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domingo, 28 de abril de 2024

Bahía Blanca: La lealtad y la sublevación en la Revolución Libertadora

Entre la sublevación y la lealtad: cómo se vivió en Bahía Blanca la caída del gobierno de Perón

Durante los cuatro días que duró la denominada "Revolución Libertadora", en septiembre de 1955, la ciudad tuvo una participación decisiva junto a Punta Alta. Combates, bombardeos y tensiones, en medio de una sociedad local partida en dos.





Archivo La Nueva.



Por Mariano Buren || La Nueva


 
Eran las 15.20 del viernes 16 de septiembre de 1955 cuando una voz de hombre interrumpió buena parte de las transmisiones radiales del país para exclamar: "¡Aquí Puerto Belgrano!".

El sobresalto que provocó aquella frase tomó igualmente por sorpresa a los hogares peronistas como a los antiperonistas: el "Comunicado número 1 del Comando de las Fuerzas de Marina de Guerra" le anunciaba "al pueblo de toda la República" que la Flota de Mar se había levantado "contra la siniestra tiranía" del presidente Juan Domingo Perón, en nombre de "la libertad, la justicia y la paz espiritual".

En ese mismo momento el entonces intendente de Bahía, el abogado y docente peronista Santiago Bergé Vila -que había asumido el 1 de mayo de ese año tras ganar las elecciones con el 60,67% de los votos- recibía en su despacho al capitán de corbeta Guillermo Castellanos Solá y a un grupo de oficiales, quienes le anunciaron solemnemente que ya no era más el jefe comunal.

Bergé Vila no se mostró sorprendido: desde hacía varias horas intuía que aquella podía ser su última jornada al frente del palacio de Alsina 65. Cerca de las 8.30 de la mañana de ese mismo viernes, mientras daba clase de matemática en la Escuela de Comercio, observó cómo un avión sobrevolaba el centro de la ciudad arrojando volantes con proclamas revolucionarias contra el Gobierno.




Intendente peronista Santiago Bergé Vila


“Me fui a la intendencia, decreté asueto escolar y llamé a la gobernación pero, en vez de darme información, me pidieron que organizara la resistencia. Pedí Policía y me mandaron un agente. El resto estaba custodiando las usinas. A la hora me enteré de que la Marina había tomado Punta Alta (...). La Infantería ya estaba a tres kilómetros de Bahía Blanca, para tomarla. Entonces liberé al personal y me quedé solo a esperarlos", recordaría años después en el segundo tomo de Historia del Peronismo, de Hugo Gambini.

Para ese momento, informaciones contradictorias circulaban con fuerza por la ciudad: algunos afirmaban que la revolución contra Perón había estallado también en las ciudades de Córdoba y Curuzú Cuatiá, e incluso se rumoreaba sobre un inminente bombardeo contra las destilerías de YPF en La Plata. En paralelo los medios oficiales aseguraban que se trataba de "algunos levantamientos aislados" y que "dichos focos" estaban "siendo controlados y reducidos por las fuerzas leales". Era difícil saber quién decía la verdad.

Una versión, luego confirmada, sostenía que tres camiones con soldados adeptos al Gobierno habían sido atacados por un escuadrón aéreo en inmediaciones de General Cerri.

Casi al mismo tiempo “varias patrullas fueron destacadas hacia los caminos de acceso”, “se allanaron los locales de la GGT y la CGE, donde se secuestró algún armamento” y dos camiones con tropas armadas quedaron apostados “de vigilancia en el barrio obrero Villa Mitre”, agrega Isidoro Ruiz Moreno en su detallada investigación La Revolución del 55.



Las tropas, frente al municipio


El principal temor de muchos vecinos era que se repitieran los gravísimos incidentes ocurridos tres meses antes, cuando manifestantes peronistas destrozaron parcialmente la Catedral, la Curia Eclesiástica, los templos de Santa Teresita y del Inmaculado Corazón de María, además de incendiar la redacción del diario radical Democracia, en respuesta al intento de golpe de Estado del 16 de junio. Aquella tarde la ciudad había sufrido una de las jornadas políticas más críticas de su historia.

El doctor en Historia José Marcilese (UNS-Conicet) explica que, tras unos primeros tiempos de relativa convivencia, la tensión entre peronistas y antiperonistas bahienses había aumentado significativamente a lo largo de esa década.

"El golpe se justificó bajo el concepto de 'La segunda tiranía', un término acuñado por la oposición, pero también por el propio peronismo: las persecuciones, el control de los medios, el manejo de los contenidos escolares, las modificaciones electorales y la discrecionalidad en el reparto de los empleos públicos, entre otras acciones, fueron deslegitimando al peronismo, que se manejaba con mucha torpeza en relación a la oposición, y alimentando a un antiperonismo que sabía que nunca le iba a poder ganar electoralmente", detalla.

"Ademas hay que remarcar que se trataba de dos maneras completamente diferentes de mirar la realidad social: el peronismo modificaba jerarquías y afectaba intereses del statu quo, y las clases más acomodados no veían con buenos ojos el ascenso rápido de algunos sectores. El nuevo escenario era interpretado con desagrado", observa Marcilese.




Guillermo Castellanos Solá


Tras el desplazamiento de Bergé Vila como intendente, el denominado Comando Revolucionario del Sur tomó el control de la sede municipal y Castellanos Solá emitió una proclama por LU7 explicando los motivos del levantamiento e invitando a todos los vecinos a adherirse a la "Revolución Libertadora".

“Una gran parte de la población se volcó a las calles (…) y numerosos civiles ofrecieron espontáneamente su colaboración”, aseguró el capitán de Navío Jorge Perrén, uno de los jefes de la sublevación en Puerto Belgrano, según la investigación de Ruiz Moreno.

Sin embargo, no todo resultó tan pacífico: el Regimiento V de Infantería se mantuvo fiel al Gobierno, por lo que fue atacado durante varias horas por la Aviación de Marina hasta conseguir su rendición. De acuerdo con los datos del Archivo Nacional de la Memoria, en medio de esos enfrentamientos falleció el jornalero Tomás Pacheco, de 64 años.

En las primeras horas del sábado 17 de septiembre, la indefinición sobre la suerte del Golpe -especialmente en la Ciudad de Buenos Aires- forzó al interventor militar a decretar poco después un toque de queda a partir de las 11.30 del día siguiente para evitar posibles "alteraciones del orden".




Pero a diferencia de los combates que se desarrollaron en otras partes de la región, como en Sierra de la Ventana, Tornquist y Saavedra, durante los otros tres días que duró el derrocamiento casi no se registraron nuevos enfrentamientos en el casco urbano de Bahía.

Las multitudes que, por caso, habían acompañado las visitas de Perón, en febrero de 1946, y de Evita, en noviembre de 1948, quedaron silenciosas ante los grupos que avanzaban por la avenida Eva Perón (hoy Colón) arrancando los carteles enchapados con el nombre de la exprimera dama.

Del mismo modo, observaron impasibles cómo las caravanas de autos circulaban por las principales calles céntricas, tocando bocina y agitando banderas argentinas.

"No hubo reacción para defender a Perón y, de pronto, se notó ese odio contenido durante muchos años por los antiperonistas: hubo delaciones, despidos, cesantías, e incluso circularon grupos armados por la ciudad buscando a dirigentes y militantes peronistas para detenerlos", puntualiza Marcilese.

El martes 20 de septiembre las radios confirmaron finalmente la renuncia de Perón a la Presidencia, la asunción de una Junta Militar y el comienzo de otro capítulo político en el drama nacional.

viernes, 10 de julio de 2020

SGM: ORBAT del Levantamiento de Varsovia

Levantamiento de Varsovia - Orden de Batalla Wola 1944

W&W





El mapa de 200 lugares, donde los alemanes asesinaron a 50 mil habitantes del distrito de Wola durante el Levantamiento de Varsovia de 1944.



