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lunes, 14 de agosto de 2023

Antártida Argentina: La tragedia de 1972

 

Tragedia en la Antártida: caída en una grieta, un hombre que esperaba ser rescatado y un cuerpo desaparecido

En febrero de 1972 ocurrió un trágico accidente en el continente blanco, cuando un Snocat que trasladaba a una patrulla a la Base Sobral cayó en una profunda grieta. Uno de los ocupantes del rodado falleció y el otro, a punto de morir congelado, se había encomendado a Dios, pero pudo ser rescatado. Una historia de coraje y entrega de los que se aventuraban a vivir un año en duras condiciones

 
La patrulla de diez hombres que partieron de la Base Belgrano a la Sobral, por entonces ya desactivada (Fotografía gentileza Carlos Fontana)

Dentro de la grieta, a unos sesenta metros de helada profundidad, el sargento ayudante mecánico Bladimiro Lezchik estaba consciente. Tenía una fractura expuesta en el hombro izquierdo y sangraba de una profunda herida en el cuero cabelludo.

El vehículo que manejaba, un Snocat, había caído en una traicionera abertura de hielo que la nieve disimulaba. Su compañero, el sargento ayudante Oscar Kurzmann, 35 años, yacía fuera del vehículo destruido. Estaba muerto.

Permaneció varias horas en la oscuridad total. Mientras pedía auxilio, pensaba en su familia, en sus hijos. En un momento se resignó y se encomendó a Dios.

Cuando uno de sus compañeros bajó con cuerdas para rescatarlo, se estaba congelando, se encontraba al límite de sus fuerzas y lo dominaba ese sueño del que es imposible despertar.

Bladimiro Lezchik era descendiente de ucranianos. Había nacido en Formosa y su sueño era conocer la Antártida (Fotografía gentileza familia Lezchik)

Era su primera misión en la Antártida, a donde siempre había soñado con ir, que aprendió a conocerla a través de los relatos del general Jorge Leal y que cuando la pisó quedaría enganchado para siempre. Decía que era como un imán, un amor, al que siempre se quiere volver.

Bladimiro (sí, con b larga, así lo anotaron) era un formoseño nacido en Colonia El Zapallito y su infancia la vivió en El Colorado, una ciudad del sureste provincial, a orillas del río Bermejo. Allí se había establecido su papá, un ucraniano que en su país se ganaba la vida como sastre, que viajaba en carretones haciendo ropa y que en los duros meses de invierno en los que no se podía salir, hacía teatro.

El sargento ayudante Oscar Kurzmann. Tenía experiencia antártica. Fotografía publicada en la Revista del Suboficial n° 588, año 1984.

Con un grupo de amigos vino a la Argentina y cuando quiso regresar había estallado una guerra civil entre Rusia y Polonia. Sabía que si volvía sería enrolado y se quedó. El apellido original familiar es una seguidilla interminable de consonantes, y el empleado del registro civil lo escribió como lo escuchó y así quedó.

En Formosa hay una colonia importante de ucranianos. Los Lezchik se dedicaron al campo y Bladimiro, hasta que entró en la primaria, solo hablaba el idioma paterno. Al finalizarla, como en la zona no existía la escuela secundaria, lo mandaron a que se formase en la Escuela de Suboficiales Sargento Cabral.

El primero de la izquierda. Lezchik junto a dos compañeros, con un Snocat de fondo (Fotografía gentileza familia Lezchik)

En 1961 se casó con Lidia Martyniuk, también de padres ucranianos. Los presentó una prima a fines de 1957 cuando volvían a El Colorado en esos interminables viajes en tren al Chaco y luego en colectivo hasta el pueblo de los que durante el año estudiaban en Buenos Aires.

Cuando en 1970 compraron un terreno y construyeron una casa en Rosario, lo hicieron con un crédito. Pagar las cuotas era cada vez más difícil, y la solución que vio Bladimiro fue la de ofrecerse a participar en una misión en la Antártida, por el importante plus que se cobraba.

