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martes, 2 de mayo de 2023

Biografía: Pietro Vassena

Pietro Vassena

Revisionistas

  
Pietro Vassena y familia

Nació en el barrio de Sala al Barro, en Lecco, Lombardía (Italia), el 9 de noviembre de 1846, siendo sus padres Giácomo Vassena, tintorero, y Margherita Mainetti, bobinadora textil. En los talleres de su aldea natal, situada a pocos kilómetros de la frontera con Suiza, aprendió el duro oficio de herrería.

Llegó a Buenos Aires en 1865, siendo adolescente. Después de un largo y accidentado viaje a través del Atlántico, el velero que lo transportó ancló a cierta distancia de la costa. El muchacho, que no tenía dinero para pagar el carro en que debía transportar su equipaje, cargó con él al hombro, atravesando algunas cuadras del río con el agua a la cintura. Pero no eran éstos verdaderos contratiempos para doblegar su fuerte carácter y su férrea voluntad.

Una vez asentado en Buenos Aires procuró adaptarse al ambiente local, castellanizando su nombre a Pedro Vasena. Comenzó a trabajar en la ciudad como simple herrero. Luego fue obrero en los establecimientos de Silvestre Zambonini, ganando 24 pesos de la antigua moneda. A los quince días, en mérito a sus condiciones de laboriosidad, se le aumentó aquella asignación mensual, hasta que, poco a poco, fue conquistando dentro del establecimiento, confianza y simpatía.

Poco después, estableció su taller propio en 1870, en la calle Belgrano 1740, esquina Salta, en el cual puso a trabajar a diez obreros. Este taller se desarrolló de tal manera que fue necesario instalar una nueva fábrica en la calle Rioja 1299 (ocupaba una manzana completa comprendida entre las calles Rioja, Barcala, Urquiza y Cochabamba), a la que siguió una tercera fábrica, en la ciudad de La Plata, al mismo tiempo que abría grandes depósitos en Buenos Aires: uno en la Boca, otro en la calle Roma, y un tercero entre Sarmiento y California.



Talleres Metalúrgicos Pedro Vasena e hijos

Su establecimiento fue premiado en varias oportunidades: en 1898, con el Gran Premio y Diploma de Honor en la Exposición de Turín y en 1906, con iguales premios en la Exposición de Milán. El mismo fue condecorado por el gobierno de Italia con la Cruz de Caballero del Trabajo.

Su empresa realizó grandes obras, como puentes de hierro sobre diversos ríos del país, cañerías para la conducción de gas en la ciudad de Tucumán, el Mercado de Abasto de la ciudad de Buenos Aires, el Mercado de Frutos en la ciudad de Bahía Blanca, las instalaciones del más grande gasómetro del país, la Sociedad para la luz y tracción eléctrica del Río de la Plata, instalaciones de la fábrica de papel “La Argentina” en Zárate, la gran destilería de alcohol de Villa Elisa (propiedad de P. Griffer e hijo), y las de la destilería “La Rosario”, en Santa Fe.

Murió en 1916. Era “de estatura regular, aunque de atlética musculatura; un puño que caía con la fuerza de un martillo, dos brazos como para romper una columna. Cultura poca o ninguna, pero una mente despierta, atenta; ingenio natural, extraordinario sentido de la vida, de lo positivo”.

Decía el diario La Razón: “Pudo decir don Pedro Vasena, con toda justicia, que pasó su vida en el yunque. Allá, en la modesta vivienda de la calle Belgrano, nacieron sus hijos; allá, también, vio sucederse los días y las noches, sorprendido en el continuo trajinar de su taller. Su mano, que mostraba con no menos orgullo, tenía las huellas imborrables de su herramienta: a golpes de martillo labró su fortuna”.

La Semana Trágica

Hacia 1918, ya fallecidos el fundador de la empresa y sus hijos Santiago y Sebastián, la Compañía Argentina de Hierros y Aceros (Pedro Vasena e Hijos) Ltda. era una sociedad anónima asociada con capitales ingleses establecidos en Londres, bajo la denominación “The Argentine Iron and Steel Company (Pedro Vasena e Hijos) Ltd.”, con un capital de un millón de libras esterlinas.

