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miércoles, 23 de octubre de 2024

Biografía: Bernardo de Irigoyen

Bernardo de Irigoyen





Dr. Bernardo de Irigoyen (1822-1906)

Nació en Buenos Aires, el 18 de diciembre de 1822, y era descendiente de una vieja familia porteña. Su apellido vasco de iri “villa” y goien, “extremidad”, “altura”, “en la parte superior”, se escribe con i inicial y no con y, pues es la grafía que consideran correcta los más autorizados especialistas. Fueron sus padres Fermín Francisco de Irigoyen, y María Loreto de Bustamante. Hizo sus estudios en la ciudad natal, y desde temprano reveló condiciones intelectuales excepcionales.

En 1843, a los 21 años, se graduó de doctor en jurisprudencia en la Universidad de Buenos Aires, con una tesis titulada Disertación sobre la necesidad de reformar el actual sistema legislativo, siendo una de las primeras iniciativas encaminadas a sustituir la legislación española que todavía se aplicaba en el país. Poco después, practicó en el estudio del doctor Lorenzo Torres, uno de los más acreditados de la ciudad, e ingresó en la Academia de Jurisprudencia, de la cual llegó a ser prosecretario, por elección de sus miembros.

Comenzó la carrera diplomática con un cargo de oficial en la legación argentina en Santiago de Chile. Llevaba como misión principal la de promover negociaciones sobre las cuestiones de límites existentes entre ambos países, en la zona del estrecho de Magallanes, puntos debatidos sin llegar a ningún resultado concreto. Sin embargo, prestó importantes servicios, y desempeñó con corrección y eficacia sus funciones jurídicas y diplomáticas. Diversos testimonios de aquel entonces afirman que en Chile, el joven funcionario alternó intensa y cordialmente con los exiliados argentinos, muchos de los cuales le tuvieron un gran aprecio.

En 1846, al ser retirada la Legación Argentina, pasó a Mendoza donde tuvo una prolongada permanencia, contribuyendo espontáneamente a la defensa de la ciudad durante el gobierno de Alejandro Mallea. Prestó importantes servicios al detener el avance de la montonera rebelde, y su actitud mereció que el pueblo de Mendoza le tributara su aprecio y gratitud, despidiéndolo con un elocuente discurso Guillermo Rawson. Una resolución legislativa del 23 de marzo de 1850, lo declaró “ciudadano mendocino con los goces y preeminencias de natural del país, conforme a nuestras leyes provinciales”. Antes de su retiro, el gobernador Mallea le encargó la redacción de un informe sobre la reforma de la provincia, en sus diferentes ramas de gobierno, principalmente, de carácter administrativo y legislativo, que produjo resultados beneficiosos para las instituciones locales. Esos trabajos le señalaron como firme candidato para reemplazar al gobernador Mallea, siendo lanzada su candidatura en tal sentido, pero regresó a Buenos Aires como lo había solicitado.

En 1851, fue encargado de recopilar los antecedentes históricos sobre los cuales se basaría la defensa de los derechos argentinos respecto del estrecho de Magallanes, y de las reglas que debían utilizarse para regir la navegación en sus aguas, en concordancia con el Derecho Internacional. Asimismo, estudió los problemas pendientes con la Santa Sede sobre el derecho de patronato, y se le comisionó para efectuar el arreglo de una reclamación extranjera entablada por los herederos del ciudadano estadounidense Halsey. Pero estas tareas delicadas, fueron superadas porque su figura sobresalía como la de un ciudadano de relieve y de opinión influyente.

Derrocado Juan Manuel de Rosas, Urquiza lejos de desechar sus servicios le encomendó, el 28 de febrero de 1852, la misión de recorrer las provincias del interior del país, para llevar su mensaje e invitar a los reacios gobernadores y caudillos a contribuir a la organización nacional. A su capacidad y esfuerzo se debieron las primeras negociaciones que condujeron al Acuerdo de San Nicolás, antecedente fundamental de la Constitución de 1853.

Terminada con éxito su misión, a su regreso, cuando el director provisional de la Confederación había disuelto la Legislatura, formó parte durante poco tiempo, del Consejo de Estado, nombrado por Urquiza en 1852. Tuvo influencia personal en el gabinete, y entre otras importantes resoluciones, propuso la abolición de la pena de muerte por delitos políticos y la confiscación de bienes por cualquier clase de delito. Luego declinó su candidatura a diputado, y la secretaría del Congreso Constituyente próximo a reunirse, que le ofreciera Urquiza, retirándose transitoriamente de la vida pública.

Al producirse la revolución del 1º de diciembre de 1852, encabezada por el general Hilario Lagos, pasó a Montevideo donde residió por algún tiempo. Se mantuvo alejado de la política hasta 1856, dedicado a negocios particulares de carácter comercial en campos y haciendas. Abrazó con éxito el ejercicio de su profesión y su bufete se convirtió en uno de los primeros de Buenos Aires. Fue abogado y consejero de una parte principal del comercio nacional y extranjero. Tuvo a su cargo una brillante defensa en una causa que trataba de la confiscación de unos armamentos dirigidos al Paraguay y de seis cargamentos de yerba mate salidos de aquella república después de la declaración de guerra de 1865.

En 1860, fue elegido convencional de la Asamblea convocada por la provincia de Buenos Aires para estudiar la reforma de la Constitución Nacional. Su mediación en los debates que se suscitaron entonces, revelaron su talento de hombre de elocuencia excepcional. Al año siguiente, declinó un ministerio nacional que le ofreció el presidente Derqui, como en 1866, la legación de Chile que quiso confiarle el presidente en ejercicio, doctor Marcos Paz. Entonces fue llamado a integrar como vocal la Junta de Crédito Público Nacional, en cuyo organismo desarrolló durante dos años una labor fecunda.

En 1869, a propuesta del Senado se le designó fiscal del Superior Tribunal de Justicia, puesto que rechazó por razones de índole privada. Poco después, debió ocupar las funciones de conjuez de la Corte Suprema para dirimir la divergencia planteada entre sus miembros sobre si las provincias debían comparecer ante la misma, decidiendo por la afirmativa.

Hacia 1870, Sarmiento lo designó procurador del Tesoro Nacional, y en su administración fue vicepresidente de la Exposición Nacional realizada en Córdoba. En ese mismo año, fue elegido diputado a la Legislatura de Buenos Aires, en la que tomó parte en las más importantes cuestiones debatidas, destacándose especialmente, en la discusión entablada con motivo del proyecto de ley suprimiendo la pena de muerte,.

Fue también vicepresidente del Crédito Público. En 1872, se le eligió senador por Buenos Aires, siendo nombrado poco después vicepresidente de ese alto cuerpo. Actuó además, como miembro de la Convención reformadora encargada de revisar la Constitución bonaerense. Integró la comisión redactora del sistema municipal, pronunciando en la Cámara magistrales discursos, que acentuaron su prestigio de parlamentario avezado.


Monumento al Dr. Bernardo de Irigoyen, Plaza Rodríguez Peña, Buenos Aires

Ocupó una banca en el Congreso de la Nación en 1873, y participó de los debates que dieron lugar la ley electoral. En ese año, fue miembro del Consejo de Instrucción Pública provincial. En 1874, rechazó el ofrecimiento que le hizo el doctor Nicolás Avellaneda de la cartera del Ministerio de Relaciones Exteriores, lo mismo que la Legación en Río de Janeiro, retirándose de la política. Al año siguiente, la Cámara de Diputados lo eligió por unanimidad de votos, su presidente, y entonces fue, cuando cediendo a la insistencia de hombres como Leandro N. Alem, Nicolás Avellaneda, Adolfo Alsina, Carlos Pellegrini y Aristóbulo del Valle, aceptó el cargo de ministro de Relaciones Exteriores, en momentos en que el país atravesaba por una situación delicada respecto de varios países limítrofes.

Bernardo de Irigoyen supo imponerse a las dificultades, justificando plenamente la elección que había recaído en su persona. En 1876, hubo de actuar en un conflicto suscitado por la intervención que el gobierno de Santa Fe tomó contra la sucursal local del Banco de Londres. En esa oportunidad, fue receptor de una amenaza inaudita que provino del abogado del Banco de Londres, Manuel Quintana, quien le previno en nombre de su Majestad Británica, que para hacer respetar los derechos del banco una cañonera inglesa había salido hacia Rosario. Aunque esto haya sido no más que un grave exceso emotivo, ya que la amenaza no se concretó ante la altiva protesta de Irigoyen, lo importante fue la doctrina que esbozó en su trabajo: La Soberanía nacional y la protección diplomática de las acciones al portador, el cambio de cartas que se produjo entre él y el encargado de negocios inglés. A la presentación de éste, en el sentido de que el gobierno nacional debía intervenir ante la provincia a los fines de que cesara en su accionar sobre el Banco, el canciller argentino respondió negativamente sosteniendo que las sociedades anónimas carecían de nacionalidad, y no les correspondía, en modo alguno, la protección diplomática. En ese año, negoció con éxito los tratados de paz y límites con el Paraguay y el Brasil, que resolvieron múltiples cuestiones emergentes de la terminación de la guerra de la Triple Alianza. Inició también las negociaciones con Chile por las cuestiones de límites que se hallaban pendientes por aquel Estado y después de largas y difíciles gestiones, logró sentar las bases de un tratado preliminar de los plenipotenciarios que fue firmado en Buenos Aires, el 18 de enero de 1878, por Diego Barros Arana y Rufino de Elizalde.

