sábado, 31 de agosto de 2024
domingo, 30 de junio de 2024
Argentina: El aquilombado historial del Boeing 737 LV-JNE de Aerolíneas Argentinas
Aviones con historia: la dura vida del 737 LV-JNE de Aerolíneas Argentinas
Raul Viorel MogaHay aviones que «tienen suerte», pues son entregados a una aerolínea tras salir de la planta de montaje y pasan toda su vida útil volando para dicha aerolínea, sin sobresaltos y sin periplos. Pero, el 737 protagonista de nuestra historia no tuvo esa suerte.
El sexto 737 de Aerolíneas Argentinas
O el séptimo, según se mire. La aerolínea de bandera argentina recibió el 24 de enero de 1970 un Boeing 737-200 alquilado de Britannia Airways, probablemente para preparar la llegada de sus propios aviones. Esta unidad, registrada como G-AVRL estuvo volando en Argentina apenas tres meses, pues el 28 de abril fue devuelto a su dueño.
Pero si, el LV-JNE fue el sexto 737-200 recibido directamente por Aerolíneas Argentinas el 2 de octubre de 1970 y también fue el último avión recibido ese año, dado que el siguiente no llegaría hasta el 8 de octubre de 1971. Además, fue el segundo combi de la compañía, es decir, podía llevar tanto carga como pasajeros.
Al incorporarse a la flota de la aerolínea, recibió el nombre de «Ciudad de Trelew», dado que la compañía decidió nombrar a sus primeros 737 con nombres de ciudades de Argentina.
Primer susto: 1973
Cuando apenas había cumplido tres años en la flota de la compañía, nuestro 737 protagonista sufrió un primer susto: fue secuestrado en pleno vuelo.El avión partió el 20 de octubre de 1973 del aeropuerto Jorge Newbery de Buenos Aires con destino al aeropuerto de Salta, en el noroeste del país. A bordo se encontraban en ese momento 49 pasajeros y 7 miembros de la tripulación. En pleno vuelo, 4 pasajeros de origen uruguayo secuestraron el avión, obligándolo a tomar tierra en el aeropuerto de Tucumán, un poco más al sur de Salta.
Los secuestradores exigieron que el avión fuera repostado con la intención de volar a Lima, en Perú, desde donde volverían a repostar para llegar a Cuba. Sin embargo, las autoridades negaron el repostaje al avión y los secuestradores obligaron a la tripulación a volver a despegar.
Poco después, el avión tomó tierra en el aeropuerto de Yacuiba, una ciudad boliviana que literalmente está en la frontera con Argentina. El avión permaneció en tierra durante 4 días, un tiempo durante el cual los secuestradores fueron liberando rehenes hasta un total de 38 personas de las (sin contarlos a ellos) 53 que se encontraban a bordo del avión. Finalmente el 24 de octubre se rindieron cuando se les prometió que podrían abandonar el país.
Y nuestro 737 protagonista volvió al servicio comercial.
Segundo susto: 1975
La mala suerte se volvió a cernir sobre nuestro protagonista con otro secuestro en pleno vuelo. Esta vez, el 737 estaba realizando el vuelo 706 de Aerolíneas Argentinas el 5 de octubre de 1975. Se trataba de un vuelo regular entre las ciudades de Buenos Aires y Camba Punta pero, en medio del vuelo, un comando de la guerrilla peronista Montoneros secuestró el avión, desviándolo al aeropuerto de El Pucú.Una vez en tierra, desalojaron a los 102 pasajeros que se encontraban a bordo del avión, pero mantuvieron cautiva a la tripulación con la intención de volar a Brasil. Antes de dirigirse a Brasil, los secuestradores desviaron el avión a Formosa para permitir el embarque de otro grupo guerrillero. Sin embargo, el avión no tuvo suficiente combustible a bordo, por lo que acabó aterrizando en un campo de cultivo cerca de la localidad de Rafaela, en la provincia de Santa Fe.
Foto del Boeing 737-200 de Aerolíneas Argentinas LV-JNE despegando desde el campo de cultivo.
Los secuestradores consiguieron escapar, pero el avión se quedó en un terreno empantanado. El Batallón de Ingenieros de Construcciones de Santo Tomé construyó una pista con planchas metálicas de 600m de largo y 30 de ancho. El avión se aligeró lo máximo posible y los pilotos de Aerolíneas Argentinas consiguieron sacarlo en vuelo el 22 de octubre, 17 días después del secuestro. Sobre este hecho os hemos hablado en este otro artículo.
Y nuestro 737 protagonista volvió al servicio comercial (tras una revisión).
Tercer susto: 1978
Cuando todavía no se habían olvidado los dos primeros secuestros, nuestro 737 sufrió otro susto, esta vez más serio. El avión estaba realizando el vuelo AR665 entre Bahía Blanca y el aeropuerto Jorge Newbery de Buenos Aires. Todo transcurrió de forma normal hasta la aproximación.Cuando el avión se encontraba a pocas millas de aterrizar, comenzó a sonar a bordo la alarma de tren de aterrizaje no bajado. La tripulación decidió apagar dicha alarma para que dejase de sonar y tomaron tierra. Pero, si la alarma suena es por algo y en este caso era porque efectivamente el tren no estaba abajo, por lo que el 737 acabó tomando tierra sin el tren de aterrizaje.
A bordo se encontraban 99 pasajeros y 6 miembros de la tripulación, resultando heridos leves 6 pasajeros, aunque un pasajero falleció poco después por un paro cardíaco. Se achaca al estrés sufrido en este suceso.
Después de una larga reparación, nuestro 737 protagonista volvió al servicio comercial, una vez más.
Cuarto susto: el definitivo, 1992.
En 1992 nuestro protagonista sufrió un accidente que lo dejaría fuera de servicio, con un final que no merecía. El 20 de noviembre estaba operando el vuelo AR8525 entre San Luis y el aeropuerto Jorge Newbery. A bordo se encontraban 107 pasajeros y 6 miembros de la tripulación.La historia, sin embargo, comienza al final del vuelo AR8524 entre Buenos Aires y San Luis con escala en Córdoba. El avión había completado el vuelo entre Córdoba y San Luis de forma normal, pero el aterrizaje en este último aeropuerto fue demasiado duro, por lo que la tripulación pidió revisar el tren del aterrizaje.
Un video grabado poco antes del accidente:
Estando todo normal, el avión se dispuso a despegar de vuelta a Buenos Aires. El avión rodó a la pista 18 para despegar, pero durante la carrera de despegue los neumáticos del tren principal derecho sufrieron problemas: el número 4 explotó y el número 3 perdió presión (había sufrido daños en el aterrizaje y comenzó a rajarse).
El avión comenzó a desviarse hacia la derecha cuando ya había superado V1, pero los pilotos decidieron abortar el despegue aplicando la máxima potencia de frenado, lo cual no fue suficiente pues el avión acabó saliéndose de la pista. Se detuvo a 125m del umbral de la pista y se procedió a evacuar a los pasajeros.
