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domingo, 10 de septiembre de 2023

Conquista del desierto: La Fortaleza Protectora Argentina, el origen de Bahía Blanca

 Plano de la Fortaleza Protectora Argentina

 

 

 

1. Plaza de Armas de la Fortaleza
2. Corral de ganado
3. Corral de la Caballada
4. Plaza de la Población
5. La Comisaría
6. Ranchería de los Chinos
7. Campamento de los Portugueses
8. Quinta del Estado
9. Arroyo Nampostá (cc Napostá)
10. Perfil de la frontera




 

martes, 21 de marzo de 2023

Confederación Argentina: Los degolladores

Los degolladores

Revisionistas


Los degolladores, óleo de Cesáreo B. de Quirós.

-¿Cómo se degollaba, don Pascasio?

Esta pregunta se la oímos hacer hace más de un siglo a don Pascasio Rivas, un cordobés que anduvo en muchas y que también vio muchas…

-Y… lo más fácil.  Se le metía el cuchillo debajo de la oreja, detrás de la carretilla y se lo hacía bandear al otro lado.  Después no había más que cortar p’adelante.  Igual que a las ovejas.

El famoso gaucho alzado Ledesma, un temible asesino que, por una burla del destino, fue a morir en duelo criollo a manos de un pobre agente de policía (allá por mil ochocientos noventa y tantos), contaba en los fogones de las islas de Verde, frente al Saladero Cabal:

-Yo he degoyau de todo y a veces por curiosidá.  M’entretenía hasta con loj perroj y cualisquier bicho.  Y dispuej loj soltaba pa ver ande iban a parar.  El que va a cáir maj lejo ej el cristiano.

En nuestra historia del siglo XIX abundan los casos de degüellos, tal vez porque fuimos durante ese lapso un pueblo eminentemente ganadero.  La mayor industria que tuvimos, por no decir la más importante, el saladero, era una verdadera orgía de sangre.  Al animal se lo enlazaba, desjarretaba y degollaba en medio de una batahola de gritos y perros, y entre charcos de sangre y pisando achuras y residuos.  La muchachada de la ciudad y de los pueblos iba a los saladeros y mataderos a entretenerse viendo degollar reses.  Esteban Echeverría ha dejado tal vez una de sus mejores páginas en la dramática descripción de estas faenas.  Estas cosas no se vieron jamás en Europa.  Y menos en esas aldeas donde se mataba un cerdo una vez al año y donde faenar una vaca era algo inconcebible, al extremo de que si la parición de ésta coincidía con el  parto de la nuera, lo más probable era que el suegro corriese en busca del veterinario y se dejaba a la parturienta en manos de la abuela y alguna vecina.

En tiempos no tan lejanos los chicos jugaban a los vaqueros y a los astronautas.  En el campo y aun en los pueblos y ciudades a donde llegaba la influencia rural, se jugaba a “las estancias”.  Se simulaban yerras, y naturalmente se “degollaban reses”, para lo cual no faltaban los que se prestaban a ser novillos y los que la oficiaban de “degolladores”.

Alguna vez oímos a nuestras abuelas referirse a los tiempos en que eran niñas:

-Teníamos que esconder las muñecas porque los muchachos las degollaban para jugar.

Cuando había que sacrificar un animal no se pensaba sino en degollarlo, aunque se tratase de un caballo de carrera que había sufrido una quebradura incurable.  El dueño lo mandaba degollar, porque así lo determinaba la costumbre.  Y no se le ocurría abreviarle a la pobre bestia los sufrimientos pegándole un tiro, aunque estuviese con el revólver en el cinto y los ojos llenos de lágrimas.

Un tal Argumedo, hijo de un comandante entrerriano, contaba:

-Mi padre me enseñó a degollar.  La primera volada me la dio cuando tenía catorce años.  Al principio cuesta y uno se embadurna entero.  Pero después se hace baquiano.

Ha sido precisamente un pintor entrerriano, Cesáreo Bernaldo de Quirós, quien ha dejado uno de los documentos más dramáticos de esos tiempos.  Se trata de los cuadros “Los degolladores” y “El matadero”, que se exhiben en el Museo Nacional de Bellas Artes.  El de “Los degolladores”, sobre todo, horroriza por su tremendo realismo, acentuado por el violento colorido, con predominio del rojo, como casi toda la obra de ese artista.  Allí se ve también una manta extendida sobre los pastos, donde se han ido arrojando las prendas de plata quitadas a los condenados.  Era el pago que a veces recibían los degolladores para cumplir su oficio.

