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lunes, 24 de enero de 2022

Imperio Centroafricano: Canibalismo y el más bárbaro colonialismo francés

Bokassa, el emperador caníbal que se comía a los ministros que no funcionaban y decía ser un apóstol de Cristo

Dirigió con ferocidad a la República Centroafricana. Tuvo 17 esposas (a una la comió) y 58 hijos. Su mandato fue espeluznante. Llegó a canibalizar a opositores, aliados y cientos de niños. Fue derrocado después de 13 años, en los que sostuvo el poder a base de pagar por protección a Francia con uranio y diamantes

El 4 de diciembre de 1976, en una fastuosa ceremonia, Jean-Bedel Bokassa se autoproclamó Emperador

Se comía a sus ministros. Literal. Primero los hacía asar, luego los servía en un banquete a sus invitados especiales y, a los postres, revelaba la materia prima del menú. Así lo contó el entonces ministro de Cooperación francés, Robert Galley: al final de un banquete de estado en su honor, el emperador le dijo, y también a sus invitados: “No se han dado cuenta, pero acaban de comer carne humana”. Parece que era carne de un miembro de su gabinete que no funcionaba como debía. O como el emperador quería. Igual, como solución a una minicrisis de gabinete, suena un poco drástico.

El tipo era caníbal. Y un caníbal del poder también. Jean Bedel Bokassa, según su nombre francés, se había adueñado de la presidencia de la República Centroafricana el primer día de 1966 y había permanecido como tal hasta el 4 de diciembre de 1976. Ese día, se proclamó emperador y lo fue hasta el 20 de septiembre de 1979, en la que fue derrocado por sus mandantes: Francia.

Fue entonces que se hicieron públicos sus horrores. En privado, se sabía todo, incluso que el emperador comía la carne de muchos chicos asfixiados o torturados en las mazmorras de palacio: sus cuerpos colmaban las cámaras frigoríficas del palacio imperial. También se comió a una de sus ex esposas: tuvo diecisiete, muchas al mismo tiempo, y cincuenta y ocho hijos. Ya con el emperador derrotado, su cocinero personal confesó que le obligaron a elaborar comida con carne humana bajo amenaza de muerte. Y que, en los viajes presidenciales privados al exterior, el dictador se alimentaba con jamón, chorizos y otros embutidos “elaborados con la misma materia prima”. Textual. Fue ese particular chef quien reveló que Bokassa ordenó ejecutar a uno de sus ministros para servirlo, adobado es de suponer, al resto de su gabinete. El mensaje fue claro y entendido de inmediato. Cuando ya no pudo comerse a sus adversarios políticos, por desabastecimiento acaso, empezó a matar a gente de otras profesiones. El diario soviético “Izvestia” reveló que Bokassa “se comió al único matemático del país”. Y si no se los comía, los servía como alimento de los cocodrilos que nadaban orondos en los pozos del palacio.

Bokassa en su visita al presidente Charles de Gaulle en París (Photo by James Andanson/Sygma via Getty Images)

Entre el 17 y el 19 de abril de 1979, ya con su estrella en declive a los ojos de Francia, hizo asesinar en una violenta represión a un centenar de chicos estudiantes que manifestaron en la capital, Bangui, contra la decisión del gobierno imperial de imponerles el uso de un uniforme escolar carísimo, que sus padres no podían pagar, según denunció Amnesty International. La tortura a los opositores era un elemento cultural del imperio y Bokassa participaba en muchas de ellas, en forma activa, se entiende. Apaleaba o ejecutaba, o apaleaba y ejecutaba a los ladrones en ceremonias públicas todas televisadas, o dictaba normas extravagantes de riguroso cumplimiento, como una que prohibió que sonaran los tambores en horarios hábiles, por lo que los tambores sonaban cuando todos dormían, que la música cura todos los males.

