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viernes, 11 de octubre de 2024

Revolución Libertadora: Rebelión militar del fascista del Valle

Ni una maldita rebelión militar puede organizar un peroncho


Argentina en la Memoria
@OldArg1810






El 9 de junio de 1956 tuvo lugar el levantamiento del general Juan José Valle, y otros militares y civiles que participaban en la resistencia peronista, contra el gobierno de la Revolución Libertadora, presidido por el general Pedro Eugenio Aramburu.




Al adoptar sus duras políticas antiperonistas, el gobierno debió tomar en cuenta la posibilidad de la violencia contrarrevolucionaria. Sobre todo en razón de las medidas punitivas que adoptaba contra aquellos a quienes consideraba beneficiarios inmorales del "régimen peronista". La detención de personalidades prominentes, la investigación de personas y compañías presuntamente involucradas en ganancias ilícitas, y las amplias purgas que afectaron a personas que ocupaban cargos sindicales y militares contribuyó a formar un grupo de individuos descontentos.


No era sino lógico esperar que algunos de ellos, en especial los que tenían formación militar, apelaran a la acción directa para hostigar al gobierno o para derribarlo. Aunque los incidentes por sabotajes hechos por obreros fueron comunes en los meses que siguieron a la asunción de Aramburu, fue sólo en marzo de 1956, como consecuencia de los decretos que habían declarado ilegal al Partido Peronista, prohibido el uso público de símbolos peronistas y otras descalificaciones políticas, cuando empezaron las confabulaciones.



Un factor que contribuyó a ello, aunque en última instancia condujo a error, pudo ser la decisión del gobierno, anunciada en febrero, de eliminar del código de justicia militar la pena de muerte para los promotores de rebeliones militares. Este castigo, que había sido promulgado por el Congreso controlado por el Partido Peronista, y que representaba los intereses de Perón, después del intento golpista de septiembre de 1951, encabezada por el general Menéndez, se eliminaba del código militar sobre la base de que “es violatorio de nuestras tradiciones constitucionales que han suprimido para siempre la pena de muerte por causas políticas”. Los hechos probarían que esta declaración era prematura.



La figura prominente en los intentos de conspiración contra Aramburu fue el general (RE) Juan José Valle, que se había retirado voluntariamente tras la caída de Perón y de participar activamente en la Junta Militar de oficiales leales que consiguió la renuncia de Perón y entregó el gobierno al general Eduardo Lonardi en septiembre de 1955.



Valle trató de atraer a otros oficiales descontentos con las medidas del gobierno. Uno de los que optó por unirse a él fue el general Miguel Iñiguez, profesional que gozaba de gran reputación y que aún estaba en servicio activo, aunque revistaba en disponibilidad, a la espera de los resultados de una investigación de su conducta como comandante de las fuerzas leales en la zona de Córdoba, en septiembre de 1955. Iñiguez no había intervenido en política antes de la caída de Perón, pero con profunda vocación nacionalista, el general Iñiguez se unió al general Valle en la reacción contra la política del gobierno de Aramburu.



A fines de marzo de 1956, Iñiguez consintió en actuar como jefe de estado mayor de la revolución, pero pocos días después fue arrestado, denunciado por un delator. Mantenido bajo arresto durante los cinco meses subsiguientes, pudo escapar al destino que esperaba a sus compañeros.


La conspiración de Valle fue, en esencia, un movimiento militar que trató de sacar partido del resentimiento de muchos oficiales y suboficiales en retiro así como de la intranquilidad reinante entre el personal en servicio activo. Aunque contaba con la cooperación de muchos civiles peronistas y con el apoyo de elementos de la clase trabajadora, el movimiento no logró la aprobación personal de Juan Domingo Perón, por ese entonces exiliado en Panamá.


El degenerado sexual y su banda

En sus etapas preliminares, el movimiento trató de atraer a oficiales nacionalistas descontentos con Aramburu que habían tenido roles claves durante el intento golpista de junio de 1955, en el golpe de Estado a Perón en septiembre de 1955 y durante el gobierno de Lonardi, como los generales Justo Bengoa y Juan José Uranga, que acababan de retirarse; pero el evidente desacuerdo acerca de quien asumiría el poder tras el triunfo, terminó con la participación de ellos. Finalmente, los generales Juan José Valle y Raúl Tanco asumieron la conducción de lo que denominaron “Movimiento de Recuperación Nacional” y ellos, en vez de Perón cuyo nombre no apareció en la proclama preparada para el 9 de junio, esperaban ser sus beneficiarios directos.






El plan disponía que grupos comandos de militares, en su mayor parte suboficiales y civiles coparán unidades del Ejército en varias ciudades y guarniciones, se apropiaran de medios de comunicación y distribuyeran armas entre quienes respondieran a la proclama del levantamiento.



