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jueves, 1 de agosto de 2024

SGM: Cuando quisieron matar a Churchill y mataron a un actor en vez

Espionaje, un mensaje de Churchill para Franco o una confusión: por qué los nazis mataron al famoso actor británico Leslie Howard

Participó en numerosas películas y obras de teatro, pero la fama total le llegó con el papel de Ashely Wilkes en “Lo que el viento se llevó”. En 1943 el avión en el que viajaba fue derribado por la Luftwaffe. ¿Creían que el premier británico iba a bordo o el objetivo era Howard? El misterio continúa ocho décadas después

Leslie Howard alcanzó la fama en "Lo que el viento se llevó"

Era un gran actor, porque todos los actores británicos llevan una molécula del ADN de Shakespeare en las venas. Pero no supo que lo era hasta que fue un chico grande y después de jugarse la vida en las trincheras de la Primera Guerra Mundial. Hizo una gran carrera, acaballado en el nacimiento del cine sonoro y el boom mundial que eso implicó; tenía cuarenta y seis años en 1939 cuando conquistó Hollywood, ya casi un galán maduro, como coprotagonista de una leyenda del cine: “Lo que el viento se llevó”, encarnando al gran amor de Scarlett O’Hara, muchacha caprichosa si las hubo, metida en la piel de Vivien Leigh. Leyenda pura.

Leslie Howard, el británico trasplantado al cine americano, pudo ser un grande en aquella industria bulliciosa y millonaria, pero el 1 de junio de 1943, los nazis ametrallaron el avión que lo llevaba desde Portugal a Londres frente a las costas gallegas de La Coruña. Su cuerpo, y el de los otros dieciséis ocupantes de la nave -cuatro eran tripulantes- nunca fue recuperado. Entre ellos estaba el de un misterioso viajero, rechoncho, que fumaba puros y de alguna forma se parecía mucho a Winston Churchill. El primer ministro británico andaba por esas márgenes de Europa en aquellos días, porque regresaba del norte de África después de entrevistarse con Franklin Roosevelt; había hecho escala en Gibraltar en su viaje de retorno al 10 de Downing Street.

La muerte de Leslie Howard se adjudicó siempre a un yerro de los espías alemanes que confundieron, o quisieron confundir, o les importó nada confundir a Churchill con un señor muy parecido al primer ministro. Junto a Howard viajaba su agente, Alfred Chenhalls, que era robusto, solía fumar puros y, muy bien mirado, podía parecerse en algo a Churchill. Fue eso, o el señor muy parecido a Churchill era otro, el legendario doble que siempre le adjudicaron a Churchill y que era candidato seguro a la muerte en caso de un atentado contra el primer ministro. Pero eso también es leyenda: no hay evidencias de que haya existido un doble de Churchill, salvo la pergeñada en la película “El águila ha llegado”, sobre novela de Jack Higgins.

El famoso actor murió en 1943, cuando los nazis derribaron el avión en el que viajaba

Churchill sí tuvo un doble, pero no físico: era un imitador, un tipo que sacaba perfecto la voz del primer ministro; se llamaba Norman Shelley, era un actor del montón, con la molécula de Shakespeare es verdad, y que murió de un infarto en una estación de subte en 1980. El famoso discurso que se escucha, vibrante y sonoro, pronunciado el 4 de junio de 1940 por Churchill, “lucharemos en los mares y océanos, lucharemos con creciente confianza en el aire, defenderemos nuestra isla a cualquier costo. Lucharemos en las playas, lucharemos en las pistas de aterrizaje, lucharemos en los campos y en las calles, lucharemos en las colinas; jamás nos rendiremos”, ese discurso que se escucha no es Churchill, es Shelley.

Para volver al gran Leslie Howard, hay algo más que hace de su muerte una leyenda: tal vez los nazis lo mataron porque pensaban que en ese avión volaba Churchill. Pero también es posible que lo hayan asesinado porque Howard era un poco espía. Con el espionaje pasa lo mismo que con la muerte: no se puede estar un poco muerto, no se puede ser un poco espía. Pero Howard era, en todo caso, un propagandista, un tipo que había apartado un poco su carrera de actor para volcarse a la defensa de su país; daba conferencias pro británicas en la Europa no ocupada por los nazis.

