Quién fue María Remedios del Valle, la heroína que estará en los billetes de $10 mil
Los soldados la llamaban “la madre de la Patria”.
María Remedios del Valle estará en el billete de $10 mil que comenzará a comenzar a circular en junio, junto con Manuel Belgrano, en un reconocimiento al rol que jugó durante la independencia del país.
El historiador Oscar Larrosa relató en el programa Nunca es Tarde los hechos claves de la vida de esta mujer, a quien en su tiempo se le llamó “La Madre de la Patria”, por su rol esencial para la emancipación de Argentina.
María Remedios del Valle, de tez morena y esposa de un militar, no solo desempeñó un papel destacado en las luchas independentistas, sino que se convirtió en una figura central en el ejército del norte. A pesar de la pérdida de su esposo e hijos en la Batalla de Huaqui, María Remedios continuó sirviendo, atendiendo a los heridos y cumpliendo múltiples roles cruciales.
Su valentía la llevó a ser nombrada capitana del ejército por Manuel Belgrano después de su destacada participación en la Batalla de Salta.
“Todos escuchamos hablar de las Niñas de Ayohuma. Pues bueno, María Remedios del Valle y dos adolescentes morenas eran esas niñas. Ellas estuvieron toda la batalla, llevándole agua en unas tinajas a los soldados y curando a los heridos. En el medio del combate en medio de los cañonazos y los tiros”, precisó Larrosa.
El historiador señaló que la mujer fue herida de bala y cayó prisionera con algunos oficiales, entre ellos Ramón Estomba, el fundador de Bahía Blanca. Allí ayuda a los oficiales a escapar y los realistas la castigan con azotes en público por nueve días.
“En cuanto tuvo la oportunidad y hubo un descuido, se fugó y se volvió a incorporar al Ejército del Norte y retrocedió con el ejército hasta Salta. Y así se puso a las órdenes del general Martín Miguel de Güemes. Una mujer que en ese momento tendría 40 años”, explicó Larrosa.
Los últimos días de María Remedios del Valle estuvieron marcados primero por la pobreza y luego por el reconocimiento de su labor. “Ella retorna a Buenos Aires de donde era originaria y vive en un estado de miseria. Vendía pastelitos en la plaza mayor, lo que es ahora la plaza de Mayo”.
Después de décadas viviendo en la pobreza finalmente recibió reconocimiento cuando el general Juan José Viamonte la identificó como “La Madre de la Patria” y la nombra sargento mayor del ejército con una pensión de 216 pesos por mes.
El 21 de abril de 1822 Juan Lavalle,
entonces un soldado de veinticinco años, se ganó el apodo de “León de
Riobamba”, una distinción que de alguna manera se hizo extensiva a los
noventa y seis granaderos que cargaron contra más de cuatrocientos
españoles obligándolos, en una primera instancia, a retroceder. Cuando
repuestos de la sorpresa, o el susto, la caballería y la infantería
española se lanzaron en la persecución de los granaderos que regresaban a
su base trotando como si estuvieran paseando, se produjo un segundo
encuentro, en el que otra vez los españoles fueron derrotados.
La batalla de Riobamba se libra en Ecuador y de
alguna manera prepara las condiciones para la posterior victoria de las
tropas americanas en Pichincha. Los granaderos de San Martín se habían
incorporado al ejército dirigido por el mariscal Antonio Sucre y, a
juzgar por los resultados, adquirir en “préstamo” a los granaderos fue
una de sus mejores ocurrencias.
Según las crónicas, el 22 de abril fue un día
lluvioso. El barro dificultaba el desplazamiento de los soldados y
obligaba a tomar precauciones especiales a la hora de decidir la batalla
con el enemigo. Sucre le ordenó a Lavalle que inspeccionara el terreno.
Nada más que eso; una inspección para obtener algunos datos
indispensables para el futuro combate. Lavalle avanzó con sus hombres y
de pronto se encontró con tres batallones españoles que lo triplicaban
en hombres y armamentos. Lo prudente en ese caso hubiera sido
retroceder, pero Lavalle nunca fue prudente, mucho menos en esas
circunstancias.
Los españoles no podían creer lo que veían sus ojos.
Un grupo de hombres avanzaba sobre ellos al grito de “¡a degüello!”. El
aspecto de los soldados criollos debe de haber sido temible porque luego
de una breve resistencia los que retrocedieron fueron los españoles.
Lavalle los persiguió, ordenándoles a sus hombres que se detuvieran
cuando advirtió que la caballería española había llegado hasta donde
estaba apostada la infantería. Entonces dio orden de retroceder. Lo
hicieron despacio, como si estuvieran paseando, “al trote”, dice el
informe oficial. Los españoles, tal vez avergonzados por haber sido
corridos por noventa soldados, decidieron perseguirlos.
El informe posterior que Sucre le envió a San Martín
es elocuente: “Lo mandé a un reconocimiento a poca distancia del valle y
el escuadrón se halló frente a toda la caballería enemiga y su jefe
tuvo la elegante osadía de cargarlos y dispersarlos con una intrepidez
de la que habrá raros ejemplos”. Sucre concluye su informe a San Martín
diciendo de Lavalle: “Su comandante ha conducido su cuerpo al combate
con una moral heroica y con una serenidad admirable”.
Conviene subrayar una de las frases de Sucre: “La
elegante osadía...”. La decisión de Lavalle fue improvisada, no cumplió
ninguna orden, no se atuvo a ninguna instrucción, por el contrario lo
suyo fue una improvisación o, para ser más precisos, una inspiración,
una genial inspiración. El informe que el propio Lavalle hizo por su
lado parece coincidir con esta hipótesis. En un primer párrafo describe
el momento en que retrocede después de la primera carga y cómo luego
observan que la caballería española regresa al galope. Son muchos, están
bien armados y se trata de soldados expertos en guerrear, pero... “ el
coraje brillaba en el semblante de los bravos granaderos y era preciso
ser insensible a la gloria para no haber dado una segunda carga”, ataque
que en ese caso contó con el auxilio de los Dragones de Colombia,
quienes estando a las órdenes de Sucre se involucraron en el combate .
O sea que la batalla de Riobamba se libró en dos
tiempos, y en ambos las tropas americanas salieron airosas. El balance
de pérdidas en vidas y armamentos permite asegurar que hubo ganadores y
perdedores. Los españoles dejaron en el campo de batalla alrededor de
cincuenta muertos y un número similar de heridos, mientras que los
criollos sólo tuvieron que lamentar dos bajas.
Diez años antes, con sólo quince años de edad,
Lavalle había ingresado al cuerpo de Granaderos a Caballo creado por el
entonces teniente coronel José de San Martín. Aún no le había terminado
de crecer la barba y ya estaba enredado en combates y batallas. Después
de haber guerreado una temporada en la Banda Oriental fue trasladado a
Mendoza donde se incorporó al proyecto del Ejército de los Andes. Desde
ese momento puede decirse sin exagerar que estuvo en todas y en todas se
lució y ganó honores y ascensos. Desde Chacabuco, donde fue ascendido a
capitán, hasta Ituzaingó donde le otorgaron el grado de general en el
mismo campo de batalla después de haber improvisado una carga de
caballería que se hizo célebre y que para más de un observador militar
decidió la batalla, Lavalle trazó un itinerario de combatiente que le
permitió ganar con justicia el título de guerrero de la Independencia.