¿Cómo puede un demente tan peligroso ocupar durante trece años el más alto cargo de un país? La pregunta tiene dos respuestas: uranio y diamantes. Bokassa no fue el primer tipo que llega a la cima y no sabe qué hacer, o no tiene lo que hay que tener para hacerlo. No todos se almuerzan a un caballero, pero en general derivan por manual hacia lo rocambolesco: se proclaman emperador, faraón, rey del mundo o lo que fuere. El tratamiento que se le debía dar a Bokassa era el de “Su Majestad Bokassa I, emperador de Centroáfrica, Mariscal de Centroáfrica, Apóstol de la paz y Servidor de Cristo Dios”. Su secreto era ceder a Francia el uranio que pedía y aportar diamantes a los bolsillos de los más altos funcionarios, por empezar los del presidente Valery Giscard D’Estaing, por ejemplo, que perdió su reelección a manos de Francois Mitterrand a raíz del escándalo desatado por los diamantes de Bokassa.

Había nacido el 22 de febrero de 1921 en Bangui, capital de la entonces África Ecuatorial. Huérfano a los seis años, lo educó su abuelo con la ayuda de misioneros franceses. A los dieciocho años se convirtió en militar y se enroló en las Fuerzas Francesas Libres. Como miembro del ejército francés, en 1944 peleó, y fue condecorado, durante el desembarco aliado en la Provenza. Francia lo honró con la Legión de Honor y la Cruz de Guerra. Dejó el ejército de Francia para integrar el de República Centroafricana cuando la nación se independizó de Francia, al menos en lo formal, durante la gran ola independentista africana de inicios de los años 60.

Antes de convertirse en tirano y emperador de la República Centroafricana, Bokassa luchó para Francia en la Segunda Guerra Mundial y fue condecorado. En la imagen, en una visita a Rumania en 1970 (Wikipedia)

Ascendió veloz al grado de coronel y al cargo de jefe del Estado Mayor de las fuerzas armadas porque el entonces presidente, David Dacko, era su primo, a quien derrocó en 1966 con un golpe de Estado, mientras el país se hundía en una enorme crisis económica. Ocupó entonces los dos cargos, presidente de la república y del gobierno, liquidó la constitución, gobernó por decreto y con el tiempo se hizo nombrar cabeza del Movimiento para la Evolución Social de África del Norte (MESAN), el único partido político del país.

La República Centroafricana es un país paupérrimo, rodeado de países tanto o más obres: Chad, Camerún, Congo, República Democrático del Congo, Sudán y Sudán del Sur. En 1969, Bokassa viajó a Francia y fue recibido por Charles de Gaulle, a quien llamó, embelesado y astuto, “Papá”. De Gaulle lo calificó de imbécil, pero tuvo hacia él cierta consideración por consejo de Jacques Foccart, secretario para Asuntos Africanos. Asistió al funeral de Estado en honor a De Gaulle en 1970, donde se hizo conocido por llorar desconsolado en Notre Dame. Fue con Giscard con quien tejió sus mejores vínculos: lo hizo un cazador de fieras en las sabanas de la República Centroafricana, y le llenó las manos con diamantes, uno de ellos, según reveló el propio Bokassa, valuado en un millón de francos de 1973. A cambio de esas naderías y del uranio con el que Francia elaboraba sus armas nucleares, Bokassa pedía poco: que sostuvieran su régimen de terror.

El emperador Jean-Bedel Bokassa y su esposa, la emperatriz Catherine, el 4 de diciembre de 1977, un año después de su proclamación (AP Photo)

Francia lo hizo hasta que le fue imposible. En casa, las cosas para el todavía presidente de la República Centroafricana empezaban a complicarse. Un golpe de Estado fallido en abril de 1969 hizo que Bokassa afianzara su poder y eliminara a su principal rival militar, el coronel Alexandre Banza. Lo hizo a su manera. La revista americana “Time” reveló que Banza fue arrastrado ante Bokassa, en plena reunión de gabinete, para que el presidente lo cortara en pedazos seleccionados con una navaja. Que luego los guardias lo golpearon hasta partirle la espalda. Lo arrastraron luego por las calles de Bangui hasta que finalmente le dispararon. “Le Monde” fue más piadoso con la descripción: “Banza fue asesinado en circunstancias tan repugnantes que todavía dan escalofríos”.