Dice la leyenda que su último viaje encerraba una especie de misión secreta que había sido encargada o por el MI5, o por el propio Churchill: entrevistarse en España con Francisco Franco para pasarle un mensaje del primer ministro que le sugería, recomendaba o pedía que no entrara en la Segunda Guerra y mucho menos del lado alemán. Ni falta que hacía: Franco, que había salido triunfante de la Guerra Civil Española en 1939 no tenía intención de soportar más guerra. Apoyó todo lo que pudo a los nazis, permitió el reabastecimiento de sus submarinos por ejemplo, y se abrazó a Hitler en Hendaya, pero sin hundir a España en otro conflicto.

La supuesta misión de Leslie Howard ante Franco tiene un viso de realidad. Y la probable muerte del actor a manos de los nazis porque los alemanes sospecharon que en ese avión volaba Churchill, también tiene visos de realidad. Sobre todo porque en sus frondosas memorias sobre la Segunda Guerra, que le valieron el Nobel de Literatura, Churchill hace mención a Howard y le rinde un homenaje sentido: es el único actor del que Churchill habla en sus memorias.

Leslie Howard interpretó a Ashely Wilkes en "Lo que el viento se llevó"

¿Quién era Leslie Howard? Había nacido en junio de 1893, era hijo de un corredor de comercio, fue empleado de banco y, a los veintiún años, con el estallido de la Primera Guerra, sirvió en la caballería del ejército británico. Padeció algunas dolencias psíquicas por el estrés del combate, un médico le recomendó que, a manera de terapia, se dedicara a la interpretación y estaba sin trabajo y en la pobreza cuando llegó la paz. Se acercó entonces al teatro para descubrir que tenía un potencial insospechado: tuvo un éxito inmediato y en 1921, a sus veintiocho años, se instaló en Hollywood que ya entonces era una meca para los actores: embrionaria, pero meca al fin. Para entonces, Howard estaba casado con Ruth Evelyn Martin y tenía un hijo, Ronald, que había nacido en 1918. En 1924 nacería su hija Leslie Ruth.

En Estados Unidos Howard filmó veinticuatro películas, entre ellas algunas muy famosas como “La Pimpinela Escarlata” y “El bosque petrificado”. El Nobel de Literatura, George Bernard Shaw le cedió su obra, “Pigmalión”, para que la llevara al cine: fue un gran éxito y la base para la película que en 1964 filmaron Audrey Hepburn y Rex Harrison, “My Fair Lady”, dirigida por George Cukor. Howard actuó en veinticinco obras de teatro en Broadway y vivió veinte años, de una costa a la otra del país, convertido en una celebridad. Humphrey Bogart le debe gran parte de su carrera: ambos habían hecho en teatro “El bosque petrificado” y Howard lo recomendó para la versión fílmica que también protagonizaron ambos junto a Bette Davis. Fueron muy amigos y Bogart llamó Leslie a una de sus hijas. La fama total le llegó con el papel de Ashely Wilkes en “Lo que el viento se llevó”.

La Segunda Guerra cambió su vida. Regresó a Londres, alternó entre Inglaterra y Estados Unidos y se centró en Europa. Una tesis, sostenida por el escritor español José Rey Ximena, es que Howard prestó servicios en el Grupo de Operaciones Especiales (SOE por su sigla en inglés) un organismo creado por Churchill para luchar contra Hitler. Era más bien un grupo de propaganda, más que de espionaje. O de propaganda y espionaje, que suelen estar emparentados. Rey Ximena lo explica en su libro “El vuelo del Ibis”, que narra la odisea de Howard que siguió con su actividad actoral en el cine americano, pero ya en películas que retrataban la guerra, como “Los invasores”, de 1941, “El gran Mitchell”, de 1942 y “Sangre, sudor y lágrimas”, también de 1942.

