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lunes, 22 de abril de 2024

España Imperial: El capitán Menéndez

Capitán Menendez


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Os voy a explicar la historia del capitán Menéndez, una de las más fascinantes de la América española. Su nombre original era Mandinga y era un criollo natural de la Angola portuguesa. Siendo un adolescente, fue secuestrado por tratantes de esclavos y llevado a la provincia de la Carolina británica.



Mandinga logró huir, viviendo un tiempo entre los indios yamasee, en el nordeste de Florida, uniéndose a su lucha contra los ingleses. En 1724 llegó a San Agustín, en Florida, donde se le concedió asilo. En aquella época, la Florida española era un santuario para los esclavos que huían de las colonias británicas y fue, de hecho, el primer territorio del actual EEUU donde los negros fueron libres.
Se lo explicáis a todos los negrolegendarios que acusan al imperio español de racista.




Tras llegar a Florida y bautizarse en la fe católica, Mandinga tomó el nombre español de Francisco Menéndez y ayudó en la defensa de San Agustín frente a los ingleses en 1727, forjándose una reputación de líder.



Se le otorgó el rango de capitán de las milicias negras del Ejército Español en Florida.
Con 24 años, se convirtió en el comandante del Fuerte de Gracia Real de Santa Teresa de Mosé (un día haré un hilo sobre el Fuerte Mosé) tras su construcción en 1738.



Ese asentamiento ya daba cobijo por entonces a 100 esclavos huidos de las colonias británicas entre hombres, mujeres y niños.



Los milicianos negros de Menéndez deseaban vengarse de los ingleses por los sufrimientos que les habían provocado durante la esclavitud. Además, estaban movidos por un fuerte amor y gratitud hacia España, hasta tal punto que juraron ser "los enemigos más crueles de los ingleses




y derramar hasta su última gota de sangre en defensa de la Gran Corona de España y la Santa Fe". Junto a ellos también combatieron indios semínolas.



En junio de 1740 los ingleses lograron tomar el Fuerte Mosé, en su camino hacia la ciudad de San Agustín.



Pero sólo un mes después las tropas regulares comandas por el capitán Antonio Salgado y las milicias negras y seminolas de Francisco Menéndez contraatacaron, en una operación de madrugada que cogió a los ingleses por sorpresa . Fueron masacrados. Se frenó la ofensiva británica sobre San Agustín, dando tiempo a la llegada de refuerzos españoles desde La Habana. Durante la batalla, Fuerte Mosé quedó tan dañado que Menéndez y sus hombres tuvieron que asentarse en San Agustín. Poco después, Menéndez y algunos de sus hombres se unieron a un barco corsario, el cual fue capturado por un buque británico llamado "Revenge". Cuando los ingleses descubrieron la identidad de Menéndez, amenazaron con castrarle como venganza por la victoria de Fuerte Mosé. Al final escogieron otro castigo brutal: 200 latigazos echándole sal en las heridas para que no curasen.



Tras ello, fue enviado como esclavo a las islas Bahamas, de donde consiguió huir de nuevo y volver a San Agustín. Allí ayudó a reconstruir el mítico Fuerte Mosé en 1752, convirtiéndose de nuevo en su comandante, ya con 38 años. En 1763, tras la entrega de la Florida española a Inglaterra, Menéndez y sus milicianos negros se marcharon a Cuba, pues se negaban a vivir bajo la bandera británica. Una vez en la isla, que entonces era parte de España, fundaron una comunidad llamada San Agustín de la Nueva Florida, en la actual provincia cubana de Matanzas.



La historia de Menéndez y sus milicianos negros es reivindicada hoy por negros de EEUU como parte de su legado español, llevándose a cabo recreaciones históricas sobre los combates que los regulares españoles, las milicias negras y sus aliados semínolas contra los ingleses.



sábado, 13 de abril de 2024

Guerra de Cuatro Años: La batalla de Pavia

Batalla de Pavía







La batalla de Pavía se libró el 24 de febrero de 1525 entre el ejército francés al mando del rey Francisco I y las tropas germano-españolas del emperador Carlos V, con victoria de estas últimas, en las proximidades de la ciudad italiana de Pavía.

Antecedentes

En el primer tercio del siglo XVI, Francia se veía rodeada por las posesiones de la Casa de los Habsburgo. Esto, unido a la obtención del título de Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico por parte de Carlos I de España en 1520, puso a la monarquía francesa contra las cuerdas. Francisco I de Francia, que también había optado al título, vio la posibilidad de una compensación anexándose un territorio en litigio, el ducado de Milán (Milanesado). A partir de ahí, se desarrollaría una serie de contiendas de 1521 al 1524 entre la corona Habsburgo de Carlos V y la corona francesa de la Casa de Valois.


Inicio de los enfrentamientos

El 27 de abril de 1522 tuvo lugar la batalla de Bicoca, cerca de Monza. Se enfrentaron por un lado el ejército franco-veneciano, al mando del general Odet de Cominges, vizconde de Lautrec, con un total de 28 000 soldados que contaba con 16 000 piqueros suizos entre sus filas y por otro el ejército imperial con un total de 18 000 hombres al mando del condotiero italiano Prospero Colonna. La victoria aplastante de los tercios españoles sobre los mercenarios suizos hizo que en castellano la palabra «bicoca» pasara a ser sinónimo de «cosa fácil o barata».

La siguiente batalla se produjo el 30 de abril de 1524, la batalla de Sesia, cerca del río Sesia. Un ejército francés de 40 000 hombres, mandado por Guillaume Gouffier, señor de Bonnivet, penetró en el Milanesado, pero fue igualmente rechazado. Fernando de Ávalos, marqués de Pescara, y Carlos III de Borbón (que recientemente se había aliado con el emperador Carlos V) invadieron la Provenza. Sin embargo, perdieron un tiempo valioso en el sitio de Marsella, lo que propició la llegada de Francisco I y su ejército a Aviñón y que propició que las tropas imperiales se retiraran.

