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jueves, 22 de diciembre de 2022

Antiguo Egipto: La armada del faraón

La armada egipcia

Weapons and Warfare


 

Un gran relieve muestra a la armada egipcia luchando contra los Pueblos del Mar durante el reinado de Ramsés II.

Aunque los barcos son un factor común de la vida cotidiana egipcia, navegar en mar abierto es otro asunto, pero para el joven aventurero una carrera en la marina puede ser atractiva. Egipto mantiene varios escuadrones de barcos veloces para patrullar el Mediterráneo oriental. Los marineros, sin embargo, rara vez pelean, lo que hacen las tropas terrestres que llevan a bordo, a veces hasta 250 hombres.

Los barcos se pueden navegar y remar, lo que les da una ventaja sobre la mayoría de los enemigos, que solo navegan, y un poderoso tiro con arco gana muchas batallas sin necesidad de combate cuerpo a cuerpo. Sin embargo, en la mayoría de los casos, la marina se utiliza para transportar tropas a donde se necesitan: en la costa de Canaán o río arriba hasta Nubia, cuando es necesario desmantelar los barcos y transportarlos por las cataratas.

 


La expedición a Punt Queen

Hatshepsut encargó una aventura comercial a la lejana y legendaria Tierra de Punt, probablemente situada en la costa de Somalia, África Oriental. La flota navegó desde Tebas, río abajo por el Nilo casi hasta la actual Suez, cruzó por un canal hasta el Mar Rojo y luego emprendió el largo viaje hacia el sur.

Los escribas registraron en detalle el progreso de la expedición en una serie de relieves pintados, incluido el alto y delgado jefe de Punt, Perehu, y su deforme esposa Ety. Estos se conservan en el gran monumento funerario de la reina en Deir el-Bahari, en el oeste de Tebas. La expedición regresó a salvo con sus ricos cargamentos de ébano, marfil, oro, electrum, maderas aromáticas para la fabricación de perfumes, cosméticos y pieles de pantera, no para mencionar monos, perros y nativos de Punt.

miércoles, 4 de agosto de 2021

Descubrimiento de América: El decisivo y olvidado rol de Diego de Deza

Las cartas ignoradas desde 1505 donde Colón reconoce al verdadero artífice del descubrimiento de América

«Él fue la causa de que sus altezas tuviesen las Indias», aseguraba el famoso navegante a su hijo Diego sobre fray Diego de Deza en varias misivas del siglo XVII.

ABC




«Él fue la causa de que sus altezas tuviesen las Indias», escribía Cristóbal Colón a su hijo Diego en una carta fechada el 21 de diciembre de 1505. Hacía 13 años que el famoso navegante había descubierto América y quería rendir justicia a uno de los artífices en la sombra −cuyo papel fue ninguneado y ocultado por la mayoría de los historiadores de su época− de aquella empresa que cambió el curso de la Humanidad. Su nombre: Diego de Deza.

El famoso marino no solo dejó constancia de ello en esta misiva, sino en toda la correspondencia que se envió durante los dos años anteriores con Diego Colón. En total, cinco cartas en las que habla de su protector y amigo nacido en Toro (Zamora), sin cuyo apoyo y asistencia el genovés reconocía que nunca habría podido echarse al mar y cruzar el Atlántico con la Niña, la Pinta y la Santamaría. «Deza fue la causa de que yo me quedase en Castilla, cuando ya estaba de camino para fuera», insistía en el mismo mensaje, sobre uno de los momentos claves de la organización del viaje, cuando Colón vio su proyecto fue rechazado por segunda vez y pensó que todo estaba perdido, que nunca podría iniciar su expedición.

Este testimonio de primera mano fue ignorado por los historiadores de finales del siglo XV y principios del XVI, que se centraron siempre su labor religiosa y como docente del Príncipe Juan de Aragón, ocultando esta empresa sin duda más importante. Un menosprecio en el que también cayeron los cronistas de los Reyes Católicos y todos sus antiguos biógrafos. El silencio, por ejemplo, de Andrés Bernáldez, historiador y capellán de Diego de Deza en Sevilla, fue flagrante. En su «Historia de los Reyes Católicos» no hizo mención alguna a esta labor que, sin duda, conoció. Tampoco Pedro Mártir de Anglería −humanista al servicio de Isabel y Fernando, famoso por sus escritos acerca del descubrimiento de América− ni Gonzalo Fernández de Oviedo −primer cronista de las Indias recién descubiertas− registraron el papel jugado por Deza en la empresa de Colón. Y eso que este último conoció a nuestro protagonista, a pesar de lo cual decidió omitir por completo su participación en el descubrimiento en su «Historia general de las Indias» o las bibliografías que escribió.

El ascenso del fraile y el marino

Diego de Deza había nacido en 1443, ocho años antes que el navegante, aunque sus caminos no se cruzaron hasta 1486, cuando el primero tenía 43 primaveras y el segundo, 35. Cuando se produjo el feliz encuentro entre ambos en Salamanca, Colón llevaba ya nos seis años dándole vueltas a la idea de alcanzar las Indias por una nueva ruta. En realidad no estaba solo en esto. En Portugal, país en el que residía desde 1479, eran bastantes los navegantes inmersos en la carrera por circunnavegar África para llegar al mismo destino por Oriente. La diferencia es que el genovés creía que debía atravesar el Atlántico.


