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domingo, 2 de julio de 2023

SGM: Italianos escapan hacia las cumbres más altas de África

 

¿Recuerdas cuando tres prisioneros de guerra aburridos escaparon del campamento y escalaron el segundo pico más alto de África?


Madeline Hiltz, War History Online



(Crédito de la foto: Hdahlmo commonswiki/ Wikimedia Commons a través de CC BY-SA 3.0)

En términos generales, cuando los prisioneros de guerra traman un plan para escapar de su confinamiento, su mayor temor es que los atrapen y los arrojen de vuelta al campo. Planear escapar y luego regresar parece un plan de acción completamente trastornado. Sin embargo, en 1943, eso es exactamente lo que hicieron tres prisioneros de guerra italianos, después de escalar la segunda montaña más alta de África.

Se trama un plan de escape (y regreso)

En 1942, el prisionero de guerra italiano Felice Benuzzi estaba prisionero en el Campamento 354, cerca de Nanyuki, Kenia. Las condiciones en el campamento no eran terribles, pero Benuzzi estaba extremadamente aburrido. Un día, vislumbró el monte Kenia a través de las nubes. Desde ese momento, supo que tenía que escalar esa montaña.
Vista noroeste del Monte Kenia, que inspiró a Felice Benuzzi a escapar del Campamento 354. (Crédito de la foto: David Shapinsky / Wikimedia Commons CC BY-SA 2.0)

Felice Benuzzi nació en Viena, Austria, el 16 de noviembre de 1910. Creció en Trieste, escalando los Alpes Julianos y los Dolomitas. En 1938, después de estudiar derecho en la Universidad de Roma, Benuzzi decidió ingresar al Servicio Colonial Italiano y fue enviado a Etiopía como oficial colonial. Estaba estacionado en la ciudad capital de Etiopía, Addis Abeba, cuando una ofensiva del ejército británico se desplazó hacia el este de África. Fue internado en el campo de prisioneros de guerra británico 354 en 1941.

Aunque Benuzzi era montañero, el Monte Kenia fue el primer pico de 17,000 pies que vio en su vida. Más tarde escribió sobre cómo permaneció "hechizado" durante horas después de verlo, y agregó: "Definitivamente me había enamorado".

Se juntan los suministros

Lento pero seguro, a Benuzzi se le ocurrió un plan de acción. Debido a que estaba en un campo de prisioneros de guerra , tenía recursos mínimos para su ascenso. Escribió a su familia en Italia, pidiéndoles que le enviaran botas y ropa abrigada de lana. Dejó de fumar y pudo hacer trueques con sus cigarrillos extra para conseguir otros artículos necesarios.

Benuzzi también recorrió la basura del campamento en busca de artículos utilizables y acumuló galletas, chocolate y frutas secas de los paquetes que recibió. También usó martillos robados del taller del campamento para crear picahielos e hizo sus crampones con pedazos rescatados de montones de basura. Para los mapas, Benuzzi solo tenía los dibujos que había hecho de la montaña y una etiqueta de una lata de comida.


Monte Kenia. (Crédito de la foto: Hdahlmo-commonswiki / Wikimedia Commons CC BY 2.5)

El montañero se dio cuenta de que necesitaba reclutar a otros prisioneros para que se unieran a él. El primer individuo al que se acercó fue su compañero de litera, Giovanni “Giuàn” Balletto, quien era médico y compañero montañero. El segundo era un hombre llamado Vincenzo “Enzo” Barsotti, que nunca había escalado una montaña. Sin embargo, fue reclutado porque se pensaba que estaba "loco como un sombrerero", y lo que se necesitaba era gente "loca".

Ahora que Benuzzi tenía su equipo y suministros, lo único que quedaba por hacer era averiguar cómo escapar del campamento. A Balletto le habían dado una pequeña parcela de tierra en la huerta del campamento, donde cultivaba tomates y otras verduras. Había construido un pequeño cobertizo para herramientas en esta parcela de tierra, donde los tres escaladores comenzaron gradualmente a mover equipos y suministros.

El acceso al jardín se realizaba a través de una puerta cerrada que estaba abierta a los presos que mostraban un pase de jardín. Solo Balletto tenía un pase, y los hombres tendrían que atravesar esta puerta por la noche. Lo que realmente necesitaban para escapar era la llave de la puerta del jardín.


Los picos centrales del Monte Kenia son tapones volcánicos que han resistido la erosión glacial.
(Crédito de la foto: Chris 73 / Wikimedia Commons CC BY-SA 3.0)

Intentaron hacerse con la llave varias veces. Un fatídico día, Benuzzi tropezó con un documento dejado descuidadamente en el escritorio del oficial del recinto. Pudo hacer varias impresiones en un trozo de alquitrán e hizo que un mecánico prisionero cortara la llave en función de las impresiones. El equipo trató de abrir la puerta con su nueva llave, pero, para su consternación, no funcionó. Finalmente, después de hacer muchos ajustes y engrasar la llave, el equipo abrió con éxito la puerta.

Su fuga estaba prevista para el 24 de enero de 1943.

Un gran escape, seguido de un regreso al campamento.

En la noche de su fuga, los tres hombres lograron salir fácilmente del jardín y abandonaron el campamento sin ser vistos. Sin embargo, el trío todavía tenía mucho camino por recorrer antes de llegar al Monte Kenia. Durante los días siguientes, viajaron de noche (y luego durante el día) a través de los bosques tropicales en las laderas, antes de llegar a la cresta noroeste de la montaña.


Batian Peak, el pico más alto del Monte Kenia con 5.199 metros.
(Crédito de la foto: Archivos de Bristol / Getty Images)

Contra todo pronóstico, el trío comenzó a escalar el Monte Kenia y estableció un campamento base a 14,000 pies. Benuzzi y Balletto intentaron escalar Batian Peak , el pico más alto de la montaña, pero una tormenta de nieve los obligó a regresar al campamento base. Se tomaron un día para descansar y luego intentaron escalar el tercer pico más alto, Point Lenana, que se encuentra a 16,355 pies.

Increíblemente, Benuzzi y Balletto escalaron con éxito el Punto Lenana, donde plantaron una bandera italiana casera y dejaron un mensaje en una botella. Luego se dieron la vuelta, regresaron al campamento base para buscar a Barsotti y bajaron la montaña.


Point Lenana, el tercer pico más alto del Monte Kenia. (Crédito de la foto: Chris 73 / Wikimedia Commons CC BY-SA 3.0)

Los tres prisioneros de guerra italianos regresaron al Campo 354 dieciocho días después de su fuga. Después de regresar, fueron condenados a 28 días de confinamiento solitario. Sin embargo, su sentencia se redujo a solo siete días, ya que el comandante del campo quedó impresionado por su “esfuerzo deportivo”.

En 1946, Benuzzi regresó a Italia. Más tarde publicó un libro sobre la escalada de 1943, titulado No Picnic on Mount Kenya . Falleció en Roma en julio de 1988.


Madeline Hiltz

Maddy Hiltz es alguien que ama todo lo relacionado con la historia. Recibió su Licenciatura en Artes en Historia y su Maestría en Artes en Historia, ambas de la Universidad de Western Ontario en Canadá. Su tesis examinó la educación menstrual en la Inglaterra victoriana. Le apasiona la princesa Diana, el Titanic, los Romanov y Egipto, entre otras cosas.

En su tiempo libre, a Maddy le encanta jugar voleibol, correr, caminar y andar en bicicleta, aunque cuando quiere estar floja le encanta leer un buen thriller. ¡Le encanta pasar tiempo de calidad con sus amigos, su familia y su cachorro Luna!

jueves, 24 de marzo de 2022

PGM: El desastre de Caporetto

Caporetto 1917: el Ejército italiano frente al desastre

Esta contienda olvidada fue una de las más decisivas y relevantes del frente italo-austrohúngaro en la I Guerra Mundial


Ilustración de Erwin Rommel y tropas del Batallón de Wurtemberg en Caporetto. ©Pablo Outeiral/Desperta Ferro Ediciones

Javier Veramendi B. Despera Ferro ediciones

La Razón

Había llovido durante los días anteriores y seguía haciéndolo cuando, a las 2.00 horas de la madrugada la artillería austrohúngara iluminó los valles y laderas de los Alpes julianos con el fogonazo de sus piezas de artillería. Primero dispararon proyectiles con gas contra las baterías italianas, que contestaron débilmente hasta que el arma insidiosa acabó con los soldados que las servían; y luego, a las 6.30, tras una pausa de dos horas, los artilleros del emperador Carlos I y sus aliados alemanes atacaron con metralla y explosivos las trincheras y los refugios en los que se protegían los soldados del Segundo Ejército italiano.

Uno de ellos se llamaba Carlo Emilio Gadda, teniente en el 5.º Regimiento de alpini –tropas de montaña de élite–, que aquel día se hallaba en lo alto de un pico con un destacamento de treinta hombres. Durante la jornada anterior había podido ver las posiciones de la brigada que, delante de su reducto, se desplegaba en primera línea, pero aquella madrugada, nada. Tras el bombardeo se hizo el silencio. ¿Habrían resistido sus compañeros? ¿Habrían combatido al menos?

Rodeando a los alpini

La de Caporetto [Kobarid, Eslovenia] fue la batalla más importante del frente italo-austrohúngaro, uno de los escenarios olvidados de la Primera Guerra Mundial. En los poco más de dos años que siguieron a su entrada en la contienda, los italianos habían conseguido capturar el valle del río Isonzo [Soca, Eslovenia], la localidad de Gorizia, media meseta del Carso y algunas crestas en los Alpes julianos, pero para ello habían necesitado once sangrientas ofensivas, conocidas como las once batallas del Isonzo.



Todo cambió el 24 de octubre de 1917 cuando, apoyados por un contingente de siete divisiones alemanas, los austrohúngaros desencadenaron un ataque que no tenía, a priori, más objetivo que recuperar la frontera. Sin embargo, el frente enemigo se quebró enseguida. Mientras por el norte la 22.ª División de Fusileros austriaca se adentraba hacia el oeste por Zaga desde Bovec, la 12.ª División alemana recorrió el valle del río Isonzo desde el sur, aislando por completo a los defensores italianos sobre los macizos montañosos de su orilla este. Apenas habían pasado veinticuatro horas desde el inicio del ataque cuando los jefes militares de las Potencias Centrales comprendieron que se podía ir mucho más allá de lo previsto. Primero sería la línea del río Tagliamento, pero la ofensiva no perdería su impulso hasta el río Piave, justo al norte de Venecia.

