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viernes, 12 de julio de 2019

Las armas químicas de la Antigüedad

Las armas químicas no son un invento moderno: así se usaban en las guerras de la antigüedad

Hay evidencias que datan de veinte siglos antes de la Primera Guerra Mundial







Javier Sanz | El Economista

Las constantes guerras que a lo largo de la historia han acabado con millones de vidas y cambiado la orografía del mundo han servido como excusa para desarrollar armas que matasen más, a más distancia y, si era posible, más barato. Imágenes de la Primera Guerra Mundial donde los soldados aparecían con aquellas extrañas máscaras que les daban un toque siniestro pero salvaban sus vidas, dejaban claro que la muerte acechaba en forma de gases venenosos, como el gas mostaza o el fosgeno.

Y aunque sería en este conflicto bélico donde se empleó este tipo de armas de forma masiva e indiscriminada, no sería la primera ocasión en la que se utilizaron. Fue en la Antigüedad y, además, con el agravante de que no existían las máscaras antigás.

En la conquista de ciudades o emplazamientos amurallados la diferencia numérica entre sitiadores y sitiados dejaba de ser un factor determinante. En estos casos, cobraban especial importancia armas de asedio como el ariete, la terebra o carcoma (máquina de asedio para perforar o derribar murallas), el onagro (tipo de catapulta con mecanismo de torsión y cuyo nombre era una referencia al asno salvaje asiático conocido por su mal genio), las torres de asedio... y los ingenieros.

La labor de estos últimos se centraba en la construcción de minas para atravesar las murallas bajo tierra o, dependiendo de su consistencia y del terreno sobre el que se hubiesen construido, derribarlas. En el asedio de la ciudad de Ambracia en el 189 a. C., según nos cuenta Polibio en sus Historiae, la resistencia de los etolios duraba más de lo esperado y el cónsul romano Marco Fulvio ordenó a sus ingenieros construir minas para conseguir tomar la ciudad.

Cuando las excavaciones realizadas en la zona descubrieron un túnel bajo los restos de la ciudad, se encontraron muestras de azufre y los restos de 20 hombres

Los ingenieros de los sitiados, que también los tenían, respondieron construyendo contraminas y con una guerra de guerrillas bajo tierra. Dada la imposibilidad de seguir el ritmo de los ingenieros romanos y de los numerosos frentes subterráneos abiertos, los etolios decidieron sacar a los "topos" de sus túneles y utilizar un método alternativo:

"[...] Colocaron en aquel punto un tonel tan grande como la excavación, lleno de menuda pluma y atravesado por sus extremos con una barra de hierro. Abierto el tonel por la parte que daba al enemigo, prendieron fuego en la abertura, que avivado con la barra y comunicado a las plumas, produjo por la humedad de estas un humo acre y violento en toda la parte de mina que los romanos ocupaban, y no pudiendo ni detener el humo ni aguantarlo, abandonaron la mina".

A pesar de todo, los etolios tuvieron que rendirse y Marco Fulvio libró a la ciudad del saqueo a cambio de recibir una corona de oro.

Peor suerte corrieron los romanos que defendían la ciudad de Dura Europos (en la actual Siria) del asedio de los persas sasánidas en el 256. Cuando las excavaciones realizadas en la zona descubrieron un túnel bajo los restos de la ciudad, se encontraron muestras de azufre y los restos de 20 hombres: a un lado 19 cuerpos amontonados, con las corazas romanas puestas y sin evidencias de lucha, y al otro el cuerpo de un persa.



Ante estas evidencias arqueológicas no hace falta ser un CSI para conjeturar que se utilizaron armas químicas y que lo que pudo ocurrir fue algo así:

La provincia romana de Siria iba perdiendo sus posesiones ante el empuje de los persas, y en el 256 los sasánidas sitiaron Dura Europos y comenzaron la construcción de minas. Al igual que los etolios en Ambracia, los romanos construyeron sus contraminas desde el interior. Y esta vez no tuvieron que huir por el humo, sino que cayeron en una trampa mortal.

Al oír a los romanos excavar sobre sus cabezas para llegar hasta su mina desde arriba y tener una posición ventajosa, los persas prepararon una sorpresa: un compuesto de azufre y betún. Cuando los romanos rompieron la parte superior de la mina persa, estos prendieron fuego al compuesto y el gas letal inundó la mina provocando la muerte de todos. El persa muerto sería el que prendió fuego y la disposición de los romanos demuestra que, debido al efecto chimenea, no tuvieron oportunidad de huir y murieron en pocos minutos.

domingo, 8 de febrero de 2015

Guerra del Rif: Secuelas de los ataques químicos españoles

El cáncer que aún bombardea el Rif

  • ONG marroquíes reclaman a España y Francia que reparen los daños de las armas
  • Una de cada dos personas que nace en España padecerá cáncer

El País


Un grupo de personas durante la recogida de donativos y tabaco.

La orden, escrita a mano, está datada en Melilla un 22 de marzo de 1925. La firma un comandante español para autorizar el lanzamiento de 100 bombas C-5 sobre el paso fronterizo de Larbaa En Taourirt. Figura en el ensayo Armas químicas de destrucción masiva sobre el Rif, del jurista Mimoun Charqi, donde se recogen media docena de trabajos científicos de expertos de varios países para documentar el daño que aún hoy, 90 años después, sufren muchos descendientes de las miles de víctimas de aquella sangrienta guerra. Casi el 80% de los adultos y el 50% de los niños enfermos de cáncer atendidos aún hoy en el hospital de oncología de Rabat proceden de la misma zona del Rif donde la aviación del Ejército español estrenó mundialmente el mortífero uso del gas mostaza.