El 25 de octubre de 1524, el propio rey Francisco I cruzó los Alpes y a comienzos de noviembre entraba en la ciudad de Milán (poniendo a Louis II de la Trémoille, como gobernador) después de haber arrasado varias plazas fuertes. Las tropas españolas evacuaron Milán y se refugiaron en Lodi y otras plazas fuertes. 1000 soldados españoles, 5000 lansquenetes alemanes y 300 jinetes pesados, mandados todos ellos por Antonio de Leyva, se atrincheraron en la ciudad de Pavía. Los franceses sitiaron la ciudad con un ejército de aproximadamente 30 000 hombres y una poderosa artillería compuesta por 53 piezas. Durante el asedio, los hombres del rey de Francia ocuparon y saquearon los numerosos monasterios y pueblos que se encontraban fuera de los muros de Pavía.5​ El grueso de las tropas de Francisco I (incluidos los lansquenetes de la banda negra) se desplegó en la zona oeste de la ciudad, cerca de San Lanfranco (donde se instaló Francisco I) y de la basílica de San Salvatore, mientras que la infantería y grupos mercenarios de caballeros acuartelados al este de Pavía, entre el monasterio de San Giacomo della Vernavola, el de Santo Spirito y Gallo, el de San Pietro in Verzolo y la iglesia de San Lazzaro y Galeazzo Sanseverino, con la mayor parte de la caballería pesada, ocuparon el castillo de Mirabello y el parque Visconti al norte de la ciudad.


Batalla de Pavía
Guerra de los Cuatro Años
Parte de guerra italiana de 1521-1526

La Batalla de Pavía, por un desconocido pintor flamenco del siglo XVI.
Fecha 24 de febrero de 1525
Lugar Pavía, Italia
Coordenadas 45°11′51″N 9°09′54″E
Resultado Victoria decisiva de la Monarquía Hispánica
Beligerantes
Reino de Francia Monarquía Hispánica
Bandera de Sacro Imperio Romano Germánico Sacro Imperio Romano Germánico
Comandantes
Francisco I  (P.D.G.)
Enrique II de Navarra  Rendición
Richard de la Pole 
Louis de la Trémoille 
François de Lorena 
Jacques de la Palice 
Guillaume Gouffier de Bonnivet 
Bandera de España Antonio de Leyva
Bandera de España Miguel Yáñez de Iturbe e Irigoyen
Bandera de España Fernando de Ávalos
Bandera de Sacro Imperio Romano Germánico Carlos de Lannoy
Bandera de Sacro Imperio Romano Germánico Jorge de Frundsberg
Fuerzas en combate
Ejército francés
• 29 000 - 32 000​ hombres
• 53 cañones
Guarnición en Pavía:
• 6300 hombres
Ejército de refuerzo:
• 24 300 hombres
• 17 cañones
Bajas
8000 franceses muertos, 2000 franceses heridos y 4000 a 5000 mercenarios alemanes muertos 1500 muertos o heridos
Asedio de Pavía Batalla de Pavía



El sitio de Pavía

Antonio de Leyva, veterano de la guerra de Granada, supo organizarse para resistir con 6300 hombres más allá de lo que el enemigo esperaba, además del hambre y las enfermedades. Mientras tanto, otras guarniciones imperiales veían cómo el enemigo reducía su número para mandar tropas a Pavía. Mientras los franceses aguardaban la capitulación de Antonio de Leyva, recibieron noticias de un ejército que bajaba desde Alemania para apoyar la plaza sitiada. Más de 15 000 lansquenetes alemanes y austríacos, bajo el mando de Jorge de Frundsberg, tenían órdenes del emperador Carlos V de poner fin al sitio y expulsar los franceses del Milanesado. Francisco I decidió dividir sus tropas: ordenó que parte de ellas se dirigieran a Génova y Nápoles e intentaran hacerse fuertes en estas ciudades. Mientras, en Pavía, los mercenarios alemanes y suizos comenzaban a sentirse molestos porque no recibían sus pagas. Los generales españoles empeñaron sus fortunas personales para pagarlas. Viendo la situación de sus oficiales, los arcabuceros españoles decidieron que seguirían defendiendo Pavía, aún sin cobrar sus pagas.

Sin embargo, incluso en la ciudad la situación empezaba a ser preocupante: las reservas de víveres comenzaban a agotarse y, sobre todo, faltaba dinero para pagar los sueldos de los lansquenetes. Para solucionar el problema, el incansable Antonio de Leyva hizo reabrir la casa de moneda, requisó oro y plata a los cuerpos eclesiásticos urbanos, a la universidad y a los ciudadanos más adinerados, llegando incluso a donar sus propias platerías y joyas, e hizo acuñar monedas para pagar los soldados.


El parque Visconti, en el que tuvo lugar la batalla.

A mediados de enero de 1525 llegaron los refuerzos bajo el mando de Fernando de Ávalos, marqués de Pescara, Carlos de Lannoy, virrey de Nápoles y Carlos III, contestable de Borbón. Fernando de Ávalos consiguió capturar el puesto avanzado francés de San Angelo, cortando las líneas de comunicación entre Pavía y Milán. Finalmente llegaron los refuerzos imperiales a Pavía, compuestos por 13 000 infantes alemanes, 6000 españoles y 3000 italianos con 2300 jinetes y 17 cañones,8​ los cuales abrieron fuego el 24 de febrero de 1525. Los franceses decidieron resguardarse y esperar, sabedores de la mala situación económica de los imperiales y de que pronto los sitiados serían víctimas del hambre. Sin embargo, atacaron varias veces con la artillería los muros de Pavía. Pero las tropas desabastecidas, lejos de rendirse, comprendieron que los recursos se encontraban en el campamento francés, después de una arenga pronunciada por Antonio de Leyva.

En la noche del 23 de febrero, las tropas imperiales de Carlos de Lannoy, que habían acampado fuera del muro este del Parque Visconti, comenzaron su marcha hacia el norte a lo largo de los muros. Aunque Konstam indica que al mismo tiempo, la artillería imperial inició un bombardeo de las líneas de asedio francesas -que se había convertido en rutina durante el asedio prolongado- para ocultar el movimiento de Lannoy,9​ Juan de Oznaya (soldado que participó en la batalla y escribió al respecto en 1544) indica que en ese momento, las tropas imperiales prendieron fuego a sus tiendas para inducir a error a los franceses haciéndoles creer que se retiraban.10​ Mientras tanto, los ingenieros imperiales trabajaron rápidamente para crear una brecha en los muros del parque, en Porta Pescarina, cerca del pueblo de San Genesio, a través de la cual podría entrar el ejército imperial.​ Posteriormente conquistaría a los franceses el castillo de Mirabello.