Churchill hizo mención a la muerte de Howard en sus memorias

En 1943, Howard viajó en mayo a España para dar una conferencia sobre Hamlet, la obra teatral de William Shakespeare, en el Instituto Británico de Madrid. La verdad es que en España y en Europa las cosas no parecían estar en una armonía tal capaz de escuchar una conferencia sobre Hamlet: la guerra se había dado vuelta, los nazis derrotados en Stalingrado en enero regresaban a Berlín perseguidos por el Ejército Rojo, los aliados preparaban la invasión a Sicilia y el ejército alemán empezaba a intuir con certeza que su guerra estaba perdida. Pero gustos son gustos y Howard anduvo por Portugal y España con sus conferencias sobre cine y los trágicos personajes de Shakespeare.

También llevaba la misión de hablar con Franco. Algunas cartas que Howard intercambió con el canciller británico Anthony Eden dan pie a pensar que esa misión existió y que, si no fue pedida por Eden, lo fue por Churchill. El mensaje que llevaba Howard para Franco tiene dos versiones: una afirma que se trataba de palabras de esperanza y fortaleza que ni falta ni gracia le hacían al dictador español; la otra afirma que la sugerencia británica era que Franco se mantuviera al margen de la guerra y de una eventual alianza con los nazis, a cambio del apoyo inglés para el reconocimiento internacional de su régimen. Esta es la más creíble de las dos hipótesis, aunque también es débil: Franco ya le había dejado en claro a Hitler, en octubre de 1940, que España no iba a formar parte del Eje.

La conferencia de Hendaya, en la que Franco se negó a aceptar la oferta de Hitler para participar de la guerra

Que Howard llevaba un mensaje del Foreign Office a Franco parece ser muy cierto: “Para eso había venido, no para dar conferencias”, le dijo a Rey Ximena la actriz Conchita Montenegro, poco antes de morir en 2007. Conchita Montenegro era Concepción Andrés Picado, una vedette y actriz de la época; había nacido en 1911 en San Sebastián y había triunfado como corista en París, donde se desnudaba en escena. Había sido amante de Howard y, a su muerte, lo había llorado como si hubiese sido su viuda y hasta guardó luto por él. Cuando Howard llegó a España, Conchita estaba en buenas relaciones con Ricardo Giménez Arnau -se casaría luego con él-, delegado de la Falange franquista en el Servicio Exterior, que fue quien le facilitó al actor un breve encuentro con Franco. Hay una versión del diálogo entre Franco y Howard que cubre la realidad: dice que ambos hablaron de un megaproyecto cinematográfico sobre la vida de Cristóbal Colón. Pese a su relación con Giménez Arnau, Conchita y Howard tuvieron un último encuentro apasionado en el Hotel Ritz de Madrid.

El 1 de junio de 1943, Howard, su agente Chenhalls y uno de los miembros del equipo de seguridad de Churchill, Gordon Thompson McLean, abordaron un avión de línea, identificado como avión civil, de la BOAC (British Overseas Airways Corporation) que se disponía a partir del aeropuerto de Portela, en Lisboa, rumbo a Londres. Era un Douglas DC3, bimotor, al que los pilotos habían bautizado “Ibis”, como la elegante ave adorada por los antiguos egipcios. ¿Pudo ser Thompson McLean un objetivo militar a abatir por los nazis, junto al “espía” Howard? En el avión viajaba también Wilfrid Israel, un activista germano-británico que en los nueve meses previos a la guerra, había salvado de la muerte en la Alemania nazi a una gran cantidad de chicos judíos. También había creado en Londres una organización destinada a sacar a judíos de la Alemania nazi y refugiarlos en Gran Bretaña. ¿Abatieron los nazis el avión en el que viajaba Howard porque en él viajaba Israel? ¿Creyeron de verdad que en ese vuelo viajaba Churchill, que había visitado África y Gibraltar y bien podía haber llegado a Lisboa para regresar a Londres?

