La red de espionaje de Cicerón: En la antigua Roma, Cicerón (106-43
a.C.) utilizó una red de informantes y espías para proteger la República
de conspiraciones y amenazas externas.
Marco Tulio
Cicerón, una de las figuras más emblemáticas de la historia romana, es
conocido por su elocuencia, su filosofía y su papel crucial en la
política de la República Romana. Sin embargo, un aspecto menos conocido
de su vida es su habilidad para manejar una red de informantes y espías,
una faceta que fue vital para proteger la República de conspiraciones y
amenazas tanto internas como externas.
Contexto Político y Social
Cicerón
vivió en una época de grandes turbulencias políticas y sociales. La
República Romana estaba constantemente amenazada por conflictos
internos, guerras civiles y la ambición de individuos poderosos que
buscaban consolidar su poder personal. Durante su carrera, Cicerón se
enfrentó a figuras como Lucio Sergio Catilina, Cayo Julio César y Marco
Antonio, todos los cuales representaban, en distintos momentos, serias
amenazas para la estabilidad de la República.
La Red de Informantes
La
red de espionaje de Cicerón no era una organización formal con
jerarquías claras como podríamos imaginar en la actualidad, sino una
colección de contactos e informantes distribuidos estratégicamente en
diferentes niveles de la sociedad romana. Esta red incluía esclavos,
libertos, senadores, comerciantes y soldados, todos los cuales
proporcionaban a Cicerón información crucial sobre las actividades y
conspiraciones de sus enemigos.
Uno de los métodos más efectivos
de Cicerón para obtener información fue a través de su red de clientes y
patrones. En la sociedad romana, las relaciones de clientela eran
fundamentales; un patrón ofrecía protección y beneficios a sus clientes a
cambio de lealtad y apoyo. Cicerón, con su habilidad oratoria y su
posición social, mantenía una amplia red de clientes que a menudo le
proporcionaban información valiosa.
La Conspiración de Catilina
Uno
de los ejemplos más notables del uso de esta red de espionaje fue
durante la Conspiración de Catilina en el 63 a.C. Catilina, un senador
romano con ambiciones desmedidas, planeaba derrocar el gobierno
republicano mediante una serie de levantamientos y asesinatos. Cicerón,
que en ese momento era cónsul, utilizó su red de informantes para
descubrir y frustrar estos planes.
La información crucial llegó a
través de Fulvia, una amante de uno de los conspiradores, quien reveló
los detalles del complot a Cicerón. Con esta información, Cicerón pudo
interceptar cartas incriminatorias y presentar pruebas ante el Senado,
lo que llevó a la detención y ejecución de varios conspiradores y a la
huida de Catilina. Este episodio no solo destacó la habilidad de Cicerón
para manejar información secreta, sino también su destreza en la
política y la oratoria, al convencer al Senado de la gravedad de la
amenaza.
Espionaje en Tiempos de Guerra
Durante las
guerras civiles que siguieron a la muerte de César, la capacidad de
Cicerón para reunir información fue nuevamente puesta a prueba. Tras el
asesinato de César en el 44 a.C., Roma se sumió en un caos político, y
diferentes facciones luchaban por el control. Cicerón se alineó con el
Senado y los republicanos contra Marco Antonio, a quien veía como una
amenaza para la libertad de Roma.
A través de su red de espías,
Cicerón monitoreó los movimientos de Marco Antonio y sus seguidores.
Informantes dentro del ejército y la administración de Antonio le
proporcionaron detalles sobre sus planes y estrategias, permitiendo a
Cicerón coordinar la resistencia y mantener informados a sus aliados en
el Senado.
Métodos y Técnicas
Cicerón utilizaba varios
métodos para comunicarse con sus informantes y asegurar la
confidencialidad de la información. Las cartas cifradas y los mensajes
codificados eran comunes, y Cicerón a menudo empleaba mensajeros de
confianza para transportar información sensible. Además, las reuniones
clandestinas en lugares seguros eran una práctica habitual para discutir
asuntos delicados sin temor a ser espiados.
La astucia de Cicerón
también se manifestaba en su habilidad para manipular la información
pública. Utilizaba discursos en el Senado y ante el pueblo para lanzar
acusaciones y sembrar dudas sobre sus enemigos, a menudo basándose en
información obtenida a través de su red de espionaje. Este uso
estratégico de la información le permitió influir en la opinión pública y
en las decisiones políticas de manera significativa.
Legado y Consecuencias
El
legado de Cicerón como maestro de la información y la inteligencia se
refleja en la manera en que manejó las amenazas a la República. Su
habilidad para recopilar y utilizar información secreta no solo salvó su
vida en múltiples ocasiones, sino que también jugó un papel crucial en
la preservación temporal de la República frente a sus numerosos
enemigos.
Sin embargo, la dependencia de Cicerón en su red de
espionaje y su inclinación a confrontar a figuras poderosas también
contribuyeron a su caída. En el 43 a.C., como parte del Segundo
Triunvirato, Marco Antonio, Octavio y Lépido lo incluyeron en las
proscripciones, listas de enemigos del estado que debían ser eliminados.
Cicerón fue ejecutado, y su muerte marcó el fin de una era en la
política romana.
Conclusión
La red de espionaje de Cicerón
es un testimonio de su astucia y habilidad como político y orador. En
una época de constantes amenazas y conspiraciones, su capacidad para
manejar información y utilizarla estratégicamente fue crucial para su
éxito y para la protección de la República Romana. Aunque finalmente
pagó con su vida, el legado de Cicerón en la historia de Roma y en el
arte de la inteligencia política perdura hasta hoy, recordándonos la
importancia de la información y la vigilancia en la preservación de la
libertad y la justicia.
The Mapuche Nation, el pueblo originario con sede en Bristol, Inglaterra
El
centro de operaciones de la "lucha por la autodeterminación" de los
mapuches de Chile y Argentina está ubicado desde 1978 en el nº 6 de
Lodge Street, en la ciudad portuaria inglesa. Desde allí abogan por la
causa
En el nº 6 de Lodge Street, Bristol, UK, tiene su sede, desde el año 1978, The Mapuche Nation
"El
día 11 de mayo de 1996, un grupo de mapuches y europeos comprometidos
con el destino de los pueblos y naciones indígenas de las Américas, y en
particular con el pueblo mapuche de Chile y Argentina, lanzaron la Mapuche International Link (MIL)
en Bristol, United Kingdom", explican las autoridades de esta
organización; a saber, Edward James (Relaciones Públicas), Colette
Linehan (administradora), Madeline Stanley (coordinadora de
Voluntarios), Fiona Waters (a cargo del equipo de Derechos Humanos),
entre otros.
Reynaldo
Mariqueo –el único mapuche– hace las veces de secretario general
secundado por Dame-Nina Saleh Ahmed, vice secretaria general.
La organización remplaza al Comité Exterior Mapuche que, recuerdan, "opera internacionalmente desde 1978 a partir de su oficina ubicada en Bristol".
El
objetivo perseguido es contribuir al pleno desarrollo de los pueblos
indígenas y, "en última instancia, conquistar el derecho a la
autodeterminación".
Reynaldo Mariqueo es el “werken”, es decir, vocero o representante
Mientras en el sur de nuestro continente, grupos mapuches, como la agrupación Resistencia Ancestral Mapuche (RAM) o la Coordinadora Arauco Malleco (CAM), le declaran la "guerra a Argentina y Chile", y protagonizan actos de sabotaje, incendios y amenazas, la MIL explica –en inglés– que "the Mapuche Nation está situada en lo que se conoce como el Cono Sur de Sudamérica, en el área actualmente ocupada (sic) por los Estados argentino y chileno".
"Su
identidad como nación autónoma, unida a la conciencia de ser parte de
una cultura, una herencia histórica y una espiritual diferentes ha
creado un movimiento sociopolítico inspirado en esas aspiraciones
comunes", dice The Mapuche Nation.