Soldados del Kolegium "A" de Kedyw en la calle Stawki en el distrito de Wola - Levantamiento de Varsovia 1944.

Un ataque alemán fue entregado desde la dirección del distrito de Wola del 5 al 6 de agosto, hacia el puente Kierbedz. Esto dividió las áreas controladas por las fuerzas del Ejército Nacional. En las áreas ocupadas, particularmente en el distrito de Wola, las fuerzas alemanas perpetraron crímenes de gran escala contra la población civil (alrededor de 25 a 30,000 personas ejecutadas por un pelotón de fusilamiento). Las áreas controladas por los insurgentes se dividieron en tres a medida que avanzaba la batalla:

La zona norte, incluidos los cementerios, el antiguo gueto judío, el casco antiguo, el distrito de Zoliborz y los bosques al norte de Varsovia

La región del centro de la ciudad (Sródmiescie) junto con dos áreas ribereñas: Powiśle y Czerniaków

La región sur: el distrito de Mokotów junto con el subdistrito de Sadyba y los destacamentos del Ejército del Interior en los bosques al sur de Varsovia.

Desde los primeros días del Levantamiento, una forma sustituta de normalidad informó la vida cotidiana, con un sistema de distribución de alimentos y un servicio postal dirigido por exploradores. La estación de radio insurgente Blyskawica ("Aligeramiento") hizo su emisión inaugural el 8 de agosto.

Mientras tanto, los alemanes reforzaron sistemáticamente sus ejércitos en Varsovia. El general de las SS Erich von dem Bach Zelewski se encargó de sofocar el levantamiento. Para el 20 de agosto, sus fuerzas aumentaron a unos 25,000 hombres. Periódicamente, los destacamentos de tres divisiones panzer - las divisiones 25, 19 y "Hermann Goering" - fueron reclutados para la acción. Además de los aviones bombarderos, los alemanes utilizaron numerosas subunidades de zapadores, minas autopropulsadas "Goliat" y tanques explosivos utilizados para demoler fortificaciones, lanzacohetes y la artillería más pesada (incluidos los morteros "Karl" de 600 mm).

El último punto de resistencia en el distrito de Ochota cayó el 11 de agosto, y las fuerzas del Ejército Nacional fueron expulsadas simultáneamente del distrito de Wola.

FUERZA POLACA:


AK - Armia Krajowa - Ejército local
AL - Armia Ludowa - Ejército Popular (comunistas)
OW PPS - Organizacja Wojskowa Polskiej Partii Socjalistycznej -
Organizaciones Militares Partido Socialismos Polacos

Grupo "Radoslaw" y subdivisiones "KEDYW"
1. AK "Zoska" - fuerza de élite;
2. AK "Parasol" - fuerza de élite;
3. AK "Wacek" - 2 capturados "Panther";
4. AK "Broda";
5. AK “Czata 49 ″;
6. AK "Miotla";
7. AK "Piesc";
8. AK "Wigry";

Otras unidades:
1. AK "Igor" - fuerza de reserva, segunda línea - pobre;
2. AK "Hal" - pobre;
3. AL - pobre;
4. OW PPS - pobre;
5. AK "Pantera";
6. AK "Waligora" - pobre;
7. AK "Waga".
8. AK “1806 ″ - almacenes seguros de Stawki.

FUERZA ALEMANA


Kampfgruppe Dirlewanger:
1. SS Sonderbrigade Dirlewanger;

Kampfruppe Reinefarth:
1. II Aserbeinschanische Feld Abteilung - 8 pelotones - "no tuvieron piedad";
2. "Sarnow" Polizie - Fuerza policial;
3. Sondergruppe Geandarmerie "Walter";
4. SS "Rontgen";

Kampfgruppe Schmidt:
1. 608 Schiserung (Posener Ersatz - Regimiento);

Otro:
1. Reserva "Hermann Goering" Panzer Kp. - 20 “Panther” - compañía de tanques de reserva División Panzer-FJ “Hermann Goering”;
2. Pz.Zug no 75 - Tren blindado no 75;
3. 6 Ju-87 de 6th Luftflotte;
4. KL Wachtregiment - tripulación de "Gesiowka";
5. Pawiak Wachtregiment - tripulación de "Pawiak";
6. Wachtregiment Warschau - pequeños elementos SS, Schutzpolizie, etc.

domingo, 1 de octubre de 2017

Catalunya: Guerra dels Segadors (1640)

Sublevación de Cataluña (1640)

Wikipedia


La sublevación de Cataluña, revuelta de los catalanes, guerra de Cataluña o guerra de los Segadores (guerra dels Segadors, en catalán) afectó a gran parte de Cataluña entre los años 1640 y 1652. Tuvo como efecto más duradero la firma de la Paz de los Pirineos entre la monarquía hispánica y el rey de Francia, pasando el condado del Rosellón y la mitad del de la Cerdaña, hasta aquel momento partes integrantes del principado de Cataluña, uno de los territorios de la monarquía hispánica, a soberanía francesa.

La sublevación comienza con el Corpus de Sangre del 7 de junio de 1640, explosión de violencia en Barcelona —cuyo hecho más trascendente es el asesinato del conde de Santa Coloma, noble catalán y virrey de Cataluña— protagonizada por campesinos y segadors ('segadores') que se han sublevado debido a los abusos cometidos por el ejército real —compuesto por mercenarios de diversas procedencias— desplegado en el Principado a causa de la guerra con la Monarquía de Francia, enmarcada dentro de la Guerra de los Treinta Años (1618-1648).


Batalla de Montjuic

Antecedentes

La «decadencia» de Castilla y la crisis de la hacienda real

A principios del siglo XVII, la situación de Castilla —de donde hasta entonces habían salido los hombres y los impuestos que necesitaron Carlos I y Felipe II para su política hegemónica en Europa— ya no era la misma que la del siglo anterior. Como ha señalado Joseph Pérez, Castilla "se hallaba exhausta, arruinada, agobiada después de un siglo de guerras casi continuas. Su población había mermado en proporción alarmante; su economía se venía abajo; las flotas de Indias que llevaban la plata a España llegaban muchas veces tarde, cuando llegaban, y las remesas tampoco eran las de antes".1​

La difícil situación de Castilla y la caída de las remesas de metales preciosos de las Indias tuvo una repercusión inmediata en los ingresos de la Hacienda real, cuya crisis se vio agravada en 1618 cuando comenzó la que sería llamada guerra de los Treinta Años y cuando en 1621 expiró la Tregua de los Doce Años con las Provincias Unidas —reanudándose así la guerra de los Ochenta Años—. Esa compleja situación es la que tuvieron que afrontar el nuevo rey Felipe IV y su valido el conde-duque de Olivares.


El proyecto de Olivares: el memorial secreto de 1624 y la Unión de Armas

El proyecto de Olivares, resumido en su aforismo Multa regna, sed una lex («Muchos reinos, pero una ley»),3​ que era sin duda la ley de Castilla, donde el poder del rey era más efectivo que en cualquier "provincia" que mantuviese sus tradicionales "libertades", implicaba modificar el modelo político de monarquía compuesta de los Austrias en el sentido de uniformizar las leyes e instituciones de sus reinos. Esta política fue plasmada en el famoso memorial secreto preparado por Olivares para Felipe IV, fechado el 25 de diciembre de 1624, cuyo párrafo clave decía:

Tenga Vuestra Majestad por el negocio más importante de su Monarquía, el hacerse Rey de España: quiero decir, Señor, que no se contente Vuestra Majestad con ser Rey de Portugal, de Aragón, de Valencia, Conde de Barcelona, sino que trabaje y piense, con consejo mudado y secreto, por reducir estas reinos de que se compone España al estilo y leyes de Castilla, sin ninguna diferencia, que si Vuestra Majestad lo alcanza será el Príncipe más poderoso del mundo.