En 1919 el establecimiento empleaba a 2.500 operarios. Al igual que muchas otras, la empresa se vio severamente afectada por los eventos de la Primera Guerra Mundial, habida cuenta de que muchos de sus insumos eran importados -como el carbón que daba energía a los talleres-, y que las importaciones habían mermado o se habían suspendido durante la conflagración. La empresa no absorbió entonces las pérdidas sufridas, sino que las trasladó hacia sus obreros quienes vieron reducirse sus jornales estrepitosamente o fueron directamente despedidos. Asimismo, los trabajadores tenían unas pésimas condiciones laborales. Las jornadas eran de 11 horas y a veces más. Las horas extras no eran recompensadas con ningún salario extra.

En diciembre de 1918 los obreros de Vasena se declararon en huelga. Exigían una jornada laboral de ocho horas, un incremento salarial y el pago de las horas extras. Los directivos se negaron a recibir el escrito con sus condiciones y a tratar con la delegación sindical. El clima se tensó con el paso de los días. Dos semanas después, los trabajadores bloquearon la salida de materiales del depósito a la fábrica y los dueños convocaron a rompehuelgas, que eran grupos parapoliciales armados.

Barricada en una calle porteña

El 7 de enero de 1919, cuando la medida de fuerza ya superaba el mes, la policía se puso al frente de la represión. Los agentes dispararon sus fusiles contra los trabajadores que se encontraban en la sede del sindicato metalúrgico y mataron a tres de ellos. Otro murió de un sablazo y unos treinta resultaron heridos. Esa matanza fue el inicio de la
Semana Trágica.

Las centrales obreras se solidarizaron con los trabajadores metalúrgicos y convocaron a una huelga general que paralizó Buenos Aires. El Gobierno de Yrigoyen convocó al Ejército.

El 9 de enero la ciudad amaneció sin subterráneos ni tranvías y con las fábricas y el puerto detenidos. Ese día el diario La Razón titula: “La ciudad bajo el imperio de la huelga general”. Durante la mañana se voltean tranvías y se tiran abajo los cables de electricidad. Piquetes obreros recorren talleres y comercios. Aunque algunos tienen dudas, terminan adhiriendo a la huelga; el comercio se paraliza; se multiplican actos espontáneos en diferentes barrios y en la zona de Avellaneda.

Pedro Christophersen, J.P. Macadam, Atilio Dell’Oro y T.L. Mogay, integrantes de la patronal Asociación Nacional del Trabajo, se ofrecen para “mediar” en el conflicto. Con este objetivo se presentan en las instalaciones de Vasena donde se reúnen con miembros del directorio y de la FORA IX. Pero ya no pueden salir, miles de obreros se suman a las barricadas en los alrededores de la planta. En los techos y puertas del local se ubican matones a sueldo de los capitalistas, armados con fusiles Máuser. La tensión va en aumento. A las dos de la tarde, desde el local del sindicato, partió un cortejo fúnebre con los ataúdes de los cuatro obreros asesinados. A su paso por la céntrica avenida Corrientes había unas 300.000 personas. Llegando a la esquina de Yatay se producen nuevos disturbios. Un grupo se adelanta, ingresa a una iglesia y arma una fogata. Al llegar los contingentes obreros más numerosos, policías y bomberos que se habían refugiado en la iglesia comienzan a disparar a la multitud, asesinando a varios de los manifestantes y dejando un tendal de heridos. Se produce un tiroteo, corridas, parte de la columna se dispersa, pero no se detiene en su camino hacia la Chacarita. En el cementerio mismo va a producirse una represión aún mayor. Los huelguistas asaltaron armerías, pero policías y militares los emboscaron. De detrás de los muros del cementerio aparecieron uniformados que dispararon contra la multitud. Hubo decenas de muertos. No hay cifra oficial acerca del número de víctimas, las estimaciones más conservadoras hablan de 700 muertos.

La violencia continuó en los días posteriores. Hubo enfrentamientos en los barrios colindantes a la fábrica metalúrgica y un grupo anarquista intentó dejar a la ciudad sin suministro de agua con un asalto fallido a los depósitos.