Cesáreo Bernaldo de Quirós tuvo buenos motivos de inspiración en su tierra natal, sobre todo con los procedimientos de Justo José de Urquiza, que, según la tradición, mandaba degollar a los ladrones.  Se cuenta que hubo quien perdió la cabeza por haberle robado una sandía.  A Santa Fe fue a parar uno que se escapó arañando de que Justo lo hiciese degollar por uno de estos delitos.  Cayó a la ciudad de Estanislao López ostentando un gran claro sobre la frente, donde no le había quedado sino uno que otro pelito.  Tomado firmemente de los cabellos, en el momento en que le arrimaron el cuchillo dio un tremendo cabezazo hacia atrás y escapó.  El frustrado degollador se quedó bramando de indignación con el mechón entre los dedos, mientras el otro ganaba el monte con tan buenas ganas de disparar que no lo alcanzaron ni con perros.  “Jamás volveré a degollar sin haberlos maneado antes”, fue el amargo comentario del burlado…

No es para extrañarse de que aquél dejase el jopo en manos de su presunto degollador.  En trance de morir, el ser humano suele adquirir fuerzas descomunales.  Cuando degollaron en Cayastá, siglo XIX, al conde Tessieres de Bois Bertrand con toda una numerosa familia, en uno de los hechos más dramáticos que es posible imaginar, un muchacho de catorce años, en un descuido de los asesinos que habían cerrado todas las puertas de la residencia para no dejar uno vivo, escapó a través de una sólida reja doblando los hierros.  Cuando después se hizo la reconstrucción del crimen, el pobre chico no pudo hacer pasar siquiera la cabeza por el sitio por donde él mismo había escapado en un momento de desesperación.

Muchas veces, por circunstancias especiales –venganzas personales, odios políticos profundos, etc.- los degolladores prolongaban el suplicio.  Tal es lo que ocurrió en Tucumán con el doctor Marco Avellaneda.  Dicen que lo ultimaron con un cuchillo desafilado y mellado, y como el degollador, probablemente a propósito, demoraba la faena, el doctor Avellaneda le gritó: “Apure, apure…”.

Degüello también por venganza fue el que ocurrió en La Cimbra (Santa Fe) con el hotelero suizo Antonio von Will, quien había venido de Nueva York para atender un negocio de su hermano, que debía viajar a Suiza.  En esos días se produjo la revolución de 1893 y los radicales tomaron el pueblo de Helvecia, distante 15 kilómetros de Cayastá.  El gobierno mandó tropas, a las que se agregaron varios cientos de irregulares y merodeadores.  Von Will aprovechó que se detuvieron en las proximidades de Cayastá y corrió a avisar a Helvecia.  Allí los revolucionarios esperaron prevenidos a sus adversarios y les hicieron treinta muertos, entre los que cayó el comandante de milicias Camilo Romero.  Retomado más tarde el gobierno, su hermano Benito, también comandante, sacó una noche sigilosamente a von Will y lo hizo degollar junto a un arroyo.  En venganza por la muerte de su hermano –y también, sin duda, por ser gringo y meterse en las cosas nuestras- ordenó al victimario:

-Degoyalo a lo chanco y removele el cuchiyo.

Es decir, que le clavara el cuchillo en la garganta, hacia abajo, y le hurgara la herida hasta verlo morir.

En condiciones también muy crueles –si es que se puede agregar mayor crueldad a un degüello- fue muerto el coronel Martín de Santa Coloma, apenas terminó la batalla de Caseros.

No bien cayó prisionero, fue llevado a presencia de Urquiza, quien ordenó secamente:

-Degüellenló por la nuca,  Así paga las que ha hecho.

No era faena fácil eso de degollar por la nuca.  Había que cortar primero los músculos de la parte posterior del cuello, para abrir camino hasta la columna vertebral.  Allí, con el filo del cuchillo, se busca una articulación de las vértebras para seccionar la columna y llegar luego a la garganta.  Si el degollador le erraba a la articulación en los primeros intentos o se ponía nervioso, como el verdugo que, según Maurois, decapitó a María Estuardo, el trabajo se prolongaba.  Lo más probable entonces, era que se decidiese a cortar en cualquier parte hachando a machetazos el espinazo.  La sección de la médula abreviaba la agonía.

