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sábado, 20 de julio de 2024

Caída de Berlin: El abuso aliado a las mujeres alemanas

El rapto de Berlín





La violación de Berlín


Todos conocemos los horrores de la Segunda Guerra Mundial y lo que Hitler y los nazis hicieron en toda Europa en nombre de la supremacía aria. Pero lo que mucha gente no sabe es lo que realmente ocurrió en Alemania en los últimos días del régimen nazi.

Durante los meses de abril y mayo de 1945, cuando las tropas del Ejército Rojo soviético se acercaron y finalmente invadieron Berlín, casi dos millones de mujeres alemanas fueron violadas con un nivel de violencia nunca antes visto ni después. Las cifras proporcionadas por historiadores como Antony Beevor (2002) sugieren que de los dos millones de víctimas, casi 100.000 acabaron por suicidarse, y en 1946 el 10% de todos los bebés nacidos en Alemania tenían padres soviéticos.

Si bien estas cifras son sorprendentes, lo que tal vez sea aún más notable es el hecho de que durante más de 50 años hubo un esfuerzo concertado para mantener en secreto los hechos de estos acontecimientos. Por temor a revitalizar el nacionalismo alemán a través de un sentimiento de victimismo y simpatía nacional, primero los políticos y autoridades alemanes protegieron este encubrimiento, seguidos por historiadores prosoviéticos y antialemanes en los últimos 20 años.

Un ejemplo de este silencio lo tenemos en una de las únicas fuentes primarias que refleja estos terribles días. “Una mujer en Berlín” fue escrito de forma anónima por un periodista alemán y es un diario de las últimas semanas del régimen nazi. Revive con desgarrador detalle las violaciones masivas y la violencia sufridas por las mujeres de Berlín. Parecía no haber escapatoria: niñas, ancianas y damas de todas las clases eran "cazadas" y escogidas para satisfacer la violencia sexual con carga racial de los soldados soviéticos.

Este libro se publicó originalmente a finales de la década de 1950, pero inmediatamente se retiró del mercado en Alemania y los editores sólo pudieron encontrar Suiza como mercado para el tomo. A pesar de esto, el libro fue retirado; Y no fue hasta 2001 que el libro volvió a verse en Alemania y encontró una nueva audiencia. Esto se debió al temor de que los hechos y el relato de lo ocurrido pudieran conducir a un resurgimiento de los ideales nacionalistas.



Una mujer en Berlín (2001) – ¿Alentando a los nazis del mañana?

Si bien este temor puede parecer ridículo para la mayoría, todavía es evidente en las opiniones de muchos historiadores sobre este episodio. Historiadoras como Annita Grossmann creen que las violaciones fueron más bien el resultado de ser cómplices de la máquina de guerra nazi, y no la simple cuestión de ser víctimas inocentes. Si bien esta opinión puede sorprender a muchos de ustedes, desafortunadamente ella no es la única historiadora que cree que las mujeres alemanas recibieron su "justo postre".

La pregunta de si estas mujeres alemanas fueron de alguna manera cómplices de estos ataques, porque brindaron apoyo a sus maridos, hermanos e hijos, ignora la asombrosa violencia y los horrores que sufrieron. Los relatos de otras mujeres de este período incluyen “¿Por qué tenía que ser una niña?” de Gabi Kopp. que relata cómo, cuando tenía 14 años, la autora era "pasada" regularmente, incluso por sus compañeras víctimas debido a su corta edad. Si bien la maquinaria de propaganda nazi advirtió a las mujeres sobre las hordas asiáticas del Este, todavía no estaban preparadas para los incesantes ataques nocturnos y el flagrante desprecio que estos soldados tenían hacia las mujeres.

Si bien los historiadores intentan comprender el razonamiento estratégico de la violación, la teoría central detrás de su crueldad apunta a los matices raciales que soportó la guerra en el Este. La casi aniquilación de la Unión Soviética y los constantes pronunciamientos sobre la supremacía aria instigaron un toque casi genocida a las violaciones. La propagación de la semilla bolchevique, especialmente entre las doncellas alemanas después de derrotar tan ampliamente a sus hombres, parece ser el índice principal de este horrible acontecimiento.



La propaganda alemana advertía constantemente sobre el animal como los bolcheviques del Este.

Si bien las autoridades y los historiadores soviéticos guardan silencio sobre el tema, se cuentan historias contradictorias sobre la reacción de Stalin ante la noticia de las violaciones. Desde burlarse de ellos como "bagatelas" hasta negar que los soldados soviéticos estuvieran en Alemania para algo más que la guerra. El sellado de archivos ruso-soviéticos, inicialmente por parte de la KGB y más recientemente por el gobierno de Putin, obstaculiza cualquier intento de conocer las opiniones oficiales sobre la tragedia.

A pesar de esto, algunos corresponsales de guerra soviéticos integrados en divisiones del Ejército Rojo informaron de que "les sucedieron cosas terribles a las mujeres alemanas" (Vassily Grossman), y Natalya Gesse informó que se trataba de "un ejército de violadores".

El rapto de Berlín es un episodio de la historia que nunca debe silenciarse ni olvidarse. Es una parte oscura de la historia que debe ser reconocida por su magnitud y la falta de simpatía y reconocimiento hacia las víctimas. Una cosa que se debe reconocer es que es historia, y eso nunca se debe negar.

REFERENCIAS:

Anonymous. 2006. A Woman in Berlin (Eine Frau in Berlin). Translated by P. Boehm. London: Virago.

Beevor, A. 2002. Berlin: The Downfall, 1945. London: Viking, UK.

Grossmann, Attina. 1995. “A Question of Silence: The Rape of German Women by Occupation Soldiers.” October- Berlin 1945: War and Rape: Liberators Take Liberties 72: 42-63.

