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jueves, 4 de abril de 2024

Argentina: La justa reivindicación de Julio Argentino Roca

Por qué Milei mencionó a Julio Argentino Roca como inspiración para la defensa de la soberanía y padre de la Argentina moderna

El jefe de Estado ya había citado al ex Presidente en sus discursos. Hoy lo reivindicó en el homenaje realizado a los caídos de Malvinas a 42 años de la Guerra

Javier Milei revindicó a Julio Argentino Roca durante su discurso en el homenaje realizado a los caídos de Malvinas en el Cenotafio de la Ciudad de Buenos Aires. Según planteó, el ex general y dos veces presidente de la Argentina es fuente de inspiración como defensor de la soberanía y padre de la Argentina moderna.

“Hubo una generación de dirigentes en nuestro país que hoy recordamos como la generación del 80′. que consolidó nuestra soberanía territorial y nos marcó el rumbo para cumplir tamaña tarea. De esa generación, la principal inspiración para nuestro reclamo de soberanía es el gran general Julio Argentino Roca, el padre de la Argentina moderna. Este 2 de abril y en homenaje a nuestros veteranos y sus familias, tenemos que retomar su ejemplo”, dijo el jefe de Estado en un acto que encabezó junto a su vice, Victoria Villarruel.

No fue la primera vez que lo mencionó en público. El 10 de diciembre del año pasado, en su primer discurso como jefe de Estado, ya se había referenciado en Roca. En un discurso inaugural muy marcado por referencias a la gravedad de la crisis económica, al peso de la herencia recibida y a las medidas de shock necesarias para no caer en un colapso mayor, Javier Milei insistió en que “no hay alternativa” a la austeridad presupuestaria. Y, en respaldo a ese diagnóstico, citó una frase del general que aseguró la soberanía argentina sobre la Patagonia: “Será duro. Pero como dijo Julio Argentino Roca, ‘nada grande, nada estable y duradero se conquista en el mundo, cuando se trata de la libertad de los hombres y del engrandecimiento de los pueblos, si no es a costa de supremos esfuerzos y dolorosos sacrificios’”.

La frase fue pronunciada por Julio Argentino Roca, el 12 de octubre de 1880, en el discurso inaugural de su primer mandato presidencial, ante el Congreso Nacional. Asumía en un año crítico, marcado por nuevos enfrentamientos entre porteños y nacionales, en la eterna disputa por los recursos del puerto y la “propiedad” de la ciudad de Buenos Aires, en la que los presidentes eran tratados como huéspedes... A todo eso le puso fin el gobierno de orden y progreso de Roca.

Julio Argentino Roca (Enrique Breccia)

A partir de las menciones de Milei, es oportuno entonces recordar la trayectoria extensa, multifacética y prolífica de este general y estadista que le dejó al país un legado esencial que durante muchos años algunos pretendieron desconocer.

En el momento en que Julio Argentino Roca, destacado militar de profesión, inició su actuación civil -en enero de 1878, cuando el presidente Nicolás Avellaneda lo nombró Ministro de Guerra y Marina en reemplazo del fallecido Adolfo Alsina– en la Argentina había dos grandes problemas irresueltos, obstáculos a la consolidación nacional y al desarrollo del país: la frontera móvil e insegura y el llamado “problema de la Capital”.

Menos de tres años después, el 12 de octubre de 1880, el general Roca asumía por primera vez la presidencia en un país cuyo Estado nacional había extendido su control a un territorio que representa un tercio del total de la actual superficie continental argentina; la Capital había sido federalizada y pertenecía a todos los argentinos y la corriente porteña que deseaba prevalecer sobre el resto del país y usufructuar rentas que debían ser de todos había sido doblegada.

Como se verá, fue la resolución del primer problema la que le dio a Roca la proyección nacional, la autoridad y las herramientas necesarias para resolver el segundo.

En abril de 1878, a sólo tres meses de haber sido nombrado ministro de Guerra por Avellaneda, Roca inicia la campaña del desierto con 6000 soldados, abandonando la táctica militar estática de Alsina. En poco tiempo está concluida.

Soldado de frontera

"La solución de este problema que parecía insoluble y a cuya prolongación indefinida se hallaban resignados la mayor parte de los hombres públicos de entonces, significó para el joven general que la había concebido y ejecutado un título de gloria que lo equiparaba a las primeras figuras de la República", escribe Ernesto Palacio en Historia de la Argentina 1515-1938 (Ediciones Alpe, 1954). "Se comparaba su actuación -agrega Palacio- con la de los gobiernos anteriores, especialmente infortunadas en su política con los indios, lo que había envalentonado a éstos, haciéndolos cada vez más insolentes y agresivos".

En 1872 había tenido lugar una gran invasión del cacique Calfucurá, que se consideraba chileno, y luego una ofensiva de uno de sus hijos, Namuncurá. El botín de esas incursiones y malones era contrabandeado a través de la frontera, donde estaba siempre latente el conflicto territorial con el país vecino.

La campaña al desierto no tuvo por resultado únicamente el poner fin a la inseguridad: fueron liberados centenares de cautivos y desmovilizado el grueso de los efectivos necesarios para el cuidado de la frontera -lo que además puso fin al infortunio del gaucho en los fortines que tan bien describe José Hernández en el Martín Fierro- y fueron incorporadas veinte mil leguas cuadradas de tierras gracias a la consolidación de las fronteras patagónicas.

Un fortín en la pampa

Oriundo de Tucumán, hijo de un coronel que había combatido en la Independencia, educado en el Colegio de Concepción del Uruguay, creado por Urquiza, el joven Roca luchó junto a él en Cepeda y Pavón.

Participó luego en la Guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay; guerra en la que murieron su padre y dos de sus hermanos, y de la que él regresó con rango de coronel. Luego, como miembro del ejército nacional, combatió contra los últimos caudillos.

Durante la Revolución de 1874 venció al general rebelde José Miguel Arredondo, que respondía a Mitre.

"Un hilo conductor no desdeñable se ve con claridad: Roca aparece siempre del lado del poder nacional", dicen Carlos Floria y César García Belsunce en Historia de los argentinos (Larousse, 1995), como anticipando lo que sería su destino.

Julio A. Roca

El ejército en el cual se ha formado se perfila cada vez más como un instrumento de nacionalización, como la herramienta de la lucha del interior por limitar la supremacía de la capital y nacionalizar los recursos del puerto. Y Roca será el referente de esas aspiraciones.

