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jueves, 22 de agosto de 2024

Guerras napoleónicas: El escape de Ney (2/2)

El escape de Ney (2/2)

Weapons and Warfare



 

 
En la noche del 25 de noviembre, Napoleón le ordenó construir dos puentes de 300 pies a través del Berezina para conectar con la calzada a través de las extensas marismas del otro lado.

Oudinot se embarcó en un brillante engaño: envió rezagados a otros vados río abajo para dar la ilusión de que los franceses intentarían cruzar allí. Afortunadamente, el general Eble se había negado a cumplir la orden de Napoleón de destruir todo el equipo pesado y había salvado seis vagones de equipo puente. En la noche del 25 de noviembre, Napoleón le ordenó construir dos puentes de 300 pies a través del Berezina para conectar con la calzada a través de las extensas marismas del otro lado.

Fue una operación tremendamente arriesgada y ardua, posible sólo porque el grueso de las fuerzas rusas había abandonado Cisjordania para enfrentarse a lo que creían que sería el principal lugar de cruce más al sur. Los puentes se erigieron a unos 200 metros de distancia, sostenidos por veintitrés caballetes. Estaban conectados por zapadores que hacían turnos de quince minutos durante la gélida noche en las gélidas aguas, que era todo lo que podían sostener; muchos fueron arrastrados y ahogados o murieron por exposición. Sólo sobrevivieron cuarenta de los 400 'pontonniers' que construyeron el puente. El sargento Bourgogne describió la escena: «Vimos a los valientes pontoneros trabajando duro en los puentes para que pudiéramos cruzar. Habían trabajado toda la noche, de pie hasta los hombros en aguas heladas, alentados por su general. Estos valientes hombres sacrificaron sus vidas para salvar al ejército. Uno de mis amigos me dijo que había visto al propio Emperador entregándoles vino.

A pesar de estos valientes esfuerzos, Napoleón creía que el fin era inminente. Con la artillería rusa al otro lado del río, sólo se necesitarían unos pocos disparos de artillería afortunados para destruir los puentes: la calzada que cruzaba las marismas era igualmente vulnerable. De todos modos, los grandes ejércitos rusos se estaban acercando por todos lados: el este, el norte y el sur. Kutuzov al este tenía 80.000 hombres, Wittgenstein al norte 30.000 y al otro lado del río Tchaplitz tenía 35.000. Al sur, Chichagov tenía 27.000. Incluso reforzados por Oudinot y Víctor, los franceses sólo tenían 40.000 y 40.000 rezagados. Sin embargo, Kutuzov todavía estaba a unos treinta kilómetros de distancia, involucrado en la búsqueda de la pequeña fuerza de Ney, mientras Wittgenstein y Chichagov dudaban, este último desviado por los informes de que los franceses cruzarían hacia el sur. Sorprendentemente, el 26 de noviembre, la división de Tchaplitz se retiró hacia el sur, haciendo posible cruzar el río.

Napoleón aprovechó su oportunidad. Utilizando balsas, hizo transportar a 400 hombres a través del río para tomar la orilla opuesta como cabeza de puente y limpiarla de los pocos cosacos que quedaban. A las 13.00 horas se terminó el puente de infantería y a las 16.00 horas se terminó el puente de artillería y carretas. Al día siguiente, Napoleón cruzó con la Guardia. A los rezagados se les dijo que cruzaran por la noche, pero muchos prefirieron refugiarse en el pueblo de Studzianka, en la orilla este. Resultó ser un error fatal. Esa misma noche, una división francesa cayó en medio de una tormenta de nieve hacia las líneas rusas y 4.000 hombres murieron o fueron capturados.

En la noche del 28, los tres ejércitos rusos se habían concentrado con fuerza en la orilla este, lanzando una feroz andanada de artillería contra la retaguardia francesa comandada por Víctor, Ney y Oudinot. Ney, intrépido como siempre, encabezó una carga e infligió unas 2.000 bajas a los rusos. Pero eran demasiados incluso para él: un total de 60.000 hombres ya, apoyados por el ejército de 80.000 efectivos de Kutuzov, en comparación con los 18.000 soldados franceses restantes y los 40.000 rezagados y civiles.



Mientras se llevaba a cabo esta desesperada acción de retaguardia, se desató un caos en los puentes: el puente de artillería se rompió y los que iban delante fueron empujados al río helado, mientras que los que estaban detrás luchaban por retroceder contra la presión de los refugiados y llegar al otro puente. Muchos de los civiles bajaron por la orilla del río e intentaron cruzar nadando, agarrándose a los costados de los pontones antes de ser arrastrados. Ségur escribió:

Había también, a la salida del puente, al otro lado, un pantano en el que se habían hundido muchos caballos y carruajes, circunstancia que nuevamente enfureció y ralentizó el despeje. Entonces fue que en aquella columna de forajidos, apiñados sobre aquel único tablón de seguridad, surgió una lucha perversa, en la que los más débiles y en peor situación fueron arrojados al río por los más fuertes. Estos últimos, sin volver la cabeza y huyendo apresuradamente por instinto de conservación, avanzaban furiosos hacia la meta, sin tener en cuenta los gritos de rabia y desesperación de sus compañeros o de sus oficiales, a quienes así habían sacrificado. . . Sobre el primer pasaje, mientras el joven Lauriston se arrojaba al río para ejecutar más rápidamente las órdenes de su soberano, un pequeño barco en el que viajaban una madre y sus dos hijos se volcó y se hundió bajo el hielo. Un artillero, que luchaba como los demás en el puente por abrirse un paso, vio el accidente. De repente, olvidándose de sí mismo, se arrojó al río y, con un gran esfuerzo, logró salvar a una de las tres víctimas: era el menor de los dos niños. El pobrecito seguía llamando a su madre con gritos de desesperación y se oyó al valiente artillero decirle que no llorara, que no lo había salvado del agua sólo para abandonarlo en la orilla; que no le faltaría nada; que él sería su padre y su familia.

A las ocho y media de la mañana los franceses prendieron fuego al puente para impedir el paso a los rusos:

El desastre había llegado a sus límites máximos. Una multitud de carruajes y cañones, varios miles de hombres, mujeres y niños, fueron abandonados en la orilla enemiga. Fueron vistos deambulando en grupos desolados por la orilla del río. Algunos se arrojaron a él para cruzarlo nadando; otros se aventuraban sobre los trozos de hielo que flotaban; Hubo también algunos que se arrojaron de cabeza a las llamas del puente en llamas, que se hundió bajo ellos: quemados y congelados al mismo tiempo, perecieron bajo dos castigos opuestos. Poco después, se vieron cadáveres de todo tipo amontonados contra los caballetes del puente. El resto esperaba a los rusos.


Unos 20.000 soldados franceses habían muerto junto con unos 35.000 civiles. También murieron unos 10.000 rusos.

En lo que había sido una de las escenas más terribles de la historia, el ejército francés escapó de una destrucción aparentemente completa y sobrevivió con aproximadamente la mitad de sus fuerzas anteriores. El orgullo francés había sido salvado por aquellos heroicos constructores de puentes, nueve décimas partes de los cuales habían perecido, del mismo modo que los capitanes de pequeñas embarcaciones rescatarían el orgullo británico en Dunkerque más de un siglo después.

Oudinot, uno de los héroes de la batalla, que había resultado herido, fue evacuado a una aldea en Plechenitzi; allí, él y su pequeña fuerza fueron sorprendidos por unos 500 cosacos: el mariscal, con la herida curada, salió corriendo de la casa blandiendo dos pistolas para unirse al general italiano Pino. Con siete u ocho hombres lucharon contra sus atacantes rusos, incluidos disparos de cañón, antes de ser rescatados.