En el momento en el que el Douglas DC3 “Ibis” despegaba de Portela, ocho bombarderos alemanes Junkers Ju 88 de la 40ª Escuadrilla despegaron de una base nazi en Burdeos, Francia. Los alemanes giraron al sur y entraron en el Golfo de Vizcaya con la misión de dar escolta a dos submarinos alemanes, pero el mal tiempo y pesados nubarrones los obligaron a desviarse y así quedaron en la ruta aérea del vuelo civil de la BOAC. A las 12.45, uno de los bombarderos al mando del teniente Herbert Hinze avistó al “Ibis” a la altura del Cabo Ortegal, en la gallega provincia de La Coruña. Hinze transmitió a sus compañeros de vuelo un mensaje: “Indios a las 11. A.A.”, en la convicción de que se trataba de un avión militar enemigo. El resto de la flota aérea nazi se ubicó encima y debajo del bimotor inglés y lo ametrallaron en las alas y el fuselaje. El Douglas DC3 se incendió, se partió y cayó al mar: murieron sus diecisiete pasajeros, incluido Leslie Howard, que tenía cincuenta años.

La historia oficial alemana hace agua por todos lados: no había forma de que el piloto de un bombardero, ni el resto de su escuadrilla de Junkers 88, confundieran un avión militar aliado, un único avión sobre el Cabo Ortegal, con un avión de línea de la BOAC, identificado con claridad como aeronave civil.

Hasta aquí la historia, condimentada con la sal y la pimienta de la conspiración, habida cuenta de que las casualidades no existen en estos casos. Sin embargo, al drama le falta un acto. Winston Churchill se refiere al episodio en sus fantásticas memorias de la Segunda Guerra. Y da pie a la versión de que en el vuelo que llevaba a Howard de regreso a Londres viajaba una persona a la que los espías nazis pudieron haber confundido con él. Dice Churchill:

“(…) Eden y yo regresamos por vía aérea haciendo escala en Gibraltar. Como mi presencia en el norte de África había sido ampliamente divulgada, los alemanes ejercían por doquier una vigilancia excepcional, y esto dio lugar a una tragedia que me afligió de un modo extraordinario. Cuando el avión regular de la línea comercial Lisboa-Londres se disponía a despegar del aeródromo de la capital portuguesa, un hombre de cuerpo rechoncho, que fumaba un cigarro, fue visto dirigirse a él, suponiéndose que se trataba de un viajero. En consecuencia, los alemanes comunicaron que yo me encontraba a bordo. Aunque estos aviones neutrales de pasajeros habían volado por espacio de muchos meses entre Portugal e Inglaterra sin ser molestados, y se habían limitado a un tráfico estrictamente civil, un avión de guerra alemán recibió al instante orden de salir e interceptarlo, y el indefenso aparato fue despiadadamente derribado. Perecieron trece pasajeros civiles, entre ellos el famoso actor británico Leslie Howard, cuyo arte y dotes han sido perpetuados para goce nuestro en los fotogramas de muchas y deliciosas películas en que tomó parte. La brutalidad de los alemanes no pudo ser igualada en este caso más que por la estupidez de sus agentes. Se hace difícil concebir cómo alguien pudo imaginar que yo, con todos los recursos de la Gran Bretaña a mi disposición, hubiera de hacerme reservar un pasaje en un avión neutral de Lisboa y efectuar el viaje a plena luz del día. Nosotros, por supuesto, dimos un amplio rodeo sobre el océano a poco de salir de Gibraltar y llegamos a la metrópoli sin incidentes. Fue para mí una dolorosa sorpresa enterarme de lo ocurrido a los infortunados pasajeros del avión, víctimas de los inescrutables manejos del destino”.

De inescrutables manejos del destino, nada. El de Churchill parece el homenaje de un combatiente a otro.


sábado, 20 de junio de 2020

Peronismo: El bombardeo del 16 de Junio de 1955

El bombardeo a la Plaza de Mayo: 29 impactantes fotos del expediente judicial a 65 años de la trágica jornada 

El 16 de junio de 1955 naves de la Aviación Naval y de la Fuerza Aérea arrojaron bombas sobre el centro porteño, en un intento por dar un golpe y terminar con la vida de Juan Domingo Perón. Las imágenes del día en que la muerte asoló las calles
Infobae







Paseo Colón e Hipólito Yrigoyen. Fotos aportadas por la Policía Federal al expediente judicial por los bombardeos de la Plaza de Mayo.