En su historia de Corrientes, el doctor Francisco Mansilla relata las alternativas del degüello de Pago Largo, de acuerdo a lo que le refiriera un testigo.  Dice que alinearon a los prisioneros y los fueron contando.  Cada diez sacaban uno y lo degollaban,  Cuando llegaron al otro extremo, comenzaron de nuevo en sentido inverso.  La oficialidad de las fuerzas entrerrianas presenciaba el espectáculo, festejando lo que le causaba gracia.  También andaba entreverado el mayor Calventos, quien se paseaba sobando cuidadosamente una lonja de piel fresca:

-Esta se la saqué del lomo a Berón de Astrada…

Se dice que con ella fabricó una manea que mando a Juan Manuel de Rosas.

En el cuadro de Quirós los degollados aparecen con las manos atadas a la espalda y los pies también amarrados.  Así se los degollaba más fácil, pues los prisioneros –sobre todo si eran de agallas- se defendían como podían.

Por ejemplo, el valiente coronel Martiniano Chilavert, que murió atacando a sus verdugos a puñetazos y puntapiés, había sido jefe de la artillería rosista en Caseros.  Pero Chilavert se resistió por un motivo distinto; Urquiza quiso hacerlo fusilar por la espalda.  Cayó acribillado a bayonetazos, golpes de sable y culatazos.  Pero no le dio a Urquiza el gusto de que lo vieran morir como un traidor, que nunca lo había sido y menos en su Patria.

Todo lo que se acaba de relatar causa horror y no es para menos.  Pero ello no ha sido algo exclusivo de los argentinos y menos de “los tiempos del rosismo”.  Tampoco nuestros comandantes de campaña eran tan refinados como para inventar suplicios como los que los hombres de toga mandaron aplicar a Tupac Amarú, condenándolo a ser descuartizado atando sus miembros a cuatro caballos, mientras mandaron cortar la lengua y después degollar a su esposa, sus hijitos y todos los parientes más o menos cercanos.  El caballero Martín de Alzaga, héroe durante las invasiones inglesas, mandó aplicar tormento a un pobre infeliz acusado de difundir noticias de la Revolución Francesa.  Rodeado de toda la aparatosidad legal y procesal de circunstancias, el verdugo le amarró las manos y le fue introduciendo cuñas de hierro debajo de cada uña.  La sesión indagatoria se repitió dos veces.  En la primera se le destrozaron las uñas de los dedos de una mano; en la segunda se le mutiló la otra.  Encima resultó que el pobre era inocente.

El ambiente en que se vivió durante el siglo XIX en nuestro país bien pudo producir gente insensible y bárbara.  Pero de alguna pasta muy buena debe estar amasado el espíritu de nuestro pueblo cuando, a pesar de ello, jamás permitió un linchamiento ni acepta la pena de muerte y ni siquiera admite que se realicen corridas de toros….  No deja de ser alentador este largo camino recorrido por los argentinos desde la frecuentación de esos degüellos que hemos relatado y el respeto por la vida ajena que actualmente forma parte de nuestra modalidad nacional.

Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

Vigo, Juan M. – La historia chica: Los degolladores, Buenos Aires (1967)

Portal www.revisionistas.com.ar

viernes, 9 de julio de 2021

Confederación Argentina: La vida en las provincias según un irlandés en 1848

Una relación de los irlandeses en el Buenos Aires de 1848

En esta ocasión el autor refiere el testimonio del inglés William Mac Cann en su libro "Dos mil millas a caballo, a través de las Provincias Argentinas...".
La Gaceta Mercantil
 



El comerciante británico William Mac Cann llegó a Buenos Aires en 1842 atraído por las ventajas económicas que podía obtener. Le tocó vivir en tiempos difíciles del gobierno de Juan Manuel de Rosas, con los conflictos con Inglaterra y Francia, y hacia 1845 se embarcó de nuevo a Europa.

Cuando el gobierno inglés envió la misión Hood y Francia el conde Waleski, conociendo sin duda las intenciones del gabinete de su país, regresó a Buenos Aires, donde desembarcó en marzo de 1847, antes de la llegada de los diplomáticos. El 29 de abril, acompañado por su amigo John Mears, salió de la ciudad “en una bella mañana otoñal, que, por lo clara y luminosa, se le antojó de primavera” y realizó dos largos viajes por el territorio bonaerense que ya en Londres publicó en la librería Smith, Elderd & Co en dos volúmenes con el título “Dos mil millas a caballo, a través de las Provincias Argentinas o sea una relación acerca de los productos naturales del país y las costumbres del pueblo, con un historial sobre el Río de la Plata, Montevideo y Corrientes, por William Mac Cann, autor de El estado actual de los negocios (políticos) en el Río de la Plata”. El trabajo fue conocido aquí en sus traducciones con el título “Viaje a Caballos por las Provincias Argentinas., las provincias litorales y Córdoba”.