La marcha de la semana siguiente por la parte trasera de la Grande Armée se vio facilitada por muchos menos ataques rusos: Kutuzov pareció retroceder en el lado oriental de la Berezina, prefiriendo no perseguir. Pero el frío volvió ahora con toda su ferocidad. Miles más murieron de frío, cayendo en la nieve o simplemente sin levantarse por la mañana. El 2 de diciembre, cuando Napoleón entró cojeando en Moldechno, sólo quedaban 13.000 hombres, aproximadamente una decimotercera parte del ejército original.


martes, 20 de agosto de 2024

Guerras napoleónicas: El escape de Ney (1/2)

El escape de Ney (1/2)

Weapons and Warfare



 
Mariscal Ney apoyando a la retaguardia durante la retirada de Moscú” 1856 por el artista Aldolphe Yvon .

retirada-ney-como-retaguardia

Michel Ney era un hombre de apariencia llamativa, cabello rojo intenso, poseedor de absoluta valentía, aunque de inteligencia limitada. Obedeció la orden de Napoleón casi demasiado tiempo, permaneciendo en Smolensk con su retaguardia de 6.000 hombres y doce cañones para retrasar el avance ruso y proteger a la principal fuerza francesa con su ciudad en movimiento de rezagados. Se encontró aislado por el ejército principal de Kutuzov, de 80.000 hombres.

Los rusos enviaron un oficial para negociar la aparentemente inevitable rendición, pero incluso cuando esto sucedía, las indisciplinadas tropas rusas abrieron fuego contra los franceses. Ney declaró furioso al oficial: 'Un mariscal nunca se rinde. No se puede parlamentar bajo fuego. Eres mi prisionero.' Ney ordenó a su vanguardia atacar por un barranco y subir por el otro lado contra las decenas de miles de rusos atónitos: y fue rechazado.

Ney se hizo cargo él mismo y dirigió personalmente a tres mil hombres en un asalto frontal. Esta vez alcanzaron la línea del frente rusa, pero fueron bloqueados por una segunda fila concentrada de tropas rusas y obligados a retroceder a través del barranco, que los rusos no se atrevieron a cruzar para atacarlos. Los hombres que le quedaban ahora se enfrentaron al ejército ruso a lo largo del camino, que de manera similar se abstuvo de atacar, creyendo que los franceses eran más fuertes que ellos. En cambio, se abrió un enorme bombardeo de artillería sobre la posición francesa, al que los seis cañones restantes de Ney respondieron valientemente, aunque débilmente.

Para consternación de sus hombres, Ney ordenó regresar a Smolensk: lo último que querían era retirarse más hacia Rusia. En el camino, Ney vio un barranco con un arroyo en el fondo: llegó a la conclusión de que debía conducir al Dniéper y decidió seguirlo, con la ayuda de un guía campesino, pensando que sus hombres estarían a salvo si podían cruzar el gran río. Ségur describió la siguiente historia heroica y espantosa:

Por fin, como a las ocho, después de pasar por un pueblo, el barranco terminó y el campesino, que caminaba primero, se detuvo y señaló el río. Imaginaron que esto debía haber sido entre Syrokorenia y Gusinoë. Ney y los que estaban inmediatamente detrás de él corrieron hacia él. Encontraron el río lo suficientemente helado para soportar su peso; Al verse obstaculizado el curso del hielo que llevaba por un repentino giro de sus orillas, el invierno lo había congelado completamente en ese lugar: tanto arriba como abajo, su superficie seguía moviéndose.

Esta observación bastó para que su primera sensación de alegría diera paso a la inquietud. Este río hostil sólo podría ofrecer una apariencia engañosa. Un oficial se comprometió por el resto: pasó al otro lado con gran dificultad, regresó y informó que los hombres y tal vez algunos de los caballos podrían pasar; pero que el resto debe ser abandonado; y no había tiempo que perder, ya que el hielo empezaba a ceder a causa del deshielo.



Pero en esta marcha nocturna y silenciosa a través de los campos, de una columna compuesta de hombres y mujeres debilitados y heridos con sus hijos, no habían podido mantenerse lo suficientemente cerca como para impedir que se separaran en la oscuridad. Ney se dio cuenta de que sólo una parte de su gente había subido. Sin embargo, podría haber superado el obstáculo, asegurando así su propia seguridad, y haber esperado al otro lado. La idea nunca pasó por su mente. Alguien se lo propuso pero él lo rechazó al instante. Dedicó tres horas a la concentración, y sin dejarse perturbar por la impaciencia ni por el peligro de esperar tanto, se envolvió en su manto y pasó el tiempo en un sueño profundo a la orilla del río.

Por fin, alrededor de medianoche, comenzó la travesía. Pero los primeros que se aventuraron sobre el hielo gritaron que se estaba doblando bajo sus pies; que se estaba hundiendo; que estaban sumergidos en el agua hasta las rodillas: inmediatamente después se oyó que aquel frágil soporte se partía con espantosos crujidos, como al romperse una escarcha. Todos se detuvieron alarmados.

Ney les ordenó pasar uno a la vez. Avanzaban con cautela, sin saber en la oscuridad si ponía los pies en el hielo o en un abismo: pues había lugares donde se veían obligados a salvar grandes grietas y saltar de un trozo de hielo a otro, a riesgo de estrellarse. cayendo entre ellos y desapareciendo para siempre. Los primeros vacilaron pero los que iban detrás seguían llamándoles para que se dieran prisa.

Cuando por fin, después de varios de estos espantosos pánicos, llegaron a la orilla opuesta y se creyeron salvados, una pendiente vertical, enteramente cubierta de escarcha, se opuso nuevamente a su desembarco. Muchos fueron arrojados hacia atrás sobre el hielo, que rompieron en su caída o que los lastimó. Según su relato, este río ruso sólo parecía haber contribuido con pesar a su fuga.

Pero lo que pareció afectarles con mayor horror fue la distracción de las hembras y los enfermos, cuando se hizo necesario abandonar, junto con todo el equipaje, los restos de su fortuna, sus provisiones y, en definitiva, todos sus recursos. contra el presente y el futuro. Los vieron desnudándose, seleccionando, desechando, retomando y cayendo con cansancio y pena sobre la orilla helada del río. Parecían estremecerse de nuevo al recordar el horrible espectáculo de tantos hombres esparcidos sobre aquel abismo, el continuo ruido de las personas que caían, los gritos de los que se hundían y, sobre todo, los lamentos y la desesperación de los heridos que, de sus carros, extendieron sus manos a sus compañeros y rogaron que no los dejaran atrás.

Su líder decidió entonces intentar el paso de varios carros cargados con estas pobres criaturas; pero en medio del río el hielo se hundió y se separó. Entonces se oyeron, procedentes del abismo, gritos de angustia largos y penetrantes; Luego, débiles gemidos ahogados y, finalmente, un silencio espantoso. ¡Todos habían desaparecido!

Sólo 3.000 soldados y unos 3.000 rezagados lograron cruzar: otros tantos se habían perdido en la marcha y en el cruce.

Los supervivientes marcharon en tropel durante la noche hasta un pueblo llamado Gusinoë que, sorprendentemente, estaba bien abastecido y cuyas casas de madera proporcionaban un respiro que necesitaban desesperadamente. Pero mientras descansaban, una fuerza de unos 6.000 cosacos al mando del general Platov apareció desde el bosque, amenazándolos. Ney ordenó a sus hombres que salieran de sus refugios y colocó despiadadamente a los rezagados entre sus soldados y el enemigo, que ahora se abrió con artillería ligera.

Durante dos días, las dos fuerzas marcharon en paralelo a lo largo de las orillas del Dnieper, mientras los 1.500 franceses restantes eran seguidos por los 6.000 cosacos. De repente, una ráfaga de mosquetería y artillería se abrió contra los franceses desde un bosque; pero Ney ordenó a sus hombres cargar directamente contra el fuego y los cosacos se retiraron. Los franceses cruzaron otro río más pequeño en fila india bajo el fuego cosaco, pero Ney volvió a atacar al enemigo. Se trasladaron más al sur al día siguiente. De Beauharnais salió por fin de Orsha para darles una escolta segura durante los últimos kilómetros. Napoleón saltó de alegría cuando escuchó que Ney había sido salvado. Entonces he salvado mis ojos. Antes hubiera dado 300 millones de mi tesoro antes que perder a un hombre así.'