Como este proyecto requería tiempo y las necesidades de la Hacienda eran acuciantes, el Conde-Duque presentó oficialmente en 1626 un proyecto menos ambicioso pero igualmente innovador, la Unión de Armas, según el cual todos los "Reinos, Estados y Señoríos" de la Monarquía Hispánica contribuirían en hombres y en dinero a su defensa, en proporción a su población y a su riqueza. Así la Corona de Castilla y su Imperio de las Indias aportarían 44 000 soldados; el Principado de Cataluña, el Reino de Portugal y el Reino de Nápoles, 16 000 cada uno; los Países Bajos del sur, 12 000; el Reino de Aragón, 10 000; el Ducado de Milán, 8000; y el Reino de Valencia y el Reino de Sicilia, 6000 cada uno, hasta totalizar un ejército de 140 000 hombres. El conde-duque pretendía hacer frente así a las obligaciones militares que la Monarquía de la Casa de Austria había contraído. Sin embargo, el conde-duque era consciente de la dificultad del proyecto ya que tendría que conseguir la aceptación del mismo par las instituciones propias de cada Estado —singularmente de sus Cortes—, y éstas eran muy celosas de sus fueros y privilegios.

Con la Unión de Armas Olivares retomaba las ideas de los arbitristas castellanos que desde principios del siglo XVII, cuando se hizo evidente la «decadencia» de Castilla, habían propuesto que las cargas de la Monarquía fueran compartidas por el resto de los reinos no castellanos.nota 1​ Unas ideas que cuando empezó la Guerra de los Treinta Años fueron también asumidas por el Consejo de Hacienda y el Consejo de Castilla. Este último en una «consulta» del 1 de febrero de 1619 afirmó que las otras "provincias", «fuera justo que se ofrecieran, y aun se les pidiera ayudaran con algún socorro, y que no cayera todo el peso y carga sobre un sujeto tan flaco y tan desuntanciado», en referencia a la Corona de Castilla.5​ Sin embargo, la opinión que tenían los arbitristas y los consejos castellanos sobre la escasa contribución de los estados de la Corona de Aragón a los gastos de la Monarquía no se ajustaba completamente a la realidad, además de que los castellanos sobrestimaban la población y la riqueza de los reinos y estados no castellanos, una idea que también compartía el Conde-Duque de Olivares.6​


La oposición de Cataluña a la Unión de Armas: las Cortes inacabadas de 1626 y 1632

Mientras en la corte de Madrid la Unión de Armas fue recibida con grandes elogios —«único medio para la sustentación y restauración de la monarquía»—, en los estados no castellanos ocurrió lo contrario, conscientes de que si se aprobaba tendrían que contribuir regularmente con tropas y dinero, y de que supondría una violación de sus fueros, ya que en todos ellos, como ha señalado Elliott, «reglas muy estrictas disponían el reclutamiento y la utilización de las tropas».7​

Según Joseph Pérez, la oposición de los estados no castellanos a la Unión de Armas se debió, en primer lugar, a que el cambio que se proponía «era demasiado fuerte como para ser aceptado sin resistencia» por unos "reinos y señoríos que habían disfrutado desde siglo y medio de una autonomía casi total"; y, en segundo lugar, porque "el propósito de crear un nación unida y solidaria venía demasiado tarde: se proponía a las provincias no castellanas participar en una política que estaba hundiendo a Castilla cuando no se le había dado parte ni en los provechos ni en el prestigio que aquella política reportó a los castellanos, si los hubo".8​

Para la aprobación de la Unión de Armas el rey Felipe IV convocó para principios de 1626 Cortes del Reino de Aragón, que se celebrarían en Barbastro; Cortes del Reino de Valencia, a celebrar en Monzón, y Cortes catalanas, que se reunirían en Barcelona.nota 2​ En las del Reino de Valencia Olivares tuvo que cambiar sus planes y aceptar un subsidio, que las Cortes concedieron de mala gana, de un millón de ducados que serviría para mantener a 1.000 soldados —lejos, pues, de los 6.000 previstos— que se pagaría en quince plazos anuales —72.000 ducados cada año—. De las Cortes del reino de Aragón obtuvo dos mil voluntarios durante quince años, o los 144.000 ducados anuales con los que se pagaría esa cantidad de hombres —muy lejos también de la cifra de 10.000 soldados prevista por Olivares para el reino de Aragón—.9​

El 26 de marzo de 1626 Felipe IV hizo su entrada triunfal en Barcelona y al día siguiente juró las Constituciones catalanas. Poco después se inauguraron las cortes catalanas con la lectura de la proposición real preparada por Salvador Fontanet y que fue leída por el protonotario Jerónimo de Villanueva:10​

Catalanes míos, vuestro conde llega a vuestras puertas acometido e irritado de sus enemigos, no a proponeros que le deis hacienda para gastar en dádivas vanas [...] Hijos, una y mil veces os digo y os repito que no sólo [no] quiero quitaros vuestros fueros, favores e inmunidades [...] os propongo el resucitar la gloria de vuestra nación y el nombre que tantos años ha está en olvido y que tanto fue el terror y la opinión común de Europa.
Sin embargo, estas palabras no ablandaron la oposición de los tres braços a la Unión de Armas, ni siquiera cuando Olivares propuso cambiar los soldados por un "servicio" de 250.000 ducados anuales durante quince años, o por un "servicio" único de más de tres millones de ducados. Los braços estaban más interesados en que se aprobaran sus propuestas de nuevas "Constituciones" y que se atendieran los "greuges" ('quejas') contra los oficiales reales que se habían acumulado desde la celebración de las últimas cortes catalanas en 1599. Como las sesiones se alargaban sin que se llegara a tratar el tema que le había llevado allí —la Unión de Armas—, el rey Felipe IV abandonó precipitadamente Barcelona el 4 de mayo de 1626 sin clausurar las Cortes.11​


El Conde Duque de Olivares, por Velázquez, 1632. Aparece un valido de gesto decidido en la cúspide de su poder y del de la Monarquía Hispánica, con el bastón de mando militar, en un cuadro que es pendant con uno de composición simétrica del propio rey, ambos en el Museo del Prado.

Olivares creyó que podría llegar a un acuerdo concediendo ciertas ventajas en cooperación militar por el Mediterráneo, pero no contó con la lentitud de las Cortes para sopesar su propuesta. Para colmo, un desaire protocolario a un principal noble catalán también influyó en aumentar el resentimiento de la facción más opuesta a Olivares (una disputa por la prelación a la hora de establecer los puestos en la comitiva del rey terminó sentando al almirante de Castilla en vez del duque de Cardona, hasta entonces principal valedor del rey en Cataluña, que incluso había llegado al extremo de cruzar su espada en una sesión de las cortes con el conde de Santa Coloma). Al desentendimiento entre la élite catalana y el propio rey también había contribuido la muerte de un consejero real de origen catalán, el marqués de Aytona, que no llegó a Barcelona (murió durante la estancia previa en Barbastro, el 24 enero de 1626).12​

Sin embargo, Olivares, "ignorando el hecho desagradable de que ninguno de los reinos [de Aragón y de Valencia] había votado tropas para el servicio más acá de sus propias fronteras, y de que los catalanes no habían votado siquiera una suma de dinero", proclamó el 25 de julio de 1626 el nacimiento oficial de la Unión de Armas.13​