Hace pocos días se celebró San Patricio, el patrono de Irlanda, por lo que nos parece oportuno dar a conocer la mirada de este inglés sobre la comunidad o los que pudo tratar en su viaje. En Quilmes se alojó en la estancia de Mr. Clark, que describió con lujo de detalles, entre ellos que en sus andanzas tuvieron ocasión de encontrar “a varios irlandeses que ganaban muy bien su vida; algunos de ellos explotaban hornos de ladrillos, vendiendo el millar a veinte chelines”, lo que nos ofrece un dato interesante: no eran todos pastores.

En Chascomús, camino a la estancia de Mr. Twaites, fueron alcanzados por un irlandés que iba al mismo lugar para pedirle al propietario que “intercediera por un hermano suyo que se encontraba preso. El tal hermano, hallándose en una pulpería en compañía de algunos criollos, había usado expresiones que importaban algo así como un delito de alta traición. Había enviado al Señor Gobernador con todos sus ascendientes y descendientes al... infierno, por el cual delito estaba en vísperas de ser enviado a Buenos Aires en calidad de preso político”. Twaites se interesó por el acusado y fue dejado en libertad “después de hacer solemne promesa de que no repetiría jamás ofensas semejantes”. Agrega este detalle que nos demuestra la necesidad de sacerdotes para hacer la misma tarea que el padre Fahy hacía en otros lugares: “La población irlandesa, en estas inmediaciones, es muy densa y se hace sentir la necesidad de un sacerdote abnegado e inteligente para atender a los servicios religiosos”.

En su camino al sur pasaron por la estancia Camarones de los Anchorena y llegaron a Dolores, donde “residen algunos súbditos británicos y en los últimos cuatro años se han establecido tres médicos irlandeses”.

En Tandil comenta: “Estuvo por aquí, no hace mucho, un irlandés muy industrioso de nombre Mr. Hanley, quien compró ocho mil ovejas al precio de un chelín y seis peniques la docena, lo que hace, al precio actual del cambio, no más de tres medios peniques cada oveja, algo menos que el valor de un huevo, porque, por entonces no podía comprarse un huevo por menos de tres peniques”.

En la marcha cruzaron el Chapaleofú y terminaron en la casa de don Ramón Gómez, donde comieron en abundancia y en un ambiente muy agradable. La estancia tenía doce leguas cuadradas, con mucho ganado aunque pocas ovejas, por falta de personal, señalando que “los cuidadores de ovejas obtenían tan buenas ganancias con sólo vigilar sus majadas, que nadie pensaba en ganar más, mediante el trabajo individual”. Más adelante se encontró con dos irlandeses que se ocupaban en cavar una zanja, con los que mantuvo una larga conversación: “Me enteré de que no hay trabajo tan lucrativo como éste y que aquellos hombres ganaban, según sus propios cálculos, diez a doce chelines por día. Todavía se mostraban quejosos, a pesar de que tenían comida en abundancia y podían economizar de diez a doce chelines por día. Ganan jornales tan altos porque muy pocos trabajadores de su condición llegan tan lejos, hacía el sur, y porque los criollos no toman jamás una pala en sus manos. Se explica así que esos hombres fuertes y laboriosos, puedan ganar lo que pidan”.

Hace el elogio de Mr. Handy, que no es otro que el ya mencionado Hanley, en cuya casa pasaron la noche: “Un irlandés meridional que se ha hecho célebre entre sus connacionales por la multiplicidad de sus actividades. Es conocido y goza de cierta notoriedad, bajo diversos nombres: a veces se llama Mr. Handy, otras el irlandés Miki, y bastante a menudo ‘el duque de Leinster’. Es un hombre chistoso y decidor, pero también muy inteligente y progresista; posee un espléndido establecimiento dedicado a la cría de ovejas, con buena casa y grandes arboledas. Tiene una mujer muy hermosa y sus chiquillos muy bien educados, están a cargo de un preceptor. Así rodeado, ¿podrá no sentirse feliz?”, concluye preguntándose.