En la parte central del Parque Visconti se encuentra ahora el Parque Vernavola, a lo largo de estas orillas, cubiertas por la maleza, los arcabuceros españoles diezmaron a la caballería francesa.

Mientras tanto, un destacamento de caballería francesa al mando de Charles Tiercelin se encontró con la caballería imperial y comenzó una serie de escaramuzas con ellos. Una masa de piqueros suizos al mando de Robert de la Marck, Seigneur de la Flourance se acercó para ayudarlos, invadiendo una batería de artillería española que había sido arrastrada al parque.12​ Echaron de menos a los arcabuceros de De Basto, que a las 6:30 a. m. habían salido del bosque cerca del castillo y lo habían invadido rápidamente, y tropezaron con 6.000 lansquenetes de Georg Frundsberg. A las 7:00 a. m., se había desarrollado una batalla de infantería a gran escala no lejos de la brecha original.

Formaciones de piqueros flanqueados por la caballería comenzaron abriendo brechas entre las filas francesas. Los tercios y lansquenetes formaban de manera compacta, con largas picas protegiendo a los arcabuceros. De esta forma, la caballería francesa caía al suelo antes de llegar incluso a tomar contacto con la infantería.

Los franceses consiguieron anular la artillería imperial, pero a costa de su retaguardia. En una arriesgada decisión, Francisco I ordenó un ataque total de su caballería. Según avanzaban, la propia artillería francesa —superior en número— tenía que cesar el fuego para no disparar a sus hombres. Los 3000 arcabuceros de Alfonso de Ávalos dieron buena cuenta de los caballeros franceses, creando desconcierto entre estos. Mientras Carlos de Lannoy al mando de la caballería y Fernando de Ávalos al mando de la infantería, luchaban ya contra la infantería francesa mandada por Francois de Lorena y Ricard de la Pole.


La victoria imperial

En ese momento, Leyva sacó a sus hombres de la ciudad para apoyar a las tropas que habían venido en su ayuda y que se estaban batiendo con los franceses, de forma que los franceses se vieron atrapados entre dos fuegos que no pudieron superar. Los imperiales empezaron por rodear la retaguardia francesa —mandada por el duque de Alenzón— y cortarles la retirada. Aunque agotados y hambrientos, constituían una muy respetable fuerza de combate. Guillaume Gouffier de Bonnivet, el principal consejero militar de Francisco, se suicidó (según Brantôme, al ver el daño que había causado, deliberadamente buscó una muerte heroica a manos de las tropas imperiales). Los cadáveres franceses comenzaban a amontonarse unos encima de otros. Los demás, viendo la derrota, intentaban escapar. Al final las bajas francesas ascendieron a 8000 hombres.


Captura del Rey Francisco I en la Batalla de Pavía (1681), por Jan Erasmus Quellinus, Kunsthistorisches Museum.

Deshecha la caballería francesa por la caballería hispano-imperial y los arcabuceros españoles, el rey de Francia huía a caballo cuando tres hombres de armas españoles lo alcanzaron rodeándolo. Le mataron el caballo y lo derribaron a tierra. Fueron el vasco Juan de Urbieta, el gallego Alonso Pita da Veiga y el granadino Diego Dávila. Pita da Veiga le tomó la manopla izquierda de su arnés y una banda de brocado que traía sobre las armas, con cuatro cruces de tela de plata y un crucifijo de la Veracruz. Diego Dávila le arrebató el estoque y la manopla derecha. Caído el rey a tierra, se apearon Urbieta y Pita da Veiga, le alzaron la vista y les dijo que era el rey, que no lo matasen.14​

"(...) y allegado yo (Alonso Pita da Veiga) por el lado izquierdo le tomé la manopla y la banda de brocado con quatro cruces de tela de plata y en medio el cruçifixo de la veracruz que fue de carlomanno y por el lado derecho llegó luego Joanes de orbieta y le tomó del braço derecho y diego de ávila le tomó el estoque y la manopla derecha y le matamos el caballo y nos apeamos Joanes e yo y allegó entonces Juan de Sandobal y dixo a diego de ávila que se apease e yo le dixe que donde ellos e yo estábamos no eran menester otro alguno y preguntamos por el marqués de pescara para se lo entregar y estando el Rey en tierra caydo so el caballo le alçamos la vista y él dixo que era el Rey que no le matásemos y de allí a media ora o más llegó el viso rey que supo que le teníamos preso y dixo que el era viso Rey y que él avía de tener en guarda al Rey e yo le dixe que el Rey era nuestro prisionero y que él lo tubiese en guarda para dar quenta del a su magestad y entonçes el viso Rey lo llebantó y llegó allí monsiur de borbón y dixo al Rey en francés aquí está vuestra alteza y el Rey le Respondió vos soys causa que yo esté aquí y mosiur de borbón respondió vos mereçeys vien estar aquí y peor de los que estays y el viso Rey Rogó a borbón que callase y no halase más al Rey/ y el Rey cabalgó en un quartago Ruçio y lo querían llebar a pavía y el dixo al viso rey que le Rogaba que pues por fuerça no entrara en pavía que aora lo llebasen al monesterio donde él abía salido (...)".15​


Consecuencias

En la batalla murieron comandantes franceses como Bonnivet, Luis II de La Tremoille, La Palice, Suffolk, Galeazzo Sanseverino y Francisco de Lorena, y otros muchos fueron hechos prisioneros, como el condestable Anne de Montmorency y Robert III de la Marck.



Carlos V visitando a Francisco I después de la batalla de Pavía, por Richard Parkes Bonington (acuarela sobre papel de 1827).

Tras la batalla Francisco I fue llevado a Madrid, donde llegó el 12 de agosto, quedando custodiado en la Casa y Torre de los Lujanes. La posición de Carlos V fue extremadamente exigente, y Francisco I firmó en 1526 el Tratado de Madrid. Francisco I renunciará al Milanesado, Nápoles, Flandes, Artois y Borgoña.

Cuenta la leyenda que en las negociaciones de paz y de liberación de Francisco I, el emperador Carlos V renunció a usar su lengua materna (francés borgoñón) y la lengua habitual de la diplomacia (italiano) para hablar por primera vez de manera oficial en Idioma español.