A su alrededor se irán nucleando intelectuales y políticos de diferentes orígenes: los hombres del Paraná, es decir, los que se habían alineado con la Confederación Argentina cuando Buenos Aires se separó del resto del país, y la que será llamada Generación del 80.

Carlos Pellegrini, Dardo Rocha, José Hernández, el autor del Martín Fierro, y su hermano Rafael, Carlos Guido y Spano, Lucio Mansilla, etcétera. Todos ellos fueron "roquistas". Incluso un joven Hipólito Yrigoyen se alineó con Roca en aquel último episodio de la resistencia porteña.


Apoyos de Roca en el 80: (arriba, de izq a der) Carlos Pellegrini, Carlos Guido y Spano, Dardo Rocha; (abajo) Hipólito Yrigoyen, José Hernández y Lucio V.Mansilla

Hasta la llegada de Roca al poder, en 1880, los presidentes argentinos eran tratados por los porteños como huéspedes en Buenos Aires; eran intrusos. A Sarmiento le pusieron palos en la rueda; a Avellaneda no cesaban de humillarlo. Hacia el fin del mandato de este último, Bartolomé Mitre se preparaba para controlar la sucesión, elegir el candidato y preservar así los privilegios de Buenos Aires, para lo cual ya había separado a la provincia del resto del país luego de promulgada la Constitución.

Pero surge entonces el tremendo obstáculo de la proyección nacional adquirida por el joven general Roca y la voluntad de muchas provincias de respaldar su candidatura.

Cuando el mitrismo percibe la dimensión del peligro, entra en pánico y no duda en apelar a todos los recursos contra el presidente en ejercicio, Avellaneda, y su candidato, Roca: difamación, boicot, amenazas, amedrentamiento; todo mientras se arma ostensiblemente, dispuesto a defender con violencia sus privilegios.

Junto con la candidatura de Roca viene el proyecto de federalización de Buenos Aires, teorizado por Alberdi, promovido por Avellaneda y encarnado por el jefe de la campaña del desierto, puesto que es una de las principales aspiraciones de las provincias que lo respaldan.



El presidente Nicolás Avellaneda era objeto de todo tipo de destrato, como “huésped” de los porteños. Con el respaldo de Roca, envió al Congreso la Ley que convertía a Buenos Aires en capital federal, separándola de la provincia

Los detalles de esos delirantes meses del año 80, desde la definición de las candidaturas hasta el triunfo de Roca, previa federalización de Buenos Aires, están relatados de un modo apasionante por Jorge Abelardo Ramos en Del patriciado a la oligarquía (tomo II de Revolución y contrarrevolución en la Argentina); y publicamos algunos extractos en: La feroz lucha que debió librar Roca en 1880 para asumir la presidencia.

Contra la imagen que se nos transmite, el año 1880 no fue una sucesión tranquila entre miembros de una elite homogénea y unida en torno a los mismos intereses. Esa es una visión deformada por una historia oficial de impronta mitrista que ha querido borrar la triste actuación de Bartolomé Mitre en esa coyuntura. La realidad es que hubo un enfrentamiento de sectores que encarnaban intereses distintos; unos eran la parte, la facción, y otros representaban el todo. Y eso es lo que encarnaba Roca. Para hacer respetar la voluntad del Congreso de federalizar Buenos Aires y la voluntad de las provincias que lo habían elegido presidente, Roca tuvo que entrar a sangre y fuego a una capital en pie de guerra.

En síntesis, frente a la victoria de Roca en las presidenciales -con el apoyo de todo el interior, excepto Corrientes-, el partido porteño optó por desconocer el resultado y levantarse en armas. Roca aplastó esa rebelión. Fue la última. Los combates, en Barracas, Puente Alsina y Plaza Constitución, dejaron 3.000 muertos. Pero Buenos Aires fue por fin declarada distrito federal y capital de todos los argentinos.

Esa decisión, impuesta a la ciudad rebelde por todo el país, fortaleció al Estado y eliminó un factor que estaba en la base de las tendencias centrífugas que ya se habían manifestado fuertemente en los años previos.

El todo fue superior a las partes y la unidad nacional se vio fortalecida. Fue obra de la generación del 80. Y en particular de Roca, el hombre que hizo efectiva la autoridad del Estado sobre todo el territorio nacional; elemento indispensable en la construcción de la Nación.

En 2014, al cumplirse 25 años de la publicación del ya clásico Soy Roca, de Félix Luna, una biografía en primera persona que pronto se volvió bestseller, su hija, Felicitas Luna, recordó que el libro fue escrito en 1989, año de la crisis final del gobierno de Alfonsín, un momento de incertidumbre y de necesaria reflexión, en el cual despertaba interés la figura de Roca como constructor. Era un momento iniciático en cierto modo, la democracia llevaba poco tiempo de recuperada. Todo estaba por hacerse.

El tiempo ha pasado, la democracia está consolidada, pero el país sigue sin rumbo claro y una concertación en torno a consensos básicos entre todos los argentinos parece muy difícil de alcanzar. No estaría de más que los aspirantes a dirigir el país se inspiraran en la actuación de Roca en aquel momento fundante del Estado nacional.

Volviendo a la coyuntura del 80, hay otras lecciones que sacar. Domingo Faustino Sarmiento, por ejemplo, no respaldó la candidatura de Roca y en el conflicto con Mitre intentó permanecer “neutral” con la esperanza de poder terciar en la discordia y convertirse en el candidato del consenso. Roca no tenía la mejor opinión de él; sin embargo, ya como presidente, lo convocó, lo nombró Superintendente de Escuelas y promovió su proyecto de ley de educación pública. Las ideas educativas de Sarmiento conocieron su mayor concreción durante la presidencia de Roca: creación del Consejo Nacional de Educación, convocatoria al Primer Congreso Pedagógico, promulgación de la Ley 1420 de Educación Común (escuela primaria común, gratuita y obligatoria) y creación de 600 escuelas. Una política que consolidó la identidad de los argentinos y favoreció la asimilación de los inmigrantes.