Retrato de Diego de Deza realizado por Zurbarán.

A esta idea había llegado al estudiar los numerosos mapas y cartas marítimas que había heredado de su suegro −tras casarse ese mismo año en Lisboa con Felipa Moniz de Perestrelo, hija de un antiguo gobernador de Porto Santo−, así como toda la información que este había recopilado durante sus años de navegante por el Atlántico. Después de analizar toda esa documentación, Colón leyó los textos de viajeros como Marco Polo, Plinio El Viejo, Silvio Piccolomini y Pierre d’Ailly. Después se aprendió al detalle el mapa dejado por el matemático y marino Paolo dal Pozzo Toscanelli, fallecido poco antes, y finalmente ideó su proyecto.

Por su parte, en 1479, Diego de Deza sucede a Pedro de Osma como responsable de la cátedra de Prima de Teología de la Universidad de Salamanca. Hasta allí había llegado nueve años después de ingresar en el monasterio de los dominicos en San Ildefonso, en su localidad natal, y finalizar sus estudios en Salamanca como discípulo de intelectuales como Antonio de Nebrija y Alfonso de Madrigal. Pronto se convirtió en una figura de primer orden en la ciudad, a raíz de lo cual tuvo la oportunidad de iniciar su relación con los Reyes Católicos tras una visita de estos por aquellas tierras en 1480. La impresión que les causó fue tan buena que, seis años después, le nombraron maestro del príncipe heredero Don Juan, único varón de los monarcas.

Salamanca, el encuentro entre Deza y Colón

En 1482 y 1483, Colón había intentado negociar con el Rey Juan II la financiación de una flota para buscar las Indias por el Atlántico, pero ni el portugués ni sus asesores creyeron factible aquel viaje. Entonces el genovés, desilusionado y enfadado, buscó el apoyo de los Reyes Católicos. Fue a principios de 1486 cuando Colón consiguió presentarles su proyecto. «Se vino a la corte y les hizo a los reyes relación de su imaginación, a la cual no daban mucho crédito. Les platicó, les dijo que era cierto lo que les decía. Y les enseñó el mapa del mundo, de manera que les generó el deseo de saber de aquellas tierras», contaba Bernáldez en la mencionada «Historia de los Reyes Católicos...», sin citar a Deza.

Los monarcas crearon una comisión de expertos matemáticos, cosmógrafos, astrónomos y filósofos para que determinasen si era posible llevar a cabo la idea del navegante. Entre estos se encontraba precisamente Diego de Deza, que fue prácticamente el único que creyó en la viabilidad del proyecto de Colón y el único que en un principio lo apoyó. Pero fue insuficiente y lo rechazaron. Isabel y Fernando andaban más preocupados por acabar con los últimos reductos nazaríes de Granada y finiquitar la Reconquista, que en empresas fantasiosas. «Todos ellos acordaron que era imposible lo que el almirante decía», informaba entonces Rodrigo Maldonado.

A pesar del varapalo, el genovés no desistió de su idea de alcanzar Asia desde Europa atravesando el Atlántico y se ganó a Deza para su causa. Desde ese mismo momento se convirtió en uno de sus principales valedores, iniciando una amistad que no rompería hasta el día de su muerte. «Siempre, desde que yo vine a Castilla, me ha favorecido y deseado mi honra», añadía Colón en otra de aquellas cartas. Tal es así que, en noviembre de 1486, su amigo consigue introducirle en la corte para que pueda acompañar a los Reyes en su viaje hasta Salamanca y persistir en sus argumentos. Allí se establece Colón al abrigo del fraile, que le buscó aposento en el convento de San Esteban y cubrió todos sus gastos durante los años de indecisión que siguieron al primer rechazo.

En este convento, en el que Diego de Deza estaba activamente inmerso, no sólo se enseñaba Teología o Derecho canónico, también otras ciencias. El resto de frailes conocían y estudiaban la obra «Sphoera», de Leonardo Dati, en la que se defendía que la Tierra era redonda. Esto facilitó la comprensión de las ideas de Colón, que entusiasmaron a su nuevo amigo, el cual no dudo en comenzar a hacer gestiones ante Isabel y Fernando para convencerles de la viabilidad de la propuesta del genovés.

En la «Historia de las Indias» que el cronista Bartolomé de las Casas (1474-1566) empezó a escribir en 1527, se hace la primera referencia de lo dicho anteriormente por el genovés, en un primer intento por sacar a la luz ese testimonio de primera mano: «En una carta de Colón dirigida a los Reyes dice que el maestro del príncipe Juan −es decir, Diego de Deza− había sido la causa de que los Reyes tuvieran las Indias». Se confirmaba la idea que tenía Colón de que sin la defensa de su proyecto por parte del famoso fraile la expedición, posiblemente, no se habría producido.

La amistad profesada por Deza, por lo tanto, fue decisiva en la corte de Castilla para que se aceptara finalmente que este emprendiera su viaje. La mayoría de los expertos en materia de navegación que asesoraban a los Reyes Católicos siguieron rechazando el plan, mientras Deza resistía contra viento y marea en su defensa durante los momentos más difíciles. Incluso consiguió que le concediera al navegante su primer sueldo en la Corte: 10.950 maravedíes. Y Colón pudo seguir visitando Salamanca, con el objetivo de facilitar la comprensión de su idea con el apoyo del obispo como principal mediador ante sus opositores en el terreno científico. Así lo refería fray Fernando de Anaya en su «Historia del convento de Salamanca»: «Cuando estuvo en Salamanca, no solo le favorecieron los religiosos dominicos de San Esteban. Deza le hospedaba y mantenía en la corte, y fue su principal protector con los Reyes para llevar adelante su empresa. Por eso decía Colón que fue la causa de que sus majestades tuvieses las Indias».