El héroe de Riobamba nunca renunció a su condición de
granadero y soldado de San Martín. Después de Riobamba siempre lució
con orgullo la distinción que le otorgó San Martín, distinción que
muchos años después, cuando ya estaba embarrado en las guerras civiles,
sacó a relucir para refutar a sus enemigos que lo acusaban de traidor a
la patria. “El Perú a los vencedores de Riobamba”, decía el brazalete
entregado por San Martín a su granadero.
Los méritos de Lavalle son también los méritos del
cuerpo de granaderos, ese regimiento que recibió su bautismo en San
Lorenzo y luego recorrió medio continente, siempre combatiendo contra
los enemigos de la Independencia. Los granaderos regresaron a Buenos
Aires catorce años después de haber sido creados. Llegaban cargados de
glorias y cicatrices. No eran muchos. De los mil hombres que marcharon a
Mendoza sobrevivieron 120.
Desde Buenos Aires a Colombia hay miles de
kilómetros. Estos bravos soldados los recorrieron peleando sin tregua.
Estuvieron en Chile, Perú, Ecuador, Colombia y Bolivia. En todos lados
recibieron reconocimientos y elogios. Ganaron y perdieron batallas,
mataron y murieron, combatieron en la montaña, en la llanura y en el
mar, y siempre defendieron los principios que en su momento les
inculcara San Martín, normas de disciplina tan austeras y exigentes que
hasta sancionaban al soldado que golpease a una mujer “aunque hubiera
sido insultado por ella”.
La suerte de los granaderos estuvo ligada a la de su
jefe. Cuando San Martín dejó Perú, ellos iniciaron el retorno a Buenos
Aires. El viaje fue largo y cargado de acechanzas. Hubo rebeliones,
naufragios y acciones heroicas. El 19 de febrero de 1826, setenta y ocho
granaderos a las órdenes del coronel Félix Bogado entraron a la ciudad
de Buenos Aires que los recibió como héroes. De los setenta y ocho,
había seis que realizaron toda la campaña, desde San Lorenzo a Junín.
Importa recordar sus nombres porque lo merecen: Paulino Rojas, Francisco
Olmos, Segundo Patricio Gómez, Dámaso Rosales, Francisco Vargas y
Miguel Chepaya.
El 23 de abril de ese año, y en homenaje a la batalla
de Riobamba, don Bernardino Rivadavia decidió incorporarlos a su
escolta, honor que mantienen hasta el día de la fecha. Para 1826 San
Martín ya estaba en el exilio, pero cuando se enteró de la noticia no
disimuló su satisfacción. Los granaderos habían sido su creación, su
primera criatura, la niña de sus ojos, como se decía entonces. San
Martín siempre consideró a los granaderos como un regimiento ejemplar,
como un modelo de profesionalismo militar. Parco y medido como era en
los elogios, dijo de ellos una de las frases más ponderativas que
salieron de la boca de ese hombre enemigo de las palabras fáciles y la
retórica liviana: “De lo que mis granaderos son capaces, sólo yo lo sé.
Habrá quien los iguale, quien los supere, no”.
Eufrasio Videla: "Así, como allá al frente, estaban los españoles en un cerrillo blanco". Don Eufrasio Videla es un viejo alto, flaco, nudoso, erguido, casi tan erguido como los álamos que cortan las perspectivas en los alrededores de Mendoza. Apenas un saludo y le espeté mi invariable pregunta: — ¿Cuántos años? — Treinta y ocho. — ¿Nada más? El viejo sonríe, baja la cabeza para detener la mirada en el sombrero de anchas alas, color te con leche, al que sus dedos retorcidos como sarmientos hacen girar con porfía. Pienso en que el pobre hombre ha perdido noción del tiempo, que desvaría su cabeza, que su memoria, más flaca que su cuerpo, yace tendida bajo la nieve de muchas décadas, porque me dijeron que don Eufrasio es hombre que ha traspasado los cien, y recupero mi actitud de moderno inquisidor. — ¿Treinta y ocho nada más don Eufrasio ? Sus labios mascullan un "ciento" y sale de nuevo, bien nítido, el ''treinta y ocho''. Ahora me parecen muchos los años, mas no me detengo a aclarar el punto y prosigo el interrogatorio, haciendo que repita las respuestas dos y tres veces, — y hasta cuatro y cinco, — a fin de alcanzar su sentido, pues resultan ininteligibles la mitad de las palabras en el lento balbucir de sus labios. Dijéronme que fue soldado de San Martín, pero no estuvo en el Plumerillo, ni se acuerda del general. — Yo estaba en San Juan, entonces, cuando decían que en Mendoza se formaba el ejército, y pasamos por ahí arriba, por Los Patos. — ¿Peleó usted? — ¿Y cómo no? Ahí en el Zanjón de Maipo, cuando ya no quisieron pelear más. — ¿Pero se acuerda de Maipo? — Sí que me acuerdo. Fue allí, pues, la última batalla, donde se rindieron. — ¿Y cómo empezó la cosa? — Unos cuantos días antes yo había llegado con los que salimos de San Juan. Después fueron, viniendo otros grupos de prisioneros y así se fue formando el ejército. (Pudiera el relato, muy bien, referirse a la llegada de dispersos de Cancha Rayada). Nosotros estábamos de la parte de aquí, —prosigue don Eufrasio, y al hacerlo sale al descanso de la escalera, poniendo cara a los Andes, — y como en la parte de allí enfrente, en un cerrito blanco, estaban los godos. — Flojanazos, ¿verdad? — Hum ... ¡Fieros habían sido! Peleamos y peleamos y no aflojaban... Después no quisieron pelear mas cuando vieron que nosotros tampoco aflojábamos. Entonces corrimos atrás pa que se rindieran. — ¿Y se rindieron? — ¿Y cómo no? Si ya no tenían más ganas de pelear. — ¿Y se entregaban? — Muchos so entregaban, otros querían escapar. Pero nosotros los alcanzábamos. — ¿Y no decían nada los españoles? — ¿Quiénes, los godos? Sí, decían: ''¡No mate corcho, no mate!'', cuando los alcanzábamos. Brillaron un punto sus pupilas, las arrugas dibujaron con gran esfuerzo una sonrisa y luego enmudeció el hombre, bajó la cabeza, y el sombrero retornó a girar entre los dedos. Lo demás que nos contó forma un maremágnum de hechos y episodios confundidos, en que se mezclan sin distinción de épocas, Rozas y Quiroga y las montoneras y la guerra del Paraguay. El viejecito Videla vive en la casa del ingeniero Fossati en la calle San Martín, 1778. Nos dijo este caballero, que Videla no conserva papel alguno, y que las medallas que poseyó en un tiempo las ha perdido o regalado, según relato del mismo don Eufrasio, y que el coronel Morgado, guerrero del Paraguay, le conoció en el ejército y de aspecto casi tan viejo entonces como ahora. El gobierno de Mendoza le pasa una pequeña pensión, que le alcanza para cubrir sus modestos gastos. Lo demás se lo otorga la caridad de las personas que le recogen en su casa. No podemos establecer a ciencia cierta si ha sido o no guerrero de la independencia porque ni siquiera la edad consta por documento público, pero si los 138 años son muchos años, es en cambio verdad que por estos pagos no son escasos los hombres de 110 o 115 años, y Videla bien puede oscilar entre estas dos últimas cifras y haber pertenecido a alguna de las milicias o cuerpos auxiliares del ejército de San Martín. Mendoza, marzo 22. Así reza esta nota publicada el 21 de Mayo de 1910 en la revista 'Caras y Caretas' Nº607 (Semanario Festivo, Literario, Artístico y de Actualidades).