Roca es un blanco curioso para una corriente iconoclasta que se pretende nacionalista y antiimperialista pero ataca al constructor del moderno Estado nacional argentino. Ni hablar de la fiebre laicista que ha prendido en estos mismos sectores –antirroquistas en nombre de la entelequia de una “nación originaria”– que parecen ignorar que la laicización del Estado argentino, es decir, su modernización, también fue obra de Roca. Bajo su presidencia se promulgó la Ley de Registro Civil.

El cacique Pincén

A ello se suma la Ley de Moneda Nacional (que permitió tener un sistema unificado de moneda hasta entonces inexistente), la fundación de la capital bonaerense y la creación del municipio de la Capital con Intendente y Concejo Deliberante y la creación de los Territorios Nacionales de La Pampa, Río Negro, Neuquén, Chaco y Formosa, que más tarde serían provincias. Más importante aún -y vinculado a la campaña del desierto- la firma del Tratado de Límites con Chile, en 1881, que consagraba el dominio argentino sobre la Patagonia y da origen a los territorios de Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego.

La furibunda campaña antirroquista de los últimos años, ha reducido la obra de Julio Argentino Roca, dos veces presidente de la Argentina (1880-1886 y 1898-1904), a la Conquista del Desierto, anacrónicamente presentada como un genocidio, a la vez que otras políticas y realizaciones de su gestión son ensalzadas sin mencionar su autoría: la federalización de Buenos Aires, la derrota del porteñismo, la educación pública, e incluso la laicización del Estado que hoy tantos progresistas invocan como si no existiera ya.

Roca lo hizo, hace más de un siglo.

[Las acuarelas que ilustran esta nota son obra de Enrique Breccia]



sábado, 23 de marzo de 2024

Argentina: Roca y Mitre juntos en 1900

El general Julio Argentino Roca, presidente de la Nación, Norberto Quirno Costa, vicepresidente, y el general Bartolomé Mitre se fotografían junto a Manuel Campos Sales, presidente del Brasil, y el diputado brasileño Correia a bordo del acorazado “Riachuelo” en el Puerto de Buenos Aires, antes que la delegación brasileña retornará a su país, 1 de noviembre de 1900.



domingo, 3 de diciembre de 2023

Carrera armamentística Argentina-Chile: El abrazo del estrecho

El histórico abrazo del Estrecho: la muñeca diplomática de Roca cuando estuvimos por ir a la guerra con Chile

En 1899 el presidente Julio A. Roca decidió tomar el toro por las astas y viajar a Chile para coronar las negociaciones que se hacían a contrarreloj. Los reclamos de territorios en disputa habían llevado a ambos países a una carrera armamentística que por poco no terminó en un conflicto armado

 
Ya en su segundo mandato, Roca tenía más experiencia. Los que trabajaron entonces con él, lo encontraron más reflexivo y observador

Martín Rivadavia, un marino de 46 años ascendido a comodoro en octubre de 1896 y ministro de Marina en el segundo gobierno de Julio Argentino Roca, no se movía del puesto de mando del Acorazado General Belgrano, comprado a nuevo a Italia el año anterior. Llevaba un pasajero ilustre, al propio Presidente, que iba a reunirse con su par chileno, Federico Errázuriz.

El encuentro sería en Punta Arenas y el ministro tuvo una idea de la que se arrepintió cuando era demasiado tarde: en lugar de acceder a Chile por el Canal de Beagle y el Estrecho de Magallanes, le propuso a Roca hacerlo por los canales fueguinos, lo que representaba una navegación mucho más complicada y riesgosa, pero que sabía que sorprendería a los chilenos. Aclaró que él mismo respondería personalmente por la decisión tomada.

El Presidente aceptó gustoso y cuando llegaron a destino se enteró de que Rivadavia había sudado a mares y que guardaba una pistola con la que pensaba volarse la cabeza si se hundía el acorazado con el Presidente a bordo, en esos canales que no eran del todo conocidos.

Cuando la tensión con Chile iba en aumento, y muchos imaginaban una guerra, el presidente argentino decidió ir a encontrarse con Federico Errázuriz

Había asumido la primera magistratura el 12 de octubre de 1898. En la carrera hacia la Casa Rosada, asomaban dos candidatos potables: uno era él y otro Carlos Pellegrini. El general Bartolomé Mitre intentó cortar el avance de Roca a la presidencia al proponer una alianza entre radicales y nacionalistas. Pero Hipólito Yrigoyen la rechazó de plano. Él era el líder indiscutido desde el suicidio de su tío Leandro Alem el año anterior.

Lo que primó a la hora de ungir a Roca presidente fue la situación internacional, especialmente con nuestros vecinos los chilenos. Ese país venía de proclamarse triunfador en su guerra contra Perú y Bolivia y ese ambiente de un posible enfrentamiento por cuestiones limítrofes amenazaban la paz. Para algunos políticos, la guerra era un hecho, y quién mejor para conducirla que el único militar que nunca había sido derrotado. Así se afianzó la idea de su candidatura.

Invitación cursada por el gobierno de Chile, para participar de la histórica jornada (Gentileza Museo Roca)

Ya no era un joven de 37 años, sino que a sus 55 años se había convertido, según lo describe Ibarguren, en una persona flexible, tolerante, reflexiva y observadora.

Fue elegido gracias al voto de 218 electores. Su vice era Norberto Quirno Costa, con experiencia en política exterior.

“Felizmente, nos hallamos en paz y concordia con todas las naciones del mundo”, señaló Roca. “Las últimas cuestiones de límites, que heredamos del coloniaje, marchan a su solución, por los medios y procedimientos que presenten los tratados internacionales. La cuestión de Chile, resuelta desde 1891, ha sido entregada al arbitraje y de acuerdo con el tratado de este año y el de 1893. Esperamos tranquilos el fallo del árbitro, confiados en que nada turbará nuestras relaciones internacionales y en que la terminación pacífica de este largo pleito que será una victoria de la razón y del buen sentido, influirá en las relaciones de los estados sudamericanos”.

De etiqueta y ambos con la banda presidencial, en la cubierta del O'Higgins (Archivo General de la Nación)

Era consciente de la situación irresuelta con Chile. Unas de las cuestiones que se resolvería entonces sería la Puna de Atacama, un conflicto que se arrastraba desde el fin de la guerra del Pacífico, cuando Chile ocupó tierras que estaban en disputa entre Argentina y Bolivia. A partir de un laudo celebrado en Buenos Aires entre el 1 y el 9 de marzo de 1899, Argentina terminó quedándose con el ochenta por ciento y Chile con el veinte restante del sector en disputa.