Este incluía diversos ataques terroristas a edificios públicos, a funcionarios nacionales y provinciales, a locales de los partidos políticos relacionados a la Revolución Libertadora, y a las redacciones de diversos diarios del país. También había una extensa lista de militares y dirigentes políticos, simpatizantes del gobierno, que serían secuestrados y fusilados por el Movimiento de Recuperación Nacional, cuyos domicilios fueron marcados con cruces rojas en esas horas.



Uno de ellos fue el que ocupaban el dirigente socialista Américo Ghioldi y la profesora Delfina Varela Domínguez de Ghioldi, en la calle Ambrosetti 84, en pleno barrio de Caballito. Otros domicilios que fueron marcados con las cruces rojas fueron los de Pedro Aramburu, Isaac Rojas, de los familiares del fallecido Eduardo Lonardi, Arturo Frondizi, del monseñor Manuel Tato, Alfredo Palacios, entre otros.






El gobierno tenía conocimiento desde hacía poco tiempo que se preparaba una conspiración, aunque no sabía con precisión su alcance ni su fecha. A principios de junio, varios indicios, entre ellos la aparición de cruces pintadas, hicieron pensar que el levantamiento era inminente. Por este motivo, antes que el presidente Aramburu saliera de Buenos Aires entre compañía de los ministros de Ejército y de Marina para una visita programa a las ciudades de Santa Fe y Rosario, se resolvió firmar decretos sin fecha y dejarlos en manos del vicepresidente Rojas para poder proclamar la ley marcial, si las circunstancias lo exigían.





El 8 de junio la policía detuvo a cientos de militares gremiales peronistas para desalentar la participación obrera en masa en los movimientos planeados. Los rebeldes iniciaron el levantamiento entre las 23 y la medianoche del sábado 9 de junio, logrando el control del Regimiento 7 de Infantería con asiento en La Plata, y la posesión temporaria de radioemisoras en varias ciudades del interior. En Santa Rosa, provincia de La Pampa, los rebeldes coparon rápidamente el cuartel general del distrito militar, el departamento de policía, y el centro de la ciudad. En la Capital Federal, los oficiales leales, alertados horas antes del inminente golpe, pudieron frustrar en poco tiempo el intento de copar la Escuela de Mecánica del Ejército, y su adyacente arsenal, los regimientos de Palermo, y la Escuela de Suboficiales de Campo de Mayo.




Sólo en La Plata los rebeldes pudieron sacar partido de su triunfo inicial, con la ayuda del grupo civil, para lanzar un ataque contra el cuartel general de la policía provincial y el de la Segunda División de Infantería. Allí, sin embargo, con refuerzos del Ejército y la Marina que acudieron en apoyo de la Policía, se obligó a los rebeldes a retirarse de las instalaciones del regimiento donde, tras los ataques de aviones de la Fuerza Aérea y la Marina, se rindieron a las 9 de la mañana del 10. Los ataques aéreos sobre Santa Rosa, capital de La Pampa, también terminaron en la rendición o la dispersión de los rebeldes, más o menos a la misma hora, por lo tanto la rebelión terminó siendo un fracaso.





El general Pedro Eugenio Aramburu, de regreso en Buenos Aires tras su breve visita a Santa Fe y Rosario, dio un discurso a través de la Cadena Nacional, en el que hablaba sobre los hechos que transcurrieron durante la madrugada del 9 de junio.




La insurrección del 9 de junio fue aplastada con una dureza que no tenía precedentes en los últimos años de la historia argentina. Por primera vez en el siglo XX un gobierno ordenó ejecuciones al reprimir un intento de rebelión. Según las disposiciones de la ley marcial, proclamada poco después de los primeros ataques rebeldes, el gobierno decretó que cualquier persona que perturbara el orden, con armas o sin ellas, sería sometida a juicio sumario. Durante los tres días siguientes, veintisiete personas enfrentaron los escuadrones de fusilamiento.




Durante la noche del 9 al 10 de junio, cuando fueron ejecutados nueve civiles y dos oficiales, los rebeldes aún dominaban un sector de La Plata y no podía descontarse la posibilidad de levantamientos obreros en el Gran Buenos Aires y otros lugares. Esas primeras ejecuciones fueron, según el gobierno, una reacción de emergencia para atemorizar y evitar que la rebelión se transformara en guerra civil. Esto explicaría la rapidez del gobierno para autorizar y hacer públicas las ejecuciones, rapidez que se demostró en la falta de toda clase de juicio previo, en la inclusión, en los que enfrentaron los escuadrones de fusilamiento, de hombres que habían sido capturados antes de proclamarse la ley marcial, y en las confusiones de los comunicados durante la noche del 9 al 10 de junio.