Posteriormente Francisco I se alió con el Papado para luchar contra La Monarquía Hispánica y el Sacro Imperio Romano Germánico, lo que produjo que Carlos V atacara y saqueara Roma en 1527 (Saco de Roma).

En la actualidad se sabe que Francisco I no estuvo en el edificio de los Lujanes, sino en el Alcázar de los Austrias que, tras un incendio, fue sustituido por el actual Palacio Real de Madrid. Carlos V se desvivió por lograr que su "primo" Francisco se sintiera cómodo y lleno de atenciones.


El campo de batalla hoy

Gran parte de la batalla tuvo lugar dentro de la inmensa reserva de caza de los duques de Milán, el Parque Visconti, que se extendía por más de 2.200 hectáreas. El Parque Visconti ya no existe, la mayor parte de sus bosques fueron cortados entre los siglos XVI y XVII para dar cabida a los campos, sin embargo sobreviven tres reservas naturales que pueden considerarse herederas del parque, son la garza de la Carola, que de Porta Chiossa y el Parque Vernavola, que ocupan una superficie de 148 hectáreas. En particular, algunos de los episodios más importantes de la batalla tuvieron lugar dentro del parque Vernavola, que se extiende al suroeste del Castillo de Mirabello.

Cerca del parque, en 2015, se encontraron dos balas de cañón durante unos trabajos agrícolas, probablemente disparadas por la artillería francesa.17​ Aunque mutilado parcialmente durante los siglos XVIII y XIX, cuando se transformó en una granja, el Castillo de Mirabello, antigua sede del capitán ducal del parque, sigue en pie hoy a poca distancia de Vernavola y conserva en su interior algunos elementos decorativos curiosos (chimeneas, frescos y vidrieras) aún no suficientemente restauradas y estudiadas, en estilo gótico tardío francés, añadidas a la estructura del período Sforza durante la primera dominación francesa del Ducado de Milán (1500-1513).


Castillo de Mirabello.

Unos dos kilómetros al norte, por la carretera Cantone Tre Miglia, se encuentra la masía Repentita, donde fue capturado Francisco I y, según la tradición, fue alojado. El conjunto aún conserva partes de la mampostería del siglo XV y una inscripción colocada en el muro exterior recuerda el acontecimiento.

En la cercana localidad de San Genesio ed Uniti en vía Porta Pescarina quedan algunos restos de la puerta del parque donde, en la noche del 23 al 24 de febrero de 1525, los imperiales hicieron las tres brechas que dieron inicio a la batalla. Menos evidentes son las huellas de la batalla de Pavía: las murallas de la ciudad, que defendían la ciudad durante el asedio, fueron sustituidas, a mediados del siglo XVI, por robustos baluartes, parcialmente conservados. En cambio, además del Castillo Visconti (donde se conserva la lápida de Eitel Friedrich III, Conde de Hohenzollern, capitán del Landsknechte), dos puertas de las murallas medievales: Porta Nuova19​ y Porta Calcinara. Las afueras del este de Pavía albergan algunos monasterios (casi todos ahora desconsagrados) que albergaron a los mercenarios suizos y alemanes de Francisco I, como el monasterio de Santi Spirito y Gallo, el de San Giacomo della Vernavola, el de San Pietro in Verzolo y la iglesia de San Lazzaro, mientras que en la occidental se encuentra la iglesia de San Lanfranco (donde se asentó Francisco I) y la basílica de Santissimo Salvatore. En la iglesia de San Teodoro hay un gran fresco que representa la ciudad durante el asedio de 1522, en él, con cierta riqueza de detalles, se representa Pavía y sus alrededores, tal y como debían ser en el momento de la batalla.



martes, 18 de enero de 2022

España Imperial: Lepanto y el rol de los Tercios vs Jenízaros

Tercios españoles vs jenízaros otomanos: lucha a muerte entre los soldados más letales de Lepanto

Miguel del Rey y Carlos Canales, autores de ‘Gloria imperial’, analizan en ABC el sistema de combate de turcos y cristianos en 1571, en pleno Imperio español

Dos eran las potencias que dominaban el mar Mediterráneo, centro neurálgico de la política de la época hasta la mágica jornada de la batalla de Lepanto, en el siglo XV: españoles y otomanos (o viceversa, según prefieran ustedes). La realidad es que, a pesar de las sustanciales diferencias que existían entre estas sociedades, ambas se hallaban en el cenit de su poder y estaban, por tanto, condenadas a enfrentarse por la supremacía militar, política y religiosa en la puerta trasera de la vieja Europa. Ya lo señaló el destacado obispo Mota en 1520: «[Carlos V] quiere emprender la empresa contra los infieles enemigos de nuestra santa fe Católica […] y que la Cristiandad esté en paz».

Puede que discursos  como los de Mota y las misivas airadas entre jerarcas fueran el día a día del entramado político; de eso no hay duda. Pero, llegado el momento, los ‘dimes y diretes’ se saldaban en el campo de batalla. Y para solventar la lid tocaba disponer de un ejército entrenado como mínimo, y experimentado en lo deseable. A un lado, los otomanos tenían «una fuerza militar impresionante». Y al otro, el Imperio español contaba con una combinación de unidades revolucionarias para la época y armamento puntero. Así lo afirman, al menos, Miguel del Rey y Carlos Canales en su nuevo ensayo histórico ‘Gloria imperial. La jornada de Lepanto’ (editado por Edaf este 2021).

Con todo, la obra no abarca solo los pormenores de ambos contingentes, sino que se zambulle de lleno en la jornada de Lepanto. En un año en el que celebramos el 450 aniversario de la lid, librada en 1571, Del Rey y Canales desgranan desde las causas que motivaron «la batalla decisiva para la cristiandad», hasta las consecuencias que tuvo para los dos imperios. «Queremos dar cuenta de las importantes razones económicas del enfrentamiento, la voluble posición veneciana y la estudiada política de Francia, fruto de una estrategia muy determinada para extender su poder por Europa», señalan. La clave, insisten, es desvelar cómo la flota más poderosa del mundo (la otomana) cayó ante el poder cristiano. Y vaya si lo logran.