De la mano de su ministro de guerra Pablo Riccheri modernizó el Ejército y adquirió armamento. También se creó el ministerio de Marina, a cuyo frente puso a Martín Rivadavia y compró barcos, en un vasto plan que incluyó la ley 4031 del servicio militar obligatorio.

Devolución de gentilezas. Luego del encuentro en el buque chileno, Errázuriz abordó el acorazado Belgrano. Fotografía revista Caras y Caretas.

El objetivo de Roca era mostrarse fuerte, en el ajedrez del cono sur, frente a Chile y a Brasil.

“Roca fue una figura central del proceso de consolidación del Estado nacional entre fines del siglo XIX e inicios del XX, y por aquellos años sus gobiernos tuvieron que enfrentar delicados conflictos con el Vaticano y con países limítrofes. También se retomaron antiguos reclamos de soberanía sobre las Islas Malvinas. Asimismo, se dio gran importancia a la organización y desarrollo de un cuerpo diplomático, enviado a diversas partes del mundo”, explican desde el Museo Roca.

Como los peritos de ambos países no lograban ponerse de acuerdo, Roca tomó el toro por las astas y decidió concretar un viejo anhelo, el de viajar al sur y cerrar él la cuestión.

A comer. El menú que se sirvió la noche del 16 de febrero (Gentileza Museo Roca)

No fue una decisión apresurada: daba el puntapié inicial de los presidentes argentinos que se involucraban personalmente en la solución de diferendos internacionales. Se la llamó la diplomacia presidencial, algo novedoso para la época. “Era consciente que la guerra había sido un impedimento en los procesos de modernización del Estado y de desarrollo económico”, se explica en un trabajo del citado museo. Sabía que su par chileno opinaba lo mismo.

Junto a su ministro de Marina y secretarios, el 20 de enero de 1899 partió en el ferrocarril del Sud hasta Bahía Blanca, donde abordó el acorazado Belgrano. Luego, el ministro de Relaciones Exteriores Amancio Alcorta lo alcanzó con el Transporte Chaco. Una comitiva de periodistas lo seguía en el crucero liviano Patria.

Junto al menú, se distribuyó el programa musical ejecutado en la cena (Gentileza Museo Roca)

En Puerto Belgrano -entonces se llamaba Puerto Militar- visitó las obras que se estaban realizando. A Puerto Madryn llegaron con lluvia y fueron en ferrocarril hasta Trelew. De ahí se trasladó en carruaje a Rawson y Gaiman.

Nuevamente a bordo, continuaron el viaje bordeando la costa patagónica. En Río Gallegos se hospedó en la casa del gobernador del territorio de Santa Cruz, Matías Mackinlay Zapiola. Cuando los pobladores se enteraron se concentraron y Roca les habló desde el balcón, donde prometió la concreción de obras. Era la primera vez que un Presidente los visitaba. Esa casa se demolió pero se conservó el balcón.

Cuando navegaban hacia Ushuaia, quiso visitar la estancia Haberton, donde fue agasajado por la viuda del dueño. El Presidente aprovechó a conversar con los indígenas onas y yaganes que trabajaban allí.

Debía cumplir con la agenda. Para el 15 de febrero al mediodía el mandatario chileno lo esperaba en Punta Arenas, tramo que cumplieron siguiendo la ruta propuesta por el comodoro Rivadavia. Al anochecer del 14, la comitiva argentina fondeó en Puerto Hambre, donde se sumó la fragata Sarmiento, el buque escuela que había decidido modificar su itinerario para sumarse al viaje.


El acorazado General Belgrano, comprado a Italia. En ese buque viajó Roca. Fue desguazado en el Riachuelo en 1947 (Wikipedia)

Los chilenos apostados en el muelle del puerto se sorprendieron al ver cerca de las dos de la tarde que la flota argentina aparecía por el sur y no por el este, el camino fácil y conocido. Junto al buque insignia O’Higgins, estaban los cruceros livianos Zenteno y Errázuriz y el transporte Argamos.

Apenas se avistó a los buques, en un día soleado en el que soplaba una brisa helada, fueron recibidos con interminables salvas de cañones. Había expectativa y ansiedad entre los funcionarios chilenos.

Errázurriz envió una embarcación con una comisión integrada por el general Vergara y el coronel Quintavalla para arreglar los detalles del ceremonial. El chileno ofrecía ir al buque argentino, pero Roca, vestido de civil y con banda presidencial -dejó a bordo su uniforme militar y medallas- se adelantó y abordó el O’Higgins, junto a sus ministros Alcorta y Rivadavia. Su par chileno estaba acompañado por sus ministros de Relaciones Exteriores, Guerra y Marina, Justicia e Instrucción Pública y por el director de la Armada, Jorge Montt, ex presidente.

Se saludó con Errázuriz con un apretón de manos, no con un abrazo. Igualmente pasó a la historia como “El abrazo del Estrecho”. La banda militar de la marina chilena ejecutó los himnos.

Luego, el chileno abordó el Belgrano y repitieron los saludos.

Hubo una reunión importante entre ellos al día siguiente, por la noche, en la que organizó un banquete. Se imprimió el menú, escrito en francés y con platos que aludían a la jornada, como “pigeons aux a vocats, a la Belgrano” y “soufflé de volaille, a la O’Higgins”. Una orquesta ejecutó diversas piezas musicales a lo largo de la velada.

A la hora de los brindis, el mandatario transandino expresó que “la paz, siempre benéfica, es fecunda entre naciones vecinas y hermanas, armoniza sus intereses materiales y políticos, estimula su progreso, da vigor a sus esfuerzos, hace más íntimos sus vínculos sociales y contribuye a la solución amistosa de sus dificultades y conflictos. La paz es un don de la Divina Providencia”.

Por su parte, Roca dijo que “la paz, como medio y como fin de civilización y engrandecimiento es, en verdad, un don de la Divina Providencia, pero es también un supremo deber moral y práctico para las naciones que tenemos el deber de gobernar. Pienso, pues, como el señor presidente de Chile y confundo mis sentimientos y mis deseos con los suyos, como se confunden en estos momentos las notas de nuestros himnos, las salvas de nuestros cañones y las aspiraciones de nuestras almas”.