Al reorganizare el gobierno en 1877, el doctor Irigoyen ocupó el ministerio del Interior, desenvolviendo una política constructiva en beneficio del país. Cuando abandonó ese alto cargo, fue elegido vicepresidente en 1878, del Comité Patriótico, organizado para sostener los derechos de la República en la cuestión de límites con Chile. Con tal motivo, presidió una gran conferencia pública efectuada en el Teatro Colón, el 25 de mayo de 1879.

Al verse la posibilidad de producirse un gran conflicto en 1880, con el Uruguay, el presidente Avellaneda, lo designó ministro plenipotenciario y enviado extraordinario ante el gobierno de Montevideo, logrando pleno éxito en sus gestiones. En ese mismo año, no quiso aceptar la candidatura que le fue ofrecida para la Presidencia de la República. Nuevamente fue ministro de Relaciones Exteriores y Culto, en el gobierno del general Roca, y a su talento diplomático se debió que se conjurase un conflicto armado con Chile, por cuestiones limítrofes. En 1881, llevó a feliz término la vieja cuestión con ese país, al firmarse el tratado fundamental de límites sobre las bases que propusiera cinco años antes. Expuso con brillo y resonancia los principios del Derecho público americano que actualmente han sido reconocidos por la doctrina uniformemente. Resuelta la cuestión chilena, en 1882, el presidente Roca lo nombró ministro del Interior, en cuyo cargo realizó obras de interés público.

En 1885, se decidió finalmente a dejarse proclamar candidato popular a la primera magistratura del país, Renunció como ministro, y se dedicó enteramente a la campaña electoral por el Partido Autonomista. El general Roca impuso en las elecciones a su candidato, el doctor Miguel Juárez Celman. Irigoyen entonces, se retiró de toda actividad pública, en 1886.

Se lo consideraba definitivamente alejado de la vida pública, cuando resultó que el viejo estadista compartía los ideales de la nueva generación revolucionaria. En 1889, prestó su apoyo moral a la organización de la Unión Cívica.

Estuvo en la rebelión de 1890, y después de la caída de Juárez Celman perteneció a la junta consultiva de la Unión Cívica. En 1891, la convención de este movimiento político, reunida en Rosario, proclamó la fórmula presidencial Mitre-Irigoyen, para el período 1892-1898. Pero el general Mitre llegó a una transacción con el general Roca, y entonces –frente al cisma producido dentro del movimiento cívico- Irigoyen se declaró contra la política de los acuerdo, y pasó a las filas del naciente radicalismo.

En 1892, la Convención de la Unión Cívica Radical que acababa de separarse de la Unión Cívica, votó su candidatura a la Presidencia de la República por aquel partido. Al año siguiente, el presidente Sáenz Peña lo desterró a Montevideo.

Representó a la nueva fracción en el Senado de la Nación, y en 1894, desde su banca de senador interpeló al ministro del Interior, doctor Quintana, con un discurso magnífico por su estilo y de alta significación por su trascendencia nacional. Tratábase en aquel entonces, de la imposición del estado de sitio en ciertas partes del territorio argentino, así como la intervención federal en algunas provincias, medidas arbitrarias de acuerdo con el sentir del estadista. La interpelación dio por resultado la crisis de gabinete, formulando la minuta de amnistía, que provocó la renuncia del presidente Sáenz Peña.

Desempeñó la senaduría hasta 1898, en que resultó electo gobernador de la provincia de Buenos Aires, cuyos destinos rigió hasta 1902, y su gestión mereció general aprobación. En 1899, formo parte de la Junta de Notables, argentinos y chilenos, nombrada para solucionar las diferencias sobrevinientes.

Al término de su período de gobierno, en 1902, fue elegido senador nacional por la provincia de Buenos Aires, tomando parte en los principales debates. Se recuerda aquél donde interpeló al entonces ministro de Relaciones Exteriores y Culto, doctor Manuel Augusto Montes de Oca, en cuya ocasión no se supo qué admirar más, si la sabiduría o su experiencia, o el respeto y la pericia con que el joven canciller, cincuenta años menor, contestó a su eminente antagonista Retuvo la banca senatorial hasta el momento de su muerte.

En su larga vida recibió distinciones de importancia, como la de académico titular y luego honorario de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, académico honorario de la Facultad de Filosofía y Letras, miembro honorario de la Academia Internacional de Ciencias Industriales, de Madrid, y de otras instituciones científicas y sociales. Fue Caballero Gran Cruz de la Real Orden Española de Isabel la Católica; Gran Cruz de la Orden Imperial de la Rosa, del Brasil; y Gran Cruz de la Orden del Santo Sepulcro.

La desaparición del ilustre estadista ocurrió en Buenos Aires, el 27 de diciembre de 1906, a los 84 años de edad, ocasionando su deceso un verdadero luto nacional. Se había casado con Carmen de Olascoaga.

El diario “La Prensa” estampó en sus columnas que “La República acaba de perder a uno de sus hijos más eminentes, a uno de sus ciudadanos más virtuosos, a uno de sus servidores más leales”. Otro prestigioso periódico, “La Nación”, dijo que “Don Bernardo de Irigoyen fue uno de los grandes señores de la República”, y en otra oportunidad, agregó que fue “el señorial representante de la cultura porteña, el carácter más blando, más suave y más accesible de nuestro escenario político”.

Los poderes públicos de la Nación y de las provincias le decretaron los más altos honores. En el acto del sepelio hablaron para despedir sus restos, el ministro del Interior, doctor Manuel A. Montes de Oca, en nombre del gobierno Nacional; el ministro de Gobierno de la provincia de Buenos Aires, doctor Emilio Carranza; el presidente del Senado, Benito Villanueva; el doctor Adolfo Saldías, por la Cámara de Diputados; el ministro de Instrucción Pública, doctor Federico Pinedo, y el doctor Francisco A. Barroetaveña.

El Congreso de la Nación sancionó la erección de su monumento en nuestra ciudad, como gran ciudadano de la República, siendo inaugurado en la esquina de Callao y Paraguay, en la plaza Rodríguez Peña, el 27 de diciembre de 1933, obra del escultor Mariano Beulliure. En ese acto pronunciaron discursos, los doctores Vicente C. Gallo, Mariano de Vedia y Mitre y Leopoldo Melo. Una calle de la ciudad y una escuela llevan su nombre.

Bernardo de Irigoyen fue una figura representativa y consular en los tiempos de la organización nacional, y durante las décadas que le siguieron. Su larga y activa vida abarcó diversas etapas dentro de la historia argentina, en todas las cuales desempeñó un papel de hombre de confianza y de consejo, de intermediario hábil y de negociador de dones sobresalientes. Mantuvo siempre una limpia línea de conducta personal y un concepto elevado de sus funciones como servidor del Estado y como ciudadano.

Acerca de su personalidad pronunciaron juicios altamente elogiosos hombres de ideas y tendencias tan encontradas como Urquiza, Sarmiento, Rawson, Pellegrini, Avellaneda y Roca. Era de estatura mediana, de semblante pálido, ojos serenos, labios delgados, y en su cara lucían patillas de gentilhombre inglés.

Escribió alrededor de cuarenta trabajos, entre defensas, informes, discursos, etc., que se publicaron en forma de folletos y libros. En otro orden sobresalen, un breve ensayo sobre Recuerdo del general San Martín, en el “Archivo Americano” (1951), reproducido después en “La Revista de Buenos Aires” (1863); Recuerdos de don Bernardo Monteagudo; Delfín Gallo, Apuntes Biográficos (1890); Colonización e Inmigración en la República (1891). En uno de sus escritos utilizó el seudónimo de “Unos Argentinos”.


Fuente

Amadeo, Octavio R. – Vidas Argentinas – Buenos Aires (1957).
Cutolo, Vicente Osvaldo – Nuevo Diccionario Biográfico Argentino, Buenos Aires (1971).
De Vedia y Mitre, Mariano – Bernardo de Irigoyen – La Nación, diciembre (1933).
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Gómez, Antonio F. – Notas biográficas del Dr. Bernardo de Irigoyen, Epoca de Rosas – Buenos Aires (1907).
Portal www.revisionistas.com.ar

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miércoles, 2 de octubre de 2024

Argentina: Capitán Colin I. McIntyre, voluntario al servicio del Reino Unido

Soldado Colin I. McIntyre








Colin McIntyre, fallecido a los 85 años, fue el primer editor del servicio de teletexto de la BBC, Ceefax. Cuando los ingenieros de la BBC inventaron un sistema mediante el cual se podía ocultar texto en líneas sobrantes de una señal de televisión, McIntyre dio vida a la idea proporcionando información sobre noticias, clima, viajes, deportes, precios de acciones, guías de programas y demás. Lo que, según sus palabras, comenzó como "una operación de hilo y lacre" se desarrolló de tal manera que atrajo a 22 millones de espectadores por semana y estableció el estándar para los servicios de teletexto en todo el mundo. Ceefax sigue siendo popular en las zonas restantes de Gran Bretaña que aún no han cambiado a la recepción de televisión digital.

McIntyre nació en Buenos Aires, Argentina, donde su padre, que había emigrado de Escocia, dirigía una fábrica de algodón. Fue educado en St George's College en Quilmes y dejó Argentina para ir al Reino Unido a los 18 años para unirse al esfuerzo de la Segunda Guerra Mundial, comisionado en el antiguo regimiento de su padre, la Guardia Negra. No participó en ninguna acción de guerra, pero sirvió con los Lovat Scouts en Grecia en 1946 y con la 6.ª División Aerotransportada en Palestina. Durante este período escribió poesía y algunos de sus poemas fueron publicados en antologías. Cuando dejó el ejército, estudió inglés en la Universidad de Harvard, donde conoció a su futura esposa, Field.