Durante esa noche se comenzaron a exagerar el número de civiles rebeldes fusilados e informaban erróneamente sobre la identidad de los oficiales ejecutados, para inferir miedo en los rebeldes y que no salieran a las calles a intentar participar del movimiento.



En la tarde del 10, tuvo lugar una manifestación multitudinaria en la Plaza de Mayo, que dio lugar a escenas de júbilo y alivio, a medida que multitudes antiperonistas acudían a la Plaza de Mayo para saludar al presidente Aramburu y al vicepresidente Rojas, y pedir castigos para los rebeldes nacionalistas/peronistas.



Allí, el almirante Isaac F. Rojas dio un discurso desde el balcón de la Casa Rosada:



Escenas semejantes, aunque con los papeles invertidos, habían ocurrido en el pasado, cuando muchedumbres peronistas exigieron venganza contra los rebeldes en septiembre de 1951 y junio de 1955. Sólo que esta vez el gobierno prestó más atención que Perón al clamor de sangre. Tras este acto en Plaza de Mayo, el vicepresidente Rojas, la Junta Consultiva Militar en pleno, Aramburu y los tres ministros militares, tomaron la funesta decisión sobre fusilar a los prisioneros que habían participado de la revolución en contra del gobierno.





Contra el consejo de algunos políticos civiles, entre ellos algunos miembros de la Junta Consultiva, que instaron a terminar con las ejecuciones, inclusive una delegación formada por Américo Ghioldi y otros miembros de la Junta Consultiva que fueron a la Casa de Gobierno, para solicitar clemencia y que se pusiera fin a las ejecuciones e intentos de algunos generales que se oponían a las ejecuciones llamando a Arturo Frondizi para que presionara sobre las autoridades, y por más que oficiales que integraban las cortes marciales recomendaron que los rebeldes fueran sometidos a la justicia militar ordinaria, los miembros del gobierno de facto resolvieron seguir aplicando los castigos previstos en la ley marcial.




Al tomar esa decisión, se persuadían a sí mismos de que daban un ejemplo que aumentaría la autoridad del gobierno y desalentaría futuros intentos de rebelión, previniendo así la perdida de más vidas. No se sabe si la Junta Militar, en la reunión del 10 de junio, tomo en cuenta el hecho de que la mayoría de los ya ejecutados eran civiles y que si se suspendían las ejecuciones los jefes militares sufrirían castigos más leves que esos civiles. Lo cierto es que la Junta Militar rechazó la sugerencia del comandante de Campo de Mayo, coronel Lorio, en el sentido de limitar las ejecuciones pendientes a la de uno o dos oficiales de menor jerarquía.



El almirante Rojas se opuso enérgicamente a hacer excepción con los oficiales de mayor antigüedad por considerar que eso era una violación a la ética que la “historia” no perdonaría; prefería suspender todas las ejecuciones a tomar cualquier medida que permitiera a los jefes militares escapar el castigo impuesto a quienes los habían seguido. En última instancia, la Junta Militar asumió la responsabilidad directa de ordenar la ejecución, en los dos días subsiguientes, de nueve oficiales y siete suboficiales.




El 12 de junio, Manrique fue a buscar a Valle, con el convencimiento que los fusilamientos se interrumpirían, y lo llevó al Regimiento de Palermo, donde lo interrogaron y lo condenaron a muerte. Aramburu estaba convencido de hacerlo y decía que "si después que hemos fusilados a suboficiales y a civiles le perdonamos la vida al máximo responsable, a un general de la Nación que es jefe del movimiento, estamos creando un antecedente terrible; va a parecer que la ley no es pareja para todos y que entre amigos o jerarquías parecidas no ocurre nada; se consolidará la idea de que la ley se aplica sólo a los infelices".




A las ocho de la noche les avisaron a los familiares de Valle que sería ejecutado a las 10. Su hija fue a pedirle al monseñor Manuel Tato, deportado a Roma en junio de 1955 durante los conflictos entre Perón y la Iglesia Católica y que era apuntado por el movimiento de Valle, que hiciera algo. Tato habló con el Nuncio Apostólico, quien telegrafió al Papa para que le pidiera clemencia a Aramburu. Pero el pedido fue denegado. Valle se despidió de su hija y le entregó unas cartas, incluso una dirigida a Aramburu en la que decía "Usted tendrá la satisfacción de haberme asesinado (...) Conservo toda mi serenidad ante la muerte. Nuestro fracaso material es un gran triunfo moral (...) Como cristiano, me presento ante Dios, que murió ajusticiado, perdonando a mis asesinos".