AR-AGN-CyC01-dr-7-354020. Buenos Aires. Argentina. (AGN│Archivo General de la Nación)
La batalla de Huaqui o Guaqui, también conocida como la batalla del Desaguadero, la batalla de Yuraicoragua o el desastre de Huaqui
fue un enfrentamiento militar ocurrido el 20 de junio de 1811, en las
entradas norte y sur de la quebrada de Yuraicoragua, a 8 km al oeste del
pueblo de Guaqui, intendencia de La Paz, en el que el Ejército Real del Perú
venció al ejército de las provincias rioplatenses, autodenominado
Ejército Auxiliar y Combinado del Perú, y que puso fin a la llamada primera expedición auxiliadora al Alto Perú, «sellando para siempre la escisión entre el Río de la Plata y el Alto Perú».
Batalla de Huaqui Batalla de Guaqui
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Dos hechos políticos de importancia se produjeron en el Alto Perú. El 14 de septiembre de 1810, Francisco del Rivero
depuso al gobernador de Chuquisaca y se adhirió a la junta de Buenos
Aires. Lo mismo ocurrió en Oruro el 6 de octubre. El 22 del mismo mes,
ambas intendencias unieron sus fuerzas para cerrar por el norte toda
ayuda que Goyeneche pudiera enviar a Nieto. El 27 de octubre de 1810,
Balcarce fue rechazado por las fuerzas de José Córdoba y Rojas en el
llamado Combate de Cotagaita
que Castelli definió como "falso ataque". La vanguardia volvió a Tupiza
y para acercarse más al ejército que avanzaba desde el sur se desplazó
hacia Nazareno. Castelli envió doscientos hombres y dos cañones a
marchas forzadas. El 7 de noviembre de 1810, reforzado con esas fuerzas
que llegaron el día anterior, Balcarce logró derrotar a Córdoba y Rojas
en la batalla de Suipacha,
primer triunfo del Ejército Auxiliar del Perú. "Suipacha no fue más que
un combate parcial entre dos pequeñas divisiones de vanguardia". Una semana después de Suipacha, el 14 de noviembre, las fuerzas combinadas de Chuquisaca y Oruro, al mando de Esteban Arze, derrotaron a la columna de Fermín Piérola en la planicie de Aroma. La acumulación de todos estos hechos pulverizó el dominio del virrey Abascal sobre el Alto Perú.
El avance de las tropas del gobierno de Buenos Aires continuó hacia el norte del Alto Perú, hasta el límite con el Virreinato del Perú y ambos bandos se acercaron a una zona casi triangular cuyos vértices eran: Puente del Inca sobre el río Desaguadero, la localidad de Huaqui sobre el borde del lago Titicaca al este y la localidad de Jesús de Machaca al sureste. Este fue el teatro de operaciones donde tuvo lugar la batalla.
Orden de batalla
Orden de batalla
Ejército Real del Perú
Ejército Auxiliar y Combinado del Perú
Con un total de 7500 hombres y 14 piezas de artillería:
Brigadier Francisco del Rivero. Caballería Cochabambina (Pampa de Machaca) con 1800 hombres.9
Incidentes previos
El 11 de abril de 1811, una patrulla de la vanguardia del Ejército Auxiliar y Combinado, integrada por doce Húsares de La Paz, al mando del teniente Bernardo Vélez, recorría las cercanías del pueblo de Guaqui. Ahí se enteró de que un destacamento de exploración del Ejército Real del Perú
se dirigía hacia ese lugar y planeó emboscarla en las afueras del
pueblo. Al intentar hacerlo se encontró, sorpresivamente, con un
destacamento que tenía unos 100 soldados bien montados y armados. Tras
rechazar una intimación de rendición y antes de que esas fuerzas lo
pudieran rodear, el teniente Vélez se abrió paso hacia Guaqui y se
atrincheró en la iglesia del pueblo. Luego de un enfrentamiento de
quince minutos la patrulla de José Manuel de Goyeneche
se retiró hacia su base de partida llevándose dos prisioneros. Por
orden de Castelli, Díaz Vélez envió un emisario con una nota de protesta
y un pedido de devolución de los dos prisioneros. En la nota, Díaz
Vélez otorgó un plazo de dos horas para que se retiraran todas las
partidas de exploración que pudieran estar al este del río Desaguadero.
La respuesta de Goyeneche fue negativa pero devolvió los prisioneros.
Por su parte Díaz Vélez ordenó reforzar las avanzadas en la zona de
Guaqui. El 23 de abril, desde el campamento de Laja,
Castelli envió otro oficio a Goyeneche en el que, mencionando el
incidente del 11 de abril , advirtió que había tomado medidas para que
se respetaran los antiguos límites virreinales, no se interfirieran las
operaciones del Ejército Auxiliar al este del río Desaguadero ni se
mortificara a los pueblos de indios existentes en esa zona.
El 16 de mayo, mientras Francisco del Rivero
avanzaba con el grueso del regimiento de Voluntarios de Caballería
hacia su nueva base de operaciones en el pueblo de Jesús de Machaca, una
parte de su vanguardia, al mando del capitán de artillería Cosme del
Castillo, partió de esa localidad con una pequeña partida de 15 hombres.
En el camino hacia el Azafranal se enteró de que una partida de
Goyeneche recorría los pueblos de la zona. A unos 14 kilómetros más acá
del Azafranal, sobre el río Desaguadero y por propia iniciativa la atacó
ocasionándole varios heridos y muertos. Algunos se ahogaron al
pretender escapar cruzando el río. Del Castillo no tuvo ninguna baja.
Otra partida de 50 hombres, al mando del capitán José González, que
había partido de Jesús de Machaca antes que Cosme del Castillo, avanzó
unos 70 kilómetros con dirección oeste. Luego de cruzar el río
Desaguadero, ya en territorio del Virreinato del Perú, González se
enteró de que en el poblado de Pizacoma operaba una patrulla que
Goyeneche había enviado para controlar los caminos que desde el suroeste
conducían a Puente del Inca y Zepita. Esta patrulla estaba dispersa en
tres sectores: unos 25 hombres se encontraban en Pizacoma, otra
custodiaba los caballos que pastaban en los valles de la zona y la
tercera estaba en el pueblo de Huacullani, a 32 kilómetros al norte de
Pizacoma. El 17 de mayo, la caballería cochabambina cayó sorpresivamente
sobre Pizacoma logrando capturar casi todas las armas, caballos y
monturas, produciendo cuatro muertos y 41 prisioneros. Goyeneche reclamó
en vano que devolvieran lo capturado aduciendo que ya regia el
armisticio. Por su parte Díaz Vélez justificó la escaramuza diciendo que
esas patrullas que salieron de Jesús de Machaca no estaban al tanto del
armisticio pactado. Era cierto que Rivero operaba con autonomía y lejos
de Castelli ubicado entonces en Laja. Goyeneche acusó a estas fuerzas
de no tener “subordinación y disciplina”, de “tumultuarias”, que “ni
atendían reclamaciones ni obedecían las órdenes del que las mandaba y
dirigía”.
