Espionaje, un mensaje de Churchill para Franco o una confusión: por qué los nazis mataron al famoso actor británico Leslie Howard
Participó en numerosas películas y obras de teatro, pero la fama total le llegó con el papel de Ashely Wilkes en “Lo que el viento se llevó”. En 1943 el avión en el que viajaba fue derribado por la Luftwaffe. ¿Creían que el premier británico iba a bordo o el objetivo era Howard? El misterio continúa ocho décadas después
Era un gran actor, porque todos los actores británicos llevan una molécula del ADN de Shakespeare en las venas. Pero no supo que lo era hasta que fue un chico grande y después de jugarse la vida en las trincheras de la Primera Guerra Mundial. Hizo una gran carrera, acaballado en el nacimiento del cine sonoro y el boom mundial que eso implicó; tenía cuarenta y seis años en 1939 cuando conquistó Hollywood, ya casi un galán maduro, como coprotagonista de una leyenda del cine: “Lo que el viento se llevó”, encarnando al gran amor de Scarlett O’Hara, muchacha caprichosa si las hubo, metida en la piel de Vivien Leigh. Leyenda pura.
Leslie Howard, el británico trasplantado al cine americano, pudo ser un grande en aquella industria bulliciosa y millonaria, pero el 1 de junio de 1943, los nazis ametrallaron el avión que lo llevaba desde Portugal a Londres frente a las costas gallegas de La Coruña. Su cuerpo, y el de los otros dieciséis ocupantes de la nave -cuatro eran tripulantes- nunca fue recuperado. Entre ellos estaba el de un misterioso viajero, rechoncho, que fumaba puros y de alguna forma se parecía mucho a Winston Churchill. El primer ministro británico andaba por esas márgenes de Europa en aquellos días, porque regresaba del norte de África después de entrevistarse con Franklin Roosevelt; había hecho escala en Gibraltar en su viaje de retorno al 10 de Downing Street.
La muerte de Leslie Howard se adjudicó siempre a un yerro de los espías alemanes que confundieron, o quisieron confundir, o les importó nada confundir a Churchill con un señor muy parecido al primer ministro. Junto a Howard viajaba su agente, Alfred Chenhalls, que era robusto, solía fumar puros y, muy bien mirado, podía parecerse en algo a Churchill. Fue eso, o el señor muy parecido a Churchill era otro, el legendario doble que siempre le adjudicaron a Churchill y que era candidato seguro a la muerte en caso de un atentado contra el primer ministro. Pero eso también es leyenda: no hay evidencias de que haya existido un doble de Churchill, salvo la pergeñada en la película “El águila ha llegado”, sobre novela de Jack Higgins.
Churchill sí tuvo un doble, pero no físico: era un imitador, un tipo que sacaba perfecto la voz del primer ministro; se llamaba Norman Shelley, era un actor del montón, con la molécula de Shakespeare es verdad, y que murió de un infarto en una estación de subte en 1980. El famoso discurso que se escucha, vibrante y sonoro, pronunciado el 4 de junio de 1940 por Churchill, “lucharemos en los mares y océanos, lucharemos con creciente confianza en el aire, defenderemos nuestra isla a cualquier costo. Lucharemos en las playas, lucharemos en las pistas de aterrizaje, lucharemos en los campos y en las calles, lucharemos en las colinas; jamás nos rendiremos”, ese discurso que se escucha no es Churchill, es Shelley.
Para volver al gran Leslie Howard, hay algo más que hace de su muerte una leyenda: tal vez los nazis lo mataron porque pensaban que en ese avión volaba Churchill. Pero también es posible que lo hayan asesinado porque Howard era un poco espía. Con el espionaje pasa lo mismo que con la muerte: no se puede estar un poco muerto, no se puede ser un poco espía. Pero Howard era, en todo caso, un propagandista, un tipo que había apartado un poco su carrera de actor para volcarse a la defensa de su país; daba conferencias pro británicas en la Europa no ocupada por los nazis.
Dice la leyenda que su último viaje encerraba una especie de misión secreta que había sido encargada o por el MI5, o por el propio Churchill: entrevistarse en España con Francisco Franco para pasarle un mensaje del primer ministro que le sugería, recomendaba o pedía que no entrara en la Segunda Guerra y mucho menos del lado alemán. Ni falta que hacía: Franco, que había salido triunfante de la Guerra Civil Española en 1939 no tenía intención de soportar más guerra. Apoyó todo lo que pudo a los nazis, permitió el reabastecimiento de sus submarinos por ejemplo, y se abrazó a Hitler en Hendaya, pero sin hundir a España en otro conflicto.
La supuesta misión de Leslie Howard ante Franco tiene un viso de realidad. Y la probable muerte del actor a manos de los nazis porque los alemanes sospecharon que en ese avión volaba Churchill, también tiene visos de realidad. Sobre todo porque en sus frondosas memorias sobre la Segunda Guerra, que le valieron el Nobel de Literatura, Churchill hace mención a Howard y le rinde un homenaje sentido: es el único actor del que Churchill habla en sus memorias.