En 1952 McIntyre se unió a la BBC y fue uno de los subeditores jefe más jóvenes de la sala de redacción del Servicio Mundial. Ascendió hasta convertirse en corresponsal de la BBC en la ONU en 1956, cubriendo las crisis de Suez y Hungría. En 1965 se convirtió en director de publicidad de la televisión de la BBC y luego en ejecutivo de promociones de programas, antes de lanzar Ceefax en 1974.

McIntyre trabajó solo al principio, escribiendo y actualizando sólo 24 páginas. Su filosofía era que Ceefax no debería sólo atender al adicto a las noticias, sino que debería adaptarse al "espectador que no consulta sus piscinas hasta el martes, al hombre que quiere información sobre vías navegables o al cinéfilo que quiere los detalles de una lista de reparto". Investigó todos los aspectos del nuevo medio: uso del color, tamaño de fuente, presentación y diseño. Le apasionaba el diseño y lo veía como una parte integral de la comunicación misma.

A sus numerosos visitantes describiría Ceefax como una "radio impresa" o "una bicicleta en la era tecnológica". Luego, su personal la apodó "bicicleta impresa". Sus colegas recuerdan que no era demasiado respetuoso con la burocracia de la BBC. Insistió en reclutar desde afuera y a aquellos cuyo éxito en la entrevista se retrasaba mientras eran examinados por seguridad, les escribía: "Tienes el trabajo, siempre que no seas miembro de las Juventudes Hitlerianas".

Cuando se jubiló anticipadamente en 1982, contaba con 20 empleados. Se fue para escribir Monumentos de guerra: cómo leer un monumento a los caídos (1990), seguido de La Segunda Guerra Mundial en el mar (1990). Había sido un miembro activo del Partido Laborista desde una edad temprana, aunque desertó al SDP y a los demócratas liberales en la década de 1980 antes de regresar al Partido Laborista en 1993. Fundó la Capilla Ceefax del Sindicato Nacional de Periodistas.

A McIntyre le sobreviven Field, sus hijas Wayne, Mithra y Miranda, su hijo Angus, siete nietos y un bisnieto.

• Colin Ian McIntyre, editor, nacido el 27 de enero de 1927; murió el 17 de mayo de 2012

sábado, 10 de agosto de 2024

Biografía: Carlos XII de Suecia

Carlos XII de Suecia (1682-1718)

Weapons and Warfare






Rey de Suecia, 1697-1718. “León del Norte”. Sucedió a su padre, Carlos XI, dos meses antes de cumplir 15 años. Desde su más tierna infancia, estuvo fascinado por todo lo militar, de una manera que le recordaba a su béte noir de toda la vida, Pedro I. La temprana muerte de su padre guerrero alentó a los enemigos de Suecia a subestimar al nuevo niño-rey y tratar de tomar medidas políticas y ventaja militar de su inexperiencia. Impetuoso y testarudo, Carlos XII heredó un ejército sueco magníficamente profesional, aunque no había librado una batalla desde su victoria en la Guerra de Escania (1674-1679). Lideró esta fuerza contra un ataque coordinado danés, polaco y ruso que inició la Gran Guerra del Norte (1700-1721). Se benefició enormemente de las sabias decisiones de retener a los generales de su padre, sobre todo Karl Gustaf Rehnsköld, y ampliar el ejército de 65.000 a unos 75.000 hombres. Rápidamente derrotó a los daneses en 1700 al desafiar un desembarco en la isla de Zelanda que amenazaba a Copenhague. Inmediatamente se volvió y humilló a los rusos y a su zar en Narva (19 y 30 de noviembre de 1700). A partir de entonces, giró hacia el sur, hacia Polonia, en contra del vehemente consejo de sus principales asesores, la mayoría de los cuales decían que debería acabar primero con Pedro y Rusia y que también temían lo que pensaban que era el mayor poder de la Commonwealth polaca. En cambio, Carlos depuso al rey polaco, Augusto II, y nombró a su propio candidato, Estanislao I, en el trono.

A lo largo de este primer período, sus instintos como guerrero en la gran tradición de la Casa de Vasa amplificaron el profesionalismo central del Ejército que heredó. Por muy bueno que fuera el ejército, se trataba de un monarca joven que amaba demasiado la guerra para un estado pequeño con una economía y una base poblacional incapaz de sostener el conflicto durante el tiempo necesario para cumplir sus ambiciones extremas. Carlos era un rey inusualmente puritano, incluso para un pueblo protestante tan espartano como los suecos del siglo XVIII. Desdeñaba el alcohol, por ejemplo, en profundo contraste con el libertinaje regular y perverso que permitía su gran enemigo Pedro de Rusia. Karl también se negó a usar la peluca obligatoria de caballero y prefirió vestir con un uniforme azul sencillo que renunciaba al encaje u otras decoraciones. Su vestimenta no era ninguna afectación. Era un tipo de uniforme práctico nacido de un hábito y una preferencia que reflejaba su único interés real en la vida adulta: hacer la guerra.

Carlos XII sólo era feliz montado y en campaña para defender o expandir el Imperio sueco. Después de abandonar Estocolmo al comienzo de la Gran Guerra del Norte en 1700, pasó los siguientes y últimos 18 años de su vida en una campaña u otra. Por lo general, lideraba desde el frente, un hecho muy elogiado por su valentía y ampliamente criticado como imprudente. Su comportamiento compulsivo de guerrero parecía alejandrino a los admiradores de entonces y de entonces, pero no se parecía al de ningún otro monarca europeo contemporáneo. La mayoría de sus pares soberanos y reyes y barones menores estaban ocupados construyendo cómodos palacios de Versalles en miniatura en una emulación barroca de Luis XIV, o estaban ellos mismos en guerra con el "Grande Monarque". Una explicación de sus tácticas es que funcionaron, al menos hasta que dejaron de hacerlo. Más fundamentalmente, surgieron de una cultura militar sueca agresiva y de larga data de “gå på” (“¡A ellos!”). Este enfoque de la guerra permitió a las fuerzas suecas derrotar repetidamente a ejércitos rusos, polacos y sajones mucho más grandes. Las tácticas suecas enfatizaron las sorprendentes cargas de caballería e infantería. Estos últimos a menudo se hacían con Karl o sus comandantes exhortando a los hombres a no disparar sus mosquetes sino a usar sus bayonetas, espadas y picas.

Una de las principales razones del extraño comportamiento de Karl en los niveles operativo y estratégico es que estaba obsesionado con las personalidades de sus enemigos, primero Augusto y más tarde Pedro, contra quienes enfureció, conspiró e hizo la guerra sin la debida consideración de otros factores importantes. Le habría venido bien, por ejemplo, estudiar la política polaca y lituana. En lugar de ello, incapaz de comprender la dinámica interna de sus enemigos, intervino en la caótica guerra civil entre Polonia y Lituania y cometió el grave error de apoyar a la detestada facción Sapiehas. Si hubiera estudiado geopolítica y gran estrategia, tal vez no habría esperado para atacar a Pedro en Moscú, proporcionando a ese inteligente zar los años vitales que necesitaba para recuperarse de Narva, reformar el ejército ruso y fortalecer su Armada y su nueva capital. Pero Carlos no haría las paces en Polonia a menos que Augusto fuera expulsado para siempre de esa tierra. Esto abrió la puerta a Peter para hacer una alianza con la szlachta lituana en la retaguardia estratégica de Karl una vez que Augustus ya no pudo defenderlos de las depredaciones y contribuciones suecas. Carlos tampoco pudo decidirse a hacer las paces con Rusia mientras todavía estaba gobernada por Pedro, ni negarse a sí mismo la tentación de invadir y castigar al zar.



Lleno de un odio personal hacia Pedro que Marlborough notó cuando conoció al rey sueco, Karl invadió Rusia en 1708. Estuvo a punto de capturar a Pedro, pero luego Karl giró hacia el sur por segunda vez y finalmente marchó hasta Ucrania en busca de sus aliados cosacos. así como comida y forraje para sus hombres hambrientos. En junio de 1709 fue herido en un pie y pronto quedó postrado con fiebre alta. Incapaz de montar ni montar, lo transportaron en camilla. Al carecer de armas, suministros o suficientes hombres, decidió atacar el campamento ruso en Poltava (27 de junio/8 de julio de 1709). Como resultado, perdió todo su ejército y, con el tiempo, su imperio. Dejó en los campos de Poltava 10.000 muertos y 14.000 más que fueron hechos prisioneros mientras su guardia personal lo llevaba al exilio forzoso.

Su aceptación inicial por parte de la Sublime Puerta finalmente se convirtió en un suave encarcelamiento en manos otomanas. Mientras estuvo en su campamento dentro de las fronteras otomanas, fue efectivamente un prisionero de las relaciones ruso-otomanas. Permaneció allí durante varios años, acampado a lo largo del río Dniéster, rogando al sultán que abriera un frente sur contra Rusia, mientras los numerosos enemigos de Pedro y Carlos en el norte atacaban los huesos cada vez más expuestos del Imperio sueco. Desesperado por cualquier esperanza o beneficio estratégico al permanecer más tiempo en el sur, y abalanzado sobre el sultán y hecho prisionero por él en 1714, a Karl finalmente se le permitió regresar al norte por una corte otomana cansada de sus intrigas y más cautelosa con las de Pedro. Viajó por tierra a través de Europa del Este para llegar finalmente a la Pomerania sueca. Para llegar allí, se vio obligado a viajar a través de Austria y Alemania, disfrazado con una peluca y un bigote postizo. Llegó justo a tiempo para defender Straslund del asalto, pero sólo hasta que se vio obligado a abandonar la fortaleza en diciembre de 1715.