Kopp, Gabriele. 2010. Warum war ich bloss ein Madchen




martes, 19 de marzo de 2024

ARA: La heroicidad del conscripto Anacleto Bernardi

25 de Octubre de 1927

El heroico acto del marinero conscripto Anacleto Bernardi de la Armada Argentina





Conscripto Bernardi, nombre que a muy pocos en Argentina les sonará, es un municipio de menos de 2.000. habitantes ubicado entre los distritos Banderas y Sauce de Luna del departamento Federal, en el norte de la provincia de Entre Ríos, a unos 155 kms. de la ciudad de Paraná, capital de la provincia, y que comprende la localidad del mismo nombre y un área rural.
  También, en una esquina de la localidad entrerriana de La Paz se puede observar una antigua casona con una gran placa en su ochava, que homenajea al Conscripto Bernardi, personaje oriundo de una localidad perteneciente a ese mismo Departamento, pero desconocido para la casi totalidad de los argentinos, que merece un recuerdo por su valentía.
  Incluso dentro de las Fuerzas Armadas Argentinas pocos oyeron hablar del Conscripto Bernardi, lo que por un lado resulta curioso por tratarse de un miembro de las mismas que, evidentemente y como advertimos alcanzó suficiente renombre como para que una localidad sea bautizada en su nombre o en su lugar de origen se le rinda tributo; mientras que por otro lado resulta preocupante que hasta entre la gente de armas no se recuerde hoy a, precisamente, la gente de armas que alcanzó mérito suficiente para que su memoria no se borre. Aunque como veremos no se ha borrado aún.
  En su momento el Conscripto Anacleto Bernardi supo despertar el orgullo de los entrerrianos, e incluso más, de los argentinos. En el año 1927, enfermo de pulmonía, ayudó a rescatar a los náufragos del buque italiano "Principessa Mafalda", frente a las costas de Brasil, pero en la acción no logró escapar de los colmillos de un tiburón.
  Anacleto Bernardi nació en el pueblo de San Gustavo, en el Departamento La Paz, el 13 de junio de 1906. Aquella muerte, cuando tenía 21 años, lo convirtió en leyenda. Hoy su apellido, precedido por el humilde grado militar de “conscripto”, es el nombre de calles de varias ciudades del país, de escuelas, bibliotecas y de la referida localidad entrerriana.
  El 8 de enero de 1927, Anacleto arribó al Puerto Militar, como aún se conocía entonces a la Base Naval Puerto Belgrano, tras recorer 1.200 kilómetros desde San Gustavo hasta esa sede naval, cercana a Bahía Blanca, para incorporarse al Servicio Militar Obligatorio en la Armada Argentina. Se sabe que enseguida se destacó por ser un excelente nadador, algo que había conseguido casi por costumbre desde su niñez en las aguas del río Paraná; también que en su desempeño en la conscripción fue tan distinguido que mereció el honor que pocos conscriptos alcanzaban, el servir a bordo del buque escuela de la Armada, la fragata ARA "Presidente Sarmiento", y con la cual poder dar una vuelta al mundo como parte del viaje de instrucción anual para los cadetes de mejor promedio, que así recorren los puertos del país y del mundo.
  Así se embarcó en la fragata ARA "Presidente Sarmiento", un formidable navío, el primero de Instrucción de la Armada Argentina (los anteriores habían sido buques adaptados para ese fin), construido en Inglaterra, con 85,5 metros de eslora y los 13,32 de manga, 7,55 mts. de puntal, 5,48 mts. de calado medio, un desplazamiento: con combustible completo de 2.733 tns., una velocidad máxima de 13 nudos, y económica 6 nudos, con arboladura y velamen de 3 palos de 54 mts. de altura, 21 velas de24.000 pies cuadrados de superficie, más 12 velas suplementarias de 6.000 pies cuadrados más, y una tripulación que puede variar entre los 32 oficiales, 40 cadetes y 275 tripulantes; armada con 4 cañones Armstrong de tiro rápido de 120/45 mm. instalados 2 en las amuras y 2 en el alcázar; 6 cañones de tiro rápido de 57 mm., 2 tipo Arnstrong en el castillete, 2 tipo Hothkiss sobre las batayolas y 2 Nordenfeldt en toldilla; 2 ametralladoras Maxim-Nordenfeldt de 7,65 mm. sobre batayolas; 2 cañones de 37 mm. Maxim-Nordenfeldt sobra las batayolas; y 3 tubos lanzatorpedos, todos sobre el agua, 1 en la roda y 2 en cubierta sistema "Whitehead" de 21 pulgadas.
  En aquella oportunidad la fragata debía recorrer las costas del Mar Mediterráneo, recalando en puertos de España, Francia y Grecia, y desde ya en esa Italia tierra natal de sus padres, desde donde habían partido a principios de siglo para terminar en suelo entrerriano.
  El buque navegó a su velocidad de crucero de 6 nudos, con topes de 13 nudos, que era la máxima que podía alcanzar en determinadas circunstancias, lo que como sabemos hace largo el viaje. El frío y viento, junto a la salinidad del océano, conjugado con las bacterias conviviendo con la tripulación el alta mar, generó que una molesta tos que desde el principio lo molestaba, se convertiera en un fuerte dolor en el pecho que no le dejaba respirar antes incluso de arribar a Italia. A bordo le diagnosticaron pulmonía, recomendaron descanso, sugiriendo retornar a la Argentina, pues el viaje aún debía continuar.
 Al llegar al puerto de Génova, en Italia, el comandante de la fragata encontró la oportunidad de desprenderse del enfermo, al coincidir con que el transatlántico "Principessa Mafalda", un navío de la empresa Navegazione Generale Italiana Societá Riunite Florio & Rubatino con sede en ese puerto, que desplazaba 9.210 tns. de porte bruto para una eslora de 141 mts., una manga de 17 mts., y capaz de alcanzar los 18 nudos en su trayectoria de Génova-Buenos Aires, estaba a punto de partir rumbo a la Capital Federal Argentina. Enseguida lo cambiaron de buque, con el Cabo artillero Juan Santoro designado para su cuidado, con la promesa de una rápida llegada a destino, ya que a esa velocidad el buque italiano podía estar anclando en el Río de la Plata en unas dos semanas.  De ese modo, zarparon el 11 de octubre de 1927.
   Construida en 1908 y botada en Nápoles en abril del año siguiente, homenajeaba con su nombre a la princesa italiana Mafalda de Saboya, hija del rey Víttorio Emanuel III y de la reina Elena, y había sido específicamente diseñado y construido para cubrir la ruta Génova-Buenos Aires. Para octubre de 1927 cumplía su nonagésima travesía entre Génova, Barcelona, Río de Janeiro, Santos, Montevideo y Buenos Aires. Durante la Gran Guerra fue requisado por la Reggia Marina Italiana y alojó a oficiales en Taranto. Es de destacar que un año antes de su pérdida, Carlos Gardel había sido uno de sus ilustres pasajeros en un viaje a España.
  Alfredo Hoffman, en Revista Telaraña digital cuenta que en 1927, las páginas del diario La Mañana de Paraná informaban los horarios de los vapores a Santa Fe, los resultados de las carreras de caballos a página completa y la cartelera de los cines Ítalo Argentino, Urquiza, con su programación de dibujos animados, y Palace 9 de Julio, que en octubre presentaba El hijo del Sheik, en ocho actos, con Rodolfo Valentino. Todavía no había llegado ninguna copia de The jazz singer, la primera película sonora, que ese mes se había estrenado en Nueva York.
  El jueves 27 de octubre, La Mañana se imprimió en los talleres de San Martín 268 (teléfono 384) con una noticia impactante en primera plana. Un telegrama fechado el día anterior en Buenos Aires llevaba por título “Naufragio del Principessa Mafalda” y daba detalles de la tragedia ocurrida el martes 25 cerca de las costas del sur de Brasil, cuando hombres, mujeres y niños –por entonces en cantidades controvertidas– terminaron en el fondo del océano Atlántico un viaje que prometía ser de lujo. El buque había partido el martes 11 del puerto de Génova, con cientos de europeos a bordo que se proponían alimentar el aluvión inmigratorio de aquella época en Argentina.
  El matutino decía que el barco había costado 7 millones de liras y que ya estaba decidido que ése sería su último viaje. “La causa de la catástrofe no se debe como en principio se creía a la niebla, sino a la rotura de un soporte de hélice que provocó la explosión de la caldera. El agua penetró con un ruido espantoso”, leyeron los paranaenses. También que eso sucedió exactamente a las 19.15 –luego se sabría que fue a las 17– y que el buque tardó cuatro horas en hundirse, hasta perderse a 120 pies de profundidad.
  Esa primera noticia decía que se habían salvado 1.520 pasajeros sobre un total de 1.600, avalando por lo tanto la versión de que solo 80 perdieron la vida. Pero un día después, el viernes 28, hubo que corregir el dato: “El número de pasajeros fallecidos en el sensible naufragio del paquebote italiano 'Principessa Mafalda' asciende a 324 viajeros. El capitán del buque, comandante Gulli, figura entre los desaparecidos”.
  Pero la tragedia recién erizó la piel de los entrerrianos el sábado 29, cuando se volcaron sobre la primera página de La Mañana atraídos por un artículo que un emocionado redactor tituló: “¡Héroes!”.
  “Buenos Aires, 28— A medida que continúan llegando las noticias sobre las escenas que se desarrollaron en el sensible naufragio del paquebote ‘Principessa Mafalda’ el público se va enterando también del papel que han jugado algunos héroes. Entre éstos debemos citar a uno de los nuestros, un entrerriano lindo, de la ciudad de La Paz, de nombre Anacleto Bernardi, conscripto de la fragata ‘Sarmiento’, que venía en el buque náufrago, de baja por enfermedad, y que ante la realidad de la catásfrofe sintió correr por sus venas la herencia ancestral, y se lanzó como bueno, como cuadra a un marino argentino, al salvataje”.
  “En esta tarea titánica, de héroes: salvar náufragos, estuvo consagrado hasta el último momento, en que desapareció bajo las aguas, arrastrado por un tiburón”.
  “El gesto del marino Bernardi honra a todos los argentinos”.
  El comandante Simón Gulli se opuso a partir de Génova aquel martes 11, porque conocía que las máquinas ya no respondían como debían. Pero la nave zarpó de todos modos. Hizo escala en Barcelona, en Dakkar (Senegal) y en las islas Canarias. La niña Doly Negrete, de dos años de edad, hija de un médico cirujano argentino, fue elegida “reginetta della nave”. A los pocos días de navegación comenzó a correr el rumor de que algo andaba mal. El domingo el barco se detuvo en alta mar, sin que nadie pudiera explicar las causas. El miércoles se paró de nuevo y comenzó a andar con una sola hélice.
  Los problemas siguieron hasta que el martes 25, mientras la orquesta tocaba en uno de los salones de fumar, se oyeron cuatro estruendos, seguidos de otro aún más fuerte, y el Mafalda vibró. Sonó el clarín de alerta. “¡Pónganse los salvavidas! ¡A los botes! ¡Hay peligro de naufragio!”, gritó alguien. La causa del accidente: se desprendió la única hélice en funcionamiento y abrió una profunda grieta. En instantes, el agua comenzó a esparcirse por todos lados. Habían pasado pocos minutos de las 17.
  A través del tiempo perduró este diálogo:
—El barco se hunde, Anacleto. Yo diría que vayas buscando un bote —dijo Santoro.
—Y usted, ¿qué piensa hacer? —preguntó Bernardi, tosiendo.
—Yo voy a ponerme a las órdenes del capitán para colaborar con el salvataje.
  El entrerriano miró a su superior. Carraspeó.
—Yo tampoco me embarco.
  En medio de la oscuridad y el pánico que reinaban en el interior del buque, los dos recorrieron los camarotes vela en mano y llevaron a la gente, desconcertada, a cubierta. Los botes salvavidas se llenaban de mujeres y niños. Muchos se arrojaban al agua, desesperados, y desaparecían. Otros elegían dispararse un balazo en la frente. La leyenda dice que Santoro y Bernardi salvaron a numerosas familias llevándolas, a nado, hasta la costa del sur de Brasil. Pero difícilmente eso haya sucedido así, porque el barco se hundió a 85 millas de la orilla, es decir, a 157 kilómetros. Otra versión, más verosímil, dice que ambos se arrojaron al mar recién cuando ya no quedaban pasajeros a bordo, porque habían decidido ser los últimos en ponerse a salvo.
  Del salvamento participaron varios buques que navegaban cerca, que fueron avisados por los desesperados radiotelegrafistas italianos Luigi Reschia y Francesco Boldracchi: “¡Del Principessa Mafalda a todos: SOS…! “¡Del Principessa Mafalda a todos: SOS…! Estamos en peligro. Nuestra posición es 16° Lat S y 37° Long O. Vengan enseguida. Necesitamos asistencia”. El holandés "Alhenam", desde el cual habían visto al "Principessa Mafalda" pasar a una milla de distancia, zigzagueante y escorado, respondió: “Llegaremos dentro de 20 minutos”. Desde el inglés $Empire Star": “Estamos cerca, a la vista, y vamos hacia ustedes. ¿Qué peligro corren?”. Desde el francés "Formose": “Vamos hacia ustedes. Llegaremos a las 22.30”.
  A las 20, los italianos dejaron de transmitir. El "Formose" pidió información al "Empire Star" y recibió como respuesta: “¡Estamos salvando sobrevivientes!”. A las 20.38 el argentino "Mosela" receptó uno de los mensajes de emergencia. Poco después, todavía lejos del lugar del hundimiento, ya estaba rescatando náufragos.