Mientras se hundían una tras otra las posiciones italianas, el teniente Gadda siguió en lo alto de su pico rocoso a la espera de información, órdenes, lo que fuera. Finalmente habían abierto fuego las ametralladoras propias, pero en medio de la niebla no se había atrevido a ordenar que abrieran fuego los tiradores de su destacamento por miedo a alcanzar a sus propios compañeros. Mientras las sombras difusas –amigos en retirada o enemigos infiltrándose– deambulaban cerca de su olvidada posición como fantasmas, Gadda y los suyos esperaron. A media tarde el tiroteo se extendió hasta el valle del río, desde donde también ascendió hasta ellos el ruido de las explosiones. Los alpini se dieron cuenta de inmediato de que estaban rodeados.

Habían abierto fuego por fin y apenas les quedaba munición cuando, a las 3.00 horas del 25 de octubre llegó la ansiada orden de retirada, pero para entonces el enemigo ya había tomado Caporetto y ascendía las montañas hacia el oeste. Gadda trató de dirigir la retirada de los hombres bajo su mando, que gracias a la llegada de refugiados de otras posiciones ascendía a un centenar, pero al final, como otros muchos miles de compañeros, incapaces de cruzar el río, acabaron rindiéndose.

El «desastre» de Caporetto, nombre que recibió esta acción después de la guerra (inicialmente conocida como ofensiva Isonzo-Piave) provocó la sustitución del general Cadorna, comandante en jefe italiano, por el general Diaz, y llevó a la caída del Gobierno. Durante la retirada se perdió casi por completo el Segundo Ejército y sesenta mil hombres fueron capturados en la bolsa de Codroipo. Todo ello ha llevado a un intenso debate en la historiografía italiana, que todavía a día de hoy discute si se trató de una sconfitta, pérdida parcial y no definitiva; o de una disfatta, derrumbe incontrolado y total, irreversible.

«La mattina del cinque d’agosto / si muovevan le truppe italiane / per Gorizia, le terre lontane / e dolente ognun si partì […]» Así inicia sus compases una canción antibelicista nacida en torno al frente del Isonzo, que fue escenario de uno de los odios más tenaces de la Primera Guerra Mundial. Aunque ambos eran miembros de la Triple Alianza de preguerra, Italia tenía demasiadas cuentas pendientes con el Imperio austrohúngaro, sobre todo en torno a la cuestión de los territorios irredentos, aquellos que, tras la unificación y la expulsión de la Monarquía Dual de la península, aún quedaban por conquistar, fundamentalmente el Trentino, Trieste y algunas zonas de la costa dálmata. «Son cabezas de buitre que vomitan la carne de sus víctimas», escribiría uno de los líderes del irredentismo, el poeta d’Annunzio, sobre el águila bicéfala austrohúngara. Así, Italia no solo se negó a apoyar a sus aliados al estallar la contienda, sino que acabó por entrar en guerra del lado de la Entente en mayo de 1915 con la intención de recuperar los territorios irredentos. Para ello, su plan era lanzar una gran ofensiva que llevara a conquistar Gorizia, «maledetta» según la canción, y Trieste, para luego penetrar por la llamada brecha de Liubliana y alcanzar Viena, una ruta que habían tomado muchos ejércitos invasores pero que el italiano no fue capaz de seguir.

Para saber más

«Caporetto 1917»

Desperta Ferro Ediciones, Nº 37,

68 páginas, 7 €



lunes, 14 de febrero de 2022

Guerra de la independencia: Detalles sobre la batalla de Chacabuco


La verdad detrás de la crónica sobre la victoria de San Martín en Chacabuco

Las verdades en las crónicas de guerra tienen sus altibajos, más aun tratándose de episodios ocurridos en tiempos de comunicaciones rústicas. Aquí Marcelo Calabria recoge documentación histórica para hablar de Chacabuco.


Juan Marcelo Calabria || Memo




El 12 de Febrero de 1817, tenía lugar la batalla de Chacabuco librada por el Ejército de los Andes contra las huestes realistas que ocupaban el entonces reino de Chile. Este importante episodio de la Revolución Americana, ampliamente conocido como un verdadero hito en la campaña independentista del continente, no sólo constituye la victoria más resonante de las armas patriotas hasta ese momento, sino que además marca el principio del fin de la dominación española en Sudamérica.

Sin embargo pese que el encuentro armado ha sido tratado y versado por innumerables autores, hay uno de sus pasajes que sigue despertando nuestro interés, quedando retratado en las memorias y las obras de muchos de sus protagonistas directos, quienes por ventura, veteranos soldados de la guerra de independencia, no callaron un hecho de tanta importancia que da lugar a un análisis muy rico y extenso, el que por supuesto no pretendemos agotar en estas líneas.

Resulta interesante que, pese a lo asegurado por la tradición sanmartiniana, en realidad la acción de la Cuesta de Chacabuco no se desenvolvió acabadamente según el plan del Jefe del Ejército de los Andes, quien la había proyectado minuciosa y anticipadamente, en tanto realizaba la gran Epopeya del Cruce de los Andes, preparado desde mucho tiempo antes desde su "Ínsula Cuyana". Luego de cruzar las altas cumbres el ejército fijó su cuartel general en la Cuesta de Chacabuco, desde allí San Martín organizó sus fuerzas de ataque en dos divisiones, las más numerosa y con mayor poder de fuego a las órdenes del Brigadier Miguel Estanislao Soler que debería rodear y atacar por el flanco al enemigo, siendo la columna sobre la que recaía el mayor peso del combate y la que, según el plan sanmartiniano, decidiría la batalla; mientras que la otra división a las órdenes del general O' Higgins debía realizar operaciones de distracción sobre el frente enemigo sin comprometer una acción directa, a fin de esperar que el ala del ejército al mando de Soler alcanzara el punto indicado, dando forma de esta manera a la acción envolvente estratégicamente diseñada por San Martín. Aquí residía el éxito de la esperada victoria, según el plan presentado a la Junta de Guerra el 11 de Febrero por la noche, momento en que el Capitán de Los Andes, se encontraba seguro de la victoria.

Tal como lo aseguró Leopoldo R. Ornstein en sus exhaustivos trabajos: La Batalla de Chacabuco: Sorprendentes revelaciones, - 1958-, La campaña de Los Andes a la luz de las doctrinas de guerra modernas - 1929-, De Chacabuco a Maipú -1933- y Personalidad militar del General San Martín -1965-: ..."Torre Batera, Banyuls del Mar y Port-Vendres fueron otras tantas experiencias (militares) que le hicieron sentir en carne propia las penurias de la guerra defensiva y los gravísimos inconvenientes de las operaciones de larga duración, despertando en él, por antítesis, esa predilección que manifestó en las guerras americanas por las acciones rápidas, enérgicas y decisivas..."En 24 días hemos hecho la campaña, pasamos las cordilleras más elevadas del Globo, concluimos con los tiranos y dimos la Libertad a Chile". Tal como reza en su primer parte al gobierno de Buenos Aires sobre la victoria de Chacabuco".

Esa experiencia adquirida durante sus 20 años de servicios en el ejército español, le permitían descubrir sobre el terreno y en las noches de desvelos la estrategias más efectivas para lograr, con la menor efusión de sangre y evitando los enfrentamientos civiles los resultados esperados, lo que a su vez generaba gran confianza e infundía valor en todos y cada uno de los integrantes de su ejército. Según relata Olazábal: "... me paseaba cerca de la puerta, por estar de guardia de su persona como segundo de los ochenta granaderos a caballo que componían su escolta, cuando me vio me dijo: - y bien, ¿qué tal estamos para mañana? - Como siempre señor, perfectamente. - ¡Bien! Duro con los latones sobre la cabeza de los matuchos, que queden pataleando...". Unos instantes antes de lo sucedido, José Francisco de San Martín había decidido adelantar dos días la batalla planificada para el 14 de ese mes, y ahora confiado en sus "muchachos" esperaba demostrar que había llegado a América para dar su vida por la causa de la libertad e independencia.



Durante toda la madrugada del día 12 las huestes comenzaron sus movimientos y preparativos para la acción y al despuntar el alba comenzaron los primeros enfrentamientos. Todo marchaba según lo planificado y San Martín observaba los movimientos de sus tropas desde el emplazamiento del Estado Mayor en lo alto de la Cuesta, cuando desde su catalejo pudo observar que un jinete trataba de subir a todo galope para avisarle que en el campo de batalla las cosas se complicaban, impuesto por el Teniente Rufino Guido - tal el jinete que había llegado hasta él - del ataque de frente iniciado contra el grueso de las tropas enemigas y que había sido dispuesto por el brigadier O‘Higgins con sus dos únicos batallones, quien desobedeciendo las órdenes impartidas por el comandante en jefe ponía en riesgo, ante tal arrojo, toda la acción.

En efecto, repitiendo las arengas de Rancagua: "Soldados: Vivir con honor o morir con gloria, el Valiente siga, Columnas a la carga..." el héroe de Chile se lanzó al ataque, comandando sus columnas con arrojo y valor, pero sin considerar que la división de Soler aún no terminaba de rodear la cuesta según el plan acordado la noche anterior. Sin duda O`Higgins vio la oportunidad de desplegar sus fuerzas convencidas del efecto que causaría su ataque frontal, el que finalmente resultaría fallido.

En este momento decisivo del combate San Martín se puso al frente de sus granaderos y logró revertir todo el curso de la batalla, tal como lo explica el testimonio del mismo Rufino Guido al decir: "Vimos llegar a nuestro General con la bandera de los Andes en la mano y a la infantería (Batallones 7 y 8) que formaban en columnas de ataque, los que como el Regimiento (de Granaderos a Caballo), recibimos la orden de cargar al enemigo. Todos la cumplimos inflamados de valor y entusiasmo, tal era la confianza que teníamos en quien la ordenaba, y a pesar de la resistencia del enemigo, por sus fuegos al emprender nuestra carga, fue completamente derrotado, no pudiendo resistir sino muy poco tiempo la carga por su frente y el ataque simultáneo que recibía por su flanco izquierdo dado por el valiente Necochea de la división del general Soler".



Estas líneas nos permiten ver como ante el peligro de sufrir una atroz derrota y al decir del General Espejo: "al ver en tan inminente riesgo la obra que le costaba tantos sudores y desvelos, el pundonor, la responsabilidad, el despecho quizás lo condujeron (al General San Martín) a la cabeza de los Granaderos, resuelto a triunfar o no sobrevivir si se consumaba el infortunio". Logrando de esta manera revertir la situación de desventaja y finalmente lograr el triunfo en Chacabuco.

Así concluiría, descripta en una apretada síntesis, la batalla dando lugar al lacónico parte elevado por San Martín al superior gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata, en el que no daba cuenta de este inconveniente, ni de su participación en la batalla; por el contrario resaltaba el valor y la acción de los generales O'Higgins y Soler, como la de muchos otros oficiales, pero nada decía sobre él mismo, pese a ser el verdadero vencedor de Chacabuco al frente "de sus muchachos", como solía llamar a los Granaderos a Caballo.