«Fue Deza quien más se empeñó»

Tras la inicial omisión, entre el siglo XVI y principios del XX, algunos autores fueron dando por ciertas las conversaciones que Deza y Colón mantuvieron en Salamanca al respecto del proyecto y el impulso que el primero dio a este. Lo destacan tanto historiadores españoles (Antonio Sánchez Moguel, Antonio de Remesal, Consuelo Varela, Bernardo Dorado) como extranjeros (W. H. Prescott, Pierre Mandonnet, Washington Irving), que comienzan a señalar el decisivo papel de este como mediador ante los Reyes Católicos y el agradecimiento continuo de Colón a su amigo. Fray Bartolomé de las Casa - ABC

El testimonio de Remesal en su «Historia General de las Indias Occidentales», publicada en 1619, decía: «Para persuadir de su intento a los Reyes de Castilla, Colón vino a Salamanca a comunicar sus razones con los maestros de astrología y cosmología de dicha Universidad. Comenzó a proponer sus discursos y fundamentos, y solo encontró atención y acogida en los frailes de San Esteban [...]. Entre todos estos, fue el maestro fray Diego de Deza quien más se empeñó en favorecerle y acreditarle ante los Reyes [...]. Todo el tiempo que se detenía Colón en Salamanca, el convento le daba aposento y comida y cubría el gasto de sus jornadas. Por esto y por las diligencias que hizo con los Reyes para que le creyesen y ayudasen en lo que pedía, se atribuía [a Deza], como instrumento, el descubrimiento de las Indias». Y en esta misma línea aparece el testimonio de De Las Casas en su «Historia de las Indias», cuando asegura: «Muchos años antes que viese yo escritas las cartas del Almirante Colón, había oído decir que el arzobispo de Sevilla −véase, Deza− se vanagloriaba de haber sido la causa de que los Reyes aceptasen dicha empresa y se descubrieran las Indias».

En enero de 1492, al caer Granada, el genovés se presenta de nuevo ante los Reyes Católicos y su proyecto vuelve a ser rechazado. En aquel momento Diego de Deza era obispo de Zamora y ya había dejado la semilla plantada junto a otros valedores que el navegante había ido ganando para su causa. Esta trama de amistades y el apoyo financiero conseguido de algunos italianos, unido al interés político y comercial que Deza había generado en las cabezas de Isabel y Fernando, obraron el cambio que permitieron firmar las famosas capitulaciones de Santa Fe, el 17 de abril de ese mismo año. Según este tratado, los monarcas se reservaban la titularidad de todas las tierras descubiertas y un porcentaje de las riquezas que se hallen, a cambio de permitir y financiar la expedición. Colón, además, sería nombrado virrey y gobernador de los nuevos territorios, así como el 10% de los tesoros y una octava parte del comercio que se generara en el futuro.

El 13 de agosto, Colón y sus barcos zarpan por fin de Palos de Frontera, en Huelva. El resto es historia.


domingo, 15 de mayo de 2016

Historia argentina: La guerra contra la Confederación Peruano-Boliviana (1837-1839)

La Guerra Contra la Confederación Peruano–Boliviana (1837-1839) 

Por Sebastián Miranda 
Licenciado en Historia 


El 19 de mayo de 1837 el entonces encargado del manejo de las relaciones exteriores de la Confederación Argentina, Juan Manuel de Rosas declaró la guerra a la Confederación Peruano-Boliviana, comenzando el conflicto con dicha confederación. Se trató de una reacción originada como consecuencia de las agresiones que el Mariscal Santa Cruz, dictador de Perú y Bolivia, venía ejerciendo sobre nuestro país. 

Las causas de la guerra 

Terminada la guerra de independencia Bolivia se separó del Perú y se proclamó como república independiente en 1825. A este hecho siguió, en ambos Estados, un período de guerras civiles entre diferentes grupos que se disputaban el poder. Tras una larga lucha en 1836 el Mariscal Andrés de Santa Cruz, viejo guerrero del ejército de Bolívar y dictador de Bolivia, tomó el control del Perú decretando la unión entre ambas repúblicas. Nació así la Confederación Peruano-Boliviana que fue reconocida por la mayoría de los gobiernos de Europa y América. 


 

Andrés de Santa Cruz buscaba la formación de una confederación de repúblicas americanas y continuó su proceso de expansión hacia el sur, comenzando sus fuerzas a incursionar sobre el norte de Argentina y Chile lo que motivó las protestas de ambos gobiernos a pesar de lo cual continuaron las incursiones. A su vez estableció contactos con Fructuoso Rivera, presidente de la Banda Oriental y enemigo de Rosas. Su plan consistía en fomentar el desorden en las provincias del norte a la vez que Rivera lo hacía en las de la Mesopotamia, tras lo cual - bajo el pretexto de razones de orden y humanidad - colocarían estas provincias bajo su protección. Santa Cruz también dio amplio apoyo a los emigrados unitarios que desde el territorio boliviano realizaban ataques a los gobernadores federales de las provincias del norte lo que motivó nuevamente las protestas de la Confederación Argentina. 


