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viernes, 15 de diciembre de 2023

SGM: Los 8 días que Japón quiso continuar la guerra

Los ocho días en los que Japón quiso que la Segunda Guerra Mundial no terminara: el plan rebelde y la rendición grabada en una cinta

El 6 de agosto de 1945, con Hiroshima sepultada en el horror atómico, su población diezmada y sus edificios destruidos, Japón se negó a la rendición. Tardaría ocho días en aceptarla y 27 en firmarla. La historia de un proceso dramático, que incluyó la orden de un emperador no acatada, un intento de golpe de Estado y 700 bombarderos para sellar la paz

Por Alberto Amato || Infobae


Un soldado se rinde ante las tropas estadounidenses. Las rendiciones era un fenómeno muy excepcional, y por lo general los japoneses peleaban hasta la muerte (AP)

Pudo ser un desastre todavía mayor. Una hecatombe incalculable en vidas humanas que pudo terminar con la destrucción de Japón y de sus principales ciudades. Si no sucedió, fue por el temple de unos pocos líderes militares japoneses, por la firmeza del emperador Hirohito que mantuvo su decisión irremediable de rendirse a los aliados, decisión que definió con una frase inolvidable que rebosaba orgullo herido: “Ha llegado la hora de aceptar lo inaceptable”. Y si la devastación no fue mayor, también lo fue por cierta determinación de las fuerzas armadas de Estados Unidos, decididas a destruir al enemigo, convencidas de que la prolongación de la guerra costaría la vida de al menos un millón de sus hombres embarcados en el tramo final de la Segunda Guerra Mundial.

El 6 de agosto de 1945, con Hiroshima sepultada en el horror atómico, con su población diezmada y sus edificios destruidos, con la evidencia de una nueva arma, poderosa, inabarcable, desconocida y temida que causaba una devastación jamás imaginada, Japón se negó a la rendición. Lo haría por fin el 14 de agosto. Pero en esos ocho días dramáticos, los señores de la guerra japoneses pensaron en apartar al emperador, trasladarlo a un lugar remoto y seguro, derrocar al gobierno que impulsaba la paz, que era la rendición, y preparar una monumental batalla final entre lo que quedaba del ejército imperial y las tropas de Estados Unidos, forzadas a invadir la isla.

Por su parte, Estados Unidos estuvo dispuesto a enfrentar la intransigencia japonesa, su negativa a aceptar las condiciones de paz impuestas por Harry Truman, Winston Churchill y José Stalin en Potsdam, territorio de la Alemania vencida, con un fenomenal despliegue de mil bombarderos B-29 que serían enviados para destruir Tokio y lo que quedara en camino. No ocurrió por milagro. Incluso con la rendición ya aceptada y pactada, a firmarse el 2 de septiembre en el acorazado “Missouri” anclado en la bahía de Tokio, con las más altas autoridades americanas y británicas a bordo, entre ellas el general Douglas MacArhtur, jefe del ejército del Pacífico, y el almirante Chester Nimitz comandante de las fuerzas navales, los japoneses planearon un ataque suicida destinado a hundir al “Missouri” y todos sus ocupantes.

La que sigue es la historia no muy conocida de aquellos ocho días dramáticos que pudieron cambiar al mundo para siempre. Y para peor.

La bomba nuclear lanzada por Estados Unidos sobre Hiroshima el 6 de agosto de 1945 provocó 80 mil muertos en un solo segundo. Tres días después, otra bomba y otra ciudad japonesa destruida en un instante: Nagasaki (Getty Images)

Igual que Adolf Hitler, su compinche junto al italiano Benito Mussolini en aquella sociedad destinada a dominar al mundo, el emperador Hirohito también tenía un bunker en los sótanos del Palacio Imperial que era a la vez un refugio antiaéreo. Ese fue el escenario de reuniones de urgencia en un ambiente crispado: en la mañana de aquel 6 de agosto, Tokio había intentado comunicarse con la ciudad de Hiroshima sin éxito: nadie sabía por qué. La información llegaba de aquella ciudad fragmentada y confusa. Recién al día siguiente, el teniente general Torashiro Kawabe, subjefe del Estado Mayor Imperial, recibió un informe dramático, de una sola frase, que revelaba: “Toda la ciudad de Hiroshima ha quedado destruida en el acto por efecto de una sola bomba”.

A Kawabe le costó creer las posteriores versiones del suceso. En Hiroshima estaba acuartelado el Segundo Ejército Japonés que, en la mañana del 6 de agosto estaba desplegado en un vasto campo de adiestramiento y practicaba maniobras militares. En el segundo que siguió a la caída de la bomba, todo el Segundo Ejército se había evaporado en el aire. Los japoneses no ignoraban el poderío atómico. No estaban en condiciones de fabricar una bomba, pero contaban con un único físico nuclear de prestigio internacional, Yoshio Nishina a quien convocaron de urgencia al Estado Mayor y le revelaron lo poco que sabían a esas horas sobre qué había pasado en Hiroshima. Nishina, que después de Pearl Harbor había perdido todo contacto con sus colegas occidentales, no dudó un minuto: en Hiroshima había caído un artefacto nuclear. Trazó un retrato aproximado de los daños que podía haber provocado la bomba, que coincidían en todo con los escasos informes que tenía el Estado Mayor japonés y que no le habían sido revelados a Nishina.

Tres días después, el 9 de agosto, y antes de que saliera el sol en aquel imperio del Sol Naciente, llegó a Tokio otra noticia devastadora: Stalin había declarado la guerra a Japón. De inmediato se reunió el Consejo Supremo para la Conducción de la Guerra que ocupó buena parte de la mañana en intentar resolver qué hacer ante el nuevo y poderoso frente de guerra abierto por la URSS. Pero a las once y un minuto, otra noticia sacudió al comando militar japonés: una segunda bomba atómica había estallado en Nagasaki. El Consejo Supremo levantó la sesión y corrió al Palacio Imperial, donde el emperador Hirohito acababa de enviar un mensaje secreto al primer ministro Kantaro Suzuki, que sería una voz decisiva en favor de la paz en los días por venir, con una orden imperativa y urgente: que aceptara de inmediato la Declaración de Potsdam, lo que equivalía a la rendición incondicional de Japón.

En cualquier otro país del mundo, la orden del emperador hubiese bastado. En Japón, no. Había que evitar a Hirohito la humillación que implicaba la derrota; la estrategia, de difícil credibilidad, sugería que el emperador podía esfumarse del palacio para demostrar al mundo que, en realidad, la mayor parte de la guerra había transcurrido sin que él hubiera tenido mucho que ver. Era difícil que el mundo cayera en el engaño pero para los jefes militares eran vitales cuáles serían las condiciones de la rendición. Y, lo peor, no había un criterio único. En el tenso cónclave del Palacio Imperial, con sus manos en las empuñaduras engarzadas con piedras preciosas de sus espadas de samurái, los jefes militares se alzaron uno a uno para plantear sus exigencias: el ministro de guerra, general Korechika Anami, el jefe del Estado Mayor del Ejército, general Yoshijiro Umezu y el almirante Soemu Toyoda, jefe del Estado Mayor de la Armada, insistieron en imponerle a Washington que aceptara tres condiciones: que fuesen oficiales japoneses quienes desarmaran a las tropas vencidas, que los criminales de guerra fueran juzgados por tribunales japoneses y que se limitara de antemano cuáles territorios serían “ocupados” por el enemigo victorioso.

La conferencia de los tres grandes comienza en una sala del palacio de Potsdam, Alemania. El presidente Harry S. Truman está sentado de espaldas a la cámara, con asistentes a cada lado; el mariscal Joseph Stalin está sentado más a la derecha, mientras que el primer ministro Winston Churchill y su personal están a la izquierda (Getty Images)

Era un disparate. La guerra había sido crudelísima, sin cuartel, miles de tropas aliadas habían muerto en los campos de concentración del imperio y Estados Unidos no estaba dispuesto a hacer concesiones, mucho menos a aceptar condiciones. Eso fue lo que explicó el canciller japonés, Shigenoni Togo, que además, por si hiciera falta, les recordó a los orgullosos jefes militares que Japón había perdido la guerra y que la paz era una necesidad apremiante. Pero los tres mantuvieron su postura, que era la de los hombres a su mando. No sabían, y si lo sabían habían decidido ignorarlo, que en la conferencia de Potsdam Estados Unidos había propuesto abolir el cargo de emperador en Japón y juzgar a Hirohito como a un criminal de guerra. Gran Bretaña se había opuesto a una decisión tan drástica y había sugerido en cambio mantener la figura del emperador, vital para la cultura japonesa, acotado en sus funciones, e imponer en el país una especie de virreinato a cargo de los aliados. Triunfó el planteo británico y fue el general Douglas MacArthur el “virrey” de Japón que, incluso, dictó una nueva constitución para ese país.

Pero en la noche del 9 de agosto todo el porvenir quedaba lejos. Suzuki y Togo informaron al emperador sobre el planteo militar, y lograron que Hirohito convocara a una Asamblea Imperial en su refugio de palacio. Allí, desde las once y media de la noche y hasta entrada la madrugada del 10, Anami, Umezu y Toyoda confiaron por fin en detalle cuáles eran sus planes. Para ellos, dijeron, la guerra había sido hasta ese momento una serie de “indecisas escaramuzas” libradas en las islas bajo dominio japonés. Ese era otro disparate. El Mar de Japón, el Pacífico Sur, el Mar de Coral, entre otros mares de iguales aguas, habían sido testigos de enormes batallas navales; islas como las Salomon, Iwo Jima, Peleliu, Guam, Guadalcanal y Okinawa habían sido escenario de feroces batallas, sólo en Guadalcanal habían muerto más de treinta mil hombres. Todo aquel horror era calificado ahora como “escaramuzas” por las fuerzas armadas imperiales, para justificar su estrategia final. Ahora, dijeron los jefes militares japoneses, era el momento de “atraer a los norteamericanos a las costas patrias y aniquilarlos”: era el gran momento de la nación japonesa que sería asistida, como siempre, por el “viento divino”. El “viento divino”, decía la leyenda, había ayudado a los japoneses en su tenaz resistencia frente a la invasión de la dinastía mongol china de Kublai Khan, en 1281. La palabra japonesa para nombrar al viento divino era “kamikaze”, nombre que habían tomado los pilotos suicidas y la unidad que los agrupaba, y en manos de quienes el mando militar parecía confiar una parte del curso final de la guerra.

Suzuki pidió al emperador que zanjara la discusión. Era algo fuera de lo común: por tradición, el emperador sólo presidía estas reuniones y las bendecía con su augusta presencia. Pero esa madrugada Hirohito se levantó de su trono y dijo que no quedaba otra alternativa que concluir la guerra sin demora. Y abandonó el salón. La posición militar parecía derrotada.

En una reunión de gabinete celebrada a las tres de la mañana del 10 de agosto, el gobierno japonés aprobó por unanimidad enviar notas oficiales a Washington, Londres y Moscú en las que aceptaba la Declaración de Potsdam tal como la había planteado el presidente de Estados Unidos, Harry Truman que, a su pesar, dejaba en el trono a Hirohito. La noticia de la aceptación de la derrota no fue comunicada a los japoneses. Esa misma mañana, el general Anami, que era el oficial de mayor graduación del imperio, convocó a todos los oficiales de Tokio hasta el grado de teniente coronel, para informarles de la rendición. Confiaba en una rebelión y confiaba bien. En el gobierno, el primer ministro Suzuki esperaba un golpe de Estado. Y hacía bien en esperarlo.