El sueño de Lezchik era ir al continente blanco, pero no había tenido la suerte de ser convocado, a pesar de las veces que se había anotado. Hasta que resultó seleccionado.

Camino a la Sobral, por el kilómetro 60, llevando combustible en los trineos (Fotografía gentileza Carlos Fontana)

Primero los enviaron al sur para aclimatarse al frío y a la nieve. Su esposa Lidia, que había trabajado hasta que se casó, se quedó sola con dos hijos Elbio, de 9 años y Noemí de 5, en un barrio donde en su cuadra solo había una casa y el resto eran baldíos. Antes de irse Lezchik, que tenía facilidad para arreglar lo que fuera, incorporó pasadores extras en las puertas y ventanas.

El 18 de enero de 1972 los 34 hombres, entre militares y civiles, llegaron a la Antártida. Para algunos era su primer viaje y otros ya tenían experiencia.

La primera tarea fue titánica. Trasladar la carga que traía el Rompehielos San Martín unos cinco kilómetros cuesta arriba hasta la Base Belgrano.

Trampa mortal. La grieta donde cayó el Snocat "Chaco", con los dos hombres (Fotografía gentileza Carlos Fontana)

El 8 de febrero, después del almuerzo, salió en su primera misión. Integró una patrulla de diez hombres, comandados por Carlos Fontana, un teniente primero que había quedado prendado de la Antártida luego de leer Cuatro años en las Orcadas del Sur, de José Manuel Moneta. Cumplió 30 años en el continente blanco.

La patrulla partió de la Base General Belgrano hacia la Alférez Sobral, una base científica inactiva, ubicada a los 410 kilómetros al sur. Debían actualizar la ruta y abastecerla con víveres y combustible, porque el plan a futuro era el de reactivarla. Desactivada en octubre de 1968, la Sobral actualmente está sepultada en el hielo.

Había que hacer el viaje cuanto antes, porque se acercaba la noche polar. Fontana consideró que la orden no tenía sentido, porque la nieve y el hielo estaban blandos y los peligros aumentaban.

Iban en cuatro Snocat, el “Córdoba”, “Chaco”, “Venado Tuerto” y “Santiago del Estero”. Cada uno de ellos arrastraba tres trineos. Lezchik conducía el “Chaco” y lo acompañaba el sargento ayudante Oscar Kurzmann, quien ya en 1964 había integrado la dotación de la Base Esperanza.

El operativo para rescatar a Lezchik y recuperar el cuerpo de Kurzmann se puso en práctica de inmediato (Fotografía gentileza Carlos Fontana).

En los mapas que llevaba el grupo, estaban marcadas las zonas de grietas, reunidas en un tramo de unos 60 kilómetros. Circulaban en segunda y pinchando el terreno para ubicar posibles aberturas.

A las 23:40, en el kilómetro 72, el “Santiago del Estero” dio la voz de alarma: el “Chaco” había desaparecido en una grieta.

Solo se veía un agujero oscuro, del que se desprendía lo que Fontana describe como “humo de mar”, con un fuerte olor acre. Ante los llamados a los gritos, solo respondió Lezchik. Pedía que lo sacasen. Enseguida, se preparó la operación de rescate.

Lezchik, quien había logrado salir del Snocat, vio que su compañero estaba sobre un balcón de la grieta, muerto. Sentía cómo la sangre le corría por el rostro y cómo su cuerpo se enfriaba. A medida que pasaba el tiempo, conocía el inexorable destino.

En la superficie, sus compañeros se habían organizado a contrarreloj. El sargento Domínguez se ofreció a bajar, porque era el que menos pesaba. Cruzaron tablas sobre el inmenso boquete, lo ataron a varias cuerdas de nylon y lo descendieron, pero cuando la cuerda llegó a su límite, escucharon sus gritos de que no llegaba al lugar. Debieron añadir dos tramos más.

El Snocat estaba destruido, a unos sesenta metros de profundidad. Domínguez constató que Kurzmann había fallecido. Entonces se ocupó de Lezchik.