 
Bandera de la Confederación Peruano-Boliviana 


Ya en 1834 Santa Cruz había prestado auxilios a una incursión del coronel unitario Javier López sobre el norte que culminó con su derrota de Chiflón. En 1835 se produjo otro ataque de López desde Bolivia pero fue nuevamente derrotado, en este caso en la batalla de Monte Grande. Ese mismo año Felipe Figueroa con fuerzas organizadas en Bolivia invadió la provincia de Catamarca. Al año siguiente Mariano Vásquez atacó con fuerzas bolivianas los poblados de Talina, Tupiza y La Puna. También dio apoyo a una expedición organizada en Perú al mando del general Freyre que se proponía derrocar al gobierno de Chile pero fue interceptada por una incursión de naves chilenas sobre el puerto de El Callao. Al reiterarse las agresiones, los gobiernos de Argentina y Chile comenzaron los contactos para el establecimiento de una alianza en contra de Santa Cruz. Esta nunca llegó a materializarse por escrito pero sí de palabra. El 11 de noviembre de 1836 Chile declaró la guerra a la Confederación Peruano-Boliviana. Argentina hizo lo propio el 19 de mayo del año siguiente. 

Las fuerzas opuestas 

La Confederación Argentina 
He tomado el año de 1838 como base para describir el estado de las fuerzas opuestas ya que fue el momento álgido de la campaña, pero se debe tener en cuenta que la composición de las mismas fue variando con el paso del tiempo. 

Rosas nombró como comandante del ejército nacional en el norte al general Alejandro Heredia, caudillo de Tucumán y una de las figuras de mayor influencia en la zona tras la muerte de Facundo Quiroga. Las fuerzas a cargo de Heredia eran muy limitadas por lo que debió comenzar a organizarlas por su propia cuenta. Ante la carencia de medios solicitó auxilios a Buenos Aires. Rosas envió importantes cantidades de pertrechos entre los que se contaban: 500 tercerolas y carabinas, 900 fusiles, 700 sables, 3.500 piedras de fusil y unos 54.500 cartuchos. A su vez las provincias del norte y el litoral aportaron más armas y soldados con lo que se logró poner en pie una fuerza de unos 3.500 hombres que para 1838 quedó organizada en tres divisiones. 
 
General Alejandro Heredia 

La primera a cargo del gobernador de Salta, General Pablo Alemán. Estaba compuesta de la siguiente manera: 2 regimientos y dos escuadrones de caballería, los primeros eran el “Coraceros de la Confederación Argentina” y “Lanceros de Salta” y los segundos el “Dragones de Jujuy” y el “Restaurador de Aguilar” y 5 regimientos de infantería, el 1 y 2 de milicias de Jujuy y el 6, 9 y 10 de milicias de Salta. En total unos 1.000 hombres. 

La segunda división era mandada por el General Manuel Virto y la formaban: 2 regimientos y 4 escuadrones de caballería los primeros eran el “Restauradores” y el 3 de milicias y los segundos eran el “Coraceros de la Guardia”, el de granaderos, el de guías y el de lanceros. A estas unidades se sumaban dos batallones de infantería, el “Libertad” y el de “Cazadores”. En total unos 1.500 hombres. 

La tercera división la formaban 1.000 hombres con 2 piezas de artillería, agrupados en las siguientes unidades: 4 regimientos y 2 escuadrones de caballería, los “Coraceros de la Muerte”, “De Rifles”, “Coraceros Argentinos”, 11 de milicias, 4 de milicias y “Granaderos de Santa Bárbara”. A ellos se sumaban dos batallones de infantería, el “Defensores” y el "Voltígeros”. La división estaba a cargo del General Gregorio Paz. 

El armamento lo componían fusiles de chispa de 16mm con bayoneta con un alcance eficaz de 200 metros y máximo de entre 400 y 500 metros. Se sumaban las carabinas con un alcance algo menor al de los fusiles, sables, pistolas y lanzas. La artillería fue muy poco usada debido a que se operaba en un terreno que en general era montañoso por lo que no convenía el cargar con pesadas piezas, a lo sumo se llevaban culebrinas o morteros. En esta época de nuestra historia la caballería se organizaba en regimientos compuestos de cuatro escuadrones cada uno, aunque en la guerra contra la Confederación formada por Perú y Bolivia tenían solamente dos. 

La infantería argentina solía organizarse en regimientos compuestos a su vez por dos o más batallones divididos en compañías. El número de hombres variaba según la disponibilidad de efectivos. A su vez solía dividirse a la infantería en las unidades de línea (combatían en orden cerrado) y en las de ligera que combatían en orden disperso, lo que se llama comúnmente a manera de “guerrillas”. 

La Confederación Peruano-Boliviana 
En ese caso lamentablemente es menor la información de la que se dispone. El grueso del ejército de la Confederación, unos 5.000 hombres, se encontraba en el propio territorio del Perú presto a enfrentar el ataque de las fuerzas chilenas que desembarcarían allí. A esta fuerza se la conoció como “fuerza norte”. Sobre la frontera con nuestro país Santa Cruz ubicó a unos 2.000 - 4.000 hombres (las cifras son muy variables) al mando del General Felipe Braun con el objetivo de mantener a raya a las fuerzas argentinas hasta que el grueso del ejército derrotara a las unidades chilenas. 


