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jueves, 6 de julio de 2023

Argentina: Buscan penar a los que discutan la versión peronista de la guerra antisubversiva

La trampa del “negacionismo” como herramienta de persecución

En su último acto, Cristina Kirchner dijo que Argentina necesita una “ley de negacionismo” para castigar a quienes nieguen o minimicen los crímenes de lesa humanidad. Pero, ¿qué es ser negacionista?


Por Nicolás Marquez || Infobae






En el reciente acto electoralista encabezado por Cristina Kirchner y Sergio Massa en el predio de la Ex Esma, la condenada Vicepresidente en su discurso le exigió a su personal subalterno que se sancione una ley que castigue con cárcel al “negacionismo”, es decir a todo aquel que dude, cuestione, investigue o contradiga las versiones impuestas de parte de los partidarios del terrorismo y la guerrilla marxista, acerca de lo supuestamente sucedido en los año 70´en Argentina.

Acto seguido, con estricta obediencia e inmediatez, la Diputada Carolina Moisés (a quien le pagamos el sueldo no para que imponga censuras a parcialidades discrepantes sino para que trabaje en aras del bien común), emitió un Proyecto de Ley que castiga con prisión de hasta dos años a todo aquel que cuestione o ponga en duda la existencia de delitos de “Lesa Humanidad”, “Genocidio” y afines que según su arbitraria y subjetiva lectura, se produjeron durante nuestro pasado reciente, contrariando la Libertad de Expresión obrante en los artículos 14 y 32 de la Constitución Nacional, además de numerosos Tratados Internacionales previstos e incorporados en el artículo 75 inc. 22 de la misma (entre ellos el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos -artículos 19 y 20-, la Convención Americana sobre Derechos Humanos -artículo 13-, la Declaración Universal de Derechos Humanos -artículo 19- y la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre -artículo 4).

Vamos por partes.

El “genocidio” conforme lo establece el Tratado Internacional de Roma citado en el proyecto de ley en cuestión, es definido en su artículo sexto como: “cualquiera de los actos mencionados a continuación, perpetrados con la intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso como tal”. Extremos que en los años 70´ no ocurrieron en absoluto, puesto que de lo que aquí se trató fue de repeler la agresión desatada y declarada de parte de organizaciones guerrilleras y terroristas que, apañadas por la Cuba castrista buscaron tomar el poder del Estado atentando contra el orden constituido, y la consiguiente reacción fue estatal contra los integrantes de estas mismas estructuras agresoras y no por las causas tipificadas en la definición precitada.

A su vez el delito de “Lesa Humanidad” (artículo séptimo de la normativa antedicha) consiste en lo siguiente: “se entenderá por ´crimen de lesa humanidad´ cualquiera de los actos siguientes cuando se cometa como parte de un ataque generalizado o sistemático contra una población civil y con conocimiento de dicho ataque”. Algo que tampoco ocurrió, porque la respuesta de las FFAA. no se dieron contra “población civil” sino contra “población combatiente”, es decir contra elementos orgánicos de armazones guerrilleros e irregulares. Tal como lo determinó la mismísima justicia alfonsinista en 1985, hoy frívolamente reivindicada a raíz del polémico y sesgado filme protagonizado recientemente por el actor Ricardo Darín (largometraje titulado “Argentina 1985″).

En síntesis. Como ya conocemos hasta el hartazgo, el relato kirchnerista (no sin en el aval de mucho periodismo cómplice y políticos bienpensantes que “juegan” en la “oposición”) nos dice que durante los años setenta la Argentina padeció un “terrorismo de Estado” en el cual las Fuerzas Armadas (“los genocidas” según el léxico hegemónico) asesinaron por alegre deporte a 30 mil adolescentes bienhechores, por el pecado de portar estos últimos propósitos caritativos, impulsos samaritanos, pretensiones amorosas y sentimientos altruistas. Y de sancionarse el proyecto inconstitucional de ley en curso, todo aquel que disienta con el insistente mantra oficial será castigado por la represión estatal.

Pero la verdad histórica, numérica y jurídica nos dice otra cosa.