El 13 de agosto, los aliados empezaron a dudar de las reales intenciones japonesas. Les habían exigido aceptar la rendición sin limitaciones, pero del otro lado sólo había silencio (Getty Images)

En Estados Unidos, Truman estudió entonces las posibles repercusiones políticas de las negociaciones de paz, en especial, la decisión de dejar a Hirohito en el trono, algo que la opinión pública americana no sabía. Lo analizó el sábado 11 de agosto junto al secretario de Guerra, Henry Stimson, el tipo que en Potsdam le había informado a Churchill que la bomba atómica había sido probada con éxito, junto al secretario de Estado, James Byrnes, al de defensa, James Forrestal y al jefe del Estado Mayor Conjunto de sus fuerzas armadas, almirante William Leahy: todos habían estado en Potsdam. Fue Byrnes quien escribió la respuesta aliada a Japón. La enviaron el 12 de agosto a través de Suiza. Sobre el emperador, el documento decía: “Desde el momento de la rendición, la autoridad del emperador y del gobierno japonés para gobernar el estado quedará sometida al comandante supremo de las potencias aliadas, que dará los pasos que considere oportunos para efectuar los términos de la rendición. (...) La forma de gobierno final que adopte Japón, de acuerdo con la Declaración de Potsdam, será establecida por la voluntad, expresada libremente, del pueblo japonés”.

Truman ordenó que continuaran las operaciones militares, incluyendo el bombardeo a Japón por parte de los B-29, hasta que los Aliados recibieran un documento oficial de la rendición japonesa. En Tokio, sin embargo, el primer ministro Suzuki sostuvo que se debía rechazar ese documento e insistir en una garantía más explícita para el sistema imperial. El general Anami, el más duro de los jefes militares, pidió además un imposible: que en Japón no hubiera ocupación de ningún tipo por parte de los Aliados.

El canciller Togo fue el más lúcido: le dijo al primer ministro Suzuki que no había esperanza alguna de obtener mejores condiciones para la capitulación. “Pienso que los términos son inapropiados, pero las bombas atómicas y la entrada de los soviéticos en la guerra son, en un sentido, regalos del cielo. De esta manera no tenemos que decir que tenemos que dejar la guerra por circunstancias nacionales”. Ese mismo día, Hirohito informó a la familia imperial de su decisión de rendirse.

El 13 de agosto el gabinete japonés debatió cómo responder a los Aliados: no adelantaron nada, las posiciones estaban en punto muerto y enfrentaban al gobierno civil con el poder militar. Por su parte, los aliados empezaron a dudar de las reales intenciones japonesas. Les habían exigido aceptar la rendición sin limitaciones, pero del otro lado sólo había silencio. Truman ordenó entonces que se reanudaran los ataques contra Japón “para convencer a los dirigentes japoneses de que vamos en serio y estamos decididos a hacerles aceptar nuestras propuestas de paz sin ninguna dilación”. La Tercera Flota de los Estados Unidos bombardeó la costa japonesa. Más de cuatrocientos bombarderos B-29 atacaron a Japón el 13 de agosto, y otros trescientos lo hicieron durante la noche. Los Aliados bombardearon también con papel: lanzaron miles de panfletos en el que afirmaban “nuestra alianza de tres países le presentó a vuestros líderes trece artículos de rendición para ponerle fin a esta guerra infructuosa. Esta propuesta fue ignorada por los líderes de vuestro ejército (…) Estados Unidos ha desarrollado una bomba atómica, algo que no ha hecho ninguna otra nación con anterioridad. Se ha determinado utilizar esta terrorífica bomba. Una bomba atómica tiene el poder destructivo de dos mil bombarderos B-29”.

El emperador Hirohito se para frente a la ventana de su automóvil privado en la estación de tren de Momoyama antes de partir hacia el santuario ancestral en Unebi. Foto exclusiva del fotógrafo de Acme Tom Shafer. Esto es lo más cerca que se le ha permitido a un fotógrafo del Emperador

Hirohito se reunió entonces con los oficiales superiores del ejército y la armada y les pidió que se unieran a él para poner fin a la guerra. Pero Anami, Toyoda y Umezu insistieron en continuar la lucha. Hirohito dijo entonces: “He escuchado detenidamente todos los argumentos presentados en oposición a la opinión de que Japón debería aceptar la respuesta de los Aliados tal y como está y sin mayor clarificación o modificación, pero mis pensamientos no han sufrido ningún cambio (…) Para que el pueblo pueda conocer mi decisión, pido que preparen de inmediato un escrito imperial para que pueda retransmitirlo a la nación. Finalmente, apelo a cada uno de ustedes para que se esfuerce al máximo para que podamos enfrentarnos a los difíciles días que nos aguardan”. Alrededor de las once de la noche, el emperador grabó su mensaje, que fue entregado al chambelán de la corte, Yoshihiro Tokugawa, para que lo pusiera bajo llave hasta el momento de ser emitido.

Minutos después de aquella dramática conferencia del 13 al 14 de agosto en la Hirohito aceptó la rendición incondicional, un grupo de oficiales, con Anami a la cabeza, se reunió en un salón vecino. Todos eran conscientes de la inminencia de un golpe militar que desalojara a los civiles del poder, pusiera al emperador a salvo, o a resguardo, y que Japón continuara la lucha. Muchos de los complotados se habían unido en aquel salón del Palacio. Pero el general Kawabe, subjefe del estado Mayor, propuso que todos los oficiales reunidos allí firmaran un acuerdo para cumplir la orden del emperador: “El Ejército –decía el documento– actuará de acuerdo con la Decisión Imperial hasta el final”. Lo firmaron todos, incluido Anami. Una figura clave en lograr la firma de ese acuerdo fue el general Shizuichi Tanaka. Era un militar respetado, que había sido gobernador militar de Filipinas. En 1941 no había estado de acuerdo con el bombardeo a Pearl Harbor, pese que luego fue un fiel servidor del emperador. Ahora, en agosto de 1945, comandaba la Primera División de la Guardia Imperial. Era consciente de una rebelión que estaba a punto de estallar contra las órdenes del emperador; iba a ser comandada por el mayor Kenji Hatanaka a quien Tanaka había reprendido cuando se enteró de sus intenciones golpistas que estaban incluso por encima de las decisiones de la comandancia militar. Tanaka pensó que el anuncio de la firma de un acuerdo que respetaba la decisión del emperador firmado por parte de los más altos oficiales del Ejército, iba a disuadir a Hatanaka. No fue así. Tanaka se suicidó nueve días después.

Si algo tenía claro el mayor Hatanaka era que nada iba a disuadirlo. Por el contrario, pensó que si ocupaba el Palacio Imperial con sus tropas, el resto del ejército lo seguiría y se levantaría contra la rendición. Fue esa certeza la que lo mantuvo optimista y decidido para seguir con su plan, pese al poco apoyo de sus superiores, entre ellos el del propio general Anami, que también sabía del complot. A las dos de la mañana del 14 de agosto, Hatanaka tomó el Palacio casi en el mismo momento en el que Anami se hacía el harakiri en sus oficinas y dejaba un mensaje que decía: “Yo, con mi muerte, me disculpo ante el Emperador por el gran crimen”. No estaba claro a cuál crimen se refería Anami: si al de la derrota o al de la conspiración en marcha.

No fue la única sangre derramada esa noche. Hatanaka y sus hombres fueron al despacho del teniente general Takeshi Mori, uno de los comandantes de la Guardia Imperial, para pedirle que se uniera a la rebelión. Mori conversaba en ese momento con su cuñado, el teniente coronel Michinori Shiraishi. Ambos se negaron a plegarse al golpe por lo que Hatanaka asesinó a Mori y otro de los complotados mató también a Shiraishi. Los rebeldes desarmaron a la policía del Palacio y bloquearon las entradas: buscaban la cinta grabada con el discurso de la rendición. No pudieron dar con ella. Hallaron al chambelán Tokugawa, un hombre de absoluta fidelidad al emperador, y Hatanaka lo amenazó con destriparlo con su katana si no les revelaba el sitio dónde estaba atesorada la grabación. Tokugawa se jugó la vida, puso su mejor cara de inocente y dijo que no tenía idea de que existiera grabación alguna.

15 de agosto de 1945: imagen de cuerpo entero de prisioneros de guerra japoneses de pie en filas con la cabeza inclinada detrás de una cerca de alambre de púas en un campo de internamiento aliado durante la Segunda Guerra Mundial. Acababan de escuchar al emperador japonés Hirohito anunciar la rendición incondicional de Japón (US Navy/Getty Images)

La chambonada duró poco. Cerca de las tres y media de la mañana le informaron a Hatanaka que el Ejército del Distrito Oriental marchaba hacia el palacio para apresarlo. El plan rebelde se desmoronaba a pedazos. Hatanaka pidió entonces al jefe del Estado Mayor del Distrito Oriental, Tatsuhiko Takashima, que marchaba a capturarlo, que le diera diez minutos en directo por la cadena de radio NHK para que pudiera explicar al pueblo japonés cuáles eran sus intenciones. La cadena NHK era la encargada de transmitir el discurso de rendición de Hirohito y no las palabras del rebelde. El pedido de Hatanaka fue rechazado, pero el rebelde insistió. Fue a los estudios de la NHK y, pistola en mano, intentó conseguir diez minutos de aire. No se los dieron. Mientras, en el Palacio, el resto de los oficiales rebeldes se rendía a las tropas leales al emperador. A las ocho de la mañana, la rebelión estaba sofocada. Los rebeldes habían logrado tomar el palacio, pero habían fracasado en hallar la vital cinta grabada por el emperador.

Faltaba todavía un paso de comedia que terminaría en tragedia. Poco después de las ocho de la mañana del 15 de agosto, Hatanaka, montado en una moto, y el teniente coronel Jiro Shizaki, a lomos de un caballo, recorrieron las calles de Tokio y lanzaron panfletos que explicaban cuáles habían sido sus intenciones. Una hora antes de la emisión del discurso de Hirohito, programada para las once de la mañana, Hatanaka tomó su pistola, la apoyó sobre su frente y apretó el gatillo. Shizaki se hizo el harakiri. En el bolsillo del mayor Hatanaka hallaron un poema. Decía: “No me arrepiento de nada ahora que las nubes negras han desaparecido del reinado del Emperador”. Era un poco enigmático.

La firma de la rendición japonesa fue fijada para el 2 de septiembre de 1945 a bordo del acorazado “Missouri”, que llegó a la Bahía de Tokio el 28 de agosto junto con una flota en la que viajaba parte del ejército de ocupación. Para entonces, tropas japonesas de la Cuarta División de Infantería y una división de marinos se habían juramentado para aniquilar a las fuerzas de desembarco; los kamikazes que habían sobrevivido al fragor de la guerra y no habían alcanzado a despegar en sus vuelos finales, ubicaron sus aviones en la pista de despegue del Aeropuerto Atsugi y esperaron encerrados en sus cabinas: habían jurado por el honor de sus antepasados lanzarse en picada contra el “Missouri” hasta hundirlo y, con él, a la plana mayor de las fuerzas armadas de Estados Unidos y Gran Bretaña; los pilotos de otros aviones de combate, tan exaltados como los kamikazes, habían alistado sus aviones y sus bombas para lanzarlas en la Bahía antes de que se firmara la rendición.

Fueron horas frenéticas y cargadas de tensión. Nadie sabe cuál hubiese sido la reacción de Estados Unidos y Gran Bretaña de consumarse los planes japoneses de proseguir la guerra mientras se firmaba la rendición. Hirohito decidió enviar a los miembros de su familia a las diferentes guarniciones militares para asegurar que su promesa no sería rota. El príncipe Takamatsu, hermano menor de Hirohito, llegó agitado al Aeropuerto Atsugi con el tiempo justo para inducir a los kamikazes a que no despegaran. Fue un forcejeo tenso y febril, que se decidió en los últimos minutos.