En 1632 Olivares volvió a intentar que las cortes catalanas aprobaran la Unión de Armas o un "servicio" en dinero equivalente y se reunieron de nuevo. Pero éstas aún duraron menos que las de 1626 ya que cuestiones de protocolo —como la reivindicación de los representantes de Barcelona del privilegio de ir cubiertos con sombrero en presencia del rey— y los interminables greuges agotaron la paciencia del rey y de nuevo se marchó sin clausurarlas. Como ha señalado Xavier Torres, el fracaso de estas nuevas cortes sancionó "de hecho, el divorcio entre el monarca —o su valido— y las instituciones del Principado".14​

Por otro lado, los virreyes que se encargaban de la seguridad de los caminos y las rutas comerciales a duras penas podían contener los embates del bandolerismo al servicio de clanes o facciones nobiliarias que controlaban o estimulaban la actividad de bandas rivales de malhechores (en su mayoría campesinos y pastores afectados por la crisis económica de la zona, como Serrallonga. Además de responder a una secular dinámica interna, tampoco desaprovecharon la oportunidad de intensificarla para desestabilizar el sistema de gobierno. Durante el mandato del duque de Lerma el orden público en el Principado estaba en situación muy precaria; entre 1611 y 1615, ya actuando como virrey el marqués de Almazán, incluso empeoró. Sin embargo, una acción más decidida de los dos siguientes virreyes (el duque de Alburquerque y el duque de Alcalá) mantuvo el orden a partir de 1616 por encima de una Generalidad que ni dominaba ni tenía capacidad de dominar la situación. La firme voluntad de estos virreyes de acabar con el bandolerismo (incluso prohibiendo la posesión de determinadas armas) levantó las susceptibilidades de las instituciones catalanas, que creían ver en ello una violación de sus prerrogativas en materia de gobierno autónomo.

Otros puntos de fricción frente a la Generalidad fueron: los intentos de cobrar el quinto de los ingresos municipales, que habían quedado en suspenso en 1599 y se reanudaron en 1611, afectando a Barcelona desde 1620 (aunque la Diputación del General amparaba la resistencia de los ayuntamientos contra el impuesto); y el apresamiento en 1623 por los corsarios argelinos de las dos galeras armadas por la institución catalana para la defensa de las costas (desde 1599) y que se empleaban en el transporte de tropas a Italia (de forma irregular según la interpretación de la Generalidad).15​

La guerra llega a Cataluña (1635-1640)

En 1635 la declaración de guerra de Luis XIII de Francia a Felipe IV llevó la guerra a Cataluña dada su situación fronteriza con la monarquía de Francia, y con ello, con la ejecución de la Unión de Armas.16​

El Conde-Duque de Olivares se propuso concentrar en Cataluña un ejército de 40.000 hombres para atacar Francia por el sur y al que el Principado tendría que aportar 6.000 hombres. Para poner en marcha su proyecto en 1638 nombra como nuevo virrey de Cataluña al conde de Santa Coloma, mientras que ese mismo año se renueva la Diputación General de Cataluña de la que entran a formar parte dos firmes defensores de las leyes e instituciones catalanas, el canónigo de Urgel Pau Claris y Francesc de Tamarit. Pronto surgen los conflictos entre el ejército real —compuesto por mercenarios de diversas "naciones" incluidos los castellanos— con la población local a propósito del alojamiento y manutención de las tropas. Se extienden las quejas sobre su comportamiento —se les acusa de cometer robos, exacciones y todo tipo de abusos—, culminando con el saqueo de Palafrugell por el ejército estacionado allí, lo que desencadena las protestas de la Diputación del General y del Consejo de Ciento de Barcelona ante Olivares.17​

El Conde-Duque de Olivares, necesitado de dinero y de hombres, confiesa estar harto de los catalanes: «Si las Constituciones embarazan, que lleve el diablo las Constituciones». En febrero de 1640, cuando ya hace un año que la guerra ha llegado a Cataluña, Olivares le escribe al virrey Santa Coloma:18​

Cataluña es una provincia que no hay rey en el mundo que tenga otra igual a ella... Si la acometen los enemigos, la ha de defender su rey sin obrar ellos de su parte lo que deben ni exponer su gente a los peligros. Ha de traer ejército de fuera, le ha de sustentar, ha de cobrar las plazas que se perdieren, y este ejército, ni echado el enemigo ni antes de echarle el tiempo que no se puede campear, no le ha de alojar la provincia... Que se ha de mirar si la constitución dijo esto o aquello, y el usaje, cuando se trata de la suprema ley, que es la propia conservación de la provincia
Así a lo largo de 1640 el virrey Santa Coloma, siguiendo las instrucciones de Olivares, adopta medidas cada vez más duras contra los que niegan el alojamiento a las tropas o se quejan de sus abusos. Incluso toma represalias contra los pueblos donde las tropas no han sido bien recibidas y algunos son saqueados e incendiados. El diputado Tamarit es detenido. Los enfrentamientos entre campesinos y soldados menudean hasta que se produce una insurrección general en la región de Gerona que pronto se extiende a la mayor parte del Principado.19​

Otro hecho que condujo a un mayor deterioro de la ya enrarecida relación entre Cataluña y la Corona, fue la negativa en 1638 de la Diputación del General a que tropas catalanas acudieran a levantar el sitio de Fuenterrabía (Guipúzcoa), a donde sí habían acudido tropas desde Castilla, las provincias vascas, Aragón y Valencia. En fin, la nobleza y la burguesía catalanas odiaban por motivos personales al virrey, conde de Santa Coloma, por no haber defendido sus intereses de estamento por encima de la obediencia al gobierno de Madrid. Los campesinos odiaban a la soldadesca de los tercios por las requisas de animales y los destrozos ocasionados a sus cosechas, amén de otros incidentes y afrentas derivadas del alojamiento forzoso de la soldadesca en sus casas, algunas de las cuales llegaron a quemar. El clero también lanzaba prédicas contra los soldados de los tercios, a los que llegaron a excomulgar.


El inicio de la sublevación: El Corpus de Sangre

En mayo de 1640, campesinos gerundenses atacaron a los tercios que acogían. A finales de ese mismo mes, los campesinos llegaban a Barcelona, y a ellos se unieron los segadores en junio.

El 7 de junio de 1640, fiesta del Corpus Christi, rebeldes mezclados con segadores que habían acudido a la ciudad para ser contratados para la cosecha, entran en Barcelona y estalla la rebelión. "Los insurrectos se ensañan contra los funcionarios reales y los castellanos; el propio virrey procura salvar la vida huyendo, pero ya es tarde. Muere asesinado. Los rebeldes son dueños de Barcelona". Fue el Corpus de Sangre que dio inicio a la Sublevación de Cataluña.20​ El Virrey de Cataluña Dalmau de Queralt, conde de Santa Coloma fue asesinado en una playa barcelonesa cuando intentaba huir por mar.

La situación cogió por sorpresa a Olivares, ya que la mayoría de sus ejércitos estaban localizados en otros frentes y no podían acudir a Cataluña. El odio a los tercios y a los funcionarios reales pasó a generalizarse contra todos los hacendados y nobles situados cerca de la administración. Ni siquiera la Generalidad controlaba ya a los rebeldes, que lograron apoderarse del puerto de Tortosa.


El Corpus de Sang, de H.Miralles (1910). «¡Viva la fe de Cristo!», «¡Viva la tierra, muera el mal gobierno!» fueron los lemas de los segadores que originaron la revuelta popular del 7 de junio de 1640, día conocido como el Corpus de Sangre.

1640 a 1652

Pau Claris, al frente de la Generalidad de Cataluña impulsó poner el territorio catalán bajo la protección y soberanía francesa. Pero la revuelta también escapa a este primer y efímero control de la oligarquía catalana. La sublevación derivó en una revuelta de empobrecidos campesinos contra la nobleza y ricos de las ciudades que también fueron atacados. La oligarquía catalana se encontró en medio de una auténtica revolución social entre la autoridad del rey y el radicalismo de sus súbditos más pobres.