Aunque la información general divulgada sobre el juicio a la Junta Militar sea poco conocida (el filme al que hicimos alusión tampoco ayuda en nada al respecto), en el cuestionado veredicto se determinó que en nuestro país no hubo “lesa humanidad” o “genocidio” sino que “el fenómeno se correspondió con el concepto de guerra revolucionaria»; «algunos de los hechos de esa guerra interna habrían justificado la aplicación de la pena de muerte contemplada en el Código de Justicia Militar...»; «...no hay entonces delincuentes políticos, sino enemigos de guerra, pues ambas partes son bélicamente iguales»; «...como se desprende de lo hasta aquí expresado, debemos admitir que en nuestro país sí hubo una guerra interna, iniciada por las organizaciones terroristas contra las instituciones de su propio Estado”.

Vale decir que según la famosa Sentencia (ratificada luego por la Corte Suprema dependiente del Presidente Raúl Alfonsín), nuestro país vivió una guerra, motivo por el cual las definiciones falsas de “genocidio” o “lesa humanidad” no sólo no caben, sino que dichas tipificaciones legales en el Derecho Argentino no existían al momento de producidos los hechos en disputa, sino que fueron introducidos en nuestra normativa casi 30 años después de acontecida la contienda bélica: enero del 2001 (durante el Gobierno del Presidente Fernando de la Rúa), por ende dichas categorías se tornan inaplicables tanto en los hechos como en el derecho (conforme artículo 18 de la CN.).




Vale decir que el fallo no sólo afirma la existencia de situación de guerra, sino que niega la existencia de “genocidio” o “lesa humanidad”. Sin dejar pasar además que es también la sentencia de marras la que agrega que las huestes del terrorismo y la subversión (fundamentalmente de ERP y Montoneros) cometieron 21667 atentados terroristas en el marco de una intensa década (-1969/79-), equivalente a un atentado cada cuatro horas (seis por día), ataques que entre otras cosas comprendieron 5052 colocaciones de bombas, 1748 secuestros y 1501 homicidios de parte de dichas organizaciones, cuya cantidad de integrantes según el idolatrado fallo en cuestión contaban con 25 mil efectivos: huelga decir que el 52% de los crímenes cometidos por la subversión fue durante la democracia peronista, la cual gobernó entre mayo de 1973 a marzo de 1976.

Todo lo dicho sin contabilizar que fue el propio Presidente Juan Perón (el fundador del mismo partido que hoy detenta el poder) el que creó y organizó en 1973 a la banda Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), en el afán de combatir ilegalmente a la guerrilla, y que de este modo dicha organización supo ser autora de 487 homicidios en democracia. A lo expuesto cabe sumar que fue en febrero y octubre del año siguiente (1975), cuando ese mismo gobierno (a la sazón capitaneado por Isabel Perón puesto que su esposo Juan Perón había fenecido) el que dictaminó y decretó a las Fuerzas Armadas entrar en Operaciones de Combate (famosos decretos que ordenaban taxativamente “aniquilar el accionar de los elementos subversivos”), motivo por el cual se llevaron a cabo y se avalaron en el período peronista previo al 24 de marzo de 1976 el siguiente número de desapariciones: 908. Coeficiente luego confirmado en la primera versión del texto “Nunca Más”, suscripto por el organismo estatal Conadep (Comisión Nacional de Desaparición de Personas).

¿Es “negacionismo”, “crimen de Lesa Humanidad” o “apología del delito” entonces cantar la marcha peronista? Es decir saludar al partido creador de la AAA (con medio millar de muertos a cuestas) y responsable de casi mil desapariciones? ¿Es “negacionismo” o “crimen de lesa humanidad” afirmar que Argentina vivió una guerra tal como sentencia el fallo alfonsinista juzgatorio de la Junta de Comandantes? ¿Entonces deberían ir presos los jueces que en los años 80´ conformaron dicho tribunal especial por Decreto de Alfonsín? Finalmente: ¿es “negacionismo” o crimen de “lesa humanidad” admitir que durante el último gobierno militar la cifra de desaparecidos no fue de 30 mil sino 6447 (datos confirmados en 2015 durante el gobierno de Cristina Kirchner por intermedio de su Secretaría de DDHH)? ¿Deberían ir presos los funcionarios de dicha Secretaría kirchnerista por informar un número casi cinco veces más bajo que el ficcionariamente difundido? ¿Cómo puede el Estado establecer formalmente una cifra y a la vez obligar a los ciudadanos a mentir con otro número –bajo pena de cárcel- el cuál contradice lo informado por el propio Estado?