Así fue como terminó la Segunda Guerra Mundial. Al día siguiente, el New York Times lo celebró con un comentario noticioso. Afirmó que era la primera vez desde el 1 de septiembre de 1939 que no había comunicados bélicos en ninguna parte del mundo.


jueves, 16 de abril de 2020

Indonesia: Del viejo al nuevo orden

Indonesia: del viejo orden al nuevo

Revista Militar (original en ruso)




En la primera mitad del siglo pasado, una lucha de liberación nacional comenzó en Indonesia, dirigida contra el modelo colonial del estado y la dependencia de los Países Bajos. Uno de los líderes prominentes en esta lucha fue el ingeniero Sukarno, miembro del Partido Nacional de Indonesia, que luego llegó al poder en el país y puso en práctica sus ideas políticas. Ya en los años 30, Sukarno era un nacionalsocialista completamente formado, no en el sentido alemán, sino en el sentido de centrarse en un nacionalismo indonesio bastante extremo y una economía soviética. En realidad, los conceptos básicos del nacionalismo indonesio fueron desarrollados precisamente por Sukarno. Instó a los jueces que llevaron a cabo su juicio a no invadir la libertad de opinión y expresión: "Estoy seguro de que el pensamiento ..." Es tentador condenar al rebelde solo porque es su oponente político ", no se aplica a los señores de los jueces", pero después Cuando llegó al poder, introdujo una censura estricta en el país y prohibió partidos políticos enteros. En general, Sukarno era un populista anticolonialista de izquierda que cambió de parecer repetidamente e intentó, sin reducir el patetismo ideológico general, llevar a cabo algo como una realpolitik indonesia.




Después de una larga lucha con la influencia holandesa, muchos años bajo custodia, la creación de nuevos partidos y movimientos que no fueron particularmente exitosos, en 1950 Sukarno se convirtió en el líder de la República Unitaria independiente de Indonesia. En general, se guió por el concepto laxo del modelo de la "tercera vía": economía estatal, nepotismo, economía nacional cooperativa y patriotismo, nacionalismo, religiosidad y los principios de Panchilil en la política social. Panchila - "cinco principios" - incluye
  1. monoteísmo;
  2. humanidad justa y civilizada;
  3. la unidad del país sobre la base del nacionalismo indonesio, que en la práctica significaba un unitarismo y un centralismo duros;
  4. democracia en el formato de consenso público, musyawarah;
  5. justicia social para todo el pueblo de Indonesia.
Panchila - enseñanza social. Políticamente, Panchila expresó a través de Nasakom. Esta abreviatura proviene de una combinación de las palabras NASionalisme (nacionalismo), Agama (religión) y KOMunisme (comunismo).

Los conceptos sociales de Sukarno eran tan vagos y vagos que los militares que lo derrocaron, establecieron la dictadura correcta en 67, adoptaron los mismos memes ideológicos sin cambiar una palabra en ellos, y los usaron con éxito hasta finales de los 90. Entre los importantes ideólogos nacionalsocialistas de Sukarn también se puede llamar "dharma eva hato hanti", que entendió como "Fuerza a través de la unidad, unidad a través de la fuerza", marhaenismo, es decir. centrarse en la gente común oprimida por el capital extranjero; así como "gotong-rojong", "asistencia mutua". Él entendió la democracia y la construcción nacional en el espíritu de futuristas fascistas como Marinetti, y los "románticos soviéticos": "El pueblo indonesio debe movilizar toda su energía, como una poderosa máquina alimentada por el espíritu de Panchil, como un milagro de coordinación. Cada rueda debe poner en marcha otra una rueda, cada tornillo debe realizar su trabajo con absoluta precisión (...) Al igual que una colmena gigante, toda la sociedad debe esforzarse por implementar el principio de "uno para todos y todos para uno". Está sucumbiendo después de llegar al poder censura LED - prohibido las películas americanas y europeas, así como un gran número de libros, especialmente el género de entretenimiento - Pulpa, un detective, y así, citando el hecho de que el imperialismo internacional descompone la cultura original de Indonesia.

Era imposible reformar el sector económico mediante la adopción de conceptos vagos, por lo que el gobierno comenzó a probar diferentes modelos. Los primeros conceptos se desarrollaron con la participación activa del vicepresidente Mohammed Hatt, quien recibió una educación económica en los Países Bajos. Hatta durante mucho tiempo se opuso a Sukarno durante la lucha de liberación nacional, pero más tarde los políticos se reconciliaron y llevaron a cabo reformas en el país. Sin embargo, el mundo no duró mucho: en 1956, los hutta renunciaron. Criticó a Sukarno, llamándolo dictador y posteriormente terminó cualquier relación con él.



Se llevaron a cabo extensas nacionalizaciones en el país: el capital holandés Javashe Bank se transformó en el Banco de Indonesia, el gobierno compró la mayoría de las centrales eléctricas, Garuda Indonesian Airways. Por cierto, los nombres de Sukarno y Hatta, que sentaron las bases de la aviación nacional de Indonesia, son el aeropuerto más grande del país: Bandar Udara Internasional Soekarno - Hatta. Al nacionalizar sectores económicos enteros, el estado aseguró derechos exclusivos para ciertas ramas de producción: ferrocarriles, líneas aéreas, energía nuclear, la industria de defensa y el sistema de suministro de agua. Se hicieron intentos para introducir un análogo de GOST: crear una serie de empresas estatales que produjeran productos estandarizados y mejoraran los bienes producidos por pequeñas organizaciones artesanales para el estado GOST, pero el plan funcionó mal debido al analfabetismo masivo y al desinterés de la población. En 1949, el gobierno adoptó el Plan Sumitro, cuyo objetivo era crear condiciones de mercado prioritarias para los indonesios indonesios y reducir el papel del capital extranjero en el país. Los importadores nacionales recibieron subsidios y todo tipo de concesiones. Se adoptó el Plan Benteng, que regulaba y distribuía los derechos de importación de bienes raros y escasos entre empresas que al menos en un 70% pertenecían a indonesios indígenas. Sin embargo, este enfoque condujo a un aumento increíble de la corrupción, la mayoría de los privilegios se vendieron a extranjeros, principalmente a los chinos. En 1957, cuando el fracaso del programa se hizo evidente, se redujo oficialmente. El gobierno dejó de construir un "estado agrario corporativo" y pasó al concepto de democracia controlada, economía controlada e industrialización.

El estado, buscando recaudar fondos para el desarrollo de la industria y elevar el nivel de vida, llevó a cabo nacionalizaciones adicionales. "La vida económica de la nación será guiada, la economía de la nación se convertirá en una economía guiada. Con este sistema (...) el estado debería tener todos los medios básicos, o al menos estar controlado por él", dijo Sukarno. El radicalismo de este período político no se pudo comparar con 1950-1957. Muchos investigadores, como Frederick Bannell, han observado la política extremadamente agresiva de Sukarno hacia las empresas y culturas extranjeras. Si antes el gobierno nacionalizaba a las empresas con una indemnización por daños, o simplemente volvía a comprar acciones de propietarios extranjeros, ahora las nacionalizaciones quedaron sin ninguna compensación. Durante los siguientes 13 años, Holanda fue expulsada casi por completo de la economía indonesia. Esto proporcionó algún incentivo para el desarrollo de la educación primaria, la industria nacional y la medicina, pero los resultados aún eran débiles; Además, el lugar de los holandeses fue ocupado por los chinos y no por los indonesios con los que el gobierno contaba. En un esfuerzo por reunir a la gente, el gobierno declaró un enfrentamiento con el joven estado de la Federación de Malasia. Fue declarada agente de Gran Bretaña y, a raíz de los sentimientos contra Malasia, el gobierno nacionalizó aún más las empresas inglesas y malasias. Con el "protegido del imperialismo británico" todas las relaciones se cortaron, los grupos partisanos fueron arrojados a su territorio. En 1965, Indonesia generalmente anunció su control sobre todas las empresas extranjeras, con la preservación formal de los derechos de los propietarios. Sin embargo, no garantizaba nada especial: aquellos en Indonesia permanecieron en Indonesia.

Todo esto condujo a un aumento de la inflación, una ruptura de los lazos económicos establecidos en las regiones y una caída en el ya bajo nivel de vida. Comenzaron acciones separatistas de masas, que fueron reprimidas por la fuerza y ​​la distribución de fondos a las regiones, bastante, por cierto, en el estilo soviético de "comprar lealtad". Además de la supresión del separatismo, los nacionalsocialistas indonesios lograron apoderarse de otros países, por ejemplo, West Irian. La supresión militar del separatismo y la resistencia de los territorios ocupados, el mantenimiento de un ejército creciente y los "regalos" a las regiones rebeldes, según Sukarno, ocuparon la mitad de todo el presupuesto indonesio. Teniendo en cuenta los costos de planificación y actividades de la burocracia gubernamental, se gastaron 2/3 del presupuesto. El resto se gastó con moderación en necesidades sociales e industrialización. Con todo esto, los separatistas capturaron periódicamente regiones enteras, formaron sus propios gobiernos, por ejemplo, el Gobierno Revolucionario de la República de Indonesia. Algunas organizaciones separatistas, como Organisasi Papua Merdeka, el Movimiento por la Papua Libre, continuaron operando después del derrocamiento de Sukarno.

Se descartaron los conceptos de la construcción de choque del socialismo: ahora era posible llegar al orden deseado solo después de unos ocho años de trabajo de choque y cooperación total, el ajuste de "engranajes" y "engranajes". Al mismo tiempo, Sukarno insistió en que el kepribadio, la "peculiaridad", "originalidad" del camino indonesio, se reflejó necesariamente en la nueva idea nacional, que se expresó simplemente en una disociación demostrativa de los modelos chino y soviético, incluida la transición de los planes quinquenales adoptados antes para ocho años El nuevo modelo fue apoyado por el Partido Comunista de Indonesia, KPI.

El plan era voluminoso. Asumió el próximo fortalecimiento de la ideología planificada y su introducción en todas las esferas de la vida pública. Para el año 69, se planeó proporcionar a la población alimentos y ropa según el plan sandang-pangan (que en realidad significa "ropa de alimentos"). En la agenda estaba el problema de la educación y el apoyo médico, que luego de un breve despertar nuevamente cayó en coma. Sukarno insistió en llevar a cabo la reforma agraria.

Todos estos planes, sin embargo, no salvaron la situación. La inflación descontrolada ha comenzado en Indonesia; La reforma agraria creó un aumento de la violencia en las regiones más atrasadas y en realidad permaneció "en el papel", y todos los decretos y planes caóticos adicionales, como DEKON, diseñados para hacer que la enorme máquina burocrática sea más flexible, solo agravaron la situación. La insatisfacción ha madurado en el país tanto a la derecha (de los militares, propietarios extranjeros, habitantes de ciudades ricas, empresarios y círculos agrícolas conservadores que apoyaron ideas separatistas) como a la izquierda: Sukarno fue criticado por todos los socialistas que se opusieron a la burocratización y la militarización del país. Viejos compañeros y amigos de la fiesta se alejaron de él. Desde todas partes sonó el eslogan "Sukarno-1945 - sí, Sukarno-1966 - ¡no!".

Para una oposición violenta a la oposición, Soekarno decidió crear una fuerza policial, esta idea se le ocurrió después de una reunión con el ministro de Relaciones Exteriores de China, Zhou Enlai. Sukarno planeó llamar a la policía "Quinta Fuerza" y armarla con la ayuda de China. Los planes, sin embargo, no estaban destinados a hacerse realidad.

En la noche del 30 de septiembre al 1 de octubre de 1965, un grupo de rebeldes procomunistas militares asesinaron a seis generales, miembros del Estado Mayor de Indonesia, incluido el cuartel general del ejército, Ahmad Yani, y capturaron a otros tres vivos. Los golpistas confiscaron instalaciones clave en Yakarta, incluyendo construcción de la Radio República de Indonesia, y transmitió información según la cual el país estaba preparando un golpe de derecha, programado para el 5 de octubre. Los rebeldes dijeron que el golpe contrarrevolucionario incluyó a figuras prominentes del gobierno como el General Nasution, el jefe de gabinete del ejército; Ruslan Abdulgani, diplomático y ministro de Asuntos Exteriores, quien, por cierto, ayudó a Sukarno a desarrollar el concepto de una transición "prolongada" al socialismo, etc.