 

La campaña contra la CPB

Para 1838 las fuerzas de Santa Cruz se componían de 4 batallones de infantería, los 2, 5, 6 y 8 con 300, 380, 700 y 600 hombres respectivamente; 4 escuadrones de caballería 2 de ellos de cazadores, 1 de coraceros y 1 de guías y una brigada de artillería con 4 piezas al mando del comandante García. El armamento de estas unidades era muy similar al de las argentinas. 

En lo que se refiere al entrenamiento hay que destacar que era mejor el de las unidades ubicadas en Bolivia que el de las nacionales. Santa Cruz se había preocupado desde el principio de su gestión de fortalecer al ejército para utilizarlo como principal argumento de su proyecto de expansión. Santa Cruz contó con una gran ventaja a nivel militar con respecto a nuestro país durante la guerra, mientras él pudo concentrar todas sus fuerzas contra Chile y Argentina, las fuerzas de la Confederación Argentina no pudieron hacer lo mismo. Esto se debió a que a la vez que se producía la guerra con Bolivia y Perú la Argentina debió enfrentarse al bloqueo y los ataques de Francia, a la campaña de las fuerzas unitarias en el litoral y a la revolución de los hacendados del sur de Buenos Aires por lo que no se pudo emplear el ejército nacional en su totalidad en el norte. 

Situación inicial 
Para 1837 Alejandro Heredia se encontraba en Tucumán preparando el grueso del ejército para comenzar las operaciones sobre la frontera. Heredia había encargado al general Pablo Alemán la cobertura de la frontera mientras él completaba el entrenamiento de las fuerzas argentinas. Alemán apenas desplegó unos 380 hombres dispersos en diversas localidades de la frontera que quedó en un estado de suma vulnerabilidad. Por otra parte la preparación del ejército se demoró demasiado por lo que la iniciativa de la guerra quedó inicialmente en manos de los bolivianos. 

El general Felipe Braun había recibido órdenes de Santa Cruz de mantenerse a la defensiva hasta que él pudiera derrotar a las fuerzas chilenas, pero al ver la inactividad de las fuerzas argentinas decidió atacar la frontera argentina. Braun intentaría hacer retroceder a las fuerzas argentinas hacia el sur con el objetivo de asegurar la frontera. 

La posición de Braun se vio favorecida por la demora en el inicio de la invasión chilena al Perú. Dicha demora se debió al alzamiento de las tropas del coronel Vidaurre, en Quillota, y el asesinato de Diego Portales, ministro chileno. 

La invasión de Braun al norte argentino 
Aprovechando la inactividad de las fuerzas argentinas el general Felipe Braun concentró sus fuerzas en Tupiza y a fines de agosto de 1837 avanzó hacia el sur para invadir el norte argentino entrando por Jujuy. El 28 de agosto de 1837 una columna compuesta por unos 100 hombres ingresó por La Quiaca al poblado de Cochinoca reduciendo a las autoridades de La Puna y al destacamento de la zona. La segunda de las columnas, ubicada al oeste de la primera, tomó los poblados de Santa Victoria e Iruya tras rendir a las fuerzas de dudosa lealtad al mando del coronel Manuel Sevilla. De esta manera quedó el camino abierto hacia Jujuy. Ambas columnas se reunieron en la quebrada de Humahuaca el 11 de septiembre. 

Alejandro Heredia recién había tenido noticia de estos movimientos el día 9 de septiembre por lo que tardó en reaccionar. Envió a su hermano Felipe con la vanguardia del ejército compuesta por un escuadrón del regimiento “Restauradores a Caballo”, otro del “Cristinos de la Guardia”, un escuadrón de milicia y una compañía de tiradores como refuerzo, en total 400 hombres. El 12 de septiembre la vanguardia nacional llegó a unos 500 metros al sur del poblado de Humahuaca y fue recibida por los disparos de una avanzada boliviana a la que dispersó rápidamente, comenzando de esta manera el combate de Humahuaca. Por las características del terreno, montañoso, las fuerzas de Heredia no pudieron flanquear a los bolivianos por lo que las atacaron frontalmente. Tras varias cargas retrocedieron siendo perseguidos por los soldados argentinos. La persecución se detuvo por el descubrimiento de una considerable fuerza enemiga ubicada más al norte. Se trataba de una columna dirigida por el teniente coronel Campero y que había sido mandada por Braun para permitir la retirada de sus fuerzas ya que en ese momento creyó erróneamente que las fuerzas argentinas eran el ejército completo y no como en realidad ocurría simplemente la reducida fuerza de vanguardia. 

Felipe Heredia continuó el avance al día siguiente y el 13 de septiembre se encontró nuevamente con las fuerzas de Braun que se habían atrincherado en las alturas de Santa Bárbara. Para atacar la posición Heredia dividió a sus tropas en dos columnas, la derecha quedó formada por un escuadrón del “Cristinos de la Guardia”, otro del de milicias y la compañía de tiradores. La columna de la izquierda se formó con un escuadrón del “Restauradores”. Sorpresivamente el teniente coronel Benito Macías, comandante del “Restauradores”, ordenó a su escuadrón cargar sin recibir orden previa de Heredia. Viendo esta situación Felipe Heredia ordenó al escuadrón del “Cristinos de la Guardia” cargar inmediatamente. Este escuadrón fracasó en su carga, pero las fuerzas argentinas se reorganizaron y volvieron a cargar logrando hacer retroceder a los bolivianos que se retiraron hacia el norte. Ante la proximidad de nuevas fuerzas enemigas Heredia no continuó la persecución. 