Poco después, varios marinos lo llevaron a un patio interno y allí lo fusilaron. Momentos después del fusilamiento de Valle, el gobierno suspendió la aplicación de la ley marcial, cediendo a la presión cada vez mayor de civiles y militares que reclamaban el fin de las ejecuciones.



Los partidos políticos agrupados en la Junta Consultiva Nacional apoyaron al gobierno frente a la sublevación. Hubo una reunión secreta de la Junta Consultiva, el 10 de junio, en la que todos dijeron que estaban de acuerdo con lo que se decidiera y lo que se resolvió fue un apoyo al gobierno. No hubo nada relacionado a las ejecuciones. Solamente Frondizi le reclamó a Aramburu, al día siguiente y a título personal, que no se fusilara a civiles.




Américo Ghioldi, que había buscado parar los fusilamientos, escribió un articulo para el diario La Vanguardia en el que desarrollo una justificación de estos, luego de enterarse que el levantamiento del general Valle buscaba el propio fusilamiento del dirigente socialista, diciendo: "Se acabó la leche de la clemencia. Ahora todos saben que nadie intentará, sin riesgo de vida, alterar el orden porque es impedir la vuelta a la democracia. Parece que en materia política, los argentinos necesitan aprender que la letra con sangre entra".




Juan Domingo Perón, en carta a John William Cooke desde su exilio, fue muy critico del levantamiento de Valle y culpa a varios de los integrantes del intento de revolución de haberlo traicionado durante los acontecimientos de septiembre de 1955, diciendo: "El golpe militar frustrado es una consecuencia lógica de la falta de prudencia que caracteriza a los militares. Ellos están apresurados, nosotros no tenemos por qué estarlo. Esos mismos militares que hoy se sienten azotados por la injusticia y la arbitrariedad de la canalla dictactorial no tenían la misma decisión el 16 de septiembre, cuando los vi titubear ante toda orden y toda medida de represión a sus camaradas que hoy los pasan por las armas (...) Si yo no me hubiera dado cuenta de la traición y hubiera permanecido en Buenos Aires, ellos mismos me habrían asesinado, aunque solo fuera para hacer méritos con los vencedores".



Los primeros que fomentarían el recuerdo de "los mártires del 9 de junio" serían los distintos grupos neoperonistas, como la Unión Popular de Juan Atilio Bramuglia, que harían campaña en 1958 contra la orden de Perón de votar por Arturo Frondizi en las elecciones presidenciales de ese año.





miércoles, 29 de septiembre de 2021

SGM: El espía nazi en Gran Bretaña

El espía alemán olvidado de Gran Bretaña

Geoff Moore || War History Online   


John Job (izquierda) en un Talbot Drophead Coupe francés. Imagen: Archivos Nacionales

Para el escritor y periodista Ed Perkins, un artículo de 2.000 palabras a la vez se habría considerado una obra maestra.

Sin embargo, un hecho fortuito que descubrió lo llevó a pasar 3 años y escribir casi 100.000 palabras sobre un espía nazi olvidado de la Segunda Guerra Mundial.

La investigación para el libro incluyó viajes por la campiña francesa y París, además de muchos viajes a los Archivos Nacionales Británicos en Kew, en el oeste de Londres.

El punto de partida fue él leyendo que un espía alemán llegó una vez en un hidroavión desde Lisboa a la ciudad natal de Ed, Poole, en Dorset. Esto fue suficiente para impulsarlo a descubrir la vida y las hazañas de este hombre.

Oswald John Job llegó al puerto en noviembre de 1943 alegando que había escapado de un campo de internamiento en Francia. Y que consiguió traspasar la frontera con España y Portugal, hasta Lisboa y luego un vuelo hacia la libertad.


Oswald John Job, fue ahorcado por ser un espía alemán. Imagen: Archivos Nacionales

Al llegar a la oficina de inmigración y aduanas del puerto, un oficial del MI5 de ojos agudos pensó que la historia de Job no era correcta y luego, después de un registro corporal, se encontró un anillo de diamantes caro y un alfiler de corbata valioso (en el dinero de hoy alrededor de £ 10,000).

Job desconocía que anteriormente un agente doble alemán había transmitido un mensaje al MI5 de que un espía se dirigía al país. Llevaría un valioso anillo de diamantes y un alfiler de corbata como pago. Aunque no se sabía cómo y dónde llegaría.

Bajo instrucciones del MI5, Job fue despedido después de la entrevista y se fue a Londres después de pasar la noche en el hotel de Bournemouth. Una vez en la estación de Waterloo de Londres, al día siguiente, los agentes de seguridad lo siguieron.