En este punto, hay algo de confusión puesto que algunas versiones aseguran que los bomberos utilizaron al menos uno de los camiones para llevar a los pasajeros a la terminal. Otros aseguran que el camión no tenía espuma y que luego se quedó sin agua. Sea como fuere, unos minutos después de la salida de pista, la aeronave comenzó a arder por el ala derecha, siendo declarado el avión como destruido sin reparación posible.
Aerolíneas Argentinas mantuvo al 737-200 en servicio hasta el año 2009, casi 4 décadas después de haber introducido el modelo. Foto: Patrick Mutzenberg.
No hubo heridos de consideración, pero nuestro protagonista quedó destruido tras cumplir 22 años de servicio con la compañía argentina, después de varias incidencias que la mayoría de los aviones de pasajeros, por suerte, no tienen que afrontar.
Aerolíneas Argentinas retiró de servicio el último de sus 51 Boeing 737-200 en el año 2009, tras casi 4 décadas en servicio con la compañía. Pero, sin duda, «El Mufa» como fue apodado, ha quedado en la memoria colectiva por los incidentes en los que se vio envuelto y, sobre todo, por la hazaña de despegar de un campo de cultivo hace ya muchos años.
viernes, 5 de abril de 2024
miércoles, 28 de febrero de 2024
Guerra contra la Subversión: El salvaje ataque peronista al Regimiento 29 de Formosa
El ataque montonero al Regimiento 29 de Formosa: un traidor, una defensa heroica y la muerte del conscripto Hermindo Luna
El 5 de octubre de 1975 una treintena de montoneros ingresó con ayuda de un soldado infiel al Regimiento 29 en busca de armas y de provocar un impacto psicológico, político y en la opinión pública. La conmovedora historia del joven que repelió el ataque y fue asesinado junto a otros 11 soldados y 3 civiles. La infructuosa lucha de Jovina Luna -quien murió durante la pandemia- para reivindicar la memoria de su hermano
Por Adrián Pignatelli || Infobae
Hermindo Luna, en una fotografía de sus tiempos de soldado
Ese domingo 5 de octubre de 1975 era todo fiesta en lo de los Luna. Le festejaban el cumpleaños a Jovina, que cumplía 11 años, y aprovecharon para celebrar el de su papá, Jesús, que había cumplido el 1ro. Era la décima de 13 hijos -diez varones y tres mujeres- de una familia formada por su papá albañil y Secundina Vázquez. Vivían en Las Lomitas, Formosa y se las arreglaban vendiendo pan y empanadas, y los hijos mayores trabajaban.
Comieron empanadas y chivito. Jovina estaba contenta. Como regalo
de cumpleaños había pedido hacer un viaje en tren, porque no lo
conocía. Y qué mejor que aprovechar el viaje y visitar a su hermano Hermindo, diez años mayor que ella, que cumplía con el servicio militar
en el Regimiento de Infantería de Monte 29 “Coronel Ignacio José
Warnes”, una de las unidades afectadas al Operativo Independencia, a
partir de un decreto firmado por el gobierno constitucional de María
Estela Martínez de Perón. Días antes del ataque, padre e hija le dieron
la sorpresa a Hermindo. Lo visitaron en el cuartel.
Los Luna eran muy unidos. Hermindo es el primero desde la izquierda
Había nacido el 26 de junio de 1954 y lo que más le gustaba era trabajar en el campo con los animales. Aprendió a ser hábil para manejarse en el monte y ya en su infancia, forjó una fortaleza y una rusticidad que sorprendía. Con sus hermanos Nicasio y Mario pusieron un horno de ladrillos.
No había podido ir a la escuela, ya que donde había nacido no había, y el trabajo estaba primero. A los 18 años pudo terminar los estudios primarios en la nocturna de Las Lomitas.
Le gustaba ir al cine a ver películas de acción y en sus ratos libres, dibujaba y pintaba en cualquier papel que encontraba. De puro traviesos sus hermanos menores los rompían pero él nunca se enojaba. Con el paso del tiempo, están más que arrepentidos porque no conservan ninguno.
El saldo del ataque fue de 24 muertos, doce por cada bando
Era hincha de River porque ese era el cuadro de su madre, por quien tenía devoción. Su padre y hermanos eran de Independiente.
No tenía demasiados amigos, y con sus hermanos eran muy unidos. Tenía una novia, a quien no veía demasiado, por las tareas del campo y porque el horno de ladrillos estaba lejos de su casa, cerca de un espejo de agua, ya que para su elaboración se precisa mucho de ella.
Cuando llegó el día del sorteo del servicio militar, Hermindo tenía la ansiedad a flor de piel. Toda la familia rodeaba la radio. Por el número que salió, sabía que le correspondía Ejército. Estaba nervioso de que lo destinaran a otra provincia o como le había ocurrido a uno de sus hermanos, que debió hacer la colimba en la marina, en la lejanísima ciudad de Buenos Aires.
Rogelio
Mazacotte es uno de los soldados que defendió el cuartel y que mantiene
viva la memoria de lo que vivió en octubre de 1975
Cuando supo que su destino sería el Regimiento 29, se alegró. Se quedaría en sus pagos.
El día que partió para incorporarse al Ejército, toda la familia se levantó más temprano que de costumbre. Lo acompañaron hasta la estación del tren y lo despidieron. Lo recuerdan feliz agitando su mano fuera de la ventanilla.
En junio tuvo unos días de licencia, que aprovechó para visitarlos. Sus superiores lo evocan como una persona siempre dispuesta y que disfrutaba atender la caballeriza, ya que le permitía estar en contacto con los animales.
El ataque al Regimiento de infantería de Monte 29 fue tapa de los diarios
Ese domingo 5 de octubre el subteniente Jorge Ramón Cáceres ordenó hacer un asado y quiso que estuviera listo para las 12. Sospechaba que al anochecer algo pasaría. Cada uno de los 70 soldados recibió un cargador más.
Después de almorzar, los conscriptos habían jugado un partido de fútbol y se encaminaban a las duchas. Entre ellos estaba Marcelino Torales, albañil, que su sueño de chico humilde y peronista era ser cantante como Sandro. Y también, entre ellos, había un traidor, Luis Mayol, un santafecino que estudiaba Derecho y que era un militante montonero. Había llegado castigado de Santa Fe, su provincia natal.
Se extrañaron verlo a mitad de la mañana dando vueltas por la guardia, yendo de un lado para el otro. Había pedido permiso para ir a la compañía a buscar un pulover. Fue el que le abrió el portón de entrada a cinco camionetas con una treintena de montoneros.
En la guardia, algunos soldados compartieron el vino que había sobrado y se recostaron. Torales se había acomodado sobre el techo del placard de hormigón.
Quince minutos después los sobresaltaron el sonido de disparos. Había comenzado el ataque, donde peronistas baleaban a otros peronistas durante un gobierno constitucional peronista. No se sabía, pero en esa acción hacía su aparición el ejército montonero, con uniforme azul, aunque algunos de ellos vestían camperas de lona y pantalones vaqueros.
