacidos en España vs. españoles nacidos en las colonias

Otra diferencia, según el historiador brasileño José Murilo de Carvalho, está relacionada con la formación de las elites en los dos imperios coloniales.

"En Brasil, la élite era mucho más homogénea ideológicamente que la española", explica Carvalho, y esto se debió a que el país luso nunca permitió la creación de universidades en su colonia. Hasta los colegios de enseñanza superior se crearon sólo después de la llegada de la corte en Brasil, en 1808.

Por lo tanto, los brasileños que querían tener educación universitaria tenían que viajar a Portugal.

"Ante la petición de crear una escuela de Medicina en Minas Gerais, en el siglo XVIII, la respuesta de la Corte fue: 'ahora piden una facultad de Medicina, en poco tiempo van a pedir una facultad de Derecho y luego van a querer la independencia'", ejemplifica el historiador brasileño.

El reparto de poder en las élites en los imperios era bastante distinta.

Una vez formados - 1.242 estudiantes brasileños pasaron por la Universidad portuguesa de Coimbra entre 1772 y 1872- esos ex alumnos volvían a Brasil y ocupaban cargos importantes en la administración de la colonia, lo que, en opinión de Carvalho, favoreció un sentimiento de unidad en la colonia, garantizó la obediencia a la corte real y generó confianza en las virtudes del poder centralizado.

Por el contrario, durante el mismo período, 150 mil estudiantes se formaron en las academias de la América española. En las colonias había al menos 23 universidades, tres de ellas sólo en México.

Por esta razón, argumenta el historiador, los movimientos de independencia en la América española comenzaron a ganar fuerza, en el siglo XIX, sobre todo en los lugares donde había universidades y prácticamente todos los lugares donde había una universidad acabaron dando origen a un país diferente.

El historiador Ávila Rueda, sin embargo, rechaza esta última hipótesis. "Estas universidades eran en su mayoría reaccionarias, aliadas de la Corona española", asevera.

"La Universidad de México, por ejemplo, era reaccionaria a tal punto que, en 1830 -tras la independencia- el gobierno mexicano decidió cerrarla porque creía que no sería posible reformarla", añade.

 
El argentino José de San Martín es también conocido como El Libertador de Argentina, Chile y Perú.

El catedrático mexicano asegura que la circulación de periódicos, libros y folletos en la América española - que, en cambio, no estaba permitida en la América portuguesa (la prohibición se levantó solo en 1808, con la llegada de la corte portuguesa a Brasil)- tuvo un papel mucho más relevante en la construcción de las identidades regionales que las universidades.

Al mismo tiempo, en la América española las elites locales nacidas en las colonias, los así llamados "criollos" (grandes propietarios de tierras, arrendatarios de minas, comerciantes y ganaderos) eran despreciados por los nacidos en España, los Peninsulares.

Sin embargo, hasta 1700, cuando España era gobernada por la dinastía de los Habsburgo, las colonias tuvieron bastante autonomía. Pero todo cambió con las reformas borbónicas llevadas a cabo por el rey Carlos III.

En aquel momento España necesitaba aumentar la extracción de riqueza de sus colonias para financiar sus guerras y mantener su imperio.

Para lograrlo, la Corona decidió expandir los privilegios de los Peninsulares, que pasaron a ocupar los cargos administrativos anteriormente destinados a los criollos.

Paralelamente, las reformas realizadas por la Iglesia Católica redujeron los papeles y los privilegios del clero más bajo, que también estaba formado en su mayoría por criollos.

Napoleón invade Portugal y la familia real portuguesa huye a Brasil

La familia real portuguesa huyó hacia Brasil después de la invasión de las tropas de Napoleón Bonaparte.

Según los historiadores, tal vez la razón más importante para explicar el mantenimiento de la unidad de Brasil fue la huida de la familia real portuguesa.

En 1808, después de que el ejército de Napoleón Bonaparte invadiera Portugal, el príncipe regente João huyó a Río de Janeiro y trasladó consigo toda la corte y el aparato gubernamental: archivos, bibliotecas reales, la tesorería y hasta 15 mil personas.

Río de Janeiro se convirtió entonces en la sede político-administrativa del imperio luso y la presencia del rey en territorio brasileño sirvió como fuente de legitimidad para que la colonia se mantuviera unida.

"Si João no hubiera huido a Brasil, el país se habría dividido en cinco o seis estados distintos y las zonas económicamente más próspera, como Pernambuco y Río de Janeiro, habrían logrado su independencia", señala Carvalho.

Vacío de poder en España

El levantamiento del 2 de mayo de 1808 en Madrid, duramente reprimido por las tropas napoleónicas, dio el pistoletazo de salida para la guerra de independencia española.

En España, la invasión del general francés obligó al rey Carlos IV y a su hijo, Fernando VII, a abdicar en favor del hermano de Napoleón, José, que más tarde se convertiría en José I de España.

Esto generó un vacío de poder.