¿Quién era Leslie Howard? Había nacido en junio de 1893, era hijo de un corredor de comercio, fue empleado de banco y, a los veintiún años, con el estallido de la Primera Guerra, sirvió en la caballería del ejército británico. Padeció algunas dolencias psíquicas por el estrés del combate, un médico le recomendó que, a manera de terapia, se dedicara a la interpretación y estaba sin trabajo y en la pobreza cuando llegó la paz. Se acercó entonces al teatro para descubrir que tenía un potencial insospechado: tuvo un éxito inmediato y en 1921, a sus veintiocho años, se instaló en Hollywood que ya entonces era una meca para los actores: embrionaria, pero meca al fin. Para entonces, Howard estaba casado con Ruth Evelyn Martin y tenía un hijo, Ronald, que había nacido en 1918. En 1924 nacería su hija Leslie Ruth.
En Estados Unidos Howard filmó veinticuatro películas, entre ellas algunas muy famosas como “La Pimpinela Escarlata” y “El bosque petrificado”. El Nobel de Literatura, George Bernard Shaw le cedió su obra, “Pigmalión”, para que la llevara al cine: fue un gran éxito y la base para la película que en 1964 filmaron Audrey Hepburn y Rex Harrison, “My Fair Lady”, dirigida por George Cukor. Howard actuó en veinticinco obras de teatro en Broadway y vivió veinte años, de una costa a la otra del país, convertido en una celebridad. Humphrey Bogart le debe gran parte de su carrera: ambos habían hecho en teatro “El bosque petrificado” y Howard lo recomendó para la versión fílmica que también protagonizaron ambos junto a Bette Davis. Fueron muy amigos y Bogart llamó Leslie a una de sus hijas. La fama total le llegó con el papel de Ashely Wilkes en “Lo que el viento se llevó”.
La Segunda Guerra cambió su vida. Regresó a Londres, alternó entre Inglaterra y Estados Unidos y se centró en Europa. Una tesis, sostenida por el escritor español José Rey Ximena, es que Howard prestó servicios en el Grupo de Operaciones Especiales (SOE por su sigla en inglés) un organismo creado por Churchill para luchar contra Hitler. Era más bien un grupo de propaganda, más que de espionaje. O de propaganda y espionaje, que suelen estar emparentados. Rey Ximena lo explica en su libro “El vuelo del Ibis”, que narra la odisea de Howard que siguió con su actividad actoral en el cine americano, pero ya en películas que retrataban la guerra, como “Los invasores”, de 1941, “El gran Mitchell”, de 1942 y “Sangre, sudor y lágrimas”, también de 1942.
En 1943, Howard viajó en mayo a España para dar una conferencia sobre Hamlet, la obra teatral de William Shakespeare, en el Instituto Británico de Madrid. La verdad es que en España y en Europa las cosas no parecían estar en una armonía tal capaz de escuchar una conferencia sobre Hamlet: la guerra se había dado vuelta, los nazis derrotados en Stalingrado en enero regresaban a Berlín perseguidos por el Ejército Rojo, los aliados preparaban la invasión a Sicilia y el ejército alemán empezaba a intuir con certeza que su guerra estaba perdida. Pero gustos son gustos y Howard anduvo por Portugal y España con sus conferencias sobre cine y los trágicos personajes de Shakespeare.
También llevaba la misión de hablar con Franco. Algunas cartas que Howard intercambió con el canciller británico Anthony Eden dan pie a pensar que esa misión existió y que, si no fue pedida por Eden, lo fue por Churchill. El mensaje que llevaba Howard para Franco tiene dos versiones: una afirma que se trataba de palabras de esperanza y fortaleza que ni falta ni gracia le hacían al dictador español; la otra afirma que la sugerencia británica era que Franco se mantuviera al margen de la guerra y de una eventual alianza con los nazis, a cambio del apoyo inglés para el reconocimiento internacional de su régimen. Esta es la más creíble de las dos hipótesis, aunque también es débil: Franco ya le había dejado en claro a Hitler, en octubre de 1940, que España no iba a formar parte del Eje.
Que Howard llevaba un mensaje del Foreign Office a Franco parece ser muy cierto: “Para eso había venido, no para dar conferencias”, le dijo a Rey Ximena la actriz Conchita Montenegro, poco antes de morir en 2007. Conchita Montenegro era Concepción Andrés Picado, una vedette y actriz de la época; había nacido en 1911 en San Sebastián y había triunfado como corista en París, donde se desnudaba en escena. Había sido amante de Howard y, a su muerte, lo había llorado como si hubiese sido su viuda y hasta guardó luto por él. Cuando Howard llegó a España, Conchita estaba en buenas relaciones con Ricardo Giménez Arnau -se casaría luego con él-, delegado de la Falange franquista en el Servicio Exterior, que fue quien le facilitó al actor un breve encuentro con Franco. Hay una versión del diálogo entre Franco y Howard que cubre la realidad: dice que ambos hablaron de un megaproyecto cinematográfico sobre la vida de Cristóbal Colón. Pese a su relación con Giménez Arnau, Conchita y Howard tuvieron un último encuentro apasionado en el Hotel Ritz de Madrid.