  A las 21.50 el "Principessa Mafalda" volvió a transmitir: “Lancen fuegos artificiales y preparen todos sus botes de salvamento. Hay mucha gente a bordo”. A las 22.45: “Encenderemos los tres últimos fuegos que tenemos. Manden todos los botes”. A las 22.56: “Es urgente. Vengan rápido. La nave se da vuelta. Ayudádnos y venid los tres aquí. A las 23.20 llegó el último mensaje: “Diga a sus embarcaciones que vengan a nuestro babor. A estribor es imposible”. A las 00.09 el "Formose" informó: “Avisamos a todos que el 'Principessa Mafalda' acaba de hundirse y que varias naves están en estos momentos recogiendo náufragos”.
  Cuentan que el capitán Simón Gulli se negó a ser salvado por las otras embarcaciones, de acuerdo a la tradición marina. En el momento del hundimiento, apareció en la proa vestido con su uniforme blanco y rechazó cortesmente a quien le gritó por un megáfono: “¡Arrójese al mar! ¡Lo salvaremos!”. Hizo sonar su silbato, saludó con la gorra y desapareció.
  Según la leyenda, Anacleto Bernardi entregó su cinturón de corcho a Giovanni Fasanno, un anciano que vacilaba en la cubierta del Mafalda, que no sabía nadar. Luego volvió a toser y se arrojó al mar junto con Juan Santoro. Permanecieron media hora aferrados a una escala de desembarco. Después empezaron a nadar hacia el "Mosela", que estaba a un kilómetro de distancia.


  Santoro relataría luego en su diario: “Nadábamos afanosamente. Bernardi iba a mi derecha, un poco retrasado. Llevaríamos ya unos 100 metros de travesía cuando los gritos escalofriantes, los gritos de un ser que se siente mordido y arrastrado hacia el fondo, dominaron un momento el rumor de las olas que se repitieron varias veces, cada vez más extraños y cada vez más patéticos. ¡Tiburones! ¡Son tiburones! No tuve tiempo de recapacitar. Sentí algo que me arrastraba también a mí hacia el fondo del abismo. Empecé a tragar agua y creo que perdí la noción de las cosas. Tuve la sensación de apretar una masa viscosa que se escapaba de mis brazos, cada vez más inertes. Después, aquello que me llevaba hasta el fondo, desapareció. Mis brazos volvieron a ser livianos. Ascendí cuatro, cinco metros. En la superficie aspiré una bocanada de aire que me dolió en los pulmones. Grité: ¡Bernardi! ¡Bernardi! Nadie me respondió. Estaba solo entre tinieblas. Bernardi había sido devorado por un tiburón”.