Los terroristas perseguían dos objetivos: obtener armamento y provocar un impacto psicológico político y en la opinión pública.
“¡Salgan y dejen el armamento!”, se escuchó que los atacantes ordenaban a los soldados que estaban en la guardia. Nadie obedeció y la guardia fue acribillada. El soldado Mazacotte de pronto descubrió que había sido herido en el abdomen. A su lado, su compañero Arrieta agonizaba. Había que salir.
Años más tarde Mazacotte, contó a Infobae que no entendían cómo un paisano le disparaba a otro. Decía que el soldado no estaba preparado para pelear entre hermanos. Explicó que los montoneros creían que como eran soldados negros, entregarían el regimiento.
Cuando un montonero pretendió arrojar una granada hacia el interior por la ventana, Torales, desde la altura del placard, lo abatió con su fusil. Al atacante le explotó la granada en la mano.
Dejaron la guardia por una ventana, luego de quitar el mosquitero. Los soldados se la rebuscaron para hallar una posición desde donde defenderse. La encontraron detrás de un timbó, un árbol grande con una amplia sombra que era apreciada en el calor formoseño.
Todos disparaban, a pesar de los pedidos que los terroristas de que se rindiesen. Mazzacote, entonces, recibió un tiro en la pierna derecha, arriba de la rodilla y quedó fuera de combate.
Los montoneros abatieron al sargento Víctor Zanabria que intentaba operar la radio para dar la alerta. Otro grupo asesinó a sangre fría a cinco conscriptos que dormían. Cuando se dirigieron a otra de las cuadras donde descansaban soldados, se toparon con Hermindo que hizo frente a cinco atacantes. Le exigieron que se rindiese, que la cosa no era con él. “¡Acá no se rinde nadie, mierdas!” les gritó. Lo partieron al medio con una ráfaga de ametralladora.
Por muchos años, Jovina Luna se puso al hombro la lucha para que los soldados fuesen reconocidos
Algunos soldados intentaron refugiarse en los baños y los montoneros les arrojaron granadas por las ventanas. Mayol guió a los atacantes hasta el depósito de armas, pero encontraron una tenaz resistencia de conscriptos. Luego de hacerse con 18 FAL y un FAP emprendieron la retirada, temiendo que los refuerzos no demorarían en llegar.
Cuando vieron a Mayol salir al descubierto con una ametralladora para rematar al subteniente Masaferro que estaba herido, los soldados lo abatieron.
Los montoneros sufrieron varias bajas, producto del fuego de una ametralladora que los soldados habían dispuesto cerca del mástil. Dejaron el cuartel, escaparon en un Boing 737 y aterrizarían en un campo por Rafaela, y en un Cessna 182 con rumbo a Corrientes.
En el Regimiento quedaron 24 muertos, doce por cada lado. Fallecieron el subteniente Ricardo Massaferro, el sargento Víctor Zanabria, que dejó una esposa y dos hijos, y los soldados Antonio Arrieta, Heriberto Ávalos, José Coronel, Dante Salvatierra, Ismael Sánchez, Tomás Sánchez, Edmundo Sosa, Marcelino Torantes, Alberto Villalba y Hermindo Luna. También murieron tres civiles, ajenos a la acción.
Los Luna se enteraron del ataque al día siguiente. En el pueblo no había teléfono y el único enlace eran los radioaficionados, que solían contactarse con el puesto local de Gendarmería.
Fue su hermano Remigio quien recibió, en su trabajo, el telegrama con la peor noticia. A los tres días el cuerpo llegó a Las Lomitas. Lo velaron en la casa a cajón cerrado. En el pueblo no existían las casas fúnebres. No pudieron verlo por última vez y la familia debió contentarse con abrazar el féretro. Se acercó mucha gente y se formó una fila interminable cuando lo llevaron al cementerio.
Su padre Jesús falleció en 2003 y su madre Secundina, tres años después. Un sobrino lleva su nombre y uno de los hijos de Jovina es sorprendentemente parecido a su tío.
Hacía años que la razón de ser de Jovina era la de reivindicar la memoria de su hermano y de los caídos en la defensa del regimiento. Había logrado que el entonces presidente Mauricio Macri firmase el decreto de necesidad y urgencia 829 de reconocimiento el derecho de los familiares de los soldados caídos y a los que hubiesen sido gravemente heridos a cobrar una indemnización. Entre los fundamentos, se señala “…mitigar el dolor, la angustia, la tristeza y la impotencia sufrida por tantos años de olvido”, y destaca que “recordar y honrar a estos valientes hombres de la Patria es una responsabilidad y obligación del Estado Nacional”.
Jovina también luchaba para que quitasen del Parque de la Memoria los nombres de los asesinos de su hermano.
El martes 18 de mayo del 2021 sintió un malestar en el estómago. Su esposo Roberto insistió para que viera un médico en Mechita, donde vivían. Sospecharon que se había contagiado de covid en una FM local donde entrevistaba a veteranos de aquellos años setenta y a ex combatientes de Malvinas. Primero estuvo internada en el Hospital San Luis de Bragado y luego derivada a Junín, donde falleció el 18 de junio. Tenía 56 años.
No se enteró que ese decreto de reconocimiento no fue tenido en cuenta por el gobierno de Alberto Fernández. Falta que sea reglamentado y que se realice el pago. Hubo presentaciones ante la justicia y ante el ministerio de Defensa, pero el trámite no se movió. Fuentes consultadas por Infobae aseguran que falta voluntad política para poner en agenda este tema, que es el hecho más importante ocurrido en la historia de la provincia.
Por su parte, hace unos años que el gobierno de Formosa instituyó esa fecha como el día del Soldado Formoseño y el día del Héroe Formoseño. Varios de aquellos soldados ya fallecieron.
Uno de los tantos homenajes del trágico hecho. Veteranos con las imagenes de los caídos, a 44 años del ataque
Ese 1 de octubre de 1975, cuando visitaron a Hermindo en el cuartel, le dieron una alegría. Pudieron estar juntos un rato y al momento de la despedida, él le dio a su hermana el típico tirón de orejas que reciben los cumpleañeros. “Que la pases bien, y decile a mi viejita que pronto voy a ir a verla”.