A pesar de estas buenas noticias y de que los franceses obtuvieron el resto en Orsha, ahora se estaba tendiendo una trampa mortal. El almirante Chichagov, que había tomado Minsk, estaba ahora decidido a aniquilar finalmente a los franceses: tenía la intención de apoderarse y destruir el único puente que cruzaba el Berezina en Borisov antes que las fuerzas francesas. Los franceses ya habían quemado los puentes que cruzaban el Dnieper detrás de ellos. La vanguardia de Napoleón desde Minsk había viajado a Borisov en un intento de asegurar el puente, encontrándose con otras tropas francesas, polacas y alemanas.

El 21 de noviembre de 1812 estas fuerzas se enfrentaron a un abrumador ejército ruso. Aunque lucharon furiosamente, finalmente se vieron obligados a retirarse hacia los restos de la Grande Armée en Orsha. Desde allí Napoleón había partido a través de una nieve cegadora que había convertido los caminos en un atolladero. Cuando Napoleón se enteró de la captura de Borisov, exclamó en voz alta, mirando hacia arriba: "¿Está escrito arriba que ahora no cometería más que faltas?" Ordenó que el resto de la caballería avanzara sobre los pocos caballos que no habían sido devorados ni muertos, en un "escuadrón sagrado" que actuaría como guardaespaldas personal. Parece claro que creía que el fin estaba cerca, tanto para su ejército como para él mismo, y tenía intención de morir luchando.

Oudinot, sin el conocimiento de Napoleón, salió con un grupo de búsqueda de alimento y sorprendió a los rusos en Borisov, obligándolos a cruzar el puente que cruzaba el Berezina; pero Oudinot no pudo evitar que la ciudad fuera incendiada. Los franceses quedaron atrapados. Entonces surgió un rayo de esperanza: se había descubierto un vado a través del enorme río, que normalmente en esta época del año estaba helado pero que ahora era una gran corriente que llevaba enormes bloques de hielo. Esto fue en Studzianka, donde el río tenía sólo seis pies de profundidad; el vado tenía unos 100 metros de ancho.

Tanto los hombres de Oudinot como el mariscal Víctor, que había sido rechazado por el general ruso Wittgenstein en el norte, llegaron para reforzar a Napoleón: estas tropas relativamente frescas quedaron consternadas al presenciar el lamentable estado de la Grande Armée de Napoleón. Ségur escribió:

Cuando en lugar de aquella gran columna que había conquistado Moscú, sus soldados vieron detrás de Napoleón sólo un séquito de espectros cubiertos de harapos, pellizas femeninas, trozos de alfombra o mantos sucios, medio quemados y acribillados por el fuego, y sin nada en sus pies más que harapos. de todo tipo, su consternación fue extrema. Parecían aterrorizados al ver a aquellos desventurados soldados, mientras desfilaban ante ellos con cadáveres flacos, rostros negros de tierra y horribles barbas erizadas, desarmados, desvergonzados, marchando confusamente con la cabeza inclinada, los ojos fijos en el suelo y silenciosos, como una tropa de cautivos. Pero lo que más les asombró fue ver el número de coroneles y generales dispersos y aislados, que parecían sólo ocupados en sí mismos, sin pensar más que en salvar los restos de sus bienes o de sus personas. Marchaban desordenados con los soldados, que no los notaban, a quienes ya no tenían órdenes que dar, y de quienes no tenían nada que esperar: todos los vínculos entre ellos estaban rotos y toda distinción de rangos borrada por la miseria común. .

Napoleón agradeció ser reforzado por los dos pequeños ejércitos que lo flanqueaban: el suyo se había reducido de 100.000 a 7.000 hombres, quizás una de las tasas de desgaste más terribles de la historia, sin sufrir una sola derrota. Víctor tenía 15.000 hombres y Oudinot 5.000. Pero todavía había 40.000 rezagados, refugiados, mujeres, niños y heridos detrás.

jueves, 4 de julio de 2024

Biografía: Eustoquio Frías, el granadero de San Martín que llegó a general

El granadero Eustoquio Frías que llegó a general







EL 20 DE SEPTIEMBRE DE 1801, EN CACHI, SALTA, NACE EUSTOQUIO FRÍAS, GRANADERO DE SAN MARTÍN, QUIEN LLEGARÍA AL GRADO DE TENIENTE GENERAL DEL EJÉRCITO ARGENTINO, Y FUE EL ÚLTIMO GRANADERO QUE VIO BUENOS AIRES: "...LA PATRIA ERA POBRE Y YO TAMBIÉN."

Eustoquio Frías fue el último de los jefes del Ejército de los Andes que vio Buenos Aires. Un día le preguntó el presidente de la Nación Argentina, Caros Pellegrini, si aún conservaba alguna de sus espadas usadas en las campañas Libertadoras, y Frías le contestó con voz pausada: "No, aunque he cuidado mucho mis armas, porque la Patria era pobre y yo también. El sable que me regaló Necochea en Mendoza, lo rompí en Junín. Ya estaba algo sentido...."
Nacido el 20 de septiembre de 1801 en Cachi, Salta, Virreinato Español del Río de la Plata, era hijo del comandante Pedro José Frías Castellanos, que perdió una pierna en la batalla de Tucumán, y de la patriota María Loreto Sánchez Peón y Ávila, junto con Juana Moro una de las líderes de la organización de espionaje constituida por las salteñas. En esa batalla, por orden del mismo general Manuel Belgrano, el niño se dedicó a alcanzar agua a los soldados de la artillería patriota.



Tuvo contacto por primera vez con el Regimiento de Granaderos a Caballo en 1814, época en que el entonces coronel José de San Martín era Jefe del Ejército del Norte, y juró que algún día iba a pertenecer a mismo. Cuando su familia se mudó a San Juan, antes de cumplir los 15 años se incorporó como cadete a los Ganaderos, en marzo de 1816, gracias al padrinazgo del comandante Mariano Necochea, que había conocido a su padre durante las campañas del Alto Perú, aunque no participó en el Cruce de los Andes ni en la campaña de Chile.
No obstante en 1818 fue trasladado a Chile con el último Batallón de Granaderos y participó de la campaña de Chillán, o segunda del sur de Chile. Hizo la campaña del Perú y participó de las campañas de la sierra, de Quito, de Puertos Intermedios y de Ayacucho, y en las batallas de Nasca, Cerro de Pasco, Callao, Riobamba y Pichincha, en todos los casos a órdenes del coronel Juan Lavalle.
Cuando Lavalle regresó a Lima, dejó los Granaderos a cargo de Frías, que los llevó hasta la capital peruana unos meses más tarde. Hizo toda la campaña del Perú, fue de la primera y segunda expedición a la sierra, a las órdenes de Arenales, se batió en Nazca y en cerro de Pasco. Concurrió al asalto del Callao, a la campaña de Quito y fue uno de los noventa y seis granaderos con que Lavalle cumplió la hazaña de Riobamba. Lo condecoraron en Pichincha. Volvió a Lima conduciendo a los granaderos que habían quedado en la capital del Ecuador. A mediados de enero de 1823 combatió en Chunchanga, donde una bala le cruzó el brazo derecho. En 1824 formó entre los 120 granaderos que se incorporan al Ejército de Simón Bolívar en Huarar. Con ellos llegó hasta la batalla de Junín.
En la batalla de Ayacucho fue una de las 80 lanzas, todas en manos de granaderos argentinos, que participaron en la victoria; y allí fue herido de un bayonetazo en la rodilla.
Regresó a la Argentina en diciembre de 1825, como bien se reflejó el 25 de diciembre de 1825 cuando se publicó la noticia de que había llegado a Mendoza, conducido por el coronel Félix Regado (o Bogado), el "resto del Ejército de Los Andes, después de nueve años de campaña", y se dio la lista de los diecinueve o veinte "sobrevivientes", entre los cuales figuraba el portaestandarte Eustoquio Frías. Estos restos del Regimiento de Granaderos arribaron a Buenos Aires en febrero de 1826, y allí la unidad fue disuelta; no obstante Frías se incorporó a la campaña del Brasil en el Regimiento de Caballería N° 16, a órdenes de Olavarría, luchando en el Ombú. En la batalla de Ituzaingó combatió a órdenes del coronel Juan Lavalle, siendo ascendidos ambos al término de la batalla; Lavalle alcanzó el grado de general, y Frías el de capitán.