Después de tres semanas de vigilancia, Job fue arrestado y llevado al centro de integración llamado Camp 001 en Londres, donde confesó.


Oswald John Job, en el campo de internamiento francés de St Denis. Imagen: Archivos Nacionales

Les dijo a sus interrogadores dónde podían encontrar tinta invisible en su navaja de afeitar hueca y sus llaves. Además, explicó un código que le habían enseñado para escuchar instrucciones inalámbricas. Además, tenía una lista de direcciones a las que debía enviar cartas utilizando la tinta secreta oculta.

Job le dijo al servicio de seguridad que solo quería encontrar una manera de regresar a Inglaterra y que no estaba interesado en espiar.

Sin embargo, el autor de Dorset, Ed, cuestiona la culpabilidad de Job. ¿Era solo un delincuente de poca monta y un mentiroso consumado que estaba harto del internamiento en Francia?

Continuó diciendo: “Creo que era un cantante sin escrúpulos que solo haría lo mejor para sí mismo. En Gran Bretaña, habiendo recibido poco dinero de los alemanes, mi opinión es que se habría colgado del anillo y el alfiler de corbata y luego lo habría azotado. Pero tu suposición es tan buena como la mía ".


Casa Latchmere, utilizada para interrogatorios durante la Segunda Guerra Mundial (imagen CC de Ken Bailey)

Job fue enviado al Campamento 020, Latchmere House en Ham, en el oeste de Londres, que era famoso por sus métodos para extraer información de los agentes enemigos y, especialmente, de cualquier sospecha de espías.

El teniente coronel (Tin Eye) Stephens, comandante del campo 020, la prisión de espías, escribió en su informe sobre Job: “Mi opinión personal es que era un delincuente miserable. Él mismo admitió que tenía la intención de vender las joyas en caso de necesidad financiera. No tenía la intención de trabajar para los alemanes porque tenía miedo ".

El nombre "Tin Eye" proviene del monóculo por el que era famoso.

Stephens asumió el cargo de comandante del campamento en 1940. Vio que las habitaciones de Latchmere se convertían en celdas, cada una tenía un micrófono oculto. Añadió a la casa una sala de castigo especial e incluso más celdas.


Autor, Ed Perkins

Aunque parece que Stephens estaba en contra de la tortura, prefería métodos como la presión psicológica, la intimidación y la privación del sueño. Junto con largos períodos de aislamiento.


Tapa del libro

Después de la guerra, el propio Stephens se enfrentó a un consejo de guerra por maltrato a los prisioneros. Una audiencia a puerta cerrada lo absolvió.

Latchmere House se ha relacionado erróneamente con varios posibles presos alemanes importantes como Hess y William Joyce (Lord Haw Haw).

Ed, un ex editor adjunto de un periódico, ha estado buscando pistas, incluidos muchos callejones sin salida, en el proceso de investigación de esta historia real. Para Job, terminó solo varios meses después de llegar por aire al segundo puerto natural más grande del mundo.

John Job fue ahorcado en la cárcel de Pentonville por el último verdugo de Gran Bretaña, Albert Pierrepoint.

Utilizando, según admitió él mismo, su muy limitado francés, con la ayuda de algunos contactos muy útiles en Francia, Ed logró localizar a la familia Job.

conexiones y antecedentes detallados de un hombre que, como dice el título de su libro, es "el traidor olvidado de Gran Bretaña".

Termina…

jueves, 23 de abril de 2020

GCE: Despedidas de fusilados en paquetes de cigarrillos

Despedirse de la familia con un mensaje escrito en una cajetilla de tabaco

'Pequeñas cosas' muestra objetos aparentemente insignificantes guardados durante años como tesoros por familiares de víctimas del franquismo






Mensaje de despedida de Vicente Verdejo a su mujer escrito en la cárcel de Valdepeñas antes de ser fusilado el 29 de octubre de 1940


Natalia Junquera || El País


Guardar una cajetilla de tabaco durante 80 años porque en el reverso del cartón está escrita la despedida de un hombre, Vicente Verdejo, que sabe que ha fumado su último cigarrillo y dado su último abrazo: “Carmen, cojo el lapicero para despedirme de ti y de nuestros hijos, mi Gregorio y mi Vicentita. Muero acordándome de ti. Has sido muy buena, no te mereces lo que estás sufriendo. Ten resignación y paciencia. Recibe todo el cariño de este que hasta la muerte te está queriendo”. Conservar durante décadas un pañuelo con manchas de sangre porque contiene las pertenencias que acompañaron a Heliodoro Meneses el día de su fusilamiento: papel de arroz, una caja de cerillas, un pedazo de lápiz, una goma de borrar y una horquilla. Un grupo de investigadores de la UNED ha dedicado diez años a buscar en hogares de toda España “los objetos que guardaron una memoria perseguida” y que se muestran ahora en una exposición itinerante, desde este mes en Madrid, y durante 2020 en distintas sedes de la Universidad a Distancia. Se titula Las pequeñas cosas y explica por qué para quienes las custodiaron desde el franquismo hasta hoy son grandes tesoros.