Ese tirón de orejas fue el último recuerdo que Jovina conservó de su hermano querendón, que nunca se enojaba cuando le rompían sus dibujos y que se alegró cuando supo que haría la colimba en sus pagos.
miércoles, 29 de noviembre de 2023
Guerra contra el terrorismo peronista: La emboscada de Munro
Atentado en Munro de 1972
27 de julio de 1972, En Munro, sobre ruta Panamericana, extremistas emboscan a un patrullero del Comando Radioeléctrico San Martín y asesinan al Cabo Primero Ramón González
Siendo las 9:40 horas de una fría mañana de invierno del 27 de julio de 1972, en la localidad bonaerense de Munro, partido de San Martín, en el Conurbano Bonaerense, un grupo comando de extremistas castroguevaristas integrado por cinco hombres y una mujer (uno de ellos luciendo prendas femeninas), que se desplazaban a bordo de un automóvil Citroën patente B-410.733 y un Dodge 1500, salen al paso de un móvil policial del Comando Radioeléctrico de la Regional San Martín de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, que realizaba su habitual recorrido de patrullado en prevención de ilícitos por la ruta Panamericana, logrando sorprender a los cuatro efectivos policiales que viajaban a bordo, abriendo fuego de armas largas y automáticas contra los efectivos policiales, no obstante lo cual, y a pesar de la sorpresa inicial, el personal policial responde el fuego, lo que genera un brutal intercambio de disparos a resulta del cual es asesinado el Cabo Primero Ramón González, e hiriendo de gravedad al Agente Omar Enrique Ibáñez, pero poniendo en fuga a los extremistas a bordo de los mismos vehículos en que se desplazaban, que huyeron con rumbo a la localidad de Tigre, sin poder determinar bajas en sus filas.
Horas más tarde los terroristas se identificaron como pertenecientes al Comando Descamisados Lizaso, de la mafiosa organización terrorista castroguevarista Montoneros-JP, mediante los habituales "partes de guerra" que solían distribuir anonimamente entre los medios de prensa y organismos públicos.
El Cabo Primero González, de 38 años de edad, era casado y padre de dos niños, el mayor de 13 años y el menor de 11, otro hogar argentino quedaba librado a su suerte por las balas terrorista.
Sin embargo, Ramón González no fue víctima esa sola mañana de julio de 1972. La insidia y desidia política argentina, y la cobarde indiferencia de la sociedad, que en su momento golpearon las puertas de los cuarteles militares y las comisarías para que, como corresponde, las Fuerzas Armadas y de Seguridad defiendan a la sociedad a la Nación Argentina de la entonces arrolladora ofensiva terrorista, tan pronto los militares y policías cumplieron con su deber derrotando en guerra a la subversión, asegurando la paz social y garantizando la institucionalidad y democracia de las que aún hoy gozamos en Argentina, se olvidaron, ignoraron o negaron todo el esfuerzo realizado por quienes poniendo la cara y el pecho frente a las balas extremistas, lucharon esa guerra y hasta hicieron el sacrificio supremo de ofrendar su vida en haras de la Patria toda. De ese modo, todos lo caídos en defensa de la Patria y sus instituciones, en defensa de la sociedad, cuando acalló el fragor de las armas fueron bastardeados por aquellos mismos que una vez los necesitaron, y los mártires como el Cabo Primero Ramón González fueron borrados de la historia, para poder así reinsertar y en caracter de víctimas, a los victimarios asesinos miembros de aquella subversión que le hacían la guerra a la Argentina, y son quienes hoy gobiernan políticamente el descarriado destino de nuestro país.
Pero lo más triste, e infame aún, es que hasta la propia institución de la que Ramón González formaba parte cuando dió su vida por la Patria, se encargó de mancillarlo, y borrarlo de la historia, al retirar las placas de honor que con el nombre de todos los efectivos policiales caídos en la Guerra Antisubversiva que les rendía humilde y silencioso tributo a los mismos en los accesos y la vista pública de todas las dependencias policiales de la provincia de Buenos Aires, fueron retiradas por infame orden política de la Gobernación (Scioli), sin que exista resistencia alguna de parte del comando institucional, al extremo que la Jefatura policial del momento ni hizo público el agravio padecido ni presentó su renuncia, siendo tal infamia sostenida por la sucesivas gobernaciones (Vidal y hoy Kiciloff), todas izquierdistas y declaradas abiertamente prosubversivas, pues a ultranza defienden la causa extremista y sus 30.000 mentiras, y siguen mancillado y pisoteando a la institución policial, a sus miembros, la memoria de los caídos, y a la entera sociedad que hoy vive sumergida en una inseguridad que desde 1983 no ha parado de crecer al amparo del poder político, pues parece que la sociedad otra cosa no merece, ya que también olvidó y sigue olvidando a quien se sacrifica por ella, al extremo de dar la vida, como lo hizo el Cabo Primero Gonzalez y miles más, sino que incauta, inconsciente, infame y/o irresponsablemente le sigue otorgando poder político a inmorales que, incluso, en sus filas tienen a terroristas asesinos de ayer, y entre los cuales bien pueden estar gobernando los asesinos de González y tantos otros inocentes argentinos. Así, al Cabo Primero Ramón Gonzalez y a otros 145 efectivos policiales bonaerenses ¡volvieron a eliminarlos, a asesinarlos por segunda vez!
Dijo Napoleón Bonaparte que “Aquel que no conoce su historia está condenado a repetirla”, y como advertimos en Argentina se repite la historia que los argentinos no conocen, porque un grupúsculo de delincuentes, sinvergüenzas, apátridas y cobardes se han encargado de borrar la historia hasta donde les fue posible y otros, ¡los más cobardes!, lo han permitido y/o se han empecinado en no recordarla. Pero aquí estamos, y cada vez somos más, los encargados de referescarles la memoria a los argentinos, y de hacerles conocer lo que sucedió a quienes no lo sabían...
CABO PRIMERO RAMÓN GONZÁLEZ, ¡SALUDO UNO!
domingo, 19 de noviembre de 2023
Guerra Antisubversiva: El hallazgo del cadáver de Aramburu
El hallazgo del cadáver de Aramburu: 5 heridas de bala, la confesión de Montoneros y el misterio del noveno asesino
Tras la ocupación de La Calera el 17 de julio de 1970 se pudo encontrar el cadáver del general Aramburu e identificar a los miembros de la naciente organización armada “Montoneros” que lo mataron. Las cartas de Paladino a Perón, que negaba la participación del peronismo en el secuestro. Las acusaciones contra Onganía hasta lograr su renuncia y las diferencias entre Livingstone y Lanusse
Por Juan Bautista Tata Yofre || Infobae
El general Alejandro Agustín Lanusse en el velatorio del teniente general Pedro Eugenio Aramburu
El viernes 29 de mayo de 1970 se celebró el Día del Ejército en el Colegio Militar de la Nación y, además, se cumplía un año del “cordobazo”. Tras las ceremonias militares, como era una costumbre en esos años, tras las palabras del comandante en Jefe se pasó a un salón para un brindis. El general el presidente de facto Juan Carlos Onganía, en presencia de los otros dos comandantes en Jefe, le preguntó a al general Alejandro Lanusse qué repercusión habían tenido sus palabras ante el generalato, en la reunión de Olivos, dos días antes. La respuesta fue cauta pero sincera: “Las conclusiones que sacaron los generales fueron, por supuesto, variadas, pero puedo ubicar, dentro de la amplia gama de puntos de vista, a dos sectores: el sector de los generales que no entendieron lo que usted quiso decir y el sector de los generales que están en total desacuerdo con lo que usted dijo.” En esos momentos del diálogo, un oficial se apersonó e informó que había sido secuestrado el teniente general Pedro Eugenio Aramburu.