El 11 de diciembre un destacamento de soldados argentinos al mando del capitán Aramayo sorprendió a una fuera boliviana al mando del comandante Calqui en Tres Cruces tomando varios prisioneros, armas y ganado. Las acciones a menor escala continuaron y el 2 de febrero de 1838 un destacamento nacional al mando del capitán Gutiérrez tomó prisioneros a 10 soldados bolivianos en la zona de Rincón de las Casillas, al sur de Negra Muerta. El destacamento argentino se encaminó a Negra Muerta para esperar la llegada de una columna enviada por Braun y emboscarla. Allí mediante un brillante ardid Gutiérrez logró que en medio de la obscuridad dos destacamentos bolivianos se confundieran y, creyendo que se trataba del enemigo, abrieron fuego uno sobre el otro, prolongándose el enfrentamiento hasta que se dieron cuenta del error cometido. A pesar de las victorias obtenidas, Alejandro Heredia no pudo emplear a las fuerzas argentinas en una invasión a Bolivia debido a una serie de sublevaciones producidas en las provincias del norte. 

Derrota chilena y retirada argentina 
Mientras se desarrollaban estos enfrentamientos en el norte argentino Chile lanzó una expedición sobre la costa del Perú a las órdenes del Almirante Blanco Encalada. 

Los chilenos desembarcaron y establecieron un gobierno provisional en Arequipa tras lo cual avanzaron al norte por terreno desértico, las enfermedades, la sed y las epidemias mermaron mucho a los 4.000 hombres de esta expedición. Santa Cruz lo sabía y con el grueso del ejército de la Confederación Peruano-Boliviana marchó para enfrentar a Blanco Encalada. El almirante chileno viéndose en una completa inferioridad de condiciones se rindió firmando la paz de Paucarpata por la cual Chile quedó momentáneamente fuera de la guerra. Heredia se enteró de este hecho en enero de 1838 y comprendió la gravedad de la situación ya que ahora se presentaba el peligro de que Santa Cruz decidiera avanzar con todo su ejército sobre el norte argentino. Aprovechando esto Braun volvió a avanzar sobre el norte argentino y a su vez Heredia retrocedió concentrado al ejército en Itaimari y Hornillos. 
 
Brigadier Juan Manuel de Rosas 

Las fuerzas argentinas a pesar de la peligrosa situación emprendieron algunas acciones menores contra los bolivianos. El coronel Paz logró tomar San Antonio de los Cobres, el coronel Mateo Ríos avanzó desde Orán hacia Iruya y el teniente coronel Baca hostilizó a los bolivianos, la acción combinada de estas fuerzas obligó a Braun a retroceder. La situación nuevamente se tornó favorable a las fuerzas argentinas ya que el gobierno chileno rechazó el acuerdo de Paucarpata y comenzó a preparan una nueva expedición sobre el Perú por lo que Santa Cruz no pudo mandar al grueso de sus tropas contra la Confederación Argentina. El general Heredia no se mostraba demasiado activo lo que motivó los reclamos de Chile. Heredia ofreció su renuncia pero fue rechazada por Rosas y le ordenó la preparación de una expedición para atacar a los bolivianos. 

Campaña de Alejandro Heredia 
Con sus fuerzas ya reorganizadas el general Alejandro Heredia se dispuso a tomar la ofensiva contra las tropas de Braun. A tal fin organizó al ejército del norte en tres divisiones. La primera de ellas quedó al mando del coronel Manuel Virto con unos 1.200-1.500 hombres y tenía como misión el avanzar hacia las montañas de Iruya para atacar al grueso del ejército boliviano por la retaguardia e impedir su retirada. La segunda división estaba compuesta por 1.000 hombres al mando del general Gregorio Paz y debía ocupar la frontera con Tarija y amenazar la ciudad de Chuquisaca. 

La tercera división al mando Pablo Alemán permanecería a retaguardia de las otras divisiones para actuar como reserva. La vanguardia de la división del general Gregorio Paz inició la marcha el 27 de mayo de 1838 con el coronel Mateo Ríos al frente. A los dos días atacó a una avanzada boliviana que se había ubicado en el pueblo de Carapari. El comandante de la guarnición, Cuellas, se mostró dispuesto a rendirse pero explicó que debía convencer a sus oficiales que se encontraban acampados en Zapatera. Estos no accedieron a rendirse por lo que Paz decidió atacarlos. A tal efecto dividió a sus fuerzas en dos columnas. La primera de ellas al mando del coronel Mateo Ríos avanzó por el camino de Itau, la segunda al mando de Paz lo hizo por el camino de Saladillo. 

La vanguardia boliviana fue atacada por una compañía de tiradores y 15 hombres del regimiento “Coraceros Argentinos” por lo que comenzó a retirarse, fue entonces cuando el teniente coronel Bárcena avanzó con una compañía de tiradores y la mitad del escuadrón “Granaderos de Santa Bárbara” para cortarles el paso. Mientras se producía la persecución, que se prolongó unos 20 km., un escuadrón al mando del comandante Cuellas desertó y se unió a las fuerzas nacionales. La columna del general Paz siguió avanzando y el 8 de junio de 1838 derrotó a una avanzada boliviana en San Diego. En esta acción participaron la segunda compañía de granaderos, 15 tiradores del regimiento “Coraceros Argentinos” y una compañía del batallón “Defensores”. 