Karl regresó a Suecia en el nuevo año, tocando su suelo por primera vez desde 1702. Formó un nuevo ejército, que incluía a muchos niños, con los restos de los recursos suecos. No se trataba de la misma fuerza profesional con la que había invadido Polonia, reprimido Sajonia y atacado Rusia. Dejando a un lado a esos enemigos más poderosos, Karl reanudó la campaña contra los daneses en Noruega. También estuvo involucrado en luchas con Hannover, Prusia y Sajonia. Atacó Noruega en 1717 y nuevamente en 1718. Sus ambiciones no se vieron empañadas por sus fracasos anteriores y sus años de exilio. Algo así como un berserker estratégico y táctico, contempló un plan para desplazar a los Estuardo del trono escocés como una forma indirecta de llegar a sus enemigos en Hannover, que ahora también reinaban en Gran Bretaña. Con sólo 36 años, fue asesinado el 30 de noviembre y 11 de diciembre de 1718, mientras miraba por encima de las murallas para observar a los zapadores cavar en zigzag hacia las obras danesas en el asedio de Fredrikshald (Fredriksten) en Noruega. La herida mortal fue provocada por una bala de mosquete que le atravesó la cabeza. No se sabe si la bala fatal fue disparada por un enemigo o si fue disparada de manera inepta por uno de los propios hombres de Karl.

Las guerras de Carlos XII, y especialmente su imprudente y obstinadamente perseguida invasión de Rusia y Ucrania, representaron una extralimitación imperial extraordinaria que paralizó a Suecia como gran potencia, y aseguró que perdiera su imperio báltico y sufriera una caída permanente de las filas de los las grandes potencias. Ninguno de esos hechos impidió que creciera un mito marcial en torno al supuesto virtuosismo de Karl en el campo de batalla que en ciertos aspectos sobrevive hoy. Es mejor adoptar una visión más equilibrada y estar de acuerdo en que, en ocasiones, Karl mostró verdadera brillantez táctica, como durante sus grandes campañas ofensivas de 1702-1706, pero también reconocer que Karl carecía de visión operativa y estratégica, y que su arrogancia y su Los odios personales insaciados finalmente dieron origen al desastre militar.

Lectura sugerida: R. Hatton, Carlos XII (1968).

domingo, 14 de julio de 2024

Biografía: Ramón Franco, piloto del Plus Ultra

Ramón Franco, piloto del Plus Ultra




ALEGRE, DICHARACHERO, MUJERIEGO, AVENTURERO, MASÓN Y REPUBLICANO: LA VIDA DEL HERMANO DE FRANCISCO FRANCO


Ramón Franco tenía naturaleza rebelde: se vestía como árabe y hasta leía el Corán para escándalo de todos. Fue el protagonista excluyente de la hazaña del Plus Ultra, el primer avión que cubrió el trayecto entre España y la Argentina.
Por Omar Lopez Mato – TN.com.ar
Ramón Franco (2 de febrero de 1896 - 28 de octubre de 1938) tenía poco en común con su hermano, el generalisimo Francisco Franco Bahamonde.
La gesta del Plus Ultra, la proeza aeronáutica de unir España con Buenos Aires, le había ganado un prestigio internacional a este piloto gallego nacido en Ferrol. Desde su infancia, Ramón era dueño de un carácter extrovertido, jovial y rebelde, muy parecido al de su padre, don Nicolás Franco Salgado-Araújo, intendente general de la Armada Española. Su madre, Pilar Bahamonde, una mujer severa y religiosa deseaba que el menor de sus hijos abrazara los hábitos, aunque finalmente Ramón optó por seguir la carrera de las armas, como sus hermanos Francisco y Nicolás (este último también llegó a general).
Con el grado de teniente, Ramón fue destinado a servir en el Protectorado de Marruecos, donde se destacó por su don de mando y su coraje, casi tanto como su hermano Francisco, quien en esos años de guerras coloniales se ganó el apodo de “caudillo”.


Ramón Franco, el Chacal

La aviación era por entonces una actividad lindante con el suicidio pero entusiasmaba al joven Ramón. En 1920, fue destinado a la aviación militar y obtuvo su título de piloto. Su actuación durante la guerra del Rif le granjeó el aprecio de sus compañeros y subalternos, quienes lo apodaron “el chacal”. Intervino en más de 120 misiones sobre territorio enemigo.
En esos días contrajo nupcias con Carmen Díaz Guisasola, una joven de muy buena familia de solo 19 años. Era costumbre entonces que los oficiales del ejército le pidiesen permiso al rey para casarse, trámite que Ramón obvió con la reprobación de sus superiores, del dictador Primo de Rivera y, desde ya, de su hermano Francisco.
Ramón no dejaba pasar cada oportunidad para importunar a sus superiores, circunstancia que afianzó su fama de rebelde. Se vestía como árabe y hasta leía el Corán para escándalo de todos.
Por entonces gestó una idea que se había inspirado en el vuelo a través del Atlántico Norte por Charles Lindbergh. ¿Por qué no hacer lo mismo uniendo España con América como lo había hecho Colón?

El proyecto Plus Ultra

Después de la dramática derrota en la batalla de Annual, se necesitaba una rápida rehabilitación del orgullo español y, a tal fin, Ramón Franco presentó este proyecto que fue acogido con entusiasmo por las autoridades, incluido Primo de Rivera y el mismísimo monarca. Para esta aventura, contaron con un hidroavión, el Dornier Wal, llamado “Plus Ultra”, una nave de origen italiano recientemente adquirida por la Armada española. Ramón Franco viajó acompañado por su amigo Julio Ruiz de Alda, el teniente de navío Juan Manuel Durán (quien no realizó el cruce del Atlántico) y el leal sargento mecánico Pablo Rada, hombre de confianza que había asistido al comandante Franco en muchísimas misiones y hasta lo ayudaría a escaparse de prisión diez años más tarde cuando la conspiración republicana de Cuatro Vientos… pero nos estamos adelantando.
El Plus Ultra despegó del Puerto de Palos, como lo hiciera Colón casi cinco siglos antes. Su primera escala fue en Las Palmas de Gran Canaria, siguiendo a las islas de Cabo Verde y de Fernando Noronha, Pernambuco (Brasil), Río de Janeiro, Montevideo y finalmente Buenos Aires, donde fueron recibidos como héroes el 10 de febrero de 1926, después de haber recorrido 10.270 kilómetros en 51 horas de vuelo que le demandó 20 días de viaje.
Este evento fue recordado con una estatua por iniciativa del presidente Marcelo T de Alvear, quien encomendó al escultor Agustín Riganelli una obra inspirada en la figura de Ícaro, que actualmente se ve sobre la Costanera porteña.
El 5 de abril, los tripulantes fueron recibidos por Alfonso XIII, quien los condecoró en medio de una algarabía generalizada.

Ramón Franco, el proyecto Numancia y el héroe que se convirtió en rebelde

No contento en haberse convertido en un héroe nacional por esta proeza, propuso un vuelo alrededor del mundo como lo había hecho Elcano. Rápidamente se dio cabida a este proyecto llamado “Numancia” que terminó en un estrepitoso fracaso. El hidroavión cayó al mar y, para colmo, los tripulantes fueron rescatados por una nave británica. Llevado a España, Franco fue reprendido por las autoridades españolas pero este criticó duramente el apoyo insuficiente del gobierno. Primo de Rivera y el rey no aceptaron la postura de Franco y fue expulsado del ejército.
Despechado, Ramón escribió un libro titulado “Águilas y Garras” que fue secuestrado por la policía antes de que pudiese repartirse. El héroe se transformó en rebelde y adhirió al movimiento republicano y a la masonería, además de evitar todo contacto con su hermano, quien quiso advertirle sobre los peligros del nuevo camino político que había abrazado. En una carta que le envió a Francisco, le advirtió: “Seguiré haciendo lo que quiero, que es lo que dicte mi conciencia, menos aristocrática y más ciudadana que la tuya”.
Esta actitud beligerante le costó varias veces la prisión, especialmente cuando sublevó la base aérea de Cuatro Vientos (acompañado por Ignacio Hidalgo Cisneros, bisnieto del último virrey del Río de la Plata) y hasta llegó a amenazar con bombardear al Palacio Real, aunque finalmente solo arrojó panfletos antifalangistas.
Fue en esos años que su esposa se enteró que Ramón tenía otra familia en Barcelona. Él lo negó, pero aprovechó la nueva ley de divorcio instaurada por la República. La separación de Ramón fue un escándalo –o mejor dicho, un escándalo más con el que el benjamín de la familia cada tanto disrumpía a la pacata familia Franco Bahamonde–. Su hermana Pilar lo acusó públicamente de masón (que lo era).
Lo cierto es que Ramón se casó en segundas nupcias civilmente con Engracia Moreno Casado, con quien ya tenía una hija.
Mientras actuaba como diputado republicano, dijo de su hermano: “Francisco por ambición sería capaz de asesinar a nuestra madre y por presunción mataría a nuestro padre”. Todo hacía pensar que Ramón, ante la sublevación militar contra la República iniciada por Francisco Franco, defendería al legítimo gobierno… pero, para sorpresa de todos, volvió de Washington dónde se desempeñaba como agregado aeronáutico y se unió al bando rebelde. ¿Por qué este giro copernicano en sus inclinaciones políticas? ¿Tanto pesaron los vínculos familiares? Pues algunos han expuesto la idea que el fusilamiento de su amigo y compañero de aventuras aeronáuticas, Julio Ruiz de Alda, en los confusos episodios de la Cárcel Modelo de Madrid pesaron sobre el espíritu de Ramón para adherir a la causa falangista.
Pasó a desempeñarse como piloto del ejército rebelde, a pesar de la desconfianza que creaban sus antiguas inclinaciones republicanas entre los militantes sublevados. Consultado por un periodista sobre su “pasado comunista”, Ramón contestó: “A mí lo único que me interesa es que se salve España”.
Ramón Franco falleció en 1938 al caer su avión cuando se disponía a bombardear Barcelona. Su muerte dio lugar a las más diversas versiones conspirativas que incluían el sabotaje de su nave. Su hermana Pilar estaba convencida que Ramón había sido víctima de los masones.
“Su carácter”, comentó su amigo José Antonio Silva en un una biografía que le dedicara a Ramón después de su fallecimiento, “a medio camino entre el loco y el iluminado, entre el héroe y el ruin, condensaba las dos Españas que se batían a muerte. En ninguna de las dos, podía tener acomodo y la muerte se lo llevó para que fuera leyenda antes que olvido”.