El 10 de enero, la huelga ya se había extendido a otros importantes centros urbanos e industriales. Mar del Plata amanece conmovida por el paro total de los empleados de comercio, restaurantes, talleres y transportes. La Razón informa también que 22 gremios están plegados a la huelga en Mendoza.

El conflicto terminó el 14 de enero. Los trabajadores regresaron a la fábrica con sus condiciones satisfechas: reconocimiento de la organización sindical como interlocutor, jornadas de ocho horas, descanso dominical, aumento de sueldo y horas extras remuneradas.

Lo que empezó como un conflicto sindical desencadenó una huelga general histórica que conmovió y paralizó al país entero durante la semana del 7 al 14 de enero de 1919, mientras que las calles de Buenos Aires se convirtieron en un verdadero campo de batalla.

Fuente
Cutolo, Vicente Osvaldo – Nuevo Diccionario Biográfico Argentino, Buenos Aires (1985)
Diario La Razón, 27 de noviembre de 1916.
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Einaudi, Luiggi – Un Príncipe Mercante, Turín (1900).
Igareta, Ana y Schávelzon, Alejandro – La Semana Trágica y los Talleres Vasena, APOC, Buenos Aires (2011)
Portal www.revisionistas.com.ar
Silva, Horacio Ricardo – Días rojos, verano negro, Terramar Ediciones, Buenos Aires (2011).
Tarruella, Alejandro – Vasena, una muerte que cierra una época, La Señal Medios, Buenos Aires (2018).

sábado, 22 de enero de 2022

USA: La batalla del Monte Blair

Centenario de la Batalla del Monte Blair

Revista Militar
Autor: Vladimir Zyryanov




Este mes marca el centenario de la batalla de Mount Blair, cuando 20.000 mineros en el sur de Virginia Occidental con armas en sus manos lucharon contra el ejército privado de matones contratados por los propietarios de las minas de carbón. La feroz batalla duró del 25 de agosto al 2 de septiembre de 1921, cuando el ejército estadounidense, desplegado por el presidente Warren Harding, se apoderó de las minas de carbón, desarmando y arrestando a cientos de mineros.

Prehistoria de la batalla

La Batalla de Blair fue parte de una ola de luchas de la clase trabajadora en los Estados Unidos e internacionalmente que se inspiró en la Gran Revolución de Octubre de 1917 en Rusia.

En 1919, 350.000 trabajadores siderúrgicos participaron en la gran huelga del acero, 400.000 mineros del carbón se declararon en huelga en todo el país y 45.000 trabajadores participaron en una huelga general en Seattle.

La clase dominante estadounidense, temiendo su propio "octubre", respondió con una represión brutal. El fiscal general Mitchell Palmer llevó a cabo una serie de redadas en todo el país en las que más de 10.000 trabajadores extranjeros fueron detenidos por cargos de organización socialista, sindical y actividades contra la guerra.

Durante la Primera Guerra Mundial, el carbón del sur de Virginia Occidental tuvo una gran demanda, especialmente para el suministro de combustible de la Marina de los EE.UU. el presidente Woodrow Wilson eximió a los mineros del servicio militar obligatorio, pero insistió en que aumentaran la producción para la "guerra de la democracia".

Wilson puso a Samuel Gompers, director de la Federación Estadounidense del Trabajo, en el Consejo de Defensa Nacional. La Unión de Mineros Unidos apoyó plenamente la guerra, y cada copia de la revista United Miners incluía un cartel pidiendo más carbón.

A lo largo de la guerra, los magnates del carbón obtuvieron enormes beneficios del hecho de que los mineros trabajaban largas horas por una pequeña tarifa y estaban bajo la constante amenaza de explosiones de gas, colapso y accidentes mecánicos. Solo en 1918 murieron 2.580 mineros, incluidos 404 en Virginia Occidental.

Los mineros de Virginia Occidental también estaban bajo la capa de hierro de los magnates del carbón, así como de los jueces, las fuerzas policiales y los políticos que los controlaban.

Los mineros vivían en ciudades de la empresa, donde casi todo, desde sus chozas, que no tenían calefacción ni agua corriente, hasta las tiendas donde compraban sus mercancías, pertenecía a los propietarios de las minas.