Conscientes de su incapacidad de reducir la revuelta y sus limitaciones para dirigir un estado independiente, los gobernantes catalanes se aliaron con el enemigo de Felipe IV: Luis XIII (pacto de Ceret). Richelieu no perdió una oportunidad tan buena para debilitar a la corona española. Olivares comienza a preparar un ejército para recuperar Cataluña con grandes dificultades ese mismo año de 1640 y, en septiembre, la Diputación catalana pide a Francia apoyo armamentístico.

En octubre de 1640 se permitió a los navíos franceses usar los puertos catalanes y Cataluña accedió a pagar un ejército francés inicial de tres mil hombres que Francia enviaría al condado. En noviembre, un ejército de unos veinte mil soldados recuperó Tortosa para Felipe IV, en su camino hacia Barcelona; dicho ejército provocó sobre los prisioneros unos abusos que determinaron a los catalanes a oponer una mayor resistencia. Cuando el ejército del marqués de los Vélez se acercaba a Barcelona, estalló una revuelta popular el 24 de diciembre, con una intensidad superior a la del Corpus, por lo que Claris tuvo que decidirse por una salida sin retorno, que tampoco era la deseable: pactar la alianza con Francia en contra de Felipe IV.

El 16 de enero de 1641, la Junta de Brazos (Las Cortes sin el rey) aceptaron la propuesta de Claris de poner a Cataluña bajo protección del rey de Francia en un gobierno republicano, y el Consejo de Ciento lo hizo al día siguiente. Pero esta situación república Catalana fue una solución transitoria para forzar un acuerdo con el gobierno de Madrid ante la amenaza de intervención francesa. Sin embargo, el enviado plenipotenciario del rey de Francia Bernard Du Plessis-Besançon logró influir en las autoridades catalanas en el sentido de que la implicación e intervención francesa solo podía realizarse si era reconocido como soberano. Así pues, el 23 de enero Pau Claris transmitió esta proposición a la Junta de Brazos, que fue aceptada, el Consejo de Ciento lo hizo al día siguiente, y el rey de Francia Luis XIII de pasó a ser el nuevo conde de Barcelona. Tanto la Junta de Brazos el Consejo de Ciento acordaron establecer una Junta de Guerra, que no fuera responsable ante ambos organismos y presidida por el conseller en cap Joan Pere Fontanella.21​22​23​ Días después, el 26 de enero, un ejército franco-catalán defendió Barcelona con éxito. El ejército de Felipe IV se retiró y no volvería hasta diez años más tarde. Poco tiempo después de esta defensa victoriosa moriría Pau Claris.

Cataluña se encontró siendo el campo de batalla de la guerra entre Francia y España e, irónicamente, los catalanes padecieron la situación que durante tantas décadas habían intentado evitar: Sufragar el pago de un ejército y ceder parcialmente su administración a un poder extranjero, en este caso el francés. La política francesa respecto a Cataluña estaba dominada por la táctica militar y el propósito de atacar Valencia y Aragón.


Tratado de los Pirineos.

Luis XIII nombró entonces un virrey francés y llenó la administración catalana de conocidos pro-franceses. El coste del ejército francés para Cataluña era cada vez mayor, y mostrándose cada vez más como un ejército de ocupación. Mercaderes franceses comenzaron a competir con los locales, favorecidos aquellos por el gobierno francés, que convirtió a Cataluña en un nuevo mercado para Francia. Todo esto, junto a la situación de guerra, la consecuente inflación, plagas y enfermedades llevó a un descontento que iría a más en la población, consciente de que su situación había empeorado con Luis XIII respecto a la que soportaban con Felipe IV.

En 1643, el ejército francés de Luis XIII conquista el Rosellón, Monzón y Lérida. Un año después Felipe IV recupera Monzón y Lérida, donde el rey juró obediencia a las leyes catalanas. En 1648, con el Tratado de Westfalia y la retirada de la guerra de sus aliados, los Países Bajos, Francia comienza a perder interés por Cataluña. Conocedor del descontento de la población catalana por la ocupación francesa, Felipe IV considera que es el momento de atacar y en 1651 un ejército dirigido por Juan José de Austria comienza un asedio a Barcelona. El ejército francocatalán de Barcelona se rinde en 1652 y se reconoce a Felipe IV como soberano y a Juan José de Austria como virrey en Cataluña, si bien Francia conserva el control del Rosellón. Felipe IV por su parte firmó obediencia a las leyes catalanas. Esto da paso a la firma del Tratado de los Pirineos en 1659.

Esta inestabilidad interna y su resultado final fue dañino para España, pero mucho más para Cataluña. Por otra parte, Francia aprovechó la oportunidad para explotar una situación que le rindió grandes beneficios a un coste prácticamente nulo.

Como resultado final, Francia tomó posesión definitiva del único territorio transpirenaico de España.


Bibliografía

  • Elliott, John H. (1982) [1963]. La rebelión de los catalanes. Un estudio sobre la decadencia de España (1598-1640) [The Revolt of the Catalans-A Study in the Decline of Spain (1598-1640)] (2ª edición). Madrid: Siglo XXI. ISBN 8432302694.
  • Elliott, John H. (2009). «Una Europa de monarquías compuestas». España, Europa y el mundo de ultramar (1500-1800). Madrid: Taurus. ISBN 978-84-306-0780-8.
  • Ricardo García Cárcel Felipe V y los españoles.
  • Pérez, Joseph (1980). «España moderna (1474-1700). Aspectos políticos y sociales». En Jean-Paul Le Flem; Joseph Pérez; Jean-Marc Perlorson; José Mª López Piñero y Janine Fayard. La frustración de un Imperio. Vol. V de la Historia de España, dirigida por Manuel Tuñón de Lara. Barcelona: Labor. ISBN 84-335-9425-7.
  • Torres, Xavier (2006). La Guerra dels Segadors (en catalán). Lérida-Vic: Pagès Editors-Eumo Editorial. ISBN 84-9779-443-5.

jueves, 2 de marzo de 2017

Historia Argentina: El asesino de Urquiza

El apuñalador de Urquiza

Revisionistas



Nicomedes Coronel

A menudo la crónica histórica argentina ha preferido apelar a la explicación simplista de ciertos hechos que, como el asesinato del general Justo José de Urquiza en 1870, han tenido honda repercusión e insospechadas ramificaciones hasta bastante después de sucedidos.

Cuando se comenta sobre el deceso de Urquiza en su posada predilecta –Palacio San José-, aquella simpleza se vuelve la respuesta más cómoda y, por lo mismo, más errada. Dicen sus cultores: “El que mató a Urquiza fue el general Ricardo López Jordán hijo“. Otros agregan: “López Jordán entró en la estancia del entrerriano y él mismo lo ultimó”. Y sigue el equívoco tan reiterativo como obsesivo que, entre borrascas de inexactitudes, nubla la verdad de nuestra historia, la vida de ilustres desconocidos que jamás verán la póstuma reivindicación.

Ahondando en el tema de la muerte de Urquiza, algunas personas con mayor grado de ilustración parecieran comprender que tuvo por protagonistas al sargento mayor de milicias Simón Luengo (1), que fue, precisamente, quien comandó la partida que lo fue a buscar, y a Ambrosio Luna, responsable de accionar el arma de fuego sobre la humanidad del entrerriano y ante la presencia de sus hijas.

Pero no fueron solamente Luengo y Luna los que mataron al general Urquiza, pues, a continuación de los disparos, otro personaje, el mayor Nicomedes Coronel, aligerando su filoso puñal, le asestó al moribundo unas cuantas puñaladas que acabaron con su vida. Y salta la pregunta: ¿Quién era Nicomedes Coronel?