Ramón Franco, el otro Franco, pasó a la historia envuelto en los velos del misterio. Su hermano Francisco no acudió al velorio ni a su entierro en el Pabellón de Aviadores en el cementerio de Palmas de Mallorca.
Colaboración del Lic. Roberto Martínez, Vicepresidente 2do del Instituto Nacional Newberiano.
Coloreado IA, Suboficial Principal GNA, Gerardo Miguel Gimenez,   Instituto Nacional Newberiano, Prosecretario.

jueves, 4 de julio de 2024

Biografía: Eustoquio Frías, el granadero de San Martín que llegó a general

El granadero Eustoquio Frías que llegó a general







EL 20 DE SEPTIEMBRE DE 1801, EN CACHI, SALTA, NACE EUSTOQUIO FRÍAS, GRANADERO DE SAN MARTÍN, QUIEN LLEGARÍA AL GRADO DE TENIENTE GENERAL DEL EJÉRCITO ARGENTINO, Y FUE EL ÚLTIMO GRANADERO QUE VIO BUENOS AIRES: "...LA PATRIA ERA POBRE Y YO TAMBIÉN."

Eustoquio Frías fue el último de los jefes del Ejército de los Andes que vio Buenos Aires. Un día le preguntó el presidente de la Nación Argentina, Caros Pellegrini, si aún conservaba alguna de sus espadas usadas en las campañas Libertadoras, y Frías le contestó con voz pausada: "No, aunque he cuidado mucho mis armas, porque la Patria era pobre y yo también. El sable que me regaló Necochea en Mendoza, lo rompí en Junín. Ya estaba algo sentido...."
Nacido el 20 de septiembre de 1801 en Cachi, Salta, Virreinato Español del Río de la Plata, era hijo del comandante Pedro José Frías Castellanos, que perdió una pierna en la batalla de Tucumán, y de la patriota María Loreto Sánchez Peón y Ávila, junto con Juana Moro una de las líderes de la organización de espionaje constituida por las salteñas. En esa batalla, por orden del mismo general Manuel Belgrano, el niño se dedicó a alcanzar agua a los soldados de la artillería patriota.



Tuvo contacto por primera vez con el Regimiento de Granaderos a Caballo en 1814, época en que el entonces coronel José de San Martín era Jefe del Ejército del Norte, y juró que algún día iba a pertenecer a mismo. Cuando su familia se mudó a San Juan, antes de cumplir los 15 años se incorporó como cadete a los Ganaderos, en marzo de 1816, gracias al padrinazgo del comandante Mariano Necochea, que había conocido a su padre durante las campañas del Alto Perú, aunque no participó en el Cruce de los Andes ni en la campaña de Chile.
No obstante en 1818 fue trasladado a Chile con el último Batallón de Granaderos y participó de la campaña de Chillán, o segunda del sur de Chile. Hizo la campaña del Perú y participó de las campañas de la sierra, de Quito, de Puertos Intermedios y de Ayacucho, y en las batallas de Nasca, Cerro de Pasco, Callao, Riobamba y Pichincha, en todos los casos a órdenes del coronel Juan Lavalle.
Cuando Lavalle regresó a Lima, dejó los Granaderos a cargo de Frías, que los llevó hasta la capital peruana unos meses más tarde. Hizo toda la campaña del Perú, fue de la primera y segunda expedición a la sierra, a las órdenes de Arenales, se batió en Nazca y en cerro de Pasco. Concurrió al asalto del Callao, a la campaña de Quito y fue uno de los noventa y seis granaderos con que Lavalle cumplió la hazaña de Riobamba. Lo condecoraron en Pichincha. Volvió a Lima conduciendo a los granaderos que habían quedado en la capital del Ecuador. A mediados de enero de 1823 combatió en Chunchanga, donde una bala le cruzó el brazo derecho. En 1824 formó entre los 120 granaderos que se incorporan al Ejército de Simón Bolívar en Huarar. Con ellos llegó hasta la batalla de Junín.
En la batalla de Ayacucho fue una de las 80 lanzas, todas en manos de granaderos argentinos, que participaron en la victoria; y allí fue herido de un bayonetazo en la rodilla.
Regresó a la Argentina en diciembre de 1825, como bien se reflejó el 25 de diciembre de 1825 cuando se publicó la noticia de que había llegado a Mendoza, conducido por el coronel Félix Regado (o Bogado), el "resto del Ejército de Los Andes, después de nueve años de campaña", y se dio la lista de los diecinueve o veinte "sobrevivientes", entre los cuales figuraba el portaestandarte Eustoquio Frías. Estos restos del Regimiento de Granaderos arribaron a Buenos Aires en febrero de 1826, y allí la unidad fue disuelta; no obstante Frías se incorporó a la campaña del Brasil en el Regimiento de Caballería N° 16, a órdenes de Olavarría, luchando en el Ombú. En la batalla de Ituzaingó combatió a órdenes del coronel Juan Lavalle, siendo ascendidos ambos al término de la batalla; Lavalle alcanzó el grado de general, y Frías el de capitán.



A su regreso a Buenos Aires, acompañó a Lavalle en la revolución contra Manuel Dorrego y en la guerra contra Juan Manuel de Rosas; luchó en Navarro y Puente de Márquez. Permaneció en Buenos Aires cuando Lavalle se exilió, y fue destinado a la frontera oeste con los indígenas.
A fines de 1830, cuando se estaba organizando la campaña contra la Liga del Interior, Frías fue convocado para la misma. Pero escribió al gobernador Rosas, pidiéndole su pase a retiro, ya que, según su puño y letra, "pertenezco al partido contrario al de V.E. y mis sentimientos tal vez me obliguen a traicionarle, y para no dar un paso que me desagrada, suplico a V.E. se digne concederme el retiro."
Rosas lo llamó -según Ibarguren- para manifestarle "que le agradaba su franqueza", le donó quinientos pesos, le concedió el retiro y le aseguró que en caso de necesidad lo buscara -"no al gobernador, sino a Rosas"- pues no lo iba a olvidar.
Permaneció en Buenos Aires, dedicado al comercio. Cuando la presión de los partidarios de Rosas se hizo insostenible, en 1839 se exilió en Montevideo, desde donde pasó a la provincia de Entre Ríos, incorporándose al ejército de Lavalle.
Fue uno de los oficiales del segundo ejército correntino contra Rosas, combatiendo en las batallas de Don Cristóbal, Sauce y Quebracho Herrado. El general Lavalle lo nombró segundo jefe de la división del coronel José María Vilela, destinada a la campaña de Cuyo, con el grado de teniente coronel. En la derrota de Sancala fue tomado prisionero y conducido a pie hasta Buenos Aires.
Durante ocho meses permaneció encerrado en un calabozo del cuartel de Retiro, hasta que fue liberado por pedido expreso del jefe de la escuadra francesa del Río de la Plata.
En marzo de 1842 se fugó a Montevideo, donde participó de la defensa de la ciudad durante el sitio impuesto por el general Manuel Oribe. Luego pasó a Corrientes a órdenes del general José María Paz, y se quedó allí después de las desavenencias entre éste y los Madariaga. Participó en la batalla de Vences y (tras la derrota) huyó al Paraguay.
Regresó al Uruguay cuando le llegó la noticia de la rendición de Oribe. Se incorporó al Ejército Grande de Urquiza y participó en la batalla de Caseros. Apoyó la revolución del 11 de septiembre de 1852 y la defensa contra el sitio de Buenos Aires impuesto por los federales.
Fue destinado como comandante a la frontera oeste, con sede en Salto, y realizó varias campañas contra los indígenas a órdenes de Emilio Mitre. Mandó en jefe una importante campaña hacia la sierra de la Ventana en 1858, que no obtuvo resultados satisfactorios.
Participó en la victoria porteña en la batalla de Pavón, tras la que fue ascendido al grado de general, y regresó a la frontera.