A su regreso a Buenos Aires, acompañó a Lavalle en la revolución contra Manuel Dorrego y en la guerra contra Juan Manuel de Rosas; luchó en Navarro y Puente de Márquez. Permaneció en Buenos Aires cuando Lavalle se exilió, y fue destinado a la frontera oeste con los indígenas.
A fines de 1830, cuando se estaba organizando la campaña contra la Liga del Interior, Frías fue convocado para la misma. Pero escribió al gobernador Rosas, pidiéndole su pase a retiro, ya que, según su puño y letra, "pertenezco al partido contrario al de V.E. y mis sentimientos tal vez me obliguen a traicionarle, y para no dar un paso que me desagrada, suplico a V.E. se digne concederme el retiro."
Rosas lo llamó -según Ibarguren- para manifestarle "que le agradaba su franqueza", le donó quinientos pesos, le concedió el retiro y le aseguró que en caso de necesidad lo buscara -"no al gobernador, sino a Rosas"- pues no lo iba a olvidar.
Permaneció en Buenos Aires, dedicado al comercio. Cuando la presión de los partidarios de Rosas se hizo insostenible, en 1839 se exilió en Montevideo, desde donde pasó a la provincia de Entre Ríos, incorporándose al ejército de Lavalle.
Fue uno de los oficiales del segundo ejército correntino contra Rosas, combatiendo en las batallas de Don Cristóbal, Sauce y Quebracho Herrado. El general Lavalle lo nombró segundo jefe de la división del coronel José María Vilela, destinada a la campaña de Cuyo, con el grado de teniente coronel. En la derrota de Sancala fue tomado prisionero y conducido a pie hasta Buenos Aires.
Durante ocho meses permaneció encerrado en un calabozo del cuartel de Retiro, hasta que fue liberado por pedido expreso del jefe de la escuadra francesa del Río de la Plata.
En marzo de 1842 se fugó a Montevideo, donde participó de la defensa de la ciudad durante el sitio impuesto por el general Manuel Oribe. Luego pasó a Corrientes a órdenes del general José María Paz, y se quedó allí después de las desavenencias entre éste y los Madariaga. Participó en la batalla de Vences y (tras la derrota) huyó al Paraguay.
Regresó al Uruguay cuando le llegó la noticia de la rendición de Oribe. Se incorporó al Ejército Grande de Urquiza y participó en la batalla de Caseros. Apoyó la revolución del 11 de septiembre de 1852 y la defensa contra el sitio de Buenos Aires impuesto por los federales.
Fue destinado como comandante a la frontera oeste, con sede en Salto, y realizó varias campañas contra los indígenas a órdenes de Emilio Mitre. Mandó en jefe una importante campaña hacia la sierra de la Ventana en 1858, que no obtuvo resultados satisfactorios.
Participó en la victoria porteña en la batalla de Pavón, tras la que fue ascendido al grado de general, y regresó a la frontera.



No fue admitido en la guerra del Paraguay por su avanzada edad, salvo en breves misiones de intendencia y administración. Después de la batalla de Tuyutí fue ascendido al grado de general de división. Pero, ¡molesto porque no se le permitía luchar!, pidió el pase a retiro.
Fue ascendido a teniente general en retiro en 1882. Dos años más tarde, fue nombrado comandante de la Guarnición Militar Buenos Aires, un cargo puramente administrativo.
Destaca de esa época una fotografía de él junto a un moreno asistente, tomada por Witcomb, pudiéndose leer al dorso de la misma “Dedicada en recuerdo de amistad a la amable y simpática señorita Brígida López”, y firmada “Eustoquio Frías”, con fecha: “Buenos Ays. Enero 28 de 1886”.
Aún ocupaba el cargo de comandante de la Guarnición Militar Buenos Aires cuando se sucedió la golpista revolución radical de 1890, pero no tuvo actuación alguna en la misma. Pasó definitivamente a retiro en diciembre de ese año.
Falleció en Buenos Aires el 16 de marzo de 1891, descansando sus restos durante 40 años en el Cementerio de la Recoleta, hasta ser trasladados a la ciudad de Salta, donde aún permanecen hoy, en el Panteón de las Glorias del Norte, de esa ciudad.


jueves, 2 de mayo de 2024

Argentina: El linaje Justo

El Linaje Justo




El comerciante y marinero genovés Giovanni Battista Giusto en compañía de su esposa, la andaluza, Salvadora Morales Becerra, en una fotografía tomada en Gibraltar. Giusto y Morales eran los bisabuelos del general Agustín P. Justo, presidente de la Nación entre 1932 y 1938, y del dirigente socialista Juan Bautista Justo, y tatarabuelos del general Alejandro Agustín Lanusse, presidente de facto de la Nación entre 1971 y 1973.



Los hermanos Agustín Pedro (1803-1874) y Francisco Domingo Justo (1808-1883), llegaron a Buenos Aires desde su Gibraltar natal en 1826 con pasaporte británico y como súbditos del rey Jorge III. En la fotografía se puede ver el documento expedido por el consulado británico de Buenos Aires que dejaba exento de realizar el servicio militar obligatorio al gibraltareño Agustín Pedro Justo, datado el 28 de marzo de 1831.



En 1838, Agustín Pedro Justo se establecería en la ciudad de Goya, en la provincia de Corrientes, donde se casaría con Victorina Rolón, hija de familias tradicionales de esa localidad. En Corrientes logró llegar a ser un hombre de fortuna y se convirtió en estanciero teniendo varias tierras tanto en Corrientes como en la provincia de Buenos Aires, teniendo sus estancias en los partidos de Lomas de Zamora y San Fernando. En 1866 figuró su firma en el acta de fundación de la Sociedad Rural Argentina.





Con Victorina Rolón tuvo siete hijos, entre ellos Agustín P. Justo (h), que sería gobernador de la provincia de Corrientes entre 1871 y 1872, uno de los hombres mas importantes del mitrismo y del Partido Liberal en la provincia. Justo en su infancia había sido alumno de Camila O'Gorman, fusilada por orden de Rosas en 1848, siguió estudios secundarios en Uruguay y luego se trasladó a Buenos Aires para seguir la carrera de derecho. Simultáneamente se dedicó al periodismo fundando el diario La Patria, el primero editado en Goya y en toda la provincia, y luego La Esperanza. Fue diputado provincial a principios de la década de 1860, durante el cargo colaboró en la redacción de la ley de tierras de Corrientes, así como del Código del Superior Tribunal de Justicia de la provincia, junto con Juan Eusebio Torrent y Juan Lagraña.