Detalla después Mac Cann cómo a fuerza de constancia y pericia logró adquirir hasta ocho mil ovejas a 18 peniques la docena. Experimentado en su traslado “el viaje de vuelta de su compra, viaje de unas doscientas millas, lo había cumplido en treinta días, perdiendo solamente unos cien animales de aquella enorme majada. Así que engordaron las ovejas en los campos de Mr. Handy, este hizo sacrificar alrededor de mil, vendió los cueros al principio en 5 chelines y 3 peniques la docena, y destinó la carne al engorde de una gran piara de cerdos que posee. Cierta vez, encontrándome en una reunión de europeos congregados en una cena que dio Lord Howden en Buenos Aires, conté lo que acabo de referir. Mi relato suscitó un murmullo de incredulidad y yo me ofrecí a acompañar a quien quisiera hasta los campos donde pastaban las ovejas restantes de Mr. Handy”.

Tuvo allí un encuentro del que afortunadamente dejó este testimonio: “Conocí al Reverendo Mr. Fahy, sacerdote católico irlandés, que andaba en gira pastoral. Con él pasamos una noche muy agradable. Mr. Fahy es persona indispensable a sus compatriotas en estas comarcas, no solamente porque sabe cumplir los deberes de su ministerio espiritual, sino porque su experiencia le permite dar consejos muy provechosos en cuestiones puramente temporales”.

Sin duda a estos comentarios se agregará en una próxima nota una carta del padre Fahy, que destaca la situación en aquel Buenos Aires respecto al trabajo.

martes, 16 de junio de 2020

Confederación Argentina: La economía de Rosas

La Economía de la Confederación

Revisionistas


Brig. Gral. Juan Manuel de Rosas (1793 - 1877)

La capital de la Confederación se había convertido –al decir de Moussy- en “un gran taller industrial”. El censo de 1853 muestra su floreciente estado. La mitad de sus maestros eran extranjeros, pero los oficiales y aprendices pertenecían al país. La primera fábrica de vapor, el molino San Francisco, quedó establecido en 1846 (1).

Había 106 fábricas montadas (entre ellas dos fundiciones, una de molinos de viento, una de tafiletes, 8 de velas, 7 de jabones, 4 de licores, 3 de cerveza, una de billares, 3 de pianos, 2 de carruajes, además de 9 de distintos productos) y 743 talleres artesanales (110 carpinterías, 108 zapaterías, 74 herrerías, 49 tahonas de trigo, 26 platerías, 23 talabarterías, 14 lomillerías, 12 mueblerías).

Córdoba elaboraba zapatos y tejidos y se curtieron pieles de cabrito con tal perfección que debieron prohibirse en Francia por competir con la industria artesanal francesa. Tucumán fue famosa por sus trabajos de ebanistería, carretas, tintes, tabacos, cultivo de algodón; la industria del azúcar iniciada poco antes a título experimental, contaba en 1850 con trece ingenios que abastecían el consumo del interior y en parte el de Buenos Aires; Salta hilaba algodón, fabricaba cigarros “tarijeños” y en menor porcentaje harina y vinos; Catamarca y La Rioja producían algodón, tejidos, aceites, vinos y aguardiente; en Cuyo los viñedos cubrían grandes extensiones, y en los talleres se hacían carretas y tejidos; tuvo excelente curtiembre, elaboración de frutas secas, y durante un tiempo fueron famosas las sederías mendocinas; siguió produciendo trigo y llevando harinas a Buenos Aires. En el litoral, Santa Fe, principalmente ganadera, tuvo plantaciones de algodón, tejedurías, maderas, carbón de leña y construyó embarcaciones en sus calafaterías de ribera; lo mismo Corrientes, que además producía tabaco, azúcar, almidón y frutas cítricas; Entre Ríos, cueros curtidos, postes de ñandubay y cal, más barata que la de Córdoba pero de inferior calidad.

Los salarios

Por la prosperidad del comercio e industria y gran demanda de brazos, los salarios de la Confederación estaban entre los más altos del mundo. Esto producía la inmigración de campesinos irlandeses y vascos, marinos y artesanos españoles y genoveses, maestros alemanes, y obreros de toda Europa.

En 1849, cuenta el periodista español Benito Hortelano en sus Memorias, se encontraba exiliado en Burdeos a causa de los motines liberales de España. Vio a unos vascos “cubiertos de boina y poncho” que tenían muchas talegas de oro:

- ¿De dónde vienen ustedes?