EL MAPA DE LA MAPUCHE NATION
El
territorio ancestral mapuche según la organización con sede en Bristol
abarca todo lo que está al sur del Bío-bío (Chile) y al sur del Salado y
del Colorado (Argentina)
Lo
que según el sitio británico es el "territorio histórico ancestral" de
los mapuches abarca la "Pampa and Patagonia of Argentina" y el sur de
Chile. Así lo explican: "La Nación Mapuche está ubicada en el sur de
los territorios que hoy ocupan los Estados de Chile y Argentina –afirma
la MIL–. Hace un poco más de 130 años su territorio ancestral, y el de
otros pueblos originarios aliados, se extendía desde el sur del río Bío-Bío (Chile) hasta el extremo austral del continente, y en Argentina desde los ríos Colorado y Salado hasta el estrecho de Magallanes", agregan.
Y eso no es todo. Para los miembros británicos de la nación mapuche, el territorio ancestral abarca también las islas Malvinas y la Antártida…
Otras actividades del centro de operaciones de Bristol. Aquí, manifiestan contra el gobierno de Chile
En
el mismo documento, fijan el año 1860 como el de la "Gran Asamblea
Constituyente" en la cual "los más notables representantes del pueblo
mapuche" fundaron "un gobierno monárquico constitucional". Y agregan
que, "tras la ocupación del territorio del estado mapuche (sic), la Casa Real de dicho gobierno se estableció en el exilio en Francia, desde donde viene operando de manera ininterrumpida desde entonces".
Curiosamente, a la vez que hacen reivindicación de sus derechos ancestrales y su condición "originaria", los mapuches reconocen una dinastía francesa fundada por la ocurrencia de Orélie Antoine de Tounens (1825-1878), un abogado francés y masón que desembarcó en Chile en 1858 y se autoproclamó Rey de la Araucanía y de la Patagonia.
La
monarquía mapuche en el exilio: el rey, Jean-Michel Parasiliti di Para o
Príncipe Antoine IV, y Su Excelencia Reynaldo Mariqueo, Conde de
Lul-lul Mawidha, a cargo de Asuntos Exteriores
"Tanto
el gobierno monárquico como el pueblo mapuche en su conjunto jamás han
renunciado ni a sus derechos soberanos ni a la restitución de su
territorio ancestral", afirman.
La "monarquía mapuche", entonces, además de ser francesa es hereditaria,
de modo que sobre los territorios de Araucanía y Patagonia han
"reinado" sucesivamente siete soberanos: Gustave-Achille Laviarde o Aquiles I; Antoine-Hippolyte Cros o Antonio II; Laura-Therese Cros-Bernard o Laura Teresa I; etcétera, hasta llegar al actual, Jean-Michel Parasiliti di Para o Príncipe Antoine IV, desde el 9 de enero de 2014.
La organización de Bristol, Reino Unido, tutela los derechos humanos en lo los “territorios mapuches”
La corte de Antonio IV se completa con un "presidente del Consejo del Reino, Su Excelencia Daniel Werba, Duque de Santa Cruz" y con un "miembro del Consejo de Estado y encargado de los Asuntos Exteriores, Su Excelencia Reynaldo Mariqueo, Conde de Lul-lul Mawidha y Caballero de la Orden Real de la Corona de Acero" (y, como vimos, secretario general de The Mapuche Nation en Bristol), entre otros.
El conde Reynaldo Mariqueo, de gira por Europa. Está encargado de las Relaciones Internacionales
Aunque
denuncia "invasión", "genocidio", "represión", "espionaje" y otra larga
lista de supuestos atropellos por parte de los Estados de Chile y
Argentina, la "Nación Mapuche" se pone bajo la protección de un país extranjero y reconocen la dinastía inaugurada por un aventurero.
De
hecho, sus territorios ancestrales fueron puestos bajo protección de
Francia ya en 1860, lo que claramente implicaba establecer una cabecera de playa de una potencia extranjera en la retaguardia de las jóvenes naciones sudamericanas.
Además de estos documentos fundacionales, de las listas dinásticas y de la historia mapuche, en The Mapuche Nation
pueden encontrarse noticias, denuncias y campañas (como una contra el
Tratado de Libre Comercio entre Chile y la Unión Europea).
La “bestia negra” de Malvinas: la historia del militar argentino que todavía despierta terror en las islas
Douglas
Patrick Dowling, alias “El Inglés”, era un mayor del Ejército argentino
al que acusan de violar derechos humanos en los primeros días de la
guerra; dramáticos testimonios
Hay un militar argentino cuyo apellido todavía causa escalofríos en las islas Malvinas. A 40 años de la guerra,
su sola mención afecta a los hombres, mujeres y niños isleños que
lidiaron con él. Algunos aún sufren de estrés post traumático por sus
acciones, que remiten a las peores prácticas de la dictadura. Es la
“bestia negra” de las islas.
Ese militar figura en los legajos de la Conadep y
en al menos dos causas de lesa humanidad. Pasó a retiro en los primeros
años de la democracia y murió en 2000. Pero en las islas es como si no
hubiera muerto. Allí todavía se habla de él en presente. Acaso porque
muchas víctimas aún le temen. Como la niña a la que amenazó con un rifle en la cara.
O los hombres a los que simuló ejecutar. O aquellos a los que golpeó
hasta derribarlos. O al que subió a un helicóptero y le abrió la puerta
lateral, como en los “vuelos de la muerte”. O las mujeres a las que pregonó las bondades de encarar una “solución final”. Todo eso y más, en violación a la Convención de Ginebra.
Si
terminar con los isleños fue su intención real, jamás se sabrá. Porque
ese militar duró apenas cuatro semanas en las islas. Un superior, mano
derecha del general Mario Benjamín Menéndez, ordenó su
regreso al continente, preocupado por sus acciones. Pero la sombra del
militar es, todavía hoy, un obstáculo en el diálogo. Decía llamarse
Patricio Dowling, ser descendiente de irlandeses y detestar todo lo
británico, aunque ese era uno de sus “nombres de guerra” en los centros
clandestinos de detención: “El inglés”.
Su verdadero nombre era Douglas Patrick Dowling y llegó a Stanley con
36 años y rango de mayor del Ejército, en las primeras horas del 2 de
abril, tres días antes de que la ciudad capital de las islas pasara a
denominarse Puerto Rivero y, luego, Puerto Argentino. Desembarcó como máximo responsable de la Policía Militar, aunque su misión real era otra: contraespionaje.
Es decir, detectar a los isleños que pudieran encarnar la resistencia o
pasarles información a las tropas británicas. Pronto quedó claro que
sabía quién era quién, según relatos coincidentes.
Esos testimonios, que LA NACION
recabó en las islas, ahondan en una faceta de la guerra que muchos
prefieren callar u ocultar. Como los relatos de los excombatientes que
afrontaron torturas físicas y psicológicas de un centenar de militares
–estaqueamientos y enterramientos incluidos- y reclaman que la Corte Suprema
tome una decisión. ¿Son delitos de lesa humanidad -y por tanto,
juzgables, como resolvió un Juzgado y una Cámara Federal- o son delitos
comunes y están prescriptos -como sostuvo la Casación Penal-? Ahora los
isleños aportan otra faceta de esas agresiones.
"Cruzaron
la calle, lo puso a papá de rodillas junto a la orilla, le dijo que
había una bala en el cargador y le gatilló varias veces en la cabeza,
para ver si se quebraba"
Nicholas Pitaluga
El ejemplo más brutal del accionar del mayor Dowling entre los isleños acaso fue contra una niña que tenía 12 años en 1982, Lisa Watson,
editora hoy del semanario local, Penguin News. Su padre, Neil, había
llamado a los argentinos para informarle que seis soldados británicos
que habían escapado durante el desembarco del 2 de abril estaban en su
casa, dispuestos a rendirse. Poco después, dos aviones Pucará
sobrevolaron su casa y tres helicópteros aterrizaron a su alrededor. Con
los marines ya esposados, Dowling pateó la puerta y obligó a los Watson
a pararse contra la pared. Pero la niña siguió sentada, a pesar de los
ruegos de sus padres y los gritos del militar, que le apuntó con el
rifle y amenazó reiteradas veces con dispararle. Hasta que se dio por
vencido. La niña no se movió del sofá.
“Recuerdo
que Dowling tenía el casco puesto, pero es poco más lo que puedo
decirle. Todo pasó muy rápido, aunque me quedó la impresión de sus
facciones, que era buen mozo, muy limpio. Pero yo era una niña”, contó
Watson a LA NACION.