En marzo de 1972 Bokassa se hizo proclamar presidente vitalicio, para qué andar con más rodeos, por un congreso extraordinario del MESAN. Y dos años después, se ascendió a mariscal. Superó otro golpe fallido en diciembre de 1974, con su secuela de centenares de opositores torturados y ejecutados, y sobrevivió por los pelos a un intento de asesinato en febrero de 1976. De modo que huyó hacia adelante, convencido de que debía instaurar una monarquía. Pidió ayuda, y la obtuvo, al entonces líder libio Muhammad Khadafi que fue su fuente de inspiración. Bokassa disolvió el gobierno en septiembre de 1976, renunció a sus cargos ministeriales y creó el Consejo de la Revolución Centroafricana: un nuevo órgano de gestión del Estado, bajo su presidencia, desde luego.

Cuando Khadafi visitó Bangui, Bokassa decidió convertirse al Islam porque buscaba la ayuda económica de Libia. Adoptó el nombre de Salah Eddine Ahmed Bokassa. El 4 de diciembre hizo que la ya desahuciada República Centroafricana pasara a ser una monarquía y creó el Imperio Centroafricano. Todo imperio precisa un emperador, así que Bokassa volvió al catolicismo y se coronó a sí mismo en una ceremonia insensata. Antes de la entronización, el flamante emperador pidió a su “hermano”, el Papa Pablo VI que oficiara la ceremonia, en remedo de la coronación de Napoleón con quien Bokassa se sentía también hermanado. El Vaticano, por la razón que fuere, decidió tomar debida distancia del disparate, y lo mismo hicieron, entre otros, el presidente de Yugoslavia, mariscal Josip Broz Tito, el emperador Hirohito, de Japón, y el sha de Irán, Mohammed Reza Pahlevi, que pegaron el faltazo a la fiesta.

El 25 de mayo de 1979, acuciado por las acusaciones internacionales de canibalismo y muerte de niños, Bokassa posó con su familia, en un intento de mejorar su reputación (Photo by Keystone/Getty Images)

Los trajes del emperador y la emperatriz, su decimoquinta esposa, llevaban engarzadas ochocientas mil perlas en el de él y otras tantas de oro en el de ella. Ocho caballos blancos llegados desde Normandía, se supone que en avión, tiraron de la carroza que llevó a la pareja al falso palacio real: era un estadio de fútbol adaptado para la ocasión, con un trono en forma de águila imperial bañado en oro. Francia aportó los cascos metálicos para la flamante guardia imperial, toneladas de comida, vino y fuegos artificiales para amenizar la jornada, y sesenta vehículos Mercedes Benz para transportar a la familia imperial y a sus invitados. No hay registros de que en las mesas se haya servido otra cosa que los alimentos que enviaron los franceses, que sabían lo que hacían.

Bokassa se hizo rico en trece años de poder. Usó las minas del país y la fuerza de trabajo de sus habitantes para amasar millones, en especial con el negocio de los diamantes, mientras caía la economía y los tres millones y medio de centroafricanos se hundían aún más en la miseria. Para Francia, mientras hubiera uranio había esperanza. Hasta que los delirios de Bokassa y sus violaciones a los derechos humanos, la persecución de los disidentes y los asesinatos de los opositores se hicieron imposibles de admitir. Y de ocultar. Francia lo objetó y Estados Unidos le retiró su apoyo, en especial después de la gigantesca matanza de aquellos colegiales del uniforme inalcanzable, en abril de 1979.

En diciembre de ese año, mientras el emperador estaba de visita oficial en Libia, fue derrocado por un golpe de Estado amparado por tropas francesas, que restauraron en el poder a David Dacko, el primo a quien Bokassa había derrocado en 1966. De inmediato, el emperador pidió ayuda a su amigo Khadafi y Khadafi, de inmediato también, le hizo saber que ya le importaba nada: era un derrocado en el exilio. Bokassa viajó a París y a los brazos de su amigo, el presidente Giscard. Pero el presidente Giscard ya no era su amigo y rehusó cualquier tipo de contacto con el desterrado, aunque se ocupó de encontrarle un país que lo cobijara. Fue Costa de Marfil. El presidente Houphouet-Boignhy aceptó no de muy buen grado darle asilo. Cuando en 1983 Bokassa intentó volver a su país a poner las cosas en orden, su operativo de regreso fue abortado por las autoridades locales, que lo expulsaron del país. Fue a parar de nuevo a Francia, gobernada ahora por Francois Mitterrand que no tuvo más remedio, o lo tuvo y no lo usó, que aceptarlo. Bokassa fue a vivir a un palacete de su propiedad, cercano a París. Ahorros no le faltaban, se ve.