Durante años esos objetos fueron una forma de resistencia: guardarlos significaba rebelarse contra quien intentó hacer desaparecer a sus dueños arrojándolos a fosas comunes, enterramientos clandestinos. Con el tiempo sirvieron, además, para recordarles con orgullo y hablar de ellos a quienes no conocieron los efectos de su ausencia.

Vicente Verdejo, el hombre que abrió una cajetilla de tabaco para despedirse de su familia, fue fusilado el 29 de octubre de 1940. Gregorio tenía entonces seis años y Vicentita, dos. “Mi hermano empezó a trabajar antes de echar los dientes. No debía tener más de ocho o nueve años. Pasábamos un hambre...”, recordaba ella.

Un primo de Heliodoro Meneses llegó a presenciar su fusilamiento. Cuando los cuerpos quedaron abandonados, a la espera de echarlos a la fosa común, se acercó y extrajo del bolsillo del cadáver todo lo que tenía. La familia lo guardó en ese pañuelo a modo de cofre que se expone ahora en Las pequeñas cosas.

“Es una exposición llena de arrugas, de costuras, de recortes… pequeñas cosas que nos permiten mirar y comprender el pasado de este país”, explica el antropólogo Jorge Moreno, uno de los comisarios de la muestra y autor de El duelo revelado. “Son fotografías, escritos y objetos que conservan en sus dobleces la forma exacta de una memoria que tuvo que coserse, recortarse o susurrarse para poder sobrevivir”, añade.

Pañuelo con las pequeñas cosas que Heliodoro Meneses llevaba en el bolsillo el día de su fusilamiento: una cajetilla de tabaco, unas cerillas, un trozo de lápiz, una goma de borrar y una horquilla.

Prohibido llamarse Libertad

La exhibición muestra piezas vinculadas a presos, fusilados y exiliados conservadas, sobre todo, en casas particulares, pero también en archivos institucionales. Así, en el expediente del juicio sumarísimo de Rufina Delgado, los investigadores encontraron, por ejemplo, una cuartilla manuscrita con una versión subversiva del Cara al sol. Y en el Registro Civil, un nombre tachado, "Libertad", y su sustituto, "Máxima", en cumplimiento de una orden de 1939 por la que el franquismo exigió a los padres que cambiasen, en un plazo de 60 días, “nombres exóticos o extravagantes” por estar vinculados a la izquierda, como Libertad o Germinal. Superado el plazo de dos meses, se ordenaba al encargado del registro imponer el nombre del santo del día o el de un santo venerado en la localidad.

En el caso de los exiliados, la muestra exhibe también objetos aparentemente insignificantes que, en la nueva vida, a miles de kilómetros, tenían un efecto reconfortante, como las pequeñas piedras de carbón que Alejandro Trapero, minero de Puertollano, se llevó a Francia. Las tenía expuestas en el centro del salón de su casa francesa.

La muestra exhibe también una carta en la que Anastasio Godoy pide desde la cárcel a su familia que venda un armario para comprar sellos y papel con los que poder continuar escribiéndose. Entonces, esa correspondencia era una forma de seguir en contacto. Hoy es un tesoro.

"Las pequeñas cosas" se expone en el centro Escuelas Pías de UNED-Madrid hasta el 8 de enero. A partir de entonces puede consultar el itinerario de la muestra en mapasdememoria.com.

Abarcas halladas en la exhumación de una fosa común en Fontanosas (Ciudad Real), en 2006. ÓSCAR RODRÍGUEZ

lunes, 16 de diciembre de 2019

Independencia de España: Juan Martín Díez, el Empecinado

Héroe popular es asesinado por un rey vengativo y abyecto

El Empecinado sembró el terror entre los generales de Napoleón




'Juan Martín Díaz, el Empecinado' de Goya (Tiberioclaudio99 / Wikimedia Commons)


Pepe Verdú || La Vanguardia

Castrillo de Duero es un pueblito vallisoletano con apenas 150 habitantes. Pese a sus diminutas dimensiones, tiene varios edificios con interés, como la iglesia parroquial o diversas casas blasonadas. El motivo de mi presencia, sin embargo, no es turístico: sigo el rastro del guerrillero Juan Martín Díez, más conocido como El Empecinado , un líder popular nacido aquí . Una estatua suya preside la plaza Mayor. También encuentro la sede del Círculo Cultural Juan Martín el Empecinado, creado por voluntarios, dispuestos a rescatar a su convecino del olvido con más entusiasmo que medios.