Apisonadora turca

De los dos contendientes, el Imperio otomano es todavía el más desconocido. El tiempo y los tópicos han difuminado su valía, pero la realidad es que, como bien explica Canales a ABC, era una máquina engrasada a la perfección capaz de enfrentarse y vencer a cualquier potencia de la época. «El ejército turco era el más poderoso del mundo en el siglo XVI, disponía de una administración muy bien organizada, de dinero sobrado, de reclutas de calidad en un alto número y de tropas excelentemente entrenadas y equipadas», desvela a este diario. Lo mismo sucedía con su flota, formada por reconocidos marinos. 


Migeul del Rey (izquierda) y Carlos Canales (derecha)

Según recogen ambos en la obra, el ejército del Imperio otomano (llamado ‘kapi-kulu’ o ‘esclavos de la Puerta’) era una fuerza militar multicultural en la que se reunían soldados de una decena de etnias, aunque el núcleo de sus tropas lo formaban los turcos.

El grueso de los combatientes del Imperio otomano eran los ‘jenízaros’ (de ‘yeniseri’, ‘nuevas tropas’). La unidad fue creada en el siglo XIV y, en sus momentos de máximo esplendor, contaban con un total de 200.000 integrantes. «Se seleccionaban de niños entre los ocho y los catorce años reclutados en los territorios cristianos de los Balcanes a través del llamado ‘devshirmeh’, un impuesto humano por el que se obtenían las mejores tropas del imperio otomano», afirma Canales a ABC. El pequeño era convertido al islam, educado en la obediencia ciega al sultán y entrenado en el noble arte del combate.

Al principio, «se cogía a los niños sin ningún tipo de examen previo», pero, con el paso de los años, «se empezó a hacer un verdadero examen de los pequeños y se los destinaba a funciones diferentes según sus capacidades».

La preparación, en palabras de los autores, era durísima y su disciplina estricta, orientada a la formación del cuerpo y el espíritu. Los más fuertes eran educados hasta los 24 o 25 años en escuelas específicas, donde aprendían a leer, escribir y artes clásicas. Huelga decir que eran letales en combate y estaban a la altura de cualquier soldado cristiano gracias a su arco o arcabuz, su hacha y su sable ligero. «Fueron la unidad turca más efectiva en Lepanto desde el punto de vista militar. Muy bien entrenados y armados, eran unos combatientes formidables», desvela el propio Canales a este diario. Aunque en la batalla de 1571 contaban con una lacra: las pérdidas sufridas en los conflictos previos.

Tampoco era extraño que los oficiales turcos capturasen a niños en los pueblos que atravesaban. Estos reclutas, conocidos como los ‘gulams’, debían mantenerse junto a sus nuevos amos y deberles gratitud de por vida. Con el tiempo, de hecho, llegaron a copar el aparato militar del ejército.


Jeníozaros turcos, armados con mosquete - ABC

En la época de la batalla de Lepanto, el arma a distancia predilecta del Imperio otomano seguía siendo el arco. «Las galeras turcas contaban con decenas de arqueros –los ‘sipahis’, ‘akincis’, y ‘azaps’– que empleaban el arco compuesto, un arma típica de las estepas de Asia Central», añaden los autores en su obra. En la práctica podían disparar una lluvia de flechas muy ligeras sobre sus enemigos. Algo terrorífico. Sin embargo, las armaduras cristianas limitaron mucho la efectividad turca. Para colmo, el escaso equipo que portaban en batalla estos musulmanes les convertía en un blanco perfecto una vez que se llegaba al baile de los aceros.

Dentro de las tropas, afirman Canales y Del Rey, los ‘sipahis’ eran una suerte de caballeros medievales que se encargaban, además, de mantener el orden interior de un ejército que, ya entonces, recibía salario. Los ‘akincis’, por su parte, eran jinetes de caballería irregular. Por último, los ‘azaps’ se correspondían con un «cuerpo asalariado que se reclutaba entre el campesinado de Anatolia para servir de infantería de marina y que, en la época de Lepanto, eran el núcleo principal de tropas que defendías las fortalezas de las fronteras».

¿Cómo puedo esta implacable maquinaria ser aplastada por los cristianos en Lepanto? Según explica Del Rey, por varias causas, aunque la principal fue que contaban con mejores navegantes que militares. «El problema es que, en Lepanto, los otomanos dependieron en exceso del apoyo de la infantería embarcada en las galeras de sus territorios de las costas de Levante, como Siria, Líbano o Egipto, y de los reinos y estados vasallos berberiscos del norte de África, excelentes marinos, pero con unas tropas de calidad menor por su armamento y organización», desvela en autor en declaraciones a este diario.

Por su parte, y aunque está de acuerdo, Canales apunta que la armada turca gozó también de grandes militares que demostraron su valía en Lepanto. «Si lo vemos desde el punto de vista táctico y naval el mejor comandante de la flota turca fue Uluch Ali, que con sus naves berberiscas logró engañar a Andrea Doria, si bien Álvaro Bazán logró taponar la brecha que se había creado», sentencia. Lo que no tenían, en cambio, era a los hoy populares Tercios españoles y a Don Juan de Austria.

Imperio español y Santa Liga

A pesar de que la Santa Liga estaba formada por varias naciones –España, Venecia y los Estados Pontificios–, la naturaleza cristiana de sus integrantes hizo que tuvieran muchas similitudes a nivel militar. Los soldados más destacables fueron, sin duda, los soldados de los Tercios españoles; unidades que ya habían demostrado su valía durante cuarenta años de luchas y que, en palabras de Canales y Del Rey, jamás habían sido vencidos en una batalla en campo abierto. Felipe II ordenó, para ser más concretos, el embarque de unas 40 compañías procedentes de cuatro Tercios diferentes, los mandados por Lope de Figueroa, Pedro de Padilla, Diego Enríquez y Miguel de Moncada.

Lo cierto es que poco hay que señalar del sistema de combate de los Tercios que no se haya dicho ya. Armados en tierra con picas, arcabuces y mosquetes, sus formaciones se convertían en un verdadero bosque de acero imposible de atravesar para el enemigo. Y sobre los bajeles de la Santa Liga, no eran menos letales. «La batalla de Lepanto la decidió la infantería española embarcada, que, gracias a la decisión de Juan de Austria, había sido repartida entre todas las naves de la flota cristiana, lo que permitió que contasen con más hombres de guerra experimentados en cada galera que los musulmanes», desvelan.