La resolución del problema fue asumida por el general Suharto, quien, después del asesinato por parte de los golpistas del comandante de las fuerzas terrestres, Ahmad Yani, tomó el mando del ejército, entabló negociaciones con los rebeldes y los obligó a rendirse. Es importante decir que los rebeldes cometieron una serie de errores graves en la coordinación del golpe: claramente contaron con el rápido desarrollo de los acontecimientos y una victoria temprana. Por ejemplo, los rebeldes no proporcionaron provisiones a los soldados que ocupaban puestos en Yakarta. Tampoco se molestaron en explicar sus objetivos, diciendo solo que se estaban trayendo tropas a la capital para proteger al presidente Sukarno. Cuando los "defensores de Sukarno" anunciaron inesperadamente su destitución del cargo y la transferencia del poder al Consejo Revolucionario, así como cancelaron las filas militares con un rango superior al teniente coronel, los soldados comenzaron a preocuparse. Suharto solo podía expresar que los comunistas los usan en vano para derrocar al presidente legítimo.

Sin embargo, el desempeño del golpe recibió cierto apoyo. En la mañana del 1 de octubre, poco después del mensaje de radio de Untong, cinco de las siete unidades de la división Diponegoro quedaron bajo el control del Movimiento del 30 de septiembre. El alcalde de Surakarta, miembro del Partido Comunista, habló en apoyo del Movimiento. En Yogyakarta, los rebeldes, liderados por el comandante Muljohno, secuestraron y luego mataron al general de brigada Katamso, comandante del distrito militar de Java Central, y al teniente coronel Sugijono, jefe de su administración. Sin embargo, después de recibir noticias de la derrota del Movimiento 30 de septiembre en Yakarta, la mayoría de los rebeldes en Java Central dejaron las armas.

El jefe de los rebeldes Untung Shamsuri negó pertenecer a los comunistas y dijo que el Movimiento actuó por iniciativa propia, por consideraciones patrióticas. Fue sentenciado a muerte.

Este golpe se convirtió en un punto decisivo para la Indonesia socialista. Sukarno realmente perdió el poder, aunque los militares lo restauraron a la presidencia, pero se vio obligado a transferir el poder real al gabinete de ministros, y un año después, al general Suharto, quien cerró oficialmente la doctrina Nasakom y declaró la era de Orde Baru, el Nuevo Orden. Se ha iniciado una febril creación de organizaciones paramilitares juveniles en el país, como Kesatuan Aksi Mahasiswa Indonesia - la "Unión de Acción Estudiantil de Indonesia" y Pemuda Pancasila - Panchila-youth. Estos movimientos pasaron rápidamente de tácticas de protesta callejera a barridos y masacres de comunistas en alianza con los islamistas y, en algunas regiones, bajo los auspicios y con la participación del ejército. Hablando de la participación de los militares en la masacre, cabe señalar que no ayudaron a los paramilitares o incluso los alentaron en todas las regiones del país. En algunas áreas, el ejército se comportó desconcertado e intentó mantener el orden lánguidamente; en algunos, ella participó activamente en el asesinato de los comunistas. A este respecto, me gustaría recordar la figura de Sarvo Edi, un anticomunista radical indonesio, un destacado líder militar que se hizo particularmente famoso durante las purgas.


Además de su odio hacia los comunistas, tenía una razón personal: Sarvo Edi se vengó de Ahmad Yani, el comandante de las fuerzas terrestres, quien fue asesinado por los rebeldes del Movimiento 30 de septiembre. Jani era su amiga y aliada. Como jefe de personal de la unidad de élite del Resimen Para Komando Angkatan Darat, las fuerzas especiales aerotransportadas del ejército indonesio, Sarvo Edi y sus soldados mataron a decenas de miles de personas en Java, Bali y Sumatra. Organizó el movimiento paramilitar en las aldeas; más tarde, la ultraderecha latinoamericana en Colombia, Guatemala, El Salvador y Brasil promovería ampliamente esta práctica. El jefe de las fuerzas especiales indonesias era un destacado especialista en el campo de los métodos militares no convencionales y el trabajo contra el terrorismo, y la red de militantes anticomunistas creada por él funcionaba como una máquina aerodinámica.

Sarvo Edi se destacó incluso entre los militares indonesios de extrema derecha: abogó por la eliminación de Sukarno, el endurecimiento del terror y la represión, y la erradicación completa del comunismo en el país. En los días de Suharto, cuando la derecha se percibía claramente como los salvadores del país, Sarvo Edi fue condenado por crueldad excesiva y extrema. Durante el Nuevo Orden, criticó a Suharto por políticas demasiado blandas, corrupción y lealtad al legado de Sukarno. Durante el golpe del 30 de septiembre surgió cierta hostilidad entre Suharto y el líder paramilitar. Sarvo Edi le preguntó a Suharto dónde estaban los generales secuestrados, a lo que él respondió con indiferencia: "¿No son normales esas cosas (desapariciones) durante las revoluciones?" Para un amigo y aliado de uno de los generales asesinados, fue muy desagradable escucharlo.

El jefe de estado mantuvo el radical implacable alejado de las grandes políticas. Sarvo Edi fue transferido a Sumatra, entonces, para reprimir a los separatistas en Nueva Guinea, enviado como embajador en Corea del Sur, nombrado jefe de la Academia de las Fuerzas Armadas de Indonesia. En 1987, sin embargo, fue elegido al parlamento, pero en 1988 renunció en protesta contra el nombramiento del general Sudarmono como vicepresidente (y como se suponía que sería el sucesor de Sukharto).

Es curioso que Sarvo Edi desarrolló un concepto social cercano a las ideas de los fanáticos españoles y los griegos chilenos. Él creía que los partidos políticos deberían ser liquidados y reemplazados por "facciones" sociales dirigidas no a la actividad política, sino al desarrollo económico.



En 1967, el general Suharto se convirtió en actor Presidente del país por orden de Sukarno, y en 1968 - el presidente oficial. Su política económica era muy diferente del estilo estalinista de su predecesor. Se llamaba "democracia económica" e implicaba un fuerte desenroscado de nueces y la restauración de las relaciones normales con el capital extranjero. Se abolió el control gubernamental sobre las empresas extranjeras; Sin embargo, el estado retuvo un monopolio nacional en los campos de la energía nuclear, las aerolíneas, los medios de comunicación, el ferrocarril, el suministro de agua, el transporte marítimo y las telecomunicaciones.

Suharto trabajó con un equipo de economistas profesionales que fueron apodados La mafia de Berkeley "Berkeley Mafia". Fueron ellos quienes desarrollaron los conceptos económicos para el régimen de Orde Baru. Muchos críticos del Nuevo Orden, citando Doctrine of Shock de Naomi Klein, argumentan que los mafiosos eran idénticos a los Chicago Boys de Pinochet. Esta es una declaración bastante analfabeta: los "mafiosos" eran un orden de magnitud que quedaban de los "Chicagoans" ultraderechistas, y en Occidente, Berkeley siempre fue calificado como "nacionalista económico". Mientras que los "Chicago Boys" se hicieron más famosos por su enfoque "libertario", ajustado al griego. Es importante agregar que entre la gente de Berkeley también había personas muy específicas, como un agrario, un nacionalista y el desarrollador del concepto de economía Panchilah, el profesor Mubiarto. Es decir Los Berkeley eran un grupo tecnocrático moderadamente correcto, inclinado hacia un compromiso conjunto y la protección de la economía indonesia, y en absoluto a los habitantes de Chicago del derrame local.

El grupo de economistas sukhartianos estaba encabezado por el profesor Vijojo Nitisastro. Él y su gente desarrollaron el Programa para estabilizar la economía y frenar la inflación, y lo implementaron en 1969, proporcionando al país una salida indolora de la crisis.
El gobierno indonesio se comprometió a no nacionalizar y garantizó la protección del capital extranjero contra la usurpación. Con todo esto, Suharto no tenía prisa por abandonar la planificación: los organismos administrativos centrales, como Bappenas y Biro Perankangan, que se dedicaban al desarrollo de proyectos de desarrollo socioeconómico, continuaron trabajando.
Suharto se centró en mejorar la vida de los ciudadanos, elevar el estatus internacional del país, superar la pobreza y la autosuficiencia en Indonesia. Abordó la implementación de este plan de manera integral. Para restaurar y mejorar la comunicación entre diferentes partes del país, se estableció la Oficina de Logística - BULOG. En las regiones más densamente pobladas del país, estaban vigentes los programas del recién formado Instituto de Planificación Familiar. Suharto pudo ralentizar en gran medida el crecimiento de la población del país: del 2.5% anual al 1.5% en los años 90. La urbanización se llevó a cabo. Sin embargo, el gobierno no tenía prisa por "rechazar la aldea". La aldea indonesia fue donde los trabajadores regresaron después del trabajo estacional en la ciudad. Se invirtieron grandes cantidades de dinero en el desarrollo, el apoyo técnico y el programa para el desarrollo de la agricultura de plantación, y como resultado, dieron sus frutos gracias a las granjas campesinas integradas en la red de Perkebunan inti rakyat - plantaciones nacionales centrales.

Estas medidas despertaron un fuerte descontento entre los círculos islámicos, que esperaban convertirse en la base del Nuevo Orden. Sin embargo, Suharto decidió confiar en círculos militares y economistas profesionales. Los islamistas estaban aún más insatisfechos con el programa cultural del gobierno. La censura de películas y libros occidentales fue abolida. Suharto, sin embargo, no era liberal. Simplemente reorientó la censura de oeste a este: todos los periódicos chinos estaban cerrados, excepto uno, y la mayoría de las escuelas chinas. Sin embargo, el sistema de medios indonesio ya bajo Suharto se volvió bastante diverso; ahora los medios indonesios son los más libres y "abiertos" en Asia. Luego comenzaron los intentos activos de crear su propia cinematografía, centrada en modelos occidentales y la escuela de cine de Hong Kong. Sukarno y el régimen del Viejo Orden fueron puestos en teatros nacionales y regionales.
La tarea fue muy difícil: sacar el cine nacional al menos a nivel de Bollywood y Hong Kong. Funcionó, al menos, Bollywood Indonesia se puso al día. Una escuela de cine indonesia original y extremadamente prolífica ha aparecido en el país, trabajando principalmente en el género de acción, terror y drama. A pesar de lo inusual de los productos indonesios, es muy cómodo para el espectador que está acostumbrado a los productos occidentales. Entre los conocedores del cine explotador, las cosas indonesias son muy valoradas, y películas como "Mysticism in Bali", "Lady Terminator", etc., generalmente pertenecen a obras maestras incondicionales. Ellos, por cierto, son muy famosos en los Estados Unidos. Los islamistas condenan constantemente estas películas por "depravación" (generalmente los personajes principales son hermosas chicas semidesnudas, que llevan un estilo de vida completamente no conservador).

La cuestión de los derechos de las mujeres bajo Suharto puede interpretarse de diferentes maneras. Por un lado, en palabras, era partidario de una familia tradicional, una gestión familiar conservadora y una "moral fuerte". Por otro lado, alentó el desarrollo del cine avanzado y los medios de comunicación femeninos con todas sus fuerzas, promovió el desarrollo de la institución de planificación familiar y el hecho de que durante su reinado la imagen de una mujer independiente del "tipo moderno" se hizo muy popular, según un estudio de Susan Brenner "Sobre la intimidad pública de la Nueva orden: imágenes de mujeres en los medios impresos populares de Indonesia ".

La Indonesia moderna sigue siendo un país bastante corrupto, pero ya existe una libertad de expresión muy fuerte, hay muchas organizaciones de derechos humanos que investigan los crímenes de 1965-1966. El país tiene una poderosa oposición de izquierda a Sukarno y la orientación socialdemócrata: partidos como PDI-P, la "hija" del Partido Nacional de Indonesia, ganan hasta un 40% en las elecciones regionales y tienen un peso político sólido. También hay partidos de izquierda más pequeños, como Partai Hanura o Gerindra, que ganan 5-6% en las elecciones. Todavía están a la izquierda del PDI-P y también están en oposición.

La opinión generalmente aceptada sobre el conflicto del Nuevo y el Viejo Orden y las represiones masivas en las grandes ciudades del país es la siguiente: Sukarno era insoportable, debería eliminarse, las represiones eran innecesarias y causaron un gran trauma a toda la nación. Tal como estaban las cosas, solo tenemos que averiguar cuándo se abrirán los archivos de Indonesia.

lunes, 10 de junio de 2019

Democracia y discusiones para el armado de una nación

La hora de la palabra

En democracia se discuten todas las propuestas, y se decide

José Andrés Rojo | El País



La sala del Manège, donde se reunió el poder legislativo durante los años de la Revolución Francesa.