  Una semana después, un enviado del diario La Nación entrevistó al sobreviviente en Montevideo: “Un día antes se dijo a proa y a popa que el buque hacía agua. Pocos momentos después se hizo un simulacro de salvamento. Y llegó el naufragio. Cuatro golpes formidables, un mazazo gigantesco en que parecía que habían tomado parte todos los elementos. Se quebró el árbol de una de las hélices y ésta se vino hacia atrás, en tanto que el trípode giraba hacia la derecha, abriendo un rumbo en la popa. (…) Mi primer pensamiento en ese momento fue salvarme. Pero me acordé que era un marino argentino y me presenté al comandante poniéndome a sus órdenes. Me puse a salvar a las mujeres y a los niños. A la hora y media se hundió el buque. Alternativamente, nadaba y me aferré a la borda de una lancha, hasta llegar al 'Mosela'. Pedía una lancha para ir en busca de Bernardi, a quien había visto hacer prodigios de valor a bordo y luego en el agua. Se accedió a mi pedido y lo busqué, pero inútilmente”. El domingo 23 de octubre de 1977, dos días antes del cincuentenario del naufragio, Santoro falleció en Buenos Aires, desconociendo a que escala jerárquica llegó dentro de su escalafón.
  Aunque nunca se conocieron las cifras exactas, se calcula que en el naufragio murieron 324 personas (32 tripulantes y 292 pasajeros), de un total de 1.255 que iban a bordo (968 pasajeros y 287 tripulantes). De los viajeros fallecidos, más de 200 eran de tercera clase.
  El apellido Bernardi, acompañado de su humilde grado militar, se hizo inmediatamente famoso en Argentina. En noviembre de 1927, el diario La Mañana de Paraná publicaba entre sus noticias principales la marcha de la campaña “Pro colecta Anacleto Bernardi”, destinada a ayudar a la familia del “héroe del 'Principessa Mafalda'”. Adherían los comercios locales, instituciones, vecinos de la alta sociedad y reparticiones del gobierno provincial.
  El miércoles 23 de noviembre, La Mañana reprodujo íntegramente el artículo “La casa para la familia Bernardi”, de La Razón de Buenos Aires: “Ha regresado esta mañana de La paz, el señor Francisco Peña Barrientos, inspector de agencias de ‘La Razón’, quien fué (SIC) comisionado para elegir en aquella ciudad el terreno sobre el cual se construirá la casa para la familia del Conscripto Bernardi”.
  “El representante de ‘La Razón’, a su llegada a La Paz, se vio rodeado por las autoridades, gerentes de bancos locales, miembros del comercio y gente corresponsal del diario, todos los cuales se ofrecieron espontáneamente para asesorarlo en el cumplimiento de la misión que lo llevaba”.



   “Después de conversar con el señor Bernardi, y de oír cuáles eran sus deseos, el señor Peña visitó los terrenos y reunió la información necesaria para decidir la compra”.
  “Hoy mismo, todos los antecedentes han sido pasados al ingeniero Eduardo L. Edo, para que estudie la mejor orientación y proyecte los planos de una casa de estilo colonial, cómoda y sencilla”.
  “Dentro de breves días publicaremos el anteproyecto correspondiente y, de acuerdo con los pliegos de condiciones, contrataremos la construcción, para la cual se nos ha ofrecido donaciones en especie, a fin de que el saldo en efectivo sea lo mayor posible”.
  Como señalamos al iniciar la publicación, muy pocos en Argentina conocen la historia de estos dos valientes, ya que si bien Bernardi perdió la vida en la acción, Santoro ofreció su vida por igual; no obstante ello, la Armada Argentina aún le rinde homenaje al Marinero Conscripto Anacleto Bernardi, y algunos en la localidad de Bernardi, o de quienes residen en alguna calle o trabajan en algún lugar bautizado en su nombre, tal vez conozcan su historia; no obstante, muchos familiares de los sobrevivientes aún los recuerdan. Por ello, ecordémos nosotros tambien a estos dos héroes casi anónimos.
  Por la acción de solidaridad y valentía que el conscripto Anacleto Bernardi tuvo el 25 de octubre de 1927 la Armada Argentina instituyó el Día del Conscripto Naval en ese mismo día, en el año 1976, momento en que se inauguró un busto en su memoria en la Base Naval Puerto Belgrano.
MARINERO CONSCRIPTO ANACLETO BERNARDI, SUBOFICIAL JUAN SANTORO, SALUDO UNO!
▪️ Imágenes
•1, 7 y 8: Marinero Conscripto Anacleto Bernardi de la Armada Argentina. Por su valentía expuesta al dar la vida el 25 de octubre de 1927, desde 1976 esa fecha es el Día del Conscripto Naval.



•2: Paquebote “Principessa Mafalda”.



•3: El “Principessa Mafalda” se hunde frente a las costas de Brasil




• 4, 5 y 6: En el Puerto de La Paz, Provincia de Entre Ríos, en una de sus esquinas se halla esta antigua casona, el Hogar del Niño Conscripto Bernardi, con gran placa en su ochava, de homenaje al Conscripto Bernardi, por ser este uriundo de la localidad de San Gustavo, perteneciente a ese Departamento. La misma es es una institución a cargo de niños y niñas entre dos y doce años con derechos vulnerados, y se dedica a la educación integral de los niños que aloja. Tiene una comisión directiva ad honoren por ser un hogar de gestión privada. El personal que aquí trabaja pertenece al COPNAF.




•9 y 10: En diversas dependencias navales, tales como el Comando del en Jefe de la Armada Argentina o el Hospital Naval de Ushuaia, se erigen sendos bustos del Conscripto Bernardi, y aún hoy se le rinden honores.



•11 al 14: El Conscripto Bernardi y el Cabo Santoro eran tripulantes de la fragata y buque escuela ARA "Presidente Sarmiento" cuando retornaban en el “Principessa Mafalda”. La ARA "Presidente Sarmiento"  fue inicialmente diseñada por la empresa Armstrong, Mitchel & Co de New Castle. Inglaterra, pero será el Capitán de navío don Manuel Domecq García el que, junto con la colaboración de la firma Lairds Bross, le darán la forma definitiva, y en julio de 1896 se comienza su construcción para, dos años después, el 14 de julio de 1898, zarpa de Liverpool hacia Buenos Aires con una eslora de 85,5 metros, 13,32 mts. de manga: 7,55 mts. de puntal: 7,55 mts., 5,48 mts. de calado medio, un desplazamiento: con combustible completo de 2.733 tns., una velocidad máxima de 13 nudos, y económica 6 nudos, con arboladura y velamen de 3 palos de 54 mts. de altura, 21 velas de24.000 pies cuadrados de superficie, más 12 velas suplementarias de 6.000 pies cuadrados más, y una tripulación que puede variar entre los 32 oficiales, 40 cadetes y 275 tripulantes; armada con 4 cañones Armstrong de tiro rápido de 120/45 mm. instalados 2 en las amuras y 2 en el alcázar; 6 cañones de tiro rápido de 57 mm., 2 tipo Arnstrong en el castillete, 2 tipo Hothkiss sobre las batayolas y 2 Nordenfeldt en toldilla; 2 ametralladoras Maxim-Nordenfeldt de 7,65 mm. sobre batayolas; 2 cañones de 37 mm. Maxim-Nordenfeldt sobra las batayolas; y 3 tubos lanzatorpedos, todos sobre el agua, 1 en la roda y 2 en cubierta sistema "Whitehead" de 21 pulgadas. Se incorporó así a la Armada Argentina y permanece hasta el día de hoy, como buque museo fondeada en el Puerto Madero de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Capital Federal Argentina.


•15: El capitán del “Principessa Mafalda”, Simón Guli.
•16: El comisario Carlos Longobardi, rescatado del naufragio por el buque francés ”Formose”.
•17: Luis Reschia, radiotelegrafista del “Principessa Mafalda”.
•18: “Principessa Mafalda”.
•19 y 20: hall y cabinas del “Principessa Mafalda”.
•21: Recorrido y lugar de naufragio del “Principessa Mafalda”.