Autos quemados sobre la calle Hipólito Yrigoyen.





Pared ametrallada del Ministerio de Hacienda de entonces.





Huellas de la metralla en las paredes del Ministerio de Hacienda y de la vieja sede de Aerolíneas Argentinas.





Un trolleybus destrozado. Uno de los tantos daños ocasionados por el bombardeo de la aviación Naval sobre Plaza de Mayo.





Dos autos destruidos. Otra consecuencia del intento de golpe de Estado contra Juan Domingo Perón.





Un auto incendiado y una de los centenares de víctimas de los bombardeos sobre civiles, policías e integrantes del Ejército.





Dos mujeres muertas. Dentro del trolleybus más víctimas del intento del Golpe del que se cumplen 65 años. El saldo de la cruenta jornada fue de al menos 364 muertos y más de mil heridos.





Otro de los muertos. Y las marcas de la metralla.





Metralla sobre un colectivo. Hubo muertos dentro de los medios de transporte.





Tierra arrasada. La zona de Plaza de Mayo luego de la masacre producida por los bombardeos.





Restos de los autos que estaban estacionados sobre la calle Balcarce frente a la Casa Rosada.





Nada quedó del auto que circulaba por la avenida Paseo Colón.





Restos de un vehículo sobre la calle Balcarce.





La foto policial sumada al expediente rezaba: "vista de vehículos dañados, cables desprendidos y efecto de la metralla...".





Paseo Colón entre Alsina e Hipólito Yrigoyen. Cráter producido por las bombas arrojadas sobre la población civil.





Ciudadanos muestran un cráter cerca de la Casa Rosada.





Parte de una de las bombas que no explotó y que fue incautada por los policías. Tenía 25 kilos de trotyl.





Monumento a Belgrano frente a la Casa Rosada. En 2010 la secretaría de Derechos Humanos logró identificar a 309 de los muertos.





Uno de los despachos de la Casa Rosada. El bombardeo tenía como objeto derrocar a Perón.





Pasillo de la División Comunicaciones en la planta baja de la Casa Rosada.





Destrucción de la casa de gobierno. La aviación Naval bombardeó la Plaza de Mayo.





Escombros en la terraza de la Casa Rosada. Perón sería derrocado meses después.





Boquete en el techo de la Casa Rosada. Una de las tantas muestras de los daños producidos por los bombardeos.





Destrucción de la terraza de la Casa de Gobierno. El registro fotográfico policial volcado al expediente judicial.





Manifestantes con banderas argentinas luego del bombardeo a Plaza de Mayo.





Una de las "poderosas bombas demoledoras que no explotaron", como se la describe en la fotografía policial.





Una bomba que no explotó rodeada de gente. Junio de 1955. Plaza de mayo.





Militares revisan una bomba que quedó en un cráter. De fondo la Casa Rosada.

domingo, 2 de febrero de 2020

Peronismo: El levantamiento de la FAA en 1975

El día que Isabel Perón se negó a abandonar la Rosada pese a la amenaza de bombardeo: “De acá me sacan muerta” 

A 44 años de la sublevación del brigadier Cappellini, ensayo preparatorio del golpe del 24 de marzo de 1976, resalta la actitud decidida de la entonces Presidente de la Nación, que no se dejó intimidar por las amenazas de los jefes de la Fuerza Aérea
Por Aldo Duzdevich || Infobae

  En diciembre de 1975 la Fuerza Aérea se levantó contra el gobierno de Isabel Perón. Era un ensayo y una etapa preparatoria para el golpe del 24 de marzo de 1976


El año 1975 había sido caótico. Por lo político institucional, por el descalabro económico, y por la violencia de extrema derecha y extrema izquierda. En agosto, cuando Jorge Rafael Videla asume como Comandante en Jefe del Ejército, ya se ponen en marcha los planes de golpe. La oficialidad militar empujaba para apurar el derrocamiento, pero la Embajada y el establishment aconsejaban esperar y seguir fomentando el caos, hasta que la opinión pública pidiese que los militares se hicieran cargo del gobierno. Todavía faltaba pulir algunas cuestiones, entre ellas, la negativa del jefe de la Aeronáutica, brigadier Héctor Fautario a plegarse al golpe. Los conspiradores Videla y Massera decidieron alentar un putsch interno para correr a Fautario.