Los
testimonios coincidieron sobre ese punto. Los isleños describieron a
Dowling como alguien muy preocupado por su apariencia, siempre afeitado y
peinado, que hablaba inglés fluido y que siempre se movía con su
uniforme limpio y planchado, en línea con el testimonio de una de las
víctimas que pasaron por el centro clandestino de detención El Vesubio,
Hugo Luciani. Lo recordó como “un hombre de cultura, [...] de tener una
voz bien conformada, inclusive por su ropa, su calzado, era una persona
que demostraba tener algún estudio”.
Pronto,
se sumaron otros incidentes. Como el de Robin Pitaluga, quien murió un
par de años después. “Papá tenía un carácter fuerte y se resistía al
adoctrinamiento que querían imponer los argentinos. Una noche escuchó
por radio un mensaje que el almirante Sandy Woodward [máximo responsable
de la flota británica que iba hacia las islas] quería hacerle llegar a
Menéndez para que se rindiera. Así que mi papá se encargó de eso. Poco
después aparecieron los helicópteros”, relató Nicholas Pitaluga.
“Recuerdo que cuando se lo llevaban a papá, mamá les reclamó a los
gritos una constancia porque sabíamos lo que ocurría en la Argentina
cuando los militares se llevaban a alguien. Así que uno de los soldados
le extendió un recibo, como si papá fuera una mercancía”.
En
Puerto Argentino ocurrió lo peor. “Lo trasladaron a la Estación de
Policía en Stanley, donde Dowling lo tomó como un líder de los isleños. Así
que cruzaron la calle, lo puso de rodillas junto a la orilla, le dijo
que había una bala en el cargador y le gatilló varias veces en la
cabeza, para ver si se quebraba. Luego lo pusieron bajo arresto
domiciliario”, relató Nicholas, quien había estudiado el secundario en
Córdoba, donde una de sus maestras había desaparecido. El 2 de abril lo
sorprendió en Buenos Aires, cuando volvía de Nueva Zelanda, donde
cursaba la universidad. Nunca más volvió al continente, aunque sigue en
contacto con sus amigos.
“Algunos militares expresaban abiertamente su interés por ir más lejos -dijo Pitaluga, hijo, a LA NACION-.
Hablaban de una ‘solución final’. Pero otros respetaban el ‘código de
honor’ militar, así que prefiero pensar que las cosas pudieron ser mucho
peor para los isleños. De hecho, Dowling era como [Alfredo] Astiz. Ojalá ambos estuvieran en prisión”.
Como los “vuelos de la muerte”
Dowling actuaba con visos de espectacularidad. También recurrió a los helicópteros cuando buscó a otro isleño, Bill Luxton.
Doce buzos tácticos con ametralladoras y granadas bajaron de un Puma,
rodearon la casa y Dowling se llevó al isleño, a su esposa y a su hijo
adolescente a Puerto Argentino. En pleno vuelo temieron por sus vidas.
Ocurrió cuando les abrieron la puerta del helicóptero sobre el mar, algo
que les recordó a los “vuelos de la muerte” que ya eran conocidos fuera
de la Argentina.
“Ya habíamos tenido un incidente previo, el 2 o 3 de abril, cuando me llevaron detenido a la Estación de Policía. ‘Si fuera por mí, les pegaría un tiro a todos ustedes. Y usted sería el primero’,
me dijo Dowling”, recordó Luxton, quien por entonces era funcionario en
las islas. “Después me advirtió que no me metiera en problemas.
‘Tenemos muy malos reportes sobre usted, ándese con cuidado’, y dijo que
tenía informes detallados sobre más de 600 de nosotros. No sé si sería
cierto, pero sí puedo decirle que sabía mucho sobre mí”.
"Me
llevaron a la Estación de Policía. ‘Si fuera por mí, les pegaría un
tiro a todos ustedes. Y usted sería el primero’, me dijo Dowling”"
Bill Luxton
Luxton no fue el único al que Dowling mencionó esos informes de inteligencia. “Sé todo de usted”, le previno a John Smith,
un marino mercante británico que llegó a las islas en 1958, se enamoró
de una isleña, Ileen, y se quedó. Hoy, octogenario, fue el primer
director del Museo local y autor de varios libros. Es considerado el
máximo historiador local. “Dowling tenía legajos de todos, con
precisiones sobre sus ideas políticas, afinidades y parentescos. Según
él, era el trabajo de diez años, con buena inteligencia”, relató Smith a
LA NACION, en su casa de las afueras de la ciudad.
Poco después, un conscripto comenzó a vigilar sus movimientos. Y con el
paso de los días terminó dándole de comer. “A diferencia de los
oficiales, los soldados pasaban hambre. En la zona oeste de la ciudad
desaparecieron todos los gatos, carnearon un caballo y varias ovejas”.
Dowling repitió su abordaje con un agente de la Policía local hasta el desembarco, Anton Livermore.
“Me relató mi vida. Cuál era mi familia, a qué colegio había ido, mis
trabajos previos. Yo había simulado que no hablaba español, pero él
sabía que había pasado dos años en la Argentina”, rememoró. Para más
precisiones, estudió parte del secundario en Bariloche y conoció de
primera mano cómo actuaba la dictadura. “No dudo que si Dowling hubiera estado más tiempo en las islas, no hubieran quedado muchos isleños”.
El
propio Dowling se encargó de fomentar ese temor entre los isleños. En
ocasiones, de manera deliberada; en otras, sin saberlo. En el Upland
Goose, por entonces uno de los dos hoteles de Puerto Argentino, le
exigió al dueño, Desmond King, que le entregara la mitad de las
habitaciones y le diera de comer a él y a otros oficiales, “por las
buenas o por las malas”.
Fue durante
una de esas comidas en el Upland Goose que Dowling discutió con otros
oficiales argentinos la idea de implementar una “solución final” con los
isleños, mientras que las hijas del dueño, Anna y Alison King, servían
su mesa. Ambas habían estudiado el secundario en Montevideo y hablaban
español, lo que ocultaban. “Dijo que el problema éramos los isleños y
que sin nosotros, Londres no enviaría tropas. Así que lo mejor era
´exterminarnos’. Ese fue el verbo que usó”, sostuvo Alison. A su lado,
Anna, asintió.
Golpes e interrogatorios
Los
incidentes se sucedieron. Dowling recurrió a los helicópteros para ir a
San Carlos, donde hizo alinearse a hombres, mujeres con bebes en brazos
y niños frente a un galpón. Cuando el gerente de la granja, Allan
Miller, protestó por el maltrato, el militar lo golpeó hasta que el
isleño no pudo levantarse del piso. “Lo golpeó varias veces con
la culata de su rifle o fusil, y cuando estaba en el piso, se puso
detrás suyo, le apuntó a la espalda y empezó a interrogarlo”, detalló su hermano Tim, quien cuida del cementerio argentino en Darwin y del británico en San Carlos desde hace años.
"Decía
que sin nosotros Londres no iba a reaccionar. Lo escuchamos decir que
lo mejor era ‘exterminarnos’. Ese fue el verbo que usó"
Alison King
Dowling
encaró varios interrogatorios en la estación de Policía en Puerto
Argentino. Así lo hizo con un empleado de Obras Públicas, Philip Rozee, a
quien lo acusó de espionaje, mientras que sus subalternos lo cacheaban,
manoseaban e insultaban. Y también con el contralor del tráfico aéreo
en el aeropuerto local, Gerald Cheek. “Al final de la
‘conversación’, Dowling sacó una pistola y golpeó el escritorio,
exasperado por mis respuestas”, resumió. El primero fue deportado; el
segundo, trasladado a la isla Gran Malvina.
Al
final, sin embargo, los métodos de Dowling resultaron contraproducentes
para los planes argentinos. Los isleños redoblaron su colaboración
clandestina con las tropas británicas, antes y después de su desembarco,
mientras que él fue reenviado al continente el 26 de abril, semanas
antes del desembarco británico en la bahía San Carlos. Así lo ordenó el
entonces secretario general de Menéndez, el vicecomodoro Carlos Bloomer Reeve,
quien conocía las islas y a los locales desde los años 70, cuando fue
uno de responsables de implementar en el terreno los “Acuerdos de
Comunicaciones”.