Martín fue un simple labrador que abandonó sus tierras en mayo de 1808 junto a dos amigos, Juan García y Blas Peroles, porque habían decidido echar a los invasores napoleónicos de España. Casi nada. El propósito tal vez les parezca un poco pretencioso, pero Martín mandaba a seis mil hombres solo tres años después y, victoria tras victoria, sacó los colores a los franceses. Todo eso lo consiguió sin formación militar ni conocimientos tácticos.
En 1808 ‘El Empecinado’ se unió al Ejército de Castilla, cuyo objetivo era el corte de las comunicaciones francesas entre Madrid e Irún

Durante los seis años que duró la guerra, la prensa de la época le dedicó más de 400 artículos, donde lo presentaban como una reencarnación de Viriato, don Pelayo y el Cid, todos juntos. Su apodo, por cierto, se debe al arroyo que atraviesa Castrillo de Duero y que deja pecina (cieno negruzco) a su paso. La abundancia de esta hace que los lugareños sean conocidos comarcalmente como “empecinados”, de donde procede el sobrenombre del guerrillero.

Nacido el 2 de septiembre de 1775, Juan Martín tenía 32 años cuando estalló la guerra de la Independencia. Vivía entonces en Fuentecén, el pueblo de Catalina de la Fuente, su esposa, donde aún permanece la vivienda familiar. Tradicional tierra de viñedos, los caldos de Fuentecén forman parte hoy de la Denominación de Origen Ribera de Duero.

Campanas de la iglesia de San Mamés Mártir de Fuentecen (Malopez 21 / Wikimedia Commons)

La revuelta madrileña del 2 de mayo de 1808 había enardecido el país. Quienes no se alistaron en el ejército regular, se agruparon en partidas que hostigaban a los invasores como buenamente podían. Juan Martín fue pronto el líder de una de ellas, formada por amigos suyos y familiares. Cerca del pueblo segoviano de Honrubia de la Cuesta protagonizaron su primera acción: la captura de un correo francés.

A principios del verano de 1808, el general Gregorio García de La Cuesta mandaba el Ejército de Castilla, que pretendía absorber las partidas dispersas. El Empecinado se unió a esa milicia, cuyo objetivo era el corte de las comunicaciones francesas entre Madrid e Irún. Españoles y galos se enzarzaron en una batalla campal en Cabezón de Pisuerga el 12 de de julio de 1808, con un resultado catastrófico para los primeros, aplastados por las formidables tropas del general Antoine-Charles-Louis de Lasalle.

Cabezón de Pisuerga fue escenario de una cruenta batalla en 1808 (Luis Rogelio HM / Wikimedia Commons)

Cuando la historia se repitió en Medina de Rioseco, Juan Martín comprendió la inviabilidad de enfrentarse a los franceses en campo abierto, de igual a igual. Él y sus hombres abandonaron el ejército y se consagraron de nuevo a la acción guerrillera. Su objetivo sería hostigar las comunicaciones y el suministro del ejército francés mediante la interceptación de correos y mensajes, y la captura de convoyes de víveres, dinero o armas.

En sus Episodios Nacionales, Benito Pérez Galdós reflexiona sobre ese tipo de combatientes: “En las guerrillas no hay verdaderas batallas; es decir, no hay ese duelo previsto y deliberado entre ejércitos que se buscan, se encuentran, eligen terreno y se baten. Las guerrillas son la sorpresa, y para que haya choque, es preciso que una de las dos partes ignore la proximidad de la otra. (...) Su principal arma no es el trabuco ni el fusil; es el terreno, sí, el terreno, porque según la facilidad y la ciencia prodigiosa con que los guerrilleros se mueven en él, parece que se modifica a cada paso prestándose a sus maniobras”.

A finales de 1809 su campo de acción ya se extiende por las sierras de Gredos, Ávila y Salamanca, y por las provincias de Cuenca y Guadalajara

La partida del Empecinado da afortunados golpes de mano en Aranda de Duero, Sepúlveda, Pedraza... Fruto de esos éxitos, en 1809 es nombrado capitán de caballería. A finales de ese año su campo de acción ya se extiende por las sierras de Gredos, Ávila y Salamanca , y por las provincias de Cuenca y Guadalajara . En 1811 está al mando del regimiento de húsares de Guadalajara, con seis mil hombres a sus órdenes.