•22: El “Empire Star”


•23: El "Formose"


•24: Pintura que reproduce el trágico hundimiento del “Principessa Mafalda”.


http://regiondigital.com.ar/bernardi-la-leyenda/
https://gacetamarinera.com.ar/reubicaron-un-busto-del.../
http://www.histarmar.org/.../La%20Paz/ConscriptoBernardi.htm




lunes, 25 de diciembre de 2023

Japón Imperial: La conducta fanática de los soldados nipones

Disciplina, fanatismo e incredulidad: los soldados japoneses que pasaron décadas escondidos sin saber que la guerra había terminado

La rendición de las tropas niponas en septiembre de 1945 puso fin a la Segunda Guerra Mundial pero no a las andanzas de miles que siguieron combatiendo en los montes y en la selvas, en algunas ocasiones sin comprender que había llegado la paz y en otras incapaces de reconocer el desastre final

Por Germán Padinger  ||  Infobae




Una columna japonesa ingresando en Singapur tras derrotar al Reino Unido en 1942
(Gentileza: News dog media)

El 25 de noviembre de 1970, 25 años después de la derrota japonesa en la Segunda Guerra Mundial, el escritor Yukio Mishima y cuatro de sus seguidores ingresaron en el cuartel general de las Fuerzas de Autodefensa Japonesas en Tokio y secuestraron a su comandante.

Desde la ventana de la oficina, Mishima intentó entonces arengar a las tropas en el patio y provocar una sublevación. Su objetivo era claro: un golpe de Estado que restaurara el poder del Emperador Hiroito, forzado en 1946 a renunciar a su status de Dios en la tierra mediante la firma de su Declaración de Humanidad (Ningen sengen), retornara a los valores de la cultura tradicional y limpiara la humillación de la derrota del Imperio del Sol Naciente en 1945.

Pero el autor de la tetralogía de "El mar de la Fertilidad" y las novelas "El marino que perdió la gracia del mar" y "Confesiones de una máscara", para muchos uno de los escritores japoneses más influyentes del Siglo XX, no tuvo éxito en conmover a los jóvenes soldados de un Japón nuevo y moderno que se le estaba escapando.


El escritor Yukio Mishima intenta provocar un golpe de Estado en Japón que restaure el poder del emperador. Luego se suicidará cometiendo seppuku

Mishima volvió entonces a la oficina, tomó un cuchillo y se abrió el vientre de acuerdo a la práctica del suicidio ritual conocida como Seppuku, como relata el biógrafo estadounidense Henry Scott Stokes. En un acto final de tragicomedia negra, su asistente Masakatsu Morita intentó, sin éxito ya que no estaba entrenado en el uso de la espada, decapitarlo, parte final del rito. Otro de los presentes, Hiroyasu Koga, debió intervenir para concluir lo que se transformó casi en un acto performativo, la última obra de Mishima.

Cuatro años después y a casi 4.000 kilómetros de distancia, el último soldado del imperio japonés aún activo, Teruo Nakamura, fue capturado en la isla indonesia de Morotai, 29 años después de que las fuerzas japonesas firmaran la rendición a bordo del acorazado estadounidense USS Missouri.

Nacido en Taiwán y miembro de la tribu aborigen Amis, Nakamura había sido reclutado para formar parte de una unidad de voluntarios del Ejército Japonés, y estaba destinado en Morotai cuando en octubre de 1944 los aliados capturaron la isla indonesia. Desaparecido en combate, fue declarado muerto por los japoneses y olvidado, pero en realidad se las había arreglado para vivir escondido en la selva hasta que fue descubierto por un avión en 1974.

El emperador Hiroito mantuvo el trono desde 1926 hasta su muerte en 1989. Fue un símbolo del poder imperial japonés y figura divina hasta que las autoridades de ocupación estadounidense lo forzaron a aceptar su humanidad

Nakamura fue el último de miles de soldados japoneses que por disciplina o desconocimiento de la rendición continuaron activos en las décadas posteriores al fin de la Guerra en el Pacífico (1941-1945), cada uno de ellos un monumento a los valores de patriotismo y sacrificio nipones, pero también a las ambiciones expansionistas, las masacres brutales y la autopercepción divina del Imperio.

Guerrilla y supervivencia de las cenizas del sol naciente

Japón inició su campaña de expansión y conquista en 1931, cuando el ejército de Kwantung ocupó Manchuria, en el norte de China. Ambos países volvieron a entrar en guerra 1937, poco antes del inicio en Europa de lo que luego se llamaría Segunda Guerra Mundial (1939-1945).

A partir de entonces las conquistas japonesas no pararon de crecer: Indochina, Filipinas, Singapur y Nueva Guinea, entre muchos otros lugares en el este de Asia, fueron ocupados y para 1941 el Imperio ya estaba también en conflicto con Estados Unidos tras el ataque sobre Pearl Harbor y en alianza con la Alemania nazi y la Italia fascista.

Tropas japonesas junto a soldados británicos capturados, posiblemente en Singapur (Gentileza: News dog media)

Derrotar finalmente al imperio japonés le tomó a los aliados casi cuatro años y enormes pérdidas humanas y materiales. Incluso, Tokio no cambió su postura de combate hasta la muerte del último de sus soldados sino hasta el bombardero con armas nucleares de Hiroshima y Nagasaki en 1945 y la invasión de Manchuria por parte de la Unión Soviética ese mismo año.

Pero ni el fin de la guerra en septiembre de 1945, ni la consiguiente ocupación de las islas japonesas por tropas estadounidenses ni tampoco la Declaración Humanidad del 1 de enero de 1946 lograron que miles de soldados desperdigOs por toda Asia Oriental siguieran en armas.

La resistencia en la selva

En 1944 las tropas estadounidenses invadieron la isla de Saipán, en el archipiélago de las Marianas, y derrotaron a los defensores japoneses tras una batalla brutal. Cuando todo estaba ya perdido, los últimos 4.000 soldados imperiales se lanzaron en una carga suicida contra los atacantes, en sintonía con una vieja tradición y una práctica recurrente durante la Guerra en el Pacífico de pelear hasta el último hombre, sin aceptar la humillación de la rendición.

Un soldado se rinde ante las tropas estadounidenses. Las rendiciones era un fenómeno muy excepcional, y por lo general los japoneses peleaban hasta la muerte

Fueron aniquilados, Estados Unidos consideró a la isla "segura" y Japón declaró a todas las tropas apostada en Saipán como presuntamente muertas en acción.

Pero estaban equivocados.

El capitán Sakae Oba y 46 de sus hombres habían sobrevivido a aquella carga suicida y estaban escondidos en la selva. Reunieron a 200 civiles japoneses, y se internaron aún más en una zona montañosa donde establecieron una base.

Los hombres de Oba, apodado "El Zorro", se dedicaron entonces a una campaña guerrillera contra las tropas estadounidenses que continuó aún después de la rendición formal de Japón. Oba y sus hombres finalmente se entregaron el 1 de diciembre de 1945 y el capitán vivió hasta 1992.


El capitán Sakae Oba, el “Zorro” de Saipán

El teniente Ei Yamaguchi tuvo una actitud similar, al liderar a 33 de sus soldados en una campaña guerrillera tras la derrota japonesa en Peleliu. Hostigó a los infantes de marina estadounidenses durante casi dos años después del fin de la guerra, rindiéndose en abril de 1947.

"No podíamos creer que habíamos perdido. Nos habían enseñado que no podíamos perder. Es la tradición japonesa que debemos pelear hasta la muerte, hasta el final", explicó Yamaguchi  en una entrevista con la cadena estadounidense NBC en 1995.

Shoichi Yokoi, el cazador nocturno

Los guerrillas de Oba y Yamaguchi mantuvieron, hasta cierto punto, la disciplina y organización militar. Pero hubo numerosos casos de soldados japoneses o pequeños grupos que quedaron completamente aislados de sus unidades y también de los enemigos, encarando apenas la supervivencia a la espera de noticias de Tokio o incluso un rescate.