No fue admitido en la guerra del Paraguay por su avanzada edad, salvo en breves misiones de intendencia y administración. Después de la batalla de Tuyutí fue ascendido al grado de general de división. Pero, ¡molesto porque no se le permitía luchar!, pidió el pase a retiro.
Fue ascendido a teniente general en retiro en 1882. Dos años más tarde, fue nombrado comandante de la Guarnición Militar Buenos Aires, un cargo puramente administrativo.
Destaca de esa época una fotografía de él junto a un moreno asistente, tomada por Witcomb, pudiéndose leer al dorso de la misma “Dedicada en recuerdo de amistad a la amable y simpática señorita Brígida López”, y firmada “Eustoquio Frías”, con fecha: “Buenos Ays. Enero 28 de 1886”.
Aún ocupaba el cargo de comandante de la Guarnición Militar Buenos Aires cuando se sucedió la golpista revolución radical de 1890, pero no tuvo actuación alguna en la misma. Pasó definitivamente a retiro en diciembre de ese año.
Falleció en Buenos Aires el 16 de marzo de 1891, descansando sus restos durante 40 años en el Cementerio de la Recoleta, hasta ser trasladados a la ciudad de Salta, donde aún permanecen hoy, en el Panteón de las Glorias del Norte, de esa ciudad.


martes, 9 de abril de 2024

Biografía: Tte. Coronel Leandro Ibáñez (Argentina)

Leandro Ibáñez




Tte. coronel Leandro Ibáñez

Fue uno de los jefes que sirvieron a Juan Manuel de Rosas en la campaña de 1829 contra el general Lavalle; en el carácter de comandante de milicias, Leandro Ibáñez mandó un escuadrón de caballería en el ataque y toma de la Guardia del Monte el 16 de marzo de 1829, acción de guerra en la que los defensores mandados por el sargento mayor Manuel Romero fueron masacrados.  Desde el Monte, los comandantes Ibáñez y Castro partieron para Chascomús, distante 17 leguas, por no haber querido acatar la autoridad del comandante Miguel Miranda, que había actuado como jefe en el ataque a la Guardia del Monte.  Por aquella razón, Ibáñez y Castro no se hallaron en el combate de las Vizcacheras, donde fue destruida la División del coronel Federico Rauch.

Participó en el resto de la campaña contra Lavalle, encontrándose en el combate del Puente de Márquez, el 26 de abril de 1829 y en el sitio de Buenos Aires.  Cuando el Gral. Lavalle se entrevistó con Rosas en Cañuelas, el 24 de junio, donde ajustó la Convención de aquel nombre, el comandante Ibáñez fue uno de los jefes de toda confianza del Restaurador que acompañó a Lavalle al cruzar una zona de 10 leguas por dentro de sus enemigos hasta llegar a su campamento, en la quinta de Ramos.

Leandro Ibáñez obtuvo despachos de capitán de caballería de línea el 21 de noviembre de 1829, pero con antigüedad del 1º de junio del mismo; y el 23 de marzo de 1830 los del grado de sargento mayor; empleo cuya efectividad se le concedió el 25 de noviembre del mismo año.  Con fecha 1º de junio de 1829 fue dado de alta en la Sub-Inspección de Campaña, en la que revistó hasta el 15 de febrero de 1833, en que fue agregado a la Plana Mayor del Ejército.

Se incorporó al gobernador Rosas cuando marchó a campaña en 1831, con motivo de la guerra entablada contra el “Supremo Poder Militar de las Nueve Provincias” encabezado por el general Paz.  Estuvo en campaña con Rosas desde enero a mayo de aquel año.

Tomó parte en la campaña al Río Colorado, en 1833, formando parte de la División Izquierda; al llegar a aquel curso de agua, el mayor Ibáñez fue destacado con una división al Sur del Río Negro, la que estaba compuesta por tropas mixtas de soldados regulares e indios auxiliares.  Ibáñez operó con éxito singular y Adolfo Saldías, describiendo las actividades de cada una de las divisiones despachadas por Rosas para cumplir objetivos determinados, dice refiriéndose a la de Ibáñez: “Por fin, la división del mayor Leandro Ibáñez operó con singular éxito en los territorios al Sur del Río Negro.  “Al mayor Ibáñez –escribíale Rosas a su amigo Terrero- lo he despachado hoy (12 de setiembre), con cincuenta cristianos y cien pampas con la orden de pasar al río Negro y correr el campo hasta cien leguas al Sur.  No hay por ahí más enemigos que el cacique Cayupán con algunos indios y muchas familias.  Si da con el rastro los seguirá aunque sea hasta Chile, porque lo mando bien montado.  Después de esto ya no queda en este campamento más que ciento cincuenta infantes, los artilleros y la gente que cuida las reses y caballos flacos que siempre mantengo invernando”.  Ibáñez penetró en la larga travesía que se extiende al Suroeste.  Después de algunos días de penosísimas marchas, llegó a las ignotas regiones del río Valchetas, el cual tiene su origen en una sierra al S. O. de la de San Antonio.  El 5 de octubre sorprendió la tribu del cacique Cayupán, quien jamás pudo imaginar que llegarían allá fuerzas de la División Izquierda.  Cayupán opuso tenaz resistencia, pero fue destruido y hecho prisionero con los guerreros que sobrevivieron y las familias que los acompañaban.  Después de concluir con los últimos indios que quedaban al Sur del Río Negro, y de dejar una inscripción con fecha 5 de octubre, cerca del río Valchetas,  Ibáñez regresó al cuartel general, donde fue felicitado por el acierto con que llevó a cabo su atrevida expedición”  (El parte de la expedición sobre el río Valchetas se publicó en “La Gaceta Mercantil” del 8 de noviembre de 1833.  Véase también la del 1º de noviembre).  Terminada la campaña, el mayor Ibáñez obtuvo el 31 de diciembre de 1833 su pasaporte para regresar a Buenos Aires.

Revistando en la Plana Mayor del Ejército, el 2 de agosto de 1834 fue promovido a teniente coronel, pero disfrutó muy poco de los halagos que le proporcionaron tan merecido ascenso, pues falleció el 11 de octubre del mismo año.

Fuente


  • Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
  • Portal www.revisionistas.com.ar
  • Saldías, Adolfo – Historia de la Confederación Argentina – Ed. El Ateneo, Buenos Aires (1951).
  • Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1938)
  • Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar

 

lunes, 29 de enero de 2024

Reino de Italia: El ascenso meteórico del Mariscal Armando Díaz

De subteniente a mariscal: la carrera militar del “Duque de la Victoria” Armando Díaz




El 23 de mayo de 1915, Italia entró en la Primera Guerra Mundial del lado de la Entente, declarando la guerra a Austria-Hungría. No se puede decir que esta decisión fuera fácil para el país: los líderes políticos dudaron durante mucho tiempo, ya que había tres grupos influyentes en el país: "germanófilos", "intervencionistas" y "neutralistas". Por ejemplo, el Ministro de Asuntos Exteriores San Giuliano, teniendo en cuenta todas las consecuencias negativas de la guerra, se inclinó por el punto de vista de los “neutralistas” [4]. Además, la posibilidad de una guerra con Alemania asustó a muchos generales.


Había motivos para temer, ya que el estado del ejército italiano dejaba mucho que desear: los investigadores señalan que las fuerzas armadas austriacas eran superiores a las italianas en armas y entrenamiento de combate del personal; la situación en el ejército italiano era especialmente mala con la Formación de oficiales de mando medios y superiores. Además, el ejército quedó muy debilitado por la guerra con Turquía (1911-1912).

El tema de la participación de Italia en la Primera Guerra Mundial está bastante mal tratado en la historiografía nacional: aunque todavía se puede encontrar algo de información sobre la batalla de Caporetto y la batalla de Vittorio Veneto, hay muy poca información sobre los generales italianos y la planificación militar. Los historiadores también han ignorado al general que recibió el título de Duque de la Victoria tras el final de la Primera Guerra Mundial, y más tarde el título de Mariscal de Italia, Armando Díaz. En Italia, Díaz es considerado el principal héroe de la Primera Guerra Mundial. En general, la historiografía italiana valora mucho su contribución al Mando Supremo.

No existen obras en ruso que examinen en detalle la carrera militar de Armando Díaz, destacando su contribución a la victoria de Vittorio Veneto y la reforma del ejército italiano en la década de 1920. Aparte de una breve nota biográfica del historiador Konstantin Zalessky, en el libro “Quién fue quién en la Primera Guerra Mundial” no hay más obra histórica sobre Díaz.

Por esta razón, al escribir este material, el autor utilizó principalmente fuentes en lengua italiana, principalmente el artículo del historiador militar Giorgio Rocha, dedicado a A. Díaz en el volumen 39 del Diccionario biográfico de los italianos (Dizionario Biografico degli Italiani), y el libro de este historiador L'esercito italiano da Vittorio Veneto a Mussolini, 1919-1925 (El ejército italiano de Vittorio Veneto a Mussolini, 1919-1925).

Carrera militar de Armando Díaz antes de la Primera Guerra Mundial


Armando Vittorio Díaz nació en Nápoles el 5 de diciembre de 1861, en el seno de una familia de origen español. El abuelo de Armando fue oficial militar durante el reinado de Fernando II, y su padre fue oficial del Cuerpo de Ingeniería Naval de la Armada Italiana ; La madre del futuro mariscal provenía de una familia de magistrados. El padre de Díaz, que trabajó en los arsenales de Génova y Venecia, murió en 1871, tras lo cual la viuda y sus cuatro hijos regresaron a Nápoles, mantenida por la tutela de su hermano Luigi.[1]

Díaz comenzó temprano su carrera militar: después de aprobar los exámenes de ingreso a la Academia Militar de Turín, ingresó al servicio allí y ya en 1879 recibió el rango de segundo teniente de artillería. En 1884 fue ascendido a teniente y transferido al 10.º Regimiento de Artillería de Campaña estacionado en Caserta. Permaneció allí hasta marzo de 1890, cuando fue ascendido a capitán y transferido al 1.er Regimiento de Artillería de Campaña estacionado en Foligno.

Posteriormente, Armando Díaz aprobó los exámenes de ingreso a la Escuela Militar, a la que asistió en 1893-1895, demostrando excelentes resultados y ocupando el primer lugar en la clasificación final de su curso. Su carrera militar no fue un obstáculo para establecer su vida personal: durante el mismo período, en 1895, se casó con una chica de una familia de abogados napolitanos, Sarah de Rosa. Este matrimonio resultó ser fuerte y feliz, como lo demuestran los tres hijos que aparecieron en la familia a los pocos años [1].