“Bloomer Reeve era
una buena persona y nos cuidó. Sin él, todo hubiera sido peor”, evaluó
el entonces director de la radio local, Patrick Watts.
Él también sufrió los métodos de Dowling y sus acólitos. “Cuando estaban
deteniendo a Cheek, que era mi vecino, para llevarlo a la estación,
protesté y terminé con una pistola en el estómago. Por suerte pasó un
capitán argentino que me conocía y me defendió”. Poco después, fue a
verlo a Bloomer Reeve.
-¿A dónde están enviando a toda la gente?
-¿Qué gente?- recuerda Watts que le respondió el oficial de la Fuerza Aérea.
-¿La van a desaparecer? ¿La van a tirar a la bahía como hacen en el Río de la Plata?
-No seas estúpido. Dame un minuto.
“Adelante
mío, Bloomer Reeve levantó el teléfono”, recordó Watts. “Luego cortó y
dijo una sola palabra: Dowling. Poco después, a Dowling lo trasladaron
al continente”.
Lesa humanidad
Dowling
estuvo asignado a las islas Malvinas hasta el 26 de abril, de acuerdo a
la copia de su legajo del Ejército Argentino que obra en el Tribunal Oral Federal de Santa Fe,
donde también se lo investigó por su participación en crímenes de lesa
humanidad como parte del Destacamento de Inteligencia 122 que actuó en
esa provincia. Dowling falleció, pero otro acusado en ese expediente, el
interventor de facto de la provincia José María González,
terminó condenado a prisión perpetua por homicidio doblemente
calificado en concurso real con privación ilegal de la libertad y
allanamiento ilegal de domicilio.
En el legajo de Dowling consta que se retiró en 1986 con el grado de teniente coronel. A lo largo de su carrera militar, que comenzó en diciembre de 1964, acumuló múltiples apercibimientos y días de arresto. Pero
sus superiores lo definieron como “serio, subordinado, respetuoso y con
capacidad de mando”. Así no lo caracterizó Bloomer Reeve.
El número dos del general Menéndez falleció días atrás con el rango de brigadier. Pero antes confirmó que ordenó la remisión de Dowling al continente. Lo hizo ante el periodista y fotógrafo Graham Bound, fundador del Penguin News, quien conocía a oficial argentino de su anterior paso por las islas y lo entrevistó para el libro “Invasión 1982. La historia de los isleños”.
“Dowling
consideraba a todo isleño como un enemigo. Muchos otros oficiales
jóvenes pensaban lo mismo, pero no tenían poder. Este hombre, en cambio,
era el jefe de Policía. Él tenía ‘el’ poder”, afirmó, antes de relatar
que lo citó a su oficina, le ordenó ser “más cordial” con los locales, y
le recordó que tenía que obedecer las órdenes dadas por un superior,
aunque se las impartiera un oficial de la Fuerza Aérea. Pero Dowling
respondió con “hosquedad”, así que se reunió de apuro con Menéndez y le
pidió que apoyara su decisión de reenviarlo al continente. Tres días
después, Dowling se marchaba de Puerto Argentino, donde todavía lo
recuerdan -y temen- en tiempo presente.
El derribo del vuelo 007: un misil soviético, un avión espía, 269 pasajeros muertos y el mundo al filo de una guerra nuclear
Por
razones desconocidas, el 1° de septiembre de 1983 un Boeing 747 de
Korean Airlines que volaba con destino a Seúl fue derribado por invadir
el espacio aéreo soviético. Murieron todos los tripulantes y pasajeros,
incluido un senador norteamericano. La pelea por los restos del avión,
las acusaciones cruzadas entre las dos potencias y el peligro inminente
de un enfrentamiento atómico
Por Daniel Cecchini || Infobae
El
avión del vuelo 007 de Korean Airlines (HL-7442) en tierra en Hong
Kong, posiblemente pocos días antes de su vuelo final como KAL 007 del 1
de septiembre de 1983
Apenas
se iniciaba septiembre de 1983 cuando el tenso equilibrio de la Guerra
Fría estuvo a punto de explotar en mil pedazos a causa de otro
estallido, el de un avión de pasajeros que por razones que cuarenta años
más tarde siguen siendo desconocidas se desvió de su ruta. Ese fue uno
de los errores -el del piloto del avión civil- que puso al mundo al borde de un enfrentamiento para nada frío, el de una guerra nuclear; el otro fue la decisión apresurada de un comandante militar.
En
los Estados Unidos gobernaba Ronald Reagan y en la Unión Soviética ,el
ex jefe de la KGB Yuri Andropov, llevaba menos de un año a la cabeza del
Soviet Supremo, luego del prolongado liderazgo del interminable Leonid
Brézhnev. La tensión entre las dos potencias venía en aumento desde
principios de ese año, con el convencimiento de los soviéticos de que
Estados Unidos preparaba un ataque con armas nucleares. No se trataba de
una simple paranoia geopolítica, porque Ronald Reagan puso también lo
suyo sobre el tablero.
El
8 de marzo, el presidente estadounidense había pronunciado un discurso
más que encendido, en el cual calificó a la Unión Soviética como el
“imperio del mal” y dos semanas después lanzó una iniciativa de Defensa
Estratégica -que sería popularmente conocida como “Guerra de las
Galaxias”- que consistía en la construcción de un sistema de defensa
espacial capaz de evitar -y responder- cualquier intento de ataque
nuclear contra el territorio de los Estados Unidos. Por su lado, los
soviéticos estaban convencidos de que los norteamericanos preparaban en
secreto una agresión nuclear contra ellos.
Para completar ese cóctel explosivo, se sumaban dos ingredientes imposibles de soslayar: ni Reagan ni Andropov eran líderes que tuvieran mucha inclinación al diálogo diplomático.
Así
estaban las cosas el 1° de septiembre, cuando el vuelo 007 de Korean
Airlines partió del Aeropuerto Internacional John Fitzgerald Kennedy con
destino final en Seúl y 269 personas a bordo: 105 coreanos
(incluidos los 29 tripulantes), 61 estadounidenses, entre los que se
contaba el congresista republicano Larry MacDonald, 28 japoneses, 22
taiwaneses, quince filipinos, catorce chinos, diez canadienses, seis
tailandeses, cuatro australianos, un sueco, un indio, un vietnamita y un
malayo.
Sin saberlo, todos volaban hacia la muerte.
Vista
aérea de la ciudad de Neftegorsk en la isla Sakhalin, la isla más
grande de Rusia, en marzo de 2001. Era un punto particularmente sensible
desde el punto de vista estratégico militar soviético(Laski
Diffusion/Wojtek Laski/Getty Images)
Una ruta despistada
El
Boeing 747 hizo escala en Anchorage, Alaska, de donde despegó a las 14
GMT, con cuarenta minutos de atraso. A las 16:30 GMT -1:30 de la
madrugada en el extremo oriente soviético-, comenzó a desviarse de su
ruta y penetró en el espacio aéreo soviético en dirección a la base aeronaval de Petropavlosky, en la Península Kamchatka.
Los
radares de la estación militar detectaron al “avión intruso” y desde
allí despegaron cuatro Mig 23 en su búsqueda. Demoraron 23 minutos en
encontrarlo, cuando el Boeing estaba saliendo del espacio aéreo
soviético y entraba en la zona internacional del Mar de Okhotsk. Los
aviones militares volvieron a la base y se avisó a las bases de la isla
Sajalin, hacia donde la aeronave coreana parecía dirigirse.
Sajalin,
cuna del actor Yul Brinner, era un lugar particularmente sensible desde
el punto de vista estratégico militar soviético, en especial por el
permanente tránsito de submarinos nucleares por el mar de Okhost.
Según el documento La potencia militar soviética,
de la Agencia de Inteligencia de la Defensa norteamericana, la isla
contaba con dos bases aéreas, una base naval, un aeropuerto civil, un
astillero y una dotación permanente de 20.000 soldados.