Reconstrucción del esquema de distribución de tropas en Chacabuco.

Poco después al llegar el Capitán Manuel de Escalada a Mendoza, de paso a Buenos Aires, con el parte de la acción, este informó a Toribio Luzuriaga -Gobernador de esta provincia- que "El triunfo de tan gloriosa acción se ha debido al valor impertérrito de nuestro ínclito general, el Exmo. Señor don José de San Martín, que a la cabeza de dos escuadrones (fueron tres) derrotó y desbarató al fiero tirano de Chile".

La noticia inquietó al Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón quien escribió a San Martín en los siguientes términos: "sé por Luzuriaga que Ud. con dos escuadrones de Granaderos tuvo que meterse en las filas enemigas. De esto infiero, que la cosa estuvo muy apurada, o que no tuvo Ud. un jefe de caballería de confianza; porque en otro caso yo acusaría a Ud. del riesgo en que se puso. Dígame Ud. con la franqueza que debe que hubo en esto; mientras yo quedo en el más grave cuidado con la noticia que también me da Luzuriaga, que en resultas de la fatiga personal que Ud. tomó en la acción, quedaba muy afligido de su pecho. Por Dios cuídese Ud. porque su vida y su salud interesan extraordinariamente al país y sus amigos".

El disgusto de Pueyrredón tenía verdadero asidero, ya que resultaba incomprensible que "un militar de su experiencia se arriesgara en batalla sabiendo que los altos oficiales y en especial el máximo comandante no debían tomar parte directamente en las acciones a fin de evitar que en plena batalla quedara descabezado el ejército, salvo que algo muy grave determinara un accionar semejante. Y así fue, tal como hemos representado: la situación demandó esta intervención y fue precisamente gracias a ella que se emprendió el firme camino hacia la independencia del continente.

Años después, ya en el exilio en carta a Miller, el mismo José de San Martín, comentaba sobre este episodio: "La Batalla de Chacabuco puede decirse es la obra de los Granaderos a Caballo... (y al final de la exposición dice el prócer colocándose él en tercera persona, impulsado por su habitual modestia) ... el n° 8, al mando del comandante Cramer, se desordenó por la pérdida que sufría; pero el 7 mantuvo su formación haciendo alto. En esa situación que demostraba bien claramente lo poco que podía esperarse habiendo fallado el primer ataque, el general en jefe con dos escuadrones de Granaderos a Caballo cargó la derecha de los enemigos, la que puso en derrota, visto este suceso por la infantería repitió su ataque con denuedo, consiguiendo igualmente desordenar su izquierda; a este tiempo el comandante Necochea a quien el General Soler había mandado adelantar, no pudiendo llegar con su infantería, llegó muy oportunamente por la espalda de los enemigos, lo que acabó de completar su dispersión... El general Soler llegó a pesar de sus esfuerzos media hora después de la acción; el general O'Higgins manifestó una bravura que jamás ha desmentido...".

Pocos días después de la resonante victoria, con fecha 26 de Febrero, escribe el destacado Historiador y Genealogista Roberto A. Colimodio, en su libro: "Los Héroes Olvidados de la Cuesta de Chacabuco", el Superior Gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata emitía el despacho con el nombramiento de San Martín como Brigadier de los Ejércitos de la Patria atendiendo "el relevante mérito y muy distinguidos servicios... que ha rendido a la Patria en el glorioso triunfo en las Cuestas de Chacabuco, acreditando en esta memorable acción toda la intrepidez, destreza, conocimiento y demás virtudes militares que se requieren para el acierto de las operaciones de guerra, he venido a nombrarle como le nombro, Brigadier de la Patria... Juan Martín de Pueyrredón".

Fiel a su modestia e impronta, continúa Colimodio, sobre el uso de cargos y honores de los no que no era afecto, San Martín respondió en estos términos: "El Sr. Secretario de Estado del Departamento de Guerra se ha servido dirigirme en nota del 3 (de marzo) el Despacho de Brigadier de nuestra milicia Nacional con que ha tenido a bien condecorarme ese Superior Gobierno por la conquista de Chile. Yo me considero sobradamente recompensado con haber merecido la aprobación de este servicio; es el único premio capaz de satisfacer el corazón de un hombre que no aspira a otra cosa. Antes de ahora tengo empeñada mi palabra de no admitir grado ni empleo alguno, Militar ni Político; por lo mismo espero que VE no comprometerá mi honor para con los pueblos y que no atribuirá a amor propio la devolución del Despacho, cierto de que contento con el empleo a que me ha elevado V.E. sacrificaré mi existencia gustoso en Obsequio de la Patria y servicio de VE. José de San Martín.

Estos fueron los hechos en este inolvidable combate de la guerra de la independencia, donde nuevamente sobresalen las condiciones de estratega, político y militar de San Martín, como así también sus valores humanos y su hombría de bien marcada por su franqueza, humildad y sinceridad que los caracterizaron toda su vida. A la par de su gran denuedo como soldado, profesionalismo como comandante, acción estratégica y valentía al frente de sus huestes, debemos subrayar su visión política al comprender que en todo momento debía enaltecer la figura de su compañero quien prefiguraba como al conductor del futuro Estado de Chile, como así también a los oficiales del Ejército de Los Andes quienes lo secundarían en la gran campaña de liberación de estas Repúblicas; más aún aunque ello significara callar su propia valía en la batalla y renunciar a la gloria de ser el artífice, protagonista y conductor directo de la gran victoria de Chacabuco

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Monumento en Chile a la Batalla de Chacabuco.

(*) Fuente: "San Martín, modelo de líder americano". Edición Digital. Mendoza. Setiembre, 2020.

lunes, 13 de septiembre de 2021

Chile: El enorme desastre de Antuco

Ejército trasandino: La tragedia de Antuco

Extraído de La Guerra que no fue: La crisis del Beagle de 1978 de Alberto N. Manfredi (h)
Visite el blog para más información en este excelente blog.


Entre el 17 y 18 de mayo de 2005, cuarenta y cuatro conscriptos y un sargento del Regimiento Reforzado Nº 17 de Los Ángeles, perecieron durante una marcha de entrenamiento en las laderas del volcán Antuco, en la que se cometieron todo tipo de torpezas, dejando al descubierto el escaso grado de preparación y falta de profesionalidad del ejército chileno.
Los reclutas, hijos de humildes y honestos trabajadores rurales de la región del Bio Bio, fueron obligados a marchar desde un refugio de montaña próximo a la frontera argentina, hasta otro abandonado al pie de la elevación, un recorrido de más de 24 kilómetros a través de un terreno inhóspito, próximo al lago Laja, borrado por cuatro metros de nieve.
Los responsables de la tragedia fueron el coronel Roberto Mercado, jefe del mencionado regimiento, su segundo, el teniente coronel Luis Pineda, el mayor Patricio Cereceda Truán que fue el encargado de llevar al batallón de 473 efectivos hasta el refugio Mariscal Alcácer, en el paraje denominado Los Barros y el resto de la oficialidad, que demostró en todo momento una impericia y falta de conocimientos rayanos en la inconsciencia.

https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEinZ4FayFAmdheiCbAYLI2_aAnZUPzL29tAbFu_Wv5vZsJZpLZL316abQhCAaHtghQeMgVoZ05jzVwQf_88Vnhy1FReyk-pxnsLbODW42AUveSIcGDmVicQSQdVBIRInBWxGaJzt2HVCT-T/s1600/1200px-Antuco_Volcano.jpg
Volcán Antuco, el lugar de la tragedia

Desoyendo los alertas meteorológicos tempranos lanzados por la ONEMI (Oficina Nacional de Emergencias del Ministerio del Interior), Cereceda dispuso el envío del batallón completo hacia el abandonado refugio La Cortina, propiedad de la Empresa Nacional de Electricidad Sociedad Anónima (ENDESA), ubicado al pie del volcán. Lo dividió en dos escalones, el primero integrado por las compañías Cazadores y Plana Mayor, en el que servían 22 mujeres y el segundo por las Morteros y Andina, con un número aproximado de 200 soldados en cada una.
La primera sección partió el 17 de mayo por la tarde, cerca de las 15.30, una hora en la que las marchas deben finalizar, nunca comenzar y alcanzaron el objetivo doce horas después, en muy mal estado, tras una jornada plagada de incidencias, en la que los conscriptos sufrieron todo tipo de accidentes y principios de congelamiento.
Durante la noche las condiciones climáticas empeoraron y eso movió a algunos oficiales a plantear a Cereceda la necesidad de mantener a la tropa en el refugio (la mayoría de los soldados se hallaban en carpas tendidas a la intemperie, junto al edificio principal en tanto la oficialidad se mantenía a resguardo en el interior del refugio).
Cereceda no estuvo de acuerdo y cerca de las 05.00 de aquella gélida mañana de otoño, con viento, frío y nieve en abundancia, dispuso la marcha, en primer lugar la compañía de Morteros y una hora después la Andina, la primera al mando del capitán Carlos Olivares, que no tenía experiencia en montaña y la segunda al de su igual en el rango, Claudio Gutiérrez, un oficial calificado como especialista en ese tipo de terreno, con varios cursos en el exterior. La tropa, que se había levantado a las 03.30, apenas desayunó medio tarro de café y un pan duro con mermelada y con esa insuficiente ración inició el desplazamiento, vistiendo ropas no adecuadas para esa época del año.
Un viento feroz, con ráfagas heladas de varios kilómetros y una temperatura inferior a los -10º bajo cero, se abatió sobre la región y con el paso de las horas se presentó una tormenta de nieve que desorientó a los soldados y les hizo perder el rumbo.
La nieve y el viento blanco se tornaron en extremo violentos y los inexpertos reclutas entraron en pánico. Los primeros en caer exhaustos quedaron cubiertos por la nevada y murieron congelados y los que no, intentaron cavar refugios de circunstancia para ponerse a cubierto. A la mayoría no le respondían ni sus manos ni sus piernas. Varios de ellos intentaron socorrer a sus compañeros pero el agotamiento se los impidió. Aun así, hicieron lo imposible y reemprendieron la marcha en busca de salvación. Para peor, a poco de su partida, la Compañía Andina se empapó al intentar cruzar el riacho que corre próximo al refugio Mariscal Alcácer, ocasión en la que su jefe, el capitán Gutiérrez, debió haber ordenado el regreso al edificio en lugar de mandar hacer un absurdo puente de ramas que de nada sirvió. Los soldados cayeron al agua y se mojaron hasta arriba de la cintura y aun así, el improvisado oficial les ordenó seguir adelante.
Aterrados, los pobres conscriptos comenzaron a caer extenuados y a morir sobre la nieve mientras el huracán barría con fuerza la ladera del volcán.
Al ver a uno de sus compañeros muerto sobre la nieve, el soldado Pablo Urrea comenzó a llorar y a perder la calma que había intentado mantener hasta el momento. La imagen de ese cuerpo, congelado, con su guerrera abierta, semicubierto por el hielo, terminó por abatirlo.
Más adelante, el conscripto Ricardo Peña, debió llevar casi a la rastra al exhausto Morales, a quien debía esperar cada vez que este le pedía que se detuviese porque no daba más. “Peña espérame, vas muy rápido” y así sucedió en cuatro o cinco oportunidades.
En el programa especial de Televisión Nacional de Chile, La Marcha Mortal, conducido por el periodista Santiago Pavlovic (un sujeto del que hemos dicho, cubre su ojo izquierdo con un parche), se explica que los primeros en caer fueron los boyeros, “conscriptos vigorosos” que debían apisonar la nieve con las raquetas, para facilitar el paso de quienes venían detrás.