Por su parte, Del Rey especifica que, si bien se suele asociar esta unidad a las picas, en Lepanto es necesario ser algo más específico. «Lo correcto no es hablar solo de piqueros, dado que la infantería española combinaba de forma práctica y eficaz el uso de armas de fuego (mosquetes y arcabuces) con armas blancas, como picas y alabardas. Esta combinación funcionaba tanto en tierra como en el mar, si bien, es posible que las picas utilizadas en las galeras fueran algo más cortas que las que se empleaban y utilizaban en las batallas a campo abierto», desvela. En todo caso, suscribe que entregaron la victoria en bandeja a Felipe II.

Cervantes en Lepanto - Augusto Ferrer-Dalmau

El sistema era sencillo. Los piqueros solo dejaban dos opciones al enemigo (caer al agua y ahogarse o ser empalado), los arcabuces y mosquetes barrían las cubiertas y las alabardas daban la puntilla. Con todo, cada nación tenía sus filias y sus fobias con respecto al armamento que portaban sus soldados. Un ejemplo claro de ello fueron los venecianos, que recelaban todavía del arcabuz y preferían utilizar la ballesta como principal arma ofensiva a distancia. Cosas de la tradición. «Para el combate cerrado a corta distancia preferían la alabarda», desvelan los autores en ‘Gloria imperial. La jornada de Lepanto’.

En las galeras de la Santa Liga también era habitual ver a soldados equipados con rodela, un pequeño escudo cada vez más menos utilizado en campo abierto. «Era muy apreciada por los espadachines en los abordajes, especialmente por los infantes españoles», explican en su obra. Tampoco era raro distinguir por decenas a los llamados ‘aventureros’, muchos de ellos hidalgos que, «movidos por su ambición y deseo de notoriedad», se lanzaban a la lid. «Se equipaban con yelmos, plumas distintivas de su rango y calzas largas; sin coderas ni protectores de brazo para aligerar su peso en caso de caída al agua», finalizan. Hubo unos 2.000.

Por último, y además de otras tantas unidades (algunas de ellas, tan destacadas como los mercenarios alemanes), requieren una mención especial los monjes guerreros de San Juan. «Entrenados desde niños por y para la guerra, eran lo más parecido que había en Europa a los samuráis», desvelan Del Rey y Canales. Colaboraron con tres galeras en la batalla de Lepanto y los historiadores coinciden en que combatieron hasta el último hombre. A la postre, y sabedor de su buen hacer en el campo de batalla, el sultán Solimán los definió con desdén como «esa singular banda de monjes, piratas, sanadores y guerreros». Su objetivo era exterminarlos, pues, para él, suponían un escollo difícil de superar por su fervor religioso.


miércoles, 6 de marzo de 2019

España: El renacimiento cultural de los Tercios

La segunda vida de los tercios

Proliferan libros, conferencias, recreaciones al aire libre y perfiles en redes sociales dedicados a alimentar un creciente interés por la historia de las unidades militares españolas




Recreación de los Tercios de Flandes, en el desfile de las Fuerzas Armadas de 2017 en Madrid. Kiko Huesca Efe


Vicente G. Olaya | El País


Los 1.800 soldados del tercio se levantaron el 5 de septiembre de 1634 con las primeras luces. Se vistieron con sus mejores ropas, de los más vivos colores, se ataron un lazo o una banda roja al brazo, se pusieron morriones o chambergos de plumas blancas y empuñaron las armas que les correspondían: picas, mosquetes, arcabuces, ballestas o espadas. Horas después, sobre la colina de Allbuch (Nördlingen, Alemania), el mariscal de campo Martín de Idiáquez tomó la decisión de no retroceder a pesar de las brutales cargas de los regimientos suecos. “Seis horas enteras sin perder pie, acometidos dieciséis veces, con furia y tesón no creíble; tanto, que decían los alemanes que los españoles peleaban como diablos y no como hombres”, relatan las crónicas de la época. Tras dos días de lucha, el ejército protestante se derrumbó.

Historias como esta alimentan un renovado interés por la peripecia del ejército que dominó Europa durante al menos 110 años, y cuyas hazañas (y derrotas) llenan conferencias y recreaciones a cielo abierto, levantan pasiones en las redes sociales, inspiran nuevos títulos y hasta la apertura de librerías especializadas en una unidad creada en 1536 y cuya presencia fue sinónimo de victoria hasta 1643.


Rafael Rodrigo, doctor en Historia y coordinador del Foro de Historia Militar Gran Capitán, explica que los seguidores de su asociación han pasado en pocos años de 3.000 a 30.000. “Las conferencias son multitudinarias. Convocas actos sin demasiada publicidad y se presentan 300 personas de toda España”. Rodrigo cree que las causas están relacionadas con las “recreaciones pictóricas de Augusto Ferrer-Dalmau, las novelas de Arturo Pérez-Reverte [Alatriste] y series televisivas como El Ministerio del Tiempo”. “Hay quien conecta este fenómeno con la política. Yo creo que no. Interesa a gente de todo tipo e ideología, pero puede que la existencia de movimientos independentistas haya incrementado el interés”, agrega.

Los tercios eran el ejército que los Austrias españoles usaban para dominar el mundo, un arma de guerra imposible de derrotar y que no se correspondía con ninguna anterior dentro del arte militar. Hunden sus raíces entre el final del siglo XV y el principio del XVI. Existen especialistas que los relacionan con las tropas de los Reyes Católicos y con las coronelías de Gonzalo Fernández de Córdoba. De todas formas, lo más aceptado por los historiadores es que no fue hasta las llamadas Ordenanzas de Génova de 1536 cuando por primera vez aparecen en un texto escrito.

Estaban formados, en el papel, por 3.000 hombres e, inicialmente, fueron cuatro tercios: Nápoles, Sicilia, Lombardía y Niza (también llamado Málaga). Carecían de denominación militar oficial y sus nombres procedían del lugar de nacimiento del maestre de campo que las comandaba. La presión bélica que sufría España en el continente hizo que su número aumentase y tuviesen que diferenciarse los antiguos (tercios viejos) de los de nueva creación (tercios nuevos). Todos, viejos y nuevos, mezclaban en sus filas soldados de experiencia y bisoños. Y todos disponían del mismo material militar.