Entre el 29 de mayo y el 8 de junio de 1970 se sucedieron innumerables reuniones del presidente Onganía con los Comandantes en Jefe; de funcionarios de la Administración Pública con altos jefes militares; cónclaves de altos mandos en las tres Fuerzas Armadas; conciliábulos de dirigentes políticos. El 30 de mayo, Perón dejó trascender que el hecho era contrario al espíritu del peronismo, dando a entender que los autores no eran justicialistas.
El sistema político se conmovió tras el secuestro y Onganía reclamaba una autoridad que ya no tenía y una seriedad que había perdido el 27 de mayo en la cumbre con el generalato. El poder no estaba en la calle, se encontraba en los cuarteles y había llegado la hora del reemplazo.
El lunes 1º de junio se realizó una primera reunión del Consejo Nacional de Seguridad. Al día siguiente se llevó a cabo la segunda en la que el ministro del Interior, Francisco Imaz, puso de relieve la condena peronista al secuestro del ex presidente de facto. Lanusse completó el concepto diciendo que Jorge Paladino, el delegado de Perón, también culpaba al gobierno y propuso convocar a la dirigencia política. El jueves 6 se conoció la creación del Comité de Seguridad y por el decreto 1732 se designaba como secretario de Seguridad al general de brigada Alberto Samuel Cáceres Anasagasti. Según Gustavo Caraballo (más tarde Secretario Legal y Técnico de Perón), la designación fue realizada “para comprometer al Ejército en una acción legal evitando caminos tortuosos que sólo conducirían a la guerra civil”. Para ese entonces las organizaciones armadas existentes hacía rato que hablaban de “guerra”.
El miércoles 3 de junio, Jorge Daniel Paladino le escribió a Perón que desde el 30 de mayo había querido comunicarse con él por teléfono pero que no lo llamó para “no ponerlo en el compromiso de que sus primeras opiniones, mi General, dichas así con la información deficiente que yo podría darle telefónicamente, fueran grabadas como graban todo aquí y pasaran a estudio de los múltiples servicios de informaciones. Entendí que en estos momentos Perón es la última palabra y no debíamos jugarla de entrada.” Este largo informe de 4 páginas constituye el mejor testimonio sobre la posición del peronismo, el desconcierto del momento y refleja el clima de época de un vasto sector de la dirigencia argentina.
“En los ‘comunicados’ de los secuestradores, relata el delegado de Perón, se advierten dos cosas: una, que no atacan ni al gobierno ni a la situación del país. Dos, que sugieren que son peronistas. Es decir, tratan de echarnos la culpa a nosotros. Pero todo ha sido tan burdo que en este aspecto han fracasado. Ni las masas se han dejado engañar, generalizándose la creencia general que la mano del gobierno está en esto, ni los ‘gorilas’ se han confundido”.
“Prueba de esto, asegura Paladino, es que los ex ‘comandos civiles’ han dado un documento que ha sorprendido a muchos invitándonos a ‘dialogar’. Descartan cualquier participación peronista en el hecho y dicen que ya no son enemigos nuestros […] Esta actitud de los ‘gorilas’ auténticos, más la visita de Frigerio y Monseñor Plaza, más otra visita del Dr. Enrique Vanoli, segundo de Balbín, y otros contactos de sectores políticos no peronistas, constituyen uno de los elementos del nuevo panorama […] Hasta el momento no se sabe si Aramburu está vivo o está muerto. Lo que sí parece claro es que el secuestro ha sido obra de elementos organizados adictos al gobierno. Ya los sectores ‘gorilas’, civiles y militares, comienzan a acusar a Onganía. Por lo que yo sé esta actitud se irá incrementando. Además estos sectores se han dedicado a hacer la investigación del hecho que la policía y el gobierno no saben o no quieren hacer. El gobierno está dando espectáculo con miles de hombres en la ‘gran cacería’, helicópteros y aviones, como en las películas. Pero todo el mundo sospecha que se trata de un gran ‘camelo’.
El lunes 8 de junio, el Comandante en Jefe del Ejército emitió un comunicado, a las 11.20 por Radio Rivadavia, informando que “la responsabilidad asumida por el Ejército, en la Revolución Argentina, es incompatible con la firma de un nuevo cheque en blanco al Excelentísimo señor Presidente de la Nación, para resolver por sí aspectos trascendentales para la marcha del proceso revolucionario y los destinos del país.” Unos minutos más tarde se emitió otro comunicado, firmado por el presidente de la Junta de Comandantes, almirante Pedro Gnavi, suspendiendo una reunión cumbre del almirantazgo con Onganía. Desde ese momento la Armada entró en estado de acuartelamiento y a las 15.20 el Ejército está listo para cercar la Casa de Gobierno y tomar las radios. A las 14.55, los tres Comandantes en Jefe dieron a conocer una declaración, informando que reasumía “de inmediato el poder político de la República”, e invitaba “al señor teniente general Onganía a presentar su renuncia al cargo que hasta la fecha ha desempeñado por mandato de esta Junta.” El presidente depuesto, tras largas horas de espera, fue al Estado Mayor Conjunto y entregó su renuncia.
De acuerdo a lo que me relató el general Panulo (luego Secretario General de la Presidencia con Lanusse), “en las reuniones para analizar la caída de Onganía y el nombre de su sucesor, el almirante Pedro Gnavi –que había trabajado con el general Roberto Marcelo Levingston en la SIDE—propuso su nombre, y el brigadier Rey aceptó de inmediato para bloquear a Lanusse. El sábado 13 de junio, Levingston –en ese momento Agregado Militar en Washington-- fue llamado por teléfono por Lanusse y le ofrece la Presidencia de la Nación. Pocos días más tarde es hallado el cadáver del ex presidente Aramburu. El jueves 18 de junio de 1970, Roberto Marcelo Levingston asumió de facto la Presidencia de la Nación. Su período fue corto, plagado de intrigas palaciegas, desinteligencias y la cotidiana violencia subversiva que aparecía siempre por detrás de la crispación ciudadana. Como un signo de esos momentos, Perón le envió una conceptuosa carta a Ricardo Balbín, el jefe radical, y el miércoles 11 de noviembre de 1970 se creó en la casa de Manuel “Johnson” Rawson Paz el agrupamiento “La Hora del Pueblo”.