Bokassa, ya destituido, en el Castillo Haudricourt, de su propiedad, ubicado en las afueras de Paris (Photo by Jacques Pavlovsky/Sygma via Getty Images)

En 1986, convencido de que en París podía matarlo una bala perdida, o un automovilista imprudente en una calle aislada y sin luz, el emperador regresó a la República Centroafricana a enfrentar lo que hubiera que enfrentar. Llegó el 24 de octubre de 1986, hace hoy treinta y cinco años. Fue arrestado y juzgado por traición, asesinato, canibalismo y apropiación de bienes y fondos estatales. La acusación de canibalismo fue anulada porque los hechos no pudieron ser demostrados. Se ve que, a digestión pasada, eximición de cargos. El 12 de junio de 1987, el tribunal republicano lo condenó a muerte. Ocho meses después, la sentencia fue conmutada por la de cadena perpetua. Y meses más tarde, rebajada a veinte años de cárcel.

En 1993, cuando la democracia retornó a la República Centroafricana, el presidente saliente, André Kolingba, dictó como último acto de su generoso gobierno, una amnistía general para todos los presos que incluyó a Bokassa y a varios de los más fieles miembros de su otrora corte de esplendor. El cocinero no figuraba entre los presos. Todos fueron liberados el 1 de agosto.

El 3 de noviembre de 1996 un infarto agudo fulminó al dictador, enfermo cardíaco casi crónico, con cierta insuficiencia renal y un par de ataques cerebrales. Tenía 75 años. Antes de su muerte, había dicho que era el decimotercer apóstol de Cristo.

Faltaría más.

 

jueves, 15 de noviembre de 2018

El libro que sacudió el imperio colonial africano de Francia

El libro que sacudió el imperio colonial africano de Francia


Por Charu Sudan Kasturi | OZY




Por que deberias interesarte

El primer libro de un autor negro que ganó el premio literario más prestigioso de Francia también obligó al país a enfrentar su brutal registro colonial.


República Centroafricana
Ubicación 6.611111 ° N, 20.939444 ° E
Población 4,659,080
Idiomas Sango, Francés
PBI per cápita $ 681
Capital Bangui

En seis rondas de votaciones, la Académie Goncourt de París no pudo decidir la mejor novela francesa de 1921. Luego, el 14 de diciembre, un voto decisivo emitido por el presidente de la organización rompió el punto muerto y sacudió al mundo francófono: el Prix Goncourt, el de Francia. El premio literario más importante fue para René Maran, un administrador colonial de Guyana Francesa en Ubangui-Shari, lo que hoy es la República Centroafricana. Maran fue el primer ganador negro del premio de entonces 18 años de edad. Pero a medida que se agitaban los derechos civiles y los movimientos anticoloniales, fue el contenido de la novela de Maran el que realmente provocó temblores en ambos lados del Atlántico.

"Construyes tu reino sobre cadáveres", escribió Maran en el prefacio del libro, Batouala. "Usted está viviendo una mentira. Todo lo que tocas lo consumes ”.

Una acusación grave del colonialismo francés en África central, el libro fue un relato interno que obligó a Francia a enfrentar la realidad de su misión "civilizacional", así como el Corazón de la Oscuridad de Joseph Conrad había levantado el velo sobre la brutalidad belga en el Congo dos décadas antes . El parlamento francés debatió el libro, algunos acusaron a Maran de difamación y otros argumentaron que había expuesto la explotación. Varios escritores franceses criticaron a la Académie Goncourt, y algunos predijeron que Batouala pronto sería olvidado.