Cerca de la localidad de El Pajonal el general Gregorio Paz destacó al teniente coronel Ubiens con 200 hombres para que se ubicara a retaguardia del enemigo y cortara su retirada pero los bolivianos dando cuenta de la maniobra se retiraron y lograron eludir el cerco. La división continuó el avance llegando a las proximidades de Tarija pero al aproximarse nota la presencia de una fuerza enemiga de considerable tamaño por lo que Paz decidió retroceder el 24 de junio. Durante la retirada las fuerzas nacionales fueron derrotadas en Cuesta de Cayambuyo y continuamente hostilizadas por los bolivianos sufriendo fuertes pérdidas. A la vez que se desarrollaban estas acciones la columna del coronel Virto también participaba en las operaciones. Esta columna había partido el 5 de junio de 1838 de San Andrés con rumbo a Abra de Zenta. En el camino se reunieron con las tropas enviadas desde Jujuy al mando del coronel Iriarte. 

El 11 de junio la división se encontraba cerca de la población de Iruya donde las tropas de Braun se habían atrincherado fuertemente. Al frente de la vanguardia marchaba el coronel Rivas para tomar las alturas ocupadas por el enemigo. La compañía de “Voltígeros” del capitán Lorenzo Alvarez atacó la población con gran determinación pero fracasó. Virto mandó en repetidas oportunidades sus fuerzas contra el dispositivo boliviano pero no logró doblegarlo. Como último intento mandó la reserva pero aún así no pudo seguir avanzando por lo que debió retroceder. 

El 22 de agosto de 1838 el general Heredia ordenó la retirada de las fuerzas nacionales tras haber fracasado las columnas en cumplir con los objetivos asignados. 

El 12 de noviembre de 1838 estalló en el noroeste argentino la rebelión dando comienzo a lo que se llamó la “Coalición del Norte”. Ese día el general Alejandro Heredia fue asesinado por una partida de rebeldes por lo que las acciones se vieron nuevamente detenidas. 

El fin de la guerra 
El 20 de enero de 1839 las fuerzas chilenas desembarcadas en el Perú al mando del general Manuel Bulnes se enfrentaron al ejército del general Andrés de Santa Cruz en Yungay, tras cinco horas de duros combates las fuerzas de la Confederación Peruano-Boliviana fueron completamente derrotadas. Tras la batalla la confederación se disolvió. El general Velasco fue elegido como nuevo presidente de Bolivia. Las nuevas autoridades mostraron buena voluntad con respecto al problema originado años antes con nuestro país por la disputa en torno a la posesión de la provincia de Tarija. El gobierno argentino podría haber aprovechado la situación de encontrarse como vencedor para ocupar la disputada provincia, pero no lo hizo. Juan Manuel de Rosas consideró que lo correcto era que la cuestión debía ser decidida por los habitantes de la zona. Se realizó una consulta y Tarija se incorporó a Bolivia. 

El 26 de abril de 1839 el gobierno argentino dio oficialmente por terminada la guerra. 

Como balance de la misma se puede decir que si bien la Argentina no logró victorias decisivas durante su desarrollo sí se logró algo que fue fundamental para la Nación. Se pudieron desbaratar los planes de Santa Cruz de anexar a la Confederación Peruano-Boliviana las provincias del noroeste por lo que se logró mantener la integridad territorial y la soberanía de la Argentina, esto es más destacable si tenemos en cuenta que por esos días la Confederación Argentina debió enfrentarse también con otra agresión desde el exterior, el bloqueo de Francia. Este fue apoyado por numerosos movimientos internos encabezados por los unitarios que no mostraron el menos escrúpulo –salvo gloriosas excepciones como el caso de Martiniano Chilavert- a la hora de intentar derrocar a Rosas, aunque fuera con armas y dinero francés y que ello implicara la disgregación de la integridad territorial de nuestra Patria. 

Sirva este trabajo a manera de sencillo y humilde homenaje a los valientes que dieron la vida en esta contienda por preservar la soberanía Argentina en esos momentos decisivos para la nación. 


Bibliografía 
-BASILE, Clemente: Una Guerra Poco Conocida, Buenos Aires, Círculo Militar, 1943. Biblioteca del Oficial. 
-CHÁVEZ, Fermín: Rosas su Iconografía, Buenos Aires, Oriente, 1970. 
-COLEGIO MILITAR DE LA NACIÓN: Atlas Histórico-Militar Argentino, Buenos Aires, Colegio Militar de la Nación, 1970. 
-SALDÍAS, Adolfo: Historia de la Confederación Argentina, Buenos Aires, El Ateneo, 1951, T II. 
-SECRETARÍA GENERAL DEL EJÉRCITO: Semblanza Histórica del Ejército Argentino, Buenos Aires, Ejército Argentino. 
-SIERRA, Vicente: Historia de la Argentina, Buenos Aires, Editorial Científica Argentina, 1969, T VIII. 