En la madrugada del 18 de diciembre de 1975, un grupo de oficiales de la Fuerza Aérea subleva la VIIa Brigada Aérea de Morón y el sector militar de Aeroparque, donde apresan al brigadier Fautario. La cabeza del “Operativo Cóndor Azul” es el brigadier Orlando Capellini; lo acompañan el comodoro Luis Fernando Estrella, el vicecomodoro Néstor H. Rocha, los retirados comodoro Agustín de la Vega y el brigadier Cayo Antonio Alsina; todos discípulos del nacionalista ultra montano Jordan Bruno Genta y adherentes a la Falange de Fe.

  El brigadier Héctor Fautario, entre Isabel y Juan Domingo Perón

El Gobierno acepta rápidamente reemplazar a Fautario por Orlando Ramón Agosti, en la creencia de que con ese gesto solucionaba el conflicto. Pero en su punto 4 la proclama de los aviadores afirmaba la intención de “Operar hasta el derrocamiento de la autoridad política y la instauración de un nuevo orden de refundación con sentido nacional y cristiano”. En otro documento, los sublevados realizaban incluso una invitación directa a Videla para que asumiera “en nombre de las Fuerzas Armadas la conducción del gobierno nacional”.

Dos diputados peronistas, Carlos Palacio Deheza y Luis Sobrino Aranda, que oficiaban casi como voceros de la Marina y el Ejército, llegan a la Casa Rosada con la propuesta de que “con la renuncia de Isabel, se soluciona el conflicto”. Ambos pertenecían al sector “antiverticalista”, un grupo numeroso de diputados, entre ellos, Julio Bárbaro y Nilda Garré, a quienes en un almuerzo, Massera les confió: “Si la echan ustedes, gobiernan ustedes y si la echamos nosotros, gobernamos nosotros”.
 



La “chirinada” duró cinco días, poblados de reuniones, operaciones de prensa y el continuo sobrevuelo en picada de los aviones Mentor sobre la Casa Rosada y Olivos. Algunos llevaban pintada la V con la cruz de Cristo Vence, la misma que usaron el 16 de junio de 1955, cuando descargaron sobre la Rosada y Plaza de Mayo catorce toneladas de bombas, con el saldo de 400 muertos. Varios de los funcionarios de gobierno, tenían muy fresco aquel recuerdo del 55.

De acá me sacan muerta

El día más crítico fue el sábado 20. A las 15 horas, aviones “leales” dejaron caer una bomba en la base de Morón para doblegar a los sublevados. La bomba cayó en una arboleda sin producir daños personales ni materiales. Pero enardeció a los sublevados, que se prepararon para bombardear la Casa Rosada.



  El discurso de Videla que anticipaba el golpe de Estado

Carlos Ruckauf, entonces joven Ministro de Trabajo, recuerda: “Esa tarde estábamos con la Presidente varios ministros, Antonio Cafiero, Federico Robledo, Tomás Vottero, creo que Lorenzo Miguel y algunos más. Se acerca el edecán militar con el teléfono diciendo que hablaba Cappellini. Isabel me miró y dijo: ‘Atiéndalo usted, dígale que esta Presidente no acepta amenazas, ni presiones y que si quieren bombardear que lo hagan nomas, de acá me van a sacar muerta’. Yo agarre el teléfono y la verdad, no recuerdo bien qué dije, entre el milico que gritaba que iba bombardear e Isabel que gritaba muy enojada, sé que repetí el mensaje de ella y colgué”.


Video: imágenes del levantamiento de la Fuerza Aérea en diciembre de 1975

“La situación era muy tensa -sigue contando Ruckauf-, ella ordenó al personal civil abandonar la Casa y nos dijo ‘los que tengan mujer e hijos pueden irse’. Nadie amagó retirarse, no es que posáramos de héroes, pero la actitud de Isabel era tan jugada, tan valiente, que ninguno quería pasar como el cagón de esta historia”.