Finalizado el procedimiento, el cadáver es trasladado al Regimiento de Granaderos a Caballo a fin de realizar “las diligencias de reconocimiento médico-legal y autopsia.” El doctor Dardo Echazú, médico legista de la Policía Federal, realizó el informe del cuerpo. Tras retirar los elementos que se utilizaron para atarlo, como la mordaza y la corbata (etiqueta “Revoul-Paris”) fue analizando cada parte del cuerpo. El examen traumatológico presenta las siguientes lesiones: “1º) en la región temporal derecha a 1,64 metros del talón, se aprecia un orificio como de herida de bala… 2º) otro orificio en la región parieto-occipital izquierda, a 1,67 mts. del talón… 3) a unos 4 centímetros por encima y delante del anterior se aprecia otro orificio de características similares a los anteriores… 4º) en la cara anterior del pecho, a nivel del quinto espacio intercostal izquierdo y casi sobre el borde del esternón, se ve una herida en sacabocado de unos 3 a 4 mm. de diámetro, rodeada de una zona ennegrecida cuya naturaleza no se puede precisar. Puede ser orificio de entrada de una bala… 5) del mismo modo, por debajo del ángulo escapular izquierdo, a 1,22 mts del talón, se ve también otra solución de continuidad de la piel que puede ser un orificio de salida.”
Entre otras consideraciones, el médico legal, estimó que “el amordazamiento, la ligadura de los brazos y los pies, indican también que eran varios los agresores a menos que la víctima haya estado inconsciente…”.
El informe policial concluye: “El hallazgo del cadáver en la estancia “La Celma”, dio lugar a que se realizara una amplia y detallada inspección del casco, dependencias y terreno correspondiente a la misma, en busca de elementos o pruebas tendientes a determinar si la muerte de la persona cuyo cadáver se hallara, se había producido allí o si por el contrario, solo se le había llevado después de muerto para su ocultación mediante entierro. Esas diligencias, como el interrogatorio de los escasos testigos, vecinos de la estancia, no aportaron resultados positivos.”
Los problemas entre el Presidente de facto y Lanusse comenzaron a las pocas semanas del 18 de junio de 1970. En otro informe Paladino le cuenta a Perón que “la situación política general evoluciona rápidamente (…) Ya está el desacuerdo entre Levingston y Lanusse. No se ha llegado todavía al enfrentamiento pero la lucha por el poder ya está planteada. “El ‘Caso Aramburu’ juega dentro de este mismo contexto. Cuando la presión para crear una Comisión Investigadora arreciaba, el Gobierno hizo aparecer el cadáver, montó un entierro solemne de tipo oficial-militar, no dejó hablar a los amigos políticos de Aramburu, y con todo esto entiende que también han enterrado el problema. Los amigos de Aramburu se vieron desbordados por la distención promovida por el gobierno y entonces se desbocaron un poco, acusando directamente del crimen, por instigación o negligencia culposa a los generales Fonseca, Ímaz y el mismo Onganía (…) La cuestión ahora es qué fuerza le queda a los amigos de Aramburu para seguir adelante con la investigación que reclaman. Los que quieren tapar el crimen son muchos más que los que quieren descubrirlo.”
Hoy pocos dudan de la autoría de Montoneros en la muerte de Aramburu. Algunos sostendrán que la Operación Pindapoy se hizo para impedir la caída de Onganía. Y lo cierto es que el presidente de facto ya estaba condenado luego de la reunión de Altos Mandos del Ejército del 27 de mayo. Es más, quizá hubiera caído antes si no fuera porque todo quedó en un segundo plano tras el secuestro de Aramburu. Otros dirán que los integrantes del grupo montonero habían sido armados y financiados por gente cercana al gobierno. Sobran razones que aventuran alguna conexión con uno u otro integrante del comando, pero nadie pudo probar ni la instigación, ni mucho menos la complicidad en el asesinato.
Tras la operación del pueblo cordobés de La Calera, el 1° de julio de 1970, se comenzó a desentrañar el “misterio” de la organización Montoneros. Norma Arrostito, en un escrito con fecha diciembre de 1976 dirá: “Con la toma de La Calera se pretende lograr una continuidad táctica operativa, que estratégicamente no se estaba en condiciones de mantener. La falta de experiencia, de infraestructura logística, de inserción política son los elementos, que sumados conducen a la derrota. La represión que acarrea esta operación deja a la organización casi desmantelada. Los cordobeses y porteños juntos no suman una quincena, que se guarece en Capital Federal. En Córdoba los periféricos de la Organización quedan desconectados, el contacto con Santa Fe está roto o era muy débil en esa época y Buenos Aires no tiene mucho que aportar, logísticamente hablando”.
La mayoría de sus asesinos venían de vertientes ligadas con el nacionalismo y la Juventud Católica Argentina; otros del catolicismo postconciliar. Pocos como Fernando Abal Medina y Emilio Ángel Maza integraron la Guardia Restauradora Nacionalista, una escisión gorila de Tacuara, según me reitero mi amigo Emilio Julián Berra Alemán, el último “comandante” y defensor de Perón en Ezeiza: “Tacuara por ejemplo, ayudó a Andrés Framini en la campaña a gobernador de 1962″. Esther Norma Arrostito había militado en la FEDE comunista, lo mismo que su marido Rubén Ricardo Roitvan. Gaby Arrostito fue más tarde pareja de Abal Medina. Maza, Abal Medina y Arrostito, a su vez, se entrenaron en Cuba, en 1967, en el marco de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS), una suerte de multinacional de bandas terroristas digitadas desde La Habana e insertadas en la Guerra Fría. Ignacio Vélez (lo mismo que Maza) fue formado en el Liceo Militar General Paz.
En definitiva fueron ocho los que intervinieron en la Operación Pindapoy contra Aramburu: Fernando Abal Medina, Carlos Gustavo Ramus, Ignacio Vélez Carreras, Emilio Ángel Maza, Carlos Capuano Martínez, Mario Eduardo Firmenich, Norma Arrostito y su cuñado Carlos Maguid. Así lo relataron el 3 de septiembre de 1974 en el semanario La Causa Peronista Nº 9, el semanario que dirigía Rodolfo Galimberti. El relato fue tomado como una provocación por el gobierno. No estaba equivocado, setenta y dos horas más tarde la organización Montoneros pasaba a la clandestinidad mientras gobernaba la Argentina la presidenta constitucional María Estela Martínez de Perón.
El segundo motivo que dio la organización para aplicar la condena de muerte al ex presidente fue que “preparaba un golpe militar… y del que nosotros teníamos pruebas”. Tenían razón porque era vox populi que Aramburu era una figura de recambio para poner fin al onganiato. Para los estudiosos quedó un dato sin aclarar. Hemos dicho que se probó la participación de 8 miembros en el asesinato, pero en realidad fueron 9. El noveno fue testigo presencial del asesinato del ex presidente, según me reconoció Mario Firmenich y otros miembros de la banda. El N° 9, a quien algunos misteriosamente llaman “Manuel” todavía goza de buena salud.
miércoles, 25 de octubre de 2023
lunes, 9 de octubre de 2023
Guerra Antisubversiva: Un libro y la discusión del terrorismo peronista
Eduardo Sacheri: “La guerrilla, la violencia armada, es un tema incómodo, pero esa incomodidad no debe traducirse en silencio”
El escritor argentino acaba de publicar su nueva novela, “Nosotros dos en la tormenta”, sobre la amistad y la militancia en los convulsionados años 70 en Argentina. En diálogo con Infobae Leamos, explica por qué eligió ese período de la historia, en que Montoneros y ERP creían -erróneamente- estar cerca de lograr sus objetivosPor Belén Marinone || Infobae
Hay una atmósfera rara. Es 1975 y en Argentina los tiempos están revueltos. Los Montoneros llevan meses en la clandestinidad; el ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo), también. El gobierno de María Estela Martínez de Perón, Isabelita, está incómodo y López Rega opera en las tinieblas. El terror comienza a sentirse en el aire bajo un gobierno democrático y los operativos, explosivos, fusiles FAL y secuestros mandan en la guerra de guerrillas. Este es el contexto que elige Eduardo Sacheri para su nueva novela, Nosotros dos en la tormenta, su retorno a la ficción, luego publicar, el año pasado, su primer libro de divulgación histórica, Los días de la revolución.