Ellos estaban equivocados. La propia carrera de Maran como administrador colonial terminó poco después, y frente a las amenazas de retribución, regresó a París en 1923. Pero se convirtió en el "punto de referencia africano" para los escritores del Renacimiento de Harlem, según el experto francés en África. -Estudios americanos Michel Fabre. WEB. Du Bois escribió sobre Maran y Batouala en The Crisis, la revista de la NAACP, mientras que un joven Ernest Hemingway, escribiendo en París para el Toronto Star Weekly, llamó al libro "gran arte".

No somos más que la carne de la cual se pueden imponer los impuestos.


El libro sigue al anciano jefe de Ubangui-Shari, Batouala, quien observa, desconcertado e indignado, mientras los colonizadores blancos se apoderan de su tierra y una de sus nueve esposas se enamora de un hombre más joven. Pero es el prólogo del libro, donde Maran se quita el manto de la ficción para asumir directamente el colonialismo francés, ese es el legado duradero de Batouala, dice Christopher Miller, profesor del departamento de estudios afroamericanos de Yale.

"El prefacio se lee mucho más que la novela en su conjunto", dice Miller.

Maran no comenzó tratando de cambiar el mundo. Era un hijo del colonialismo francés, nacido en un barco que se dirigía a Martinica desde la Guayana Francesa de sus padres en 1887. Su padre era un oficial de la administración colonial francesa de Gabón, y a la edad de 6 años, Maran fue enviado a un internado. escuela cerca de burdeos. Siguió a su padre a la administración colonial en 1909 a la edad de 22 años.

Sirvió fielmente a los franceses en Ubangui-Shari, donde su actitud hacia los locales era ambigua. El régimen colonial fue brutalmente opresivo en la recaudación de impuestos, la extracción de caucho y el aplastamiento de las rebeliones, y Maran demostró simpatías por la gente de Ubangui-Shari en cartas a sus amigos. Pero en una carta, también escribió que "el atavismo de los negros resiste el sello de la civilización".

Luego, en 1918, llegó lo que algunos historiadores consideran un punto de inflexión: un portero local llamado Mongo fue asesinado, y Maran fue acusada del crimen. Mientras el futuro autor insistió en que estaba cubriendo a un subordinado blanco conocido por maltratar a los locales, ninguno de sus colegas acudió en su defensa, y Maran fue procesado y reprendido.

Eso podría explicar por qué el libro, que comenzó a escribir en 1913, es menos conflictivo en su crítica del colonialismo que el prefacio, escrito más adelante. El libro "solo pinta, sin ninguna emoción, el hombre negro como lo ve el autor", dice Chidi Ikonné, una erudita nigeriana de literatura africana. En las últimas décadas, Maran ha enfrentado críticas de analistas literarios que argumentan que su exotización de los locales en Batouala solo reforzó los estereotipos de africanos perezosos e hipersexuales que ya están profundamente arraigados en las mentes occidentales.

Por el contrario, el prefacio era puntiagudo. "Los nativos", escribió Maran, "fueron derribados por un trabajo incesante, por el cual no fueron pagados. ... Vieron venir la enfermedad y tomar su morada con ellos, vieron el hambre acechar su tierra, vieron crecer su número cada vez menos ".

Aún así, la novela en sí misma no se aleja de estos temas, y Maran usó el personaje de Batouala para expresar la ira y la frustración de los locales. En un momento dado, el jefe es casi tan mordaz como el prefacio de Maran. "No somos nada más que la carne de la cual se pueden imponer los impuestos", dice Batouala. “No somos más que bestias de carga. ¿Ganado? ¡Ni siquiera eso! ... Los hombres blancos nos están matando lentamente ".

Pero la propia Batouala no produjo la investigación completa sobre los excesos en el África francesa que Maran había esperado. Seis años más tarde, el autor francés francés André Gide, quien más tarde ganaría el Premio Nobel de literatura, visitó el África ecuatorial e informó resultados similares, lo que impulsó reformas limitadas. Maran, su trabajo reivindicado, continuó su carrera como escritor y periodista en París y murió en mayo de 1960. Dos meses más tarde, la región cuya difícil situación llamó la atención del mundo se independizó como República Centroafricana.