Acordaron dirimir las disputas de límites por el camino diplomático. Tres años después se firmarían los Pactos de Mayo, donde ambos países renunciaban a reclamos de expansiones territoriales, que alejaron el fantasma de la guerra. Errázuriz falleció en julio de 1901 en el ejercicio de su cargo, y su sucesor Germán Riesco continuó con la misma política.

Roca permaneció tres días en Punta Arenas. El 22 de febrero ya estaba de regreso en Buenos Aires.

Ese mismo año viajó a Uruguay y Brasil. A este último país lo hizo acompañado, entre otros, por los generales Nicolás Levalle, José Garmendia y Luis María Campos, veteranos de la Guerra de la Triple Alianza.

El objetivo principal del viaje fue el encuentro con el presidente brasileño Campos Salles, con quien estableció muy buenas relaciones y le sirvió a Roca para estrechar lazos y mantener el equilibrio en la región.

Algo ducho en la materia debía ser, ya que cuando ya no era más presidente, le encomendaron dos misiones diplomáticas al Brasil, a fin de aquietar tensiones derivadas de la carrera armamentística y de ocupación de territorios. La última la cumplió en 1912, dos años antes de su muerte.

Tapa de Caras y Caretas del 25 de febrero de 1899, ironizando sobre el viaje del presidente. Roca se había transformado en un clásico en el semanario

Pasaron 124 años del aquel histórico encuentro entre Roca y Errázuriz, donde el sentido común solo estuvo ausente en el comodoro Martín Rivadavia, que sorprendió a propios y a extraños con sus dotes de navegante y experto conocedor de los peligrosos canales fueguinos. Todo lo vale para evitar una guerra.

Fuentes: Museo Roca – Instituto de Investigaciones Históricas; Félix Luna – Soy Roca; Carlos Ibarguren – La historia que he vivido; diario El Mercurio; revista Caras y Caretas



jueves, 23 de noviembre de 2023

Argentina: Roca en su juventud

La infancia de Roca: artillero precoz, hijo de un veterano de guerra y el desafío a los paraguayos en las trincheras de Curupaytí

Hace 180 años nacía Julio Argentino Roca, dos veces presidente. Su juventud estuvo marcada por el ejemplo de su padre veterano de las guerras de la independencia; por su participación, siendo adolescente, en las batallas de Cepeda y Pavón y cuando peleó en la guerra de la Triple Alianza con su familia

Por Adrián Pignatelli  ||  Infobae




Un joven Julio Argentino Roca, en un daguerrotipo de 1857 (Archivo General de la Nación)

Fue su novia la que le salvó la vida. Cuando estuvo exiliado en Bolivia, el tucumano José Segundo Roca, un coronel de 36 años, participó de la malograda invasión unitaria a Tucumán. Derrotados en la batalla de Monte Grande fue apresado junto a los cabecillas. Fusilaron a los responsables y él, cuando ya se veía en el otro mundo, alguien intercedió por él.

Agustina Paz era hija de Juan Bautista Paz, ministro del gobernador Alejandro Heredia, que había anunciado que en cuanto pudiera echarles el guante ejecutaría a los unitarios Javier López, a su sobrino Ángel López y a José Segundo Roca, si es que se animaban a entrar a la provincia para derrocarlo. Era 1836 y la lucha entre unitarios y federales estaba en su apogeo.

Esta chica, menuda y bella, era una tucumana nacida el 4 de mayo de 1810, y era sobrina de Marcos Paz, futuro vicepresidente de Bartolomé Mitre.

Ella convenció a su papá Juan Bautista Paz, ministro de Heredia, de que se le perdonase la vida. Que ella se casaría con Roca. Su papá apoyó la moción de su hija. El gobernador se encogió de hombros y accedió.

Agustina Paz y José Segundo Roca, sus padres. Copia del óleo de L. Lorio (Colección Museo Roca)

Tres meses después, el 20 de abril de 1836, se casaron y tuvieron nueve hijos. El mayor se llamó Alejandro en honor al gobernador. Lo menos que podían hacer.

José Segundo Roca, nacido en Tucumán en 1800, sería fue uno de los pocos oficiales argentinos que participó en las tres contiendas argentinas del siglo XIX: en la de la Independencia; en la guerra contra el imperio del Brasil y contra el gobierno de Paraguay.

El 17 de julio de 1843 nació el tercer hijo, al que bautizaron en 1844 como Alejo Julio Argentino Roca. Los nombres los eligió la madre: “Se llamará Julio por ser el mes glorioso y Argentino, porque confío en que sea como su padre un fiel servidor de la patria”. El padre, al conocer la noticia, se alegró que su esposa diera a luz a “un hermoso granadero”.

Nació en la casa de su abuelo, ubicada en el Colmenar, en el municipio de Las Talitas, en Tafí Viejo, Tucumán. Declarado sitio histórico, en varias oportunidades se denunció que la vivienda está olvidada y en ruinas.

Roca en sus tiempos en el Colegio Nacional de Concepción del Uruguay. A su derecha sus primos Eduardo y Florencio Reboredo, alrededor de 1857. Reproducción de un daguerrotipo que perteneció a Aída Reboredo de Arcidiácono (Museo Roca)

En total serían ocho hermanos, siete varones y la última una mujer, Agustina. Otro de sus hermanos, Ataliva, nacido en 1839, llevó ese nombre en honor a un indígena que le había salvado la vida a José Segundo cuando había sido herido en Perú.

Cuando la mamá falleció en su provincia natal el 14 de octubre de 1855, el papá distribuyó a su prole.

Los dos mayores quedaron con una tía paterna en Buenos Aires; otros tres, Julio, de 12 años, Celedonio y Marcos fueron al Colegio de Concepción del Uruguay; los tres más chicos peermanecieron al cuidado de la familia de la madre. Su papá se quedó en Entre Ríos en busca de un trabajo, porque decía que los 110 pesos que ganaba no le alcanzaban para nada.

Pensaba dejar a su hija en un colegio en la ciudad de Buenos Aires. La niña se alegraba cada vez que algunos de sus hermanos le mandaban una carta. El padre se queja de que Julio no le escribía ni a él ni a sus hermanos.

En el verano de 1857 estuvo unos días en la ciudad de Buenos Aires y de ahí tomó un barco que lo dejó en Concepción del Uruguay. El colegio tenía una década de vida y su director era el exigente y paternal Alberto Larroque, un reconocido educador y abogado francés, radicado en el país que Justo José de Urquiza había contratado. Larroque era además profesor de Derecho, Filosofía y Latín.