- De Buenos Aires, señor.
- ¿Qué tal país es aquél?
- Magnífico, señor: es la tierra de promisión.
- ¿Qué tiempo han estado ustedes allí?
- Cinco años, y hemos ganado 20.000 patacones entre los tres.
- ¿Pues, en qué se han ocupado ustedes?
- En los saladeros, friendo grasa y desollando reses.
- Pero en ese oficio cómo han podido ganar en tan pocos años esa fortuna?
- Como que ganábamos cinco y seis patacones diarios, que es el precio que allí se paga a los peones…
La palabra de los vascos habían producido en nosotros el mismo efecto, y todos íbamos pensando la misma cosa….si unos hombres toscos, que no conocían el idioma, que no tenían un oficio ni una industria, conocimiento en los negocios y una inteligencia nada vulgar?…Quedó decidido el viaje a Buenos Aires.


Las Memorias relatan la travesía y llegada al Buenos Aires de 1849. Empezó Hortelano con un depósito de trapos, después trabajó en El Diario de avisos y más tarde fundó “El Agente Comercial del Plata” (2) redondeando una regular fortuna.

En 1851 puede decir: “¿Qué me importaba España ni los recuerdos de Madrid, ni mi antigua posición, si aquí en Buenos Aires, en menos de dos años me había labrado una nueva y se me abría un brillante porvenir?

El comercio

Buenos Aires tenía 2.008 casas de comercio en 1850 y su giro superaba varias decenas de millones. “La ciudad de Buenos Aires está en estos momentos en un período de extraordinaria prosperidad”, escribe Brossard en 1850, “Si digo que la República Argentina está próspera en medio de sus conmociones –anota Alberdi en 1847- asiento un hecho que todos palpan”. Herrera y Obes confesaba el 22 de mayo de 1849: “Buenos Aires sigue en un pie de prosperidad admirable. Es hoy el centro de todo el comercio del Río de la Plata…. su país (de Rosas) prospera, su poder se afirma cada día más”.

En 1846 se fundaba El Camuatí, actual Bolsa de Comercio; en 1850 la Casa de Moneda descontaba documentos por 71.057.617 pesos (en 1853 bajaría a 35.034.599, aunque el peso papel decayó en relación a la onza de oro).

Estado financiero

José Antonio Terry, no obstante, asegura en su historia financiera que “Rosas fue el fiel ejecutor de las leyes de emisiones, y seriamente económico dentro de las leyes de presupuesto. Durante su larga administración se quemaron fuertes cantidades de papel moneda y se amortizaron muchos millones de fondos públicos en cumplimiento de las respectivas leyes. Esta conducta impidió la desvalorización del papel moneda y colocó a la plaza en condiciones de fáciles reacciones en los momentos en que las vicisitudes de la guerra lo permitían. El comercio y el extranjero tenían confianza en la honradez administrativa del gobernador”.

Los fondos públicos, empréstito interno emitido a principios de 1850, alanzaban a 53.693.334 pesos de los que se habían rescatado 39.178.724 quedando un remanente de 14.514.610 pesos.

Firmado el convenio Southern se reanudaron los pagos parciales del empréstito Baring con 5.000 patacones mensuales girados con puntualidad.

Los gastos del presupuesto de 1850 fueron $50.046.352, que se cubrieron ampliamente con $ 6.220.159 papel, equivalentes a 115.000 libras de cambio del 31 de diciembre de 1850.

La cotización de la onza de oro (había llegado a su máximo en julio de 1840 con 514 pesos) estaba en enero de 1850 en 249 y terminará el año en 225.

Referencias

(1) Era propiedad de los señores Blumstein y Laroche y se hallaba en la calle Potosí (hoy Alsina) entre Balcarce y Paseo Colón (vereda sur), al lado de la Aduana. Su maquinaria se movía por la fuerza del vapor que producían tres calderas, que habían sido proporcionadas por la firma inglesa J. E. Hall de Dartford, Kent. La Aduana Taylor y el molino San Francisco eran por entonces las construcciones más altas de Buenos Aires.