Varias juntas administrativas de las colonias se negaron a recibir órdenes de Napoleón y se mostraron fieles a su autonomía y a Fernando VII.

Sin embargo, cuando el monarca español recobró su trono, intentó usar la fuerza para restablecer la sumisión de las colonias.

Pero la mayor experiencia de autogobierno madurada por los criollos, la política discriminatoria hacia ellos por parte de la Corona Española y los ideales iluministas popularizados por las revoluciones americana y francesa atizaron las rebeliones y, entre 1809 a 1826, se libraron a lo largo del continente las sangrientas guerras de independencia.

 
El cambio de monarca en el trono español fomentó los movimientos de independencia en las colonias.

Por otro lado, cuando Napoleón fue derrotado, João VI creó el Reino Unido de Portugal, Brasil y Algarve y mantuvo la capital en Río de Janeiro hasta que la corte exigió su regreso a Lisboa, en 1820, y la aceptación de una constitución liberal.

João VI dejó la administración de Brasil en manos de su hijo Pedro. Éste declaró la independencia del país en 1822 y estableció una monarquía constitucional con él como monarca.

¿Temor a una revuelta de esclavos?

Las preocupaciones económicas y sociales también contribuyeron fuertemente a asegurar la unidad de Brasil.

Según el historiador estadounidense Richard Graham, profesor emérito de la Universidad de Texas y considerado uno de los mayores expertos en historia de América Latina en Estados Unidos, los terratenientes y los hombres más ricos de las ciudades acabaron aceptando la autoridad central por dos razones: la amenaza de desorden social y la legitimidad del poder monárquico.

Aunque Brasil logró su independencia sin tener que recurrir a la fuerza militar, los líderes de la región buscaban una mayor libertad de la capital, Río de Janeiro, dice Graham.

Pero, con el tiempo, percibieron que el autogobierno regional o la independencia podrían debilitar su autoridad tanto sobre los esclavos como sobre las clases inferiores en general. Es decir, temían el desorden social.

Según datos de The Trans-Atlantic Slave Trade Database -un proyecto internacional de catalogación de datos sobre el tráfico de esclavos al que participa, entre otros, la Universidad de Harvard- entre 1500 y 1875, la América española recibió 1,3 millones de esclavos traídos de África.

En el mismo período, solo en Brasil desembarcaron casi 5 millones. Ningún otro lugar del mundo recibió tantos esclavos.

 
Las posibles revueltas de esclavos fue una de las razones por mantener la unidad territorial de Brasil.

"La clase dominante temía que los esclavos pudieran aprovecharse de sus divisiones internas para rebelarse" como ya había pasado en Haití, añade.

En la América española, por otro lado, "las élites aprendieron que podían gobernar muy bien con una población inquieta", explica el historiador estadounidense.

"Todos los países hispanoamericanos tomaron medidas que pretendían acabar con la esclavitud. Muchos mestizos (y en algunos casos, como el de Venezuela, los mulatos) tenían el mando de las fuerzas militares y eran a menudo recompensados con posesión de tierras tomadas de los leales a la corona", afirma Graham.

El fin de los virreinatos y el surgimiento de países

Pero ¿por qué las fronteras de los países recién independizados en la América española no se mantuvieron iguales a las de los cuatro virreinatos?

Es decir, ¿por qué hubo tanta fragmentación?

"En la época colonial, el concepto de frontera era distinto al de los Estados modernos", explica el historiador Ávila Rueda. "Por aquel entonces regía un sistema de jurisdicciones que a veces se sobreponían unas a otras".

Para entenderlo mejor, Ávila Rueda cita el caso del virreinato de Nueva España, un territorio que comprendía parte de Estados Unidos, México y Centroamérica.

 
El primer país de Latinoamérica en conseguir la independencia fue Colombia, mientras que él último fue Cuba.

"Creemos que el virreinato de Nueva España se mantuvo como un país unido, que corresponde al México actual. Pero nos olvidamos que después de la independencia surgió el imperio mexicano, que incluía la actual América Central. Posteriormente, con la disolución del imperio mexicano, se establecieron la federación mexicana y la federación centroamericana, que más tarde se desintegraría en otros países", relata Ávila Rueda.

De la misma manera "hubo un proceso de fragmentación en toda la América española", añade. "Algunas de estas provincias formaron confederaciones para tener mayor fuerza militar y defenderse de otros enemigos, y otras fueron unidas a la fuerza, como hizo Simón Bolívar".

Graham coincide con la tesis de Ávila Rueda. "Si te independizas de España, ¿por qué querrás quedar sometido a los mandos y desmanes de, por ejemplo, Buenos Aires? Las fronteras actuales de los países de América Latina tardaron en consolidarse y fueron en muchos casos el resultado de disputas internas que acontecieron después de la independencia", explica.

 
Pedro I declaró la Independencia de Brasil en las orillas del río Ipiranga.

El sueño bolivariano

Pero es importante recordar que también en la América española hubo planes de unificación que no prosperaron.