El 1 de junio de 1943, Howard, su agente Chenhalls y uno de los miembros del equipo de seguridad de Churchill, Gordon Thompson McLean, abordaron un avión de línea, identificado como avión civil, de la BOAC (British Overseas Airways Corporation) que se disponía a partir del aeropuerto de Portela, en Lisboa, rumbo a Londres. Era un Douglas DC3, bimotor, al que los pilotos habían bautizado “Ibis”, como la elegante ave adorada por los antiguos egipcios. ¿Pudo ser Thompson McLean un objetivo militar a abatir por los nazis, junto al “espía” Howard? En el avión viajaba también Wilfrid Israel, un activista germano-británico que en los nueve meses previos a la guerra, había salvado de la muerte en la Alemania nazi a una gran cantidad de chicos judíos. También había creado en Londres una organización destinada a sacar a judíos de la Alemania nazi y refugiarlos en Gran Bretaña. ¿Abatieron los nazis el avión en el que viajaba Howard porque en él viajaba Israel? ¿Creyeron de verdad que en ese vuelo viajaba Churchill, que había visitado África y Gibraltar y bien podía haber llegado a Lisboa para regresar a Londres?
En el momento en el que el Douglas DC3 “Ibis” despegaba de Portela, ocho bombarderos alemanes Junkers Ju 88 de la 40ª Escuadrilla despegaron de una base nazi en Burdeos, Francia. Los alemanes giraron al sur y entraron en el Golfo de Vizcaya con la misión de dar escolta a dos submarinos alemanes, pero el mal tiempo y pesados nubarrones los obligaron a desviarse y así quedaron en la ruta aérea del vuelo civil de la BOAC. A las 12.45, uno de los bombarderos al mando del teniente Herbert Hinze avistó al “Ibis” a la altura del Cabo Ortegal, en la gallega provincia de La Coruña. Hinze transmitió a sus compañeros de vuelo un mensaje: “Indios a las 11. A.A.”, en la convicción de que se trataba de un avión militar enemigo. El resto de la flota aérea nazi se ubicó encima y debajo del bimotor inglés y lo ametrallaron en las alas y el fuselaje. El Douglas DC3 se incendió, se partió y cayó al mar: murieron sus diecisiete pasajeros, incluido Leslie Howard, que tenía cincuenta años.
La historia oficial alemana hace agua por todos lados: no había forma de que el piloto de un bombardero, ni el resto de su escuadrilla de Junkers 88, confundieran un avión militar aliado, un único avión sobre el Cabo Ortegal, con un avión de línea de la BOAC, identificado con claridad como aeronave civil.
Hasta aquí la historia, condimentada con la sal y la pimienta de la conspiración, habida cuenta de que las casualidades no existen en estos casos. Sin embargo, al drama le falta un acto. Winston Churchill se refiere al episodio en sus fantásticas memorias de la Segunda Guerra. Y da pie a la versión de que en el vuelo que llevaba a Howard de regreso a Londres viajaba una persona a la que los espías nazis pudieron haber confundido con él. Dice Churchill:
“(…) Eden y yo regresamos por vía aérea haciendo escala en Gibraltar. Como mi presencia en el norte de África había sido ampliamente divulgada, los alemanes ejercían por doquier una vigilancia excepcional, y esto dio lugar a una tragedia que me afligió de un modo extraordinario. Cuando el avión regular de la línea comercial Lisboa-Londres se disponía a despegar del aeródromo de la capital portuguesa, un hombre de cuerpo rechoncho, que fumaba un cigarro, fue visto dirigirse a él, suponiéndose que se trataba de un viajero. En consecuencia, los alemanes comunicaron que yo me encontraba a bordo. Aunque estos aviones neutrales de pasajeros habían volado por espacio de muchos meses entre Portugal e Inglaterra sin ser molestados, y se habían limitado a un tráfico estrictamente civil, un avión de guerra alemán recibió al instante orden de salir e interceptarlo, y el indefenso aparato fue despiadadamente derribado. Perecieron trece pasajeros civiles, entre ellos el famoso actor británico Leslie Howard, cuyo arte y dotes han sido perpetuados para goce nuestro en los fotogramas de muchas y deliciosas películas en que tomó parte. La brutalidad de los alemanes no pudo ser igualada en este caso más que por la estupidez de sus agentes. Se hace difícil concebir cómo alguien pudo imaginar que yo, con todos los recursos de la Gran Bretaña a mi disposición, hubiera de hacerme reservar un pasaje en un avión neutral de Lisboa y efectuar el viaje a plena luz del día. Nosotros, por supuesto, dimos un amplio rodeo sobre el océano a poco de salir de Gibraltar y llegamos a la metrópoli sin incidentes. Fue para mí una dolorosa sorpresa enterarme de lo ocurrido a los infortunados pasajeros del avión, víctimas de los inescrutables manejos del destino”.
De inescrutables manejos del destino, nada. El de Churchill parece el homenaje de un combatiente a otro.