Al cabo de su mandato obtuvo una banca de diputado nacional; proyectó un puente entre Paso de los Libres y Uruguayana que finalmente inauguraría su hijo como presidente y que hoy lleva su nombre. Acompañó al ejército del coronel Santiago Baibiene, gobernador de la provincia, como corresponsal de guerra cuando éste se puso al frente de las tropas que acompañaron al Regimiento VII de Infantería, comandado por Julio Argentino Roca, en su regreso de la guerra del Paraguay para hacer frente a la insurrección de Ricardo López Jordán, al que derrotaron en la batalla de Ñaembé. A fines de ese año fue elegido gobernador de Corrientes como sucesor de Baibiene; asumió el 25 de diciembre de 1871, sin embargo, menos de dos semanas más tarde, el 9 de enero de 1872 una revolución antimitrista encabezada por el coronel Desiderio Sosa lo depuso.



Justo se exilió en Entre Ríos, donde se afincaría en Concepción del Uruguay. En 1880 se mudó con su familia a la provincia de Buenos Aires, al ser nombrado juez en la Cámara de Apelaciones de Dolores; siete años más tarde se trasladaría a la de San Nicolás, donde ejercería hasta su muerte. En 1890 lideró localmente el movimiento de oposición a Miguel Juárez Celman, y encabezó los actos en ocasión de su renuncia. En 1896 fue rechazada una propuesta de nombrarlo ministro de la Corte Suprema de Justicia de la Nación debido a su mala salud, de la que terminaría sucumbiendo en noviembre de 1896. Justo también fue Gran Maestre de la Gran Logia de Libres y Aceptados Masones entre 1877 y 1879.




Durante el exilio de la familia Justo en Concepción del Uruguay, nacería su tercer hijo, Agustín Pedro, que se convertiría en general del ejército argentino, ingeniero, presidente de la Nación en el periodo 1932-1938 (poco más de cien años después de la llegada de su abuelo al país), y en actor principal de la política nacional de aquellos años.





Virginia Catalina Justo, otra de las hijas del gibraltareño Agustín Pedro, se casaría con el hacendado, comerciante y dirigente mitrista porteño Antonio Lanusse, con quien tendría doce hijos, entre ellos Luis Gustavo, que sería el padre del general Alejandro Agustín Lanusse, presidente de facto de la Nación entre 1971 y 1973.





Francisco Domingo Justo, hermano de Agustín Pedro con quien llego a la Argentina en 1828, fue un prospero comerciante en Buenos Aires. Llegó con suficiente capital y pronto estableció y fue dueño de un molino en el barrio porteño de San Telmo. Sus negocios prosperaron y con ellos alcanzó una gran fortuna. Con ese dinero que había ganado organizó junto con otros dos ciudadanos británicos, de apellidos Halle y Atkinson, una célula antirrosista que se ocupaba de sacar clandestinamente unitarios de Buenos Aires.



El 3 de abril de 1840 se jugó la vida al salvar de la persecución de Rosas a varios conspiradores, entre ellos el general José María Paz, y al ser descubierta su actuación, debió emigrar a Montevideo, al ser advertido de que iba a ser asesinado por la Mazorca.




Justo se casaría con la porteña Sixta Olavarría en 1834, con quien tuvo trece hijos, entre ellos Juan Felipe, que fue un estanciero en Tapalqué y dirigente político del Partido Autonomista y luego de la Unión Cívica durante las jornadas de la Revolución del Parque. En 1865 vería el nacimiento de su nieto llamado Juan Bautista Justo, que con los años se convertiría en uno de los principales cirujanos del país, y más tarde el líder y fundador del Partido Socialista, además de senador y diputado de la Nación.

 

jueves, 4 de enero de 2024

Argentina: Lanusse, su gobierno, su oposición al golpe del 76 y su muerte

A 27 años de la muerte de Lanusse: el “error más grave” que cometió y la persecución que sufrió de Videla


El 26 de agosto de 1996 falleció quien fue presidente de facto en los albores de la década del ‘70. Su vida ligada al Ejército. Su cárcel luego del intento de golpe contra Perón. Su cercanía con los radicales. Las críticas a la dictadura del ‘76 y la sanción que recibió


Alejandro Agustin Lanusse

Hoy, hace 27 años y un día, falleció el teniente general Alejandro Agustín Lanusse. Integró una familia que llevaba varias generaciones en la Argentina y estaba muy ligada a la industria agrícola y ganadera. Ingresó al Colegio Militar de la Nación el 6 de marzo de 1935, egresando a la edad de 19 años como subteniente del Arma de Caballería el 30 de julio de 1938. Siendo un joven oficial participó en la asonada militar contra el gobierno de Juan Domingo Perón en septiembre de 1951. Perón diría “una chirinada”. Ello le valió permanecer preso en una cárcel en el helado sur argentino, hasta septiembre de 1955, cuando la “Revolución Libertadora” derrocó a Perón. Estuvo detenido en la Penitenciaría de la avenida Las Heras, en la cárcel de Rawson y posteriormente en la cárcel de Río Gallegos, época en la que según Lanusse era controlado, hasta en su correspondencia, por el jefe de la guarnición, el “justicialista” coronel Carlos Rojas, hermano del almirante Isaac Francisco Rojas. Los relatos sobre sus días de prisión algún día merecerán contarse, en especial por los sacrificios de Ileana Bell, su esposa e hijos, para comunicarse con el “recluso”.

En mayo del 72, como presidente de facto, Lanusse visita su vieja celda en Río Gallegos

Fue jefe del Regimiento de Granaderos a Caballo en 1955, durante la corta presidencia de Eduardo Lonardi. Luego fue designado Agregado Militar en México. A su vuelta fue ascendiendo en la jerarquía militar - sumergido en los enfrentamientos castrenses de la época y vio cómo gobiernos civiles (Frondizi, Guido e Illia) se derrumbaban en medio de planteos y exigencias de las Fuerzas Armadas. El 31 de diciembre de 1962 asciende a general de brigada. No “gambeteó” ninguna de las crisis que asolaron la Argentina de esos años. No era hombre para pasar desapercibido, hacerse el distraído, ni de esconder sus opiniones, sea a quien sea. Equivocadas o ciertas. Me solía decir que “en los momentos clave hay que tener actitudes”. Y vaya si las tuvo. Por ejemplo, en agosto de 1976, en plena gestión de Jorge Rafael Videla fue sancionado por publicar una severa carta al general Acdel Vilas, quien acusaba a Gustavo Malek (ex Ministro de Educación de Lanusse) de tener afinidades con la subversión.

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Sanción de Videla a Lanusse por “dar a publicidad una carta dirigida a un Oficial Superior en actividad, en la que se arroga facultades que son responsabilidad del Comandante en Jefe del Ejército”

“Cano”, como le decían sus íntimos, por cuna un conservador con afinados contactos familiares, su madre era una Gelly Cantilo, con el Partido Radical. Con el tiempo, ya como Presidente de la Nación, se dio el lujo – si así se lo puede calificar – de una excentricidad de la época, decir, durante una visita a Lima, que su gobierno era de “centro izquierda”. Tuvo un papel preponderante dentro del generalato que llevó a Juan Carlos Onganía a la presidencia de la Nación, luego del derrocamiento del presidente constitucional Arturo Illia. En ese tiempo, Lanusse era el jefe de Operaciones del Estado Mayor del Ejército. Años más tarde reconocería que haber participado en el golpe era “el error más grave” que había cometido. Ya como comandante en Jefe del Ejército y miembro de la Junta Militar decidió la remoción de Onganía, la designación de Roberto Marcelo Levingston y a los pocos meses su remoción. ¿Cómo se explica esto? En una ocasión, el general Rafael Panullo, secretario general de la Presidencia durante la gestión de Lanusse, me relató (y más tarde me lo ratificó el propio Lanusse) que durante 1970 lo convocó su superior inmediato y le pidió que analizara quién podía ser el reemplazante de Juan Carlos Onganía. Trabajó con el coronel Colombo y elaboraron un documento de 3 carillas donde la conclusión “elemental” era que “la única persona que no podía reemplazar a Onganía era Lanusse, para que no se repitiera la cadena de golpes… y porque además cuando Lanusse asumió la jefatura del Ejército, el 28 de agosto de 1968, a la edad de 50 años, dijo que no quería ser nada más que Comandante en Jefe del Ejército”.