En 1822 Simón Bolívar y José de San Martín, dos de las figuras más importantes de la descolonización, se reunieron en la ciudad de Guayaquil, en Ecuador, para discutir el futuro de la América Española.

Bolívar era partidario de la unidad de las ex colonias (él fue quien forzó la unificación de Colombia y Venezuela) y la formación de una federación de repúblicas.

San Martín, en cambio, defendía la restauración de la monarquía bajo la forma de gobiernos liderados por príncipes europeos.

La idea de Bolívar volvió a ser discutida en el Congreso de Panamá, en 1826, pero acabó rechazada.

¿Y si España hubiera transferido la corte a las Américas como hizo Portugal?

El historiador estadounidense William Spence Robertson cita en uno de sus artículos la frase pronunciada en 1821 por un observador español: "México no aceptaría las leyes sancionadas en Lima, ni Lima aceptaría las leyes sancionadas en México".

"La pregunta principal es dónde habría elegido establecerse el monarca. No creo que México habría permanecido leal a un rey establecido en Lima y no en Madrid", afirma Graham.

"Pero es cierto que si Fernando VII se hubiera trasladado la corte a las Américas, hoy habría menos divisiones de las que en realidad ocurrieron", añade.

Porque, según Graham, los reyes garantizan la legitimidad del poder.

Agustín de Iturbide fue declarado emperador de México con el nombre de Agustín I, después de la independencia de España.

Rebeliones en Brasil

Pero el proceso de unificación territorial en Brasil tampoco fue totalmente pacífico.

Hubo movimientos de carácter independentistas en Minas Gerais (1789), en Bahía (1798) y en Pernambuco (1817), aunque esas revueltas fueron fomentadas más por un sentimiento de autonomía que por el deseo de ruptura entre la colonia y la metrópoli.

Según Ávila Rueda, "considerado que en la América portuguesa no hubo una guerra de independencia, sino una continuidad con el traslado de la corte, el gobierno de Río de Janeiro tenía más fuerza para reprimir estas rebeliones."

"En cambio, el gobierno de México no tenía fuerza suficiente para evitar el desmembramiento de Centroamérica, así como tampoco el gobierno de Buenos Aires en relación a Uruguay o Paraguay", concluye.

Con la colaboración de Angelo Attanasio, de BBC Mundo.

Este artículo es parte de la versión digital del Hay Festival Querétaro, un encuentro de escritores y pensadores que se realiza en esa ciudad mexicana entre el 6 y el 9 de septiembre de 2018.


  • Por qué México tuvo más de un Acta de Independencia

  • Los escándalos detrás de la marcha de Juan Carlos I de España, el país que reinó durante casi 40 años

  • Aztecas o mexicas: ¿quiénes fundaron México (y por qué causa confusión)?

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    miércoles, 24 de junio de 2020