Responsables del desastre: Patricio Cereceda y Roberto Mercado

El soldado Rodrigo Morales, que en un primer momento, aún bajo bandera, habló a favor del ejército, deslindándolo de toda responsabilidad para endilgarle la culpa solo al mayor Cereceda, cambió de actitud cinco años después, desengañado por las mentiras y el abandono al que fueron sometidos los sobrevivientes de la tragedia y los familiares de las víctimas. Decidido a revelar la verdad, despojado de toda obligación con el arma, explicó durante la transmisión del programa especial Réquiem de Chile. Los Soldados de Antuco, ciclo “Sábado de Reportaje”, emitido el 15 de mayo de 2010 por la Corporación de Televisión de la Pontificia Universidad Católica de Chile (Canal 13), que los reclutas debieron ayudar a los boyeros y que para ello, tuvieron necesidad de deshacerse del equipo, o al menos, de buena parte de él.
Morales fue el primero en llegar a La Cortina, después de hacer lo imposible por salvar a su amigo Nacho Henríquez, quien murió congelado prácticamente en sus brazos. Todavía masticaba la indignación e impotencia que había sentido al ver huir a los cabos y sargentos, abandonando a los jóvenes soldados a su suerte. Y esos sentimientos se trastocaron en furia cuando, pasado un tiempo, los vio aparecer solos, sin ningún recluta, desesperados por ponerse a salvo “… más de doce horas caminando con nieve hasta la cintura en algunas partes y con un frío insoportable. Llegó el momento más crítico de la marcha, donde ya Hernández había caído, donde un sinfín de soldados ya no podían caminar más; no daban más y los cabos en un minuto empezaron a arrancarse [huir], se arrancaron [huyeron]. Yo fui el primero en llegar a La Cortina y después de mí, a los diez minutos, llegaron nueve cabos, sin ningún soldado y cada cabo está a cargo de siete soldados10. Quienes la iban de bravos en los cuarteles, dando órdenes a los gritos, aporreando a los reclutas y llamándolos gusanos o maricas, esos que torturaron y vejaron a los conscriptos durante la crisis del Beagle; aquellos que con sus uniformes impecables se jactaban de ser el “ejército vencedor jamás vencido”, mostraron lo que realmente eran cuando una situación se torna compleja y la muerte acecha.
Siempre siguiendo el relato de Morales, las personas que los tenían que estar esperando en La Cortina se hallaban a resguardo en la hostería de la señora Elba, algo más arriba, ajenos al desastre que vivían sus subordinados. “Ahí estaban los tres suboficiales, calentándose y comiendo, mientras mis compañeros morían por el frío y el hambre”11.
Algunos reclutas de la Compañía Andina salvaron sus vidas alojándose en el refugio abandonado de la Universidad de Concepción, un edificio vetusto, a medio camino entre Los Barros y La Cortina, sin ventanas y con parte de sus techos arrancados. Inexplicablemente, quienes los precedían, integrantes de la Compañía Morteros, siguieron caminando hacia su meta y en ese trayecto perecieron otros siete soldados.
El recluta Bustamante llegó agonizando pero murió durante la noche, pese a los intentos que se hicieron por reanimarlo. Los oficiales negarían eso pero el lugareño Patricio Meza, que estuvo con los conscriptos en el refugio para brindarles ayuda, lo confirmaría. “…era un soldadito. La hipotermia se lo llevó”12.
Ni bien llegaron las primeras noticias, los angustiados familiares corrieron hasta el cuartel de Los Ángeles para informarse sobre lo que había ocurrido y conocer la suerte de sus seres queridos. Se encontraron con la novedad de que nadie sabía nada y que todo era desorganización.
Se vivieron escenas desgarradoras en el gimnasio del regimiento cuando, después de una angustiante hora de espera, llegaron las primeras informaciones por boca del general de la III División Rodolfo González, quien se limitó a responder que “tenían un problema de comunicaciones”. Cuando los familiares lo increparon, echándole en cara las desprolijidades que el ejército estaba mostrando y el hecho de que nadie tuviera la más mínima idea de lo que sucedía, el alto oficial, falto de respuestas, se retiró.



Cuarenta y cuatro conscriptos perecieron en la nieve. Salvo el suboficial cocinero los nueve cabos restantes se encontraban a salvo en una hostería de La Cortina, comiendo y calentándose. ¿Con esta gente dice Matthei que iban a pelear hasta con cuchillos? ¿Este es el ejército del que tanto hablan los chilenos?

El día 19, el comandante en jefe del ejército, general Juan Emilio Cheyre, se comunicó con el mayor Cereceda para preguntarle cual era la verdadera situación y cuanta gente había en el refugio pero este no supo contestar. Entonces le exigió una respuesta y cuando aquel le pasó el número, le ordenó que confeccionase una lista con los respectivos nombres.
Era tal el nivel de desesperación de los responsables del ejército que nadie sabía informar quien estaba muerto y quien estaba vivo.
El paso de las horas no hizo más que incrementar el estado de desesperación de los familiares. Por entonces, el gobierno, en la persona del presidente Ricardo Lagos, seguía de cerca el desarrollo de los acontecimientos y solicitaba información minuto a minuto. Cuando se conocieron los nombres de los primeros fallecidos, la consternación llegó a límites insospechados, con escenas de dolor, gritos, llantos e histeria. Hubo desmayos, descompensaciones y gente abrazada llorando desconsolada la muerte de sus hijos y hermanos. Incluso algunos de ellos recurrieron a la violencia intentando golpear al personal militar.
“¡¡Milicos culiaos, mataron a los chicos, los mataron!!”, gritaban los familiares, “¡¡Hijos de p…, que den la cara!!”. “¡¡Asesinos, asesinos!!”. ¡¡¿Quién es ese capitán responsable?!! ¡¡¿Dónde está?!! ¡¡¿Ese asesino donde está; el que mató a mi hijo?!!

Conmueve hasta las lágrimas ver a esa gente sencilla y laboriosa, casi todos pobladores rurales, hombres de campo y de montaña, dignos, honorables, decentes, dispuestos a dar todo por su tierra, pidiendo por sus hijos a aquellos que debían protegerlos en lugar de dejarlos abandonados en medio de la borrasca. Caro le costó a la sociedad chilena que sus fuerzas armadas jugaran a la guerra.
Varios días tardaron los rescatistas en hallar el total de los cuerpos, algunos abrazados entre sí, otros de espaldas, a cuatro metros de profundidad en la nieve, algunos intentando ponerse a cubierto. Habían tardado entre tres y cuatro horas en morir por congelamiento después de recorrer apenas 7 kilómetros en cinco horas. El último en ser hallado fue el del recluta Silverio Amador Avendaño, cuyos restos aparecieron la tarde el 6 de junio de 2005.
Para la justicia militar, el principal responsable del desastre, fue el mayor Patricio Cereceda, quien envió a los jóvenes reclutas a una marcha mortal mientras se quedaba a resguardo en el refugio de Los Barros. Tanto él como sus oficiales habían pasado por alto la instrucción básica de los manuales, en el sentido de que ningún conscripto debía superar los 5 kilómetros de caminata (85 minutos continuados) transportando más de 7 kilos de pertrechos sobre sus espaldas, ello en condiciones atmosféricas normales.
Tal como afirma el soldado Rodrigo Morales, los reclutas ni siquiera conocían la nieve, no tenían instrucción elemental de montaña y no sabían utilizar las raquetas pues apenas conocían un esquí. “Imagínese, llevar unos niños que no estaban preparados para esto”, diría años después13.
Pero además de Cereceda, hubo otras personas procesadas, acusadas de impericia, negligencia, imprudencia e incluso cobardía14, tal el caso del coronel Roberto Mercado, el teniente coronel Luis Pineda, los capitanes Claudio Gutiérrez y Carlos Olivares, los suboficiales Avelino Tolosa y Carlos Grandón, los dos primeros por incumplimiento de los deberes militares y los restantes por cuasi delito de homicidio, salvo Tolosa a quien se le imputó haber dejado abandonados a cuatro soldados con principio de hipotermia en un refugio de circunstancia.
“La tragedia fue una suma de errores –manifestó la periodista Carolina Urrejola durante el programa especial que transmitió Canal 13 de Santiago en 2010, al producirse un nuevo aniversario de la tragedia- Los conscriptos tenían una preparación insuficiente y una vestimenta inadecuada. Quizás lo que resulte más dramático y que fue informado por el servicio médico legal, es que la mayoría de los fallecidos estaban mal alimentados, por lo que no tuvieron la energía necesaria para esa dura travesía”15.
El mismo ministro de Defensa, Jaime Ravinet, reconoció la falta de pericia y preparación de los oficiales del Ejército, algo que la fuerza intentaría minimizar a toda costa en los días subsiguientes.
La primera pregunta que se hicieron los familiares de las víctimas fue dónde estaban los cabos, los sargentos de las compañías, los suboficiales y los capitanes que debían resguardar a los conscriptos.
El general Cheyre se queda mudo cuando la mencionada periodista le pregunta sobre la actitud de los cabos desertores.
  • Llama la atención que al refugio hayan llegado en primera instancia ocho y nueve cabos dejando atrás a sus hombres.
  • Por supuesto que llama la atención – responde el alto oficial y luego se queda mudo, sin poder decir más16.
Él en persona había presentado a Gutiérrez poco menos que como a un héroe, pero en los días posteriores, el oficial terminaría acusado como responsable de las muertes de al menos catorce reclutas.
Cuando la madre del conscripto Ignacio Henríquez preguntó por qué habían muerto todos soldados y solo un suboficial, un responsable del regimiento le respondió que la causa era que no estaban preparados. “Los llevamos para allá para hacerse hombres” y cuando la madre volvió a insistir: “¿Por qué ustedes andan todos bien equipados y los soldados no?, aquel descarado se quedó callado y no volvió a hablar.
“¿Qué pasó con todos esos instructores? -se pregunta Rita Monares, la hermana del único suboficial muerto – Me hace pensar que ellos optaron por salvarse solos” y refiriéndose al capitán Gutiérrez agrega: “¿Quién es el que tuvo tan poco criterio de que se le moja la gente y no la devuelve?”17.