Ni la isla ni su espacio aéreo figuraban en la ruta programada para el vuelo 007, pero inexplicablemente, a las 2:42 de la madrugada soviética, el Boeing 747 entró allí.
Un
avión soviético I1-14 Crate durante la intercepción de un avión
Hércules HC-130 involucrado en las operaciones de búsqueda y rescate del
derribado Korean Airlines 747(Corbis vía Getty Images)
En la mira del enemigo
Apenas
el avión de pasajeros coreano se introdujo en el espacio aéreo de la
isla Sajajín, de una de las bases despegaron seis cazas para
interceptarlo. A las 3:05, el SU-15 piloteado por el teniente coronel
Osipovich avistó el objetivo, que volaba 10.000 metros de altura y a
unos 750 kilómetros por hora. A esa velocidad, en unos veinte minutos
saldría nuevamente del espacio aéreo soviético.
El piloto del Boeing, Chun Byung-il, y su copiloto, Kim Si-il no parecían tener idea de dónde estaban realmente,
ni tampoco de lo que estaba ocurriendo alrededor de su avión. A las
3:16 se pusieron en contacto con la torre de control de Narita, Japón, y
pidieron autorización para subir a 12.000 metros e indican su posición.
Byung-il
informó a la torre que estaba en su ruta normal, volando al sur de las
islas Kuriles. Inexplicablemente, los operadores de la torre no
comprobaron -o, si lo hicieron, no se lo informaron- que esos datos no
coincidían con la posición que indicaba el radar.
A
las 3:20, el teniente coronel Guennadi Osipovich recibió la orden de
acercarse al Boeing coreano y hacer un disparo de advertencia. Los
registros de las conversaciones con la base no dan elementos para saber
si lo hizo o no.
A las 3:26, el vuelo 007 estaba a un minuto de salir a salvo del espacio aéreo soviético, pero nunca pudo hacerlo.
El
hijo del difunto Larry McDonald, político estadounidense muerto a bordo
del vuelo de Korean Air Lines que fue derribado por la Unión Soviética,
habló a los manifestantes frente a la Casa Blanca días después de la
tragedia (Corbis via Getty Images)
“El blanco, destruido”
Espacio
aéreo de la isla Sajalin, Unión Soviética, a 5.000 metros de altitud,
jueves 1° de septiembre de 1983, hora local: 3.26. Diálogo radial
captado por las fuerzas de autodefensa japonesas entre la base aérea de
la isla y el teniente coronel Guennadi Osipovich, piloto de un caza
SU-15 en misión de intercepción de un avión intruso.
Base: -Apunten al objetivo.
Piloto: -Blanco en la mira.
Base: -Disparen.
Piloto: -Fuego.
Base: -Informe.
Piloto: -El blanco, destruido.
Los
restos del avión derribado cayeron repartiéndose entre aguas soviéticas
y aguas internacionales. Eso implicó que ninguna de las partes tuviera
todos los elementos para saber qué había ocurrido realmente. Tampoco
compartieron la información.
El
secretario de Defensa de los Estados Unidos, Caspar Weinberger, fue el
primero en hablar: “La Unión soviética impide que otros países colaboren
en la búsqueda de los restos del aparato para poder fabricar pruebas
que conviertan a un avión comercial en un avión espía”, dijo en una
conferencia de prensa convocada de urgencia.
Para
los norteamericanos se trataba del ataque injustificado contra un avión
de pasajeros, para los soviéticos, el Boeing 747 derribado formaba
parte de una sofisticada operación de espionaje de la que, además, participaron aviones militares ocultos a la “sombra” de un avión comercial.
A
los ojos del público -y en los titulares de los medios-, el
“incidente”, como se lo calificó en la jerga diplomática, estaba
envuelto en un halo de misterio que se potenciaba por un dato cinematográfico: el número 007 del vuelo, la misma cifra que identificaba al agente secreto James Bond.
Una
vista frontal aire-aire de un avión RC-135 Stratolifter del Ala
Estratégica 306 durante una misión de reabastecimiento de combustible
sobre el Mar del Norte(USAF/Getty Images)
Historias de “aviones espía”
No
era la primera vez durante la Guerra Fría que los soviéticos derribaban
un avión extranjero que hubiera incursionado en su espacio aéreo. En
los primeros casos se trató de aviones de espionaje o militares, pero pronto las aeronaves comerciales también se transformaron en blanco de los cazas de interceptación.
El
primer incidente databa del 1° de mayo de 1960, cuando un avión espía
U-2 norteamericano fue derribado por la artillería antiaérea unos 2.000
kilómetros dentro del territorio soviético. El piloto era un agente de
la CIA, Gary Powers, que sobrevivió y en los interrogatorios reveló os
objetivos de su misión. En 1962 fue canjeado por espías soviéticos
detenidos en los Estados Unidos.
El
primer caso que involucró a un avión comercial ocurrió el 18 de julio
de 1977 y tuvo como protagonista a una compañía aérea argentina,
Transportes Aéreos Rioplatenses, propietaria de un avión que volaba
desde Chipre a Teherán y se internó en el espacio aéreo de la Armenia
soviética, cerca de la frontera turco-iraní. El Canadair CL-44 argentino
fue chocado con un caza que había salido a interceptarlo y los dos
aviones cayeron. No hubo sobrevivientes.
Oficialmente,
el carguero argentino trasladaba medicamentos, pero voceros soviéticos
-en coincidencia con algunas fuentes occidentales, citadas por el Sunday Times de Londres- llevaba armas para el agonizante régimen del Sha Reza Pahlevi.
Tampoco
era la primera vez que un avión de Korean Airlines protagonizaba un
episodio de ese tipo. El 21 de abril de 1978, un Boeing de la misma
compañía fue obligado a aterrizar cuando había entrado en el espacio
aéreo soviético. Al tocar tierra se desestabilizó, rompió un ala y
murieron dos pasajeros.
El
crucero de misiles guiados soviético Petropavlovsk ensombrece las
operaciones de salvamento del vuelo 007 (KAL-007) de Korean Air Lines.
El avión comercial fue derribado por aviones soviéticos sobre la isla de
Sakhalin. Los 269 pasajeros y tripulantes murieron (Corbis vía Getty
Images)
El avión fantasma
Después
del derribo, la polémica entre los Estados Unidos y la Unión Soviética
escaló aún más cuando se descubrió que un avión espía norteamericano
estaba operando muy cerca del Boeing 747 de KAL cuando éste fue
detectado por primera vez por los radares soviéticos.
Se
trataba de un RC-135 que volaba a 110 kilómetros de distancia del avión
de pasajeros surcoreano mientras cumplía una misión de monitoreo sobre
el cumplimiento de la URSS del tratado de limitación de armas
estratégicas.
Luego
de algunas vacilaciones, la Casa Blanca reconoció la existencia de ese
avión, pero descartó que tuviera relación con el Boeing de KAL: “Es
falso que haya alguna relación entre el RC-135 y el Boeing 747 de Korean
Airlines. En ningún momento nuestro avión entró en el espacio aéreo soviético.
Es posible que los soviéticos hayan pensado que era un RC-135 cuando el
avión coreano fue detectado por primera vez, una hora y media antes de
abatirlo, pero como contaban con información visual y de los radares,
cuando le dispararon sabían que era un avión civil”, dijo el vocero del
presidente Ronald Reagan, Larry Speakes.
Para
los soviéticos, las cosas no eran tan sencillas: “El Boeing formaba
parte, junto con el RC-135 norteamericano, de una operación de
espionaje. Sabemos que los dos vuelos estaban perfectamente coordinados
para dificultar nuestra tarea de control y confundir a nuestras fuerzas
de defensa antiaérea. El 747 estaba equipado con material electrónico
sofisticado para mantener contactos breves y codificados, típicos de los
vuelos de espionaje, con aviones militares de los Estados Unidos”, le
retrucó el jefe del Estado Mayor del ejército de la URSS, el mariscal
Nikolai Orgakov.
La Guerra Fría se estaba recalentando. Pasarían diez años antes de que se supiera la verdad.