    Virreinato del Río de la Plata: La destrucción de las misiones Jesuíticas

    Destrucción de las Reducciones Jesuíticas

    Revisionistas




    Ruinas de San Ignacio Miní, Pcia. de Misiones, Argentina
    La situación social, religiosa y económica de las misiones jesuíticas era buena, cuando fueron desterrados los jesuitas en 1767-1768. Ponemos esta doble fecha, porque, si bien es cierto que, desde julio de 1767, estaban enterados los jesuitas que habían de abandonar sus Reducciones, quedaron al frente de las mismas hasta agosto de 1768. Valiéndose de estos largos meses para predisponer el ánimo de los indios a recibir a los Curas y Administradores que habrían de reemplazarles en nombre del Rey.
    El día 16 de agosto de 1768, después de haber hecho su cura, con anterioridad, un minucioso inventario de todas las existencias, se presentó en San Ignacio el primer administrador civil y el primer Cura que no era de la Compañía de Jesús, para hacerse cargo de la reducción. Ignacio Sánchez era el nombre del primero, y fray Domingo Maciel era el del segundo. Así ése como su compañero, fray Bonifacio Ortiz, eran religiosos de la Orden de Predicadores. En posesión ambos de sus respectivos cargos, el civil y económico el uno, y el religioso el otro, “como a las dos de la tarde de ese día -declaraba después el comisionado del gobierno, Francisco Pérez de Saravia- le hice saber al P. Raimundo de Toledo, al P. Miguel López y al P. Segismundo Baur, del Orden de la Compañía, la real Pragmática sanción, en presencia del Cabildo de este pueblo, y afirmaron los expresados regulares quedar entendidos de todo su contenido, e inmediatamente los entregué al cabo de granaderos, Jorge Sigle, para que, con seis hombres de escolta, los conduzca con su equipaje a la balsa que está prevenida, siguiendo la navegación por este río Paraná, sin arribar a puerto alguno, hasta el del pueblo de Itapuá, en donde los entregará al ayudante mayor, don Juan de Berlanga o el oficial que estuviese en aquel puesto, tomando recibo, con el que deberá satisfacer su comisión”.
    Francisco Javier Bravo publicó, el texto del Inventario del Pueblo de San Ignacio Miní, y en él puede verse una detallada reseña de lo que había en la Iglesia y Sacristía, así en plata labrada como en ornamentos, y lo que había en la Casa de los Padres, y en las oficinas, como en la platería, herrería, barrilería, carpintería, etc. y lo que había en los almacenes o depósitos de los productos del pueblo.
    En la descripción de lo que había en la iglesia hallamos estos datos: Una iglesia de tres naves con media naranja, en todo cumplida, toda pintada y a trechos dorada, con su púlpito dorado, con cuatro confesionarios, los dos con adornos de esculturas, y los otros dos de obra común. Su altar mayor con su retablo grande dorado. Al lado derecho de dicha iglesia tres altares: el primero de la Resurrección del Señor, con su retablo dorado; el segundo de San José, con retablo menor, medio dorado; y el tercero del mismo Santo, sin retablo.
    Al lado izquierdo, tres altares: el primero de la Asunción de Nuestra Señora, con su retablo grande dorado; el segundo de San Juan Nepomuceno, con su retablo menor, medio dorado, y el tercero de Santa Teresa, sin retablo.
    La capilla del baptisterio con su altar y retablo medio dorado, y pila bautismal, una de piedra y otra de estaño.
    La sacristía y contrasacristía, y en ellas y en la iglesia, los retablos, las estatuas, cuadros, láminas, ornamentos, plata labrada y demás adornos y utensilios del servicio de la iglesia que siguen:
    Plata labrada.
    Custodia sobredorada, con varios esmaltes y piedras entrefinas.
    Un copón con dos casquillos dorados por dentro.
    Doce cálices, dorados los seis.
    Una Sacra chapeada, y en ella varias imágenes de Santos, sacadas a buril, y sobredoradas, con las palabras de la consagración, Gloria y Credo grabadas y doradas, con su respectiva tabla, en forma de águila.
    Dos lavabos en forma de águila.
    Dos atriles chapeados.
    Dos incensarios con dos navetas.
    Seis blandones, etc.
    En la Sala de Música se hallaron muchos papeles de cantar, cuatro arpas, siete rabeles, cinco bajones; rabelón, uno; chirimías, seis; clarinetes, tres; espineta, una; vihuelas, dos. Y allí también se encontraron los vestidos de cabildantes y danzantes: Casaca, cuarenta y cinco; chupas, cuarenta y cinco; calzones, cuarenta y cinco; corbatas, cuarenta y cinco; zapatos, noventa y seis pares.
    Sombreros, cuarenta y cinco; medias de seda y de toda suerte, veinte y nueve pares; vestidos enteros de ángel, ocho; de húngaros, seis; sus turbantes, quince.
    En los almacenes había de todo, desde yerba mate, cuya existencia era de más de 600 arrobas, y algodón, del que había 3.650 arrobas, hasta hierro (33 arrobas) y plomo (22 arrobas). Véanse algunos rubros de esta parte de los inventarios:
    Cera de Castilla, diez y siete arrobas y dos libras.