Malos tiempos para la democracia. Se desconfía cada vez más de los políticos y de la capacidad de la palabra para dar impulso a sus iniciativas. Y se impone el lenguaje de la calle, donde lo que importa es que cada movilización sea más grande que la anterior. Nunca está de más manifestarse para reclamar atención sobre asuntos que están quedando fuera de la agenda política, pero en la calle muchas veces se mezclan proyectos diferentes bajo un mismo paraguas. Hace falta darle forma a cada reivindicación y que existan propuestas alternativas sobre las que pronunciarse y buscar acuerdos y armar las leyes que convengan para transformar las cosas. Para eso está la democracia.

El historiador estadounidense David A. Bell reconstruye de manera magistral en La primera guerra total una de las más importantes batallas parlamentarias. Año 1790, la Asamblea Nacional surgida de la Revolución Francesa tiene que dar respuesta a un asunto enrevesado. Al otro lado del mundo, una fragata española se ve obligada a asegurar su soberanía sobre la isla de Vancouver frente a la presencia de buques británicos y estadounidenses, y reclama ayuda de Francia. En 1761, los Borbones Luis XVI y Carlos IV firmaron un pacto familiar para defenderse en caso de hostilidades, así que la Asamblea tiene que decidir si aprueba los fondos para que Francia construya catorce buques y ayude a su aliado. El gran asunto que toca tratar es, pues, el de la paz y la guerra.

La democracia tenía entonces todavía algunos rasgos primitivos. La Asamblea la componían 1200 miembros de los Estados Generales elegidos el año anterior, aunque solo intervenían con regularidad unos 50. Para ocuparse de esta delicada cuestión se instalaron en la sala del Manège, en el Jardín de las Tullerías: los conservadores se colocaron a la derecha; a la izquierda, los radicales del Club de los Jacobinos y los más moderados de la Sociedad de 1789. De ahí viene esa vieja división.

En la calle, una multitud se interesaba en un estado de alta tensión por lo que ocurría dentro. Ahí, los espectadores interrumpían a los tribunos que defendían sus posiciones con pasión y sólidos argumentos, y tomaban notas “y las ataban con un gancho y las pasaban desde la ventana a lo largo de un hilo a sus amigos en el exterior”, cuenta Bell, para que terminaran llegando a las redacciones de los múltiples periódicos que se publicaban entonces, cada cual con su postura y con su mirada. “Europa nunca había visto nada parecido”, e incluso se tuvo que redefinir la palabra revolución:“Ya no se trataba, como antes, de un cambio súbito e imprevisible en el destino de un país, sino el significado más moderno de la explosiva e ilimitada expresión de la voluntad colectiva de una nación”. De la mano de las instituciones democráticas.

En el debate sobre la guerra se pronunciaron 35 diputados con algunas intervenciones de gran altura, y llegó a haber alguno que defendió, ¡en tiempos de revolución!, la monarquía absoluta. Se discutieron las propuestas, se pulieron, se introdujeron enmiendas y al final la Asamblea trazó el camino, y la aristocracia perdió “su tradicional razón de ser: la guerra”. Aquel pacto de familia de los Borbones tardó en morir lo que duraron unos cuantos días de acaloradas sesiones. La democracia mostraba su razón de ser: una ciudadanía exigente, una prensa que informa y que genera opinión, unos representantes que construyen sus argumentos con finura y solvencia: y luego la feroz batalla parlamentaria (con respeto a las minorías) y, al fin, los acuerdos.

jueves, 23 de mayo de 2019

Imperio Otomano: Organización militar, fiscal y política

Imperio Otomano - Organización Militar, Fiscal y Política

Weapons and Warfare




Los constructores estatales otomanos (c. 1300–1922) erigieron y mantuvieron uno de los ejemplos más duraderos y exitosos de construcción de imperios en la historia mundial. Nacido durante la época medieval en la esquina noroeste del entonces menor de Asia bizantina, el estado otomano alcanzó el estatus de imperio mundial en 1453, con la conquista de Constantinopla. Durante un siglo antes y dos siglos después de ese evento de época, el Imperio Otomano fue una de las entidades políticas más poderosas en el mundo mediterráneo-europeo. De hecho, pero para el estado Ming en China, el Imperio Otomano en aproximadamente 1500 fue probablemente el sistema político más formidable del planeta.

La rápida expansión del estado otomano del principado fronterizo al imperio mundial se debió en parte a la geografía y la proximidad de los enemigos débiles; Pero se debió más a las políticas y logros otomanos. Después de que las migraciones de los pueblos turcos de Asia Central rompieron las defensas fronterizas del Imperio Bizantino en el siglo XI, muchos estados pequeños y principados compitieron por la supremacía. La dinastía otomana surgió en las fronteras bizantinas, no lejos de Constantinopla, y sus partidarios emplearon la política y los métodos de conquista pragmáticos y recompensaron el material humano disponible, ya fuera griego, búlgaro, serbio, turco, cristiano o musulmán, por un buen servicio. Estas políticas pragmáticas, junto con una apertura excepcional a la innovación, incluida la tecnología militar, explican en gran medida por qué este estado menor en particular finalmente alcanzó el estatus de potencia mundial.



En su política interna, el estado otomano sufrió un cambio continuo. El gobernante otomano, el sultán, comenzó como uno entre iguales en los primeros días del estado. Sin embargo, entre 1453 y finales del siglo XVI, los sultanes gobernaron como verdaderos autócratas. Posteriormente, otros miembros de la familia imperial y otros miembros de las élites del palacio, a menudo en colaboración con las élites provinciales, mantuvieron el control real del estado hasta principios del siglo XIX. A partir de entonces, burócratas y sultanes compitieron por la dominación. En resumen, el sultán presidió nominalmente el sistema imperial durante toda la historia otomana, pero en realidad, personalmente, gobernó solo durante porciones de los siglos XV, XVI y XIX. Parece importante enfatizar que el principio del gobierno sultánico de la familia otomana casi nunca fue desafiado a través de los largos siglos de la existencia del imperio. Si bien esta regla era una constante, el cambio de lo contrario era la norma en la política doméstica.

El poder político casi siempre descansaba en el centro imperial y, dependiendo del período particular, se extendía a las provincias ya sea a través de instrumentos militares y políticos directos o, indirectamente, a través de medios fiscales. El estado ejerció su autoridad militar, fiscal y política a través de una serie de mecanismos que evolucionaron continuamente. No se puede hablar de un sistema o método de gobierno otarano único e invariante, excepto para decir que se basó en políticas de flexibilidad y adaptabilidad. Los instrumentos militares, fiscales y políticos cambiaron constantemente, apenas una situación sorprendente en un imperio que existió desde la época medieval a la moderna. Además, gran parte de lo que los historiadores pensaban que sabían acerca de las instituciones otomanas ha sido cuestionado y reescrito. Tomemos, por ejemplo, el cliché de que la destreza de los janissaries como soldados disminuyó cuando dejaron de vivir juntos en barracas de solteros y sirvieron como hombres casados. Resulta que ya en el siglo XV, cuando los janissaries eran la unidad militar más temida en el mundo mediterráneo, al menos algunos estaban casados ​​con familias.

El estado otomano al principio dependía del llamado sistema timar para compensar a gran parte de su ejército, que estaba dominado por hombres de caballería que luchaban con arcos y flechas. Bajo este sistema, el soldado de caballería recibió ingresos de un pedazo de tierra suficiente para mantenerse a sí mismo y a su caballo. En realidad no controlaba la tierra, sino solo los impuestos que se derivaban de ella. Los campesinos trabajaban la tierra y los impuestos que pagaban apoyaban al caballero timar mientras él estaba en campaña y cuando no luchaba. En realidad, el timar estaba en el centro de los asuntos otomanos durante la era anterior de la historia otomana, quizás solo durante los siglos xiv, xv y parte de los siglos XVI. Apenas el estado había desarrollado el sistema de timar cuando el régimen comenzó a descartarlo, y la caballería estaba destinada a apoyar. Cada vez más, el imperio se dirigió a los soldados de infantería portando armas de fuego. Al hacerlo, los janízaros dejaron de ser una pequeña élite pretoriana y se convirtieron en una infantería armada de tamaño masivo. Para apoyar a estos soldados de tiempo completo se requerían vastas cantidades de dinero en efectivo, por lo que la agricultura de impuestos reemplazó al sistema timar como el instrumento fiscal central. (Los tenedores de Timar debían el servicio a cambio de los ingresos de timar, mientras que los agricultores tributarios pagaron una suma en la subasta de la granja tributaria por el derecho a cobrar los impuestos, y no incurrieron en ninguna obligación de servicio). Para 1700, las granjas tributarias de por vida se consideran mejores Vacas en efectivo — comenzaron a convertirse en algo común. Las variadas combinaciones de caballería e infantería de fuego, junto con los masivos usos de la artillería funcionaron bastante bien durante un tiempo, pero se perdieron en la carrera de armamentos a los enemigos de Europa central y oriental a fines del siglo XVII. Los militares otomanos continuaron evolucionando y, en el siglo XVIII, las tropas armadas con armas de fuego de notables provinciales y las fuerzas del Khanate de Crimea reemplazaron en gran medida tanto a la infantería janissary como a la caballería timar. Durante el siglo XIX, la conscripción universal masculina controlada por el estado central se desarrolló lentamente, y esta fue quizás la transformación más radical de todas. Se abandonaron las fincas de impuestos de por vida, pero la recaudación de impuestos continuó, a menudo en manos de notables locales en asociación con el régimen de Estambul.

miércoles, 1 de agosto de 2018

Roca, el constructor


Julio Argentino Roca, el constructor del Estado nacional


Promovió la inmigración y durante su gobierno el país modernizó la ganadería y desarrolló industrias.





Por Roberto Azaretto - Miembro de número de la Academia Argentina de la Historia

En historia no hay que analizar los hechos del pasado con los valores del presente, ni juzgar, si comprender. Calificar como genocida a Roca es banalizar la palabra y muestra una supina ignorancia sobre el problema de la frontera.

Roca es el constructor del Estado argentino. No solo le debemos la ocupación del espacio, con el avance sobre los territorios al sur de la ruta ocho y del Chaco y la presencia en la Antártida, sino también la extensión de los ferrocarriles, entre ellos el que llegó a Mendoza, puertos, obras sanitarias, hospitales, miles de escuelas, obras de riego.

Roca promovió la ley 1420 que en poco tiempo terminó con el analfabetismo. Logró en su primera presidencia que Chile reconociera a la Cordillera de los Andes como límite y en la segunda la solución pacífica del conflicto por los estrechos. Fue el que dotó al país de la primera flota de mar y modernizó el ejército con la escuela superior de guerra y el servicio militar.

Roca en su segunda presidencia encargó a Bialet Massé el primer estudio sobre la situación de los trabajadores argentinos, que dio lugar, a la propuesta del Código del Trabajo enviado al Congreso en 1904, más avanzado que la legislación social posterior, e incluso, del peronismo. Fundó la primera Caja de Jubilaciones para los empleados estatales.

Intentó reformar la educación secundaria para convertir parte de los bachilleratos en escuelas industriales, agrícolas y comerciales. Quiso otorgar la ciudadanía a los inmigrantes arraigados en el país, con hijos o propiedades en este suelo y designó, en su segunda presidencia, a dos hijos de inmigrantes como ministros, Pablo Ricchieri y Osvaldo Magnasco.

Inició la diplomacia presidencial con la reunión en el estrecho de Magallanes con el presidente chileno Errázuriz y el intercambio de visitas con el presidente del Brasil, Campos Salles.

Promovió la inmigración y durante su gobierno el país modernizó la ganadería, desarrolló la industria frigorífica, la vitivinicultura y la azucarera, los primeros talleres metalúrgicos y se expandió la agricultura.

Siempre estuvo contra los golpes y revoluciones y la conquista del desierto fue el resultado de un plan por él meditado pero debatido y aprobado en el Congreso Nacional.