Pecaría yo también de simplista si lo refrendo apenas como “el que apuñaló a Urquiza”. Este rasgo sería digno de una pobreza historiográfica que, lejos de reivindicar su existencia, lo catapultaría, sin pausa, hacia el abismo de los infiernos y la desdicha. Aclarado lo anterior, metámonos en su desconocida biografía.

Nicomedes Coronel, al que también se lo conoció como Nico Coronel, había nacido en la República Oriental del Uruguay, siendo sus padres don Juan Francisco Coronel Muniz (1809-1858) y doña Dionisia Cavero (1810-1898). Se desconoce el año exacto de su natalicio.

Un tío de Nicomedes, de nombre Dionisio Coronel, fungió como caudillo y jefe político del Partido Blanco del brigadier general Manuel Oribe, trabando lucha contra Fructuoso Rivera en 1844 cerca de la localidad uruguaya de Melo. Años más tarde, por 1860, era tal su prestigio que el presidente Bernardo Prudencio Berro (2) lo designa Comandante Militar de Cerro Largo. Se aprecia en este familiar de Nicomedes Coronel, entonces, una fuerte raigambre de cuño federal que, en alguna medida, exaltó su joven espíritu y acendró su carácter cuando adulto.

Revistó don Nicomedes Coronel durante algún tiempo como Comisario de Policía en el pueblo de Aceguá, Uruguay, el cual se sitúa en el límite con Brasil. Allí va a cometer, junto a una gavilla, un doble crimen que tomó notoria relevancia por la investidura de los occisos: las víctimas fueron, el Teniente Alcalde de Aceguá, don Juan Campón (3), y un hacendado de la zona llamado Leonardo Pereyra da Silva.

Mayordomo de Urquiza


Por este episodio, Coronel y sus compañeros cayeron detenidos y fueron trasladados prisioneros a la cárcel de Melo. Tiempo después lograron fugar y, al menos Nicomedes Coronel, cruzó el río Uruguay para instalarse en la Confederación Argentina. Este momento podemos ubicarlo en el año 1861, que es cuando un amigo de Coronel, el general Lucas Moreno (4), lo recomienda a Urquiza para su protección.

El autor Manuel Macchi presenta este momento, diciendo que tal pedido se debió a que Urquiza era una suerte de “protector de los desvalidos” y que Nicomedes Coronel, apremiado por la persecución que recaía en su contra por los crímenes de Aceguá, bien podía ser ayudado por el hombre político más importante de la Provincia de Entre Ríos.

En una carta que el general Moreno le dirigió a Urquiza el 23 de febrero de 1861, le mandó decir lo siguiente:

“Me permito recomendar a V. E. el ciudadano D. Nicomedes Coronel que se halla en Entre Ríos y que pertenece a una familia de mi amistad. Él es un joven laborioso y honrado y anhela tener una colocación para trabajar. A. V. E. protector de los hombres laboriosos y desgraciados es a quien pido amparo para mi recomendado”.

Urquiza, sin perder tiempo, le da un empleo a Nicomedes Coronel como capataz, administrador o mayordomo en la Estancia “San Pedro”, que era propiedad suya, la cual quedaba distante seis leguas del famoso Palacio San José. Aquí, Coronel va a vivir por casi una década junto a su esposa (5) y seis hijos, algunos de los cuales fueron ahijados de Urquiza. Cada tanto, Coronel solía pasearse por San José para ir a conversar con Urquiza, granjeándose una insospechada amistad si tenemos en cuenta el desenlace de 1870.

No obstante, nuestro biografiado también va a emplearse en otra estancia, denominada “Santa Cándida”, extensión que también pertenecía al general Justo José de Urquiza, y que evocaba el nombre de su madre. Quedaba en las afueras de Concepción del Uruguay, uno de los epicentros políticos y educativos del Entre Ríos de entonces.

Durante un envío de hacienda que hizo desde la Estancia “Rincón del Calá” (6) hasta la Estancia “Santa Cándida”, don Nicomedes Coronel fue visto por el escritor Martiniano Leguizamón quien, para ese tiempo, era un niño y frecuentaba el primero de los establecimientos en razón de que era un dominio de su padre, el coronel Martiniano Leguizamón. Ya de grande, el literato anotó unas interesantes impresiones que le causó el semblante de Coronel:

“Lo veo patente y si supiera dibujar ensayaría trazar su imborrable perfil sin que le faltara un solo detalle. Tenía ese rostro pálido y macilento con que suelen representar a los nazarenos; el bigote fino, la barba negra, rala y larga, y la cabellera enrulada que, echada hacia atrás, caía sin gracia rozándole los hombros. Los ojos pequeños, renegridos, como dos piedras duras miraban desde el fondo de las cuencas hondas con ese brillo frío del ojo de la víbora, causando inquietud”.

Y referido a la vestimenta usada por el sargento mayor Coronel, esto decía:

“Vestía una blusa oscura, amplia bombacha de merino y un chambergo de felpa con el ala volcada hacia adelante, como para ocultar la mirada recelosa. Llevaba altas botas granaderas, calzadas con espuelas de plata, y en la mano un pesado arreador de larga azotera trenzada. Ceñía a la cintura un tirador tachonado con monedas de plata y rosetas de oro, del que sobresalía atravesado sobre los riñones, la empuñadura del facón”.

Tan pintoresca descripción, no hace más que advertir la agreste galanura de un paisano de pura cepa. Nicomedes Coronel no solamente era un gaucho auténtico del litoral, sino que, además, sabía leer, redactaba con corrección y era poseedor de una excelsa caligrafía. No era, pues, un criollo cualquiera.

Para concluir con este apartado, agregamos que Coronel visitó con alguna frecuencia la nombrada estancia del padre de Martiniano Leguizamón, como lo prueba una estadía de varios días que hizo en mayo de 1869. Esa vez, lo acompañaba el paisano Ambrosio Luna, también protagonista del asesinato contra Urquiza un año más tarde. (7)

Motivos de una decisión


Como todo buen criollo, don Nicomedes Coronel advertía la injerencia extranjera que asolaba al país casi dos décadas después de la derrota de Rosas en Caseros. Aquél se sentía un ser extraño en su propia tierra, un desplazado –o próximo a serlo- por la novedad del “progreso”, del “mundo libre” o del liberalismo humillante.

Dicho lo anterior, podemos inferir que Coronel tuvo motivos más que suficientes para introducir en las carnes del habitante de San José el puñal que llevaba entre sus ropas.

Así, por ejemplo, el nobel Nicomedes Coronel, como su tío Dionisio, fervorosos adherentes del blanco Bernardo Berro, apoyaron su ascenso al poder en Uruguay el 1º de marzo de 1860, terminando con siete años de gobiernos colorados o riveristas. Ese acontecimiento de 1860, sin embargo, no fue bien visto por Urquiza, motivo suficiente para generarse la bronca y el desprecio de “los emigrados blancos y los mismos partidarios de la revuelta (de los blancos de Berro)”, agrega Macchi.

En este sentido, Coronel era simpatizante del Partido Blanco fundado por Oribe porque en su familia había guerreros de esa causa, y porque su amigo, el general Lucas Moreno, el mismo que lo acercó a Urquiza en 1861, también había combatido en las filas blancas hasta la capitulación del Defensor de las Leyes en octubre de 1851.

Otro motivo, tiene que ver con su desconfianza hacia los extranjeros. Nicomedes Coronel advirtió, en octubre de 1866, que su propiedad estaba siendo invadida por un inglés que acababa de adquirir unos campos lindantes. “Yo temo mucho –escribió Coronel- a los extranjeros por la poderosa razón que nos están tragando insensiblemente”.

Hubo quienes advirtieron en 1868, que los campos que administraba Coronel se encontraban algo abandonados, sin el esmero que él mismo le dedicaba para mantenerlos cuidados y prestos para el normal desarrollo de las actividades rurales. Además, Nico Coronel ya tenía bajo su cuidado las estancias “San Pedro”, “Santa Cándida” y, como última expansión, la finca “Santa Rosa”.