El general Cheyre se queda de piedra cuando la periodista lo pone en aprietos "Llama la atención que al refugio hayan llegado en primera instancia ocho y nueve cabos dejando atrás a sus hombres". Nada pudo responder

Durante el juicio que se entabló a los responsables de la tragedia, el comandante del batallón hizo referencia a un inesperado problema meteorológico que el servicio nacional desmintió categóricamente, demostrando con documentación fidedigna que se habían dado los alertas con varias horas de anticipación.
Cereceda fue condenado a cinco años y un día de prisión, acusado de cuasidelito de homicidio e incumplimiento de deberes militares; el ex coronel Mercado a tres años de prisión por incumplimiento de deberes militares, lo mismo el teniente coronel Pineda, a quien le impusieron 541 día de arresto. Por su parte, los capitanes Claudio Gutiérrez y Carlos Olivares fueron condenados a 800 días, en calidad de autores de cuasidelito de homicidio, penas que no conformaron en absoluto a los familiares de las víctimas. Angélica Monares, su vocera, manifestó sentirse “muy desilusionada, envenenada y burlada. El fallo es lo más sucio, indigno y cobarde que podía pasar”.
La Corte Suprema rechazó el delito simple para beneficiar a los acusados. Para los padres no bastó que la responsabilidad recayese en una sola persona, según ellos, el responsable de la tragedia fue todo el ejército.
“Se nos ocultó todo -dice Rita, la hermana del sargento Monares- partimos cero información. Nadie se acercó a nosotros. Nadie se acercó a la familia de un funcionario que llevaba 23 años en esa institución, para decirle lo que estaba pasando. Cuando me hablan de la familia militar ¿de que familia me hablan…?”.
Los sobrevivientes de la tragedia acusan al gobierno y a las fuerzas armadas de su país por abandono y les endilgan la dificultad que padecen para encontrar trabajo; hablan de la negligencia del programa de asistencia con el que se comprometió el primero para garantizar su salud, educación y viviendas y ni ellos ni sus familiares dicen haber recibido la ayuda psiquiatrita prometida. ¡Incluso las banderas con las que se cubrieron los féretros durante las exequias les fueron descontadas!, antecedente que el general Cheyre dijo desconocer.
Cereceda cumplió su sentencia en el Penal de Punta Peuco, donde permaneció recluido negándose a conceder entrevistas. Según el presidente Lagos hubo un antes y un después del desastre de Antuco. A esos muchachos los mandaron a la muerte por una orden absurda
Al conscripto Morales lo que más duele es el abandono del ejército, de ahí que en la demanda presentada en el mes de noviembre de 2012, los sobrevivientes argumentasen que como secuela del trauma vivido sufrían angustia, pánico y malestares físicos que alteraban sus condiciones normales de salud, aclarando que los responsables de estos padecimientos eran el Ejército y el Estado de Chile, debido al incumplimiento del deber de cuidado que tenían sobre ellos y sus compañeros de armas18.
A lo expuesto debemos sumarle las palabras de Tomás Mosciatti, reconocido abogado y filoso periodista de la señal de TV y Radio Bío Bío, célebre por la crudeza de sus testimonios y por trae constantemente a sus compatriotas a la realidad:


Yo quiero recordar lo que sucedió en el año 2005, el 4 de abril de 2005, cuando fallecieron 40 conscriptos y un suboficial en Antuco. Esa barbarie que cometió el Ejército, mandándolos a la nieve, la verdad a la muerte, sin ninguna indumentaria posible para resistir el frío y la nieve. Pero, incluso peor que todo eso, fue la actitud de los oficiales, porque los oficiales se salvaron. El único, único militar de alguna graduación fue un suboficial, un cocinero que se quedó con los muchachos tratando de salvarlos y murió con ellos.

La tragedia abrió los ojos a la sociedad y les mostró las graves falencias de sus fuerzas armadas. Cincuenta soldados abandonaron definitivamente las filas castrenses en el Regimiento Reforzado Nº 17 de Los Ángeles y de ellos, treinta y dos adhirieron a la demanda. El abogado patrocinante de la Corporación de Víctimas, Dr. Guillermo Claverie, argumentó que este hecho “...no sólo provocó la muerte de muchos jóvenes, sino que es causa de la tragedia permanente en los sobrevivientes a quienes cada día los atormenta estos episodios, quedando muchos de ellos con claras y evidentes secuelas físicas, psicológicas y traumas que les ha impedido a estos jóvenes tener el desarrollo normal que corresponde a su corta edad”19. Pero no solo en Antuco quedaron a la vista las miserias y negligencias del ejército chileno.
Apenas una semana antes, el 4 de mayo de 2005, el soldado César Soto Gallardo, de 17 años, tomaba parte en los ejercicios de camuflaje nocturno que realizaba el Batallón Nº 1 de Santiago, cerca del túnel Lo Prado, cuando recibió un disparo en la cabeza que lo mató instantáneamente.


Otros responsables. Desde la izq. Luis Pineda, Claudio Gutiérrez y Carlos Olivares.
Habría que agregarles a los nueve cabos que huyeron abandonando a la tropa pero
no hallamos imágenes de ellos

sábado, 5 de junio de 2021

PGM: Primeras ofensivas italianas de 1915 (2/2)

Primeras ofensivas italianas de 1915

Parte I || Parte II
W&W






La lucha por la Rocca el 9 de junio fue feroz pero breve. Los austriacos retrocedieron por un valle hasta una colina llamada Cosich. Con 112 metros, Cosich se encuentra solo 30 metros más alto que el Rocca, pero era naturalmente apto para operaciones defensivas. Un periodista vienés presumido lo apodó el "Hotel Cosich". Los austriacos no se apartaron de él hasta agosto de 1916.

Stuparich encontró a Monfalcone desierto, "casi espectral". Las fachadas de las tiendas estaban cerradas. No lo sabía, pero los austriacos habían ordenado una evacuación completa el 24 de mayo, y solo 3.000 italianos decididos se quedaron atrás, refugiándose en sótanos del bombardeo. Luego se levantó una contraventana y se asomó una cabeza. Se difundieron rumores de que se había abierto una tienda de dulces, pero lo que querían los soldados era licor. Saquearon las casas en busca de "souvenirs", robaron cuadros, muebles, cubiertos, incluso ropa. Durante los días siguientes, las tropas deambulaban ataviadas con blusas de mujer, hasta que también estas se infestaban de piojos.

Esa noche, Giani camina hacia la Rocca. El aire huele a resina de pino. Al amanecer del día siguiente, la artillería austríaca sobre Cosich se perfila por la luz oblicua. Los Granaderos se sienten inexplicablemente tristes; incluso los oficiales parecen desanimados. Un rumor profundiza su pesimismo: otros pelotones del batallón pueden haber sufrido grandes bajas de la artillería italiana. Esto se confirma pronto; un centenar de hombres han muerto por fuego amigo. (Los comandantes de la batería no aprendieron a coordinar su fuego con los avances de la infantería hasta el verano siguiente.) Esto eleva las pérdidas alrededor de Monfalcone a casi 300. Giani informa que el terrible accidente detiene el avance. Siente que los tendones se rompen en su pecho. Quiere llorar pero no puede, y no tiene apetito para cenar. Ayer Trieste parecía tan cerca, como si pudieran alcanzarlo de un salto. Ahora parece tan lejano.

Unos días más tarde, los pinares alrededor de la Rocca se incendian con los cañones austriacos. Después del incendio, el suelo está alfombrado de ceniza que se arremolina y cubre los rostros de los soldados. Luego, la lluvia comienza de nuevo y el suelo se convierte en barro empapado. A mediados de junio, Monfalcone está en ruinas.

El día que los italianos tomaron Monfalcone, el Segundo Ejército realizó su primer ataque contra la pequeña colina de Podgora, al oeste de Gorizia. Las tropas habían cruzado el río por debajo de San Michele con relativa facilidad, pero no avanzaron en Podgora. Hubo un intento igualmente inútil en el monte Sabotino, al norte de Gorizia. El 11 de junio, Cadorna se dio cuenta de a qué se enfrentaba. Gorizia era, admitió, un verdadero campamento con trincheras reforzado por poderosas colinas: Sabotino y Podgora al oeste del Isonzo, Monte Santo y San Gabriele al este, y luego San Michele al sur. Estas colinas eran las murallas periféricas de la ciudad, que se elevaban abruptamente a unos 600 metros del valle.

También el 9 de junio, los italianos se enfrentaron por primera vez con los austriacos en el bajo Isonzo. Ocurrió en Sagrado, un pequeño pueblo al suroeste de Gorizia. Antes del amanecer, un batallón de la Brigada de Pisa cruzó un pontón que había sido arrojado al otro lado del río donde un islote arenoso en medio del río facilitó el trabajo. (El islote todavía es visible hoy.) La artillería golpeó las posiciones avanzadas enemigas más allá del río. El mayor hizo sonar su silbato, los italianos, sin darse cuenta de lo vulnerables que eran ahora, saltaron para gritar "¡Saboya!", El nombre de la familia real, y salieron corriendo de su improvisada cabeza de puente. De repente, las posiciones austriacas estallaron con un fuego devastador. El pontón fue destruido y el batallón inmovilizado sin suministros ni apoyo. Los italianos retrocedieron al río y usaron bayonetas cuando se les acabaron las municiones. Cuando los austriacos se acercaron, lanzaron algunas armas novedosas que los italianos nunca habían visto: granadas de mano. Los italianos regresaron a la pequeña isla (el agua tenía solo un metro y medio de profundidad) y se hundieron en la arena lo mejor que pudieron. Al anochecer, el puñado de supervivientes regresó a la orilla occidental, dejando unos 500 muertos.

Fue un error asombroso. ¿Por qué se inició la operación sin una cabeza de puente segura en el otro lado del río? ¿Por qué no se previeron ni planificaron los riesgos obvios? Estas preguntas no se hicieron, a pesar de que la primera masacre en el Isonzo había ocurrido una semana antes, a unos 80 kilómetros de distancia, en el tramo medio del río, entre las localidades de Tolmein (ahora Tolmin) y Karfreit, más conocida como Caporetto. Los italianos habían avanzado más rápidamente en este sector. Como en otros lugares, esperaban una fuerte resistencia, pero casi no encontraron ninguna. En una de las colinas sobre Caporetto, no encontraron nada más que un mensaje desafiante garabateado en un italiano defectuoso y metido en una botella. El mensaje terminó, "Así mi suerte llegará a nuestros poderosos enemigos los italianos. ¡Viva Austria! ¡Larga vida al emperador!'