Los propietarios de las minas pagaban salarios a los alguaciles del condado y a sus diputados para proteger su propiedad, cobrar el alquiler de los mineros y atacar a los mineros sindicales. Además, contrataron matones y espías de la Agencia de Detectives Baldwin Felts, cuyos agentes también prestaron juramento como agentes de la ley.

Cientos de guardias mineros y alguaciles patrullaban las carreteras y vagaban por las ciudades a pie y a caballo portando escopetas, rifles, pistolas, porras, en busca de organizadores sindicales y mineros sindicales.

Se prohibió a los mineros la libertad de expresión y reunión pública. Tampoco se les permitió reunirse en grupos de más de dos. El correo de los mineros fue escudriñado, leído y, a veces, censurado por los carteros de las tiendas de la empresa. Como medida adicional de protección, las empresas comenzaron a cercar sus ciudades con alambradas de púas alrededor de 1913-1914.

Los mineros se vieron obligados a firmar contratos que los obligaban a no afiliarse a diversas organizaciones laborales y sindicales, o incluso a negarse a "ayudar, alentar o aprobar" tal organización. Los trabajadores condenados por irregularidades o incluso sospechosos de simpatizar con el sindicato han sido despedidos y desalojados por la fuerza de los hogares de su empresa.

A pesar de los intentos de los magnates del carbón de dividir a los trabajadores en términos raciales y étnicos, los trabajadores de Virginia Occidental, compuestos en su mayoría por inmigrantes italianos y húngaros, apalaches y antiguos aparceros negros del sur, se manifestaron contra la clase capitalista.

Así lo demostró la huelga de Paint Creek - Cabine Creek de 1912-1913. La solidaridad entre negros y blancos, protestantes y católicos, mineros inmigrantes e indígenas fue inquebrantable.

La huelga de Paint Creek - Cabine Creek, que tuvo lugar al sureste de Charleston, fue un avance significativo. Los mineros libraron una batalla de 15 meses contra los matones de Baldwin-Felt, que construyeron un tren blindado para ametrallar las tiendas de campaña de los mineros en huelga desalojados.

Los mineros de base, dirigidos por el minero de Cayut Creek, Frank Keeney, de 24 años, sacaron la lucha de las manos de la dirección nacional conservadora de la organización sindical local y recurrieron al Partido Socialista para celebrar reuniones masivas y dar negociaciones.

Pronto, los magnates finalmente cedieron ante los mineros.

Sin embargo, tras la huelga, los propietarios de las minas de carbón estaban decididos a vengarse. Un magnate del condado de Logan expresó su preocupación de que los mineros quisieran "hacerse cargo de las minas ellos mismos ... En resumen, establecer un gobierno soviético".

Masacre en Matevan

En mayo de 1920, decenas de miles de mineros no sindicalizados de West Virginia que permanecieron en el trabajo durante la huelga nacional de 1919 se unieron a United Mine Workers, con la esperanza de unirse a la próxima huelga nacional. Cualquier minero que se descubrió que se había unido al UMWA fue despedido.

Una vez más, las empresas de carbón reclutaron a miembros de la agencia de detectives Baldwin-Felts, que envió a Lee y Albert Feltz, hermanos del fundador de la agencia, Thomas Felts, a supervisar personalmente los esfuerzos para "frenar" a los mineros. Los bandidos armados desalojaron inmediatamente a los trabajadores y sus familias de las viviendas de la empresa.

Los agentes se encontraron con la resistencia inmediata de los mineros y sus partidarios, incluido Syd Hatfield, ex jefe de policía y minero de Matevan, West Virginia, y el alcalde de la ciudad, Keybell Testerman. El 19 de mayo de 1920, Hatfield, Testerman y un grupo de mineros armados y autorizados localizaron a Felts y sus agentes para hacer cumplir una orden de arresto y detenerlos. En el enfrentamiento, Felts declaró que tenía una orden de arresto contra Hatfield.