¿No incurren en aviesa inmoralidad, ilegalidad e inconstitucionalidad los detentadores del poder parlamentario que se arrogan la potestad de determinar qué y cómo tenemos que pensar o expresarnos los ciudadanos bajo amenaza de punición estatal? ¿Ellos son los que tienen la potestad de determinar qué es la “verdad” y encarcelar a los que “disientan” con el sesgado catecismo de cuño “bonafinista”?

Para más datos y perdón por la autorreferencia, uno de mis últimos libros publicados y titulado “La Guerra Civil Argentina, las mentiras que oculta la corrección política” (año 2020, BsAs. Unión Editorial), es un texto abiertamente NEGACIONISTA porque a lo largo de 304 páginas y 400 documentos y citas bibliográficas cuestiona y desmiente el sinfín de embustes instaurados por las facciones supérstites del terrorismo derrotado y sus voceros colaterales: ¿qué mejor que debatirlos públicamente y contrastar esos datos en sano espíritu para que el oyente o lector interesado pueda escuchar puntos de vista varios y así salga enriquecido tras obtener su propio criterio? ¿O es más “inclusivo” someter al cadalso a todo aquel que ofrezca un paradigma alternativo ante la prepotencia estatal? ¿Acaso tienen pánico los dueños de la versión oficial de que “su” relato quede diezmado y expuesto al desnudo al ser contrarrestado por enfoques insumisos?

De convalidarse este injustísimo disparate legislativo (verdadero delito de opinión), dejo sentado de que en lo personal no se necesitarán pruebas para aprisionarme. Ratifico todo cuanto haya escrito y documentado en la materia. Quien esto escribe (Nicolás Márquez, DNI 24243291, nacido el 22/04/1975, argentino), se declara culpable ahora mismo.

viernes, 14 de febrero de 2020

Guerra Antisubversiva: Los muertos invisibles del peronismo

Los muertos invisibles de la Argentina

Jorge Fernández Díaz



El último gesto de vida de Antonio Muscat, segundos después de recibir una lluvia de plomo, es esta lágrima furtiva que le cruza el rostro final, tendido sobre la vereda ensangrentada.

Nació en Dock Sud, provenía de una humilde familia de inmigrantes malteses y se casó con una bella croata de tres nombres a quien todos llamaban Beba.

Se recibió de contador público, ingresó en Molinos e hizo una larga carrera en el grupo Bunge & Born. Su vida personal siguió siendo sencilla, frugal y feliz: se lo veía siempre cortando el pasto del jardín de su casa de Quilmes, acompañando a sus tres hijas mujeres y ayudando a los más pobres desde sociedades de fomento, club de leones y parroquias ribereñas.

Beba lo esperaba todas las tardes con la alegría de una novia. Al día siguiente del secuestro de los hermanos Born, ella atendió un llamado: “Decile al hijo de puta de tu marido que va a ser el próximo”.

Al principio de los violentos años 70, la compañía le había ofrecido trasladarse a Brasil; luego le intervinieron el teléfono y le pusieron una custodia.

Pero Antonio no quería asilarse ni vivir vigilado; pensó sinceramente que nadie querría matar a un simple gerente, a un tipo de barrio.
Más bien cavilaba, y no sin algo de razón, que esos amagues eran simples presiones para que el patriarca de los Born soltara por fin el dinero del rescate.

Pero el patriarca se ponía duro y las negociaciones se dilataban, y entonces los responsables de la Operación Mellizas tomaron secretamente la decisión de “ejecutar” a algún empleado de la compañía para ablandar la voluntad, para aceitar el diálogo. Antonio Muscat no tenía forma de saber que ya se había transformado en un blanco móvil.