En la mañana del 24, el Segundo Ejército controlaba las crestas occidentales sobre el valle. ¿Que vieron? Excepto por la línea de tejido del Isonzo, el área entre Flitsch (ahora Bovec) en el norte y Gorizia en el sur, donde el río desemboca en la llanura, era un gran revoltijo, sin caminos en las cimas y muy poca agua superficial. . Imagine colinas como las cordilleras más altas de Gales o Escocia, alrededor de Snowdon, el macizo de Ben Nevis o las Cuillins de Skye, pero con piedra caliza en lugar de pizarra, granito o gabro. Las copas suelen ser dentadas, aunque a veces ondulan como los Peninos. Las colinas se elevan mil metros y más desde estrechos valles. Los escarpados acantilados caen hasta corridas remotas. Las colinas están unidas por crestas que suben y bajan, se funden y se separan como olas gigantes en un mar agitado. Solo el valle de Isonzo se ensancha en cuencas donde aldeas o pequeños pueblos se amontonan con el río, y los agricultores usan cada pedazo de tierra para cosechar o para pasto. Un camino accidentado corre al lado del río. Los senderos conducen a algunas aldeas más altas con pastos de verano. La maleza cubierta de maleza cubre las laderas más bajas. En su mayor parte, el paisaje es un desierto pedregoso.


Mirando desde el borde occidental del valle de Isonzo, hacia el monte Mrzli. Los italianos treparon por esta cara de 1.200 metros, pero no pudieron subir a la cima. La vista del coronel De Rossi en mayo de 1915 era desde una elevación más baja.

Los italianos entraron en la aldea de Livek, por encima de Caporetto, pocas horas después de haber sido abandonada por la policía militar de los Habsburgo, que abandonó su nuevo y reluciente cuartel con tanta prisa que las ollas de cocción estaban llenas de chucrut. Como en los otros pueblos "liberados" al norte de Gorizia, la población local era eslovena. La única que hablaba italiano era una mujer llamada Katerina Medves. Cuando le ofrecía café a un soldado de infantería enfermo, él no lo tocaba antes de que ella se bebiera un poco.

Al final del día, varias aldeas habían sido ocupadas en la orilla oriental del río, al pie de las montañas. Para el día 24, solo quedaban unos pocos reservistas austriacos en Caporetto, que fue capturado a la mañana siguiente. (Un niño esloveno, al ver a los Bersaglieri acercándose en bicicleta y fascinado por las plumas de sus sombreros, gritó '¡Papi, papi, mira a todas las damas que vienen aquí en bicicleta!') Los italianos se dirigieron con cuidado hacia el viejo puente de piedra. sobre el Isonzo, que se abre paso a través de un cañón de pocos metros de ancho. Inevitablemente, el puente había sido volado. Al examinar la ladera del otro lado del río, vieron a varios austríacos mirándolos desde la maleza. ¿Por qué no abrieron fuego? Entonces se dieron cuenta de que estos enemigos eran muñecos de paja uniformados. Los primeros prisioneros de guerra fueron tomados a la mañana siguiente.

En este punto, inexplicablemente, el comandante del cuerpo, el general di Robilant, con base a más de 20 kilómetros de distancia, en Cividale, ordenó a los regimientos del valle de Isonzo que se quedaran quietos. En Livek, el duodécimo Bersaglieri se arremolinaba durante cuatro días, contemplando el valle de abajo y la cresta de Mrzli que se elevaba 1.000 metros al otro lado del río. Cuando su comandante, el coronel De Rossi, le preguntó a Katerina Medves sobre las posiciones austríacas cercanas, ella se encogió de hombros: no había ninguna. Escaneando el paisaje inmóvil con binoculares, no pudo estar seguro de que ella estuviera mintiendo.

De Rossi estaba desconcertado por las órdenes de Cividale, y con razón. El objetivo principal en este sector era capturar los picos de Krn y Mrzli y las elevadas cordilleras conectadas, con el fin de flanquear la ciudad de Tolmein. Si los italianos tomaban Tolmein, controlarían la principal vía férrea en Santa Lucía; luego podrían estrangular las defensas de los Habsburgo desde Gorizia hasta Tarvis. Frustrado, De Rossi ordenó a sus zapadores que lanzaran una pasarela sobre el Isonzo el día 27. Cuando envió a sus hombres a través del puente para preparar posiciones bajo Mrzli, el día 30, se le ordenó retirarse a Livek. Le dijeron que otras unidades estaban activas en Mrzli.

El general di Robilant había ordenado inexplicablemente a una división de reserva en Cividale que dirigiera el ataque a la cordillera de Mrzli. Los 26 batallones de Alpini4 y Bersaglieri se quedaron al margen y observaron cómo los reservistas se arrastraban por los flancos de los macizos de Krn y Mrzli. Los italianos no se dieron cuenta de que Mrzli estaba desocupado. Sentados en Tolmein y desesperadamente escasos de hombres, los austriacos esperaban que los italianos se adentraran en el valle y en Mrzli. Cuando se dieron cuenta de que esto no estaba sucediendo, enviaron unidades de una brigada de montaña a la cresta. Más tarde, ese mismo día, el 28, los italianos finalmente intentaron tomar el monte Mrzli y se encontraron luchando contra una de las unidades más fuertes del ejército de los Habsburgo: el 4º Regimiento de Bosnia. No pudieron llegar más allá de una cresta a 1.186 metros en el hombro noroeste de la montaña, todavía 200 metros por debajo de la cima. El fuego feroz hizo imposible asegurar esta cresta, y retrocedieron.

A los hombres de De Rossi se les soltó la correa el 1 de junio. Subieron a la cresta debajo de la cima y cargaron por la empinada ladera, liderados por oficiales blandiendo sables. Las ametralladoras cortaron franjas a través de sus filas, pero se acercaron a 50 metros del enemigo. Esa noche fue suave y clara, y De Rossi se arrastró hasta la posición delantera italiana. El revestimiento de zinc sobre el alambre de púas era plateado a la luz de la luna, que brillaba sobre la línea austriaca, un tosco muro de piedras debajo de la cima. Los italianos capturaron esta línea en un ataque al amanecer. Sin embargo, en lugar de verse a sí mismos como dueños de la cima de la colina, estaban estancados. La última pendiente hasta la cima estaba llena de alambre de púas. Inmovilizado por el fuego austríaco, De Rossi decidió explorar posibles rutas hacia el río a su izquierda, hacia el norte. Pero otro oficial se levantó de un salto y, en lo que De Rossi llamó un ataque de locura, ordenó a sus hombres que atacaran. Este hombre, el teniente coronel Negrotto, estaba preso de la fiebre nacionalista; sus cartas a casa describían la guerra como un enfrentamiento entre la "civilización latina luminosa" y "la cultura alemana bárbara pero disciplinada".

Golpeado en la columna vertebral por el fuego de una ametralladora mientras intentaba detener este ataque suicida, De Rossi quedó paralizado de por vida. Más al norte, donde Mrzli converge con el macizo de Krn en un revoltijo de crestas y barrancos en forma de cuchillo, los italianos se lanzaron hacia las cumbres sin mayor éxito. Además de usar sus armas de fuego, los austriacos apilaron rocas en pirámides y las rodaron por la ladera de la montaña. Para el 4 de junio, los italianos habían perdido más de 2.500 hombres en este sector, incluidos casi un centenar de oficiales. El juicio de Cadorna sobre los ataques a Mrzli fue sucinto: "heroico pero sin sentido". Los austriacos estaban tan consternados por la pérdida de la pequeña cresta a 1.186 metros que los oficiales del batallón defensor fueron sometidos a consejo de guerra. Sin embargo, Austria había sacado lo mejor de este primer enfrentamiento en el alto Isonzo.

Los italianos lo habían hecho mejor más al norte. El propio Krn, que se eleva como la aleta de un tiburón a 2.000 metros sobre Caporetto, fue capturado en un atrevido ataque antes del amanecer por el 3.er Regimiento de Alpini el 16 de junio, con las botas envueltas en sacos de paja para reducir el ruido. Fue un éxito glorioso, el primero de la guerra, presagiando otros que nunca se materializaron. Una de las tres víctimas proporcionó a los propagandistas de Italia un héroe de culto. Alberto Picco era un joven oficial de la Toscana, un chico guapo, delantero centro y primer capitán del equipo de su ciudad natal, La Spezia, donde el estadio de fútbol aún lleva su nombre. Murió en los brazos de su capitán.

En otros lugares, los italianos se mostraban fatalmente tímidos. Tomaron el caserío de Plava, a medio camino entre Gorizia y Tolmein, a finales de mayo, pero sólo lograron cruzar el río el 9 de junio. Había dos objetivos. Uno era el monte Kuk (611 metros), un par de kilómetros al sur. Frente a ellos había una colina más pequeña, que, como la mayoría de las colinas y picos sin nombre a lo largo del frente, era conocida por su altura métrica sobre el nivel del mar: la colina 383.

Kuk estaba envuelto en alambre de púas y los italianos fueron engañados por el camuflaje austriaco. Los árboles parecían llover granadas y la muerte resplandecía entre la maleza. El 37.º Regimiento de Infantería perdió la mitad de sus hombres y la mayoría de sus oficiales antes de ser devuelto al río. Los supervivientes recibieron la orden de unirse a un ataque en la colina 383, defendida por un duro regimiento dálmata, el 22 de Infantería, cuyo comandante instó a los hombres a defender su "suelo eslavo" contra el enemigo ancestral. Décadas más tarde, un veterano recordó que los austriacos parecían saber exactamente cuándo los italianos saldrían de sus posiciones el 16 de junio. Dada la calidad de la inteligencia de los Habsburgo, es muy probable que poseyeran esta información. Incluso si no lo hicieran, el ciclo de bombardeo preparatorio y ataque frontal era patéticamente predecible.

Era como el fin del mundo y uno hubiera pensado que un volcán estaba en erupción. Abajo, el Isonzo estaba hirviendo. Me preguntaba cómo un humilde soldado de infantería podría salir vivo de este infierno. Estuvimos subiendo todo el tiempo, bajo una avalancha de fuego; Estuve orando todo el tiempo. Ya había grandes agujeros en nuestra línea ...

A pesar de las terribles pérdidas, casi quinientos muertos, casi mil heridos, los italianos tomaron la colina. Los austriacos se escondieron en trincheras y túneles a lo largo de su segunda línea mientras los italianos celebraban y luego dormían. Temprano al día siguiente, el contraataque hizo retroceder a los italianos hasta la mitad del río. Entre los prisioneros tomados se encontraba un teniente, un diputado en el parlamento italiano, que habló libremente sobre el servicio médico desesperadamente malo de su ejército y el empeoramiento de la moral.