    Hilo de seda, dos libras, dos onzas. Hilo de Castilla, dos libras doce onzas.
    Cera de la tierra, seis arrobas, quince libras.
    Clavazón de hierro, doce arrobas.
    Hilo de plata, dos libras seis onzas y media.
    Hilo de oro, una libra, doce onzas y media.
    Alambre de hierro, una arroba diez y ocho libras.
    De metal amarillo, un rollito.
    Escarchado de metal amarillo, una libra doce onzas.
    Hebillas de zapatos, diez pares de estaño.
    Item, papel, cien cuadernillos.
    Mapas viejos, siete.
    Incienso de Castilla, tres arrobas veinte libras.
    Lacre, tres libras cuatro onzas.
    Cedazos, esto es, tela de cedazos, veinticinco varas y una cuarta en tres pedazos.
    Tela de plata, diez y nueve varas y media.
    Terciopelo, siete varas.
    Glase ya cortado para casullas en cuatro pedazos, tres de ellos de a vara y de un geme cada uno, y el cuarto de palmo y medio y todo colorado.
    Tisú, tres varas.
    Persiana colorada, veinte y cinco varas, y una cuarta.
    Persiana blanca, tiene diez y nueve varas, y un geme.
    Damasco azul, nueve varas y un geme.
    Damasco morado, doce varas, menos un geme.
    Damasco colorado, cinco varas y media.
    Media persiana morada, diez y ocho varas y poco menos de media.
    Raso colorado, setenta y tres varas.
    Raso azul, diez y ocho varas.
    Media persiana blanca, siete varas.
    Raso morado, doce varas.
    Raso verde, treinta y seis varas, un geme.
    Encajes finos, tres piezas.
    Item, otra pieza de lo mismo, siete varas
    Item, otro rollo de lo mismo con cuarenta y seis varas y tres cuartas.
    Por lo que toca a los ganados existentes en la estancia, se estableció en conformidad con un censo realizado en mayo de 1767, que había:
    Vacas: 33.400
    Caballos: 1.409
    Mulas mansas: 283
    Mulas chúcaras: 385
    Yeguas mansas: 382
    Yegua cría de burras: 222
    Ovejas: 7.356
    Los Curas que sucedieron a los jesuitas fueron religiosos de la Orden de Santo Domingo. Al padre Bonifacio Ortiz, que fue el primero que reemplazó a los jesuitas, en agosto de 1768, sucedió en 1771 fray Domingo Maciel, como Párroco, y fray Lorenzo Villalba, como ayudante. Fue confirmado en ese puesto fray Maciel en 1775, y fray Juan López sucedió a fray Villalba. En 1779 y en 1783 seguía fray Maciel al frente del pueblo, siendo sus ayudantes fray Faustino Céspedes en el primero de esos dos años, y fray Francisco Pera en el segundo de ellos. En 1787 fray Juan Tomás Soler remplazó a Fray Maciel y no tenía acompañante alguno.
    Desde 1791 dejaron los Padres Dominicos de señalar Párroco para San Ignacio. Cada año fueron estos religiosos teniendo menos pueblos a su cargo. De diez, que tuvieron a su cargo en 1771, sólo tenían tres en 1803, que fueron las Reducciones de Yapeyú, San Carlos y Mártires, y en 1811 tenían aún a su cargo la postrera de estas reducciones, pero sin proveerla de Párroco. En 1815 y 1819 no se nombran Curas algunos para las mismas, como puede verse en las actas de los capítulos celebrados en esos años.
    Es que desde la salida de los jesuitas, en agosto de 1768, los pueblos de Misiones, entre ellos San Ignacio Miní, fueron decayendo lenta pero constantemente. Los religiosos, que sucedieron a los Padres de la Compañía de Jesús, por más buena que sea su voluntad, desconocían el idioma de los indios y, lo que era aún más grave, desconocían la pedagogía a usarse con ellos. Los administradores, comenzando por Ignacio Sánchez dilapidaron los bienes de la comunidad.
    Por lo que toca en particular a la Reducción de San Ignacio Miní, existe un documento del estado en que se hallaba en 1801 ese pueblo, otrora tan próspero y tan poblado. Dicho documento está suscripto a 31 de abril de ese año, y en el pueblo mismo de San Ignacio Miní, por Joaquín de Soria, gobernador, a la sazón, de los Treinta Pueblos, y va dirigido al Administrador Andrés de los Ríos. “Ordeno y mando al citado administrador que, sin desatender el cuidado de las estancias, y cuidado de la Chacarería, por ser estos dos ramos el principal nervio en que está vinculada la subsistencia de los naturales, ponga toda la aplicación y esmero en la reedificación de las cuadras caídas, composición de las que amenazan ruina, principalmente el templo y el segundo patio del colegio, en la mayor parte se halla destruido, y en la conservación y buen estado de servicio, en que se ven algunos edificios. Averigüe el paradero de muchas familias prófugas, cuya restitución al pueblo procurará por los medios más suaves, prometiéndoles a todos la indulgencia del castigo, para que, de este modo, vuelvan y se haga la Comunidad de ésta con más brazos para el cultivo de los terrenos”.
