Javier Sanz - Historias de la Historia
Después de la caída de la Primera República de Venezuela, Simón Bolívar emprendió la marcha que fue conocida como la “Campaña Admirable”, partiendo el 14 de mayo de 1813 desde Cúcuta, Colombia, con el objetivo de liberar Venezuela de la Corona de España. Como antecedente, es preciso relatar que casi una década antes la República de Haití había logrado su independencia, pero de una manera muy poco ortodoxa y más bien sangrienta. El punto de inflexión en la Revolución haitiana, y que a la postre logró expulsar a las tropas francesas de la isla, fue la conversión de una inicial lucha de clases en una lucha racial. No sé si la historia ha juzgado para bien o para mal este tipo de acciones extremas, pero lo cierto es que este mismo modelo de xenofobia fue adoptado por los patriotas venezolanos en esta incursión armada que logró llegar a Caracas entre vítores y flores.
Campaña Admirable
Y es que la guerra es así, la escriben los ganadores y a los juglares e historiadores les encanta recrearse en las gestas épicas, en las entradas triunfales, en las reuniones importantes o en las heroicidades, pero suelen olvidar la mayoría de atrocidades y las horrendas e inhumanas decisiones que –en ciertos momentos y para inclinar la balanza- tomaron tanto vencedores como vencidos (¿será por aquello de que algunos creen que en la guerra todo vale?). Esa es la historia que a mí no me gusta, la que no es descrita en su totalidad, la que es fruto del patriotismo de “venda en los ojos” y que sólo lustra el brillo de las entradas triunfales, del discurso oportunista y de los solemnes momentos firmando capitulaciones. Esa es sólo una parte de la historia, pero cualquier guerra, por más “justa y necesaria que sea“, no lo duden, ha dejado huérfanos, viudas y muchos inocentes muertos. Por más orgullosos que estemos de ser países libres, esas libertades le han costado ríos de lágrimas y sangre al pueblo, porque todos los políticos y altos militares normalmente terminaron la guerra sin despeinarse. Esta es una historia de esas que no me hace sentir orgullo por ningún prócer, porque las acciones, por más necesarios que hayan sido en su momento, no me representan ni en mi tiempo ni en mis circunstancias.
En el mes de enero de 1813, antes de que empezara la campaña de Bolívar, el caudillo venezolano Antonio Nicolás Briceño junto a otros oficiales patriotas diseñaron un plan para liberar Venezuela -cercano a una proclama xenófoba bordeando los límites del genocidio- a la que se dio el nombre de Convenio de Cartagena. Entre sus artículos destacados podemos citar:
En el nombre del pueblo de Venezuela se hacen las proposiciones siguientes para emprender una expedición por tierra con el objeto de libertar a mi patria del yugo infame que sobre ella pesa. Yo las cumpliré exacta y fielmente pues las dicta la justicia y que un resultado importante debe ser su consecuencia.
Primero: serán admitidos a formar la expedición todos los criollos y extranjeros que se presenten conservando sus grados. Los que aún no han servido obtendrán los grados correspondientes a los empleos civiles que hayan desempeñado y en el curso de la campaña tendrá cada cual el ascenso proporcionado a su valor y conocimientos militares.
Segundo: como el fin principal de esta guerra es el de exterminar en Venezuela la raza maldita de los españoles de Europa sin exceptuar los isleños de Canarias, todos los españoles son excluidos de esta expedición por buenos patriotas que parezcan, puesto que ninguno de ellos debe quedar con vida no admitiéndose excepción ni motivo alguno; como aliados de los españoles los oficiales ingleses no podrán ser aceptados sino con el consentimiento de la mayoría de los oficiales hijos del país.
Tercero: las propiedades de los españoles de Europa sitas en el territorio libertado serán divididas en cuatro partes, una para los oficiales que hicieren parte de la expedición y hayan asistido a la primera función de armas haciéndose su reparto por iguales porciones con abstracción de grados, la segunda pertenece a los soldados, indistintamente las otras dos al Estado. En los casos dudosos, la mayoría de los oficiales presentes decidirá la cuestión […]
Noveno: para tener derecho a una recompensa o a un grado bastará presentar cierto número de cabezas de españoles o de isleños canarios. El soldado que presente 20 será hecho abanderado en actividad, 30 valdrán el grado de Teniente, 50 el de Capitán…
Cartagena de Indias, 16 de Enero de 1813. Antonio Nicolás Briceño
Simón Bolívar
Esta proclama fue transformada en decreto por Simón Bolívar el 15 de junio de 1813, llegando a conocerse como el Decreto de Guerra a Muerte y estando en vigor hasta el 26 de noviembre de 1820 cuando el español Pablo Morillo se reunió con Bolívar para firmar un armisticio y regularizar la guerra. Durante la Campaña Admirable “todos los europeos y canarios casi sin excepción fueron fusilados” por las armas patriotas a su paso. En febrero de 1814, al concluir la campaña, Juan Bautista Arismendi, por órdenes de Bolívar, mandó fusilar a 886 prisioneros españoles en Caracas. Del 13 al 16 febrero añadió a su lista más de 500 enfermos ingresados en el hospital de La Guaira .
Aparte de lo cruel y sanguinario del documento, también tenía éste un trasfondo político, porque lo que se pretendía era apelar al nacionalismo y cambiar la opinión pública acerca de la guerra civil que vivía Venezuela para hacerla ver como una guerra pura y dura entre dos naciones y no como una rebelión. Esta proclama fue redactada bajo la justificación de los crímenes cometidos por el realista Domingo Monteverde y su ejército sobre los republicanos durante la caída de la Primera República. Otra justificación al decreto la dio Simón Bolívar en la ciudad de Valencia el 20 de septiembre de 1813, argumentando la brutal represión a la que fue sometida Quito el 2 de agosto de 1810 después del llamado Primer Grito de Independencia.
Colaboración de Carlos Suasnavas
Fuentes: Wikipedia. Cuño Bonito, Justo. (2005). Tristes tópicos. Ideologías, discursos y violencia en la independencia de la nueva granada 1810-1821