(2) Lo fundó siete meses antes de la batalla de Caseros; lo trasformó en Los Debates, después del triunfo de Urquiza. Entregó su dirección a Bartolomé Mitre; enseguida, y anónimamente, armó el aguijón de La Avispa, pronto sofocada; abandonó la política del país y creó El Español, primer órgano de la colectividad oficialmente reconocido; en 1853 creó el semanario La Ilustración Argentina, notable muestra de las artes gráficas de su época. Al mismo tiempo, el Hortelano era dueño de la Librería Hispanoamericana, la más grande de la ciudad, y de una imprenta que emprendió la publicación de la vasta Historia de España de Lafuente.

Fuente

  • Arrieta, Rafael Alberto – La literatura argentina y sus vínculos con España – Uruguay, (1957).
  • Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
  • Hortelano, Benito – Memorias – Ed. Espasa-Calpe, Madrid (1936)
  • Portal www.revisionistas.com.ar
  • Rosa, José María – Historia Argentina – Ed. Oriente, Buenos Aires (1972)

viernes, 31 de mayo de 2019

Rosas visto por amigos y rivales

De la admiración, al desprecio y el temor: qué escribieron sobre Juan Manuel de Rosas, una figura que provoca lealtades y odios

En un nuevo aniversario del nacimiento del Restaurador, un repaso por los escritos de las personas que lo conocieron. Anécdotas familiares, elogios y recuerdos de un personaje de la historia argentina que despierta pasiones hasta la actualidad
Por Luciana Sabina | Infobae


Juan Manuel de Rosas nació el 30 de marzo de 1793


Juan Manuel de Rosas nació el 30 de marzo de 1793, hace exactamente 226 años. En vida, su figura inspiró lealtades y odios. Actualmente no deja de fascinar a diversos historiadores, lo que lleva a algunos hacia extremos en su investigación. Por eso es importante hacer un breve recorrido por su origen, las anécdotas más salientes y la opinión de ciertos contemporáneos basta para entender aquél magnetismo.


Se conocen diversos detalles sobre los padres de Rosas gracias a los textos de Lucio V. Mansilla, nieto de ambos. Se sabe, por ejemplo, que dormían en habitaciones separadas porque Agustina López Osornio -madre del caudillo-, a cargo de criar niños casi todo el tiempo, no quería afectar el sueño del esposo.

Agustina López Osornio, la madre del Restaurador, fue una figura clave en su vida


Todos los hermanos y hermanas del Restaurador -en total diecinueve, según Mansilla- se emparentaron con familias de abolengo, incluyendo a un descendiente del mismísimo Atahualpa, el inca caído por obra de Francisco Pizarro durante la Conquista americana.



Cada comida familiar era excesiva, casi barroca, pero de utensilios simples. La madre de Rosas fue briosa, decidida y por momentos cruel. Una especie de deidad doméstica que se hacía cebar mates de rodillas por alguna esclava negra. Sus hijos le obedecieron con entrega feudal. Se puede decir que en cuanto a familia, hogar y administración de bienes, ella tuvo aquellos "poderes extraordinarios" que el Restaurador consiguió en la esfera pública.

Vicente Fidel López definió al caudillo como “un estanciero sin rival en el duro trabajo de domesticar ganados y caballos salvajes”.


De hecho, doña Agustina dominó a todos incluso después de muerta. En su testamento favoreció inmensamente a dos nietos huérfanos y sus hijos lo respetaron. "De tamaña mujer nació Rosas", comentó Mansilla al relatar esta anécdota.

Cada comida familiar era excesiva, casi barroca, pero de utensilios simples. La madre de Rosas fue briosa, decidida y por momentos cruel. Una especie de deidad doméstica que se hacía cebar mates de rodillas por alguna esclava negra. Sus hijos le obedecieron con entrega feudal

Ya convertido en un hombre de poder, Rosas recibió al naturalista británico Charles Darwin, quien por entonces contaba con 22 años y estaba realizando su famoso viaje científico por estas tierras. Darwin lo describió como "un hombre de extraordinario carácter, que ejerce la más profunda influencia sobre sus compañeros; influencia que sin duda pondrá al servicio de su país para asegurar su prosperidad y su dicha".

"Dirige admirablemente sus inmensas propiedades y cultiva mucho más trigo que todos los restantes propietarios del país", concluyó el científico.

Darwin describió a Rosas como “un hombre de extraordinario carácter, que ejerce la más profunda influencia sobre sus compañeros”

Por su parte, el historiador y político Vicente Fidel López definió al caudillo como "un estanciero sin rival en el duro trabajo de domesticar ganados y caballos salvajes. (…) Se fingía modesto y recatado en las escasas visitas que hacía a la capital. Pero allá en los campos era tan brutal en los juegos hípicos que no se contentaba sino haciendo víctimas".