En
el ataque aéreo murieron 105 coreanos, 61 estadounidenses, 28
japoneses, 22 taiwaneses, 15 filipinos, 14 chinos, 10 canadienses, 6
tailandeses, 4 australianos, un sueco, un sueco, un hindú, un vietnamita
y un malayo(Corvis vía Getty Images)
“Un disparo afortunado”
Tras
la caída del Muro de Berlín, en 1989, y la posterior disolución de la
Unión Soviética, las nuevas autoridades rusa desclasificaron documentos y
comenzaron a brindar información sobre algunos confusos episodios de la
Guerra Fría.
En 1993, Moscú reconoció que las cajas negras del vuelo 007 de Korean Airlines estaban en su poder y dio a conocer su contenido.
Las
transcripciones recuperadas de la cabina de mando del 747 indican que
la tripulación no era consciente de que estaban fuera de curso y, por lo
tanto, violando el espacio aéreo soviético, a unos 500 kilómetros al
oeste de la ruta planeada.
En
base a ese material se concluyó que ese rumbo fue fijado por accidente
durante la escala en Anchorage y que la tripulación no notó el error y
se dejó llevar por el piloto automático en la dirección equivocada. “Falta de conciencia situacional y coordinación del vuelo”, dictaminó la investigación que revisó el material.
El
teniente coronel Osipovich aportó también lo suyo y dijo que no se
siguieron los estándares internacionales de intercepción, y que había
sido instruido por las autoridades militares para que mintiera en
televisión sobre los disparos de advertencia que en realidad nunca había
realizado. Los soviéticos habían declarado oficialmente que hicieron
llamadas por radio, pero que el KAL 007 no respondió. Y se mantuvieron
en su versión, aunque ningún otro aparato o monitor terrestre cubriendo
las frecuencias de emergencias en ese momento oyó jamás esos avisos.
En una entrevista que concedió a The New York Times,
el ya retirado teniente coronel Guennadi Osipovich relató: “No informé a
tierra que se trataba de un Boeing. Ellos tampoco me preguntaron. Sí
pregunté qué debía hacer. Se asustaron y me dijeron que tenía que
obligarlo a aterrizar. Ése fue nuestro gran error. Ya no había tiempo,
en 25 segundos estaría en territorio neutral y ya no podríamos
obligarlo. Expliqué la situación y dije que lo tenía en la mira.
Entonces me dieron la orden de disparar”.
“¿Qué sintió al derribar el avión?”, le preguntó el periodista.
“Hubiera
preferido obligarlo a bajar y tomar una botella de vodka con el piloto,
pero no tenía alternativa y disparé. Fue un disparo afortunado. No
sentí nada, era lo que debía hacer”, respondió.
Los
familiares lloran y queman incienso en un servicio conmemorativo en
Seúl por las víctimas del derribo de un jumbo de Korean Airlines por
parte de la Unión Soviética en 1983(Corbis via Getty Images)
Al filo del abismo
A
pesar de su alto costo en vidas, de su enorme repercusión internacional
y de la escalada diplomática que provocó, el derribo del vuelo 007 de
Korean Airlines no marcó el punto más alto de la tensión entre Estados
Unidos y la Unión Soviética durante 1983.
Hubo
otro episodio, ocurrido dos meses después, que estuvo mucho más cerca
de desatar un enfrentamiento nuclear. El mundo demoró años en conocerlo,
porque fue mantenido en el más riguroso de los secretos.
Una
serie de documentos divulgados en este siglo por la Oficina de Historia
del Departamento de Estado de los Estados Unidos, hicieron conocer un
episodio que fue bautizado con el sugestivo nombre de “War Scare 1983″
(el susto de guerra de 1983), y que estuvo mucho más cerca de desatar un
verdadero conflicto atómico.
La
documentación muestra cómo, en noviembre de ese año, altos mandos
militares estadounidenses responsables de valorar y tomar decisiones,
actuaron sobre la base de información incompleta y estuvieron al filo de
haber provocado de forma no intencional un ataque nuclear por parte de
la Unión Soviética, lo que habría desencadenado la temida “destrucción mutua asegurada” de ambas superpotencias.
El método inglés para descifrar el código nazi de Enigma que adelantó el fin de la Segunda Guerra Mundial
El Reino Unido reunió a los mejores matemáticos y criptólogos en un lugar secreto. Al mando del equipo estaba Alan Turing, un genio que adelantó el uso actual de la inteligencia artificial. Londres nunca le perdonó su homosexualidad y se suicidó al comer una manzana empapada con cianuro. Fue indultado por la reina Isabel II. Y recibió un reconocimiento tardío por su aporte
Por Alberto Amato || Infobae
El
centro militar de contrainteligencia instalado en Bletchley Park
contaba también con una inteligencia superior: la de Alan Turing
Y
por fin, el secreto dejó de serlo y nació otro aún más secreto. El 9 de
julio de 1941, los británicos dieron por terminada una tarea titánica: habían completado la decodificación del sofisticado sistema de envíos de mensajes encriptados de la Alemania nazi,
sistema al que los alemanes consideraban indestructible. Estaba cifrado
en un aparato simplote, tipo armatoste, parecido, pero no igual, a una
máquina de escribir, generalmente cubierto de ojos curiosos y manos
aviesas por una caja de madera. A ese aparato los alemanes lo llamaron “Enigma”. Y los británicos lo desmontaron hasta la última tuerca.
Ese
hallazgo, que fue decisivo en el resultado de la Segunda Guerra
Mundial, sentó las bases de un nuevo secreto, más grande, basto y
recóndito que el otro: nadie podía conocer lo que los británicos tenían
en las manos. Y nadie más lo supo. Descifrar a “Enigma”, que tuvo
siempre las características de un ser humano, nombre, nacionalidad,
personalidad y talento, fue tarea de un gran equipo de criptólogos y matemáticos reunidos en Bletchley Park,
una casona victoriana emplazada en un entorno rural, bucólico y
discreto, vecino a la localidad de Milton Keynes, en el condado de
Buckinghamshire, en el norte de Londres y a cuarenta y cinco minutos de
tren de la capital británica.
La casa que fue central de inteligencia inglesa
Bletchley Park
parecía un convento. O una universidad. A su modo, tal vez era las dos
cosas. Pero, ¡qué convento y qué universidad! Hacían allí profesión de
fe un equipo de centenares de científicos metidos de lleno en penetrar
las entrañas secretas de las comunicaciones nazis, comprender el sentido
de sus mensajes en clave y descifrar sus operaciones militares por
venir, la evaluación nazi del curso de la guerra y hasta los caprichos e histerias de Adolf Hitler,
un tipo que no había llegado a sargento y se había echado una guerra
mundial al hombro, por sobre las cabezas de los estrategas y mariscales
del otrora poderoso ejército imperial.
Fue
gracias a haber descifrado “Enigma” que los británicos supieron, ya en
1944, que el alto mando alemán se había tragado el anzuelo lanzado por
los aliados y pensaban que de verdad la invasión a Europa iba a
producirse por el paso de Calais, el tramo del Canal de la Mancha más
estrecho entre Gran Bretaña y el continente, y no por donde en realidad
se produjo, en las anchas, hostiles y casi inaccesibles costas de Normandía.
Descifrar
a “Enigma”, que tuvo siempre las características de un ser humano,
nombre, nacionalidad, personalidad y talento, fue tarea de un gran
equipo de criptólogos y matemáticos reunidos en Bletchley Park (Reuters/Alessia Pierdomenico)
Bletchley Park
era, en suma, una instalación militar discretísima que no exhibía su
arma más poderosa, la inteligencia; trabajaban allí casi nueve mil
personas, casi el setenta y cinco por ciento eran mujeres, y
personalidades destacadísimas de las ciencias, como la matemática Ann Mitchell.
Allí se diseñó la primera computadora destinada al descifrado de
mensajes, Colossus, que fue también el primer dispositivo de cálculo
electrónico y de alguna manera la madre de las notebook, tablets y lo
que venga de hoy.