A principios de junio, ya en su cuartel de Huaqui, Castelli
ordenó al teniente coronel Esteban Hernández, que con 50 Dragones de la
Patria, ubique un puesto de vigilancia adelantado en la pampa de
Chiribaya, a unos 5 km hacia el oeste de la salida sur de la quebrada de
Yuraicoragua, y a unos 10 km antes de llegar al Puente del Inca. La
cercanía de esa vanguardia y, sobre todo, la ambigua redacción del
armisticio le permitió a Goyeneche interpretar esa presencia como una
violación del tratado por parte de Castelli, por lo que envió una
columna de 500 hombres, al mando de Picoaga, con la misión de
desalojarla. El 6 de junio de 1811, el capitán Eustoquio Moldes,
al mando de 20 soldados, mientras patrullaba la zona, capturó un
desertor que le informó el avance de Picoaga. Pese a la advertencia, la
pequeña patrulla de Moldes fue localizada y sufrió un ataque esa misma
noche. Esta escaramuza nocturna, en medio del frío y la oscuridad, a la
que se sumaron las fuerzas de Hernández, terminó con muertos, heridos y
prisioneros y la retirada de ambos contendientes que se adjudicaron la
victoria. Castelli comunicó al gobierno el incidente doce días después,
es decir, al día siguiente de haber recibido la respuesta negativa del
Cabildo de Lima a un arreglo pacífico y tras una junta de guerra en la
que se decidió iniciar las operaciones militares contra Goyeneche. En el
mismo oficio, Castelli informó al gobierno que consideraba que el
armisticio estaba roto.
La batalla
Juan José Castelli.
Después de acampar durante abril y mayo en Laja para reorganizar sus
cuadros, incorporar soldados y adiestrarse, el ahora Ejército Auxiliar y
Combinado del Perú avanzó hacia el río Desaguadero, llegando a Huaqui a
principios de junio de 1811. Díaz Vélez fue ascendido a coronel
graduado el 28 de mayo de 1811.
El 18 de junio, mientras aun regía el armisticio que Castelli
había firmado con José Manuel de Goyeneche y que probablemente ninguno
de los dos pensaba cumplir, Viamonte inició la marcha de aproximación de su división hacia Puente
del Inca, sobre el nacimiento del río Desaguadero. Partiendo de Huaqui,
su división cruzó de norte a sur la quebrada
de Yuraicoragua y estableció su campamento en la salida sur de la
misma, donde comienza el llano que da a la pampa de Machaca hacia el
este y Chiribaya al oeste. Al día siguiente, la división de Díaz Vélez
recorrió el mismo itinerario y llegó al atardecer sumándose a la
división de Viamonte. Así, en la noche del 19 de junio, víspera de la
batalla, las fuerzas de Castelli estaban dispersas en un amplio abanico:
dos divisiones seguían en Huaqui, otras dos divisiones estaban a 10
kilómetros de distancia, en la salida sur de la angosta quebrada de
Yuraicoragua y un tercer grupo, la división de caballería al mando de Francisco del Rivero, estaba en el pueblo de Jesús de Machaca,
a 18 kilómetros al sureste de las tropas de Viamonte y Díaz Vélez y
distante 29 kilómetros de las fuerzas de Castelli. Las unificadas
fuerzas de Goyeneche estaban peligrosamente ubicadas a solo 15
kilómetros del campamento de Viamonte.
Combates en el sur de la quebrada
Al
amanecer del día 20, patrullas de seguridad que operaban en la pampa de
Chiribaya, llegaron al campamento con la noticia de que a menos de 5 o
6 km avanzaban tropas de infantería, caballería y artillería. Era el ala
derecha de Goyeneche al mando de Juan Ramírez Orozco.
Díaz Vélez comprendió inmediatamente que toda la planificación del
ataque al Desaguadero había quedado obsoleta. Pese a recibir la orden
urgente de Viamonte de que su división saliera a contener a Ramírez,
Díaz Vélez se dirigió personalmente al puesto de mando de su jefe, «para
obviar equivocaciones», proponiendo el inmediato repliegue de las dos
divisiones hacia Huaqui y reunirse con González Balcarce ya que no
estaba previsto combatir separadamente. Viamonte le respondió que esa
propuesta era propia de un cobarde, que el que mandaba era él y que solo
debía obedecer. Pese a la extemporánea y violenta respuesta, en la que se notaba la
mala relación entre ambos, Díaz Vélez no dijo nada y se retiró para
hacerse cargo de su unidad. Viamonte negaría más tarde estas palabras
pero los testigos presentes las confirmaron en el juicio, separada y
textualmente.
Con una incomprensible demora de 24 horas y con el enemigo a la
vista, Viamonte envió al capitán Miguel Araoz con 300 hombres
«escogidos» para que ocupara el estratégico cerro ubicado sobre el lado
oeste de la salida de la quebrada de Yuraicoragua.
Desde ese cerro se dominaba ampliamente el camino que venía desde
el Puente del Inca rumbo a Jesús de Machaca y era ideal para ubicar
allí la artillería e impedir el avance enemigo proveniente del
Desaguadero por el lado sur del Vilavila. También dominaba el campamento
instalado abajo, en la salida sur de la quebrada, y la línea de batalla
secundaria integrada por el 2.º batallón del regimiento N.º 6, al mando
de Matías Balbastro. Este batallón debía contener un posible ataque
desde el norte, proveniente de Huaqui, sobre la derecha de la línea
principal que Viamonte y Díaz Vélez habían formado en la pampa de
Chiribaya.
Zona
sur quebrada Yuraicoragua. Disposición inicial. Color rojo: Ejército
Real del Perú. Color Azul: Ejército Auxiliar y Combinado del Perú
Primera fase: Para cumplir la misión de separar a las
divisiones de Viamonte y Díaz Vélez de las fuerzas de Castelli-Balcarce,
ubicadas al otro lado de la quebrada, Ramírez tenía que ocupar
indefectiblemente ese cerro. A tal efecto ordenó a sus guerrillas
avanzadas que lo atacaran mientras el grueso de sus fuerzas se dirigían a
ocupar su base. En la marcha de aproximación por la pampa de Chiribaya
tuvo que soportar durante dos kilómetros el fuego impune de la
artillería y fusilería que descargaba Araoz desde la cima hasta que pudo
llegar a unos cerros de menor altura que le sirvieron de protección.
Por ese punto sus fuerzas salieron a la pampa donde se reorganizaron en
escalones para iniciar el combate por el dominio del cerro. Viamonte
comprendió que toda la batalla se centraría en sostener esa posición y
sus alrededores. Reforzó así las fuerzas de Araoz enviando sucesivas
compañías que sacó del primer batallón del regimiento N.º 6 y reforzó la
artillería adicionando una culebrina de mayor calibre y un obús. La
lucha en ese sector, por el tipo de terreno, fue caótica.
Situación
10:00 horas: 1 y 2) Ataque de Ramírez y su vanguardia; 3-5) Araoz
sostiene su posición y recibe ayuda de Viamonte; 4) Díaz Vélez ataca a
Ramírez; 6-7) Balbastro adelanta 4 compañías
Segunda fase: Con la aparición de Ramírez en la pampa a 500
metros del cerro, Viamonte ordenó a Díaz Vélez que se hiciera cargo de
todo el combate por el dominio del cerro y sus alrededores. Así, a las
dos horas de iniciada la batalla, Díaz Vélez, con los granaderos de
Chuquisaca y una compañía de dragones a pie, con un obús y una culebrina
de a 4, entró en acción contra las fuerzas de Ramírez. Según Viamonte,
se desarrolló entonces «la más formidable acción» que haya conocido.16
Después de dos horas de combate, pasado el mediodía, la infantería de
Ramírez pareció flaquear y su caballería comenzó a retirarse. Díaz Vélez
ordenó que la caballería del ejército auxiliar, superior en número a la
de Ramírez, entrara en acción. Así se hizo pero, lamentablemente, esas
fuerzas se dispersaron en acciones secundarias y no tuvieron ningún peso
en la batalla. Entonces Díaz Vélez pidió refuerzos a Viamonte para
acelerar el colapso del enemigo. La negativa de este daría lugar a que
tanto Díaz Vélez como otros oficiales lo responsabilizaran a posteriori
por el resultado de la batalla. La realidad era que, en ese momento, lo
que quedaba del regimiento N.º 6 de Viamonte sumando el resto de la
división de Díaz Vélez que no habían entrado en combate, se habían
reducido a solo 300 hombres. Era la única reserva disponible que tenía
Viamonte para hacer frente, por un lado, al combate todavía indeciso que
conducía Díaz Vélez y, por el otro, a una nueva columna enemiga que
apareció desde el norte marchando por la quebrada y las alturas
occidentales de la misma rumbo al cerro y a la línea secundaria
defendida por el batallón N.º 2 de Balbastro, que para entonces, ya
estaba reducido a la mitad por una desafortunada decisión táctica de
avanzar cuatro compañías hacia el centro de la quebrada.