Una persona de nombre Juan P. Solano le había hecho saber al propio Urquiza la desatención que Coronel dispensaba a sus campos. Al enterarse Coronel, éste salió a desmentirlo en reiteradas cartas que envió a conocidos y amigos. El 30 de mayo de 1868, escribió a uno de ellos, Mariano Aráoz de La Madrid, a quien le expuso que “si Solano está acostumbrado a andar con intrigas, conmigo no ha de ser, esto le aseguro como amigo que soy de Ud”. Y el 10 de febrero de 1869, Nicomedes Coronel le escribió a Urquiza que él no estaba implicado “con los hombres que quieren ofender su persona”.

Las cinco puñaladas


Teniendo en cuenta la confianza que Urquiza le tenía a Coronel, nada hacía suponer la participación de éste en los hechos ocurridos en el Palacio San José en 1870. Sin embargo, todos los que participaron del suceso tenían, al igual que Nicomedes Coronel, profundas convicciones o recelos en contra del general entrerriano como responsable de buena parte de las desgracias que entonces vivía el país y, por qué no, la región. (8)

Los ultimadores de Urquiza se concentraron el 9 de abril de 1870 en la Ea. “San Pedro”, y, como bien nos lo dice Fermín Chávez, allí Coronel tenía “a sus órdenes unos veinte hombres, algunos de ellos peones de don Justo”. A ellos se les sumaría una partida de hombres provenientes de la estancia que en Arroyo Grande poseía el general Ricardo López Jordán hijo, al mando del sargento mayor Vera (9) y el capitán Mosqueira.

Reunida una partida de 50 hombres, el coronel Simón Luengo ordenó a las 14 horas del 11 de abril de 1870 enfilar hacia el Palacio San José. López Jordán quería que a Urquiza se lo capturara vivo y, de acuerdo al testimonio posterior que brindó el capitán José María Mosqueira en el juicio que se le siguió, que lo llevaran ante su presencia.

Hay que decir que en San José existió una pequeña guarnición que resguardaba la seguridad de Urquiza y su familia a 1700 metros del palacio, a cuyos servicios estuvo destinado el subteniente Julio Argentino Roca entre 1858 y 1859. Fue esa guarnición la que detuvo, momentáneamente, la irrupción de las fuerzas del sargento mayor Robustiano Vera, que tenía la misión de entretener a quienes iban a capturar al entrerriano con Simón Luengo y Nicomedes Coronel.

Dentro del Palacio San José, tampoco se cumplía lo planificado, esto es, capturar a Justo José de Urquiza por sorpresa, pues advertido por el tiroteo que se había desatado en las afueras logró tomó un arma y, mientras huía hacia el interior de las habitaciones, efectuó algunos disparos. Uno de ellos dio en el cuerpo de Ambrosio Luna. Los demás continuaban avanzando hacia el objetivo.

En la hecatombe, un tiro de Ambrosio Luna le da a Urquiza en el lado izquierdo de su rostro, tumbándolo, herido, en el suelo. Lo abrazaba su hija Dolores. Entonces, lejos de seguir la regla máxima de aquella justa, como era la de capturar con vida a Urquiza, Nicomedes Coronel, sin piedad y vengando algunas injusticias acumuladas por durante varios años, desnuda su puñal y se lo hunde en el pecho a Urquiza en cinco oportunidades, causándole la muerte. De modo inobjetable, Coronel pasaría a la eternidad como el autor material del crimen.

Entre el 12 y 13 de abril de 1870, el médico de Policía, Esteban del Castillo, había indicado que al examinar el cuerpo del occiso vio que las cuatro o cinco heridas que el mismo tenía “habían sido producidas por un instrumento agudo y cortante” y que eran profundas, por cuanto “sondeándolas con el dedo no tocaba su profundidad en algunas”. A su vez, no hubo dudas de que el deceso de Urquiza fue producto de las puñaladas que le hizo Nicomedes Coronel, dado que, una autopsia realizada en octubre de 1951 sobre el cadáver, reveló que “la referida herida de bala no le produjo la muerte, sino las lesiones de arma blanca posteriores”.

Dolores Urquiza Costa, una de las hijas mayores de Justo José, declararía que uno de la partida –no sabía si Mosqueira, Simón Luengo o Álvarez- le dijo mientras herían de muerte a su padre: “Con ustedes no es la guerra sino con el tirano y sus hijos varones”. Y una vez consumado el asesinato, escuchó que los conjurados gritaron: “Ya murió el tirano vendido a los porteños. ¡Viva López Jordán!”.

La posteridad


La única persona que fue capturada después del asesinato de Urquiza, fue el capitán Mosqueira; los demás lograron darse a la fuga. Así aconteció con Nicomedes Coronel, quien regresó a la República Oriental del Uruguay, presumiblemente ayudado por algunos viejos partidarios blancos.

En suelo oriental, Coronel decidió unirse a las filas del caudillo blanco Timoteo Aparicio cuando, en 1870, se preparaba para lanzar la “Revolución de las Lanzas” contra los miembros del Partido Colorado que, desde 1865 y hasta 1868, habían perseguido a los del Partido Blanco o Nacional con saña particular.

No obstante, Nicomedes Coronel ya se había ganado una mala fama por haber dado muerte a Justo José de Urquiza, el cual, dada su característica dualidad, conservaba amistades de años con algunos militares blancos a quienes había dado cobijo en esos años de dictadura colorada.

Por eso mismo, el coronel Ángel Muniz expulsó de las tropas revolucionarias a Nicomedes Coronel en ese mismo año de 1870, o sea, le negó su participación junto a Timoteo Aparicio.

De este modo, Coronel vivió el final de su carrera militar en el Plata, y sabiéndose perseguido y vituperado por propios y ajenos, decidió exiliarse en la zona de Río Grande do Sul, Brasil. Y fue allí, en la localidad de Saõ Gabriel, donde halló la muerte en noviembre de 1894 (10) de forma natural.

Para terminar con esta nota biográfica, diremos que en 1872 la señora Justa Urquiza, que había casado con el general Luis María Campos, al quedar como heredera de la Estancia “San Pedro”, lo primero que hace al tomar posesión de la misma es demoler la casa que habitó Nicomedes Coronel con su familia. En su lugar, hizo levantar una construcción de cuatro piezas o habitaciones que Justa Urquiza disfrutó hasta el final de sus días.