Los testigos informaron que Testerman examinó la supuesta orden judicial y dijo: "Es una falsificación". Pero Albert Felts le disparó de inmediato. Hatfield y los mineros respondieron al fuego. Y cuando terminó el tiroteo, nueve de los 12 agentes de Baldwin-Felts estaban muertos, incluidos los dos hermanos Felt. Además del alcalde, murieron dos mineros.

El choque se conoció como la Masacre de Matevan.

Por orden de los propietarios de la mina, el gobierno estatal trajo a la policía estatal, destituyó a Hatfield de su cargo y lo arrestó. Las huelgas estallaron en las cuencas mineras del sur de Virginia Occidental en el ínterin antes del juicio de Hatfield.

En enero de 1921, un jurado comprensivo de Matevan absolvió a Hatfield y otras 15 personas por el asesinato de Albert Felts.

Después de que la legislatura estatal aprobó el reaccionario Jury Bill, que permitía a un juez elegir un jurado de otro distrito, se fijó una fecha diferente para el juicio.

El 1 de agosto de 1921, cuando Hatfield estaba a punto de ser juzgado, los agentes de Baldwin-Felts le tendieron una emboscada y lo mataron a él y a su amigo Ed Chambers en la entrada de la corte del condado de Mingo en Welch.

Ninguno de los asesinos ha comparecido nunca ante la justicia.

Marcha a la montaña Blair

La noticia del asesinato de Hatfield enfureció a los mineros.

Kenny y el tesorero del distrito 17 Fred Mooney esperaban que el gobernador Ephraim Morgan interviniera y aceptara un acuerdo para reconocer al sindicato y liberar a los mineros encarcelados en Mingo. En cambio, el gobernador lo rechazó rotundamente.

Los mineros, incluidos muchos veteranos de la huelga de Paint Creek-Cabin Creek, comenzaron a reunirse en grandes cantidades en los bastiones sindicales en los condados de Kanawa y Boone y realizaron grandes reuniones.

Se solicitó una marcha armada desde su ubicación a través del condado de Logan hasta el condado de Mingo para liberar a los mineros capturados y llevar ante la justicia a Don Chaffin, el "rey del reino de Logan". Los dueños de la mina le dieron a Chafin fondos virtualmente ilimitados para formar un ejército privado de 2.000 matones antisindicales fuertemente armados.

A medida que se difundió la información sobre la marcha, Chafin comenzó a fortalecer las defensas en el monte Blair, donde se enviaron ametralladoras, así como soldados con explosivos e incluso aviones que estaban planeados para lanzar granadas de gas y bombas sobre los mineros.

Las estimaciones exactas varían, pero al menos 10,000 mineros comenzaron su marcha el 20 de agosto, reclutando más trabajadores de otros distritos a medida que avanzaban. Estimaciones más altas indican que hasta 20.000 mineros tomaron las armas y participaron en los combates.

Lo que inspiró a los mineros a marchar fue el espíritu de solidaridad de clase, independientemente de su raza o nacionalidad. Marcharon con pañuelos rojos atados al cuello para distinguirse de los matones armados que les ataban pañuelos blancos en los brazos.

El 25 de agosto comenzaron las hostilidades con escaramuzas menores. A pesar de la significativa superioridad numérica, las fuerzas de Chafin excavaron en posiciones fortificadas que les permitieron disparar a los mineros desde arriba, desde la ladera de la montaña.

Los mineros, incluidos unos 2.000 veteranos de la Primera Guerra Mundial, operaban con disciplina militar. Para obtener suministros, los huelguistas allanaron las tiendas propiedad de la empresa sin escatimar ni pagar a los propietarios de las tiendas independientes.

Unos días después, se produjo un estancamiento en el que los mineros no pudieron avanzar más allá de las líneas de fuego de las ametralladoras, y el ejército de la compañía no pudo salir de sus posiciones defensivas para aplastar las posiciones de los mineros. Fue entonces cuando Chafin comenzó a utilizar aviones y, con su ayuda, arrojaron bombas sobre las posiciones de los mineros.

El Departamento de Guerra de Estados Unidos envió al general de brigada Harry Hill Bandholtz (quien se ganó su mandato al supervisar la represión de la resistencia colonial estadounidense en Filipinas) para reunirse con Kenny y Mooney. Les ordenó que dispersaran a los mineros y amenazó con rendir cuentas si no lo hacían.