    Esto ordenaba Joaquín de Soria, en tiempo del gobernador Lázaro de Ribera, y se refiere principalmente a los edificios, pero dos años antes, en 1788, el predecesor inmediato de Ribera, el gobernador Joaquín Alós, había expuesto y ponderado el estado de decadencia y de miseria que aquejaba a los otrora opulentos y prósperos pueblos misioneros, y con referencia particularmente a San Ignacio Miní, manifestaba que “esta falta (de ropa) ha puesto a los más de ellos en estado miserable e indecente a la vista”. No eran los de San Ignacio Miní una excepción ya que “muchos de los de San Ignacio Guazú se hallan andrajosos y desnudos la mayor parte de los párvulos”. Y en Itapuá
    vio él mismo el “lastimoso espectáculo” que presentaban “a mi vista”, los más de sus moradores.
    Estando los pueblos en este abandono religioso, material y económico, nada extraño es que la población de los mismos fuera, cada día, más escasa hasta reducirse a una insignificancia. Lo curioso es que no obstante tantas exacciones y abusos, de parte de tantos administradores, y no obstante tanto descuido y apatía por parte de no pocos Curas, siguieran los indígenas fieles a su vida de Comunidad, desde 1767 hasta 1810, pero fue, a partir de 1816 y para resistir la invasión lusitana sobre la Banda Oriental, que organizó el general Artigas con sus ejércitos, uno de los cuales, al mando del indio Andrés Guacurarí, del pueblo misionero de San Borja y comúnmente conocido con el nombre de Andresito y debía operar en el Alto Perú, obedeciendo órdenes superiores, se empeñó en apoderarse de los cinco pueblos del Paraná, entre ellos San Ignacio, que estaban dominados por Francia.
    Artigas sostenía que, por el tratado de 1811, correspondían esos pueblos a la llamada Liga de Provincias, de las que era él el protector, y aunque Andresito tomó sin mayores dificultades la Reducción de Candelaria, que era la más defendida, le costó no poco apoderarse de Santa Ana, de Loreto, de San Ignacio y de Corpus.
    Dominaba Andresito estas reducciones, cuando José Gaspar Rodríguez de Francia determinó destruirlas a fin de no dejar a su enemigo, ni fuentes de recursos, ni recintos defensorios. Así lo hizo en el decurso de 1817. El destrozo unas veces, los incendios, otras veces, destruyeron o dejaron maltrechos a todos los pueblos misioneros. Algunos, como Yapeyú, totalmente arrasados; otros como San Ignacio Miní, destartalados o en ruinas. Lo impresionante y conmovedor es el hecho de que todavía en 1846 había indígenas que moraban junto a los muros de lo que fue otrora la Reducción de San Ignacio Miní.
    Esta quedó olvidada en medio de las bravías selvas que la rodeaban hasta que, en los postreros años del siglo XIX, llegó hasta sus solitarias ruinas el agrónomo Juan Queirel y, en dos folletos, intitulado el uno “Misiones”, publicado en 1901, comunicó a los estudiosos una noticia comprensiva y objetiva de lo que eran entonces las ruinas de San Ignacio Miní.
    Mi permanencia en esta localidad –escribió Queirel- donde he delineado un centro agrícola, que hará renacer de sus cenizas al incendiado y arruinado pueblo de San Ignacio Miní, me ha permitido visitar con alguna detención las interesantes ruinas de dicho pueblo, que, como bien se deja ver por ellas, fue una de las más importantes y prósperas reducciones.
    Por propia satisfacción he recorrido las ruinas, midiendo y observando; y después de muchas horas, así empleadas, he podido levantar el plano adjunto. Por temor de inventar, he puesto en él solamente lo que hay en el terreno. Asimismo ciertos lienzos de pared que represento por una línea seguida, no son de hecho sino escombros diseminados que, en vez de guiar, confunden sobre la verdadera dirección que tuvieron las antiguas hileras de casas, cuartos, etc.
    Hay que saber que las ruinas están entre un monte espeso y salvaje (con muchos naranjos) en que los árboles, lianas y demás plantas han tomado por asalto, casas, iglesia, colegio, etc.
    Los pueblos de las misiones argentinas fueron, como es sabido, incendiados y destruidos, unos por los portugueses, otros por los paraguayos, y por eso sus ruinas están en mucho peor estado que las de las Misiones brasileñas y paraguayas, en las cuales se conservaban edificios completos, que son aún habitados, como en Villa Encarnación sucede.
    No obstante que, en estas últimas ruinas, se puede estudiar mejor las antigüedades jesuíticas, yo he creído útil hurgar en las ruinas que tenía a mi alcance, aunque más no fuera, que para confirmar las descripciones antiguas.
    Aún en el estado en que se encuentra aquel viejo pueblo en escombros, es muy interesante.
    Si de mí dependiera, esas ruinas, esas piedras labradas y esculpidas, que representan el arte de los jesuitas, y la atención, la perseverancia y el sudor de millares de Guaraníes; esas piedras que han escuchado tantos cánticos, tantas plegarias cristianas, pronunciadas en una lengua primitiva, que han asistido a tantas escenas de una civilización única en la historia. Si de mí dependiera, lo repito, esas ruinas serían respetadas, cuidadas, conservadas, para que fueran, como dice Juan Bautista Ambrosetti, un atractivo más de Misiones, y no el menor, un punto de cita para los turistas futuros”.