Kilómetro 72. Antes de regresar a la Base Belgrano, dejaron una cruz en el lugar donde quedó el cuerpo de Kurzmann. (Fotografía gentileza Carlos Fontana)

Ató a ese hombre corpulento de 1,92, quien le pasó su brazo sano por el cuello. Trabajosamente, los subieron.

Una vez en la superficie se le aplicó morfina, se le inmovilizó el hombro y le dieron treinta puntos de sutura, sin anestesia, en el cuero cabelludo. Estaba con hipotermia y se le hicieron las maniobras para estabilizarlo. Debían llevarlo a la base porque su vida corría peligro y se estaban quedando sin morfina.

Mientras era asistido, el teniente Juan Carlos Videla y Leonardo Guzmán (con 14 invernadas en la Antártida en su haber) bajaron para rescatar el cuerpo del compañero muerto. Vieron que tenía la cabeza aplastada. La cubrieron con la capucha de su campera.

Cuando estaban izando el cuerpo, la cuerda se cortó y el cuerpo cayó al vacío. Con una temperatura de 20 grados bajo cero, los hombres exhaustos y un herido de consideración el jefe, si bien en un momento pensó en dividir la patrulla, ordenó regresar a la base.

Se improvisó una cruz de madera, se colocaron jalones para señalizar el lugar y nueve hombres acongojados partieron. Regresaron al lugar el 25 de febrero, cuando el tiempo así lo permitió. Fueron en tres Snocat y en uno llevaban un féretro de madera construido por el sargento ayudante Aragón y por el sargento Domínguez. Para hacerlo, tomaron como medida la altura del jefe de la base.

Al llegar al lugar, vieron que la cruz de madera estaba en pie pero que la grieta se había cerrado. Abrieron otros agujeros y se bajó un farol que, por la diferencia de temperatura, estalló. Sabían que nada podía hacer y regresaron.

En noviembre de 1972 un tambor de combustible lleno de hielo con una cruz de metal, asegurada con cables de acero, sirvió como monolito en homenaje al compañero muerto.

Para la patrulla, fue un hecho premonitorio. Días atrás Kurzmann había confesado a Fontana que el día que muriese, deseaba descansar en la Antártida. Ya había estado en otras temporadas en las bases Esperanza y Matienzo y se notaba su vocación por estar allí.

Lidia Lezchik se enteró del accidente porque la policía se acercó a su casa con un mensaje de la Dirección del Antártico. El desafío fue entonces hablar por teléfono con su marido.

Antes de partir, Lezchik había pedido, infructuosamente, una línea telefónica en un barrio en la que brillaban por su ausencia.

Las comunicaciones entre el continente y la Antártida eran complicadas de establecer (Fotografía gentileza familia Lezchik)

Su hijo Elbio recuerda que había dos formas para hablar con su papá. Una, ir al comando en Rosario, donde se hacía un enlace con la Base Belgrano y la otra era una llamada telefónica. Como la familia no tenía teléfono, iban a la casa de una vecina, a unas cuadras, o bien usaban la cabina telefónica de la terminal de ómnibus. El procedimiento siempre era el mismo: había días y horas prestablecidas para hacerlo, se pedía la llamada y había que esperar. A veces una eternidad.

Fruto de la solidaridad, los integrantes de la base contaban con los servicios del radioaficionado LU2AO, que cedía una hora todos los domingos para que pudiesen comunicarse con sus familias.

Recién una semana después del accidente, la mujer pudo hablar con su marido. No eran transmisiones limpias, había mucho ruido que provocaba que las voces se distorsionasen. “Es como cuando uno intenta hablar debajo del agua”, explicó. Además, debían cerrar una pregunta o una frase con un “cambio”.

Enseguida surgieron las dudas en la mujer. ¿Y si no era su esposo quien le hablaba? ¿Si era un compañero que se hacía pasar por él porque estaba más grave de lo que le habían dicho? Esas preguntas se las hacía siempre de regreso a casa luego de cada comunicación. Era invierno y la mujer y sus dos hijos dormían juntos en la cama matrimonial para sentirse menos solos.