Shoichi Yokoi en un retrato en tiempos de la guerra, y tras su captura en 1974

Uno de los más famosos fue el caso del sargento Shoichi Yokoi, desaparecido en 1944 luego de la batalla de Guam, cuando fuerzas estadounidenses recuperaron la isla que habían perdido ante los japoneses en 1941.

Inicialmente Yokoi era parte de un grupo de 10 sobrevivientes que se habían escondido en la selva. Pronto se separaron y el sargento permaneció junto a otros dos japoneses, pescando y cazando de noche lo que estuviera a su alcance -langostinos, serpientes, ratas, cerdos-, y escondiéndose en cuevas durante el día.

Supieron de la rendición de Japón en 1952, siete años después, pero en un principio dudaron de que la información fuera cierta, como reconstruye el portal Gizmodo.


El avance japonés en el Asia Oriental estuvo marcado por la brutalidad y la lucha sin tregua (Gentileza: News dog media)

Los tres hombres continuaron viviendo en la selva hasta 1964, cuando dos de ellos fallecieron y Yokoi quedó completamente sólo. En 1972 un grupo de cazadores lo encontraron, escuálido y desaliñado, y finalmente fue repatriado a Japón, 28 años después de la rendición formal.

"Estoy avergonzado de haber vuelto con vida", dijo en una famosa aparición pública, como relata el New York Times.

Durante una visita al palacio imperial, con un Hiroito humanizado aún en el trono, Yokoi dijo: "Continué viviendo por el bien del Emperador y creyendo en el Emperador y el espíritu japonés, lamento profundamente no haber podido servirle bien".


Tanques japoneses en Filipinas

"Nosotros los soldados japoneses estamos instruidos para preferir la muerte que la desgracia de ser capturados vivos", agregó en otra entrevista.

La larga misión de Hiroo Onoda

La cinematográfica historia del teniente Hiroo Onoda comenzó en diciembre de 1944, cuando fue enviado como comando, con el objetivo de destruir infraestructura, a las Filipinas poco antes del desembarco estadounidense y el inicio de la campaña de liberación del archipiélago.

Tras la caída de la guarnición japonesa, Onoda se internó en las colinas en la isla de Lubang. Inicialmente no estaba solo, había muchos otros rezagados y pronto comenzaron sus actividades guerrilleras contra las fuerzas estadounidenses.


El teniente Hiroo Onoda al momento de su rendición en 1974

Onoda y su grupo supieron de la rendición japonesa en octubre de 1945 por medio de panfletos lanzados por los estadounidenses, pero como en otros casos de rezagados, los creyeron una mentira y siguieron combatiendo.

Los combates esporádicos continuaron durante más de dos décadas, mientras Onoda esperaba órdenes de sus superiores que nunca llegaban.

Se quedó completamente sólo en 1974, cuando el último de sus soldados murió en un enfrentamiento con la policía filipina.


El joven Onoda, en tiempos de la Segunda Guerra Mundial

A diferencia del caso de Yokoi y Nakamura, Onoda no era un desaparecido perdido en un cueva en el Pacífico. Las autoridades lo conocían y también disfrutaba de una pequeña fama local.

Fue así que ese mismo año un estudiante japonés, Norio Suzuki, se lanzó a las colinas de Lubang para hallar al misterioso teniente Onoda. Lo hizo, y los dos hombres se hicieron amigos, de acuerdo al registro de rezagados japoneses Wanpela.

Armado de fotografías que probaban su encuentro con Onoda, Suzuki retornó a Japón y ofreció a las autoridades la llave para lograr la rendición del rezagado: necesitaba un orden de su oficial superior que le evitara la humillación de la rendición y probara que el imperio efectivamente se había rendido.

La explosión nuclear sobre Hiroshima, el 6 de agosto de 1945

El gobierno japones halló al mayor Yoshimi Taniguchi, convertido ahora en librero, y lo llevó a las Filipinas para que se reuniera con Onoda y le entregara en papel su orden desmovilización, como relató el mismo Onoda en su libro autobiográfico "Luché y sobreviví".

Habían pasado tres décadas de la rendición, de las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki y de la masacre de Nanking,  y el mundo parecía haber seguido su curso para casi todos, menos para un escritor exquisito y un grupo de jóvenes que habían sido entrenados para creer en la infalibilidad del Imperio del Sol Naciente.

 

viernes, 16 de junio de 2023

Revolución Libertadora: Lonardi, el militar al que le debemos la huida del dictador

El día en que los generales abandonaron a Perón y le quitaron el uniforme militar

Entre el 16 y el 20 de septiembre de 1955 Perón fue derrocado. por un golpe de Estado. Los últimos momentos de su gobierno, la tragicómica anécdota de su partida al exilio y la decisión que lo dejó sin sus jinetas y su rango de Teniente General
El General de División Eduardo Lonardi, presidente de facto después del golpe que derrocó a Perón, rodeado de oficiales

El miércoles 13 de septiembre de 1955, a las 17, Eduardo Lonardi, un desconocido ciudadano, herido por un cáncer que no podía detener (y del que no hablaba), con 14 pesos en su bolsillo y portando un maletín que contenía su viejo uniforme de general de la Nación, se subía al ómnibus que lo trasladaría a la provincia de Córdoba. Poco antes había conversado con el coronel Eduardo Señorans—figura central en la conspiración-- y éste le había sugerido postergar unos días el movimiento “para poder coordinar las pocas unidades que podían sumarse en el litoral”. Lonardi respondió que no era posible y que ya habían sido dadas las órdenes para el 16. En la estación de Once recibió las últimas novedades que le ofreció el mayor Juan Francisco Guevara. Todo estaba enmarcado en la incerteza: Solo contaba con la determinación de la Marina y un grupo de oficiales que lo esperaban en Córdoba.

Su yerno José Alberto Deheza (en 1976, Ministro de Defensa de Isabel Perón) le ofreció dinero y Lonardi agradeció diciendo: “catorce pesos me alcanzan para llegar a Córdoba. Allí, si la revolución fracasa no necesitaré dinero, y si triunfa no lo precisaré para mi regreso.” Cuando se anunció la partida y el pasaje subía al transporte, Guevara le sugirió un santo y seña para poder sortear los retenes revolucionarios. La consiga era “Dios es justo”.

El jueves 14, Lonardi --con parte de su familia—llegó a Córdoba. Inmediatamente se dirigió a lo de Calixto de la Torre para encontrarse con Ossorio Arana. Su esposa fue a lo de su hermano Clemente Villada Achával, quien después del triunfo se convertiría en un asesor político privilegiado del presidente de facto. Con el paso de las horas, dentro de la mayor discreción, el futuro jefe de la revolución mantendría otras reuniones con oficiales de varias guarniciones y recibiría informes. Para todos tenía la misma instrucción: “Hay que proceder, para asegurar el éxito inicial, con la máxima brutalidad.”

El sábado 16, con sus recién cumplidos 59 años, a la una de la madrugada en punto, Lonardi, el coronel Arturo Ossorio Arana, otros oficiales y algunos civiles detuvieron al director de la Escuela de Artillería, coronel Juan Bautista Turconi. A las 03 de la madrugada el disparo de una bengala roja marcó el inicio del combate contra la Escuela de Infantería, cuyo director era el coronel Guillermo Brizuela. Había comenzado el levantamiento castrense contra Perón. A partir de ese momento las fichas del tablero comenzaron a ser movidas. El mediodía del mismo 16, aparecía en escena la poderosa Flota de Mar, sublevada en Puerto Madryn, la Escuela Naval y la Flota de Ríos, en la que constituiría el almirante Isaac Francisco Rojas la comandancia de la Marina de Guerra en Operaciones. El sábado 17, comenzó el levantamiento del II Ejército en San Luís y al mismo tiempo se unían a Lonardi aviadores de la Fuerza Aérea con sus máquinas Avro Lincoln.