Tercera fase: Para Viamonte, la presencia de estas fuerzas
que venían del norte era una señal inquietante de lo que podía estar
sucediendo al otro lado de la quebrada y cuya evolución desconocía por
completo. Esta columna estaba al mando del mayor general Juan Pío de
Tristán, primo de Goyeneche, y eran las mejores tropas del Real Ejército
del Perú: el batallón de Puno, el Real de Lima, y una compañía de
zapadores. Habían realizado una marcha de aproximación difícil, subiendo
y bajando cerros a través de la cadena del Vilavila, sin perder la
orientación ni agotarse en el esfuerzo. Cuando atacaron desde una
posición más elevada por el lado derecho del cerro, la sorpresa y el
aumento de bajas quebró la resistencia de los guerrilleros de Araoz que
comenzaron a retroceder en completo desorden. Al bajar a la quebrada
arrastraron consigo a las fuerzas de Balbastro que tampoco estaban en
condiciones de sostener la posición si el enemigo dominaba las alturas.
Lo mismo sucedió con las fuerzas de Díaz Vélez que también retrocedieron
desordenadamente. Ante esta favorable situación, Ramírez ordenó la
persecución del enemigo.
Cuarta fase:
Por puro azar, los soldados que huían en desorden no se dirigieron hacia
las tropas de la reserva al mando de Viamonte ubicadas en la pampa sino
que pasaron lejos, por su derecha, rumbo a Jesús de Machaca. Esta
reserva, descansada y en perfecto orden, pudo así rechazar con un
violento fuego de fusilería a las tropas que venían en persecución, ya
agotadas por tantas horas de marcha y combate. Ramírez suspendió la
maniobra sin saber que enfrentaba a solo 300 soldados y un cañón y se
dedicó a saquear el abandonado campamento del ejército auxiliar. Díaz
Vélez y Araoz, adelantándose a las fuerzas que huían, lograron
contenerlas y reorganizar a gran parte de estas. Se formó así una nueva
línea a dos kilómetros de la posición inicial, detrás de las fuerzas de
Viamonte. Cuando este ordenó a su vez la retirada de la reserva para que
salieran del alcance del fuego enemigo que provenía del cerro, estas
comenzaron a desorganizarse pero terminaron contenidas por esta segunda
línea en formación. Hasta ese momento y teniendo en cuenta la sorpresa
inicial, la situación no era tan grave. De unos 2100 soldados iniciales
quedaban en la línea 1500, faltaban 600 de los cuales había que
descontar 60 bajas por lo que eran 540, en su gran mayoría desertores,
los que habían huido hacia Jesús de Machaca o se habían dispersado en
los cerros aledaños. Pero lo más sorprendente y decisivo fue la conducta
de una gran proporción de oficiales (capitanes, tenientes y
subtenientes) que habían huido, algunos incluso antes de entrar en
combate, y que pertenecían a las mejores unidades del ejército auxiliar.
Quinta fase: Mientras las tropas del ejército auxiliar se
reorganizaban y descansaban en esta nueva línea de combate frente a un
enemigo en actitud expectante, tuvieron que presenciar cómo el
campamento era saqueado por el enemigo: municiones, carpas, mochilas,
efectos personales y, especialmente, abrigos y comida. Antes del
mediodía Viamonte había intentado infructuosamente localizar a Francisco
del Rivero y su caballería que habían salido de Jesús de Machaca al
amanecer rumbo al puente construido sobre el río Desaguadero, es decir, a
no más de 10–11 km de la quebrada de Yuraicoragua. Rivero apareció
recién a las cuatro, cuando caía la tarde. La relación entre Rivero y
los jefes del ejército auxiliar nunca fueron buenas y resultó
inexplicable que habiendo escuchado desde las primeras horas del día el
accionar de la fusilería y cañones en la salida de la quebrada, no
dedujera que el ataque sorpresivo de Goyeneche en ese lugar había
reducido a nada el objetivo que tenía que alcanzar en el plan de
Castelli. La presencia tardía de Rivero y sus 1500 hombres no alteró la
situación. Con prudencia, Ramírez no comprometió sus fuerzas en la
pampa. Sencillamente las subió a los cerros donde la caballería no tenía
ninguna capacidad ofensiva.
Combates en el centro de la quebrada
Plano
ilustración de la batalla en Torrente, 1830, tomo I, p=186 con partes
borradas, deficiencias topográficas y errores disposición de tropas
Ni bien el 2.º batallón del regimiento n.º 6 ocupó su posición
mirando hacia el norte de la quebrada de Yuraicoragua para contener un
posible ataque desde esa dirección, su comandante, el sargento mayor Matías Balbastro,
envió patrullas adelantadas de observación que debían avanzar hasta
unirse a una compañía de pardos y morenos que estaba posicionada desde
la noche anterior en un cerro ubicado en la mitad de la quebrada.
Balbastro envió además al capitán Eustoquio Moldes, con 26 dragones
montados, que debían superar esa posición y avanzar hasta la entrada
norte de la quebrada, es decir, hasta el lugar donde se abre a la pampa
de Azafranal. Cuando Moldes llegó a su objetivo pudo constatar que ya
las fuerzas enemigas al mando de Goyeneche, unos 2000 hombres, estaban
avanzando por el camino Puente del Inca-Huaqui y que, paralelamente,
otras fuerzas estaban subiendo a los cerros que dominaban la entrada
occidental de la quebrada enviando guerrillas hacia el sur, es decir,
contra la compañía de pardos y morenos. Significativamente Moldes, en su
declaración del 19 de diciembre de 1811, en la Causa del Desaguadero,
no mencionó haber visto a las fuerzas de González Balcarce que debían
estar ubicadas a la derecha de su punto de observación. Después de
avisar a Balbastro estas novedades se retiró del lugar ante el peligro
de quedar aislado. Moldes no volvió por la quebrada ya que omitió en su
declaración haberse cruzado con las cuatro compañías que avanzaban por
ella rumbo al norte. Moldes perdió todo contacto con sus jefes y
desapareció hasta las cinco y media de la tarde cuando se unió a lo que
quedaba de las fuerzas de Viamonte y Díaz Vélez en momentos en que,
desde su nueva posición, estos disponían la retirada hacia Jesús de
Machaca.17
Enterado Viamonte de lo que ocurría en la entrada norte de la quebrada
tuvo que decidir si enfrentar a las fuerzas enemigas que se dirigían
hacia el sur o replegar a Balbastro para reforzar el ataque en curso
contra Ramírez. Tomó una decisión intermedia: ordenó a Balbastro que
enviara la mitad de sus fuerzas, cuatro compañías o sea unos 400
hombres, más dos cañones, hacia el centro de la quebrada. El teniente
coronel José León Domínguez,
objetó diciendo que esas fuerzas eran muy escasas frente a las fuerzas
que los informes había estimado en unos 1500 hombres y sugería que mejor
era atacar con todo el batallón o, en su defecto, quedarse en el lugar
en actitud defensiva. Balbastro respondió que esa era la orden de
Viamonte. Estas cuatro compañías avanzaron lentamente en formación por la quebrada
arrastrando los cañones cuando ya la compañía de pardos y morenos, que
debía protegerlos desde los cerros de la izquierda, había sido
desalojada. Casi de inmediato se enfrentaron con fuerzas que la
cuadruplicaban en número, mejor posicionadas y que las atacaban de
frente y por la izquierda. Se trataba del batallón de Puno y la compañía
de zapadores de Tristán y una parte de las fuerzas del Real de Lima que
luego giraría hacia el noreste para atacar el flanco izquierdo de
Bolaños. Estas fuerzas prácticamente desintegraron a esas cuatro
compañías. Los sobrevivientes se dispersaron trepando los cerros del
lado este, porque las fuerzas enemigas, adelantándose por los cerros del
lado oeste, ya habían cortado la quebrada más al sur aislándolos de
Balbastro. De las cuatro compañías, solo la 5.ª pudo unirse a su jefe y continuar
combatiendo, dos se dispersaron hacia Jesús de Machaca y Viacha y la
6.ª, al mando del capitán Bernardino Paz, se dirigió accidentalmente al
norte, hacia el lugar donde Castelli, Balcarce y Bolaños estaban
formando su línea defensiva.