De 1895 a 1916, la carrera de Díaz transcurrió principalmente en las oficinas del comando del Cuartel General del Cuerpo, donde trabajó durante un total de unos dieciséis años, dejando Roma sólo durante dieciocho meses para comandar un batallón del 26.º Regimiento de Infantería, después de ser ascendido a mayor en septiembre de 1899. .y durante poco más de tres años en 1909-1912.

En Roma sirvió principalmente en la secretaría del jefe del Estado Mayor del ejército T. Saletta y luego A. Pollio: un cargo que implicaba una confrontación diaria con la realidad del ejército (estado mayor, presupuestos, armas) y el mundo político romano. Demostró ser un trabajador incansable, capaz de hacer funcionar a pleno rendimiento los servicios dependientes, pero al mismo tiempo amable y diplomático. A. Díaz no hacía publicidad de sus intereses políticos, pero estaba bien informado de lo que pasaba en el parlamento y en el país y sabía hacer malabarismos con políticos y agregados militares extranjeros [1].

El historiador Giorgio Rocha describe a Díaz de la siguiente manera: de mediana estatura, fornido pero sin sobrepeso, con el pelo corto y un gran bigote, elegante pero al mismo tiempo sin afán de ostentación, taciturno y educado, muy versado en francés, autoritario pero no autoritario, exigente, pero comprensivo. Armando Díaz era un oficial que trabajaba duro y bien y tenía fuerza interior [1].

Con el rango de teniente coronel, abandonó Roma en octubre de 1909 en relación con su nombramiento como jefe de estado mayor de la división de Florencia. El 1 de julio de 1910 fue ascendido a coronel y tomó el mando del 21º Regimiento de Infantería estacionado en La Spezia, donde logró ganarse el favor de los soldados manteniendo un estricto régimen disciplinario e interesándose activamente por sus condiciones de vida. [1]

En mayo de 1912, fue enviado a Libia para relevar al enfermo comandante del 93.º Regimiento de Infantería. Allí, como señalan los investigadores, mostró hacia sus nuevos soldados sentimientos de afecto y confianza poco comunes en el ejército de la época.

Díaz prestó mucha atención a los soldados, supervisó personalmente el cumplimiento de los turnos entre las trincheras y el descanso, el suministro de permisos y se aseguró de que se hiciera todo lo posible para garantizar una nutrición adecuada y regular, para que las tropas en la retaguardia tuvieran una cierta comodidad. Nunca perdió la oportunidad de hablar con los soldados durante sus frecuentes inspecciones de las trincheras y animarlos con algunas palabras amables. Desde Libia escribió que “ todo el secreto está en el factor humano ” y dijo:

“Manda como te dice tu corazón, convence, da ejemplo [1]”.


El 20 de septiembre de 1912, en la batalla de Sidi Bilal, cerca de Zanzur, mientras dirigía tropas en un ataque, fue herido por un disparo de rifle en el hombro izquierdo. Antes de abandonar el campo de batalla, deseó éxito a su regimiento y besó el estandarte. Por su participación en la campaña militar en Libia recibió la cruz de oficial de la Orden Militar de Saboya [1].

En octubre de 1914, Díaz fue ascendido a general de división y asignado al mando de la Brigada de Siena, pero inmediatamente fue llamado al cuartel general del ejército como agregado general. En el momento en que Italia entró en la Primera Guerra Mundial y se creó el Mando Supremo del Ejército Movilizado, en el que era el máximo oficial después de Cadorna y su adjunto C. Pollio, Díaz fue puesto a cargo de las operaciones, pero a pesar del nombre, no participó en la planificación de operaciones (el control de las tropas estaba centralizado en manos de Cadorna y su pequeña secretaría). Sin embargo, dirigió todos los departamentos y servicios del Alto Mando y, por tanto, tenía un conocimiento general de la situación en el ejército [1].

El ejército italiano en la Primera Guerra Mundial antes de la derrota de Caporetto



Italia entró en la Gran Guerra principalmente gracias a las medidas activas adoptadas por el jefe del gabinete, Antonio Salandra, y el jefe del Ministerio de Asuntos Exteriores italiano, Sidney Sonnino. Primero, Salandra declaró neutralidad, negándose a entrar en la guerra del lado de las potencias centrales (que inicialmente defendía Sonnino), y luego comenzó a llevar a cabo negociaciones secretas con Londres sobre una posible entrada en la guerra del lado de la Entente.

Giovanni Giolitti, que encabezaba el campo “neutralista” y tenía una gran influencia en el parlamento, contribuyó activamente a que la mayoría del parlamento se opusiera a la declaración de guerra. Creía que Italia no estaba preparada militarmente y tomó medidas para derrocar al gabinete de Salandra. Mientras tanto, el sentimiento público se inclinó más hacia la participación italiana en la guerra, como lo evidenciaron las manifestaciones masivas de mayo conocidas como Radiosomaggismo.

La última palabra en este conflicto quedó en manos del rey Víctor Manuel III, que rechazó la dimisión de Salandra, y el 23 de mayo Italia entró en la guerra. Las primeras dificultades comenzaron a aparecer pocos meses después de que el país entrara en guerra. En particular, como señalan los historiadores, la conducción de la guerra se manifestó como una discrepancia entre el plan político y el liderazgo militar (el Jefe del Estado Mayor mantiene correspondencia con el gobierno a través del Ministro de Guerra, quien, sin embargo, no está informado de su pasos del primer ministro Salandra; el plan de operaciones es informado por Cadorna al rey, pero no al gobierno), y fricciones entre el gobierno y el Alto Mando [3].

Luigi Cadorna, jefe del Estado Mayor y comandante de facto del ejército desde julio de 1914, exigió una movilización general inmediata inmediatamente después de que Italia declarara la neutralidad. El programa Cadorna-Zupelli, implementado desde octubre de 1914 hasta mayo de 1915, preveía la creación de nuevas divisiones en Libia y Albania, la mejora de equipos y armas, la expansión de la flota de asedio y el nombramiento de nuevos oficiales con cursos acelerados [ 5].


Los historiadores Irene Guerrini y Marco Pluviano señalan que, como líder militar, Cadorna creía que los italianos eran patológicamente indisciplinados como sociedad corroída durante mucho tiempo por la propaganda antimilitarista subversiva, mientras que para él la disciplina en el ejército parecía más importante para la victoria que el equipo militar necesario. [6].

El historiador Giorgio Rocha, a su vez, no aprecia mucho las cualidades de liderazgo de Cadorna: el anciano general no entendía los nuevos métodos de guerra, sus tropas estaban entrenadas solo en un ataque frontal en masas compactas, incapaces de flanquear al enemigo. Los oficiales superiores fueron ascendidos principalmente por la energía con la que eran capaces de lanzar tropas exhaustas a ataques frontales [5].

Cadorna tenía ideas demasiado estrictas sobre el soldado y su disciplina, por lo que no prestó la debida atención al bienestar material y moral de las tropas: descansar, garantizar una nutrición normal, promover los objetivos de la guerra, ayudar a las familias. , etc. Al mismo tiempo, en cada signo de fatiga y descontento, sospechaba tendencias subversivas y derrotistas [5].

A finales de octubre de 1917, cuando se formó un nuevo gobierno en Italia, el primer ministro Vittorio Orlando, el rey Víctor Manuel III y el ministro de Guerra, general Vittorio Alfieri, coincidieron en la necesidad de sustituir a Cadorna. Se decidió designar a Armando Díaz como su sucesor, pero el nombramiento se pospuso hasta que se estabilizara el frente. Sin embargo, tras la derrota del ejército italiano en la batalla de Caporetto, el rey tomó la iniciativa de colocar inmediatamente a Díaz al frente del ejército, nombrando a Gaetano Giardino y Pietro Badoglio como sus adjuntos.

El general Díaz se enteró de su alto nombramiento, completamente inesperado para él, el día 8 de noviembre. Se dirigió al Alto Mando y le dijo al teniente Paoletti:

“Me dieron una espada rota, pero la volveré a afilar [1]”.

Armando Díaz como Jefe del Estado Mayor y su contribución a la victoria en Vittorio Veneto



Giorgio Rocha señala que valorar la labor de Armando Díaz como comandante en jefe del ejército italiano en el último año de la guerra no es fácil, ya que, en primer lugar, Díaz y sus subordinados inmediatos no dejaron ninguna evidencia escrita sobre este período, y en segundo lugar, durante el reinado del Partido Fascista, el nombre Díaz se utilizó a menudo con fines propagandísticos (los fascistas lo retrataron como el héroe indiscutible de la Gran Guerra); en tercer lugar, los historiadores centran su atención principalmente en el período de Cadorna.

Su primer logro, sin lugar a dudas, fue su capacidad para hacer que el Alto Mando funcionara adecuadamente a las necesidades y escala de la Gran Guerra. Cadorna concentró demasiado poder en sus manos, por lo que no podía controlar los detalles de sus planes y la ejecución de las órdenes, y no comprendía la gravedad de los problemas que aquejaban al gobierno [1].

Aprovechando sus muchos años de experiencia como oficial de Estado Mayor y una visión más abierta de las necesidades del conflicto, Díaz reorganizó el Alto Mando, reforzando el papel de su adjunto P. Badoglio y del general responsable S. Scipioni, reorganizando el trabajo de las ramas y otorgando a cada una de ellas responsabilidades específicas y específicas.