El 17, a las 10 de la mañana, tras severos combates se concretó una larga conferencia de Lonardi con el coronel Brizuela. La Escuela de Infantería cesaba la lucha. Durante el encuentro, el jefe de la revolución le aseguró al militar leal al gobierno que “esta revolución será distinta de cuantas hubo, y tal vez la última que tendrá nuestra Patria, porque quienes asumen esta enorme responsabilidad, son sólo hombres idealistas, carentes de toda ambición. Se buscará la unión de todos los argentinos, y sólo se juzgará a los delincuentes, para lo cual la consigna de la revolución es: “Ni vencedores ni vencidos.” La realidad demostraría que no sería así por muchos, muchos años.

El 2 de octubre de 1955, Juan Domingo Perón en un bote tras dejar la cañonera Paraguay y a punto de abordar un hidro avión rumbo al exilio en Asunción

Mientras avanzaban sobre la provincia unidades leales a Perón, la capital cordobesa se convertía en un campo de batalla. Calle por calle, en las que los comandos civiles cumplieron arrojadas acciones. Salían al aire las radios LV-2 “La Voz de la Libertad” en Córdoba y la de “Base Naval de Puerto Belgrano” e iniciaban la batalla del éter cuando comenzaba a desflecarse el gobierno de Perón. El domingo 18, Isaac Rojas trasladó su comando al crucero “17 de Octubre” (luego rebautizado ARA General Belgrano) y ya había ordenado “el bloqueo de todos los puertos argentinos”, según el comunicado de la Marina de Guerra.

El lunes 19, cerca de las 6 de la mañana, en compañía del gobernador bonaerense Carlos Aloé, Juan Domingo Perón visitó el Ministerio de Ejército. Tras escuchar los optimistas cuadros de situación de parte del Ministro general Franklin Lucero y otros oficiales, pidió hablar a solas en presencia de Aloé. Se lo veía abatido, taciturno. En esos momentos de diálogo le comunicó a su fiel general que si era necesario para la paz de la República estaría dispuesto a presentar su renuncia. En esos momentos la Armada bombardeaba la destilería de Mar del Plata y luego intimó al gobierno a rendirse bajo la amenaza de bombardear la destilería de La Plata y objetivos militares de la Capital Federal.

Un par de horas más tarde, el presidente constitucional le hizo llegar a Lucero un texto manuscrito que a las 13 horas, el Ministro de Guerra, leyó por radio instando al Ejército a considerar una tregua para poner fin a las hostilidades: “El Ejército puede hacerse cargo de la situación, del orden, del gobierno, para buscar la pacificación de los argentinos antes que sea demasiado tarde, empleando para ello la forma más adecuada y ecuánime.” La nota presidencial era ambigua, confusa, y no estaba claro que constituía una renuncia (que debería haber sido presentada al Congreso de la Nación). Acto seguido, el general Franklin Lucero constituyó una Junta Militar, integrada por catorce generales, bajo la presidencia de José Domingo Molina, para entenderse con los rebeldes. Desde Córdoba, Lonardi le escribió a Lucero: “En nombre de los Jefes de las Fuerzas Armadas de la revolución triunfante comunico al Señor Ministro que es condición previa para aceptar (una) tregua la inmediata renuncia de su cargo del Señor Presidente de la Nación.”

General de división Eduardo Lonardi

Tras el derrocamiento de Perón, el 14 de octubre de 1955 el Ejército constituyo un Tribunal Superior de Honor, integrado por los generales Carlos Von Der Becke, Juan Carlos Bassi, Juan Carlos Sanguinetti, Víctor Jaime Majo y Basilio Pertine para considerar la conducta de Perón en sus distintas facetas. Públicas y privadas.

Mientras el ex presidente se encontraba exiliado en Asunción del Paraguay, desde el 2 de octubre varios generales tuvieron que exponer cuáles fueron sus conductas entre los días 19 y 20 de septiembre de 1955. El general de división Ángel Manni contó que alrededor de las 22.30 del 19 de septiembre “el general Molina expresó que el general Perón esperaba a la Junta Militar para conversar con ella en la Residencia de la Avenida Libertador. Cuando se conoció esta invitación se oyeron varias opiniones sobre la misma; una la de concurrir de inmediato todos los generales, otra que concurrieran solamente los elegidos como Junta Ejecutiva, y la mía que no debía concurrirse.” Al no existir acuerdo, Molina invitó a la Junta Ejecutiva y el Brigadier Juan Fabri expresó que convenía saber qué quería decir el general Perón” y tras sortear varias dificultades “llegamos y entramos por una de las calles laterales (creo Austria).”

Perón los recibió acompañado por el general Lucero, el brigadier Juan Ignacio San Martín, el coronel D’Onofrio, el mayor Alfredo Renner, el mayor Ignacio Cialcieta y otros civiles. “En la mesa se hallaba preparado un micrófono para grabar pero el general Perón consultó sobre si era necesario hacerlo y el general Carlos Levene opinó que no lo era y se retiró la máquina.”

Abrió la reunión el Presidente “quien en síntesis dijo:

-que había querido hablar con los generales dada la trascendente misión que tenían que cumplir de tratar con los rebeldes.

-que en el documento que había firmado él había hecho el gesto generoso de renunciamiento para lograr la paz y llegar a un acuerdo con los rebeldes porque, además de evitar más derramamiento de sangre, quería también evitar el perjuicio económico que significaba para el país la destrucción de la Destilería de La Plata (400 millones de dólares y 10 años de trabajo).

-que tal renunciamiento significaba el ofrecimiento de una renuncia indeclinable que debíamos usar y hacer valer muy bien como una carta para jugarla en las tratativas de pacificación con la Revolución.

-que constitucionalmente no había renunciado pues si hubiera querido hacerlo así lo habría hecho ante el Congreso y que por lo tanto continuaba siendo el Presidente de la República.

-que todavía se podía luchar por el gobierno porque la situación militar era equilibrada y si bien había mucha gente que defeccionaba todavía había mucha que le era leal y en sus manos estaba el poder abrir las puertas de los arsenales y armarlos, especialmente a los obreros que querían luchar.”

Luego habló Lucero creando una situación confusa cuando afirmó que se “debía negociar con los rebeldes en base a la renuncia que ofrecía el general Perón.” A continuación, por orden de antigüedad, varios usaron de la palabra. Molina dijo que era pesimista en cuanto a las tratativas y que “llegaría el momento que la Junta debiera devolverle al Presidente y Ministros la total autoridad para que continuaran la lucha.”

Seguidamente el general Manni expresó “que estaba en total desacuerdo” con Molina porque “era totalmente optimista con respecto al resultado de nuestras gestiones para lograr la pacificación y arreglo con la Revolución. Que partíamos de una base completamente distinta para apreciar, pues yo interpretaba como definitiva la renuncia del Presidente y de todo su gobierno y que igual interpretación le había dado el pueblo de Buenos Aires, que había escuchado por radio y que se hallaba en la calle festejándola.” Agregó que, frente a algunos análisis de situación militar un tanto optimista, la 6ª División y la División de Caballería se habían declarado rebeldes. Asimismo expresó su “grave preocupación”, sobre las “serias exigencias” de los revolucionarios “con respecto a la persona del general Perón.” El general Levene, seguidamente, opinó que “él creía que la renuncia del gobierno debía ser definitiva” y que “había que terminar cuanto antes con la lucha”.