Esta mañana del 7 de febrero de 1975 gobierna Isabel Perón, y hay un sol radiante. Muscat, como todos los días, se levanta temprano, sale a hacer flexiones y ejercicios de respiración, se ducha y despierta a Beba: siempre se sienta a su lado en la cama y le ceba unos mates. Luego carga a dos hijas en su Ford Falcon y cambia su itinerario de rutina, puesto que debe dejar a una de ellas en la estación de trenes.

“Apurate que tengo varios coches atrás”, le dice. Ella se apura y, por lo tanto, solo le deja un beso fugaz. Todavía hoy, 43 años después y con la perspectiva del drama, se arrepiente de aquella fugacidad. El dolor nos vuelve injustos con los detalles.

En la barrera Rodolfo López un coche le frena a Muscat por la retaguardia, y otro se adelanta y se le pone a la par. El contador entiende que algo grave está por suceder, porque comienzan a sonar dos sirenas. La barrera se alza y él pisa el acelerador.

Pero a los pocos metros un tercer auto sale de la nada y lo bloquea, y lo encierran hacia la derecha. De ellos surgen nueve tipos armados con ametralladoras y le arrojan gas pimienta.

La otra hija de Muscat baja aturdida y se refugia por un instante detrás del Falcon, y Antonio parece alejarse de ella quizá porque intuye que van a rociarlo de muerte, y no quiere que las balas la alcancen. Los asesinos se concentran en él: uno de los proyectiles le entra por el brazo, le atraviesa el tórax y le toca el corazón.

Cuando se acerca, su hija lo ve caído y por el rabillo del ojo divisa a los nueve homicidas, que regresan a sus coches con las ametralladoras humeantes. Es en ese instante de conmoción cuando observa que aquella lágrima solitaria y última surca la cara de su padre.

Un conscripto que pasa por ahí la ayuda a cargar el pesado cuerpo y a conducirlo a la Clínica Modelo. Beba Muscat, pocos minutos más tarde, entra en el quirófano sin saber que su marido ya ha expirado y le grita: “¡Vamos, Antonio, fuerza!”. Hasta que una enfermera la acaricia amorosamente, ella se da cuenta de la verdad y se desmorona.

Antonio Muscat fue sepultado en el cementerio de Avellaneda; dentro de la caja fuerte de su oficina encontraron varias amenazas firmadas por Montoneros y ERP.

Born, que lo conocía y lo estimaba, ordenó fríamente que pagaran una indemnización, pero solo envió unas flores y una tarjeta impersonal. Sus dos hijos recobraron la libertad, pero nadie se acordó nunca de esa familia mutilada.

Ni una línea, ni una palabra, ni un llamado. Beba se sintió abandonada emocionalmente por los patrones de su esposo.

Estuvo un año entero muerta en vida, hasta que de pronto resucitó: dijo que nunca más iba a consumir la yerba ni la harina ni ningún otro producto que fabricaran las empresas de los Born, y se dedicó con risas y con garra a sacar adelante a sus hijas.
Jamás volvió a enamorarse, pero logró que todas hicieran un buen duelo y que no se agitara obsesivamente en el hogar la memoria de aquel terrible atentado; no quería que sus nietos crecieran con resentimiento.

La dictadura militar les pareció a todas ellas una aberración inexcusable: lavar sangre con más sangre, combatir el terrorismo transformando al Estado en terrorista y en sádico asesino en masa.

Los posteriores negocios de Born con Galimberti les hicieron rechinar los dientes. Y la irresponsable mitificación de los montoneros operada por el gobierno kirchnerista les crispó los nervios.

Tuvieron que romper su propio criterio con esos hijos y sobrinos cuando descubrieron que el clima de época les inculcaba la épica de la “juventud maravillosa”.

Se vieron forzadas a sentar a esos chicos y a explicarles seriamente lo que había sucedido con el abuelo. Y cómo los miembros de aquellas bandas armadas jamás pidieron perdón, y el modo en que se silenciaron a todas sus víctimas mediante una extraña extorsión pública según la cual evocar las aberraciones terroristas implicaba necesariamente disculpar el exterminio de Videla y de Massera, o sustentar de manera automática la “teoría de los dos demonios”.