El centro militar de contrainteligencia instalado en Bletchley Park contaba también con una inteligencia superior: la de Alan Turing,
un chico brillante, con una historia mil veces contada que bien vale la
pena repasar, que ya había creado en 1939 y con la guerra en curso, una
máquina, “Bomber” capaz de desencriptar los mensajes del ejército
alemán. “Bomber” era una versión mejorada de un dispositivo
primario diseñado por el criptologista polaco Marian Rejewski, que se
convirtió, juran los expertos, en la precursora de la computadora
programable electrónica digital. Turing era matemático, filósofo,
experto en lógica, criptógrafo, biólogo, teólogo, un pensador al que le
debemos la ciencia de la computación, los fundamentos conceptuales del
algoritmo y el esbozo de las líneas básicas de un pensamiento científico
que se preguntaba si las máquinas pueden pensar.
Aquellos chicos, como Albert Einstein,
veían cosas que todavía no podían probarse como efectivas porque no
habían sido descubiertas, pero allí estaban, o porque la ciencia y la
tecnología no habían hallado los mecanismos para demostrar aquellas
teorías locas. Así como Einstein vio un universo palpable recién con los
telescopios espaciales, cuando Turing, cinco años después de terminada
la Segunda Guerra, se preguntó en Bletchley si las máquinas podían
pensar, dio el primer paso a la hoy tan en boga inteligencia artificial,
definición que acaso encierre un oxímoron.
Los mensajes secretos de los nazis
¿Qué era “Enigma”, el chirimbolo científico y técnico que los alemanes consideraban invencible?
Era, en verdad, una genialidad de los técnicos de Hitler. Era una
máquina encriptadora de mensajes, disfrazada de máquina de escribir
común y silvestre, que presentaba una condición hasta entonces
desconocida y no aplicada en el mundo de la criptología: exigía otra
máquina igual que recibiera sus mensajes. Eso era lo nuevo. Tampoco era
algo del otro mundo, salvo su complejo sistema de funcionamiento. Estaba
basado en cinco cilindros rotadores, que variaban cada vez que se
apretaba una tecla. De manera que la posibilidad de combinar la letra
real del mensaje que la que mostraba “Enigma” era infinita. Sólo podía
descifrar un mensaje quien, primero, tuviese otra máquina similar y,
segundo, supiera cuál era la posición de los cilindros rotadores para
recibir el mensaje real y no el galimatías que entregaba “Enigma”. Los
alemanes lo complicaban todo un poquito más, porque cambiaban la
posición de los cilindros al menos una vez al mes, previo aviso al
receptor para que hiciese lo mismo con su máquina “Enigma”. Todo tenía
algo simpático y juguetón. La máquina que enviaba de un lado mensajes
encriptados era la única que podía, del otro lado, descifrarlos.
Enigma
era una máquina encriptadora de mensajes, disfrazada de máquina de
escribir común y silvestre, que presentaba una condición hasta entonces
desconocida y no aplicada en el mundo de la criptología: exigía otra
máquina igual que recibiera sus mensajes(Reuters/Lukas Barth)
Turing
empezó a trabajar para romper “Enigma” junto al servicio de
inteligencia polaco que también intentaba descifrar el código alemán. La invasión de Hitler a Polonia, en septiembre de 1939, había dado inicio a la Segunda Guerra Mundial.
El británico cambió el enfoque de la investigación polaca, mejoró en
parte el sistema de descifrado y, junto a un grupo de criptoanalistas,
llegó a desentrañar el enigma de “Enigma” apenas tres meses después de
llegar a Bletchley Park. Un record. Usó el análisis matemático para
determinar cuáles eran las posiciones más factibles en las que se podían
ubicar los rotores. Era una jugada de difícil pronóstico, una botella
al mar. Pero empezó a dar resultados sobre todo cuando una máquina
“Enigma” alemana cayó en manos aliadas y fue destripada por los
británicos.
Lo que faltaba en Bletchley Park
era tiempo. El descifrado no siempre era del todo exacto, al menos no
era infalible, y los mensajes en código de los alemanes eran miles.
Turing pensó que era imprescindible fabricar una máquina que acelerara
el proceso de descifrado. Se puso a trabajar junto a Gordon Welchman, su colega de Cambridge, y juntos armaron una computadora, que ni era tal ni se conocía con ese nombre, a la que bautizaron “Bomber”.
Resultó. “Bomber” empezó a construirse en serie en la primavera de
1940, cuando la guerra llevaba apenas seis o siete meses de iniciada. En
el verano de ese año, las “Bomber” descifraron los mensajes de la
fuerza aérea alemana y fueron decisivas para anticipar los bombardeos a
Londres durante la Batalla de Inglaterra, que se libró en los cielos
británicos y llevaron al triunfo a la Royal Air Force por sobre la Lutwaffe de Herman Göring.
Las
máquinas británicas diseñadas bajo el talento y la inventiva de Turing,
fueron decisivas también para interceptar los mensajes de los temibles
submarinos nazis que operaban en el Atlántico Norte y que torpedeaban
los buques mercantes ingleses, cargados en Estados Unidos con material
bélico durante los dos años de conflicto en los que ese país se mantuvo
alejado, pero expectante y decidido, de la guerra en Europa.
Cuando
los alemanes pusieron en funcionamiento una “Enigma” de ocho rotores,
lo que aumentaba de manera exponencial las combinaciones de letras y
palabras, en Bletchley Park reconstruyeron el sistema lanzado por los
alemanes en base a una técnica estadística, desarrollada por Turing. Esa
particular “ley de las probabilidades” permitía conocer la “identidad” de cada rotor de la Enigma encriptadora, lo que facilitaba el descifrado por parte de los británicos.
"Código enigma" narra la historia de Alan Turing, el matemático que
lideró un equipo de criptógrafos para descifrar un código nazi en la
Segunda Guerra Mundial
En 1943 Turing era ya director del “Equipo del Barracón 8″ y
consultor general para el área de criptoanálisis de Bletchley Park.
Viajó a Estados Unidos, ya en la guerra desde diciembre de 1941, para
compartir información con los analistas americanos. Turing se concentró
entonces en otra máquina alemana, “Lorenz SZ40/42″ a la que los
ingleses, para abreviar, llamaron “Tunny” y que conectaba a Adolf Hitler
con el alto mando del ejército en Berlín y con los jefes de las fuerzas
nazis en el frente europeo.
El origen de las computadoras
Los
analistas británicos que también destriparon a “Tunny”, se inspiraron
en la teoría estadística de Turing que había desentrañado a la “Enigma”
de cinco y de ocho rotores: toda la información acumulada se usó para
fabricar una de las primeras computadoras de la historia, “Colossus”,
que descifró los códigos de Tunny de modo industrial. Turing y uno de
sus especialistas, William “Bill” Tutte guardaban en secreto otro
proyecto sutil y extraordinario: si “Tunny” había sido desentrañada, y
la máquina conectaba a Hitler con el alto mando en Berlín y con los
jefes militares del frente europeo, ¿sería posible descifrar el
pensamiento de Hitler, adelantarse a sus decisiones, prever incluso sus
reacciones? Tutte trabajó duro en eso.
De
todos modos, la información interceptada por los británicos y
compartida con sus aliados, permitió conocer por adelantado las
decisiones estratégicas alemanas. En la posguerra, los jefes militares
alemanes que sobrevivieron a los juicios de Núremberg, mostraron su
sorpresa cuando supieron que sus comunicaciones más secretas habían sido
interceptadas y descifradas durante todo el conflicto. Los cálculos, si
bien todos post facto, aseguran que los logros de Turing acortaron la guerra al menos en dos años y evitaron centenares de miles de muertos.
Turing
recibió la Orden del Imperio Británico por su servicio, pero en
carácter secreto: su trabajo debía permanecer en el anonimato. Sus
maquinarias, las tangibles y las que estaban en proceso de diseño,
deberían ser destruidas al final de la guerra. Su contribución al
desarrollo científico, también debía permanecer oculto y oscuro. De
hecho, la verdadera “identidad” de Bletchley Park como
instalación militar de investigación, contrainteligencia y espionaje
recién fue revelada como tal en 1970, veinticinco años después de
finalizada la Segunda Guerra.
De
todos modos, la información interceptada por los británicos y
compartida con sus aliados, permitió conocer por adelantado las
decisiones estratégicas alemanas (Grosby)
El hombre que adelantó el fin de la guerra
Turing siguió adelante con sus investigaciones envuelto en cierto ostracismo.