Al terminar la reunión con Perón los generales volvieron al edificio del Ministerio de Guerra y reunidos en el 5° piso el general Emilio Forcher informó al resto de los generales, y “luego la Junta aprobó la moción de Manni, la aceptación en forma definitiva de la renuncia del Presidente y la de todo su gobierno.” Tras unos momentos de sobresalto e incertidumbre que hizo que el general Francisco Imaz con otros oficiales entraran armados a la reunión para exigir que se aprobara la renuncia presidencial, el general Molina se desplazó al tercer piso para hablar con Lucero y comunicarle que “la Junta aceptaba definitivamente la renuncia del gobierno.” Instantes más tarde el general Manni, acompañado por el general López, habló con Lucero y le dijo que “debía comunicarle cuanto antes el general Perón la resolución adoptada y le agregué si no sabía que en ese momento tenía hasta su Comando de Represión sublevado.”

Relato del general Manni sobre su mensaje a Perón

Manni, que actuaba a todo vapor, hizo llamar al mayor Renner, quien antes habló con Lucero. Al poco rato Renner “se me aproximó y le dije: 1°) que ya el general Lucero habría comunicado la desaparición de toda autoridad del gobierno; 2°) que le dijera al general Perón de parte mía que se alejara cuanto antes del país.”

El martes 20 los diarios anunciaban que Perón había renunciado. El mismo día por la noche, Lonardi, urgido por la situación, decretó que asumía “el Gobierno Provisional de la República con las facultades establecidas en la Constitución vigente y con el título de Presidente Provisional de la Nación”. En esas horas del colapso de su gobierno, Perón iniciaba su partida al exterior.

Entre la partida del jefe revolucionario a Córdoba, el miércoles 13, y su asunción como Presidente Provisional de la Nación el miércoles 20, solo habían transcurrido siete días. Aquello que debía durar varios meses apenas se prolongó una semana. El gobierno de Perón se cayó cual castillo de arena al menor empellón. Ahora, el ex Presidente de la Nación preparaba su largo viaje al exilio. Él pensaba que no duraría mucho su permanencia en el exterior pero lo cierto es que hubo de esperar casi dos décadas. No le creyó a Raúl Bustos Fierro cuando éste le dijo que el largo exilio sería “de imprevisible duración”.

--Perón: “Largo, bueno, ¿cuánto de largo?”

--Bustos Fierro: “Largo de años mi General, muchos años, acaso para nosotros de toda la vida. Sólo Dios sabe si algún día veremos nuevamente la tierra natal.”

“Me voy, Renzi” le dijo Perón a Atilio Renzi, ex secretario de Evita y, en ese momento, mayordomo de la residencia presidencial. Según algunos historiadores, Renzi le preparó un pequeño maletín donde puso “algo de ropa y un poco de plata para movilizarme en esos días”. El historiador Joseph Page dice que según una versión “Perón llevó dos millones de pesos moneda nacional y 70.000 dólares.” La suma correspondía a la venta de un bien que Alberto Dodero (embajada chilena en Uruguay) que le había obsequiado al Presidente de la Nación.

“Unos días antes—contaría Perón—el doctor Juan A. Cháves, embajador del Paraguay en Buenos Aires, me había comunicado, por carta, estar a mi disposición. Decidí aceptar su hospitalidad”. Esta afirmación suena un tanto en el aire: ¿Perón intuía su derrocamiento? ¿Había hecho llegar un pedido ad libitum al gobierno paraguayo? A las 8 de la mañana del 20 de septiembre de 1955, Juan Domingo Perón partió del Palacio Unzué hacia las oficinas de la Embajada del Paraguay, acompañado del mayor Máximo Renner, el mayor Ignacio Cialceta (también sobrino de Perón), su chofer Isaac Gilaberte y el comisario Zambrino. Al poco rato llegó el embajador Chávez y trasladó a toda la delegación a su residencia en Virrey Loreto 2474. El ex embajador Hipólito Paz agrega que hasta allí se llegó el canciller argentino Ildefonso Cavagna Martínez con quien tomaría mate. Chaves sugirió que por razones de seguridad lo más conveniente era que se trasladase a la cañonera “Paraguay” que estaba siendo reparada en el dique “A” de Puerto Nuevo. Perón respondió: “Esta bien, no es a mí a quien toca decidir. Estoy en sus manos.”

En esa mañana lluviosa y con un Buenos Aires en silencio la llegada a la cañonera fue “fellinesca”. Al llegar a la zona del puerto, un gran charco de agua mojó el motor del automóvil diplomático y se paró. Perón, enfundado en un impermeable color crema, tuvo que pedir auxilio a un colectivero, quien lo los remolcó con una correa, hasta que el automóvil volvió a arrancar. Llegaron al dique “A” y lo esperaban los marineros formados. Perón, desde 1954, era ciudadano honorario paraguayo con el rango de General del Ejército. Cuando subió la escalerilla del buque entraba en su larga etapa de exilio.

Le ofreció al mayor Renner que lo acompañe al Paraguay y recibió como respuesta que prefería quedarse: “Mi vida es limpia y clara… me arrestarán y matarán por haberle sido fiel. Esta es mi culpa…”.

“No insistí –contó Perón—lo vi descender y alejarse. El rumor del automóvil lo sentí dentro como un desgarrón.”

El 21 a la mañana el embajador Cháves le informó que había comenzado sus gestiones para alcanzar un “salvoconducto”. “No hay gobierno –dijo—es necesario esperar.” El viernes 23 miles de argentinos salieron a las calles a vitorear a Lonardi y Rojas. El jefe de la revolución aterrizó en Aeroparque y junto con el almirante Rojas se desplazaron hasta la Plaza de Mayo, donde eran esperados por decenas de miles de ciudadanos. Tras asumir como Presidente Provisional leyó un discurso a la multitud volviendo a repetir la consigna de Justo José de Urquiza tras la batalla de Caseros (1852): “Ni vencedores ni vencidos”. Su primer decreto presidencial fue designar al contralmirante Isaac Francisco y Rojas como vicepresidente de la Nación.

Fallo del Tribunal de Honor a Juan Domingo Perón

El domingo 25 la cañonera “Paraguay” dejó el puerto y se internó diez kilómetros en el Río de la Plata para encontrarse con la nave gemela “Humaitá”, que lo llevaría a Perón, aguas arriba, a Asunción del Paraguay. Después de muchas dilaciones, Chávez le dijo al exiliado que el gobierno de Lonardi, ante la posibilidad de “demostraciones a lo largo de la costa al paso de la nave, sobre todo, tenía miedo que se levantaran los trabajadores de Rosario”, había suspendido el operativo. Finalmente una semana después, el domingo 2 de octubre, un hidroavión bimotor “Catalina”PBY-T29, manejado por Leo Nowak, el piloto personal del mandatario paraguayo, Alfredo Stroessner Matiauda, no sin dificultad pudo decolar rumbo a la capital paraguaya. Al llegar al espacio aéreo paraguayo varios aviones de su Fuerza Aérea comenzaron a escoltarlo. En uno de las naves oficiaba de copiloto el propio Presidente Alfredo Stroessner.

El 27 de octubre de 1955, a las 13 horas, el alto tribunal militar que juzgó al ex presidente lo encontró pasible de “descalificación por falta gravísima” y se le quito “el título del grado y el uso del uniforme”. Tras largos años de exilio, en 1973 se le devolverían a Perón el grado y el uso del uniforme.