En esas charlas, siempre ocurría lo mismo: no bien Elbio escuchaba la voz de su padre, la emoción lo ganaba, no podía hablar y se cruzaba a la plaza de enfrente a calmarse.

Lezchik debió permanecer en la Antártida porque los hielos se cerraron y la vía por mar se cortaba. Operado por el doctor Bianco, allí se curó el hombro luego de cuatro meses de convalecencia. Sus compañeros decían que era un “polaco” fuerte y duro. También lo apodaron “ruso” y “alemán”.

El regreso fue en una navegación agitada en el rompehielos hasta Ushuaia, donde abordaron un Hércules. Toda la familia lo fue a esperar a El Palomar. La incógnita de su esposa era con qué persona se encontraría. Esa noche la expectativa fue eterna porque fue el último en descender de la máquina. “¿No lo vieron a Lezchik?”, preguntaba a cada uno de los que bajaba. “Si, si…”, era la respuesta. Pero nada más.

A Lidia se le partió el alma ver a María Teresa, la esposa de Oscar Kurzmann, sola, esperando el bolso con las pertenencias de su infortunado marido, entre ellas libros de Arthur Schopenhauer escritos en alemán.

Fue el último en aparecer. La familia, aliviada a ver que podía moverse por sus propios medios, corrió por la pista hasta el pie de la escalerilla hacia ese hombre grandote irreconocible porque se había dejado la barba. No hubo palabras, sino besos y abrazos. Se sorprendió al ver a sus hijos más altos.

Lezchik junto a un Snocat, el vehículo usado para desplazarse en la Antártida (Fotografía gentileza familia Lezchik)

Siguieron horas interminables de charlas, donde contó sus vivencias. Se tomaron un mes de vacaciones y al regreso fue el turno de hacerse los estudios. Le había quedado un pequeño hueso del hombro un poco más levantado.

Sufría de intensos dolores de cabeza y debió someterse a un tratamiento psicológico por sus pesadillas recurrentes en las que soñaba que caía en la grieta.

Pasó a realizar tareas pasivas en la fábrica militar de Rosario y en 1974 lo jubilaron por invalidez. Le recomendaron que se dedicase a algo que no tuviera que ver con su profesión. Así fue como se hizo taxista en Rosario. La llegada de Vanesa lo había convertido padre por tercera vez.

Según lo recuerda su hijo, era una persona silenciosa, un tanto retraída, con una vida interior muy fuerte.

También era pastor evangélico y con su esposa se transformaron en los referentes del templo “Santuario de fe”, en Provincias Unidas al 2000, cerca de la salida de Rosario hacia Funes, donde asisten cerca de cinco mil fieles. Ambos habían sido criados en esa religión.

Era muy detallista en todo lo que emprendía y él mismo arreglaba el auto cuando se descomponía. Le gustaba cocinar y había heredado del ejército dotes de organizador. Ese hábito lo convirtió en un referente de las grandes campañas del evangelismo.

El sábado 30 de abril de 2005 se dirigía en su Peugeot 405 junto a otros pastores a un encuentro en la ciudad de Buenos Aires. En el kilómetro 268 de la autopista Rosario-Buenos Aires, a la altura de Arroyo Seco, había mucha niebla y humo, y debieron detenerse al final de una larga fila encabezada por un automóvil que frenó porque no quiso continuar en esas condiciones. Quedaron detrás de un camión y otro, cargado de soja, no frenó a tiempo. Lezchik, al volante, murió instantáneamente junto a otro. Un tercero, Norberto Carlini, salvó su vida.

Tenía 58 años.

Carlos Fontana guardó silencio y luego de cincuenta años decidió contar lo que había ocurrido aquel febrero de 1972. El 21 de septiembre del año pasado se organizó un acto, en el que se le entregó a los sobrinos de Kurzmann su legajo.