En el extremo norte del frente de Isonzo estaba la pequeña ciudad de Flitsch, con vistas a amplios prados a una docena de kilómetros río arriba desde una curva en forma de perro en el río. A principios de junio, los italianos controlaban esta curva y gran parte de la cresta que va desde aquí hasta el macizo de Krn. Sin embargo, el comandante del sector no intentó tomar la ciudad, a pesar de que las órdenes de Cadorna eran hacerlo lo más rápido posible. Porque Flitsch ocupaba una posición estratégica. Está dominado por una enorme montaña llamada Rombon, que se eleva casi 2000 metros desde el fondo del valle. Cualquiera que sea el lado que controle a Rombon tendrá un dominio absoluto sobre Flitsch y controlará el acceso al paso norte. Los austriacos necesitaban hacer invencible a Rombon; la pausa italiana les dio la oportunidad de hacerlo así.

Durante el primer mes de guerra, Italia perdió entre 11.000 y 20.000 hombres. Las pérdidas austríacas rondaron las 5.000. El ejército de Cadorna fue incapaz de realizar ofensivas exitosas contra posiciones defendidas de manera competente. No había logrado inculcar el "espíritu ofensivo" a sus oficiales superiores. Las órdenes circulares no sustituyen a la exhortación directa, en persona. Para los observadores más cercanos, dio la impresión de estar solo a medias. Lo que hizo fue iniciar una purga continua del cuerpo de oficiales que continuó durante su mandato; en octubre de 1917, Cadorna había destituido a 217 generales, 255 coroneles y 355 comandantes de batallón. Esta dureza poco caballeresca conmocionó a los oficiales de carrera, que tenían más miedo de ser "torpedeados" que de cumplir órdenes absurdas o sacrificar la vida de sus hombres sin sentido. Combinados con la intolerancia de Cadorna a todo lo que pudiera sonar a insubordinación, los despidos desanimaron a los oficiales ambiciosos de compartir sus pensamientos sobre el curso y la conducción de la guerra.

Para ser justos, su fe en la ofensiva de infantería frontal no era más tenaz que la de Joffre o Haig. Pero estaba luchando en un terreno que exponía los defectos de esta doctrina con total crueldad. La mala calidad de la organización y el equipamiento ya estaba surtiendo efecto. En junio hubo casos inquietantes de reclutas que escupieron a la bandera nacional. Muchos soldados se sintieron decepcionados por la fría respuesta de los civiles locales a sus libertadores, tan diferente de la aclamación prometida por los periódicos. En cambio, se encontraron, en su mayor parte, con ventanas cerradas y "caras duras friulanas". Algunos de los soldados empezaron a preguntarse si, después de todo, su causa era justa. Su idea heroica de la guerra se desvanecía y, en cuestiones de moral, los voluntarios eran referentes; las dudas que los asaltaron pronto se sintieron más ampliamente.

Es probable que los movimientos iniciales en cualquier esfuerzo militar sean torpes, especialmente cuando el ejército atacante carece de experiencia de campaña relevante. Los ejércitos aprenden sobre la marcha, a menudo más rápido que sus propios comandantes. Traducir información nueva en pensamiento táctico es un desafío para cualquier cuartel general de estado mayor en la guerra. Sin una comunicación fluida, difícilmente se pueden aprender lecciones. A principios de junio estaba claro que los canales de este ejército estaban gravemente obstruidos. Más allá de esto, la situación que enfrentaba Cadorna a fines de mayo era peor de lo que razonablemente había esperado. Los esfuerzos aliados para abrirse paso en Gallipoli habían fracasado, por lo que las potencias centrales no tenían que reforzar a los turcos. Los neutrales de los Balcanes, Rumania y Bulgaria, no se habían salido de la valla. Italia estaba sola.

El 10 de junio, Cadorna reconoció que las cosas no iban a planear. Le dijo a su familia que el avance enfrentaba grandes dificultades y que se avecinaba una guerra de trincheras, una perspectiva que detestaba. Salandra estaba bajo la presión de belicistas cuya euforia comenzaba a cuajar. Una nota de aspereza se coló en sus comunicaciones con Cadorna, quien advirtió que la campaña llevaría mucho tiempo y aconsejó a Salandra que informara al público de la situación real. Este consejo no fue tomado.

Mientras tanto, a medida que los enfrentamientos se apagaban en la segunda semana de junio, el ejército de Cadorna se dedicó a cortar trincheras y emplazamientos de armas en la piedra caliza, esculpiendo caminos de mulas en zigzag por las montañas y cubriendo el valle con cables telefónicos y teleféricos suspendidos de forma triangular. puntales de madera que aún se pueden encontrar en los bosques que ahora cubren las laderas más bajas. Se reforzaron los pontones sobre el Isonzo, barridos por las lluvias tardías de primavera, y se reconstruyeron. Se construyeron barracones en la parte trasera. Cadorna se hizo cargo del palacio arzobispal de Udine, al que llamó "Comando Supremo" en lugar del tradicional "Cuartel General". Los comandantes del Segundo y Tercer Ejércitos instalaron su cuartel general más cerca de sus sectores. El 21 de junio, Cadorna estaba listo para comenzar la guerra en serio. Con más de un millón de hombres en las llanuras de Véneto y Friuli, la mayor fuerza jamás reunida en Italia, emitió órdenes para un avance general hacia Trieste y Gorizia. La primera batalla del Isonzo estaba a punto de comenzar, pero el ejército austrohúngaro estaba mejor preparado de lo que nadie había creído posible en mayo.

lunes, 26 de agosto de 2019

PGM: La batalla de Asiago y el Piave

Batalla de la meseta de Asiago y el río Piave, julio de 1918

Weapons and Warfare





La promesa del emperador austro-húngaro Karl de una ofensiva de dos frentes se desató ante las advertencias que el mariscal de campo Boroević (su nuevo rango) había enviado al alto mando desde finales de marzo. Karl y su jefe de personal esperaban que Roma negociara y aumentara su botín cuando Alemania ganara la guerra. Boroević no creía que los Poderes Centrales pudieran ganar. En lugar de desperdiciar su fuerza en ofensivas innecesarias, Austria debería conservarla para hacer frente a la agitación que la paz desataría en el imperio.

Pero Karl y el alto mando se mostraron inflexibles: debe haber una ofensiva. Boroević preparó un plan para atacar a través del río Piave, hacia Venecia y Padua. Una vez más, Conrad abogó por un ataque desde la meseta de Asiago: si tiene éxito, esto haría que la línea Piave fuera indefendible y obligaría a otra retirada italiana. Instó al Emperador a atacar en ambos sectores, y Karl cedió. Los preparativos comenzaron el 1 de abril con miras a atacar el 11 de junio.

Boroević había visto a Cadorna cometer este mismo error una y otra vez, atacando en un frente demasiado amplio. Habló de nuevo: si tenían que atacar en ambos sectores, el alto mando debería enviar refuerzos. A mediados de mayo, repitió su advertencia de que era irresponsable atacar sin suficientes proyectiles y con tropas mal equipadas y hambrientas. A modo de respuesta, el alto mando le dijo a Boroević que confirmara que estaría listo para el 11 de junio. No antes del 25, respondió. La fecha se fijó para el 15 de junio.

Sobre el papel, el ejército austriaco parecía lo suficientemente fuerte. Con Rusia fuera de la guerra, la mayoría de las 53 divisiones con otras diez en reserva podrían mantenerse en Italia, que ahora era el principal frente del imperio. Sin embargo, las divisiones de infantería bajaron de 12,000 a 8,000 o incluso 5,000 hombres. Los nuevos batallones estaban a media fuerza. Unos 200.000 soldados húngaros habían desertado en los primeros tres meses de 1918. En la primavera, Karl aprobó la convocatoria de la clase de 1900; la nueva ingesta serían niños de 17 años, más hombres mayores que regresan después de la convalecencia. Las divisiones de caballería estaban aún más agotadas. Los ferrocarriles estaban en mal estado por el uso excesivo, y los vehículos de motor carecían de combustible.

La capacidad industrial del imperio nunca había sido fuerte; para 1917, la producción estaba disminuyendo bajo el doble impacto de las bajas en el campo de batalla y el bloqueo Aliado. En 1918, el declive se convirtió en una depresión. La producción de armas y proyectiles de artillería se redujo a la mitad en la primera mitad del año, en comparación con 1917. La producción de rifles se redujo en un 80% en el mismo período. Los uniformes estaban rotos, no había ropa interior nueva, y las botas gastadas no podían ser reemplazadas. La escasez de alimentos ayudó a desencadenar una huelga general en enero. Los paros se extendieron hasta que 700,000 trabajadores lloraron por la paz, la justicia y el pan. Los socialistas radicales explotaron las dificultades causadas por el hambre, los impuestos de guerra y la inflación. ("En Rusia, la tierra, las fábricas y las minas están siendo entregadas a la gente"). Sin embargo, los socialdemócratas más importantes decidieron no apoyar los llamamientos a la revolución; En cambio, negociaron con el gobierno. Aun así, el ejército tuvo que enviar fuerzas desde el frente para garantizar el orden. Febrero trajo el primer motín significativo, por tripulaciones navales en Montenegro. La escasez de alimentos y los privilegios de los oficiales fueron el desencadenante, y los disturbios se extendieron por la costa adriática. Las esperanzas de que la cooperación con la nueva Ucrania independiente desbloquee las grandes importaciones de grano no sirvieron para nada. Abril trajo disturbios por la comida en Laibach y "concentraciones masivas en las que se juraron la unidad y la independencia". Por ahora, siete divisiones se desplegaron en el interior del imperio.

El ejército no fue amortiguado contra la escasez. Para 1918, solo obtenía la mitad de la harina que necesitaba. Las raciones diarias de las tropas de primera línea en Italia se redujeron en enero a 300 gramos de pan y 200 gramos de carne. Incluso estas estadísticas solo cuentan la mitad de la historia. Un suboficial checo, Jan Triska, del XIII Regimiento de Artillería, registró las condiciones reales. Las raciones se habían agotado durante la ofensiva del Caporetto, y las cosas habían empeorado mucho desde entonces. Se ordenó al ejército que se aprovisionara del territorio ocupado. Esto solo fue posible por un mes o dos; en febrero, Boroević le dijo al Alto Mando del Ejército que la situación era crítica: los hombres habían estado hambrientos durante cuatro semanas, y "no se conmovieron más por las frases incesantes y vacías de que el interior está muriendo de hambre o que debemos resistir". Deben ser alimentados adecuadamente si fueran a pelear.