“En esas reuniones para analizar quién sería el sucesor de Onganía, el almirante Pedro Gnavi –que había estado con Levingston en Washington—propuso su nombre y el brigadier Rey aceptó de inmediato, para bloquear a Lanusse. Estas reuniones fueron en una residencia de la Fuerza Aérea en Ezeiza. Esto fue un sábado y el domingo citaron a los generales para informarlos. Y cuando se enteraron, algunos consideraron que tenían más méritos. Había en ese momento 10 generales “pesados” y nadie pensó en Levingston, sino en Tomás Sánchez de Bustamante, Alcides López Aufranc, Mario Aguilar Pinedo, Juan Carlos Sánchez. Al enterarse Sánchez pidió su retiro de la fuerza, pero Lanusse no lo aceptó. Más tarde, Levingstone le reprocharía no haberlo pasado a retiro. Le tocó a Juan Carlos Sánchez reemplazar al general Roberto Fonseca en el Comando del Cuerpo de Ejército II, el 17 de diciembre de 1970, y su área de competencia bullía entre la intranquilidad social y la actividad de las organizaciones guerrilleras. Ya se habían sufrido los efectos de dos convulsiones que llamaron “Rosariazo”. En abril de 1972, Sánchez sería asesinado por un comando conjunto del PRT-ERP y las Fuerzas Armadas Revolucionarias.

Levingston jura como presidente de la Nación, el 18 de junio de 1970. Detrás, Lanusse

El período de Roberto Marcelo Levingston fue corto, plagado de intrigas palaciegas, desinteligencias y la cotidiana violencia subversiva que aparecía siempre por detrás de la crispación ciudadana. No pasaron muchas semanas de gestión cuando el Delegado Jorge Daniel Paladino le escribe a Perón, en Puerta de Hierro: “La situación política general evoluciona rápidamente (…) Ya está el desacuerdo entre Levingston y Lanusse. No se ha llegado todavía al enfrentamiento pero la lucha por el poder ya está planteada. Levingston quiere ‘sacarse de encima’ a la Junta pero, por supuesto, no muestra sus cartas. Su problema lo lleva al seno del Ejército; la batalla se va a librar ahí.”

Levingston abandona la Casa Rosada tras su derrocamiento

El 29 de septiembre de 1970, Levingston – que seguía sin darse cuenta que el poder residía en la Junta de Comandantes-- pronunció un discurso que dio por tierra con todo lo que se había sostenido para terminar con el “onganiato”. Dijo por Cadena Nacional que “la disolución de los partidos políticos, concretada por la Revolución Argentina, es, para este gobierno una decisión irreversible”. Como un signo de esos momentos, en septiembre de 1970 Perón se carteó con Ricardo Balbín y el 11 de noviembre de 1970 se creó en la casa del “independiente” Manuel Rawson Paz el agrupamiento La Hora del Pueblo. El martes 13 de octubre de 1970, el Ministro del Interior, Eduardo Mac Loughlin, abandonó el gabinete de Levingston. “Creo que con esto comienza una crisis que puede desembocar en cualquier cosa”, opinó Paladino, porque “Mac Loughlin representa la posición de la Junta de Comandantes en cuanto a la salida política prometida el 8 de junio. Levingston está directamente en la vieja trampa de quedarse él y preparar lo que prepararon todos, el sueño de robarle el peronismo a Perón. En este sentido no nos conviene la ida de Mac Loughlin. Pero esto es un tembladeral y tiene relación directa con la situación militar…”

El martes 2 de marzo de 1971, Lanusse asumió la presidencia de la Junta de Comandantes en Jefe e inmediatamente comenzó a pulsar la opinión de los mandos superiores del Ejército sobre el estado del país. “La sociedad está cansada”, opinó por escrito, Alcides López Aufranc (prueba que tengo), el jefe del Cuerpo III. El 12 de marzo de 1971 se dio el “Viborazo” en Córdoba, armado contra el interventor José Camilo Camilo Uriburu y de ahí en más se sucedieron una serie de hechos que llevaron al aislamiento absoluto de Levingston.


Últimas palabras de la reunión de Levingston y la Junta Militar en que se pretendió relevar a Lanusse

Durante el último encuentro del Presidente de facto con los tres comandantes en Jefe, del 22 de marzo de 1971, que comenzó a las 17.30 en la Sala de Situación de la Casa de Gobierno a solicitud de la Junta Militar, Levingston intento la detención de Lanusse, pero el 23 de marzo, a las dos y diez de la madrugada, presentó su renuncia. Todo fue seguido con un gran desinterés por la sociedad. La cumbre entre Levingston y la Junta Militar fue grabada y transcripta en 60 páginas, y resulta ser la apología del disparate. El general Rafael Panullo me lo contó así: “El final de Roberto Levingston fue cuando le ordenó al general Horacio Rivera que metiera preso a Lanusse con pistola en mano. Luego citó a Jorge Corchito Cáceres Monié (en 1975 asesinado por Montoneros) y lo nombró Comandante en Jefe. El jefe militar designado dijo a sus íntimos: Me voy a hacer cargo para reponer a Lanusse.”

La Junta de Comandantes reasumió el poder y Alejandro Lanusse ocuparía el despacho presidencial de la Casa Rosada el viernes 26 de marzo cuando juró como el último presidente de facto de la Revolución Argentina. Así se hizo cargo Lanusse, el último caudillo militar del Siglo XX y las Fuerzas Armadas comenzaron a planear entonces una retirada decorosa del poder. Lanusse dijo: “cuando llegué a la Revolución Argentina ya había transitado, en la soledad, por dos etapas. Y así llegué debilitado al poder, porque estaba debilitada, confundida, desorientada, la estructura en la que yo me apoyaba”.

Lanusse en sus últimos años, en familia tomando mate

En el gabinete del nuevo mandatario se destacaban cuatro figuras Arturo Mor Roig, Ministro del Interior; Francisco “Paco” Manrique, Ministro de Bienestar Social; Jacques Perriaux, Ministro de Justicia (e inspirador de la Cámara Federal Penal de la Nación que terminó con las incipientes “patotas” y juzgo a los terroristas con la ley en la mano) y Luis María de Pablo Pardo, Ministro de Relaciones Exteriores, con el que puso fin a “las barreras ideológicas” en la escena internacional.

Frecuente al ex presidente de facto a partir de enero de 1978 gracias a una gestión del teniente coronel (R) Arnoldo Díaz, por la persecución del que era víctima por parte del gobierno de Videla. En particular le achacaban haber sido el responsable de la vuelta definitiva de Perón a la Argentina, pero yo intuía que había cuestiones de otro tipo. Como ya no sabían cómo pegarle lo hicieron único responsable del Acuerdo del Beagle de 1971 con el chileno Salvador Allende y yo le llevé las pruebas de que no era así. Antes de mí dos miembros de mi familia lo habían tratado: Mi padre cuando intentó lograr su libertad en 1953 y mi hermano Ricardo que trabajó con Arturo Mor Roig. Entre las tantas liberalidades que me tomé con Lanusse fue invitarlo a mi casa a almorzar y mantener un ameno diálogo con los justicialistas Jorge Antonio y el teniente (R) Julián Licastro y el militar Arnoldo Díaz. La última fue cuando falleció y el gobierno de Carlos Menem se hizo el distraído; el Ministro de Defensa no participó en nada y solo asistió el viceministro Jorge Pereyra de Olazábal a una ceremonia en el Regimiento Patricios. Fui a despedirlo al Regimiento de Granaderos donde lo velaban. Como era conocido, el periodismo se me vino encima a la salida de la unidad. Me bajé de mi automóvil, me preguntaron qué hacía ahí y solo me limité a responder: “Era un amigo de mi familia, también mío a pesar de la diferencia de edad. Vine a despedir a una persona que con sus aciertos y sus errores quiso mucho a la Argentina y, fundamentalmente, vine a despedir a un hombre honrado.”