Monolito que señala el lugar del trágico accidente en el que perdió la vida Oscar Kurzmann. (Fotografía gentileza Carlos Fontana)

Noemí Lezchik contó a Infobae que a su papá se le nublaban los ojos de pena al rememorar al compañero muerto, y fue un recuerdo que lo acompañó toda su vida. Ella dice que tuvo dos muertes, una cuando tuvo el accidente, en el que volvió a nacer al ser rescatado y luego en la autopista donde, ya lejos de los hielos antárticos que tanto lo apasionaban, dejaba su vida ese hijo de ucranianos que había aprendido el español en la escuela y que todo lo que emprendía en la vida lo hacía con la misma pasión con la que vivió.

Fuentes: Entrevistas a Lidia Martyniuk, Elbio Lezchik, Noemí Lezchik y Carlos Fontana.


martes, 20 de febrero de 2018

Guerra de Vietnam: Evasión y escape en una alocada misión

Sin dejar a ningún hombre atrás, Bennie Adkins se perdió el helicóptero de evacuación y ayudó a un equipo a evadir la captura en las selvas de Vietnam durante más de 48 horas.

Jeff Edwards || War History Online



Para ser completamente honesto, uno no puede estar seguro de cómo escribir un título para las acciones de la Medalla de Honor mostradas por el sargento de comando comandante Bennie Adkins. Hubo sus frecuentes viajes fuera del perímetro durante un extenso asalto norvietnamita, su única dotación de mortero para reforzar la defensa, llevar heridos al helicóptero de evacuación bajo francotiradores pesados, el combate cuerpo a cuerpo y luego perderse la evacuación final. helicóptero porque se negó a dejar a los heridos lo resume todo.

A pesar de que estas acciones tuvieron lugar durante un combate durante varios días, se estima que Adkins ha matado a más de 170 enemigos, pero notablemente se iría de esta batalla con solo la Cruz del Servicio Distinguido. Sin embargo, cuando se realizó una revisión subsecuente de las adjudicaciones décadas más tarde, se convirtió en una obviedad que estas acciones estaban muy por encima del llamado del deber, incluso para uno que lucha por su propia supervivencia.

De mecanógrafo a operaciones especiales

Bennie Adkins nació en 1934 en la pequeña ciudad de Waurika, Oklahoma. Por su propia admisión, Adkins originalmente no se propuso una carrera en el ejército. Había probado suerte en la universidad, pero con todas las chicas guapas alrededor, como él lo describió, no le estaba yendo tan bien. Abandonó la universidad en 1956, lo que virtualmente aseguró su próximo draft el mismo año. Sin embargo, Adkins parecía tomar con toda naturalidad al Ejército y sintió como si hubiera encontrado su vocación.

Curiosamente, el currículum de este guerrero de élite comenzaría con él como oficinista asignado a una unidad de guarnición en Alemania. Más tarde fue transferido a la segunda división de infantería donde se ofreció como voluntario para las fuerzas especiales después de recibir entrenamiento aerotransportado.

Adkins iba a servir más de 13 años con varios grupos de fuerzas especiales y tres giras no consecutivas en Vietnam. Su primera gira tuvo lugar en 1963, es segunda en 1966, y su final en 1971. Y aunque sin duda sirvió honorablemente en las tres, nos centraremos en 1966 y específicamente en solo 72 horas. Adkins estaba sirviendo con el 5 ° grupo de Fuerzas Especiales en el Campamento "A Shau" en el Valle de A Sau.

El campamento estaba en una ubicación estratégica cerca del Sendero de Ho Chi Minh y se usaba para entrenar a miembros vietnamitas del Grupo de Defensa Irregular Civil. Como resultado, en realidad solo había aproximadamente 15 o más fuerzas especiales estadounidenses defendiendo el campamento respaldado por unos pocos cientos del CIDG.


Entrenamiento de la unidad CIDG

Sin embargo, en la mañana del 9 de marzo de 1966, una fuerza norvietnamita de más de 2.000 atacó el campamento en masa y le correspondería a Adkins igualar las probabilidades un poco. Luego, un sargento de primera clase, Adkins corrió a través del pesado volumen de fuego enemigo hacia una posición de mortero para asegurarse de que el fuego efectivo cayera sobre la fuerza de asalto. A pesar de recibir heridas él mismo de morteros enemigos bien ubicados, Adkins continuó con la valiente defensa hasta que no hubo más morteros para disparar.