El daño infringido a los franceses es grande. Tanto, que Napoleón encomienda personalmente al general Sigisbert Hugo que persiga al Empecinado y acabe con él a cualquier precio. El militar lo intenta durante tres años, sin éxito: sus soldados no acorralan a los escurridizos guerrilleros. También intentó atraer a Juan Martín a la causa bonapartista a cambio de dinero, mediante el soborno, pero el guerrillero rechazó la oferta. Hugo llegó a encarcelar a la madre del guerrillero y a otros familiares, pero la reacción de Martín fue multiplicar su actividad y amenazar con el fusilamiento de cien prisioneros franceses. Los rehenes fueron liberados. Un ejemplar de los 'Episodios Nacionales' de Galdós con 'El Empecinado' como protagonista (http://catalogo.bne.es/uhtbin/cgisirsi/0/x/0/05?searchdata1=Mimo0002200980 / Wikimedia Commons)

Aquellos años, las victorias del Empecinado se vivían con euforia colectiva. En 1812, cuando su guerrilla tomó Guadalajara, varios teatros de Madrid programaron representaciones de sus hazañas. El último año de la guerra, 1814, Juan Martín fue ascendido a mariscal de campo y recibió el derecho a firmar documentos oficiales como El Empecinado.

Astuto y audaz, Juan Martín fue un líder. Acudimos de nuevo a Pérez Galdós, quien reflexionó sobre la época y esa forma de carisma: “Tres tipos ofrece el caudillaje en España, el guerrillero, el contrabandista, el ladrón de caminos. El aspecto es el mismo, solo el sentido moral los diferencia. (...) La Guerra de la Independencia fue la gran academia del desorden. (...) Los guerrilleros constituyen nuestra esencia nacional, (...) la dignidad dispuesta al heroísmo, la crueldad inclinada al pillaje”.

Restaurado el absolutismo, ‘El Empecinado’ fue desterrado en Valladolid por orden del monarca, quien lo persiguió con saña por liberal

Si la guerra de la Independencia unió a buena parte de España en torno a un objetivo común, la expulsión de los franceses, la victoria puso fin a ese consenso. Por una parte, no todos supieron readaptarse a la rutina y al esfuerzo cotidiano asociados al trabajo. Muchos antiguos guerrilleros degeneraron hacia el bandolerismo. Por otra parte, el abyecto Fernando VII no fue un rey agradecido con quienes se jugaron la vida para su restitución en el trono. Restaurado el absolutismo, El Empecinado fue desterrado en Valladolid por orden del monarca, quien lo persiguió con saña por liberal. Sus victorias ya no importaban.

El 1 de enero de 1820, El Empecinado se sumó al levantamiento del general Rafael del Riego en Las Cabezas de San Juan en defensa de la Constitución de Cádiz. Durante sus marchas, la tropa entonaba una canción que la Segunda República adoptaría como himno más de un siglo después: el Himno de Riego.

Durante el Trienio Liberal (1820-1823), Juan Martín fue gobernador militar de Zamora. Pero la entrada de los Cien Mil Hijos de San Luis puso fin al paréntesis progresista y restituyó el poder absoluto de Fernando VII. Martín huyó a Portugal, hasta que el Rey lo autorizó a regresar a España con todo tipo de garantías. Era una trampa: El Empecinado y 60 fieles fueron detenidos en Olmos de Peñafiel por los Voluntarios Realistas.

Zamora, ciudad en la que 'El Empecinado' desempeñó el cargo de gobernador civil (venemama / Getty Images)

Los presos fueron conducidos a Roa de Duero (hoy, Roa), en cuya plaza Mayor fueron insultados y apedreados por la chusma, y encarcelados. Doce años antes habían liberado el pueblo de los invasores franceses. El 20 de abril de 1825, Fernando VII aprobó la sentencia que condenaba a El Empecinado a la horca. El reo pidió ser fusilado en consideración a los servicios prestados a España, pero el soberano negó su permiso: lo colgaron como a un criminal el 20 de agosto de ese mismo año. El municipio de Roa levantó un monumento a El Empecinado en 1993. También organiza cada año un homenaje que coincide con el aniversario de su muerte.

Los restos de Juan Martín descansan en Burgos, en un mausoleo construido en 1851 en la calle Fernán González por suscripción popular. Sobre él escribió Pérez Galdós: “Poseía en alto grado el genio de la pequeña guerra, fue el Napoleón de las guerrillas, no hubo otro en España ni tan activo ni de tanta suerte. (...) Al estallar la guerra se había echado al campo con dos hombres, como Don Quijote con Sancho Panza, y empezando por detener correos, acabó por destruir ejércitos”.

Monumento a 'El Empecinado', Burgos (Rowanwindwhister / Wikimedia Commons)