Detrás del aire denso de los convulsos años 70 en Argentina también hay historias. Sobre eso escribe Sacheri. En su nuevo libro el eje principal es la amistad de toda la vida de dos jóvenes, Antonio y Ernesto -tales sus nombres de guerra-, ahora convertidos en militantes de dos células de distintas organizaciones de la militancia armada -Montoneros y ERP- que operan en la zona Oeste del Conurbano. Los dos están entregados a la causa revolucionaria por la que darían la vida. Pero la elección de los bandos, ¿quiebra la amistad?
¿Qué pasa con las familias, el barrio, los amigos, los encuentros saltando la medianera y la pizza para hablar de chicas? En medio de los operativos, la vida. Eso es lo que le interesa a Sacheri: los vínculos. Y también las dudas. Y cómo uno de ellos se “olvida” de la clandestinidad para visitar especialmente a su padre. Esta relación tan compleja y profunda, que es un eje de la novela, también interpela a Sacheri. En esta entrevista, cuando habla de su padre se le humedecen los ojos.
En las casi 500 páginas de Nosotros dos en la tormenta hay una investigación de varios años, con testimonios que el autor de La odisea de los giles, Lo mucho que te amé y El funcionamiento general del mundo prefiere mantener en discreción, y un acercamiento desde la ficción a cómo se narran las guerrillas, los muertos, la organización, el compromiso político y la idea de futuro de esa época. “Nos hace bien pensar”, dice Sacheri a Infobae Leamos y sigue: “La guerrilla, la violencia armada, la guerra revolucionaria es un tema incómodo”. “Me parece que las incomodidades es mejor transitarlas hablando, no haciendo silencio”. Y Sacheri escribe.
—Acabás de lanzar tu nueva novela Nosotros dos en la tormenta, que hace foco en el año 75, donde los grupos guerrilleros como Montoneros y ERP estaban en plena efervescencia. ¿Por qué contextualizar la novela en este período?
—En general me interesa mucho el contexto histórico que hace a quienes somos hoy. En distintas novelas, no voluntariamente, he terminado aterrizando en ciertos momentos de la Argentina reciente. Y me interesa también no caer en momentos ya muy transitados por la literatura o por el cine, por ejemplo, la dictadura. Pero hay otros períodos que me parece que también son muy fecundos en cuanto a todo lo que podemos pensar y decir sobre ellos y que no han sido tan transitados. Y me parece que esos años de gobiernos democráticos de Cámpora, Perón e Isabel son un momento efervescente que merece atención. Particularmente ese año donde, tanto Montoneros como el ERP se sienten cerca de sus objetivos. Uno mira desde la distancia de los años y dice: “Muchachos, estaban lejísimos de triunfar en su guerra popular y prolongada”. Pero ellos se sentían así, entonces me parecía un momento interesante para aterrizar.
—¿Por qué creés que este momento interesante para aterrizar es poco transitado?
—Por un lado, la dictadura, con todo el horror que implica, es como un imán de atención. Y, a lo mejor, lo que pasa antes o lo que pasa después, no. Los primeros años de Alfonsín tampoco son tan visitados o los de la restauración democrática. Como excepción tenés la película Argentina 1985, no es la norma. Me parece que el tema de la guerrilla, de la violencia armada, de la guerra revolucionaria es un tema incómodo.
“Cuando sos fanático la vida es clara: no hay incertidumbre, no hay dudas”
—¿Por qué?
—No sé por qué. Es un tema incómodo para mucha gente. Y no me parece que esa incomodidad deba traducirse en silencio. Me parece que las incomodidades es mejor transitarlas hablando, no haciendo silencio. Hay incomodidades y se pueden generar discusiones, desencuentros. Vecindades incómodas. Eventualmente, podés escribir sobre un determinado período y que eso le guste a gente que no te cae bien. Me parece que son riesgos que vale la pena correr. Porque si, como antes se decía “curarse en salud”, si nos curamos en solemnidad, me parece que no está bueno no mirar y decir: “Mejor de esto no hablemos”. No, hablemos de todo.
—¿Cómo fue ese abordaje?
—Le dediqué mucho tiempo a documentarme. En las universidades de Argentina se laburó muy bien este período, sobre las organizaciones armadas, su dinámica, su organización, su ideología, su vínculo con el resto de la sociedad. Primero hay que leer, empaparse y mejorar tu aproximación a la ficción. Y recién después empecé la construcción de mis personajes, minúsculos como siempre. La novela no tiene como protagonistas ni a la cúpula del ERP ni a la cúpula de Montoneros. También lo que hice fue conversar con protagonistas de ese período. Es importante, pero no es lo único.
—¿Con quiénes hablaste?
—Hablé con alguno al que le tocó ser combatiente y con alguno al que le tocó padecer sus ataques. Vía asesinatos, vía secuestro extorsivo para obtener fondos... Y con algún militante armado. Como las condiciones de los encuentros fueron la discreción, mantengo la discreción absoluta.
—¿Cómo te impactó este período en lo personal?
—En mi casa de niño se ha hablado siempre mucho de política. Mi papá fue un activo militante radical hasta su muerte, en el 78. Se hablaba mucho de política y de estos temas. Yo era muy chiquito, en el 75 tenía ocho, pero se hablaba, se discutía, se entendían. Era una época que generaba mucho temor. Y eso también influyó en mi experiencia inicial con el periodo.
—Recién hablabas de las historias mínimas y en esta novela detrás de los protagonistas, que son guerrilleros de distintas organizaciones, hay un barrio y detrás hay una familia y detrás hay amigos. ¿Cuál es la importancia de estas historias mínimas?
—Para mí es la manera de entrar en la literatura. A mí no me sale o no me interesa ficcionalizar a los personajes muy conocidos, porque creo que eso requeriría un estudio muy pormenorizado. Me parece que los personajes mínimos, individuales y así de chiquitos, son una buena puerta de entrada para que cada quien se coloque donde tenga ganas. En ese anonimato yo siento que hay un margen de libertad interesante para crear, interesante para leer.
“En la vida hacen falta reglas y en las conversaciones y en las redes hacen falta también códigos tácitos de respeto”
—Nosotros dos en la tormenta tiene de protagonistas principales a dos amigos que son militantes, que tienen un compromiso político muy fuerte. Sos profesor de Historia en un colegio secundario, ¿cuál es la relación de los jóvenes con la política hoy?