Por esa misma razón, hay 1094 muertos invisibles en la Argentina; la mayoría de ellos, eliminados en tiempos de democracia. Civiles y no combatientes.






jueves, 13 de febrero de 2020

Guerra Antisubversiva: El negacionismo del terrorismo criminal del peronismo

Arturo Larrabure: “Sí hay negacionismo, pero respecto de las víctimas del terrorismo”

Por Christian Sanz || Tribuna de Periodistas



Entrevista al hombre que es símbolo de la otra parte de la historia de los 70

-Ya en su momento se hizo una ley similar y hubo un sólo diputado que votó en contra, Guillermo Castello, que terminó yéndose de Cambiemos porque tenía ciertas disidencias. Estamos hablando de la provincia de Buenos Aires, esto fue un globo de ensayo, porque estas cosas no suceden de casualidad.

-¿Qué querés decir?

-Y… ven cómo la cosa camina, por ahí no son los objetivos que están buscando, pero por ahí le dan una vuelta de tuerca y le van por otro lado. Fijate lo que pasó con Alberto Fernández en la reunión con el papa Francisco, donde entre otras cosas le pide que trabaje para la unión nacional, que termine con el tema de la grieta y que avance en la reconciliación —independientemente del tema del aborto—, y llega acá y hace todo lo contrario. Luego va a Francia, a París donde se junta con el grupo este de activistas de derechos y humanos y le sugieren lo de avanzar contra el negacionismo de la dictadura.

-¿Cuál es tu valoración al respecto?

-Me parece que a esta altura del partido ya hay muchísima gente que sabe la verdad de todo, ya por muchísimos medios inclusive. Alguien con una opinión muy calificada es Graciela Fernández Meijide: si ella dice que la Conadep, después de varios años de investigación, termina demostrando que son ocho mil novecientos desaparecidos… no son treinta mil. Obviamente el tema de los desaparecidos fue algo que no tendría que haber existido, convengamos que todo el mundo está en de acuerdo en ello, pero también es cierto que todo el mundo se enteró de esto por el diario del lunes. Porque en su momento nadie sabía absolutamente nada.

-¿Qué te provoca todo esto a vos en lo personal, más allá de la cuestión política y social?
-Lo que me provoca es que sí hay negacionismo, pero respecto de las víctimas del terrorismo. Nadie sabe absolutamente nada de lo que pasó, la juventud no conoce esa parte de la historia. Si uno habla de 17.380 de víctimas de aquella época, civiles inocentes, la gente dice: “No... pero ese número es inventado”. ¡Y eso que nosotros lo tenemos documentado!

-¿Entonces?

-Entonces, si vos tenés documentado nombre por nombre… ¿por qué no hablamos de eso? Es como que a uno, no te digo que le produce fastidio, pero es como que realmente ya tendría que ser un tema superado, una discusión para los libros de historia, no para que después de tantos años se promulgue una ley que te obliga a decir treinta mil desaparecidos cuando todo el mundo sabe que no lo son. Lo saben los que van a hacer la ley como los otros que no quieren la ley. Me parece que es una discusión absurda, que no tiene sentido, es volver otra vez a poner en el tapete cosas que ya no tendrían que estar, que tendrían que estar superadas.

-¿Cómo está la causa de tu papá (N de la R: refiere a la muerte de Argentino del Valle Larrabure en 1974 en manos del ERP)?

-La causa está en la Corte Suprema de Justicia de la Nación, que es la última instancia de la Argentina. Por supuesto que siempre está la instancia internacional, pero pueden llegar a pasar un montón de años más hasta que se resuelva. Y estamos hablando de que un hecho que sucedió hace 45 años. Si esto sigue así, yo me voy a morir y no voy a tener resuelto este tema.

-¿Y tus hijos?

-No es un tema que quiero que hereden mis hijos porque yo les he contado cómo ha sido la historia de su abuelo y ellos me dicen: “Pero papá, esto en los libros de estudio no existe”.

-¿Entonces, cómo sigue la cuestión judicial?

-Creemos que la causa judicial se va a “frizar”, se va a congelar, no van a resolver nada. Fijate que han vuelto a la carga con el tema de los derechos humanos. Han copado todo. La batalla cultural está totalmente perdida y ya no hay forma prácticamente de revertirlo, salvo las luchas que se dan en las redes sociales.