Vale recordar que el 16 de junio de 1955, en circunstancias similares, Perón dirigió a las fuerzas leales desde el edificio Libertador, frente a la Casa Rosada, que fue duramente bombardeada.

Del ensayo al golpe del 24 de Marzo

El conato de golpe había cumplido su cometido: desplazar a Fautario y medir durante cinco días qué tipo de reacción política o sindical podría producir el golpe: ninguna… El entonces militante de la JP Lealtad y hoy embajador, Alberto Iribarne, contó: “ Junto con otros grupos con los que habíamos coordinado, hicimos una movilización por el centro de la ciudad en repudio al levantamiento del aviador Capellini. Recuerdo que había gente en la vereda del Gran Rex, en la calle Corrientes. Nuestra movilización era bastante pobre. Tanto que los que estaban haciendo cola para ver ‘Pescado Rabioso’ nos triplicaban en número. Era diciembre del ’75, para entonces la suerte ya estaba echada.”

Previo al 24 de marzo de 1976, tres altos oficiales, el general José Rogelio Villarreal, el brigadier Basilio Lami Dozo y el almirante Pedro Santamaría, recibieron orden de planificar minuciosamente el operativo de detención de Isabelita. Sabían que estaba dispuesta a resistir, y no querían mostrar ante el mundo que todo el poder de fuego de las tres fuerzas armadas no era suficiente para doblegar la voluntad de una pequeña e indefensa mujer. Finalmente optaron por simular un desperfecto del helicóptero que la trasladaba de la Casa Rosada a Olivos y hacerlo bajar en Aeroparque donde un pelotón de marina redujo a su secretario Julio Gonzalez y a su único custodio, el suboficial Rafael Luissi. El general Villarreal en persona le informó que estaba detenida.


La copera de un cabaret panameño devenida en primera presidente de Argentina

Méritos que algún día la historia deberá reconocer


Seguramente Isabel es la ex-presidente constitucional argentina más cuestionada de la historia reciente. Desde la derecha golpista se la responsabilizó de las siete plagas de Egipto porque les servía para dar plena justificación al golpe más criminal de la historia. Desde la izquierda guerrillera también se la cargó de mala prensa, porque Isabel fue y es su única excusa para haber combatido con las armas a un gobierno constitucional votado por el 62% de los argentinos.

Muchas críticas tienen fundamento, otras no, y otras todavía deben ser revisadas en profundidad.

En su libro La Primera Presidente, la historiadora María Sáenz Quesada –radical- se refiere a la actitud de la viuda de Perón durante el conato de Cappellini: “Remite a la historia de Isabelita cuando en Panamá (en 1956) se temió que un comando gorila asesinara a Perón, ella tomó un arma, aunque no supiera manejarla, y se mantuvo firme junto al General. También ahora defendía con firmeza el lugar que ocupaba, el llamado sillón de Rivadavia, símbolo del poder presidencial y del legado intransferible de su esposo. (…) Esa prueba de entereza, cualidad sin duda indispensable en el liderazgo, sorprende en la misma mujer que un mes antes se había internado en una clínica enflaquecida y doliente”.
 

Antonio Cafiero escribió en sus memorias: “Creo que se ha maltratado por demás la figura de Isabel Perón (…) Está a la vista que cometió desaciertos, pero fue digna y siempre exigió que se respetara la investidura presidencial... no dio un paso atrás aun en los momentos de mayor zozobra, lo que habla de su temple”

En aquellos vertiginosos años setenta de violencias políticas cotidianas, en los que el temple y el valor individual eran un elemento para medir la talla de un dirigente, Isabel, la primer presidenta mujer, no se entregó, no firmó su renuncia, y fue la única mandataria depuesta que, con toda dignidad y en silencio, soportó prisión durante cinco años y tres meses. Méritos que algún día la historia deberá reconocer.

Aldo Duzdevich es autor de “La Lealtad-Los montoneros que se quedaron con Perón” y “Salvados por Francisco