Este breve y desastroso combate, que tendrá importantes consecuencias
ulteriores en el desarrollo de la batalla, no suele figurar en la
historiografía sobre la batalla de Huaqui.
Combates en el norte de la quebrada
El
combate en la zona norte de la quebrada de Yuraicoragua fue considerado
de dos maneras: los contemporáneos de la batalla entendieron que era el
principal porque en ella participaron los jefes de los dos ejércitos.
En cambio, los posteriores historiadores argentinos tendieron a restarle
importancia porque en ella participaron mayoritariamente tropas del
Alto Perú.
La división al mando de Bolaños, formada por los regimientos N.º 8 de
infantería de Patricios de La Paz y el N.º 7 de infantería de
Cochabamba, debía avanzar desde Huaqui hacia la entrada norte de la
quebrada de Yuraicoragua y de allí atacar, por la pampa de Azafranal,
las posiciones de Goyeneche en el Puente del Inca. El capitán Alejandro
Heredia, custodiaba la quebrada con un fuerte destacamento de dragones y
su misión era de seguridad adelantada. Colaboraba en esa tarea de
vigilancia un observador ubicado en la torre de la iglesia de Huaqui
provisto de un catalejo. El 20 de junio, a las 07:00 horas, el capitán
Heredia escuchó disparos provenientes de la salida sur de la quebrada e
inmediatamente envió un mensajero hacia Huaqui, distante 8 km. En su
frente, hacia el oeste, una densa bruma cubría la pampa de Azafranal. A
las 07:30, saliendo de la nada, aparecieron las fuerzas principales de
Goyeneche que avanzaban con dirección a Huaqui. En su marcha de
aproximación este había ido destacando guerrillas cada vez más
importantes sobre las cimas del Vilavila.
Los dos regimientos de infantería que iban a enfrentar a las
fuerzas de Goyeneche en el sector norte de la quebrada tenían serios
problemas. La mayoría de los oficiales del regimiento N.º 8 de La Paz ya
habían combatido y habían sido derrotados en esa zona por Goyeneche, en
1809. Sabían de la capacidad de las fuerzas peruanas y de sus
represalias. Pero el actual regimiento paceño era de reciente formación,
heterogéneo y del cual se sacaban permanentemente soldados para otras
unidades. Tenía un alto porcentaje de deserción por la proximidad con la
zona donde los soldados habían sido reclutados. Sus oficiales, pese a
su experiencia y voluntad, sabían de estas debilidades y tenían serias
dudas sobre el resultado de la operación que se estaba proyectando. Su
comandante, el experimentado sargento mayor paceño Clemente Diez de
Medina, el que mejor conocía la topografía del teatro de operaciones,
fue el que se animó, en la reunión final del 17 de junio, a apoyar a
Montes de Oca argumentando que no era conveniente atacar a Goyeneche por
la posición ventajosa que ocupaba y los 7000 hombres que tenía. Muchos
pensaban lo mismo pero callaron para no aparecer como cobardes. La
respuesta tajante de Castelli fue que la reunión era para ver la mejor
forma de atacar, no para discutir si se atacaba o no, decisión que ya
estaba tomada. El 12 de junio, ocho días antes de la batalla, el
veterano José Bonifacio Bolaños había sido nombrado comandante de la
división formada por los regimientos N.º 7 y N.º 8. Desde ese día y
hasta el 19 junio intentó interiorizarse del estado operativo mediante
ejercicios intensos para elevar la falta de pericia militar y el animo
de oficiales y soldados. Sin embargo, tal fue su consternación ante la
evaluación que pidió 400 hombres del regimiento N.º 6, el mejor del
Ejército Auxiliar, para crear un núcleo fuerte dentro del regimiento N.º
8, lo que no pudo conseguir. Así, teniendo "cada día [...] menos
esperanza de que [su división] fuera capaz de batir al enemigo" se
acercó la fecha del sorpresivo ataque de Goyeneche.22
El día anterior, Bolaños recorrió lo que sería presumiblemente el campo
de batalla hasta llegar casi a las avanzadas de Goyeneche. No vio nada
anormal salvo una lejana polvareda que le hizo suponer que el enemigo
estaba juntando los caballos, hecho que informó a sus superiores.
A las siete de la mañana, la llegada de noticias que envió
Viamonte desde el sur produjo una sorpresa total en el campamento de
Huaqui. Para una división que estaba tan cerca del enemigo y que debía
marchar al frente ese mismo día esto no era normal.23
Bolaños intentó formar a sus regimientos en la plaza para arengarlos
antes de iniciar la batalla pero en ese momento llegó la orden de
Balcarce de que debían salir inmediatamente hacia la entrada de la
quebrada de Yuraicoragua antes de que lo ocupara el enemigo. La
artillería, con las mulas de tiro todavía dispersas, tuvo que ser
arrastrada hacia el frente por lanceros que fueron desarmados para tal
fin.
Los dos regimientos emprendieron la marcha de aproximación a paso
vivo y en total desorden. En la confusión algunos oficiales bisoños
desaparecieron abandonando a sus tropas. Cansados, después de más de una
hora de marcha forzada recorriendo siete kilómetros y sin conservar sus
formaciones, los soldados fueron ocupando sus posiciones. Al comenzar
la batalla solo estaban la mitad de los 1500 a 2000 soldados. Pese a
todo, el lugar donde se desplegaron ofrecía buenas ventajas
topográficas. Frente a la línea de avance de Goyeneche se levantaba una
elevación que en forma de suave muralla se extendía en forma
perpendicular al lago Titicaca y las serranías del Vilavila cerrando la
pampa de Azafranal y el camino hacia Huaqui. El único punto débil estaba
hacia el sur, donde comenzaban los cerros del Vilavila, que si eran
ocupados por el enemigo le permitiría atacar de flanco y amenazar la
retaguardia. Balcarce no tomó ninguna medida al respecto.