El problema de la frontera sur se agudizó cuando oficiales realistas de Chile se aliaron con las tribus araucanas que atacaban pueblos de Buenos Aires al grito de viva Fernando VII. A partir de allí se montó un negocio de robo de ganado para vender en Chile junto con los cautivos.

En sesenta años hubo más de 5 mil muertos en las tropas del gobierno y unos 10 mil entre los indios. En la campaña de Roca las tribus sufrieron unas mil doscientas bajas.

En la campaña de Juan Manuel de Rosas fueron tres mil, porque don Juan Manuel dio la orden de fusilar a los indios chilenos prisioneros.

martes, 17 de abril de 2018

Guerra de Vietnam: El frente interno del presidente Johnson

¿Cómo pudo suceder Vietnam? Una autopsia

Desde el comienzo de la Administración de John Kennedy en este quinto año de la presidencia de Lyndon Johnson, sustancialmente el mismo pequeño grupo de hombres ha presidido el destino de los Estados Unidos. En ese momento han llevado al país de una participación limitada en Vietnam a una guerra que es brutal, probablemente imposible de ganar, y, para un creciente cuerpo de opinión, calamitosa e inmoral. ¿Cómo podría pasar?



El presidente Lyndon Johnson confiere con el Secretario de Defensa Robert McNamara en 1964. AP

James C. Thomson | The Atlantic


Como un estudio de caso en la elaboración de la política exterior, la Guerra de Vietnam fascinará a los historiadores y científicos sociales durante muchas décadas por venir. Una pregunta que seguramente se formulará: ¿Cómo crearon los hombres de capacidad superior, buena formación y altos ideales -políticos estadounidenses de la década de 1960- una política tan costosa y divisiva?

Como alguien que vio el proceso de toma de decisiones en Washington de 1961 a 1966 bajo los presidentes Kennedy y Johnson, puedo sugerir una respuesta preliminar. Puedo hacerlo enumerando brevemente algunos de los factores que me parecieron dar forma a nuestra política de Vietnam durante mis años como especialista en Asia Oriental en el Departamento de Estado y la Casa Blanca. Trataré en gran medida con Washington como lo vi o presentí, y no con Saigón, donde he pasado solo unos escasos tres días, en el séquito del Vicepresidente o con otros centros de decisión, las capitales de las partes interesadas. Tampoco trataré con otras partes importantes del registro: la historia de Vietnam anterior a 1961, por ejemplo, o el curso general de las relaciones de Estados Unidos con Vietnam.

Sin embargo, un primer ingrediente central en estos años de decisiones en Vietnam involucra historia. El ingrediente fue el legado de la década de 1950, me refiero a la llamada "pérdida de China", la Guerra de Corea y la política del Lejano Oriente del Secretario de Estado Dulles.

Este legado tuvo un subproducto institucional para la Administración Kennedy: en 1961, el establecimiento del este de Asia del gobierno de los Estados Unidos fue, sin duda, el más rígido y doctrinario de las divisiones regionales de Washington en asuntos exteriores. Esto fue especialmente cierto en el Departamento de Estado, donde la Administración entrante encontró que la Oficina de Asuntos del Lejano Oriente era la más difícil de descifrar. Era una oficina que había sido purgada de su mejor experiencia en China, y de hombres visionarios y desapasionados, como resultado del macartismo. Sus miembros estaban generalmente comprometidos con una línea política: la estrecha contención y aislamiento de China continental, el hostigamiento de naciones "neutralistas" que buscaban evitar la alineación con Washington o Pekín, y el mantenimiento de una red de alianzas con clientes anticomunistas estados en la periferia de China.

Otro aspecto del legado fue la especial vulnerabilidad y sensibilidad de la nueva Administración Democrática en asuntos de política del Lejano Oriente. El recuerdo de la era de McCarthy todavía era muy agudo, y el margen de victoria de Kennedy era demasiado bajo. El debate televisivo de las Islas Offshore de 1960 entre Kennedy y Nixon le había mostrado al presidente electo los peligros del "nuevo pensamiento". La Administración era inherentemente recelosa de moverse demasiado rápido en Asia. Como resultado, la Oficina del Lejano Oriente (ahora la Oficina de Asuntos de Asia Oriental y el Pacífico) fue la última en ser revisada. No fue sino hasta que Averell Harriman fue nombrado secretario adjunto en diciembre de 1961, que se intentaron cambios importantes en el personal, y le tomó varios meses a Harriman dejar una profunda huella en la oficina debido a su preocupación necesaria con el asentamiento de Laos. Una vez que lo hizo, prácticamente no hubo ningún esfuerzo por devolver a los expertos en Asia Oriental purgados o exiliados.

Hubo otros subproductos importantes de este "legado de los años cincuenta":

La nueva administración heredó y de alguna manera compartió una percepción general de China-en-la-marcha: un sentido de la inmensidad de China, su número, su beligerancia; un sentido revivido, tal vez, de la Horda de Oro. Esta fue una percepción alimentada por la intervención china en la Guerra de Corea (una intervención realmente basada en comunicaciones espantosamente malas y errores de cálculo mutuos por parte de Washington y Pekín, pero el desentrañar cuidadosamente esa tragedia, que los eruditos han logrado, aún no se había convertido en parte de la sabiduría convencional).

La nueva Administración heredó y aceptó brevemente una concepción monolítica del bloque comunista. A pesar de predicciones e informes mucho más tempranos de analistas externos, los hacedores de política no comenzaron a aceptar la realidad y posible finalidad de la división sino-soviética hasta las primeras semanas de 1962. El impacto inevitablemente corrosivo de los nacionalismos rivales sobre el comunismo fue ignorado en gran medida.

La nueva Administración heredó y en cierta medida compartió la "teoría del dominó" sobre Asia. Esta teoría fue el resultado de una profunda ignorancia de la historia asiática y, por lo tanto, de la ignorancia de las diferencias radicales entre las naciones y las sociedades asiáticas. Fue el resultado de una ceguera al poder y la resistencia de los nacionalismos asiáticos. (También puede ser el resultado de un sentido subconsciente de que, dado que "todos los asiáticos se parecen", todas las naciones asiáticas actuarán de la misma manera). Como teoría, la falacia del dominó no era meramente inexacta sino que también insultaba a las naciones asiáticas; sin embargo, ha continuado hasta nuestros días para engañar a los hombres que deberían saber mejor.

Finalmente, el legado de los años cincuenta se vio agravado por una incómoda sensación de un desafío comunista mundial a la nueva administración después del fiasco de Bahía de Cochinos. Una primera manifestación fue la traumática reunión del Presidente en Viena con Jrushchov en junio de 1961; luego vino la crisis del verano en Berlín. Todo esto creó una atmósfera en la que el presidente Kennedy indudablemente se sintió bajo presión especial para mostrar el temple de su nación en Vietnam, si los vietnamitas, a diferencia del pueblo de Laos, estaban dispuestos a luchar.

En general, el legado de los años cincuenta dio forma a movimientos tan tempranos de la nueva Administración como las decisiones de mantener una SEATO de alta visibilidad (enviando al propio Secretario de Estado en lugar de a algunos subordinados a su primera reunión en 1961), para alejarse de reconocimiento diplomático de Mongolia en el verano de 1961, y lo más importante, para expandir la asistencia militar estadounidense a Vietnam del Sur ese invierno sobre la base del compromiso mucho más tentativo de Eisenhower. Debería agregarse que el creciente compromiso con Vietnam también fue impulsado por una nueva generación de estrategas militares y científicos sociales académicos (algunos de los cuales habían ingresado en la nueva Administración) que habían desarrollado teorías de guerra de contraguerrillas y estaban ansiosos por verlos puestos a la prueba. Para algunos, la "contrainsurgencia" parecía una nueva panacea para hacer frente a la inestabilidad mundial.

Tanto por el legado y la historia. Cualquier administración nueva hereda problemas complicados y vistas simplistas del mundo. Pero seguramente entre los legisladores de las administraciones Kennedy y Johnson había hombres que advertirían sobre los peligros de un compromiso abierto al atolladero de Vietnam.

Esto plantea una pregunta central, en el corazón del proceso de políticas: ¿dónde estaban los expertos, los escépticos y los disidentes? ¿Estuvieron allí y, de ser así, qué les sucedió?

La respuesta es compleja pero instructiva.

En primer lugar, el gobierno estadounidense carecía de experiencia real en Vietnam o Indochina. Originalmente tratado como un adjunto de la Embajada de París, nuestra embajada de Saigón y la Oficina de Vietnam en el Estado fueron en gran parte atendidos desde 1954 por personal del Servicio Exterior de habla francesa de experiencia estrechamente europea. Esos diplomáticos estaban aún más estrechamente restringidos que el oficial de la embajada, por pensamiento y lenguaje, a los contactos con las élites urbanas de habla francesa de Vietnam. Por ejemplo, los lingüistas del Servicio Exterior en Portugal pueden hablar con el campesinado si salen de Lisboa y eligen hacerlo; no así los hablantes de francés de Embassy Saigon.

Además, la sombra de la "pérdida de China" distorsionó los informes de Vietnam. Los oficiales de carrera en el Departamento, y especialmente aquellos en el campo, no habían olvidado el destino de sus colegas de la Segunda Guerra Mundial que escribieron con franqueza desde China y luego fueron ridiculizados por los comités del Senado por comentarios críticos sobre los nacionalistas chinos. Los informes francos sobre los puntos fuertes del Viet Cong y las debilidades del gobierno de Diem fueron inhibidos por la memoria. También fue inhibido por algunos altos funcionarios, especialmente el Embajador Nolting en Saigón, que se negó a firmar con tales cables.

A su debido tiempo, sin duda, se descubrió o desarrolló algún talento de Vietnam. Pero un factor recurrente y cada vez más importante en el proceso de toma de decisiones fue el destierro de la experiencia real. Aquí la causa subyacente fue la "política cerrada" de la formulación de políticas a medida que los temas se calientan: cuanto más sensible es el problema, y ​​cuanto más asciende en la burocracia, más completamente se excluyen los expertos mientras los generalistas mayores acosados ​​toman el control (eso es, los Secretarios, Subsecretarios y Asistentes Presidenciales). El roce frenético de los documentos informativos en los asientos traseros de las limusinas no es un sustituto de la presencia de especialistas; Además, en tiempos de crisis, dichos documentos se consideran "demasiado sensibles" incluso para su revisión por los especialistas. Otra causa subyacente de este destierro, a medida que Vietnam se volvió más crítico, fue la sustitución de los expertos, que eran generalmente y cada vez más pesimistas, por hombres que se describían como "hombres capaces", colaboradores leales y enérgicos que carecían de experiencia. A principios de 1965, cuando le confié mis crecientes dudas políticas a un colega de más edad del personal del NSC, me aseguró que lo más inteligente que podíamos hacer ambos era "alejarnos de todo el desastre de Vietnam"; Sin embargo, el caballero en cuestión tuvo la desgracia de ser un "tipo capaz de hacer las cosas" y ahora está muy bien situado en Vietnam, bajo órdenes de resolver el problema.

A pesar del destierro de los expertos, los escépticos internos y los disidentes aparecieron y persisten. Sin embargo, al observar el proceso, tales hombres fueron efectivamente neutralizados por una sutil dinámica: la domesticación de los disidentes. Tal "domesticación" surgió de una doble necesidad de club: por un lado, el deseo del disidente de permanecer a bordo; y, por otro lado, la conciencia del no emisor. En pocas palabras, la disidencia, cuando se reconoce, se hizo sentir en casa. En la escala de importancia más baja posible, debo confesar mi propio sentido de dignidad y aceptación (ambos vitales) cuando mi jefe de la Casa Blanca se refiriera a mí como su "paloma favorita". Mucho más significativo fue el caso del ex Subsecretario de Estado George Ball. Una vez que el Sr. Ball comenzó a expresar dudas, fue cálidamente institucionalizado: se lo animó a que se convirtiera en el abogado interno del diablo en Vietnam. El resultado fue inevitable: el proceso de escalada permitió pedidos periódicos al Sr. Ball para hablar su artículo; Ball se sintió bien, supongo (había luchado por la rectitud); los otros se sintieron bien (habían dado una audiencia completa a la opción de dovish); y había un mínimo de desagrado. El palo se mantuvo intacto; y, por supuesto, es posible que las cosas empeoren más rápido si el Sr. Ball hubiera guardado silencio o se hubiera ido antes de su partida final en el otoño de 1966. También hubo, por supuesto, el caso del último escéptico institucionalizado, Bill Moyers . Se dice que el Presidente saludó su llegada a las reuniones con un afectuoso: "Bueno, aquí viene el Sr. Detengan los Bombardeos ...". Aquí nuevamente la dinámica de la disidencia domesticada mantuvo la relación por un tiempo.