Roca peleó en la guerra del Paraguay junto a su papá y algunos de sus hermanos, donde dos de ellos morirían allí

En el colegio, conceptuado entonces como el mejor del país, el joven Julio conoció la disciplina: se levantaban a las cinco y media de la mañana; de 6 a 7 se dedicaba al estudio, luego se desayunaba y se impartían clases. El almuerzo era a las 12:30, recreo y nuevamente clases hasta las cinco. Más estudio, cena, rezo y a dormir.

Se podía salir los jueves y los domingos; recién en el cuarto año se autorizaba a visitar billares y bares.

A fines de octubre había que prepararse para los exámenes, que se tomaban entre 15 de diciembre y Navidad. Eran orales y con asistencia de público, terribles experiencias que eran esperadas con pánico por los alumnos.

Roca se sumó a la Sección Militar que tenía el colegio y solían hacer guardia en el Palacio San José. Vio en varias oportunidades a Urquiza, pero nunca habló con él.

Allí trabó una amistad para toda la vida con Eduardo Wilde y también con Onésimo Leguizamón, Olegario V. Andrade y Victorino de la Plaza, entre otros.

El 1 de marzo de 1858 egresó como subteniente de Artillería. Aún no había cumplido los 15 años.

La primera batalla en la que participó fue en Cepeda el 23 de octubre de 1859. Lo hizo con el Regimiento 1 de Artillería. El rector reunió a todos los alumnos que estaban siendo formados militarmente y les preguntó quiénes querían ir voluntariamente a acompañar a Urquiza. Aclaró que no tenían ninguna obligación, y que él prefería que se quedasen en el colegio.

Entre los que se ofrecieron estaba Roca que, en un primer momento, fue rechazado, porque era demasiado joven. Que su padre era un veterano de las guerras de la independencia y del Brasil y que él no podría ser menos.

Se incorporó a las fuerzas acantonadas en Rosario, con la misión de enfrentar a la escuadra que venía de Buenos Aires. Sus jefes se sorprendieron de su tranquilidad en apuntar los cañones en medio del combate.

Volvió a retomar sus estudios en Concepción del Uruguay hasta que confederados y porteños se enfrentaron nuevamente en el campo de batalla.

Fue en Pavón en septiembre de 1861. En el fragor del combate, apareció un jinete. “Andate, Julito; por este lado está todo perdido, no te hagas matar inútilmente”. Era su padre. “Lo que tu digas, tata”. Dejaron el lugar pero sin abandonar los cañones. “Yo le había tomado mucho cariño a mis dos cañones, no los quería abandonar”, le contaría a su padre después.

Acamparon en un lugar llamado Monte Flores. Estando allí se enteró de que había sido ascendido a teniente primero. Fue su primera promoción en el campo de batalla. De ahí en más, todas las obtendría de la misma manera.

No regresó al colegio. Decidió ir a Buenos Aires, donde estaban su tío Marcos, un abogado de 50 años que se había casado con una mujer de fortuna; allí además vivían sus hermanos mayores Ataliva y Alejandro. Se cambió de ropas, consiguió un caballo, un negro le pidió que lo aceptara como asistente, y partió hacia la ciudad.

Su tío lo recibió con alegría, sentía especial predilección por él. Roca se tranquilizó al saber que su papá había sacado a sus otros hijos del colegio, que había cerrado sus puertas temporariamente.

Tenía 19 años.

Durante su segunda presidencia, Caras y Caretas hizo una crónica de su vida. En las imágenes, su mamá, su papá y en la tercera un bebé que se duda sea él, por el año y el surgimiento del daguerrotipo (Revista Caras y Caretas, 1899)

Tendría su primera aproximación a la política cuando, ya incorporado al ejército, se le encomendó a acompañar a su tío a una misión al interior para apoyar a los gobiernos que surgían.

Como teniente en el batallón 6ª de infantería, unidad que participaría de la represión al caudillo Angel Vicente Peñaloza, fue destinado primero en Villa Nueva, a orillas de Río Tercero en Córdoba y luego al Fuerte Nuevo, a la vera del río Diamante, en Mendoza, para controlar a los indígenas en el sur de Córdoba y San Luis. Cuando enfermó fue trasladado a La Rioja.

Cuando estalló la guerra de la Triple Alianza, se destacó en la instrucción de sus subordinados. En Corrientes se encontró con su padre, sus hermanos Rudecindo, Celedonio y Marcos, y sus primos Marcos y Francisco Paz. Celedonio, Marcos y sus primos morirían en esa guerra.

En la batalla de Curupaytí, librada el 22 de septiembre de 1866, montado en su caballo, animaba a aquellos que flaqueaban ante la metralla paraguaya. En una embestida, con la bandera del 6° Regimiento, Roca corrió hacia las trincheras enemigas, atravesó los fosos y ante la mirada atónita de los paraguayos, la agitó casi frente a sus narices. Ese instante de sorpresa fue aprovechado para regresar a sus líneas sano y salvo. Y logró rescatar al teniente Daniel Solier del 1° de Línea.

El padre se había hecho cargo de conducir al batallón de Tucumán hasta el teatro de la guerra. Esto representaba hacer un largo y forzado camino a pie a Santiago del Estero y de Santiago a Santa Fe en donde finalmente se embarcarían.

El padre fue al único oficial que se le permitió participar en la guerra con 66 años, considerada una edad avanzada. Después de la batalla de Tuyutí fue ascendido a general de división. Pero, molesto porque no se le permitía luchar, pidió el pase a retiro.

Roca consiguió todos sus ascensos militares en el campo de batalla. A los 31 años se convertiría en un joven general

“Ese viejo lindo”, como lo conocían en la familia, fallecería de causas naturales en Ensenaditas, un paraje cerca de Paso de la Patria. Habían sido demasiadas las fatigas y condiciones sufridas en el contexto de la guerra.

No alcanzaría a ver a su hijo Julio transformarse en general a los 31 años en el campo de batalla, ese muchacho que, en medio de la batalla, se negaba a dejar los cañones a los que había tomado cariño.