    La Reduccion Jesuítica San Ignacio Miní, junto con las de Nuestra Señora de Loreto, Santa Ana y Santa María la Mayor (ubicadas en la Argentina) fueron declaradas Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco en 1984.


    Fuente

    Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
    Furlong, Guillermo – Las Misiones y sus pueblos - Buenos Aires (1971).
    Portal www.revisionistas.com.ar
    Todo es Historia – Mayo de 1971

    domingo, 29 de marzo de 2020

    SGM: Los latinoamericanos que estuvieron del lado correcto de la contienda

    Los Aliados - Los latinoamericanos que ayudaron a derrotar al Eje

    por MilitaryHistoryNow.com



    Un general alemán se rinde ante un miembro de la Fuerza Expedicionaria brasileña. Italia, 1945.


    "Si bien sus contribuciones a la victoria final pueden parecer minúsculas en comparación con las de otras potencias mundiales, su participación es, sin embargo, notable".

    LAS NACIONES DE AMÉRICA LATINA a menudo no se cuentan entre los principales contribuyentes a la Segunda Guerra Mundial.

    Países como Chile y Uruguay permanecieron en gran medida al margen hasta las últimas semanas de la guerra antes de finalmente unirse a los Aliados.

    Otros estados como Paraguay simpatizaban silenciosamente tanto con la Alemania nazi como con Italia.

    Columbia, Nicaragua y Bolivia fueron hostiles al Eje, pero no llegaron a comprometer a los ejércitos a la batalla, sino que optaron por suministrar al esfuerzo de guerra de los Estados Unidos materias primas.

    Luego estaban Perú y Ecuador. Los dos vecinos peleadores parecían más preocupados por pelear entre ellos en 1941 que por derrotar a las fuerzas de la tiranía.

    Sin embargo, a pesar de esto, un puñado de estados latinoamericanos participaron en la Segunda Guerra Mundial. Y aunque sus contribuciones a la victoria final pueden parecer minúsculas en comparación con las de otras potencias mundiales, su participación es, sin embargo, notable. Considere estos:


    El 201º Escuadrón de caza aéreo estadounidense estaba tripulado en su totalidad por voluntarios mexicanos. Luchó en el Pacífico en 1945. (Fuente de la imagen: WikiCommons)

    El otro "escuadrón águila"


    Inicialmente, México esperaba que pudiera mantenerse completamente fuera de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, todo eso cambió en 1942 cuando los submarinos alemanes que operaban en el Golfo de México hundieron a dos cargueros mexicanos que mataron a 24 marineros. En respuesta, el presidente Manuel Ávila Camacho declaró la guerra al Eje el 22 de mayo. Si bien la falta de equipamiento militar moderno impidió que México hiciera una contribución considerable al conflicto, envió un destacamento de 30 pilotos y 270 miembros del personal de apoyo a los Estados Unidos. para entrenamiento avanzado de combate aéreo en 1944.


    Pilotos de las Águilas Aztecas de México.

    El grupo, conocido como Fuerza Aérea Expedicionaria Mexicana o Fuerza Aérea Expedicionaria Mexicana, finalmente se unió al 58 ° Grupo de Cazas Americanos como el 201 ° Escuadrón de Cazas, también conocido como "Águilas Aztecas". Washington emitió el equipo con 25 Thunderbolts Republic P-47 de primera línea y para principios de 1945 las Eagles estaban en acción sobre Filipinas. Entre junio y agosto, el escuadrón voló 96 misiones de combate desde su base en Luzón, acumulando casi 2,000 horas de vuelo de combate. [1] Si bien ninguno de sus pilotos obtuvo una sola victoria aire-aire en la campaña, el 201 arrojó casi 1.500 bombas sobre los japoneses. [2] Perdió a tres pilotos en acción. Las Águilas regresaron a México en 1945 y fueron honrados con un desfile en la capital. Actualmente, una parada de metro a lo largo de la línea principal de metro de la Ciudad de México se nombra en honor del escuadrón.


    El "Escuadrón Argentino" Nº 164 de la RAF realizó misiones de ataque terrestre en la campaña de Normandía de 1944 utilizando Hawker Typhoons, similar a este. (Fuente de la imagen: WikiCommons)

    “Decididos volamos”

    Mientras el gobierno de Buenos Ares se contentaba con ver la guerra desde el costado, más de 600 argentinos, en su mayoría de origen anglo, acudieron en masa a la Real Fuerza Aérea para unirse a la lucha contra Hitler. En 1942, un puñado de estos voluntarios se fusionaron en el Escuadrón "164" El Escuadrón Argentino, su lema era firmes volamos, español para "determinó que volamos". El equipo tuvo su mayor impacto durante la campaña de Normandía cuando voló en busca de tanques. Hawker Typhoons, todos los cuales estaban estampados con marcas de la RAF, así como con la pequeña bandera nacional argentina azul y blanca.


    Maureen Dunlop, de la British Air Transport Auxiliary, nació y creció en Argentina. Ella era solo una de las miles que dejaron su tierra natal para luchar por Gran Bretaña. (Fuente de la imagen: WikiCommons)

    En total, casi 4.000 voluntarios, la mayoría de ellos de origen inglés, regresaron al Reino Unido para luchar contra el Eje en tierra, mar y aire. [3] Y sorprendentemente, no todos eran hombres. De hecho, la famosa chica del cartel para el servicio mixto de transporte de avión de transporte auxiliar de transporte aéreo era Maureen Dunlop, una nativa de Quilmes con padres anglosajones.



    Un diplomático salvadoreño salvó secretamente a decenas de miles de judíos de las cámaras de gas de Auschwitz. (Fuente de la imagen: WikiCommons)

    El Schindler de las Américas.