La guerra del Rif se desarrolló entre 1924 y 1927 en varias provincias del norte de África como consecuencia del conocido episodio del desastre de Annual, la batalla en la que se estima que murieron unos 13.000 soldados españoles y que marcó en julio de 1921, según el político Indalecio Prieto, uno de los periodos más agudos de la decadencia de España.

Los rifeños marroquíes, al principio solo unos 3.000, respondieron así con la luego copiada guerra de guerrillas por El Che o Ho Chi Minh, al despliegue de 26.000 soldados españoles y a los más de 700.000 uniformados franceses frente a la rebelión comandada por el mítico Mohamed Abdelkrim El Khattabi.


Bendición de los aviones de Cruz Roja.

El rey español Alfonso XIII estaba enardecido: “Dejémonos de vanas consideraciones humanitarias porque con la ayuda del más dañino de los gases salvaremos mucha vida. Lo importante es exterminarlos como enemigos, como se hace con las malas bestias”. La frase también figura en el trabajo que acaba de publicar en Marruecos el profesor Charqi, que recopila una serie de estudios genéticos americanos, japoneses, ingleses e italianos que relacionan el cáncer con el uso de armas químicas como las lanzadas por primera vez durante la guerra del Rif: gas mostaza (iperita), fosgeno, difosgeno y cloropicina.

La Asociación para la Defensa de las Víctimas del Gas Tóxico en el Rif, presidida por Rachid Raha, con cinco familiares con cáncer, ha montado para este sábado en Nador un encuentro coloquio entre varios expertos y víctimas para debatir sobre las consecuencias para la salud aún hoy de aquel dañino experimento. El colectivo aprovechará la cita para manifestarse y reclamar a las autoridades de Marruecos, España y Francia un hospital de oncología asentado en la zona de Nador, la provincia más perjudicada por el cáncer en todo el país. Han redactado sendas cartas para enviar a los jefes de Estado de España, Felipe VI, y Francia, François Hollande, “para que reconozcan este crimen contra la humanidad” y acepten algún tipo de reparación en forma de infraestructura, como el citado centro sanitario u otro tipo de obras para una región muy marginada.

La precisión de las víctimas que pudo causar aquel inédito despliegue de las armas químicas por una aviación militar es prácticamente imposible. Ya no queda ninguna directa viva, como tampoco ningún responsable directo de aquella masacre. Entonces fueron miles los muertos y damnificados por lo que llamaron sin saber qué era “el veneno” (Arhach). Primero se quedaban ciegos, luego no podían respirar y morían. También se contaminó el agua de algunos ríos y el medioambiente.

Los españoles tenían órdenes de apuntar, sobre todo los días de buen clima, con sol y sin viento, contra los zocos cuando hubiera mercado, para causar más bajas civiles. También hubo soldados españoles afectados, especialmente por accidentes, en la Fábrica Nacional de Productos Químicos, en La Marañosa, con la asistencia del químico alemán Hugo Stoltzenberg, que luego fue premiado con la nacionalización española.

Primero se quedaban ciegos, luego no podían respirar y morían
Los últimos datos de enfermos de cáncer descendientes de aquellas víctimas directas se remontan en el caso de los adultos a 1999 y a 1995 en el de los niños atendidos en el único hospital oncológico y la Casa del Porvenir de Rabat. No ha sido posible actualizarlos. El Gobierno marroquí no quiere molestar a España y el pasado 23 de diciembre, su ministra delegada de Asuntos Exteriores, Mbarka Bouaida, se escabulló de una pregunta del diputado socialista de la oposición, Abdelhak Amghar, aludiendo al especial buen momento entre los dos países y a una posible solución negociada. La ministra no ha podido ser localizada por este periódico. Y en la Embajada de España, tras consultar en Madrid, desconocen esa eventualidad.

Lo que sí está demostrado es que España estaba encendida y humillada por el fracaso de Annual, que el ejército llegó a disponer de hasta ocho aeropuertos en esa área y algunos investigadores calculan que alrededor de 127 bombarderos pudieron arrojar hasta 1.680 de esas bombas químicas diarias, prohibidas expresamente un año después por el Protocolo de Ginebra. El profesor Charqi alega que ya antes de esa firma otros tratados internacionales, como el de Versalles, exigían que no se manejaran ese tipo de armas de destrucción masivas.

No hay trabajos fiables sobre las consecuencias de la guerra del Rif, y menos en Marruecos, donde este episodio tampoco es conveniente ni estudiarlo ni airearlo, porque esas cinco provincias del norte del país siguen siendo ahora un espacio relegado, que reclama su propia autonomía con aires de independencia cuando aún no está nada resuelto el futuro del ocupado Sáhara Occidental.

La charla con los historiadores termina en el café La Rive, en la plaza Pietri de Rabat, y el dueño del local, el rifeño Ben Rachid Mohamed el Amine, se acerca. Su madre, Fátima, acaba de fallecer de cáncer y su hermana Naima, y su hermano Abdeladim, han contraído la misma lacra.