Fuentes: Museo Roca.


jueves, 27 de julio de 2023

Argentina: Progresistas quiere eliminar el monumento a Roca en Bariloche

Territorio, Estado, capital federal, educación, laicidad: la extensa obra de Roca que sus detractores desconocen

Las iniciativas antirroquistas que periódicamente vuelven a la escena pública revelan, además de falta de patriotismo, una gran ignorancia histórica. También son peligrosas porque ofrecen flancos débiles a toda iniciativa de fragmentación


Julio Argentino Roca (Enrique Breccia)

No se cansan algunos políticos argentinos de intentar desmerecer a sus antecesores -en vez de estudiarlos y tratar de emularlos- y de hacerle el juego a los que ponen en entredicho la legitimidad del Estado argentino que ellos deben administrar y representar. Todo vale a la hora de la demagogia. Uno de los principales blancos de esta manía poco patriótica es el dos veces presidente de la Argentina Julio Argentino Roca.

La última iniciativa en curso es la relocalización del monumento ecuestre que lo recuerda en el centro cívico de Bariloche, con el argumento de que “los pueblos originarios se sienten afectados por la presencia de Roca”...

Por eso es oportuno recordar la trayectoria extensa, multifacética y prolífica de este general y estadista que le dejó al país un legado esencial que hoy se pretende desconocer. A modo de ayuda memoria para aquellos que, a su paso por la administración, sólo dejan un rastro de deconstrucción.


La estatua ecuestre de Roca en Bariloche, constantemente vandalizada

En el momento en que Julio Argentino Roca, destacado militar de profesión, inició su actuación civil -en enero de 1878, cuando el presidente Nicolás Avellaneda lo nombró Ministro de Guerra y Marina en reemplazo del fallecido Adolfo Alsina– en la Argentina había dos grandes problemas irresueltos, obstáculos a la consolidación nacional y al desarrollo del país: la frontera móvil e insegura y el llamado “problema de la Capital”.

Menos de tres años después, el 12 de octubre de 1880, el general Roca asumía por primera vez la presidencia en un país cuyo Estado nacional había extendido su control a un territorio que representa un tercio del total de la actual superficie continental argentina; la Capital había sido federalizada y pertenecía a todos los argentinos y la corriente porteña que deseaba prevalecer sobre el resto del país y usufructuar rentas que debían ser de todos había sido doblegada.

Como se verá, fue la resolución del primer problema la que le dio a Roca la proyección nacional, la autoridad y las herramientas necesarias para resolver el segundo.

En abril de 1878, a sólo tres meses de haber sido nombrado ministro de Guerra por Avellaneda, Roca inicia la campaña del desierto con 6000 soldados, abandonando la táctica militar estática de Alsina. En poco tiempo está concluida.

Soldado de frontera

"La solución de este problema que parecía insoluble y a cuya prolongación indefinida se hallaban resignados la mayor parte de los hombres públicos de entonces, significó para el joven general que la había concebido y ejecutado un título de gloria que lo equiparaba a las primeras figuras de la República", escribe Ernesto Palacio en Historia de la Argentina 1515-1938 (Ediciones Alpe, 1954). "Se comparaba su actuación -agrega Palacio- con la de los gobiernos anteriores, especialmente infortunadas en su política con los indios, lo que había envalentonado a éstos, haciéndolos cada vez más insolentes y agresivos".

En 1872 había tenido lugar una gran invasión del cacique Calfucurá, que se consideraba chileno, y luego una ofensiva de uno de sus hijos, Namuncurá. El botín de esas incursiones y malones era contrabandeado a través de la frontera, donde estaba siempre latente el conflicto territorial con el país vecino.

La campaña al desierto no tuvo por resultado únicamente el poner fin a la inseguridad: fueron liberados centenares de cautivos y desmovilizado el grueso de los efectivos necesarios para el cuidado de la frontera -lo que además puso fin al infortunio del gaucho en los fortines que tan bien describe José Hernández en el Martín Fierro- y fueron incorporadas veinte mil leguas cuadradas de tierras gracias a la consolidación de las fronteras patagónicas.

Un fortín en la pampa

Oriundo de Tucumán, hijo de un coronel que había combatido en la Independencia, educado en el Colegio de Concepción del Uruguay, creado por Urquiza, el joven Roca luchó junto a él en Cepeda y Pavón.

Participó luego en la Guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay; guerra en la que murieron su padre y dos de sus hermanos, y de la que él regresó con rango de coronel. Luego, como miembro del ejército nacional, combatió contra los últimos caudillos.

Durante la Revolución de 1874 venció al general rebelde José Miguel Arredondo, que respondía a Mitre.

"Un hilo conductor no desdeñable se ve con claridad: Roca aparece siempre del lado del poder nacional", dicen Carlos Floria y César García Belsunce en Historia de los argentinos (Larousse, 1995), como anticipando lo que sería su destino.


Julio A. Roca

El ejército en el cual se ha formado se perfila cada vez más como un instrumento de nacionalización, como la herramienta de la lucha del interior por limitar la supremacía de la capital y nacionalizar los recursos del puerto. Y Roca será el referente de esas aspiraciones.

A su alrededor se irán nucleando intelectuales y políticos de diferentes orígenes: los hombres del Paraná, es decir, los que se habían alineado con la Confederación Argentina cuando Buenos Aires se separó del resto del país, y la que será llamada Generación del 80.

Carlos Pellegrini, Dardo Rocha, José Hernández, el autor del Martín Fierro, y su hermano Rafael, Carlos Guido y Spano, Lucio Mansilla, etcétera. Todos ellos fueron "roquistas". Incluso un joven Hipólito Yrigoyen se alineó con Roca en aquel último episodio de la resistencia porteña.


Apoyos de Roca en el 80: (arriba, de izq a der) Carlos Pellegrini, Carlos Guido y Spano, Dardo Rocha; (abajo) Hipólito Yrigoyen, José Hernández y Lucio V.Mansilla

Hasta la llegada de Roca al poder, en 1880, los presidentes argentinos eran tratados por los porteños como huéspedes en Buenos Aires; eran intrusos. A Sarmiento le pusieron palos en la rueda; a Avellaneda no cesaban de humillarlo. Hacia el fin del mandato de este último, Bartolomé Mitre se preparaba para controlar la sucesión, elegir el candidato y preservar así los privilegios de Buenos Aires, para lo cual ya había separado a la provincia del resto del país luego de promulgada la Constitución.