    Un oscuro diplomático llamado José Castellanos Contreras hizo la contribución más importante de El Salvador a la Segunda Guerra Mundial. Además, lo hizo con un bolígrafo, no con un rifle. En 1942, el enviado con sede en Ginebra preparó documentos falsos para un judío rumano llamado György Mandl que mostraban que el hombre era ciudadano de El Salvador. La artimaña engañó a la Gestapo y salvó al refugiado de la deportación a Auschwitz. Contreras no se detuvo allí. Para 1944, el agregado de 49 años, con la ayuda de otros miembros del cuerpo diplomático salvadoreño, conspiró para distribuir documentos de ciudadanía falsificados a 13,000 judíos que vivían en Europa del Este. Las credenciales falsas permitieron a los portadores y sus dependientes huir de los campos de exterminio nazis. En total, salvó aproximadamente 40,000 vidas. En comparación, el famoso Oscar Schindler rescató a 1.200 reclusos en campos de concentración. Sin embargo, a pesar de su heroísmo, Contreras evitó el centro de atención después de la guerra. De hecho, no fue hasta después de su muerte en 1977 que el alcance total de sus increíbles esfuerzos humanitarios se hizo completamente conocido. Desde entonces ha sido honrado póstumamente en Israel, los Estados Unidos y (por supuesto) su tierra natal.


    Cazadores de submarinos como este fueron fundamentales en la guerra de los submarinos en Cuba. (Fuente de la imagen: WikiCommons)

    Los cazadores de submarinos de Cuba


    Aunque inicialmente se aferró a una política de neutralidad, La Habana terminó declarando la guerra a Japón y Alemania después del ataque a Pearl Harbor. Y en poco tiempo, Cuba se convirtió en un jugador clave para cerrar el Caribe a los submarinos alemanes. Para ayudar a su aliado, Estados Unidos prodigó La Habana con embarcaciones de superficie y aviones de patrulla marítima, como el Grumman G-21 Goose. El régimen Bautista le devolvió el favor al otorgar a los Estados Unidos tierras para construir pistas de aterrizaje modernas, todo lo cual Washington acordó desalojar después de la guerra. Desde 1942 hasta 1945, los buques cubanos recorrieron las aguas de sus costas en busca de submarinos enemigos. Durante tres años, escoltó a varios cientos de buques mercantes, registró unas impresionantes 400,000 millas marítimas escoltando convoyes y rescató a más de 200 marineros de barcos torpedeados por manadas de lobos nazis. [4] El punto culminante de la campaña naval de Cuba se produjo el 15 de mayo de 1943, cuando tres de sus patrulleras que trabajaban en conjunto con un avión de reconocimiento Kingfisher de la Armada de los EE. UU. atacaron y hundieron el U-176, un barco Tipo IXC que recientemente reclamó dos cargueros aliados en el zona.


    Thunderbolts brasileños P-47 en Italia. 1945. (Fuente de la imagen: WikiCommons)

    La fuerza expedicionaria brasileña


    Aunque con mucho el mayor participante latinoamericano en la Segunda Guerra Mundial, el gobierno nacionalista de Brasil fue todo menos hostil a los nazis en los años previos al estallido de las hostilidades en Europa. De hecho, el presidente del país, Getúlio Vargas, fue un antiguo admirador del fascismo europeo y buscó fortalecer los lazos comerciales y bancarios con Alemania durante la década de 1930. Cuando estalló la guerra, Brasil no se movió de inmediato para cortar los lazos con Berlín. Sin embargo, en medio de la creciente presión de Washington, Río acordó permitir a la estación estadounidense una flota en Recife en 1942 y construir pistas de aterrizaje en suelo brasileño. Berlín expresó su descontento con el nuevo acuerdo al desatar toda la furia de sus submarinos en la flota mercante del país sudamericano.


    El parche del brazo de la Fuerza Expedicionaria brasileña. (fuente de la imagen: WikiCommons)

    Entre febrero y agosto, los submarinos reclamaron 13 cargueros brasileños. Como las bajas excedieron de 1,000, la presión popular obligó a Vargas a declarar la guerra al Eje. La armada anticuada de Brasil pronto se encontró hasta el cuello en la campaña de submarinos. A pesar de su marcada obsolescencia, los buques de guerra del país realizaron al menos 66 ataques contra submarinos del Eje en el Atlántico Sur y ayudaron a los Aliados a hundir nueve buques alemanes. [5] Pero la guerra de Brasil no se limitó a la alta mar. En 1944, envió a la Força Expedicionária Brasileira, una fuerza expedicionaria para unirse al Quinto Ejército de EE. UU. Que lucha en Italia. Unos 25,000 soldados participaron en la dura campaña, mientras que dos grupos de luchadores completos, ambos equipados con los últimos P-47 Thunderbolts estadounidenses, realizaron 445 misiones de combate en el teatro. El día más grande de los escuadrones se produjo el 22 de abril de 1945, cuando 25 pilotos brasileños completaron 44 ataques aéreos contra vehículos terrestres alemanes cerca de San Benedetto. [6] La hazaña se celebra anualmente en Brasil en el Fighter Arm Day. Al final de la guerra, 948 de los soldados del país habían muerto en combate junto con 550 miembros del personal naval. [7]

    (Publicado originalmente en MilitaryHistoryNow.com el 11 de febrero de 2015)


    Las tropas brasileñas liberan un pueblo italiano. (Fuente de la imagen: WikiCommons)