En una reunión en Madison, Kenny les dijo a los mineros:

"Puedes luchar contra el gobierno de Virginia Occidental, pero juro por Dios que no puedes luchar contra el gobierno de Estados Unidos".

Los mineros desafiaron a Kenny y continuaron su marcha, encontrándose en un momento a solo seis kilómetros de la ciudad de Logan. Un magnate del carbón aterrorizado en la ciudad telegrafió a un congresista pidiéndole que se pusiera en contacto con el presidente Harding y

"Dígale que si no envía soldados a Logan antes de la medianoche de esta noche, la ciudad de Logan será atacada por un ejército de cuatro a ocho mil rojos y sufrirá grandes pérdidas de propiedad".
El 2 de septiembre, el presidente Harding (cuyo secretario del Tesoro Andrew Mellon poseía minas en los condados de Logan y Mingo) ordenó a 2.500 soldados federales y 14 bombarderos rescatar a los magnates del carbón y aplastar lo que sus funcionarios llamaron "guerra civil" y "rebelión armada".

A medida que se acercaban más y más fuerzas del ejército, los mineros al principio parecían dispuestos a continuar la lucha. Sin embargo, Bill Blizzard, el líder del UMWA que comandaba a los mineros, ordenó a los mineros que no dispararan a los soldados y comenzó a ayudar al ejército a desarmar a los trabajadores.

Los sentimientos de los mineros se mezclaron. Algunos creían que la intervención federal ayudaría a su causa y que serían una fuerza neutral para resolver el conflicto con los dueños de las minas.

Pero rápidamente se deshicieron de tales ilusiones.

Para el 4 de septiembre, muchos mineros lograron escapar regresando a casa. Otros fueron menos afortunados. Fueron objeto de arrestos masivos organizados por el ejército de los Estados Unidos. Un total de 985 mineros fueron detenidos.

El general Bandgolts rechazó las solicitudes de los mineros para realizar manifestaciones en áreas controladas por el gobierno federal y comenzó a censurar todos los informes de noticias que simpatizaban de alguna manera con los mineros.

La represión de los mineros será seguida por una escalada de represión y el virtual colapso del UMWA.

En Virginia Occidental, la membresía sindical ha caído de más de 50.000 a unos pocos.

A nivel nacional, la afiliación sindical se ha reducido de más de 600.000 a solo 100.000.

Lecciones de batalla

No había parte de la clase trabajadora estadounidense más beligerante y consciente de clase que los mineros del sur de Virginia Occidental.

Los mineros, como el resto de la clase trabajadora, sí lucharon contra el gobierno de Estados Unidos y el sistema capitalista que defendía. Y aquí la militancia espontánea de los trabajadores no fue suficiente. Lo que se necesitaba era un liderazgo político y revolucionario.

John L. Lewis, quien se desempeñó como presidente de la UMWA de 1921 a 1960, era un enemigo acérrimo del socialismo. Se opuso a la izquierda en el UMWA, que, allá por 1926, pidió la nacionalización de las minas de carbón y la creación de un partido para combatir el ataque a cientos de miles de puestos de trabajo por la mecanización. En 1927, Lewis había introducido la cláusula anticomunista en la constitución de la UMWA.

“El sindicalismo, a diferencia del comunismo”, declaró Lewis en 1937, “presupone una relación laboral; se basa en un sistema salarial y reconoce plena e incondicionalmente la institución de la propiedad privada y el derecho a las ganancias de las inversiones ".
Apelando a los empleadores para que reconozcan y cooperen con los sindicatos, continuó:

"Los trabajadores organizados de América, libres en sus vidas productivas, socios conscientes en la producción, asegurados en sus hogares y con un nivel de vida digno, demostrarán ser el mejor baluarte contra la invasión de doctrinas ajenas al gobierno".
El dominio de la burocracia laboral anticomunista en el movimiento obrero y su subordinación política de la clase trabajadora al gobierno de los Estados Unidos tuvo consecuencias desastrosas no solo para los mineros, sino para todos los trabajadores.