Pero surge entonces el tremendo obstáculo de la proyección nacional adquirida por el joven general Roca y la voluntad de muchas provincias de respaldar su candidatura.

Cuando el mitrismo percibe la dimensión del peligro, entra en pánico y no duda en apelar a todos los recursos contra el presidente en ejercicio, Avellaneda, y su candidato, Roca: difamación, boicot, amenazas, amedrentamiento; todo mientras se arma ostensiblemente, dispuesto a defender con violencia sus privilegios.

Junto con la candidatura de Roca viene el proyecto de federalización de Buenos Aires, teorizado por Alberdi, promovido por Avellaneda y encarnado por el jefe de la campaña del desierto, puesto que es una de las principales aspiraciones de las provincias que lo respaldan.


El presidente Nicolás Avellaneda era objeto de todo tipo de destrato, como “huésped” de los porteños. Con el respaldo de Roca, envió al Congreso la Ley que convertía a Buenos Aires en capital federal, separándola de la provincia

Los detalles de esos delirantes meses del año 80, desde la definición de las candidaturas hasta el triunfo de Roca, previa federalización de Buenos Aires, están relatados de un modo apasionante por Jorge Abelardo Ramos en Del patriciado a la oligarquía (tomo II de Revolución y contrarrevolución en la Argentina); y publicamos algunos extractos en: La feroz lucha que debió librar Roca en 1880 para asumir la presidencia

Contra la imagen que se nos transmite, el año 1880 no fue una sucesión tranquila entre miembros de una elite homogénea y unida en torno a los mismos intereses. Esa es una visión deformada por una historia oficial de impronta mitrista que ha querido borrar la triste actuación de Bartolomé Mitre en esa coyuntura. La realidad es que hubo un enfrentamiento de sectores que encarnaban intereses distintos; unos eran la parte, la facción, y otros representaban el todo. Y eso es lo que encarnaba Roca. Para hacer respetar la voluntad del Congreso de federalizar Buenos Aires y la voluntad de las provincias que lo habían elegido presidente, Roca tuvo que entrar a sangre y fuego a una capital en pie de guerra.

En síntesis, frente a la victoria de Roca en las presidenciales -con el apoyo de todo el interior, excepto Corrientes-, el partido porteño optó por desconocer el resultado y levantarse en armas. Roca aplastó esa rebelión. Fue la última. Los combates, en Barracas, Puente Alsina y Plaza Constitución, dejaron 3.000 muertos. Pero Buenos Aires fue por fin declarada distrito federal y capital de todos los argentinos.

Esa decisión, impuesta a la ciudad rebelde por todo el país, fortaleció al Estado y eliminó un factor que estaba en la base de las tendencias centrífugas que ya se habían manifestado fuertemente en los años previos.

El todo fue superior a las partes y la unidad nacional se vio fortalecida. Fue obra de la generación del 80. Y en particular de Roca, el hombre que hizo efectiva la autoridad del Estado sobre todo el territorio nacional; elemento indispensable en la construcción de la Nación.

En 2014, al cumplirse 25 años de la publicación del ya clásico Soy Roca, de Félix Luna, una biografía en primera persona que pronto se volvió bestseller, su hija, Felicitas Luna, recordó que el libro fue escrito en 1989, año de la crisis final del gobierno de Alfonsín, un momento de incertidumbre y de necesaria reflexión, en el cual despertaba interés la figura de Roca como constructor. Era un momento iniciático en cierto modo, la democracia llevaba poco tiempo de recuperada. Todo estaba por hacerse.

El tiempo ha pasado, la democracia está consolidada, pero el país sigue sin rumbo claro y una concertación en torno a consensos básicos entre todos los argentinos parece muy difícil de alcanzar. No estaría de más que los aspirantes a dirigir el país se inspiraran en la actuación de Roca en aquel momento fundante del Estado nacional.

Volviendo a la coyuntura del 80, hay otras lecciones que sacar. Domingo Faustino Sarmiento, por ejemplo, no respaldó la candidatura de Roca y en el conflicto con Mitre intentó permanecer “neutral” con la esperanza de poder terciar en la discordia y convertirse en el candidato del consenso. Roca no tenía la mejor opinión de él; sin embargo, ya como presidente, lo convocó, lo nombró Superintendente de Escuelas y promovió su proyecto de ley de educación pública. Las ideas educativas de Sarmiento conocieron su mayor concreción durante la presidencia de Roca: creación del Consejo Nacional de Educación, convocatoria al Primer Congreso Pedagógico, promulgación de la Ley 1420 de Educación Común (escuela primaria obligatoria, gratuita y laica) y creación de 600 escuelas. Una política que consolidó la identidad de los argentinos y favoreció la asimilación de los inmigrantes.

Roca es un blanco curioso para una corriente iconoclasta que se pretende nacionalista y antiimperialista pero ataca al constructor del moderno Estado nacional argentino. Ni hablar de la fiebre laicista que ha prendido en estos mismos sectores –antirroquistas en nombre de la entelequia de una “nación originaria”– que parecen ignorar que la laicización del Estado argentino, es decir, su modernización, también fue obra de Roca. Bajo su presidencia se promulgó la Ley de Registro Civil.

El cacique Pincén

A ello se suma la Ley de Moneda Nacional (que permitió tener un sistema unificado de moneda hasta entonces inexistente), la fundación de la capital bonaerense y la creación del municipio de la Capital con Intendente y Concejo Deliberante y la creación de los Territorios Nacionales de La Pampa, Río Negro, Neuquén, Chaco y Formosa, que más tarde serían provincias. Más importante aún -y vinculado a la campaña del desierto- la firma del Tratado de Límites con Chile, en 1881, que consagraba el dominio argentino sobre la Patagonia y da origen a los territorios de Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego.

La furibunda campaña antirroquista de los últimos años, ha reducido la obra de Julio Argentino Roca, dos veces presidente de la Argentina (1880-1886 y 1898-1904), a la Conquista del Desierto, anacrónicamente presentada como un genocidio, a la vez que otras políticas y realizaciones de su gestión son ensalzadas sin mencionar su autoría: la federalización de Buenos Aires, la derrota del porteñismo, la educación pública, e incluso la laicización del Estado que hoy tantos progresistas invocan como si no existiera ya.

Roca lo hizo, hace más de un siglo.

[Las acuarelas que ilustran esta nota son obra de Enrique Breccia]