A las 9 de la mañana, viendo el despliegue enemigo y teniendo en
cuenta el fuerte combate que se desarrollaba en el sur de la quebrada,
Goyeneche tomó una decisión fundamental. Dividió sus fuerzas en dos
columnas. La de la derecha, al mando de su primo Juan Pío de Tristán,
compuesta por las mejores tropas, el Real de Lima, el batallón de Puno,
una compañía de zapadores y un cañón debían subir al Vilavila y sumarse a
las guerrillas que ya operaban en los cerros. Tenía un doble objetivo,
en primer lugar, flanquear desde las alturas a las fuerzas de Viamonte y
Díaz Vélez al sur de la quebrada y, en segundo lugar, atacar desde los
cerros el ala izquierda de las fuerzas de Balcarce. Con esta maniobra,
Goyeneche cambió el eje principal de la batalla, lo llevó desde la pampa
de Azafranal a los cerros del Vilavila.
El primer objetivo tuvo sus primeros frutos cuando sorprendió y
desintegró, en plena quebrada, a los cuatro batallones que Balbastro
había enviado cumpliendo órdenes de Viamonte. El problema principal que
enfrentó la columna de Pío Tristán fue vencer las dificultades
topográficas del Vilavila: no perder la orientación y superar el
esfuerzo de subir y bajar cerros manteniendo la rapidez en la ejecución
táctica. Por el otro extremo de su línea de ataque, Goyeneche envió al
regimiento de Cuzco para que atacara en una pequeña franja de terreno
entre la ventajosa posición ocupada por el enemigo y el lago Titicaca.
En el centro, tres compañías tenían como objetivo un ataque de
demostración para aferrar al enemigo.
Los problemas en las fuerzas de Bolaños comenzaron en su ala izquierda debido a una sucesión de hechos de diverso origen:
La sorpresiva aparición por el Vilavila de las tropas de
Bernardino Paz que venían huyendo de la derrota en la quebrada de
Yuraicoragua y que a los gritos decían que toda la división estaba
muerta o prisionera o que habían sido cortados.
Detrás de estas fuerzas aparecieron las primeras guerrillas de Pio Tristán que produjeron algunas bajas.
Solo había pasado media hora de combate cuando cesó el fuego de la
artillería debido a la descompostura de los cañones. Esto afectó a la
infantería que se sintió desprotegida frente al enemigo. Cuando Bolaños
quiso enviar dos cañones en reemplazo ya no pudo conseguir quien lo
hiciera ni los protegiera.
Los soldados, pálidos y casi paralizados, comenzaron a esconderse
entre las piedras o ponían pretextos para no disparar. Resultaron
inútiles las órdenes, ruegos y amenazas para que cumplieran las órdenes.
El terror había quebrado la cadena de mandos.
Bastó entonces que un reducido número de soldados corriera hacia la
retaguardia para que todos, contagiados por el pánico, hicieron lo
mismo, abandonando armas, equipos y hasta sacándose el uniforme.
"[...] cuando llegué a la cima del cerro miro con
dolor huyendo toda mi línea que constaba de 1200 hombres puestos en
vergonzosa fuga". José Bonifacio Bolaños en (Bolaños, 1912, p. 79)
A mediodía, y salvo un pequeño grupo de exsoldados de
Nieto que se pasaron al enemigo, el resto había huido en tropel hacia
Huaqui. En el camino se mezclaron con las débiles fuerzas de reserva al
mando de Montes de Oca que avanzaban hacia el frente con cuatro cañones y
las desorganizaron completamente. Esa reserva abandonó la artillería y
también se dispersó hacia Huaqui.
Castelli y Balcarce, que observaban lo que sucedía desde un cerro
ubicado a la izquierda, enviaron a los oficiales que los acompañaban
para intentar detenerlos. Al quedar solos temieron ser capturados por
las guerrillas del Real de Lima que se estaban aproximando y decidieron
retirarse, no hacia Huaqui sino hacia el sur, para unirse a Viamonte o
Rivero en Jesús de Machaca. Así terminó la batalla en el lado norte de
la entrada a la quebrada de Yuraicoragua.
Consecuencias
Mientras
tanto en el Virreinato del Perú, el mismo 20 de junio de 1811 estalló
la revolución que había sido convenientemente preparada. El caudillo
tacneño Francisco Antonio de Zela previamente se había puesto de acuerdo con Castelli conviniendo que mientras él llevaría la revolución a Tacna el ejército rioplatense avanzaría hacia el Perú para iniciar la campaña para independizarlo de la corona española. Pero la derrota de Huaqui dio por tierra cualquier movimiento revolucionario planeado en el virreinato peruano.
La gran impresión que causó en la Junta Grande de Buenos Aires esta derrota militar —por la pérdida de todo el armamento— obligó a que su Presidente, el general Cornelio Saavedra,
se dirigiera a las provincias del norte a fin de recomponer la
situación. Pero esta debilidad fue utilizada por el grupo revolucionario
afín a Mariano Moreno para destituirlo del mando y desterralo creando el Primer Triunvirato.
Tanto el comandante en jefe político, Castelli, como el
comandante militar, González Balcarce, fueran relevados y juzgados. Lo
mismo le sucedió al coronel Viamonte, acusado de no involucrar a los
1500 efectivos a su mando en la contienda.
Otra consecuencia fue que se pactase una tregua con Montevideo, por el temor del gobierno de Buenos Aires a verse atacado en dos frentes al mismo tiempo.
La derrota de los rioplatenses en Huaqui fue de tal magnitud que a
la pérdida momentánea de las provincias del Alto Perú se añadió la
debilidad que se instaló en el norte que quedó expuesto a una posible
invasión de las fuerzas realistas.
Acuarela del Fuerte de Buenos Aires en 1816 mostrando orgullosa la albiceleste
6 de septiembre de 1816: Emeric Essex Vidal, acuarelista británico, desde la borda de la fragata inglesa “Hyacinth”, pintó una acuarela de gran valor documental, donde se ve a pleno color la insignia celeste y blanca tremolando en la torre del Fuerte de la ciudad. Es la primer representación de la Bandera Nacional. Esta acuarela sobre papel, mide 25 x 37 cm. Firmado E. E. Vidal y fechada 1816 abajo a la derecha. Ref: En el reverso una detallada descripción de la costa de la ciudad de Buenos Ayres, debajo lleva la inscripción "The Castle of Buenos Ayres, and the beach beneath taken from the Mole Head: 6 sept. 1816 - E.E. Vidal". Reproducida en la lámina 58 del libro "Iconografía de Buenos Aires" de Bonifacio del Carril y Anibal Aguirre Saravia. Citamos el comentario de esta acuarela tomada del libro ".. En la primera acuarela que Vidal pintó al llegar a Buenos Aires el 6 de septiembre de 1816 dibujó, precisamente la imagen del Fuerte. Se estaban realizando en esos días las ceremonias del juramento de la independencia, declarada el 9 de julio en Tucumán. Aparece enarbolada en el bastión norte la bandera adoptada como símbolo patrio por el Congreso. Es también la primera representación pictórica de la Bandera que se conoce. Para ejecutar esta acuarela, Vidal se situó en el antiguo muelle que existía desde la época colonial a la altura de las calle Cangallo y Sarmiento, frente a la Alameda ...".
“Lamadrid el Inmortal” – Un poco de nuestra historia argentina.
Otro de los personajes olvidados y a los que le recortaron el apellido
Uno de los personajes más literalmente extraordinarios, es decir fuera de lo común, y más olvidados de nuestra historia es Gregorio Aráoz de Lamadrid (o La Madrid, se han encontrado documentos también escritos así). Nació en Tucumán el 28 de noviembre de 1795. El apellido Aráoz, que le venía dado por su madre, era un importante pasaporte en cualquier lugar del país. Se casó en Buenos Aires con María Luisa Díaz Vélez Insiarte con quien tuvo nada menos que trece hijos, algunos de los cuales fueron apadrinados por sus futuros enemigos Juan Manuel de Rosas y Manuel Dorrego.