El nuevo Alto Mando prestó especial atención al desarrollo de los servicios de inteligencia y al fortalecimiento del papel de los oficiales de enlace, que debían proporcionar información directa sobre la situación en los distintos frentes, sin por ello pasar por alto a los mandos del ejército, con los que mantenían relaciones muy estrechas. mantenido [1].

Particularmente exitosa fue la colaboración con Badoglio (Díaz se deshizo elegantemente de otro subcomandante en jefe, Giardino, al ascenderlo), quien estuvo involucrado principalmente en operaciones y coordinación entre los departamentos del Alto Mando Supremo, liberando a Díaz de gran parte de el trabajo rutinario y ganarse su plena confianza [1].

Díaz siempre se negó a lanzar operaciones ofensivas que no tuvieran otro fin que aliviar indirectamente el frente francés. El mando de los ejércitos aliados (en particular, el general F. Foch) exigía constantemente que Italia intensificara las acciones ofensivas, pero el general rechazó categóricamente la posibilidad de pasar a la ofensiva en la primera mitad de 1918 [7].

El mérito innegable de Armando Díaz fue también su activo interés por las condiciones de vida de los soldados. El general hizo todo lo posible para proporcionar a los soldados alimentos regulares y de alta calidad incluso en las trincheras, garantizarles vacaciones y descanso y garantizar una actitud más cuidadosa hacia su vida y su salud. Los resultados no fueron los mismos en todas partes, pero se notaron entre las tropas y fueron bien recibidos [1].

Después de Caporetto, la posición estratégica del ejército italiano se había vuelto mucho más vulnerable (no había lugar para una mayor retirada, especialmente porque muchos temían una posible reacción interna), las reservas de hombres a las que Cadorna podía recurrir con relativa amplitud eran ahora escasas. Sin embargo, Díaz pudo utilizar los recursos a su disposición con bastante eficacia.


Los historiadores valoran positivamente el trabajo de Díaz como comandante en jefe. Su firmeza prudente y tranquila, su comprensión de los horrores de la guerra, su sincera preocupación por las condiciones de vida de las tropas, su actitud respetuosa hacia sus subordinados y, finalmente, su capacidad para cooperar con las fuerzas políticas y crear una imagen popular sin técnicas demagógicas lo convirtieron en la persona adecuada. persona en el lugar correcto en la etapa final de una guerra agotadora [1 ].

El 24 de octubre de 1918, las tropas italianas lanzaron una ofensiva general. Las acciones de las tropas en el Isonzo se denominaron batalla de Vittorio Veneto. Durante semanas de combates, las tropas italianas derrotaron a las desmoralizadas tropas austrohúngaras. El 29 de octubre, el mando austrohúngaro pidió la paz en cualquier condición [7].

La carrera de Díaz después del final de la Gran Guerra



Después del final de la guerra, las diferencias políticas entre “interventistas” y “neutralistas” se intensificaron nuevamente, lo que llevó, entre otras cosas, a un aumento de los desacuerdos dentro del ejército italiano. Una parte importante del país sufrió la guerra y exigió cuentas a los dirigentes políticos: los opositores a la guerra condenaron tanto a los intervencionistas como al ejército, sin hacer diferencias entre ellos. La crisis provocada por la guerra impidió una discusión tranquila sobre los problemas de la posguerra [2].

La violenta polémica suscitada entre julio y septiembre por la publicación de la investigación sobre el caso Caporetto no pudo complacer a Armando Díaz por su carácter de crítica radical y de oposición a la guerra, pero esta crítica no le afectó personalmente, ya que las acusaciones fueron unilaterales. acciones militares dirigidas contra Cadorna y su liderazgo [1].

Uno de los principales temas de la agenda del Alto Mando fue la desmovilización y reforma del ejército italiano. En el momento de la firma del tratado de paz, el ejército italiano contaba con más de 1.600.000 soldados y unos 113.000 oficiales. El ministro de Finanzas, Nitti, habló de los casi dos mil millones que Italia gasta al mes en el mantenimiento del ejército y la marina, lo que supone una carga extremadamente pesada para la economía.

Para ahorrar dinero, A. Díaz propuso, entre otras cosas, reducir la duración del contrato de 24 a 8 meses, pero con varias condiciones: formación adecuada de los reclutas, disponibilidad de instructores adecuados y negativa a utilizar tropas para servicios policiales. [2].

Mientras tanto, se desarrollaba una lucha política activa en la dirección del ejército. Se basa en el hecho de que la información sobre las opiniones de los líderes militares de esa época es bastante escasa y en ocasiones contradictoria, lo que se debe a la falta de investigaciones biográficas serias. El historiador Giorgio Rocha identifica dos grupos de generales en el ejército italiano, separados por rivalidades personales y serias diferencias en posiciones políticas.

El primer grupo estaba dirigido por el general Gaetano Giardino y también incluía al duque de Aosta (Emmanuel Philibert) y al almirante Taon di Revel. Políticamente, este grupo era nacionalista, especialmente sensible a las cuestiones de política exterior y defendía las más amplias anexiones territoriales y políticas de poder internacional. En cuanto a los problemas del ejército, eran ávidos conservadores [2].

El otro grupo estaba liderado por Armando Díaz y Pietro Badoglio, es decir, el Alto Mando. Ambos no tenían una posición política real ni ambiciones políticas, pero tenían mucha experiencia trabajando con el gobierno. Conocían bien el aparato burocrático, eran administradores eficaces, pero al mismo tiempo eran malos oradores y no participaron en absoluto en la reunión del Senado. Por tanto, tenían cierta ventaja sobre el grupo de Giardino, porque estaban interesados ​​en el ejército, no en la política. Díaz y Badoglio también gozaron del apoyo y confianza del rey [2].

Armando Díaz celebró la formación del gobierno de Nitti con su programa de normalización, nombró personalmente a un nuevo Ministro de Guerra, el general A. Albricci, y cooperó plenamente en materia de desmovilización del ejército. En noviembre de 1919 dimitió como Jefe de Estado Mayor del Ejército y asumió el cargo honorario de Inspector General del Ejército, que fue abolido en abril de 1920.[1]

Sin embargo, el ilustre general no permaneció sin un puesto por mucho tiempo: en febrero de 1921, Badoglio transfirió los poderes del jefe de estado mayor al recién creado órgano colegiado, el Consejo Militar, que incluía a Armando Díaz. El Consejo de Guerra no mostró buenos resultados, bloqueando efectivamente un intento de reestructurar el ejército, pero esto no afectó el prestigio de Díaz: en el otoño de 1921, en agradecimiento por su papel nacional en la batalla de Vittorio Veneto, recibió el título de Duque de la Victoria [1].

No participó activamente en la lucha política que se desarrolló en Italia en 1920-1922. Durante la creciente crisis política asociada con la Marcha sobre Roma en octubre de 1922, Luigi Facta telegrafió al rey:

“Díaz y Badoglio garantizan que el ejército, a pesar de sus innegables simpatías fascistas, cumplirá con su deber [1]”.

Esto significó que Díaz recomendó una solución política a la crisis en lugar de tomar represalias contra las unidades fascistas, de lo que también informó personalmente al rey. Tras el éxito de la Marcha sobre Roma, Díaz aceptó unirse al primer gobierno de Mussolini como Ministro de Guerra. Bajo Mussolini, su principal preocupación era la reorganización del ejército.

A principios de 1924, Díaz decidió renunciar al gobierno porque creía que la reorganización del ejército ya estaba completada y porque el trabajo de oficina era cada vez más gravoso para su salud (durante la Primera Guerra Mundial contrajo bronquitis crónica, que gradualmente lo llevó a su muerte por enfisema). Dejó el Departamento de Guerra al general A. Di Giorgio, elegido con su consentimiento.

Tras dejar el gobierno, Díaz fue nombrado vicepresidente del comité asesor de la Alta Comisión de Defensa, cargo con tareas indefinidas. El 4 de noviembre de 1924 recibió el grado de Mariscal de Italia. Armando Díaz murió en Roma el 29 de febrero de 1928.

Literatura usada
[1]. Giorgio Rochat. Díaz, Armando Vittorio. Dizionario Biografico degli Italiani (DBI). Volumen 39: Deodato-DiFalco. Istituto della Enciclopedia Italiana, Roma 1991.
[2]. Giorgio Rochat. L'esercito italiano da Vittorio Veneto a Mussolini 1919-1925, Laterza, Roma-Bari 2006.
[3]. Federico Lucarini, Salandra Antonio, en Dizionario biografico degli italiani, vol. 89, Istituto dell'Enciclopedia Italiana, Roma 2017.
[4]. Chernikov Alexey Valerievich. Cooperación diplomática y militar entre Italia y Rusia durante la Primera Guerra Mundial: 1914-1917: disertación de un candidato de ciencias históricas: 07.00.03. – Kursk, 2000.
[5]. Giorgio Rochat, Cadorna Luigi, en Dizionario biografico degli italiani, vol. 16, Roma, Istituto dell'Enciclopedia Italiana, Roma 1973.
[6]. Guerrini I., Pluviano M. Ejecutados sin juicio. "Nota conmemorativa de Tommasi" sobre las ejecuciones sumarias durante la Primera Guerra Mundial. [Recurso electrónico] URL: https://cyberleninka.ru/article/n/2020-02-022-guerrini-i-pluviano-m-rasstrelyannye-bez-protsessa-memorialnaya-zapiska-tommazi-o-kaznyah-bez- suda-i-sledstviya-vo-vremya-pervoy
[7]. Zalessky K. A. Quién fue quién en la Primera Guerra Mundial. – M.: ACTO: Astrel, 2003.