Al recibir la noticia de que algunos de sus compañeros soldados resultaron heridos en el centro del campamento, desafiaron a los enemigos con armas pesadas y fuego de francotiradores para rescatar a los soldados heridos y los arrastraron a cubrirse. La situación empeoró cuando los miembros sudvietnamitas del CIDG desertaron durante la lucha y comenzaron a disparar contra los estadounidenses. En este punto, Adkins salió del campamento durante el asalto y disparó al enemigo para ayudar a cubrir la evacuación de un compañero herido.

Luego, cuando una caída de reabastecimiento crítica aterrizó fuera del campamento, Adkins una vez más salió del cable para recuperarlo. Y este fue solo el primer día.

Escape y Evasión

La mañana siguiente del 10 de marzo, el ataque principal fue lanzado por los norvietnamitas con la intención de invadir el campamento. En cuestión de horas, se encontró a sí mismo como un hombre manejando el tubo de mortero luchando contra oleada tras oleada del enemigo. A medida que la situación se tornaba sombría, Adkins y varios de los soldados restantes se retiraron al búnker de comunicaciones para tomar una posición final.

Al correr peligrosamente bajo en municiones, finalmente se les dio la orden de evacuar el campamento y Adkins ayudó a cavar a través de la parte posterior del búnker para poder escapar. Después de destruir el equipo de inteligencia y medicamentos, Adkins ayudó a llevar a los heridos al punto de extracción a pesar de tener 18 heridas separadas en su propio cuerpo.

Y mientras las tropas vietnamitas del sur inundaron los helicópteros de evacuación, Adkins y su grupo de combatientes se movieron mucho más despacio mientras insistían en llevar a los heridos. Mientras el fuego pesado continuaba entrando en los helicópteros de evacuación, Adkins fue informado de que el último pájaro se había ido.

A pesar de haber soportado 36 horas de una dura batalla, el liderazgo del Sargento Primera Clase Adkins sería requerido una vez más. Durante las siguientes 48 horas, Adkins condujo a su grupo de hombres a través de las junglas de Vietnam en un intento por mantenerse vivo y evadir la captura.

Dos días después, el 12 de marzo, Adkins y los hombres que estaban con él finalmente fueron evacuados en helicóptero y, al menos esta semana, la lucha finalmente había terminado. Se estima que Adkins mató entre 135 y 175 enemigos durante la batalla para defender el campamento y evadir la captura posterior.

El comandante del Campamento A Shau, el Capitán John Blair, dejaría constancia de lo siguiente: "Sgt. La contribución de 1st Class Adkin a la defensa del campo y la posterior recuperación de los supervivientes fue muy superior y más allá de lo exigido por el deber ".

Una recompensa retrasada

Por sus acciones de esa semana, el sargento First Class Adkins recibió la Cruz de Servicio Distinguido que se ubica justo detrás de la Medalla de Honor en términos o prioridad. Algunos argumentarían que la naturaleza secreta del trabajo de Adkins y las controversias que a menudo rodeaban al CIDG provocaron un premio menor para asegurar una menor publicidad.

Sin embargo, una investigación de 2002 que examinó a los destinatarios de la Cruz del Servicio Distinguido identificaría a dos docenas cuya gallardía impulsaría una mejora, y el primero en esa lista fue Benny Adkins.


Bennie Adkins recibiendo la Medalla de Honor

En 2014, Benny Atkins recibió el honor militar más alto de la nación a la temprana edad de 80. Afortunadamente para el estudiante de historia, la concesión retrasada de la Medalla de Honor nos brinda una oportunidad renovada de ver uno de los mejores ejemplos de luchas de guerra. han salido de la Guerra de Vietnam. Es difícil señalar un acto específico cometido por Adkins durante los días de lucha que se destacan sobre el otro.

Pero si fuera posible que un soldado recibiera una medalla de honor por cada día individual de combate en una batalla, el comandante de comando Adkins podría lucir algunos de ellos.