La rígida, e hipócrita, moral inglesa lo había desterrado en casa
propia: era homosexual y si bien no hacía gala de su condición, no se
sentía inclinado hacia la abstención. Había nacido en Londres hace
ciento once años, el 23 de junio de 1912, en Maida Vale, un distrito
residencial del oeste de la ciudad. Hoy recuerda ese nacimiento una
placa azul enclavada en el exterior de la casa, que recién fue
descubierta en 2012, en el centenario del nacimiento de Turing y como
parte de los tardíos homenajes a su vida infortunada.
Los
padres, de viaje constante entre Gran Bretaña y la India, lo
entregaron, a él y a su hermano mayor, a manos de un militar retirado
del ejército y de su mujer, ambos amigos íntimos de los Turing, que
querían que sus chicos se criaran en Inglaterra. Alan mostró enseguida
quién era y que quería ser: aprendió a leer solo en tres semanas y
desarrolló un interés sólido por los números y los rompecabezas. Estudió
en la preparatoria Hazelhurst, fue un alumno brillante, y a los trece
años ingresó en el internado de Sherborne, en Dorset. Su primer día de
clases estuvo signado por una gran huelga general en toda Inglaterra.
Así que Alan subió a su bicicleta y recorrió los noventa y seis
kilómetros que separaban Southampton del internado: hizo noche en una
posada y su pequeña hazaña fue reflejada por la prensa local. Ganó en
Sherborne todos los premios matemáticos que tuvo a mano, realizó por su
cuenta experimentos químicos y se ganó también el recelo de sus maestros
por su irrefrenable independencia y su joven ambición: llegó a resolver problemas matemáticos muy avanzados, sin haber estudiado cálculo elemental.
A los diecisiete años se enamoró de un chico de su edad, Christopher Morcon,
compañero de estudios en el internado y compinche en los estudios
científicos. Fue su primer amor y la primera persona en creer a fondo en
sus ideas; Christopher lo invitó a conocer a su madre, una artista, en
lo que debió ser para la época la relación amorosa entre dos
adolescentes más tolerada de Gran Bretaña, donde la homosexualidad era
ilegal. El 13 de febrero de 1930, apenas egresados de Sherborne.
Christopher murió víctima de la tuberculosis bovina, contraída
probablemente por beber leche de una vaca infectada. Su muerte quebró la
fe religiosa de Turing, se convirtió en un ateo obsesionado por
comprender la naturaleza de la conciencia, su estructura y sus orígenes.
Reforzó su rechazo a la estructura educativa británica, centrada en los
clásicos, y se volcó de lleno al estudio de la ciencia y de las
matemáticas. Estudió en el King’s College de la Universidad de Cambridge,
que era la meca del conocimiento científico y todo un logro para un
chico de diecinueve años. Allí Turing desarrolló sus investigaciones
matemáticas y diseñó lo que pasó a la historia como “Máquina Turing”
capaz de determinar funciones matemáticas y que contenía el embrión
lógico de las futuras computadoras.
En
1935 era ya profesor del King’s College y viajó por dos años a Estados
Unidos, para escribir su tesis doctoral en Princeton, donde trabajaba y
enseñaba Einstein. Con la Segunda Guerra en las puertas de Europa,
Turing regresó a Cambridge para estudiar filosofía de las matemáticas. Y
un día después del estallido de la guerra, fueron a buscarlo para
meterlo de cabeza en el servicio de espionaje y para que descifrara los
mensajes alemanes.
Una estatua de Turing en Manchester, Reino Unido(Christopher Furlong/Getty Images)
Después
del conflicto mundial, condenado al anonimato por los secretos de
guerra, y al desarraigo y la exclusión por su sexualidad, Turing igual amplió su investigación y construyó varias computadoras electrónicas programables,
un paso gigantesco para una época que todavía no había desarrollado a
pleno el transistor. Creó incluso lo que se conoce hoy como el “Test de
Turing”, basado en un viejo juego que reúne a tres personas: un
interrogador, más un hombre y una mujer: el interrogador está separado
de sus interlocutores y sólo puede comunicarse con ellos a través de un
lenguaje que todos entienden. El objetivo es que el interrogador
descubra quién es el hombre y quién la mujer, mientras que el objetivo
de los otros dos jugadores es convencerlo de que son la mujer.
En 1950, en un artículo publicado en “Computing machinery and intelligence”,
Turing cambió a los interrogados de su “Test de Turing” por una
computadora. También cambió los objetivos del juego: ahora había que
reconocer a la máquina. Su tesis decía: “Una computadora puede ser
llamada inteligente, si logra engañar a una persona haciéndole creer que
es un ser humano”. Se trataba entonces de una persona que hablaba con
una computadora, ubicada en otra habitación, mediante un sistema de
chat. Si la persona no podía determinar si hablaba con un humano o con
una máquina, la computadora debía considerarse inteligente.
El “jueguito” de Turing sentó las bases de la inteligencia artificial.
Una forma inversa de su tesis se usa mucho en Internet. Es el test
“Captcha”, diseñado para determinar si un usuario es un humano o es otra
computadora. Cuando una página pide a cualquier usuario que demuestre
“No soy un robot”, ése es Turing, que todavía derrama talento.
En
1952, Turing tenía cuarenta años, enfrentó las normas y las normas lo
destruyeron. Uno de sus amantes, Arnold Murray, ayudó a un cómplice a
entrar en la casa del científico para robarle. Turing hizo la denuncia
en la policía y reconoció su homosexualidad. En lugar de perseguir y
juzgar a los delincuentes, las autoridades procesaron a Turing por “indecencia grave y perversión sexual”,
los mismos cargos que, medio siglo antes, habían llevado a la cárcel y
al destierro a Oscar Wilde. Turing hizo un acto de fe de aquel proceso:
convencido de que no tenía ni de qué, ni por qué defenderse, no ejerció
ninguna medida en su amparo y fue condenado a prisión.
el
24 de diciembre de 2013, la reina Isabel II lo indultó de todo tipo de
culpa. Entonces llegaron los homenajes, las estatuas, las calles y los
institutos con su nombre, y su imagen en los billetes de cincuenta
libras (Reuters/Joe Giddens)
Le dieron entonces la opción de someterse a una castración química, mediante un tratamiento hormonal de reducción de la libido. Turing optó por someterse a inyecciones de estrógenos. El
tratamiento duró un año y le provocó cambios físicos terribles como la
aparición de pechos femeninos, obesidad y disfunción sexual. Con todo,
no perdió su sarcasmo. En una carta a su amigo Norman Routledge, Turing
escribió una reflexión, un falso silogismo, sobre el rechazo social que
provoca la homosexualidad y el desafío intelectual que supone demostrar
la posibilidad de que existan computadoras inteligentes. Estaba
preocupado, además, por que los ataques a su persona pudieran
entorpecer, u oscurecer sus razonamientos sobre la inteligencia
artificial. El silogismo decía: “Turing cree que las máquinas piensan. Turing se acuesta con hombres. Por lo tanto, las máquinas no piensan”.
En 2009, el gobierno británico en manos de Gordon Brown
pidió disculpas por el trato dado a Turing durante sus últimos años de
vida. Pero todavía en 2012, el primer ministro David Cameron negó el
indulto a Turing y adujo que la homosexualidad era un delito en aquellos
años en los que fue condenado. Por fin, el 24 de diciembre de 2013, la reina Isabel II
lo indultó de todo tipo de culpa. Entonces llegaron los homenajes, las
estatuas, las calles y los institutos con su nombre, y su imagen en los
billetes de cincuenta libras.
Era
tarde. Vencido por la amargura, con su enorme obra científica
inconclusa, sin saber todavía lo que su genio podía aportar al
desarrollo del conocimiento, el 7 de junio de 1954, veintitrés días
antes de cumplir cuarenta y dos años, Turing ya había dicho basta. Lo
hizo con un toque de humor corrosivo, la señal acre e incisiva que
implicaba también una advertencia al mundo que estaba por dejar.
Primero,
eligió una manzana, símbolo bíblico del pecado, de lo prohibido, de lo
que no se debe, de paraísos perdidos, de tentación y culpa. Luego, roció la manzana con cianuro y le dio un mordisco.