A finales de abril, los hombres se morían de hambre. El pan y la polenta eran muy escasos y, a menudo, se mezclaban con aserrín o incluso con arena. La carne prácticamente desapareció. Los soldados robaron los cortes primarios de los caballos muertos por el fuego enemigo, y salieron órdenes para que los cadáveres fueran entregados directamente al matadero. Los caballos de la batería de Triska estaban muriendo; Solo seis de los 36 estaban sanos. Incluso el café hecho de achicoria escaseaba. "La sal era solo un recuerdo". A los hombres a menudo se les daba dinero en lugar de comida, pero no había nada en qué gastarlos. Los hombres se debilitaron tanto en mayo que solo podían caminar con dificultad. Triska se arriesgó al castigo intercambiando su revólver de servicio y municiones por carne de caballo. Recolectó tallos de hierba para hervir y comer, y recolectó moras cuando se podían encontrar. Tal fue la condición de los hombres que fueron enviados contra los italianos en junio.

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Con 23 divisiones de tamaño inferior en la meseta de Asiago, otras 15 en la línea de Piave y 22 más en reserva, la fuerza de los Habsburgo apenas superó a los italianos, que tenían una clara ventaja en el poder de fuego y en el aire. La ofensiva comenzaría en el Piave, donde las divisiones de Boroević atacarían a través del río. Las divisiones de Conrad iban a seguir golpeando desde el norte.

Al dirigirse a sus oficiales, Boroević criticó abiertamente la escasez de hombres y suministros. Debido a la terquedad de Conrad, él implicaba, la línea Piave estaba por debajo de diez divisiones. Después de esta rara indiscreción, el mariscal de campo cumplió con su deber y ordenó a los comandantes de su batallón que atacaran como un huracán y no se detuvieran hasta llegar al río Adige. "Por esto, caballeros, bien podría ser la última batalla. El destino de nuestra monarquía y la supervivencia del imperio dependen de su victoria y del sacrificio de sus hombres. Se ha afirmado que, a pesar de todo, la moral de los Habsburgo se disparó en junio. Ciertamente, hay informes de soldados que marchan a la línea con los mapas de Treviso en sus bolsillos, alegremente preguntando a los transeúntes qué tan lejos estaba de Roma. Habrían tomado el corazón de la orden de saquear las líneas aliadas (no hay escasez allí). Otro testimonio vino de Pero Blašković, al mando de un batallón bosnio en el Piave. Según Blašković, un leal de Habsburgo hasta el final, todos, sin excepción, esperaban que la ofensiva se aplazara, ya que todos eran conscientes de la búsqueda silenciosa de Karl de una paz separada. Fue esto, más que el hambre o la falta de municiones, dice Blašković, lo que hizo que los hombres se olvidaran de la victoria, haciéndoles reflejar que la derrota costaría menos vidas y permitiría que más de ellos volvieran a casa seguros al final.

El bombardeo comenzó a las 03:00 del 15 de junio. Al igual que en Caporetto, los austriacos intentaron incapacitar a las baterías enemigas con un ataque puntual, incluyendo proyectiles de gas. Sin embargo, su precisión era pobre, debido al control aliado de los cielos; muchos de los proyectiles pudieron haber caducado, y los italianos habían recibido máscaras antigás británicas. Demasiadas armas austriacas fueron desplegadas en el Trentino, un sector secundario; algunas baterías pesadas no tenían ninguna concha; y no hubo ningún elemento de sorpresa, ya que el ejército de Díaz tenía agentes en el territorio ocupado y los desertores eran habladores. Los artilleros austriacos solo tenían la ventaja en la meseta de Asiago, donde una espesa niebla cubría los preparativos.

A las 05:10, los cañones alargaron su fuego para atacar las líneas y las reservas de Italia. Los pontones fueron arrastrados desde detrás de las islas de grava cerca de la costa este del río. Las baterías enemigas seguían en silencio; ¿Tal vez los proyectiles de gas los habían derribado? No hay tal suerte; Las armas italianas se abrieron, golpeando las posiciones de salida austriacas. La orilla del río italiano todavía estaba envuelta en humos de gas cuando los equipos de asalto saltaron a tierra, tomando rápidamente las posiciones delanteras italianas en medio de la charla de ametralladoras.

La mañana fue bien; Los austriacos movieron a 100,000 hombres a través del río bajo una fuerte lluvia. Al ver a la infantería caer sobre los pontones, Jan Triska y sus artilleros se preguntaban si esta vez llegarían a Venecia. La ampliación de las cabezas de puente resultó más difícil. Se avanzó en el Montello, donde las cuatro divisiones avanzaron varios kilómetros, y alrededor de San Donà, cerca del mar. En otros lugares, los atacantes fueron atrapados cerca del río. Más al norte, las divisiones de Conrad atacaron desde Asiago hacia el Monte Grappa. No se pudieron mantener ganancias iniciales leves; los italianos habían aprendido a usar la "defensa elástica", absorbiendo los ataques del enemigo en un profundo sistema de trincheras, y luego contraatacando. Al final del día, Blašković se dio cuenta de que "nuestra casa de papel había sido destruida". El Emperador le envió a Boroević un telegrama desesperado: "¡Mantengan sus posiciones, les imploro en nombre de la monarquía!" La respuesta fue breve: "Haremos lo mejor que podamos".

El progreso en el segundo día no fue más fácil. Conrad estaba en retirada; Sus baterías, más de un tercio de todas las armas de Habsburgo en Italia, estaban fuera de combate. Boroević ordenó a sus comandantes que se agacharan mientras las fuerzas eran transferidas desde el norte. Mientras tanto, el Piave se levantó de nuevo, lavando muchos de los pontones. Suministrar las cabezas de puente a través del torrente se volvió aún más peligroso. Los austriacos estaban demasiado cerca del agotamiento y sus suministros demasiado inciertos para que una batalla sostenida corra a su favor. En la primera tarde, el comandante Blašković se dio cuenta de que la artillería austriaca, que colocaba una andanada rodante para las tropas de asalto, ya estaba cuidando de sus proyectiles. Si las unidades italianas poco utilizadas más al norte se redistribuyeran alrededor de Montello, el ganso de Habsburgo pronto se cocinaría. En lo alto, los aviones Caproni ahuyentaron a los aviones de los Habsburgo y los Sopwith British Camels probaron su valía, bombardeando a lo largo del río. ("También en la aviación, la moral es muy importante", comentó Blašković con tristeza, "pero la tecnología lo es aún más"). Los pontones y columnas de hombres en la orilla del río, esperando para cruzar, ofrecían objetivos fáciles. Mientras los austriacos se quedaron sin proyectiles, la artillería aliada y el bombardeo aéreo fueron implacables. El destino de la batería de Jan Triska en el Piave fue indicativo: durante la semana de batalla, perdió 58 hombres, la mitad de su fuerza.
Las divisiones de Conrad estaban demasiado presionadas para transferir a los hombres al Piave. De hecho, sucedió lo contrario: los italianos transfirieron fuerzas de las montañas al río. Cuando estos refuerzos llegaron, el 19 de junio, los italianos contraatacaron a lo largo del Piave. No pudieron romper las cabezas de puente, pero la posición austriaca era insostenible. Los pontones que habían sobrevivido al bombardeo fueron dañados por agua alta y escombros. El regimiento de Blašković (la 3ª infantería de Bosnia y Herzegovina) se quedó sin proyectiles y balas; los hombres lucharon con bayonetas y granadas de mano hasta que un regimiento húngaro logró sacar unas cuantas cajas de municiones del río.

Boroević le dijo al Emperador que si se podía asegurar el Montello, debería ser el trampolín para una nueva ofensiva. Asegurarlo necesitaría al menos tres divisiones más, incluida la artillería. Si el alto mando no tenía la intención de renovar la ofensiva del Montello, no tenía sentido retener las cabezas de puente; Deben ser abandonados y todos los esfuerzos dedicados a fortalecer las defensas al este del río. Mientras Karl se preguntaba qué hacer, el alto mando alemán intervino y ordenó el cese de las hostilidades para que los austriacos pudieran enviar sus seis divisiones más fuertes al Frente Occidental. Para Ludendorff, las ofensivas de primavera se estaban agotando y 250,000 tropas estadounidenses llegaban cada mes. Karl consultó a sus comandantes en el campo, quienes se hicieron eco de la cruda elección de Boroević: reforzar o retirarse. Luego consultó a su jefe del estado mayor, el general Arz von Straussenberg. Una nueva ofensiva en unas pocas semanas fue, estuvieron de acuerdo, no una perspectiva realista. Sus reservas estaban casi agotadas; incluso si se pudieran transferir suficientes divisiones al Piave desde otra parte, y ninguna podría salvarse de Ucrania o los Balcanes, los italianos los igualarían. No sería posible recuperar el entusiasmo del 15 de junio sin una recuperación prolongada.

A finales del día 20, Karl ordenó que se abandonara la orilla derecha del Piave. El general Goiginger, al mando de los cuerpos que se habían desempeñado tan bien en el Montello, se negó a obedecer. Habían tomado 12.000 prisioneros y 84 cañones; ¿Cómo podrían retirarse? Con el tiempo se sometió, y comenzó la retirada. Ambos bandos estaban agotados, y la maniobra se completó sin mucha lucha. Los bosnios y húngaros en el Montello regresaron al río. Los últimos austriacos cruzaron el 23 de junio, terminando la batalla del solsticio. Los italianos habían perdido alrededor de 10,000 muertos, 35,000 heridos y más de 40,000 prisioneros, contra 118,000 Habsburg muertos, heridos, enfermos, capturados y desaparecidos. A principios de julio, las unidades del Tercer Ejército culminaron el logro al apoderarse del delta pantanosa en la boca del Piave que los austriacos habían mantenido desde Caporetto.

La alegría fue generalizada y espontánea. Para muchos soldados, la Batalla del Solsticio limpió la mancha de Caporetto, y el nombre de Piave siempre ha evocado un brillo de cumplimiento, tan suave como el sonido de su expresión, sin ser tocado por los horrores del frente de Isonzo o la controversia. Eso ensombreció la victoria de Italia en noviembre. Ferruccio Parri, un veterano muy condecorado que se convirtió en un destacado antifascista, dijo al final de su larga vida que la Batalla del Solsticio era "la única batalla nacional apropiada de la que nuestro país puede estar realmente orgulloso".

Para los aliados, dos cosas estaban claras: los italianos volvían a ser una fuerza de combate, y el ejército austrohúngaro seguía siendo peligroso: su moral no se había derrumbado y los soldados seguían siendo leales. La vista dentro del ejército de Boroević era diferente; A sus ojos, el sistema civil los había decepcionado. Aún eran mejores soldados que los italianos, pero ¿qué podían hacer sin comida o municiones? El espectáculo de sus propios hombres después de la batalla llenó al genial Blašković de desesperación: cansado, abatido y hambriento, con sus uniformes andrajosos incrustados con arcilla seca rojiza. Solo con sus armas les parecían soldados, porque de lo contrario se veían como mendigos vagando de un pilar a otro. La melancolía se asentó sobre las líneas austríacas.