—Creo que hoy no tienen el tipo de compromiso que tenían aquellas generaciones de jóvenes, de pensar la acción política o la acción armada como el núcleo de sus días. Me parece que mis alumnos actuales no ven en la acción política una herramienta de cambio, de mejora o de revolución, como veían muchos de aquellos chicos. Lo cual, no significa que no tengan una inserción política, pues sus reivindicaciones a nivel de sus libertades personales o sus elecciones de género también son políticas y a lo mejor están mucho más en primer plano. El tema del feminismo era una reivindicación muy clara en mis alumnas adolescentes. Y también es una reivindicación política, aunque venga recorriendo otros caminos distintos.
—Los jóvenes en el siglo XX se regían por ciertos valores y los defendían, ¿cuáles son los de este siglo?
—Creo que son narrativas más sectoriales, más vinculadas con la individualidad. Cada quien se para en lo que necesita, más que en una solución universal, como estos chicos pensaban que estaban ofreciendo. Me parece que hoy en día ni se les pasa por la cabeza que la acción armada sea un camino para lograr una sociedad mejor. Eso es una diferencia grande que noto.
—Los protagonistas son amigos de toda la vida y forman parte de organizaciones distintas, ¿Se puede mantener una amistad estando en dos bandos distintos o de lo que hoy llamaríamos de un lado o del otro de la grieta?
—Depende de cuánta tolerancia tengamos a la frustración. La vida es incómoda, los vínculos son incómodos, los vínculos dan trabajo. Entonces, creo que poder conversar implica desafíos y desafíos de respeto también. Hay ciertas cosas que yo no te tengo que decir. Y al mismo tiempo es una invitación a que haya ciertas cosas que vos no me digas. En la vida hacen falta reglas y en las conversaciones y en las redes hacen falta también códigos tácitos de respeto.
—Tu nueva novela comparte el telón de fondo de los años 70 con La pregunta de sus ojos, el libro en el que se basa El secreto de sus ojos, ¿qué otra conexión hay?
—En La pregunta de sus ojos, en la novela, el arco temporal es más grande. Pero en la película nos quedamos con los años 74 y 75, lo redujimos. Es decir, que estamos en la misma etapa, aunque nos vamos a otro costado, al de acciones ilegales y armadas. En El secreto de sus ojos es clave la Triple A, López Rega, Isabel Perón y el Ministerio de Bienestar Social amparando a un asesino, que también en su momento generó bastante incomodidad.
—¿Cuál?
—La pregunta que me hicieron fue: “¿Qué necesidad de ir a 1975?” Y ya la propia formulación de la pregunta es un estímulo. Como cuando era chiquito y me decían: “Ese estante de la biblioteca no lo podes leer”. Entonces, vamos a leerlo en la próxima siesta... Así es como tiene que funcionar nuestra cabeza pensante: atreviéndose a los lugares incómodos. No cerrando puertas y dejando partes de la realidad detrás de esas puertas. Yo quiero que podamos hablar.
“Si uno se aproxima a los temas con respeto no tiene por qué ser cancelado. Y el respeto está en la multiplicidad de miradas”
—¿Qué pasa hoy?
—Vivimos en una época muy poco proclive a poder dialogar sobre lo que eventualmente nos incomoda. Y la vida es incómoda. Me parece que la solución no es no incomodarnos sino detenernos en nuestras incomodidades o, en todo caso, buscar cómo resolverlas o cómo tolerarlas.
—¿Tenés miedo a que te cancelen?
—Si uno se aproxima a los temas con respeto no tiene por qué ser cancelado. Y el respeto está en la multiplicidad de miradas. Yo creo que la manera de evitar ofender es respetar. Entonces, si yo eventualmente digo algo que a vos no te gusta, pero te lo digo con respeto, en principio, merezco el mismo respeto. Si no, cada vez podemos pensar en menos cosas. Eso es lo que a mí me preocupa en general con este período. Me parece que tenemos que tener la chance de conversar sobre todas las cosas, porque necesitamos poder pensar sobre todo.
—Hay otro elemento importante dentro de Montoneros y ERP, que son las mujeres guerrilleras, lo que permite también un diálogo con libros como La montonera, de Gabriela Saidon o Mujeres guerrilleras, de Marta Diana, ¿Fue intencional?
—La guerrilla es de vanguardia en relación al feminismo político. En las células de la novela no son la mitad, representan un tercio. Traté de ser lo más realista posible a partir de lo que había estudiado.
—La historia principal en esta novela es la de estos dos amigos pero hay un personaje fundamental, que es el del padre de uno de ellos, de Ernesto, y el libro se lo dedicas a tu papá, ¿por qué?
—En buena medida porque yo te hablaba de su militancia radical, y ser radical en los 60 y 70 era perder siempre. Y lo recuerdo a mi papá hablándome de política pero no dándome línea sino respondiendo a mi curiosidad. Me acuerdo preguntándole por Perón, por Isabel, por los militares, por López Rega, por los Montoneros. Está bueno hablar de todo, ¿me voy a privar a los 55? También tiene que ver con el episodio de cuando mi papá se enteró de una muerte en ese contexto. Yo tenía siete recién cumplidos y fue la única vez que lo vi llorar. Murió poco después. Si lo hubiera tenido más años lo hubiera visto más veces llorar. Pero mi recuerdo de este Superman llorando es una escena muy fuerte para mí y me fue muy útil para meterme en el mundo emocional de esa época.
—¿Escribir es político?
—Yo creo que a veces sí, pero para mí escribir es sobre todo indagar en el sentido de la vida. Lo humano a veces es político, otras es familiar, a veces es erótico, filosófico o humorístico.
—Mientras leía el libro encontré similitudes con Hijos de la fábula, de Fernando Aramburu y, como a él, te consulto: ¿cambiamos militancia por fanatismo?
—Fanáticos hay siempre. Y por suerte en todos los momentos hay gente que no es fanática. Lo que pasa es que hay momentos en que los fanáticos son mayoría y yo prefiero cuando son minoría. El fanatismo es una tentación y cuando sos fanático la vida es clara: no hay incertidumbre, no hay dudas. Es un mundo de certezas. El mundo del fanático es un mundo más tranquilo, distinto del mundo lleno de sinuosidades, matices, dudas, retrocesos, avances a tientas y equivocaciones. La equivocación no es leída como una equivocación y la flexibilidad es algo de lo que adolecen.
—En la imagen de la tapa hay dos varones sentados sobre un techo que, a priori, uno piensa que son los amigos, pero son Ernesto y su padre. Si tuvieras la oportunidad de estar en ese techo con tu papá, ¿de qué conversarían?
—En este momento de Independiente. Me diría: “Flaco, ¿qué hicieron?”. Y la verdad que me daría mucha, mucha vergüenza tener que responderle a esa pregunta. También le haría el racconto de la Argentina de los últimos 45 años que se perdió.