José Alberto Rodrigo, uno de los cuatro socios de la librería Tercios Viejos (María Panés 4, Madrid), admite que la apertura de su negocio está relacionada con este incremento del interés por los tercios. “Hay una afición enorme, lo que hace que cada vez se publiquen más libros relacionados con este tema. De Pavía a Rocroi,de Julio Albi de la Cuesta, va ya por su quinta edición. Nosotros, por ejemplo, damos charlas en nuestro local y los llenos son absolutos. Cuando se convoca una recreación histórica, como la que se hizo en Riaza [Segovia] en mayo, el éxito está asegurado”.

Cada tercio estaba formado por 10 unidades o compañías que incluían tres tipos de soldados: piqueros, arcabuceros y rodeleros. Cada maestre de campo, el máximo responsable del tercio, contaba con una decena de capitanes, de los que dependían sargentos, alféreces, sargentos mayores, capellanes (jesuitas), barberos… Los soldados, si no confiaban en su capitán, podían cambiar de compañía sin ningún problema. Los asuntos internos nunca se resolvían a golpes. Solo había una solución ante cualquier insubordinación: la espada.

El historiador militar Agustín Rodríguez cree que el resurgimiento del interés por los tercios procede de países anglosajones donde es habitual estudiar y recrear batallas. “Hemos perdido esa vergüenza, y la pasión por nuestra historia ha dejado de ser particular. Poca gente sabe que Cervantes, Lope de Vega o Calderón estuvieron en los tercios. Lo están descubriendo ahora. Eran como nuestros mosqueteros particulares”.

Los tercios españoles solo podían ser comandados por soldados que hablasen castellano, catalán, portugués o sardo. Cualquier otro tenía vedado su ascenso, por eso los italianos que chapurreaban español se hacían pasar por valencianos para intentar su promoción. “Era algo así como que los ejércitos del Rey que dominaban Europa solo los podía dirigir un español”, indica Rafael Rodrigo.

El ingreso se llevaba a cabo mediante el llamado documento de firma, que incluía un anticipo de la paga (el resto de abonos se hacían de rogar) y no conllevaba ningún juramento. El contrato era de por vida y solo se podía abandonar con una dispensa del virrey o del maestre.

Se mantuvieron invictos hasta Rocroi (1643), aunque siguieron peleando hasta 1659 con la Paz de los Pirineos. Su última gran victoria fue en Valenciennes (Francia) en 1656. Felipe V los eliminó para crear los regimientos, de origen francés, y que perviven desde entonces, aunque los tercios han vuelto ahora.

Pérez-Reverte: “Europa se formó luchando contra Paco o Manolo”

El escritor Arturo Pérez-Reverte, al que todos identifican como uno de los pilares de este fenómeno, se queja de que haya quien relacione la historia de los tercios con el franquismo. “Es verdad que el Régimen lo utilizó, pero no tiene nada que ver. Nuestra historia está escrita por desesperados y muertos de hambre que dominaron el mundo. Los tercios eran los marines del XVI, y hay avidez por conocer nuestro pasado”, señala. “Los planes de estudios de los que se ha eliminado esta parte de nuestra historia nos han dejado huérfanos y hay un gran deseo por aprender algo fascinante”.

Pérez-Reverte admite que en 1996, cuando publicó la primera novela de Alatriste, abrió un camino, porque “los tercios estaban olvidados. Nadie hablaba de ellos. Nadie se atrevía a contarlo. Rescaté su recuerdo contando la parte oscura de aquellos hombres”.

Cree que la pintura de Augusto Ferrer-Dalmau El último tercio, en la que se describe la derrota en Rocroi, “de soledad y abandono, con una infantería destrozada”, fue un hito porque recreó la “imagen física” de aquellos ejércitos. “Europa se formó luchando contra aquellos hombres que se llamaban Paco o Manolo”.

El escritor destaca el libro De Pavía a Rocroi, de Julio Albi, para entender el interés por este arma. “Yo creé un personaje. Albi lo convirtió en historia. No se puede entender nada sin leerlo”.

martes, 26 de junio de 2018

España: El equipamiento y tácticas de los Tercios españoles

Así iba equipado un arcabucero de los Tercios españoles

Ni llevaban botas, ni usaban casco. Por el contrario, solían portar un equipo ligero para poder «saquear» al enemigo y se costeaban sus propios proyectiles

Manuel P. Villatoro | ABC


  • Ni llevaban botas, ni usaban casco. Por el contrario, solían portar un equipo ligero para poder «saquear» al enemigo y se costeaban sus propios proyectiles

El arcabucero y su funciónLos arcabuceros fueron una pieza esencial de los Tercios - Archivo ABC


Si por algo son recordados los míticos Tercios españoles (herederos para muchos de las disciplinadas legiones romanas) es por haber luchado hasta la extenuación pica y espada ropera en mano. Sin embargo, y a pesar de que tradicionalmente la valentía se suele medir atendiendo a los mandobles que se reparten, también contaban en sus filas con una parte considerable de soldados que se dedicaban a hacer que cayera sobre el enemigo un torrente de plomo. Estos combatientes podían ser arcabuceros o mosqueteros (dependiendo del arma que portasen) y, a pesar de que en la época no llevaban ningún uniforme, contaban con una serie de equipo común que les convertía en inconfundibles mientras repartían plomo entre los enemigos de la Cruz de Borgoña.

Para entender la importancia de los resueltos arcabuceros y mosqueteros que formaban una parte esencial de los Tercios, es necesario retroceder en el tiempo hasta el S.XVI. Fue en esta época cuando Carlos I (V para los alemanes, más prolíficos según parece en reyes con este nombre) creó tres unidades militares para proteger las comarcas de Nápoles, Sicilia y Milán de sus enemigos. No era para menos, pues los franceses andaban por entonces enfrascados hasta el corvejón en la santa y puñetera misión de quitarnos esas regiones o, al menos, darnos algún que otro susto espada en mano.