"Alto, hercúleo, de semblante rubio, de ojos azules y de hermosa figura, tenía no sé qué avasalla bárbaros. (…) era el que a su vez traía y clasificaba a los habitantes de aquella campaña como si fuesen ganados mansos de su rodeo", agregó el historiador.
En ambos testimonios es palpable la esencia del líder carismático que encarnó Rosas. Pero no sólo Darwin y López se refirieron al físico y temperamento de Rosas. Son numerosos los cronistas que escribieron al respecto, aunque pocos hicieron hincapié en su salud. En ese sentido se destaca el estudio realizado por José María Ramos Mejía, médico e historiador, donde asegura que Rosas sufría "arrebatos de insania".

La figura de Rosas despierta pasiones hasta la actualidad

Aparentemente, Rosas protagonizaba episodios durante los que saltaba del caballo y empezaba a correr, agitando las extremidades y lanzando gritos descomunales. Finalmente caía al suelo, agotado. Para sus médicos -a quienes Ramos Mejia entrevistó- todo era fruto de los "excesos de vida".

Rosas supo ganar la admiración de muchos contemporáneos, entre ellos la de José Francisco de San Martín. El último mensaje que recibió del Libertador fue escrito en mayo de 1850, poco antes de su muerte.

"Como argentino me llena de un verdadero orgullo al ver la prosperidad, la paz interior, el orden y el honor, restablecidos en nuestra querida patria: y todos esos progresos efectuados en medio de circunstancias tan difíciles en que pocos estados se habrán hallado. Por tantos bienes realizados, yo felicito a Ud. sinceramente como igualmente a toda la Confederación Argentina. Que goce Ud. de salud completa y que al terminar su vida pública sea colmado del justo reconocimiento de todo argentino. Son los votos que hace y hará sierre a favor de Ud. éste su apasionado amigo y compatriota Q.B.S.M (Que besa sus manos)".

Aparentemente, Rosas protagonizaba episodios durante los que saltaba del caballo y empezaba a correr, agitando las extremidades y lanzando gritos descomunales. Finalmente caía al suelo, agotado. Para sus médicos -a quienes Ramos Mejia entrevistó- todo era fruto de los “excesos de vida”

Cabe destacar que Rosas y San Martín no llegaron a conocerse en persona, pero seguramente la opinión de este último no hubiese variado ya que el ex gobernador de Buenos Aires poseía un carisma apabullante. De esto pudo dar muestras Juan Bautista Alberdi, quien dedicó su juventud a combatirlo y al conocerlo terminó admirándolo.

San Martín le mandó una carta a Rosas para felicitarlo

En 1857, Alberdi representaba a la Confederación Argentina en Inglaterra, país en el que Rosas se hallaba exiliado. No dudó en visitarlo. La reunión generó cierta fascinación en el tucumano y lo hizo cambiar por completo su visión sobre el antiguo enemigo. Desde entonces mantuvieron una interesante relación epistolar.

En septiembre de 1864 Alberdi le escribió: "No quiero (…) dejar pasar el año, sin presentarle mis respetos y renovarle los testimonios de mi constante aprecio y distinción, de un modo directo, pues por intermedio de amigos, no he cesado de tener ese gusto, y de saber igualmente por ellos que su salud y su espíritu se conservan fuertes y enteros como en sus bellos años".

"El ejemplo de moderación y dignidad que Vd. está dando á nuestra América despedazada por la anarquía es, para mí una prenda segura de que le esperan días más felices que los actuales. Yo sé los deseos de su corazón, mi distinguido señor General, y con estos sentimientos tengo el honor de renovarle mis respetos amistosos con que soy de Vd. General, su atento compatriota y servidor", agregó.

Alberdi visitó a Rosas en su exilio


Claro que no todos olvidaron el lado oscuro de Rosas, ni los años de terror y muerte con que supo mantener en vilo al país, desde una residencia en Palermo.

Así, en 1877, tras conocerse la noticia de la muerte del Restaurador en Inglaterra, una horda desquiciada azotó Buenos Aires y destruyó todo símbolo federal. Sin duda alguna, la ambivalencia que generó entre quienes compartieron su tiempo dota de amplias bases a sus actuales detractores y admiradores.