domingo, 19 de noviembre de 2023

Guerra Antisubversiva: El hallazgo del cadáver de Aramburu

El hallazgo del cadáver de Aramburu: 5 heridas de bala, la confesión de Montoneros y el misterio del noveno asesino

Tras la ocupación de La Calera el 17 de julio de 1970 se pudo encontrar el cadáver del general Aramburu e identificar a los miembros de la naciente organización armada “Montoneros” que lo mataron. Las cartas de Paladino a Perón, que negaba la participación del peronismo en el secuestro. Las acusaciones contra Onganía hasta lograr su renuncia y las diferencias entre Livingstone y Lanusse

Por Juan Bautista Tata Yofre || Infobae


El general Alejandro Agustín Lanusse en el velatorio del teniente general Pedro Eugenio Aramburu

El viernes 29 de mayo de 1970 se celebró el Día del Ejército en el Colegio Militar de la Nación y, además, se cumplía un año del “cordobazo”. Tras las ceremonias militares, como era una costumbre en esos años, tras las palabras del comandante en Jefe se pasó a un salón para un brindis. El general el presidente de facto Juan Carlos Onganía, en presencia de los otros dos comandantes en Jefe, le preguntó a al general Alejandro Lanusse qué repercusión habían tenido sus palabras ante el generalato, en la reunión de Olivos, dos días antes. La respuesta fue cauta pero sincera: “Las conclusiones que sacaron los generales fueron, por supuesto, variadas, pero puedo ubicar, dentro de la amplia gama de puntos de vista, a dos sectores: el sector de los generales que no entendieron lo que usted quiso decir y el sector de los generales que están en total desacuerdo con lo que usted dijo.” En esos momentos del diálogo, un oficial se apersonó e informó que había sido secuestrado el teniente general Pedro Eugenio Aramburu.

Pedro Eugenio Aramburu

Entre el 29 de mayo y el 8 de junio de 1970 se sucedieron innumerables reuniones del presidente Onganía con los Comandantes en Jefe; de funcionarios de la Administración Pública con altos jefes militares; cónclaves de altos mandos en las tres Fuerzas Armadas; conciliábulos de dirigentes políticos. El 30 de mayo, Perón dejó trascender que el hecho era contrario al espíritu del peronismo, dando a entender que los autores no eran justicialistas.

El sistema político se conmovió tras el secuestro y Onganía reclamaba una autoridad que ya no tenía y una seriedad que había perdido el 27 de mayo en la cumbre con el generalato. El poder no estaba en la calle, se encontraba en los cuarteles y había llegado la hora del reemplazo.

El lunes 1º de junio se realizó una primera reunión del Consejo Nacional de Seguridad. Al día siguiente se llevó a cabo la segunda en la que el ministro del Interior, Francisco Imaz, puso de relieve la condena peronista al secuestro del ex presidente de facto. Lanusse completó el concepto diciendo que Jorge Paladino, el delegado de Perón, también culpaba al gobierno y propuso convocar a la dirigencia política. El jueves 6 se conoció la creación del Comité de Seguridad y por el decreto 1732 se designaba como secretario de Seguridad al general de brigada Alberto Samuel Cáceres Anasagasti. Según Gustavo Caraballo (más tarde Secretario Legal y Técnico de Perón), la designación fue realizada “para comprometer al Ejército en una acción legal evitando caminos tortuosos que sólo conducirían a la guerra civil”. Para ese entonces las organizaciones armadas existentes hacía rato que hablaban de “guerra”.

El miércoles 3 de junio, Jorge Daniel Paladino le escribió a Perón que desde el 30 de mayo había querido comunicarse con él por teléfono pero que no lo llamó para “no ponerlo en el compromiso de que sus primeras opiniones, mi General, dichas así con la información deficiente que yo podría darle telefónicamente, fueran grabadas como graban todo aquí y pasaran a estudio de los múltiples servicios de informaciones. Entendí que en estos momentos Perón es la última palabra y no debíamos jugarla de entrada.” Este largo informe de 4 páginas constituye el mejor testimonio sobre la posición del peronismo, el desconcierto del momento y refleja el clima de época de un vasto sector de la dirigencia argentina.

Nota de Jorge Daniel Paladino a Perón

“En los ‘comunicados’ de los secuestradores, relata el delegado de Perón, se advierten dos cosas: una, que no atacan ni al gobierno ni a la situación del país. Dos, que sugieren que son peronistas. Es decir, tratan de echarnos la culpa a nosotros. Pero todo ha sido tan burdo que en este aspecto han fracasado. Ni las masas se han dejado engañar, generalizándose la creencia general que la mano del gobierno está en esto, ni los ‘gorilas’ se han confundido”.

 

Isabel, Perón y Paladino en Madrid

“Prueba de esto, asegura Paladino, es que los ex ‘comandos civiles’ han dado un documento que ha sorprendido a muchos invitándonos a ‘dialogar’. Descartan cualquier participación peronista en el hecho y dicen que ya no son enemigos nuestros […] Esta actitud de los ‘gorilas’ auténticos, más la visita de Frigerio y Monseñor Plaza, más otra visita del Dr. Enrique Vanoli, segundo de Balbín, y otros contactos de sectores políticos no peronistas, constituyen uno de los elementos del nuevo panorama […] Hasta el momento no se sabe si Aramburu está vivo o está muerto. Lo que sí parece claro es que el secuestro ha sido obra de elementos organizados adictos al gobierno. Ya los sectores ‘gorilas’, civiles y militares, comienzan a acusar a Onganía. Por lo que yo sé esta actitud se irá incrementando. Además estos sectores se han dedicado a hacer la investigación del hecho que la policía y el gobierno no saben o no quieren hacer. El gobierno está dando espectáculo con miles de hombres en la ‘gran cacería’, helicópteros y aviones, como en las películas. Pero todo el mundo sospecha que se trata de un gran ‘camelo’.

Párrafo del informe de Paladino a Perón.

El lunes 8 de junio, el Comandante en Jefe del Ejército emitió un comunicado, a las 11.20 por Radio Rivadavia, informando que “la responsabilidad asumida por el Ejército, en la Revolución Argentina, es incompatible con la firma de un nuevo cheque en blanco al Excelentísimo señor Presidente de la Nación, para resolver por sí aspectos trascendentales para la marcha del proceso revolucionario y los destinos del país.” Unos minutos más tarde se emitió otro comunicado, firmado por el presidente de la Junta de Comandantes, almirante Pedro Gnavi, suspendiendo una reunión cumbre del almirantazgo con Onganía. Desde ese momento la Armada entró en estado de acuartelamiento y a las 15.20 el Ejército está listo para cercar la Casa de Gobierno y tomar las radios. A las 14.55, los tres Comandantes en Jefe dieron a conocer una declaración, informando que reasumía “de inmediato el poder político de la República”, e invitaba “al señor teniente general Onganía a presentar su renuncia al cargo que hasta la fecha ha desempeñado por mandato de esta Junta.” El presidente depuesto, tras largas horas de espera, fue al Estado Mayor Conjunto y entregó su renuncia.

 

Lanusse, Cáceres y Tomás Sánchez de Bustamante

De acuerdo a lo que me relató el general Panulo (luego Secretario General de la Presidencia con Lanusse), “en las reuniones para analizar la caída de Onganía y el nombre de su sucesor, el almirante Pedro Gnavi –que había trabajado con el general Roberto Marcelo Levingston en la SIDE—propuso su nombre, y el brigadier Rey aceptó de inmediato para bloquear a Lanusse. El sábado 13 de junio, Levingston –en ese momento Agregado Militar en Washington-- fue llamado por teléfono por Lanusse y le ofrece la Presidencia de la Nación. Pocos días más tarde es hallado el cadáver del ex presidente Aramburu. El jueves 18 de junio de 1970, Roberto Marcelo Levingston asumió de facto la Presidencia de la Nación. Su período fue corto, plagado de intrigas palaciegas, desinteligencias y la cotidiana violencia subversiva que aparecía siempre por detrás de la crispación ciudadana. Como un signo de esos momentos, Perón le envió una conceptuosa carta a Ricardo Balbín, el jefe radical, y el miércoles 11 de noviembre de 1970 se creó en la casa de Manuel “Johnson” Rawson Paz el agrupamiento “La Hora del Pueblo”.