Allá por 1811 se incorporó a las milicias que comandaba el General Belgrano, que tendría en Lamadrid a uno de sus hombres más cercanos y confiables. Estuvo junto a don Manuel en las gloriosas batallas de Salta y Tucumán, pero también en las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma. Volviendo con aquellas tropas destrozadas obtuvo las victorias de Colpayo y Costa de Quirbe.
Lamadrid no era para estarse quieto y marchó a una nueva campaña al Alto Perú esta vez a las órdenes de Rondeau. En aquella batalla de Venta y media que le inutilizó el brazo a José María Paz, se vio nítidamente la temeridad de Lamadrid que, sin importarle nada, salvó al herido General De la Cruz, que estaba a punto de caer en manos del enemigo español. Esta corajeada le valió el ascenso a Teniente Coronel.
Peleó junto al caudillo popular de las Republiquetas del Alto Perú, Vicente Camargo, derrotando a una importante partida de realistas.
Volvió a la carga con Belgrano quien le encargó misiones imposibles, pero el hombre siempre iba por más. El 15 de abril de 1817 al mando de ciento cincuenta hombres sitió y ocupó la ciudad de Tarija tomando prisioneros a tres tenientes coroneles y diecisiete oficiales y un gran parque de artillería. Siguió aquella temeraria campaña batallando sin parar y llegando a Tucumán con 386 soldados, más del doble del número original porque se le fueron sumando voluntarios en el camino. Belgrano lo ascendió a Coronel. Para entonces las batallas por la independencia ya se mezclaban con nuestras guerras civiles y Lamadrid optó por el bando unitario.
Será el gran enemigo de Quiroga, que lo derrotó en El Tala el 27 de octubre de 1826. Aquí ocurrió una de esas escenas de película en la vida de Lamadrid: se le vino encima un pelotón de quince montoneros a los que decidió enfrentar solo. Terminó con el tabique nasal roto, varias costillas quebradas, una oreja cortada, una herida punzante en el estómago y un tiro de gracia en la cabeza.
En ese momento a uno de sus atacantes le entró la duda de si no habían matado nada menos que a Lamadrid, pero eso era imposible. La duda siguió y el hombre convenció a sus compañeros para que regresaran a revisar el cadáver, pero ya no estaba.
Sacando fuerzas de vaya a saber dónde, el malherido logró arrastrarse muchos metros hasta un rancho y sobrevivir. El Tala fue una derrota tremenda, pero también la partida de nacimiento de la leyenda de “Lamadrid el inmortal”. Algo de eso había porque para diciembre ya había recuperado no sólo la salud sino el mando de su provincia y las ganas de revancha frente a Quiroga que lo volvió a derrotar en el Rincón de Valladares el 6 de julio de 1827. Eligió el camino del exilio en Bolivia, aunque al enterarse de la sublevación de Lavalle, a fines de 1828, se unió a sus filas, pero trató por todos los medios a su alcance de impedir el fusilamiento del gobernador derrocado, el federal Manuel Dorrego.
La revancha con su pesadilla, Facundo Quiroga, le llegaría en las batallas de La Tablada y Oncativo, tras las cuales desataría su furia y una verdadera y horrenda carnicería contra los montoneros derrotados. Un hecho inesperado pondría en jaque a los unitarios del interior: la captura de su máximo jefe político-militar, el General Paz en el paraje de El Tío, por hombres de Estanislao López. El hecho era tremendamente desequilibrante y Lamadrid debió asumir la jefatura en un contexto muy desfavorable, con la creciente influencia de Rosas en todo el país y el predominio federal en el Litoral.
Llegaría la hora señalada para Quiroga, el tigre de Los Llanos, en La Ciudadela de Tucumán el 4 de noviembre de 1831. La derrota para los unitarios fue total y Lamadrid marchó nuevamente a Bolivia y de allí pasó a Montevideo en 1834.
Por uno de esos extraños misterios de la historia, su enemigo Rosas le encomendó la misión de poner orden en el Norte y limpiar de unitarios aquellos territorios controlados por la “Coalición del Norte”. Lamadrid fue para aquellas latitudes, pero para seguir militando en la causa unitaria con los recursos de la Buenos Aires federal.
Lavalle, que venía de fracasar en su intento de invadir Buenos Aires con apoyo francés, decidió unir fuerzas con Lamadrid en Córdoba. Pero los hombres se desencontraron fatalmente y Lavalle fue completamente derrotado en Quebracho Herrado y partió para La Rioja; Lamadrid decidió entonces hacerse fuerte en su reducto de Tucumán desde donde lanzó una ofensiva sobre Cuyo que terminaría en la derrota de Rodeo del Medio el 24 de septiembre de 1841.
Las noticias corrían muy lentas por entonces y Lamadrid no pudo enterarse a tiempo de que su compañero Lavalle había muerto asesinado en Jujuy. En 1846 decidió volver a Montevideo para unirse al activo exilio antirosista. Cinco años más tarde sería contactado por emisarios de Justo José de Urquiza para que comandara una de las alas principales de su “ejército grande” que pondría fin al período rosista en la batalla de Caseros el 3 de febrero de 1852. Cuando la tropa hizo su entrada a Buenos Aires hubo un solo oficial llevado en andas por la gente: Don Gregorio Aráoz de Lamadrid.
Poco después comenzaría a escribir sus célebres memorias que son, junto a las del general Paz, una fuente imprescindible para conocer nuestra historia desde la mirada unitaria. Murió en Buenos Aires el 5 de enero de 1857, pero sus restos fueron trasladados a su querida Tucumán y depositados en la catedral.
Fuentes: “Lamadrid, federal "sospechoso" o unitario "vendido" // Biografías de José María Paz, Juan Lavalle y Juan Manuel de Rosas // Digesto Municipal
Serias fueron las lesiones que recibió en la acción de El Tala, en 1826, contra Facundo Quiroga, donde fue dejado por muerto en el campo. Derrotado otra vez por Quiroga, pasó a Bolivia y luego partió a Buenos Aires. Llegó en mayo de 1828. Narra en sus “Memorias” que, al arribar, “Las heridas de la espalda y 15 más de la cabeza y el brazo estaban curadas”, pero seguía abierta una incisión en la costilla. El médico Hougham le dijo que no cerraba, porque contenía un cuerpo extraño, una astilla de hueso; pero aseguró que lo curaría. Mientras, “me estaba administrando una bebida de un cocimiento de zarza, orosú y no sé qué otros ingredientes compuestos por él”, cuenta el general. La herida se cerró, pero volvió a abrirse, y otra vez se cerró. Esta última vez, de “un modo que no la había visto en todas las veces anteriores, formando una hendidura como si se hubiese contraído la carne para unirse al hueso”. La Madrid fue a la casa de Hougham a manifestarle que ya estaba curado. El médico no aceptó eso. Dijo: “No puede ser. No sanará de firme mientras no salga el hueso solo, pues está ya casi desprendido enteramente”. La Madrid replicó. “En mi concepto no volverá a abrirse, porque veo en ella una señal que no he visto en las veces anteriores”. Y, narra, “desprendiéndome los suspensores se la enseñé”. Al ver la herida cerrada, Hougham “se sorprendió y me dijo: ¡En efecto, ha obrado en usted la naturaleza un prodigio que no he visto en los años que cuento de médico! ¡Ha soldado el hueso y no volverá a abrirse!”.