«En mi opinión, Carlos V creó los tercios para resolver el problema administrativo de gestionar su instrumento militar: El número siempre creciente de compañías sueltas que necesitaba para defender a sus vasallos, primero de los franceses y luego contra los turcos. El cuándo es la pregunta del millón. Al parecer existe una especie de instrucción del Tesoro de 1537 que explica cómo se ha de pagar a cada hombre de los Tercios. También se dice que una disposición imperial de 1534 redistribuyó las fuerzas españolas destacadas desde antiguo en Italia en tres tercios»», explica en declaraciones a ABC el general de Infantería e historiador José María Sánchez de Toca y Catalá, coautor de «Tercios de España. La infantería legendaria.


El combate y la función del arcabucero


Los famosos Tercios luchaban en grupos considerables. En su mayoría, las unidades estaban formadas por piqueros -combatientes ataviados con una extensa lanza de entre cuatro y seis metros- apoyados por tropas de disparo. Su forma de darse de mamporros contra el enemigo era sencilla. En primer lugar, los mosqueteros arrojaban a una distancia de entre 50 y 60 metros su munición contra el enemigo.

Posteriormente, y según se acercaban los contrarios, los arcabuceros (equipados con un arma considerablemente menos potente) salían de entre las filas y les disparaban varias andanadas a unos 20 metros. Una vez realizadas todas las bajas posibles a distancia, era el momento de que compañeros demostraran su destreza en el cara a cara, acero mediante, eso sí.

La importancia de los arcabuceros dentro de los Tercios españoles era vital, pues se correspondían con uno de los elementos más ofensivos y que más bajas podían causar (a nivel de infante) dentro de la gigantesca maquinaria de combate. Tal era su efectividad que, aunque en principio su número era la tercera parte del total de las unidades, este terminó aumentado hasta el 80% en su última época.

Su importancia era vital, tanto para desmoralizar al enemigo mediante continuas descargas de pólvora, como para acabar con él. «Arcabuceros y mosqueteros señorearon los campos de batalla hasta que fueron sustituidos en el S.XVIII por los fusileros, que tenían un arma de menor calibre y más fácil de disparar», explican Fernando Martínez Laínez y Sánchez de Toca en su obra conjunta «Tercios de España. La infantería legendaria».


Batalla de Rocroi

Por otro lado, su trabajo no acababa cuando empezaba el cruce de aceros. Y es que, una vez que las picas caían sobre el enemigo, los arcabuceros se aunaban en pequeños grupos (llamados «mangas») que defendían los flancos del cuadro de piqueros. Estos grupos se destacaban por su gran movilidad.

«Aunque el ejército español podía parecer muy monolítico, pues combatían en grupos de infantería, tenían una capacidad táctica considerable, pues las mangas podían disgregarse y actuar de forma independiente, más móvil», explica, en declaraciones a ABC José Miguel Alberte, presidente de la Asociación Española de Recreación Histórica «Imperial Service» (una de las más grandes de nuestro país y colaboradora activa en la exposición itinerante del Ejército de Tierra «El Camino Español. Una cremallera en la piel de Europa»).


Bondades y sufrimientos del arcabucero


A pesar de que estos soldados eran de los combatientes mejor considerados por su utilidad y versatilidad, su vida estaba llena de oscuros y claros. Bondades y sufrimientos con los que tenían que convivir en los páramos de Flandes. Entre las desventajas de ser un arcabucero se encontraba, en primer lugar, adquirir un arma, pues en el ejército de entonces cada soldado debía costearse sus propios pertrechos.

«Las armas eran propiedad del soldado y las compraba él, Eso era un problema para los arcabuceros, que tenían que gastarse un buen dinero. Con todo, hay que tener en cuenta que los rangos y los sueldos en los Tercios se conseguían dependiendo del equipo y de lo que se aportaba al ejército. Un pica seca (el rango más bajo) no cobraba lo mismo que un coselete (equipado con armadura). Éste, por su parte, era superado por el arcabucero y, en última instancia, estaba el mosquetero», añade Alberte.

Al pagar la pólvora, los arcabuceros evitaban disparar. Este hecho provocaba que los soldados le diesen un par de vueltas a la testa antes de abrir la bolsa y soltar una considerable cantidad de monedas a cambio de un arcabuz. Era una reacción lógica, pues, como bien señala el recreador histórico, los armeros de la época hacían todas las piezas de estas armas a mano y no solían desprenderse de ellas a cambio de poco dinero. De hecho, el precio rondaba la friolera de entre 30 y 80 ducados, una inmensa cantidad para la época si se considera lo que cobraban por combatir los soldados del escalafón más bajo. «El sueldo de un pica seca [armado únicamente con una pica y un casco] era de dos ducados, mientras que el del arcabucero era de ocho», añade Alberte.

Por otro lado, el Ejército español no se rascaba precisamente el bolsillo a la hora de equipar a los arcabuceros, lo que daba lugar a situaciones absurdas (y muy españolas) en el campo de batalla. «Los mandos de los Tercios no pagaban ni alojamiento, ni comida, ni mecha, ni balas. ¿Qué sucedía? Pues lo que sucede en la actualidad, que si en tu trabajo pagas la impresión de los informes, no utilizas la impresora. Muchas veces preferían no disparar. La falta de fuego costó muchos disgustos al Ejército Español, por lo que los oficiales usaron un sistema muy nuestro: premiar a aquellos arcabuceros que disparasen más con otros dos ducados. Sin embargo, como seguían sin hacer fuego, se estableció que se daría uno más a aquellos que los responsables considerasen que disparaban más que el resto. Esto ponía sus sueldos en 11 ducados», añade el recreador.

Por otro lado, los arcabuceros carecían de un equipo defensivo pesado como el de los piqueros más veteranos, los que hacía que tuviesen muchas más posibilidades de marcharse al otro barrio si entraban en combate cuerpo a cuerpo. No obstante, contaban con poco equipaje y una mayor libertad para desplazarse en las «mangas» a través del campo de batalla, lo que hacía que tuviesen también más capacidad de rebuscar entre los cadáveres enemigos y marcharse con un buen botín (ya fuera en dinero, o en botas y ropajes –todo muy codiciado en aquellos tiempos en los que las pagas llegaban con meses de retraso). Por el contrario, los piqueros no podían disgregarse, pues su fuerza radicaba en que el enemigo no superase la barrera de filos que le ponían frente a sus narices.