Texto del informe policial sobre el hallazgo de los restos de Aramburu

Finalizado el procedimiento, el cadáver es trasladado al Regimiento de Granaderos a Caballo a fin de realizar “las diligencias de reconocimiento médico-legal y autopsia.” El doctor Dardo Echazú, médico legista de la Policía Federal, realizó el informe del cuerpo. Tras retirar los elementos que se utilizaron para atarlo, como la mordaza y la corbata (etiqueta “Revoul-Paris”) fue analizando cada parte del cuerpo. El examen traumatológico presenta las siguientes lesiones: “1º) en la región temporal derecha a 1,64 metros del talón, se aprecia un orificio como de herida de bala… 2º) otro orificio en la región parieto-occipital izquierda, a 1,67 mts. del talón… 3) a unos 4 centímetros por encima y delante del anterior se aprecia otro orificio de características similares a los anteriores… 4º) en la cara anterior del pecho, a nivel del quinto espacio intercostal izquierdo y casi sobre el borde del esternón, se ve una herida en sacabocado de unos 3 a 4 mm. de diámetro, rodeada de una zona ennegrecida cuya naturaleza no se puede precisar. Puede ser orificio de entrada de una bala… 5) del mismo modo, por debajo del ángulo escapular izquierdo, a 1,22 mts del talón, se ve también otra solución de continuidad de la piel que puede ser un orificio de salida.”

Entre otras consideraciones, el médico legal, estimó que “el amordazamiento, la ligadura de los brazos y los pies, indican también que eran varios los agresores a menos que la víctima haya estado inconsciente…”.

El informe policial concluye: “El hallazgo del cadáver en la estancia “La Celma”, dio lugar a que se realizara una amplia y detallada inspección del casco, dependencias y terreno correspondiente a la misma, en busca de elementos o pruebas tendientes a determinar si la muerte de la persona cuyo cadáver se hallara, se había producido allí o si por el contrario, solo se le había llevado después de muerto para su ocultación mediante entierro. Esas diligencias, como el interrogatorio de los escasos testigos, vecinos de la estancia, no aportaron resultados positivos.”

Escena del entierro de Aramburu en la Recoleta

Los problemas entre el Presidente de facto y Lanusse comenzaron a las pocas semanas del 18 de junio de 1970. En otro informe Paladino le cuenta a Perón que “la situación política general evoluciona rápidamente (…) Ya está el desacuerdo entre Levingston y Lanusse. No se ha llegado todavía al enfrentamiento pero la lucha por el poder ya está planteada. “El ‘Caso Aramburu’ juega dentro de este mismo contexto. Cuando la presión para crear una Comisión Investigadora arreciaba, el Gobierno hizo aparecer el cadáver, montó un entierro solemne de tipo oficial-militar, no dejó hablar a los amigos políticos de Aramburu, y con todo esto entiende que también han enterrado el problema. Los amigos de Aramburu se vieron desbordados por la distención promovida por el gobierno y entonces se desbocaron un poco, acusando directamente del crimen, por instigación o negligencia culposa a los generales Fonseca, Ímaz y el mismo Onganía (…) La cuestión ahora es qué fuerza le queda a los amigos de Aramburu para seguir adelante con la investigación que reclaman. Los que quieren tapar el crimen son muchos más que los que quieren descubrirlo.”

Hoy pocos dudan de la autoría de Montoneros en la muerte de Aramburu. Algunos sostendrán que la Operación Pindapoy se hizo para impedir la caída de Onganía. Y lo cierto es que el presidente de facto ya estaba condenado luego de la reunión de Altos Mandos del Ejército del 27 de mayo. Es más, quizá hubiera caído antes si no fuera porque todo quedó en un segundo plano tras el secuestro de Aramburu. Otros dirán que los integrantes del grupo montonero habían sido armados y financiados por gente cercana al gobierno. Sobran razones que aventuran alguna conexión con uno u otro integrante del comando, pero nadie pudo probar ni la instigación, ni mucho menos la complicidad en el asesinato.

Tras la operación del pueblo cordobés de La Calera, el 1° de julio de 1970, se comenzó a desentrañar el “misterio” de la organización Montoneros. Norma Arrostito, en un escrito con fecha diciembre de 1976 dirá: “Con la toma de La Calera se pretende lograr una continuidad táctica operativa, que estratégicamente no se estaba en condiciones de mantener. La falta de experiencia, de infraestructura logística, de inserción política son los elementos, que sumados conducen a la derrota. La represión que acarrea esta operación deja a la organización casi desmantelada. Los cordobeses y porteños juntos no suman una quincena, que se guarece en Capital Federal. En Córdoba los periféricos de la Organización quedan desconectados, el contacto con Santa Fe está roto o era muy débil en esa época y Buenos Aires no tiene mucho que aportar, logísticamente hablando”.

Sorprendentes conclusiones sobre los miembros de Montoneros en un informe militar

La mayoría de sus asesinos venían de vertientes ligadas con el nacionalismo y la Juventud Católica Argentina; otros del catolicismo postconciliar. Pocos como Fernando Abal Medina y Emilio Ángel Maza integraron la Guardia Restauradora Nacionalista, una escisión gorila de Tacuara, según me reitero mi amigo Emilio Julián Berra Alemán, el último “comandante” y defensor de Perón en Ezeiza: “Tacuara por ejemplo, ayudó a Andrés Framini en la campaña a gobernador de 1962″. Esther Norma Arrostito había militado en la FEDE comunista, lo mismo que su marido Rubén Ricardo Roitvan. Gaby Arrostito fue más tarde pareja de Abal Medina. Maza, Abal Medina y Arrostito, a su vez, se entrenaron en Cuba, en 1967, en el marco de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS), una suerte de multinacional de bandas terroristas digitadas desde La Habana e insertadas en la Guerra Fría. Ignacio Vélez (lo mismo que Maza) fue formado en el Liceo Militar General Paz.

En definitiva fueron ocho los que intervinieron en la Operación Pindapoy contra Aramburu: Fernando Abal Medina, Carlos Gustavo Ramus, Ignacio Vélez Carreras, Emilio Ángel Maza, Carlos Capuano Martínez, Mario Eduardo Firmenich, Norma Arrostito y su cuñado Carlos Maguid. Así lo relataron el 3 de septiembre de 1974 en el semanario La Causa Peronista Nº 9, el semanario que dirigía Rodolfo Galimberti. El relato fue tomado como una provocación por el gobierno. No estaba equivocado, setenta y dos horas más tarde la organización Montoneros pasaba a la clandestinidad mientras gobernaba la Argentina la presidenta constitucional María Estela Martínez de Perón.

El autor con Emilio Julián Berra

El segundo motivo que dio la organización para aplicar la condena de muerte al ex presidente fue que “preparaba un golpe militar… y del que nosotros teníamos pruebas”. Tenían razón porque era vox populi que Aramburu era una figura de recambio para poner fin al onganiato. Para los estudiosos quedó un dato sin aclarar. Hemos dicho que se probó la participación de 8 miembros en el asesinato, pero en realidad fueron 9. El noveno fue testigo presencial del asesinato del ex presidente, según me reconoció Mario Firmenich y otros miembros de la banda. El N° 9, a quien algunos misteriosamente llaman “Manuel” todavía goza de buena salud.