Referencias


(1) Luengo fue, nos dice el cronista Rodolfo Barraco Mármol, un agricultor que cultivaba “sabrosísimas manzanas” en una quinta que poseía en Córdoba capital a comienzos de la década de 1860. Desde la provincia mediterránea apoyó la causa federal y alcanzó la jerarquía de lugarteniente del caudillo riojano Ángel Vicente “Chacho” Peñaloza, a cuyas órdenes se alzó en armas en 1863. Unos años antes, por 1859, su nombre salía en las hojas del diario La Voz del Pueblo, órgano que pertenecía a los federales “rusos” de Córdoba, o sea, a los que eran como Luengo.
(2) Como miembro del Partido Blanco o Nacional, Bernardo Berro resultó un activísimo colaborador de Oribe, sirviéndole como ministro de Gobierno e integrante del Tribunal Supremo del Gobierno del Cerrito (1845-1851).
(3) En abril de 1857, Juan Campón fue una de las personalidades encargadas de trazar los límites territoriales entre el Imperio del Brasil y la República Oriental del Uruguay en el punto extremo de Aceguá.
(4) El general Moreno (1821-1878) también era de nacionalidad uruguaya y miembro del Partido Blanco. Se vinculó a Justo José de Urquiza en 1838, cuando éste le dio protección a Moreno tras el golpe de Estado de Rivera contra Manuel Oribe. En 1848 ganó enorme prestigio como militar cuando recuperó la ciudad de Colonia, que desde 1845 estaba en manos de fuerzas riveristas (Gobierno de la Defensa).
(5) La señora esposa de Nico Coronel fue su prima Elmira Coronel. Contrajeron nupcias el 8 de abril de 1860 en Río Branco, Cerro Largo, Uruguay. Los padres de Elmira se llamaban José Pío Coronel Muniz y María de las Mercedes Cordero.
(6) Quedaba a pocos kilómetros de Rosario del Tala y cerca del arroyo Calá, en la Provincia de Entre Ríos, de allí su nombre.
(7) Luna era capataz y esquilador en la Ea. “San Juan”, que estaba próxima a la Ea. “San Pedro” donde trabajaba Coronel.
(8) Los que fueron de la partida que entraron a caballo en San José, eran, entre otros: Pedro Aramburu (criador de ovejas); Facundo Teco (marcador de ganado); y, el capitán Juan Pirán (pulpero en el distrito de Gená que sabía leer y escribir con corrección).
(9) El sargento mayor Robustiano Vera entró en contacto con Urquiza en 1860. Era representante en el periódico “El Eco de Corrientes”, donde hizo algunos aportes don José Hernández. Una particularidad: Vera ofició como tropero, tarea a través de la cual entró en contacto con López Jordán en su finca de Arroyo Grande.
(10) Según otra fuente, Nicomedes Coronel murió en San Juan Bautista, Brasil, en 1890.

Por Gabriel O. Turone

Bibliografía:


-Brun Almirati, Amilcar. “Cronología departamental comparada de Treinta y Tres. 1737-1903”, 2003.
-Chávez, Fermín. “Vida del Chacho”, Ediciones Theoría, 1974.
-Leguizamón, Martiniano. “Rasgos de la vida de Urquiza”, Buenos Aires, 1920.
-Macchi, Manuel E. “Urquiza, última etapa”, Editorial Castellvi, Santa Fe, 1974.

domingo, 7 de agosto de 2016

GCE: Los inicios de la sublevación

El golpe del 36: primeros instantes

Los fotógrafos Centelles, en Barcelona, y Albero y Segovia, en Madrid, captaron antes que nadie los inicios de la sublevación franquista contra la República hace 80 años


Diego Fonseca - El País




El fotógrafo Agustí Centelles tomó esta imagen de una camioneta de la CNT ocupada por hombres y mujeres que llevan cuadros con simbología republicana. La foto es en la barcelonesa Vía Laietana, el 19 de julio. CENTRO DOCUMENTAL DE LA MEMORIA HISTÓRICA




Cuando el 19 de julio de 1936 las tropas sublevadas quisieron conquistar Barcelona y Madrid, los núcleos industriales y políticos de la II República, miles de milicianos se echaron a las calles con las armas en la mano para intentar vencer a los insurrectos. Fueron pocos los fotógrafos que ese día captaron el golpe de Estado. Las imágenes de Agustí Centelles (1909-1985) son las únicas que, 80 años después, se conservan del 19 de julio en Barcelona, cuando la Guardia Civil, los guardias de asalto y los ciudadanos levantaron barricadas y montaron cañones para defender la democracia. En Madrid, la sociedad formada por Félix Albero (1894-1964) y Francisco Segovia (1901-1975) fue la que mejor documentó el asalto al cuartel de la Montaña, que había sido tomado por los golpistas, y que terminó con una victoria republicana de la que casi solo quedan estos documentos.

El trabajo de Centelles, que se guarda desde 2009 en el Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca, es un relato preciso de lo que sucedió el 19 de julio en la capital catalana: milicianos con fusiles apostados tras caballos muertos usados como barricada; los primeros heridos llevados en camillas al hospital Clínic; personas celebrando en la calle de Valldonzella que el golpe ha fracasado; guardias civiles leales al Gobierno delante del hotel Colón; y hombres y mujeres del sindicato anarquista CNT encaramados en una camioneta. "A nivel histórico, Centelles tiene un valor enorme. No solo por el 19 de julio, sino por todo lo que hace luego en el frente de Aragón o en los juicios de guerra del vaporUruguay", explica María José Turrión, subdirectora del centro salmantino.

Mientras muchos fotógrafos se quedaron en casa por miedo o no tenían cámaras lo suficientemente rápidas, Centelles —al que se ha comparado con Robert Capa— salió a la calle con su cámara de paso universal, que le permitía hacer varias imágenes consecutivas y sacar hasta 30 en un mismo carrete. “Era un periodista muy sui géneris. Siempre se intentaba desmarcar de lo establecido. Recuerdo que en muchos juicios se colaba y cuando disparaba la cámara y el obturador sonaba, tosía alto para disimular. Muchas veces salió corriendo porque lo habían descubierto", cuenta Turrión.

Los días posteriores a la sublevación, Centelles, que tras la guerra se exilió a Francia —donde sobrevivió a dos campos de concentración—, siguió fotografiando la contienda. Suya, por ejemplo, es la imagen de un cartel en una valla con la inscripción Aquí caigueien els primers defensors de la REPUBLICA. A las 5.10; la de varios milicianos, uno con una lata de sardinas en la mano izquierda y un jamón en la derecha, avanzando con mirada feliz hacia la barricada de la calle Nueva de la Rambla; o el negativo de la puerta de una iglesia de Barcelona con carteles que rezan: Edificio propiedad del Estado y Edificio Incautat por la Generalitat per al Servici de les instituciones del poble. Las fotografías de Centelles fueron publicadas en medios internacionales, y en Ahora y La Vanguardia.


Guardias civiles leales a la República, en la barcelonesa plaza de Cataluña, después de que las tropas leales apresasen a los jefes de los sublevados. CENTRO DOCUMENTAL DE LA MEMORIA HISTÓRICA

Las de Albero y Segovia también tuvieron difusión exterior y nacional. La portada, por ejemplo, del 25 de julio de 1936 de la revista Estampa —que se difundió hasta 1938 como órgano del Frente Popular (la coalición de partidos de izquierda que había ganado las elecciones de febrero del 36)— era una foto en la que aparecían varios hombres y una mujer sosteniendo armas. El semanario titulaba: “Una madre entra, fusil en mano, a buscar a su hijo en el cuartel de la Montaña”.

La respuesta masiva de las mujeres al golpe está en las fotos de Albero y Segovia, que se guardan en el Archivo General de la Administración. “Destaca cómo los reporteros de Madrid muestran a las mujeres ante la sublevación. Salen miles de ellas a la calle y a combatir en el frente, y los fotógrafos lo enseñan”, dice Turrión. Este rol femenino fue subrayado en los meses siguientes por la dirigente del Partido Comunista Dolores Ibárruri, con frases como "más vale ser viudas de héroes que mujeres de cobardes", y explicado por historiadores como Paul Preston, que en su libro La guerra civil española cuenta cómo una brigada de mujeres participó en los combates de la capital.

“También hay imágenes de Madrid de los fotógrafos Alfonso Sánchez y Atienza,pero muchas no se sabe si son del 19 o de días posteriores. El reportaje de Albero y Segovia es el más completo”, explica Turrión. Entre sus instantáneas del cuartel de la Montaña, está el primer ataque de los republicanos para reconquistarlo; los milicianos ovacionados por el pueblo; la bandera blanca de rendición izada por los sublevados; mujeres que habían entrado con las milicias al cuartel saliendo con armas; o un guardia de asalto deteniendo en la calle de Ferraz “a hombres del pueblo que sin ninguna clase de armas se quieren lanzar al ataque del cuartel". El recuerdo gráfico del primer gran combate de los insurrectos para conquistar Madrid.