Un punto relacionado -y crucial, supongo, para el gobierno en todo momento- fue la trampa de la "efectividad", la trampa que impide que los hombres hablen, tan clara o frecuentemente como sea posible, dentro del gobierno. Y es la trampa lo que impide que los hombres renuncien en protesta y transmitan su disentimiento fuera del gobierno. El activo más importante que un hombre aporta a la vida burocrática es su "efectividad", una misteriosa combinación de entrenamiento, estilo y conexiones. La queja más ominosa que se puede susurrar de un burócrata es: "Me temo que Charlie está empezando a perder su eficacia". Para preservar su efectividad, debe decidir dónde y cuándo combatir la corriente principal de la política; las oportunidades van desde la conversación de almohadas con su esposa, a bebidas privadas con sus amigos, hasta reuniones con el Secretario de Estado o el Presidente. La inclinación a permanecer en silencio o consentir en la presencia de los grandes hombres -vivir para luchar otro día, para dar este tema para que pueda ser "efectivo" en cuestiones posteriores- es abrumador. Tampoco es la tendencia de la juventud sola; algunos de nuestros funcionarios más importantes, hombres ricos y famosos, cuyo lugar en la historia es seguro, han permanecido en silencio por temor a que se termine su conexión con el poder. En cuanto a la falta de inclinación a renunciar en señal de protesta: si bien no es necesariamente una especialidad de Washington o incluso de los Estados Unidos, parece más cierto que un gobierno en el que los ministros no tienen una bancada parlamentaria para retirarse. En ausencia de tal refugio, es fácil racionalizar la decisión de permanecer a bordo. Al hacerlo, uno puede evitar que sucedan algunas cosas malas y tal vez incluso hacer que sucedan algunas cosas buenas. Salir es perder incluso esas oportunidades marginales de "efectividad".

Se debe tener en cuenta otro factor: a medida que la controversia de Vietnam se intensificó en el país, se desarrolló una preocupación por las relaciones públicas de Vietnam en oposición a la formulación de políticas de Vietnam. Y aquí, irónicamente, los escépticos internos y los disidentes fueron muy empleados. Para tales hombres, en virtud de sus propias dudas, a menudo se consideraba que eran más capaces de "masajes" de la intelligentsia que dudaba. Mi colega senior de Asia oriental en la Casa Blanca, brillante y humano escéptico que se ocupó de Indochina desde 1954, pasó tres cuartos de sus días trabajando en las relaciones públicas de Vietnam: redactando respuestas presidenciales a cartas de importantes críticos, redactando un lenguaje conciliatorio para discursos presidenciales y reunirse bastante interminablemente con delegaciones de cuáqueros, clérigos, académicos y amas de casa indignados. Sus interlocutores habituales eran los difuntos A. J. Muste y Norman Thomas; los míos eran miembros de la Huelga de Mujeres por la Paz. Nuestras órdenes desde arriba: mantenerlos a raya de los políticos ocupados (que solían ser no dudosos). A propósito, mi tarea más desalentadora en el ámbito de las relaciones públicas fue la preparación de un folleto de la Casa Blanca titulado Why Vietnam, en septiembre de 1965; en un gesto hacia mi conciencia, luché y perdí una batalla para tener el título seguido de un signo de interrogación.

A través de una variedad de procedimientos, tanto institucionales como personales, la duda, el desacuerdo y la experiencia se neutralizaron eficazmente en la elaboración de la política. Pero, ¿qué se puede decir de los hombres "a cargo"? Es patentemente absurdo sugerir que produjeron tal tragedia por intención y cálculo. Pero no es absurdo ni difícil discernir ciertas fuerzas en el trabajo que causaron que hombres decentes y honorables hicieran un gran daño.

Aquí destacaría el papel primordial de la fatiga ejecutiva. Ningún factor me parece más crucial y subestimado en la elaboración de la política exterior. El costo físico y emocional de la responsabilidad ejecutiva en el Estado, el Pentágono, la Casa Blanca y otras agencias ejecutivas es enorme; ese peaje se ve agravado por un servicio extendido. Muchos de los formuladores de políticas de Vietnam de hoy han estado en el trabajo de cuatro a siete años. Las quejas pueden ser pocas, y la salud física puede permanecer intacta, aunque la salud emocional es mucho más difícil de medir. Pero lo que más se erosiona en el mortífero proceso de la fatiga es la frescura del pensamiento, la imaginación, la sensación de posibilidad, un sentido de prioridades y perspectiva, esos recursos raros de una nueva Administración en su primer año o dos de oficina. El cansado hacedor de políticas se convierte en prisionero de su propia visión estrecha del mundo y su propia retórica cliché. Se pone irritable y a la defensiva: falta de sueño, falta de lazos familiares, falta de paciencia. Tales hombres hacen una mala política y luego la componen. No tienen el tiempo ni el temperamento para nuevas ideas o diplomacia preventiva.

Por debajo del nivel de los ejecutivos fatigados en la elaboración de la política de Vietnam era un fenómeno generalizado: la mentalidad de curador en el Departamento de Estado. Con esto me refiero a la inercia colectiva producida por la visión del burócrata de su trabajo. En State, el "oficial de escritorio" promedio hereda de su predecesor nuestra política hacia el País X; él considera que es su función mantener intacta esa política, de vidrio, sin moderación y sin polvo, para que pueda pasarla en dos o cuatro años a su sucesor. Y dicho servicio curatorial generalmente merece promoción dentro del sistema. (Mantenga el status quo, y se mantendrá alejado de problemas.) En algunas circunstancias, la inercia generada por tal perspectiva puede actuar como un freno contra la innovación imprudente. Pero en muchos asuntos, esta inercia mantiene el impulso de la mala política y los compromisos imprudentes, un impulso que de otro modo podría haberse resistido dentro de los rangos. Claramente, Vietnam es un gran problema.

A la fatiga y la inercia debe agregarse el factor de confusión interna. Incluso entre los "arquitectos" de nuestro compromiso con Vietnam, ha habido una confusión persistente en cuanto a qué tipo de guerra estábamos luchando y, como consecuencia directa, confusión sobre cómo terminar esa guerra. (La "brecha de credibilidad" es, en parte, un reflejo de tal confusión interna.) ¿Fue, por ejemplo, una guerra civil, en cuyo caso la contrainsurgencia podría ser suficiente? ¿O fue una guerra de agresión internacional? (Esto podría invocar el compromiso de SEATO o de la ONU). ¿Quién fue el agresor y el "enemigo real"? ¿El Viet Cong? ¿Hanoi? ¿Pekín? ¿Moscú? Comunismo internacional? ¿O tal vez "comunismo asiático"? Distintos enemigos dictaron diferentes estrategias y tácticas. Y confundido en todo, de la misma manera, estaba la cuestión de los objetivos estadounidenses; tus objetivos dependían de con quién peleabas y por qué. No olvidaré mi asignación de un Subsecretario de Estado en marzo de 1964: redactar un discurso para el Secretario McNamara que, inter alia, de una vez por todas descarte el canard de que el conflicto de Vietnam fue una guerra civil. "Pero de alguna manera, por supuesto", pensé, "es una guerra civil". "¡No juegues juegos de palabras conmigo!" espetó el Subsecretario.

Confusiones similares acosaban el concepto de "negociaciones" -anathema para gran parte del Washington oficial de 1961 a 1965. No fue hasta abril de 1965 que las "discusiones incondicionales" se volvieron respetables, a través de un discurso presidencial; incluso entonces, el Secretario de Estado enfatizó privadamente a los periodistas que nada había cambiado, ya que las "discusiones" de ninguna manera eran lo mismo que las "negociaciones". Meses después, ese problema fue resuelto. Pero tardó aún más en obtener un acuerdo interno frágil que las negociaciones podrían incluir al Viet Cong como algo más que un apéndice de la delegación de Hanoi. Dada la confusión sobre los motivos y por qué de nuestro compromiso con Vietnam, no es sorprendente, como escribió Theodore Draper, que a los responsables políticos les resulte tan difícil ponerse de acuerdo sobre cómo poner fin a la guerra.

Por supuesto, una fuerza -una constante en el torbellino de compromiso- era la de las ilusiones. Yo mismo participé de ello muchas veces. Lo hice especialmente durante la lucha de Washington con Diem en el otoño de 1963 cuando algunos de nosotros en State creímos que, por una vez, al lidiar con un estado cliente difícil, el gobierno de EE. UU. Podría usar la influencia de nuestra asistencia económica y militar para hacer cosas buenas suceder, en lugar de ser guiados por la nariz por hombres como Chiang Kai-shek y Syngman Rhee (y, en ese caso particular, por Diem). Si pudiéramos probar ese punto, pensé, y me mudé a un nuevo día, con o sin Diem, entonces Vietnam bien valió la pena. Más tarde llegaron las ilusiones de los planificadores de ataques aéreos a fines del otoño de 1964; hubo quienes pensaban que después de seis semanas de ataques aéreos, los vietnamitas del norte vendrían a pedirnos conversaciones de paz. ¿Y qué, alguien preguntó en una de las reuniones del momento, si no lo hacen? La respuesta fue que bombardearíamos durante otras cuatro semanas, y eso sería suficiente. Y unas semanas más tarde llegó un ejemplo de una ilusión que era sintomática de los buenos hombres engañados: en enero de 1965, me encontré con una de las más altas personalidades de la Administración en una cena, lo hice a un lado y le conté mis preocupaciones sobre la opción de ataque aéreo. Él me dijo que realmente no debería preocuparme; era su convicción de que antes de poner en práctica tales planes, un gobierno neutralista llegaría al poder en Saigón que educadamente nos invitaría a salir. Y, por último, estaban las ilusiones recurrentes que nos sostuvieron a muchos de nosotros durante los difíciles meses de 1965-1966 después de que comenzaron los ataques aéreos: que seguramente, de alguna manera, de una forma u otra, estaríamos "en una conferencia en seis meses, "y la espiral de escalada se suspendería. La base de nuestra esperanza: "Simplemente no puede continuar".

Como una influencia adicional sobre los responsables políticos, citaría el factor del distanciamiento burocrático. Con esto me refiero a lo que en el mejor de los casos podría llamarse la insensibilidad profesional del cirujano (y de hecho, la jerga médica -el "golpe quirúrgico", por ejemplo- parecía surgir en los eufemismos de los tiempos). En Washington, la semántica de los militares atenuó la realidad de la guerra para los políticos civiles. En habitaciones silenciosas, con aire acondicionado y alfombras gruesas, términos tales como "presión sistemática", "reconocimiento armado", "objetivos de oportunidad" e incluso "recuento de cadáveres" parecían engendrar una especie de desapego de la teoría de juegos. Lo más memorable para mí fue un momento de fines de 1964 cuando la cuestión que se discutía era cuán pesados ​​debían ser nuestros bombardeos y cuán extensos eran nuestros ataques, en algún punto medio del patrón proyectado de presión sistemática. Un Subsecretario de Estado resolvió el punto con las siguientes palabras: "Me parece que nuestra orquestación debería ser principalmente violines, pero con toques periódicos de metal". Tal vez el mayor golpe de mi regreso a Cambridge, Massachusetts, fue la constatación de que los hombres jóvenes, la carne y la sangre que enseñaba y veía en las calles de esta universidad, eran potencialmente algunos de los números en las listas de esos lejanos planificadores. En un sentido curioso, Cambridge está más cerca de esta guerra que Washington.