Defensa y Seguridad

viernes, 11 de abril de 2014

Expedición naval española de 1719 y su naufragio


La accidentada travesía de la Armada de 1719
Parte de un contingente con destino a Escocia se hundió en la Costa da Morte
MIGUEL SAN CLAUDIO



Baltasar de Guevara, hijo natural del duque de Nájera, Beltrán de Guevara, pasará a la historia como el comandante en jefe de la Flota del Azogue de 1724. Los galeones a su mando, el Nuestra Señora de Guadalupe, de 50 cañones, y el Conde de Tolosa, de 60, naufragaron durante un huracán al noroeste de la República Dominicana el 25 de agosto de aquel año. Este naufragio dio paso muchos siglos después a una de las intervenciones arqueológicas submarinas más importante de las realizadas nunca por investigadores españoles, aunque tuvo que ser fuera de España, claro.
Pero Baltasar ya tuviera que ver con las costas de Galicia. A finales de marzo de 1719 mandaba una Armada que se dirigía en apoyo de Jacobo Estuardo, pretendiente al trono inglés frente a Jorge I de Hannover. Los ingleses habían preferido un rey alemán a uno católico, como era el caso de Jacobo, hermanastro de la fallecida reina Ana, de la cual era pariente lejano el alemán. La rebelión frente al rey extranjero, aunque protestante, contaba con partidarios en Escocia y Gales y hacia allá se dirigía la Armada de don Baltasar. Tenía además el propósito de devolver las anteriores atenciones inglesas prestadas durante la Guerra de Sucesión y el ataque a traición de Cabo Passaro, donde una Armada inglesa había atacado a una española sin declaración de guerra previa.
Este apoyo a la causa de los Estuardo se sustanció en una flota de unos 45 buques de transporte que conducían siete batallones de infantería y dos regimientos de caballería, acompañadas de 500 monturas, un total de 5.000 a 7.000 hombres. Transportaban además 30.000 fusiles, pólvora, municiones y toda la impedimenta necesaria para un ejército en campaña.
La escolta militar estaba compuesta por dos navíos de línea, una fragata y otros cuatro buques más de guerra. Todos al mando de Baltasar, quien había expuesto muy razonadamente los problemas de esta expedición. Pero los mandos políticos son los que mandan, y en este caso, frente al criterio de los técnicos, con lo que una vez más, y lo vemos todos los días, la losa del desastre estaba abierta.
El buque insignia era el San Luis, de 60 cañones. Otro navío de la escolta era el Nuestra Señora de Guadalupe, que ya conocemos, al mando de Rodrigo de Torres y Morales, segundo comandante de la expedición. Debían recalar en Galicia con objeto de embarcar más tropas y exiliados escoceses e irlandeses supervivientes de una fallida intentona anterior realizada en 1715, siendo A Coruña la segunda base de la expedición.
Veinte buques partieron de Cádiz para reunirse con el resto de la flota que les esperaba en aguas de Galicia. A bordo viajaba el general Jacobita James Butler, segundo conde de Ormonde, que había sido nombrado recientemente Capitán General del Rey Católico por el monarca español Felipe V.

El naufragio

A la altura de las costas de Galicia, como ya les había ocurrido a otras muchas flotas antes, y como había pronosticado el propio Baltasar de Guevara, se vieron sorprendidos por un temporal, que duró 12 días y que los forzó a correr hacia el sur con la costa a sotavento. Alguno de los buques zozobró en mar abierto y otros dieron contra el litoral. Cuatro arribaron a Lisboa, dieciocho a Vigo y otros puertos (A Coruña y Pontevedra). Ante los daños sufridos la expedición fue abortada. Los buques que transportaban a la caballería se vieron obligados a arrojar por la borda a los pobres caballos con objeto de aligerar las naves, condenando a la muerte a las 500 monturas.
El 8 de marzo había partido de San Sebastián y Pasajes una parte de las tropas y pertrechos previstos, que consiguió llegar hasta Escocia, donde cumplió su misión sin contratiempos; a la postre esta fue la única ayuda que recibió el pretendiente católico en sus aspiraciones. En total llegaron a desembarcar 1.000 hombres, 3.000 fusiles y equipos para 500 caballos (suponemos que para los desgraciados que se ahogaron en Fisterra); a estas fuerzas se incorporaron 2.000 campesinos, finalmente el plan fracasó debido a lo exiguo del contingente desembarcado.
Hemos asistido a lo largo de la biografía de un personaje, Baltasar de Guevara y de un buque, el Nuestra Señora de Guadalupe a dos episodios en ambas orillas del océano con apenas 5 años de margen. Baltasar moriría en el naufragio de la República Dominicana, pero su nombre ha pasado a la historia por el estudio que se hizo de los buques a su mando y por la difusión que las sucesivas exposiciones, actos y de los materiales mostrados en los museos procedentes de esos yacimientos arqueológicos subacuáticos.
Hoy conocemos algunos pecios en las costas gallegas que pudieran corresponderse con alguna de las naves perdidas de la Armada de 1719, pero la falta de medios de una Administración autonómica alejada del mundo marítimo, nos impide conocer este nuevo aspecto de nuestro pasado.
Nada de eso se ha hecho ni se hará a medio plazo en una tierra como la gallega con una historia tan marcada por el mar, pero no perdemos la esperanza de que un día podamos llegar a ser como los ciudadanos de la República Dominicana, y poder mostrarnos al mundo respetuosos y orgullosos de nuestro pasado, incluso del marítimo.
NAUFRAGIOS EN LA COSTA DA MORTE
La expedición se vio sorprendida en aguas gallegas por un temporal que duró 12 días

La Voz de Galicia