Existe un factor indemostrable que se relaciona con el desprendimiento burocrático: el ingrediente del criptoracismo. No pretendo implicar ningún desprecio consciente por la pérdida de vidas asiáticas por parte de los funcionarios de Washington. Pero sí quiero dar a entender que el desapego burocrático puede verse agravado por la sensación occidental tradicional de que hay tantos asiáticos, después de todo; que los asiáticos tienen un fatalismo sobre la vida y un desprecio por su pérdida; que son crueles y bárbaros para su propia gente; y que son muy diferentes de nosotros (y todos se parecen?). Y quiero decir que el resultado de tales puntos de vista subliminales es una pregunta subliminal sobre si los asiáticos, y en particular los campesinos asiáticos, y en particular los comunistas asiáticos, son realmente personas, como usted y yo. Para decirlo de otra manera: ¿hubiésemos perseguido políticas así -y tácticas militares similares- si los vietnamitas fueran blancos?

Es imposible escribir sobre la toma de decisiones en Vietnam sin escribir sobre el lenguaje. A lo largo del conflicto, las palabras han sido de suma importancia. Me refiero aquí al impacto de la escalada retórica y al problema del exceso de ventas. En un sentido importante, Vietnam se ha vuelto de importancia crucial para nosotros porque hemos dicho que tiene una importancia crucial. (El problema obviamente se relaciona con la preocupación por las relaciones públicas descrita anteriormente).

La clave aquí es la política interna: la necesidad de venderle al pueblo estadounidense, a la prensa y al Congreso el apoyo a una guerra impopular y costosa en la que los objetivos mismos han estado en constante cambio. Vender significa persuadir y persuadir a los medios de la retórica. Como las dificultades y los costos se han incrementado, también lo ha hecho la definición de lo que está en juego. Esto no quiere decir que la escalada retórica sea un proceso ordenado; la prosa ejecutiva es producto de muchos escritores, y algunos conceptos -la infiltración norvietnamitas, el "honor nacional" de los Estados Unidos, la China Roja como principal enemigo- han entrado en la retórica solo de forma gradual e incluso esporádica. Pero hay una espiral ascendente, no obstante. Y una vez que ha dicho que el Experimento estadounidense en sí mismo se sostiene o cae en el resultado de Vietnam, ha creado una participación nacional mucho más allá de cualquier apuesta anterior.

Crucial en todo el proceso de toma de decisiones de Vietnam fue una convicción entre muchos responsables políticos: que Vietnam planteó una prueba fundamental de la voluntad nacional de Estados Unidos. Una y otra vez los hombres criados en la tradición de Henry L. Stimson me dijeron que todo lo que necesitábamos era la voluntad, y que entonces prevaleceríamos. Implícito en tal punto de vista, me pareció, era una suposición curiosa de que los asiáticos carecían de voluntad, o al menos que en una competencia entre las voluntades asiática y anglosajona, los no asiáticos deben prevalecer. Un corolario de la persistente creencia en la voluntad fue una fascinación por el poder y un asombro frente al poder que Estados Unidos poseía como nación o civilización nunca antes. Se decía que quienes dudaban de nuestro papel en Vietnam se encogían ante las cargas del poder, las obligaciones del poder, los usos del poder, la responsabilidad del poder. Por implicación, tales hombres eran suaves y afectuosos.

Finalmente, ninguna discusión sobre los factores y las fuerzas que operan sobre los responsables políticos de Vietnam puede ignorar el hecho central de la inversión del ego humano. Los hombres que han participado en una decisión desarrollan una participación en esa decisión. A medida que participan en otras decisiones relacionadas, su participación aumenta. Pudo haber sido posible disuadir a un hombre de fuerte autoconfianza en una etapa temprana de la escalera de la decisión; pero es infinitamente más difícil en etapas posteriores, ya que un cambio de mentalidad generalmente implica un repudio implícito o explícito de una cadena de decisiones previas.

Para decirlo sin rodeos: en el corazón de la calamidad de Vietnam hay un grupo de hombres capaces y dedicados que han estado regularmente y repetidamente equivocados, y cuya posición con sus contemporáneos, y más importante, con la historia, depende, tal como lo ven, de siendo probado correcto. Estos no son hombres a quienes se les puede pedir que se liberen del error.

Los diversos ingredientes que he citado en la elaboración de la política de Vietnam han creado una variedad de resultados, la mayoría de ellos bastante obvios. Aquí hay algunos que me parecen más centrales:

A lo largo del conflicto, ha habido persistentes y repetidos errores de cálculo por parte de prácticamente todos los actores, en los niveles más altos y bajos, ya sea la paloma, el halcón o cualquier otra cosa. Para citar un ejemplo simple entre muchos: a fines de 1964 y principios de 1965, algunos planificadores de la paz en el Estado que se opusieron enérgicamente al proyectado bombardeo del Norte instaron a que, en cambio, las fuerzas terrestres estadounidenses fueran enviadas a Vietnam del Sur; esto, dijeron, aumentaría nuestra influencia negociadora contra el Norte -nuestras "fichas" - y nos daría algo de qué negociar (la retirada de nuestras fuerzas) en una conferencia de paz temprana. Simultáneamente, la opción de ataque aéreo fue impulsada por muchos militares que estaban en contra de la participación estadounidense en "otra guerra de tierras en Asia"; a ellos se unieron otros civiles buscadores de paz que querían bombardear a Hanoi en las primeras negociaciones. A fines de 1965, habíamos terminado con el peor de los mundos: ataques aéreos ineficaces y costosos contra el Norte, fuerzas de tierra en espiral en el Sur, y ninguna negociación a la vista.

A lo largo del conflicto también, ha habido un constante ceder a las presiones para una solución militar y solo esfuerzos mínimos y esporádicos en una solución diplomática y política. En parte, esto se debió a la confusión (citada anteriormente) entre los civiles: confusión con respecto a los objetivos y la estrategia. Y, en parte, esto fue el resultado de la naturaleza de auto-ampliación de la inversión militar. Una vez que se introdujeron los ataques aéreos y particularmente las fuerzas terrestres, nuestra inversión en sí misma había transformado las apuestas originales. Se necesitaba más poder aéreo para proteger las fuerzas terrestres; y luego más fuerzas de tierra para proteger las fuerzas de tierra. Y no hace falta decir que la mente militar desarrolla su propio impulso en ausencia de directrices claras de los civiles. Una vez que se le pidió salvar a Vietnam del Sur, en lugar de "asesorarlo", el ejército estadounidense no pudo sino presionar por la escalada. Además, es triste informar que varios distritos electorales militares, una vez involucrados en Vietnam, han tenido una serie de casos para probar: por ejemplo, la utilidad no solo de la fuerza aérea (la Fuerza Aérea) sino también de la potencia aérea basada en superdeportistas (la Marina ) Además, la política de Vietnam ha sufrido de un subproducto irónico del establecimiento de control civil del Secretario McNamara en el Pentágono: ante tal control, la rivalidad entre servicios ha dado paso a un frente unido entre los militares, reflejado en el fenómeno nuevo pero recurrente de JCS unanimidad. Junto con los aliados tradicionales del Congreso (en su mayoría senadores y representantes del sur) un frente unido de este tipo plantearía un problema formidable para cualquier presidente.

A lo largo del conflicto, se han perdido oportunidades, grandes y pequeñas, para desvincularnos de Vietnam en términos cada vez más desagradables pero aún aceptables. De los muchos momentos desde 1961 en adelante, citaré solo una, la última y más importante oportunidad que se perdió: en el verano de 1964, el Presidente instruyó a sus asesores principales que prepararan para él la más amplia gama de opciones de Vietnam posible para la postelección consideración y decisión. Él explícitamente pidió que se presentaran todas las opciones. Lo que sucedió después fue, en efecto, la Bahía de Cochinos a cámara lenta de Lyndon Johnson. Para los asesores convergieron de manera tan efectiva en una sola opción, yuxtapuestos contra otras dos opciones falsas (en efecto, volar el mundo o huir), que el presidente se enfrentó a la unanimidad para bombardear al Norte de toda su confianza consejeros Si hubiera tenido más confianza en asuntos exteriores, si hubiera estado profundamente informado sobre Vietnam y el sudeste asiático, y si hubiera planteado algunas preguntas difíciles que la unanimidad había sumergido, este presidente podría haber utilizado el mayor mandato electoral de la historia para desescalarse en Vietnam, en la clara expectativa de que, en el peor de los casos, un gobierno neutralista llegaría al poder en Saigón y nos invitaría educadamente. Hoy, muchas vidas y dólares después, tal alternativa se ha convertido en una posibilidad elusiva e infinitamente más cara.

En el transcurso de estos años, otro resultado de la toma de decisiones en Vietnam ha sido el abuso y la distorsión de la historia. Los formuladores de políticas y sus voceros han reescrito la historia vietnamita, del sudeste asiático y del lejano oriente para cumplir con la presunta necesidad de nuestra presencia en Vietnam. Se han importado analogías sumamente dudosas de nuestra experiencia en otros lugares: la venta de "Munich" y la "contención" de Europa, la insurgencia malaya y la Guerra de Corea desde Asia, para justificar nuestras acciones. Y los eventos más recientes se han adaptado al lecho de Procusto de Vietnam. En particular, el cambio de poder en Indonesia en 1965-1966 se ha atribuido a nuestra presencia en Vietnam; y prácticamente todo el progreso en la región del Pactfic -el ascenso del regionalismo, las nuevas formas de cooperación y las crecientes tasas de crecimiento- se ha explicado de manera similar. La acusación de Indonesia es indudablemente falsa (traté de probarlo, durante seis meses de cuidadosa investigación en la Casa Blanca, y tuve que confesar el fracaso); la alegación regional es evidentemente indemostrable en cualquier dirección (excepto, por supuesto, por el hecho claro de que las economías de Japón y Corea se han beneficiado enormemente de nuestras adquisiciones relacionadas con Vietnam en estos países, pero esa es una forma costosa y altamente dudosa de ayuda externa).


Hay un resultado final de la política de Vietnam que citaría que conlleva un peligro potencial para el futuro de la política exterior estadounidense: el surgimiento de una nueva clase de ideólogos estadounidenses que ven a Vietnam como la prueba definitiva de su doctrina. Tengo en mente a aquellos hombres en Washington que han dado nueva vida al impulso misionero en las relaciones exteriores estadounidenses: quienes creen que esta nación, en esta era, ha recibido una dotación triple que puede transformar el mundo. Según lo ven, esa dotación se compone, primero, de nuestro poder militar insuperable; segundo, nuestra clara supremacía tecnológica; y tercero, nuestra benevolencia supuestamente invencible (nuestro "altruismo", nuestra riqueza, nuestra falta de aspiraciones territoriales). Juntos, se argumenta, esta triple dotación nos brinda la oportunidad y la obligación de facilitar a las naciones de la tierra hacia la modernización y la estabilidad: hacia una Pax Americana Technocrática en toda regla. Alcanzando este objetivo, Vietnam es vista como la última y crucial prueba. Una vez que hemos tenido éxito allí, el camino por delante es claro. En cierto sentido, estos hombres son nuestra contraparte de los visionarios de la izquierda radical del comunismo: son los propios maoístas de la tecnocracia. Ellos no gobiernan Washington hoy. Pero su doctrina cabalga alto.

Mucho antes de ingresar al gobierno, me contaron una historia sobre Henry L. Stimson que me pareció pertinente durante los años que vi la tragedia de Vietnam y participé en esa tragedia. Me parece más pertinente que nunca a medida que avanzamos hacia las elecciones de 1968.

En sus últimos años, Stimson fue interrogado por un ansioso interrogador: "Señor secretario, ¿cómo diablos podemos traer la paz al mundo?". Se dice que Stimson respondió: "Empiezas trayendo a Washington un pequeño grupo de hombres capaces que creen que el logro de la paz es posible.

"Trabajas hasta el hueso hasta que ya no creen que es posible.

"Y luego los echas, y traes a un grupo nuevo que cree que es posible".